Arena

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Capítulo 10

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Capítulo 10

Uriah yacía sobre el suelo de la sala de audiencias, temblando de miedo y maldiciendo a los hados que le habían convertido en una criatura tan insignificante y a la que resultaba tan fácil despreciar. Comprendía muy bien el papel que estaba condenado a interpretar. Había nacido con la capacidad de controlar el maná, pero también había nacido con el cuerpo deforme y contrahecho. Al principio había pensado que conseguiría ser respetado a medida que fuese aprendiendo a dominar los secretos del maná, pero ese respeto que tanto anhelaba nunca había llegado. Hubo un tiempo, demasiado corto y fugaz, en el que todo había sido distinto; pero la fascinación del poder que le había ofrecido Zarel era una tentación demasiado fuerte para ser resistida, y Uriah había preferido ser capitán de luchadores a ser un simple luchador incomprendido por los demás.

Algunos le llamaban esbirro rastrero, y le acusaban de lamer las botas de Zarel. Uriah consideraba que se había limitado a tratar de sobrevivir. Era capitán de luchadores, desde luego, aunque algunos de los luchadores que tenía a sus órdenes contaban con más poderes que él. Zarel le había ascendido por una sola razón: Uriah podía ser controlado —y el enano se maldecía a sí mismo por conocer muy bien esa verdad, la más cruel de todas—, y soportaría abusos o malos tratos contra los que otros ya se habrían rebelado hacía mucho tiempo por la sencilla razón de que en su vida sólo había conocido abusos y malos tratos desde el día en que nació.

La sala se hallaba sumida en el silencio más absoluto. Los guerreros, secretarios y parásitos de la corte permanecieron inmóviles y callados mientras Zarel volvía a golpear a Uriah.

—¡Tendrías que haber previsto esto, maldito seas! ¿Es que a ninguno de vosotros se le ocurrió pensar que podrían tratar de rescatarle a través de las cloacas?

—La puerta de la cloaca había sido clausurada hacía muchos años, mi señor, y el camino estaba protegido mediante trampas. Se consideró que era imposible que...

—¡Bien, pues no era imposible! Oh, maldición...

El enano no dijo nada, y se limitó a emitir un gruñido ahogado de dolor cuando Zarel le pateó antes de volverse hacia la mensajera que había enviado a la Casa de Bolk.

—¿Ha habido contestación de Kirlen?

La guerrera envuelta en su armadura bajó la cabeza y no dijo nada.

—¡Maldición! ¿Qué ha ocurrido?

Zarel parecía estar lo bastante enfurecido como para llegar a levantar la mano contra ella, pero la mensajera le contempló en silencio y sin inmutarse. Zarel titubeó durante un momento y acabó lanzándole otra salvaje patada a Uriah.

—¿Dijo algo?

—Dijo que debíais llevar a cabo una acción físicamente imposible sobre vuestra propia anatomía, mi señor —acabó replicando la guerrera.

Zarel la fulminó con la mirada, y se dio cuenta de que había una leve sombra de desafío en el tono que había empleado al responderle.

—Sigue.

—Declaró que el tuerto se ha convertido oficialmente en un Bolk, y que en calidad de tal disfruta del derecho de inmunidad de la hermandad, que le pone a salvo de ser perseguido por crímenes cometidos antes de que fuese aceptado por la Casa.

—Vete.

La guerrera se puso en pie, se inclinó ante Zarel y salió de la sala de audiencias. Zarel la siguió con la mirada, y comprendió que acababa de sufrir una tremenda humillación. En primer lugar, el populacho ya estaba firmemente de parte del luchador tuerto, y había encontrado un héroe al que adorar con la convicción de que era uno de los suyos. Lo peor era que los hombres de Zarel habían pasado a convertirse en sospechosos. La cerradura había sido engrasada, y existía la posibilidad de que fuera alguien del palacio quien había echado ese aceite en ella. Zarel había matado inmediatamente a los guardias de la prisión como castigo a su fracaso, y ese estallido de ira había inquietado considerablemente a sus guerreros. Sus luchadores estaban empezando a ponerse bastante nerviosos, y se sentían muy irritados ante las humillaciones que la turba hacía llover sobre sus cabezas. Varios centenares de personas habían perdido la vida durante la feroz represión de los disturbios, pero Zarel ya se había dado cuenta de que la agitación había empezado a extenderse entre sus propias fuerzas. Los luchadores de los niveles más bajos incluso estaban asustados, pues algunos de ellos habían perecido durante el día de motines que había seguido a la huida de Garth.

Y el Festival empezaría mañana, y medio millón de seres humanos se concentrarían en un solo lugar. Si algo hacía que estallaran, los resultados podían llegar a ser desastrosos. Tendría que hacer alguna oferta para calmar al populacho y conseguir que volviera a estar de su parte. Incluso el pensar en ello le resultaba desagradable, pero Zarel sabía que tendría que recurrir a sus tesoros para comprarles.

—Cuando tú y yo hayamos acabado, haz venir al capitán de mis catapultas —dijo—. Se me ha ocurrido una idea que podría animar considerablemente el Festival.

—¿El capitán de vuestras catapultas, mi señor? —preguntó Uriah.

—Haz lo que te he ordenado.

Zarel giró sobre sus talones, y durante un momento Uriah pensó que eso significaba que podía irse.

—¿Existe alguna posibilidad de que podamos capturar al luchador tuerto antes de que empiece el Festival, Uriah? —preguntó Zarel de repente.

El enano alzó la mirada y se puso de rodillas.

—No lo creo, gran señor.

—¿Por qué no?

