Arena

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Capítulo 10

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Zarel volvió a quedarse inmóvil. Un balcón de oro surgió de la pirámide por debajo de donde estaba, y Zarel bajó flotando hasta él. Los cuatro Maestres de Casa le imitaron, aunque Garth pudo detectar un ligero desafío por parte de Kirlen, que retrasó su descenso hasta que Zarel estuvo sosteniéndose sobre sus pies como el resto de mortales. Kirlen siguió suspendida en el aire durante unos momentos y acabó bajando lentamente hacia el balcón. Su gesto no pasó desapercibido para los partidarios de Bolk, y una ondulación de aplausos se extendió velozmente a través de la multitud y fue respondida casi al instante por un contrapunto de burlas despectivas y protestas procedente del resto del gentío y, sorprendentemente, por algunos gritos de aprobación.

Zarel permaneció inmóvil durante un momento que pareció hacerse interminable y en el que mantuvo la mirada clavada en Kirlen como si se estuviera preparando para responder a su gesto de desafío, pero acabó ladeándose de una manera casi imperceptible, como si hubiese decidido ignorarla. Garth esperó, percibiendo las sutiles relaciones que estaban desarrollándose ante sus ojos mientras Kirlen mantenía su desafío con una sombra de apoyo casi impalpable por parte de los otros Maestres de Casa, que habían olvidado sus odios mutuos aunque sólo fuese durante un instante.

Garth alzó la mirada hacia Zarel y vio que el Gran Maestre tenía los ojos clavados en su rostro, y también pudo percibir la rabia que estaba disimulando al precio de un terrible esfuerzo. Resultaba obvio que Zarel estaba intentando resistirse a la tentación de ordenar una masacre para poder capturarle.

Garth permitió que una sonrisa casi imperceptible frunciera sus labios, y se inclinó con sarcástico desdén ante el Gran Maestre. Los que se encontraban detrás de las hileras de luchadores estaban presenciando todo aquel enfrentamiento silencioso entre Garth y el Gran Maestre, y hubo una nueva salva de aplausos.

Zarel no dijo nada, pero sus rasgos se volvieron de color carmesí. Los que estaban más lejos no podían ver lo que ocurría, y el cada vez más largo retraso estaba haciendo que empezaran a impacientarse. Una nerviosa agitación de cuerpos recorrió la Plaza. Zarel desvió la mirada de Garth y la volvió hacia la Plaza, y la multitud guardó silencio.

—¡Hoy es el primer día del Festival! —anunció Zarel.

Una ensordecedora explosión de vítores estalló en la Plaza, tan increíblemente potente y estrepitosa que Garth casi tuvo la sensación de que el sonido había adquirido una forma física. Miró a su alrededor y vio que los luchadores también se estaban dejando arrastrar por toda aquella excitación. Tenían los ojos muy abiertos y respiraban con jadeos rápidos y entrecortados, y algunos habían levantado los brazos en un gesto involuntario, como si ya se encontraran dentro de los círculos de combate.

Zarel se puso en pie y salió flotando de la plataforma mientras los relámpagos se agitaban a su alrededor, y hubo un nuevo estallido de clarinazos, redobles de tambor y estridentes gemidos de las notas más agudas del órgano. El Gran Maestre acabó deteniéndose sobre una gran plataforma recubierta por láminas de oro y sostenida por ruedas gigantescas que tenían la altura de dos hombres y que era remolcada por media docena de mamuts uncidos a un arnés. Cien trompeteros hicieron sonar una fanfarria triunfal, y la cabeza del cortejo volvió a ponerse en movimiento mientras el cielo quedaba nuevamente lleno de explosiones. Una falange de guerreros desfiló alrededor del impresionante estrado del Gran Maestre y la multitud se empujó y se dio codazos para abrirle paso, en una considerable agitación durante la que más de un infortunado acabó cayendo bajo las patas de los mamuts o las rechinantes ruedas de la plataforma.

Detrás de ella avanzaba la procesión de Ingkara, ocupando el sitio de honor por ser la Casa que había salido vencedora del último Festival, con lo que había obtenido el honor de proporcionar el sirviente del Caminante. Detrás de sus luchadores venía la procesión de Fentesk, que había quedado en segundo lugar, y después desfilaban Kestha y, en último lugar, Bolk. El gentío se agitó a su alrededor mientras el desfile iba atravesando la Plaza. Los espectadores de las callejas laterales echaron a correr para colocarse delante de la nueva procesión que se formaría en las puertas de la arena, y hubo una estampida general de cuerpos.

El cortejo pasó por delante del sitio vacío en el que se había alzado la Casa de Oor-tael, y Garth se dio cuenta de que estaba siendo observado y alzó la mirada para ver cómo Kirlen se daba la vuelta y clavaba los ojos en su rostro. Garth inclinó respetuosamente la cabeza medio esperando sentir el latigazo de otro sondeo, pero éste no se produjo.

Llegaron a la gran avenida que salía de la Plaza y bajaba durante dos mil metros de pendiente hasta llegar a las puertas de la ciudad. Cada tejado estaba repleto de espectadores, y los colores de la multitud ya se mezclaban unos con otros. Los partidarios de las cuatro Casas gritaban histéricamente hasta quedarse sin voz cuando veían pasar a sus favoritos. Y un cántico volvió a surgir de las gargantas de la turba...

—¡Tuerto! ¡Tuerto! ¡Tuerto!