—Jimak, Varnel y Tulan son sobornables, pero Kirlen no. Sólo hay una cosa que desee, y es vuestro poder y el camino que lleva a convertirse en Caminante. Nada de lo que podáis ofrecerle bastaría salvo vuestro poder, y Kirlen considera que el luchador tuerto es un medio de causaros problemas y humillaciones, y tal vez incluso de alzar al populacho contra vos.

Zarel bajó la mirada hacia Uriah.

—A veces pienso que eres demasiado listo, Uriah.

—Mi inteligencia está únicamente a vuestro servicio, mi señor.

—¿Por qué?

Uriah vaciló unos momentos antes de responder.

—Sois mi señor.

—No me basta como respuesta.

Uriah bajó la cabeza.

—Porque los otros nunca me aceptarían.

Zarel dejó escapar una carcajada helada.

—El traidor de la Casa Turquesa, el que me proporcionó toda la información que necesitaba mientras llevaba sus colores y que abrió la puerta a la Noche de Fuego...

Zarel sonrió y volvió a bajar la mirada hacia Uriah, que se removió nerviosamente a sus pies.

—¿Quién es ese luchador tuerto? —preguntó Zarel, y su tono parecía indicar que se hacía la pregunta a sí mismo.

Uriah alzó la vista hacia él y no dijo nada.

—Llevaste sus colores durante años... ¿Te acuerdas de él?

—No, mi señor —respondió Uriah en voz baja.

—Sal de aquí.

Uriah se apresuró a marcharse, y consiguió esquivar por muy poco la patada que le lanzó Zarel.

Llegó a la puerta y se volvió hacia Zarel antes de cerrarla.

El Gran Maestre había preguntado quién era el luchador tuerto. Uriah sonrió, y se alejó con paso cojeante para ocuparse de las heridas de su cuerpo y de su corazón.

—Fue buena broma.

Garth sonrió y se obligó a seguir despierto mientras Naru servía otra ronda. El gigante volvió la mirada hacia el otro extremo de la mesa y miró a Hammen, que yacía inconsciente sobre el suelo de la sala de banquetes, y se rió.

—¡Viejo muy debilucho, y ahora huele mal! —exclamó entre carcajada y carcajada.

Garth intentó hacer durar su copa todo lo posible mientras sentía que le daba vueltas la cabeza, y deseó controlar alguno de los raros hechizos que curaban la embriaguez.

—Oh, pero fue broma muy pesada la que gastaste a Naru...

El gigante clavó la mirada en su copa y meneó la cabeza.

—Lo lamento mucho, pero si te acuerdas... —replicó Garth—. Bueno, en esos momentos estábamos luchando, ¿no?

Naru miró a Garth y entrecerró los ojos durante un momento como si estuviera intentando decidir si el luchador tuerto era amigo suyo o no. Sus rasgos acabaron relajándose.

—Venciste al Gran Maestre y me devolviste los hechizos —dijo por fin—. Sigues siendo mi amigo.

Garth asintió. Había pasado por esa discusión más de veinte veces durante las últimas horas. Naru volvió a llenarse la copa, y lanzó una mirada llena de tristeza a su amigo al ver que éste se había quedado rezagado.

—Lástima, porque te venceré en el Festival.

—Claro.

—Naru ha oído decir que Gran Maestre declarará que los combates finales serán a muerte.

Garth se removió en su asiento y miró al gigante.

—¿Dónde has oído decir eso? —preguntó.

—Oh, Naru tiene amigos. Gran Maestre hace eso cada vez más a menudo para tener contenta a la gente.

—¿Y por qué no os negáis a luchar a muerte?

—No se puede. Gran Maestre es Gran Maestre de la Arena. Cuando estás en la arena, no puedes decir no.

—¿Y qué hay de los Maestres de las Casas?

—Oh, ellos ganan mucho dinero con eso y hacen buenos contratos, y ellos están contentos así.

Naru dejó escapar una risita.

—Además, a Naru le gusta romper huesos —siguió diciendo—. Ha conseguido muchos hechizos y maná de los vencidos, y eso aunque el Gran Maestre se queda con su parte.

El gigante volvió a mirar a Garth y suspiró.

—Lástima que tenga que romperte los huesos. Creo que me sigues cayendo bien.

Naru alzó su copa para apurarla, y el movimiento puso en marcha una reacción de inercia que mantuvo al gigante desplazándose hacia atrás hasta que acabó cayendo de su taburete. Naru se desplomó sobre el suelo, dejó escapar un eructo y perdió el conocimiento.

—Tuerto...

Garth se sobresaltó y giró sobre sí mismo para ver a Kirlen, la Maestre de la Casa de Bolk, inmóvil en el umbral. La mujer estaba encorvada por la edad. Sus cabellos habían pasado ya hacía mucho tiempo del blanco a un amarillo enfermizo, y su piel llena de arrugas colgaba de su rostro tan fláccidamente como si ya no fuera capaz de seguir agarrándose a los huesos de su cuerpo. La túnica negra que llevaba se adhería a su flaca silueta como si Kirlen fuese un esqueleto mantenido en pie únicamente por el báculo en el que se apoyaba y al que se aferraba con sus manos nudosas.

Garth se levantó lentamente y Kirlen movió una mano indicándole que la siguiese. Garth bajó la mirada hacia Hammen, que seguía durmiendo al lado de Naru, y comprendió que no podría hacer recobrar el conocimiento a su amigo. Avanzó con recelosa cautela para no caerse, y siguió a Kirlen mientras iba caminando lentamente por el pasillo arrastrando los pies hasta que llegó a sus aposentos. La habitación estaba excesivamente caldeada por un fuego que rugía en el hogar, y Kirlen fue hacia él y extendió las manos sobre las llamas y se las frotó. Garth miró a su alrededor y contempló el escaso mobiliario de la habitación, tan austera que casi parecía la celda de un monje, y que sólo contenía un catre y un escritorio sobre el que había montones de libros y rollos de pergamino. Pero las cuatro paredes quedaban ocultas por estanterías llenas a rebosar. La habitación desprendía un olor a moho, vejez y un peligro extraño e indefinible.

—Naru puede ser un poco pesado, especialmente cuando está bebiendo —dijo Kirlen en voz baja.

—Pero es lo bastante interesante como para poder soportar su compañía.

—Es un idiota. Uno de esos raros genios imbéciles que apenas son capaces de sacar el pie de la bota, y que sin embargo son capaces de controlar el maná con una sorprendente facilidad... No tardará en morir.

Kirlen lanzó su predicción con despreocupada impasibilidad. Después se volvió hacia Garth y sonrió, revelando una hilera de objetos negros que apenas podían llamarse dientes.

—Te doy asco, ¿verdad?

—No, mi señora.

—Bien, ¿y que me responderías si te pidiese que compartieras mi cama? —preguntó Kirlen, y señaló el angosto catre mientras dejaba escapar una risita ahogada.

Garth permaneció en silencio.

—No, claro —siguió diciendo Kirlen—. La benalita, o Varena de Fentesk con su cabellera color rojo oro... Entonces sería otra cosa, ¿verdad?

Le dio la espalda durante un momento, y el destello de dolor que Garth vio brillar en sus ojos antes de que se diese la vuelta casi hizo que sintiera compasión por ella.

—Si realmente tenéis el poder que creo que poseéis, ¿por qué no os rejuvenecéis? —preguntó.

Kirlen rió, y la carcajada acabó convirtiéndose en un suspiro.

—Ah, y entonces podrías ser mío, ¿verdad?

—Eso no tiene nada que ver con lo que os acabo de preguntar.

—¿Sabes cuántos años tengo?

—He oído algunos rumores, mi señora.

—Hace varios siglos que perdí la cuenta de mis rejuvenecimientos. Sí, llegó un momento en el que fui incapaz de seguir llevando la cuenta de los hechizos, las pociones y los amuletos que quemé sobre oscuros altares... Cada vez que lo hacía volvía a ser joven, pero por dentro... No, por dentro sólo se puede ser joven una vez. No importa qué hechizos utilice, porque esa inocencia sólo se presenta una vez en nuestra vida. Cada vez que le das la vuelta al reloj de arena nunca consigues recuperar del todo lo que tenías antes de hacerlo. Pierdes un día, una semana, un mes... Existen límites a los poderes de este plano, y ya hace mucho tiempo que los he alcanzado. Oh, todavía puedo vivir unos cuantos siglos más, desde luego, pero tan sólo el Caminante puede devolverme mi belleza y mis pasiones.

Kirlen clavó la mirada en el fuego y guardó silencio durante un momento que se hizo muy largo.

—Claro que si me convirtiera en una Caminante...

—Y él nunca os concederá esa merced, y no cabe duda de que impedirá por todos los medios que eso llegue a ocurrir.

Kirlen se volvió hacia él con los ojos llenos de una rabia helada.

—Verás, hubo un tiempo en el que Kuthuman, el Caminante, y yo fuimos amantes. Hace tanto tiempo de eso que ya apenas lo recuerdo, pero así fue. Ah, cómo elogiaba mi belleza por aquel entonces, cómo me juró fidelidad eterna...

Soltó una risita ahogada y escupió en el fuego.

—Y después me dio la espalda cuando fui envejeciendo y no conseguí recuperar mis encantos —siguió diciendo—. Olvidó todas aquellas cosas y empezó a dejarse consumir por otra clase de pasiones. Atravesar el velo... Era lo único que deseaba.

—Y prometió que os llevaría con él, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—He oído rumores.

Kirlen se removió nerviosamente y le lanzó una mirada llena de irritación.

—¿Quién dice esas cosas?

—El Gran Maestre hace que sus agentes difundan esos rumores —replicó Garth sin inmutarse.

—Maldito sea por toda la eternidad...

Kirlen hurgó en el fuego con su báculo, y un remolino de llamas deslumbrantes subió velozmente por la chimenea.

—Así cuando llegó su momento de triunfo se olvidó de vos, ¿eh?

La anciana se volvió hacia Garth y le miró como si éste hubiera ido demasiado lejos al atreverse a expresar las humillaciones de su corazón en forma de palabras.

—Yo le ayudé, ¿sabes? Sí, pasé muchos largos años ayudándole... —Señaló las estanterías y los montones de rollos de pergamino polvorientos—. Fui yo quien descubrió los caminos y los hechizos, y los encantamientos que permiten pasar de un plano a otro.

—¿Y por qué no seguís su camino?

—El maná... El maná es lo único que puede proporcionarte el poder necesario para controlar la magia en este plano, y el maná también encierra el poder de abrir el umbral que permite acceder a otros reinos cuando conoces el sendero oculto. Yo conocía el sendero, pero era él quien controlaba el maná. Me engañó. La Noche de Fuego... Sí, entonces también me traicionó a mí.

—¿La Noche de Fuego?

—Cuando Zarel asaltó la Casa Turquesa, asesinó a su Maestre y robó todo su maná... Entonces yo también fui traicionada.

Garth no dijo nada, y sus rasgos permanecieron totalmente impasibles.

—Eso significa algo para ti, ¿verdad?

—He oído las historias que cuentan —replicó Garth.

Kirlen sonrió.

—Sí, yo le ayudé. Le prometí que no haría nada, y que no me pondría al lado de la Casa Turquesa..., todo a cambio de que también abriese la puerta para mí. Y a la mañana siguiente se había ido, y Zarel era el nuevo Gran Maestre.

—¿Por qué os traicionó?

Kirlen dejó escapar una carcajada helada.