Garth bajó la cabeza, pero el grito siguió resonando a su alrededor. Alzó la mirada durante una fracción de segundo y vio un destello de cabellos oscuros y una armadura de cuero no muy limpia sobre un tejado, pero Norreen desapareció casi al instante.

La procesión por fin había llegado a las puertas de la ciudad. El sol del mediodía daba mucho calor a pesar de que era otoño, y el aire estaba cargado de humo, incienso, polvo y el hedor de los cuerpos sin lavar.

Los desmayos se estaban empezando a producir por docenas, y la persona que sucumbía a la insolación era despojada inmediatamente de todas sus pertenencias por quienes estaban a su alrededor.

Enormes barriles de vino y cerveza estaban siendo abiertos en prácticamente cada esquina, con las jarras llenas de bebida vendiéndose por una moneda de cobre, y el alcohol barato y de mala calidad inflamaba a la multitud hasta extremos de histeria todavía más salvajes.

Garth dejó escapar un suspiro de alivio cuando la procesión de guerreros de Bolk acabó pasando por debajo de la puerta y el sol y el ruido desaparecieron durante un fugaz instante. La procesión empezó a salir por el otro lado, y Garth por fin vio la arena que se extendía debajo de ellos, y sintió que se le aceleraba el pulso.

La arena había sido construida en un valle al que la naturaleza había dado forma de cuenco y que se encontraba justo delante de las puertas de la ciudad al sur del puerto, que estaba repleto de navíos. La zona de combates medía más de seiscientos metros de diámetro, y toda la circunferencia estaba ocupada por filas de gradas que se alzaban unas sobre otras hasta superar el centenar de graderíos, lo cual proporcionaba asiento a más de trescientos mil espectadores. La gran pendiente que se iniciaba en la arena e iba subiendo gradualmente hacia la ciudad serviría para acoger a los centenares de miles de personas más que no habían podido conseguir entradas para presenciar el espectáculo, por lo que sólo podían albergar la esperanza de ver el enfrentamiento de criaturas tan diminutas como hormigas que se agitarían y lucharían muy por debajo de ellas. La enorme explanada ya había sido ocupada por la multitud, y los que podían permitirse el lujo de pagar un asiento iban entrando en la arena para llenar los graderíos.

La procesión fue bajando por la ladera de la colina, y los vítores surgieron de la arena y fueron a su encuentro. La cabeza de la procesión acabó describiendo una curva, pasó por debajo de un gran arco y entró en el centro de la arena y la multitud rugió dominada por un frenesí insensato, con lo que Garth tuvo la sensación de estar enfrentándose al ataque de un aullido demoníaco. La arena se hallaba claramente dividida en cuatro áreas indicadas por los estandartes temblorosos que agitaban los espectadores. La procesión, todavía encabezada por Zarel, avanzó a través del centro de la arena, y después se disgregó para seguir avanzando en cuatro direcciones distintas. Cada grupo de luchadores ocupó su posición delante de las secciones de la arena reservadas para sus partidarios. La quinta sección se encontraba en el lado oeste de la arena, directamente debajo del gran tablero que mostraría las apuestas para cada combate. Allí se sentarían los nobles y los comerciantes adinerados, así como los luchadores y guerreros del Gran Maestre, ocupando una serie de asientos en los que podrían disfrutar de la brisa refrescante que llegaba del mar. El trono reservado para el Gran Maestre de la Arena, Zarel Ewine, se encontraba directamente delante de aquella sección y se alzaba sobre el límite de la zona de combates.

El contingente de luchadores Marrones llegó a su sección, y Garth dejó escapar un suspiro de alivio. La formación se detuvo y después rompió filas para ocupar asientos con sombra en un graderío colocado sobre el comienzo de la arena. La larga caminata no había ayudado en nada a calmar el doloroso palpitar de la resaca que seguía notando en la cabeza. Los aullidos de la multitud resonaban de un lado a otro de la arena, y parecían ser intensificados por el calor, los remolinos de polvo, el hedor pestilente de cuerpos sin lavar y los pesados olores de comida grasienta que estaba siendo preparada en los centenares de puestos que ocupaban el anillo superior del estadio.

La fanfarria de trompetas volvió a sonar y la multitud reaccionó de manera sorprendente calmándose casi al instante, sumiéndose en un silencio que Garth agradeció enormemente.

Garth vio cómo la diminuta silueta del Gran Maestre avanzaba al otro extremo del estadio mientras una procesión de monjes encapuchados que transportaban un enorme brasero humeante surgía de un túnel que terminaba en un lado de la arena. Los espectadores sentados en la arena se levantaron, y Garth miró a su alrededor y vio que todos los luchadores habían inclinado la cabeza.

El Gran Maestre se detuvo delante del brasero y alzó las manos, y las llamas saltaron hacia el cielo acompañadas por un chorro de humo negro que se fue desplegando en alas de la débil brisa que llegaba desde el mar.

—El Gran Caminante de Reinos Desconocidos vendrá el tercer día del Festival para recibir su tributo y al luchador escogido en el suelo de la arena.

La voz de Zarel, amplificada mediante poderes mágicos, llegó hasta los confines más distantes de la arena y cayó sobre Garth como una irresistible oleada de sonido.

—¡Disponemos de tres días para encontrar al luchador que será digno de ser conocido como sirviente de Aquel Que Lo Gobierna Todo!

—¡Que así sea!

La réplica fue rugida por medio millón de voces, pero Garth permaneció en silencio salvo por una maldición casi inaudible que escapó de sus labios y que se perdió en el salvaje paroxismo de alaridos y gritos.

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