—¿Y por qué no iba a hacerlo? La puerta que daba acceso a un número ilimitado de mundos se hallaba abierta, y con ella el poder para tomar cualquier cosa que deseara... En estos mismos instantes está recorriendo el universo, conquistando, robando y disfrutando de todos los placeres que le apetecen. ¿Qué necesidad tenía de cargar con una vieja arpía a la que había amado en tiempos muy lejanos, cuando los dos eran jóvenes? Ahora puede tener a quien quiera, y el amor no es más que un estorbo.

Volvió a clavar la mirada en el fuego.

—Aprendí esa lección hace mucho tiempo, tuerto —Giró sobre sí misma y le miró fijamente, y después atravesó la habitación con paso lento y cojeante y se acercó a Garth hasta que éste sintió su fétido aliento cayendo sobre su rostro—. Éste es el último de todos los rostros que va teniendo el amor —siseó—. Es el rostro final de la lealtad, del honor, de la gloria, de la venganza, de todo lo que vive... Sí, es éste —añadió, y señaló los fláccidos pliegues de carne, el cabello amarillento y la boca sin dientes mientras dejaba escapar una estridente risotada.

—¿Y a qué viene entonces esa repentina lealtad hacia mí? —murmuró Garth.

Kirlen dio un paso hacia atrás y volvió a reír.

—Le humillaste. Zarel todavía estará temblando, y quizá incluso teme por su poder y por su vida..., y eso es lo que te agradezco.

Garth se inclinó ante ella mientras se esforzaba por conservar el equilibrio y mantener despejada su mente, pues aún había más. Ya había podido darse cuenta de que aquello sólo era el principio.

—Eres de la Casa de Oor-tael, ¿verdad? —preguntó Kirlen de repente.

Garth le devolvió la mirada sin inmutarse y pudo sentir el poder que irradiaba Kirlen y que se iba desplegando hacia el exterior, y percibió los dedos de luz que se extendían hacia él para sondearle. Kirlen desplegó su poder hacia él, y Garth intentó llenar de calma todo su ser.

Pudo sentir cómo sus ojos le sondeaban y se sobresaltó ante el poder que había en ellos, pues era casi tan fuerte como el del Gran Maestre. El avance del sondeo se fue haciendo más lento y acabó deteniéndose, incapaz de llegar hasta el núcleo, y Garth sintió el latigazo de rabia que brotó de Kirlen.

—Eres fuerte, tuerto.

Garth no dijo nada. No se atrevía a bajar la guardia.

—Creo que eres lo suficientemente fuerte como para poder llegar a hacerme daño si intentara desafiarte en combate —añadió Kirlen.

Garth siguió en silencio. Los pensamientos de Kirlen se retiraron, y Garth tuvo que hacer un terrible esfuerzo de voluntad para no sucumbir a los efectos del cansancio y la embriaguez, y un instante después comprendió que Naru había estado obedeciendo órdenes de Kirlen y que se había asegurado de que le mantenía despierto después de todo lo que había ocurrido.

Todo había sido un plan que tenía como objetivo vencer su resistencia mediante la bebida y el agotamiento puro y simple.

La miró y sonrió.

—Puedo serte útil —dijo en voz baja.

—Debería matarte ahora mismo.

—Ya sabes que la multitud está detrás de mí. El Gran Maestre puede tener el poder que le proporciona todo el maná que posee, pero ni siquiera ese poder es capaz de controlar al medio millón de personas que se sentarán en la arena mañana por la mañana. También soy de la Casa Marrón, y ese poder está relacionado contigo. Eso puede resultarte útil.

Kirlen sonrió. Sus labios temblaban levemente.

—Y suponiendo que seas de la Casa Turquesa, ¿qué ocurrirá entonces? Teniendo en cuenta lo que acabo de contarte, tendrías razones más que suficientes para vengarte de mí.

—Si anhelara esa venganza, podría disfrutar de ella ahora mismo.

Garth extendió un dedo hacia los estantes llenos de libros.

Un grito ahogado escapó de los labios de Kirlen, y empezó a levantar la mano.

—Vamos, vamos... Quemarlos sería una gran estupidez por mi parte, ya que entonces estaríamos luchando un instante después de que lo hubiese hecho —dijo Garth, y bajó lentamente la mano y la miró.

Kirlen se volvió nerviosamente hacia sus libros, los contempló en silencio durante un momento y acabó volviéndose de nuevo hacia Garth.

—Cuentas con el conocimiento que está escondido dentro de tus libros —dijo Garth—. Pero el Gran Maestre se ha convertido en un obstáculo que se interpone en tu camino, porque es quien ha acumulado todo ese maná..., y sospecho que muy pronto tendrá el maná suficiente para convertirse en un Caminante. Mátale y podrás subir a su trono y adueñarte de todo lo que esconde en sus criptas. Ése es el próximo paso que debes dar. Hazlo, y al Caminante no le importará quien gobierne en este plano y se conformará con que esa persona le sea leal y sirva a sus necesidades.

—Sabría qué deseo.

—¿Acaso no crees que ya sabe que Zarel también lo desea y, en realidad, que todos nosotros lo deseamos?

Kirlen no dijo nada.

—El poder, la inmortalidad, la eterna juventud, todo eso que sólo un Caminante puede proporcionar... —siguió diciendo Garth—.

Mata a Zarel al final del Festival, y dispondrás de un año entero para hacer tus preparativos antes de que el Caminante regrese. Me atrevería a decir que durante ese año podrás acumular el maná suficiente para convertir en realidad todos tus deseos.

—¿Cómo?

—Zarel lo hizo para su Maestre.

Kirlen dejó escapar una risita sarcástica.

—No sólo estás intentando convencerme de que debo matar a Zarel, sino que también quieres que mate a los otros Maestres.

Garth sonrió y no dijo nada.

—¿Por qué deseas ayudarme?

—Tal vez también puedas conceder la inmortalidad a un tuerto cuando llegue el momento.

—Y tal vez no necesite un rostro lleno de arrugas y cicatrices cuando llegue ese momento.

—Estoy dispuesto a correr los riesgos. Por lo menos podré esperar algunos ascensos, ¿no? Tal vez llegue a ser Maestre de Casa, o incluso Gran Maestre...

Kirlen se rió.

—Venganza y poder... Creo que quizá acabes gustándome, tuerto —Le dio la espalda y clavó la mirada en las llamas—. No me estás revelando nada que sea excesivamente nuevo para mí, ¿sabes? Ya he pensado todo eso con anterioridad... Si es lo único que puedes ofrecerme, entonces no me sirves de nada.

—Puedo ayudarte. Podría utilizar a la multitud para matar al Gran Maestre.

Kirlen sonrió.

—Y supongamos que ganas el torneo —dijo—. Entonces te irías para servir al Caminante en otros reinos, ¿no? Bien, ¿y luego qué?

—¿Realmente quiero ganar?

—Todos los luchadores desean ganar.

—¿Y entonces por qué no has ganado el torneo, obteniendo así el camino de esa manera?

Kirlen dejó escapar una risita helada.

—Porque prefiero recorrerlo por derecho propio e indiscutible, en vez de tener que ir por él sirviendo al Caminante —acabó diciendo en voz baja.

—Si venzo... Bien, entonces venzo y me llevo la gloria. Pero puedo manipular al populacho para predisponerlo en tu favor incluso mientras esté intentando vencer, y tal vez pueda acabar provocando los resultados que tanto deseas ver. Porque ésa es la última parte del problema, por supuesto... El poder del maná es grande, pero cuando medio millón de personas se vuelven contra ti, incluso un Gran Maestre puede acabar sucumbiendo. Tener al populacho de tu lado vale el poder de cien luchadores. Y si no consigo vencer, seguiré estando aquí para servirte.

—Pues claro que me servirás —dijo Kirlen, y sonrió.

—Amo...

Garth abrió los párpados con la máxima reluctancia imaginable, y necesitó varios segundos para comprender que la habitación no estaba girando a su alrededor. Ver a Hammen inclinado sobre él acabó de reanimarle, sobre todo cuando el fétido aliento del viejo cayó sobre él. Garth salió casi a rastras de la cama y fue tambaleándose hasta la letrina, e ignoró la risa enronquecida que soltó Hammen cuando le vio inclinarse sobre el agujero para ofrecer su cena al dios de los excesos alcohólicos.

Después volvió a entrar en la habitación, tosiendo y maldiciendo.

—Os he traído ropa limpia, oh amo y soberano señor —anunció Hammen—. Sugiero que quememos ahora mismo la que lleváis puesta.

—Cierra el pico, Hammen.

—Ah, qué poca gratitud...

Garth clavó un ojo legañoso y enrojecido en el rostro de Hammen.

—¿Cómo te las has arreglado para no tener resaca?

—Más años de experiencia, y además fui lo suficientemente listo como para perder el sentido antes que tú. Por cierto, debo comunicarte que el ya considerable respeto que el viejo Naru sentía hacia ti ha aumentado muchísimo.

—¿Qué tal se encuentra?

—Está en la sala de los baños de vapor sudando la resaca, y te sugiero que vayas allí ahora mismo. Las ceremonias del Festival empiezan al mediodía, y supongo que desearás estar en buena forma para entonces.

Garth se desnudó y siguió a Hammen hasta el nivel de la sala de los baños de vapor, entró en la masa de neblina que giraba y se arremolinaba lentamente, y fue hasta un banco de madera de un rincón. Miró a su alrededor y entrevió a Naru, acostado sobre un banco y roncando estrepitosamente entre las sombras.

Hammen entró un minuto después con una ramita de abedul en la mano.

—Sal de aquí ahora mismo y llévate eso contigo —gruñó Garth.

—Deja de protestar y pórtate como un hombre —replicó Hammen, y puso manos a la obra con lo que a Garth le pareció un entusiasmo levemente excesivo.

—En el fondo Naru no es mal tipo —dijo Hammen, y movió la cabeza señalando al gigante, que se agitó, gimió y acabó dándose la vuelta sobre el banco—. Esta mañana hemos mantenido una larga conversación..., suponiendo que se pueda llamar conversación a un intercambio consistente en palabras por mi parte y gruñidos por la suya, claro.

—¿Y?

—Kirlen quiere verte muerto.

—¿Naru dijo eso?

—No, pero se podía leer entre líneas, como suelen decir. Kirlen le ordenó que te hiciera beber hasta que no pudieras tenerte en pie.

—Ya me lo imaginaba.

—También le dijo que te desafiara en cuanto estuvieses lo suficientemente borracho.

—¿Y por qué no lo hizo?

—Porque perdió el conocimiento antes que tú. Creo que para el viejo Naru eres un auténtico dilema moral, Garth. Ya se ha olvidado de la patada, ¿sabes? Su cerebro es incapaz de contener más de un pensamiento a la vez, y ahora sólo se acuerda de que le devolviste su bolsa.

—Bien, si él no va a hacerlo, entonces Kirlen tendrá que encargarle el trabajo a otro.

—Naru es su mejor luchador y lleva años siéndolo. Creo que Kirlen ya se ha dado cuenta de que puedes acabar con cualquier otro luchador, y además quiere que la cosa se haga lo más discretamente posible y que no haya nada turbio... Una pelea justa surgida de un agravio justo, ¿entiendes? Pero no ocurrirá hasta el último día del Festival.

La réplica de Garth consistió en un gruñido cuando Hammen le golpeó demasiado fuerte en los riñones con su rama de abedul.

—Vuelve a hacerlo y empezaré a utilizar esa condenada rama contigo, Hammen.

—Hay que golpear fuerte para que el organismo vaya expulsando el veneno —replicó Hammen con voz jovial.

—Ya... ¿Y entonces qué se supone que consigue matándome?

—¿Al final del Festival, quieres decir? Provocar un gran disturbio público. El Gran Maestre queda humillado delante del Caminante, y ella elimina al Gran Maestre.

—¿Y te has enterado de todo eso por Naru?

Hammen sonrió.

—No hace falta ser ningún genio para verlo. De hecho, amo, creo que ya va siendo hora de que salgamos de aquí lo más deprisa posible... Te has divertido y has hecho quedar en ridículo al Gran Maestre, y ahora debes recoger tus ganancias y cambiar de aires.

Garth giró sobre sí mismo, miró a Hammen y sonrió.

—Todavía no.

—Maldita sea, Garth, no tienes ni una sola posibilidad... Las cuatro Casas y el Gran Maestre andan detrás de ti por un motivo u otro. Olvídalo de una vez, ¿quieres?

Garth sonrió y no dijo nada.

—He averiguado dónde se esconde Norreen —murmuró Hammen.

Garth se removió y le miró.

—Ah, veo que eso sí te interesa, ¿no? —dijo Hammen con voz sarcástica.

—¿Dónde está?

—Bueno, esta mañana salí sin que me vieran y hablé con un par de hermanos de logia. Si quieres enterarte de todo lo que ocurre en una ciudad, hazte amigo de los ladrones... De todas maneras, el Gran Maestre infringió el código y asesinó a mis amigos, así que están francamente enfadados. Los que escaparon con nosotros ayer no tardarán en crearle problemas muy serios. Bien, el caso es que descubrieron que se estaba escondiendo cerca de las murallas de la ciudad, y la vigilan discretamente desde entonces. Yo podría llevarte hasta ella, y después podríamos largarnos de aquí en un momento.

Garth meneó la cabeza y se puso en pie, y agarró la mano de Hammen antes de que el viejo pudiera empezar a azotarle el pecho con la rama de abedul.

—Ya es suficiente —dijo—. Vamos a vestirnos.

—De todas formas, también te he encentado un escondite por si eres lo suficientemente estúpido para querer quedarte. Está justo en la Gran Plaza —Hammen hizo una pausa, y cuando volvió a hablar bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Donde estaba la Casa Turquesa... Es el edificio que está a la izquierda de la taberna de los Enanos Borrachos. Una casa de mete-y-saca...

—¿Una qué?

—Un burdel. El propietario es uno de mis innumerables primos. Te conoce, ¿sabes? Basta con que vayas allí y te llevará al último piso, que es todo nuestro para que lo usemos.

—Espero que no habrá que compartirlo con nadie más, ¿verdad?

—Si lo prefieres así... —dijo Hammen, y suspiró.

—Gracias. Ah, y asegúrate de que tu amigo no pierde de vista a Norreen.

—Te ha dado realmente fuerte, ¿eh?

Garth sonrió.

—Más o menos.

Hammen soltó una risita y señaló la puerta trasera de la sala de baños de vapor. Garth fue hacia ella y sonrió al pasar junto a Naru, que seguía roncando.

—Este calor podría matarle —dijo, y se inclinó sobre el gigante para sacudirle hasta que despertara, pero Hammen le empujó.

Hammen abrió la puerta y Garth se quedó inmóvil al ver que daba a la sala de las bañeras.

—Eh, esto no es la salida... —dijo, y empezó a girar sobre sus talones.

Hammen le empujó con todas sus fuerzas, y Garth perdió el equilibrio y cayó al agua.

—Tienes que tomar tu baño de agua helada —anunció Hammen sin inmutarse mientras Garth rugía un chorro de maldiciones que hicieron temblar los muros de la sala.

Garth el Tuerto, que aún estaba lanzando imprecaciones ahogadas, se unió a la formación de luchadores de la orden en la que acababa de entrar. Todos y cada uno de los ochenta y siete luchadores de la Casa de Bolk estaban presentes y permanecían inmóviles en filas que agrupaban a todos los niveles, dispuestos a tomar parte en el Festival de los Reinos del Oeste número Novecientos Noventa y Ocho.

La tensión electrizó la atmósfera de la sala de audiencias mientras los luchadores, que ofrecían un aspecto impresionante con sus túnicas marrones de piel de gamo y sus capas de cuero, se alineaban en impecables hileras ordenadas según el nivel. Los honores de las batallas ganadas en Festivales anteriores brillaban sobre la pechera de sus túnicas. Garth entró en la sala sin hacer ruido y fue hacia el final de la columna de cuatro hombres en fondo.

—Tuerto...

Garth giró sobre sí mismo y vio a Naru. El gigante estaba en primer lugar de la fila, y le miró y movió una mano indicándole que se reuniera con él.

—Tú buen luchador. Desfila como escolta de Naru.

Garth contempló las filas de siluetas inmóviles, y vio que aquel gesto por parte del mejor luchador de la Casa le había hecho adquirir unos cuantos enemigos más de los que tenía hacía tan sólo unos momentos.

Naru se volvió hacia los otros luchadores y soltó una risita.

—Es amigo de Naru, ¿verdad?

Unos cuantos luchadores dejaron escapar risitas heladas mientras Garth pasaba junto a sus filas y llegaba al comienzo de la columna, donde se colocó a la izquierda de Naru y directamente detrás del estandarte de franjas marrones y doradas de la Casa. Los clarines resonaron en la sala de audiencias, y Garth imitó a los otros luchadores y se inclinó cuando las puertas de los aposentos privados de la Maestre de la Casa se abrieron de repente entre un estruendoso acompañamiento de tambores, címbalos y flautas estridentes.

Garth alzó la mirada y no pudo ocultar su asombro.

Cincuenta guerreros con armadura y cascos de cuero marrón sostenían un gigantesco estrado de casi cuatro metros de anchura. La plataforma estaba rodeada por cráneos del más fino cristal en cuyas cuencas había incrustados rubíes y que estaban adornados por diademas de oro batido. Encima de la plataforma había seis guerreros más cuyos hombros sostenían una segunda plataforma dorada más pequeña y un trono de plata. Pero Kirlen no estaba sentada en el trono, sino que flotaba por encima de él como si estuviese sentada sobre un almohadón invisible, las piernas cruzadas y los flacos brazos doblados sobre su jubón marrón y dorado, mientras una alfombra kurdasiana que serviría para protegerla de los rayos del sol flotaba por encima de ella. A los pies del trono había un arcón dorado del que parecía irradiar poder, y que contenía el tributo anual de paquetitos de maná de la Casa del Color Marrón, que sería entregado al Caminante.

Los porteadores se volvieron hacia la puerta principal, y los gruesos paneles se abrieron mientras los trompeteros alineados a lo largo del pasillo lanzaban una ruidosa fanfarria al aire. Un rugido semejante al del océano desgarrado por el huracán atronó en el pasillo cuando Kirlen fue llevada a la Gran Plaza. Detrás de ella avanzaba una compañía de guerreros Marrones con pesadas armaduras que empuñaban ballestas cargadas y preparadas para lanzar sus dardos. Después venían los sirvientes de la Casa, que llevaban flores, cuencos llenos de incienso humeante y urnas con monedas de cobre que irían siendo arrojadas a la multitud. Garth vio cómo Hammen avanzaba en el centro de la procesión, llevando un recipiente lleno de dinero y con el rostro ensombrecido por el disgusto.

Naru gruñó una orden, y el portaestandarte salió de la sala de audiencias y empezó a avanzar por el pasillo principal. Los luchadores de la Casa de Bolk se pusieron en movimiento, llenos de orgullo y arrogancia.

Garth avanzó detrás de Naru intentando ocultar el desdén que le inspiraba toda aquella aparatosa mascarada. Entraron en el pasillo principal, que ya estaba saturado por el aroma dulzón del incienso, y acabaron emergiendo a la luz llameante del sol de mediodía. Cuando salieron de la Casa hubo un tumulto ensordecedor, y Garth sintió que el corazón le empezaba a latir más deprisa.

Una marea de humanidad llenaba la Plaza de un extremo a otro. Todos los habitantes de la ciudad y los centenares de miles de visitantes, que habían viajado desde los confines más lejanos de los Reinos del Oeste e incluso desde más allá de los Grandes Mares para asistir a los combates, se apretujaban en el inmenso recinto. Durante la noche, después de que los disturbios del día anterior hubieran sido duramente reprimidos, miles de trabajadores habían erigido graderíos que bordeaban los senderos procesionales que llevaban hasta el centro de la Plaza y rodeaban el Palacio del Gran Maestre.

Casi todos los sitios habían sido alquilados por nobles y comerciantes adinerados, que así podrían estar por encima del gentío pestilente que se agitaba y se empujaba incesantemente. Mientras Garth contemplaba con asombro aquel espectáculo increíble, un graderío se derrumbó y la turba lanzó un estruendoso rugido de aprobación ante la caída de aquellos que habían creído ser mejores que el populacho.

La aullante multitud de partidarios de la Casa Marrón se agitó y trató de acercarse un poco más al sendero cuando la procesión entró en la Gran Plaza. Las turbas que rodeaban a Garth agitaban estandartes marrones o tiras de sucia tela marrón, y cantaban, maldecían y aullaban, totalmente absortas en un enloquecido frenesí de alegría. Los sirvientes que precedían a los luchadores avanzaron por el angosto camino que era mantenido despejado por las hileras de guerreros del Gran Maestre, y las masas se empujaron y pelearon por las monedas de cobre y las entradas gratuitas al Festival que estaban siendo arrojadas por los sirvientes. Garth vio cómo toda una urna saltaba por los aires, y rió ante los esfuerzos para librarse de su carga que estaba haciendo Hammen, que muy probablemente habían sido precedidos por un apresurado llenarse los bolsillos hasta dejarlos rebosantes de monedas.

—¡Tuerto!

El grito había surgido de una sola garganta, pero fue coreado en cuestión de segundos por muchas otras y no tardó en abrirse paso velozmente a través de la multitud. El cántico se fue haciendo más potente y ensordecedor, y sus ecos se alzaron por encima del rugir histérico de las masas de cuerpos que se habían apelotonado alrededor de los senderos procesionales que estaban siendo recorridos por las otras tres Casas.

—¡Tuerto! ¡Tuerto! ¡Tuerto!

Garth volvió la mirada hacia Naru. El gigante se la devolvió, y Garth pudo percibir la confusión que se había adueñado repentinamente del luchador. La turba tenía un nuevo héroe. Naru miró a su alrededor con el ceño fruncido, irritado al ver lo veleidosa que podía llegar a ser la multitud. Garth se puso detrás de él, extendió las manos y agarró los extremos de la capa del gigante, levantándola del suelo en una exhibición de obediencia al interpretar el papel de un sirviente. Naru miró por encima de su hombro, sonrió y volvió a avanzar con sus orgullosos andares contoneantes de luchador que se pavonea. Los que estaban más cerca de la procesión, que podían ver las acciones de Garth, se callaron y le contemplaron con obvia confusión, pero media docena de filas atrás su gesto era totalmente invisible, y la multitud siguió rugiendo su nombre.

La procesión continuó avanzando lentamente hacia el palacio, y la multitud se apresuró a ocupar el tramo de sendero que iba dejando libre y la siguió, agitando sus estandartes y lanzando vítores. Las masas de seguidores que contemplaban el avance de la Casa de Fentesk, y que seguían al cortejo de la Casa de Fentesk a la izquierda y al de la Casa de Kestha a la derecha, no tardaron en codearse con los partidarios de Bolk. Las peleas empezaron a surgir entre los grupos rivales, pero aquellos enfrentamientos sólo servían para reforzar todavía más el aura general de fiesta y nerviosa excitación. Las cuatro procesiones entraron en la parte central de la Gran Plaza, y los Maestres de cada Casa iniciaron sus espectáculos. Chispas de luz aparecieron por encima de las procesiones y negras nubes se formaron rápidamente a cien metros por encima de las cabezas de sus integrantes, y los rayos destellaron por toda la Plaza. Dragones de luz surcaron los aires y un dragón de Ingkara luchó durante unos momentos con un dragón de Fentesk, y la multitud lanzó alaridos de placer cuando vio estallar al dragón de Fentesk. Aquello estuvo a punto de provocar otra pelea entre los partidarios de las dos Casas, y el disturbio sólo pudo evitarse gracias a que Ingkara obedeció las reglas del desfile, que prohibían cualquier muestra de conflicto, e hizo desaparecer su dragón entre una humareda, con lo que puso fin a cualquier desafío directo de poder.

Las cuatro procesiones acabaron juntándose delante del gigantesco palacio en forma de pirámide del Gran Maestre, y avanzaron hacia la fachada del edificio. Tulan de Kestha flotaba sobre una nube grisácea y los rayos bailoteaban a su alrededor, iluminando su presencia con una claridad ultraterrena. Varnel de Fentesk parecía estar cabalgando una columna de fuego que ardía y chisporroteaba a su alrededor, y Jimak de Ingkara montaba un embudo de viento que aullaba y silbaba. Los estandartes de sus seguidores chasqueaban sobre sus cabezas, y el tornado en miniatura se adueñaba de los sombreros y los lanzaba hacia el cielo para que volvieran a caer lentamente hasta el suelo.

Garth entrevió a Varena al frente de la columna de luchadores Naranja avanzando con una fluidez tan impasible que casi rozaba la languidez, y Varena le lanzó una fugaz mirada antes de desviar la vista. La agitación de los centenares de miles de cuerpos que atestaban la Plaza había alcanzado una intensidad casi febril, y durante un momento Garth tuvo la sensación de que toda apariencia de control no tardaría en desaparecer para dejar paso a una enloquecida bacanal de peleas y altercados.

Y entonces se oyó una estridente nota de clarín que pareció caer del cielo y que se abrió paso a través de aquel rugir desenfrenado. La nota se convirtió en un coro de trompetas que subieron y bajaron por toda la escala tonal, contrapunteándose unas a otras en una estridente armonía. Después le llegó el turno a los gigantescos tambores, que retumbaron con un redoblar rítmico e insistente al que se unió el acorde atronador de un órgano. Los sonidos fueron creciendo hasta que sus ecos acabaron rebotando por toda la Plaza. Una entrada secreta que se encontraba en el centro de la fachada de la pirámide se abrió de repente, y un haz de claridad dorada brotó de ella. Las fuentes que rodeaban el palacio, que habían permanecido inactivas hasta aquel momento, cobraron vida de repente lanzando sus chorros a treinta o cuarenta metros de altura. Los géisers que brotaron directamente delante del palacio capturaban la luz que surgía de la pirámide y la disgregaban convirtiéndola en un arco iris de colores. Nubes de humo aparecieron alrededor de la cima de la pirámide y se oyeron potentes explosiones causadas por alguna temible alquimia, y más chorros de humo salieron disparados hacia el cielo y detonaron en estallidos multicolores, que fueron seguidos por una nueva salva de explosiones atronadoras que arrancó un aullido de miedo a la multitud y la sumió en un salvaje éxtasis de abandono y entrega a la asombrosa celebración. Una cataclísmica andanada de explosiones enguirnaldó la cima de la pirámide, y un instante después todos pudieron ver cómo una enorme bandera surgía de la humareda y se desplegaba para revelar el estandarte polícromo e iridiscente de Zarel Ewine, Gran Maestre de la Arena, Altísimo y Exaltado Gobernante de los Reinos del Oeste, y Legado Mortal de Kuthuman, El Que Camina Por Lugares Desconocidos.

La multitud, que se había estado enfrentando a las fuerzas del Gran Maestre hacía tan sólo un día, empezó a vitorearle como si se lo hubiera perdonado todo, visiblemente dominada por la atmósfera de frenesí y abandono del momento. Una sombra oscureció el chorro de luz que brotaba de la pirámide y un momento después el clarín, el órgano y el tambor llegaron a un nuevo crescendo de delirio sonoro y el Gran Maestre salió flotando por la abertura de la pirámide para comparecer en la Plaza. Era como si estuviese cabalgando sobre el haz de luz, y la claridad envolvía su silueta en un halo de fuego celestial.

El último eco de la fanfarria y de las atronadoras explosiones acabó disipándose, y los centenares de miles de espectadores que atestaban la Gran Plaza se sumieron en el silencio más absoluto imaginable. El Gran Maestre permaneció inmóvil durante unos momentos y después extendió lentamente los brazos hacia adelante, casi como si estuviera preparándose para lanzar un desafío ritual, y un murmullo de nerviosa inquietud se extendió por la multitud a pesar de que se trataba de un gesto de afable bienvenida.

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