Arena

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Capítulo 12

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—Con la excepción de los apostadores —replicó Garth—. Acaba de estropearles el día a menos que puedan ofrecer unas condiciones todavía mejores.

—Y una cosa más, amigos míos...

—siguió diciendo Zarel—. Cualquier luchador que haya declarado que el combate se librará a muerte y acabe con su oponente, recibirá un hechizo de mi tesoro personal que podrá escoger del contenido de mi bolsa y que le entregaré con mis propias manos, o quinientas monedas de oro.

Muchos luchadores alzaron los puños en la arena, saludando al Gran Maestre con visible alegría.

—Se va a gastar una auténtica fortuna para volver a congraciarse con ellos —dijo Hammen.

—Y los Maestres de las Casas perderán a sus mejores luchadores —dijo Garth en voz baja—. Sí, es un auténtico golpe de genio por su parte.

Garth volvió la cabeza hacia Kirlen, y pudo percibir la rabia que se había adueñado de ella. Si los Maestres de las Casas se atrevían a tratar de protestar ante lo que estaba claro iba a ser una auténtica carnicería de luchadores, la multitud se amotinaría..., pero esta vez contra ellos. Zarel había conseguido ser más listo que los Maestres, al menos por el momento, y además había conseguido debilitarles durante el proceso.

La mujer que iba a arbitrar el combate de Garth fue hacia él y extendió la mano. En su palma había una ficha blanca y una ficha negra.

—Escoge: a muerte o por un hechizo —dijo con voz gélida.

—¿Qué ha sido de la declaración pública? —preguntó Hammen.

—Dile a tu sirviente que se calle, o haré que le arranquen la lengua —gruñó la mujer.

Garth la contempló sin inmutarse y acabó cogiendo la ficha blanca.

—Combate por un hechizo —dijo.

La mujer le contempló con abierto sarcasmo, y después giró sobre sí misma y empezó a cruzar el círculo hacia donde la esperaba el oponente de Garth.

—Realmente brillante... —murmuró Hammen—. Casi todos los luchadores supondrán que su adversario va a escoger el combate a muerte, así que optarán por el combate a muerte con la esperanza de ganar el premio que ofrece el Gran Maestre. La arena se va a convertir en un auténtico matadero.

La mujer se detuvo delante de Ulin y extendió las manos, y Ulin cogió una de las dos fichas que se le ofrecían. Su elección haría que el combate se librase por un hechizo o a muerte. La mujer volvió a cruzar el círculo, cogió una bandera roja y la izó en el poste. Banderas rojas aparecieron por toda la arena, y la multitud enloqueció en un estallido de sed de sangre.

—¡Luchad!

Garth saltó a la arena, y se lanzó sobre su oponente moviéndose a toda velocidad. Ulin ya tenía los brazos extendidos y se apresuraba a invocar su maná para crear el primer hechizo. Garth siguió corriendo hacia él y desenvainó su daga mientras lo hacía. Ulin alzó la mirada hacia Garth, y se dispuso a señalarle con la mano en el mismo instante en que Garth chocaba con él y le golpeaba en un lado de la cabeza con la empuñadura de la daga. Ulin se desplomó sobre su espalda.

Pero un instante después ya estaba nuevamente en pie y desenvainaba su daga con un aullido de rabia para lanzar un tajo contra Garth. Garth lo esquivó saltando a un lado.

—¡Quédate en el suelo y compórtate como si te hubiera dejado sin sentido, maldito seas! —rugió Garth.

Pero Ulin, que parecía impulsado por una furia incontrolable, volvió a lanzarse sobre él, atacándole con una finta baja primero y un tajo dirigido hacia la garganta después mientras giraba incesantemente sobre sí mismo para quedar encarado hacia el lado ciego de Garth.

La mano de Ulin se deslizó sobre el suelo del estadio y recogió un puñado de tierra apisonada que lanzó al rostro de Garth. Garth quedó cegado y retrocedió tambaleándose. Los gritos de la multitud alcanzaron tal intensidad de histeria que le impidieron oír desde qué dirección podía estar aproximándose su contrincante.

Garth se dejó caer hacia atrás, guiado por el instinto, y sintió cómo Ulin pasaba por encima de él. Después rodó sobre sus hombros y dio un salto mortal, saliendo de él con los pies en el suelo mientras intentaba quitarse la tierra del ojo.

Ulin siguió atacando implacablemente, moviéndose a tal velocidad que Garth ni siquiera tuvo tiempo de erigir un círculo de protección. Garth volvió a rodar sobre sí mismo y la hoja de Ulin le rajó el hombro, y la visión de la sangre hizo que los vítores y alaridos se volvieran todavía más ensordecedores.

Garth apenas podía ver, pero presintió que estaba a punto de recibir otro tajo y alzó el brazo izquierdo para detener el golpe. El filo de la daga le abrió la muñeca, y el gélido dolor de la herida le dejó aturdido y confuso.

Ulin retrocedió y volvió a atacar. Garth se agachó para esquivar el golpe, y contraatacó extendiendo las piernas. Logró patear a Ulin justo debajo de la rodilla izquierda, y el luchador se desplomó. Ulin se recuperó enseguida y saltó sobre Garth, tratando de inmovilizarle en el suelo. Los dos rodaron sobre la tierra apisonada del estadio y Ulin trató de hundir su daga en el ojo de Garth. Garth ladeó la cabeza un instante antes de que el golpe cayera sobre ella, y la daga le desgarró la mejilla.

Ulin lanzó un aullido de deleite, arrancó su daga del suelo y la alzó para asestar un golpe letal.

Garth logró liberar su mano derecha justo cuando la daga ya empezaba a descender e impulsó su hoja hacia arriba. La daga entró por debajo del mentón de Ulin, atravesando su paladar y subiendo hasta incrustarse en su cerebro.

El golpe de Ulin falló el blanco. Garth soltó su daga mientras Ulin lograba levantarse en una prodigiosa exhibición de fuerza casi sobrenatural, con la daga de Garth hundida hasta la empuñadura en su mandíbula inferior.

Un jadeo de asombro escapó de la multitud al ver cómo el luchador se tambaleaba de un lado a otro. Después las piernas se le fueron doblando con una increíble lentitud, y Ulin acabó derrumbándose. Garth logró ponerse de rodillas y los alaridos de la multitud atronaron a su alrededor mientras intentaba recobrar el aliento, envolviéndole en una oleada de sonidos tan ensordecedora que sintió el deseo de taparse los oídos para escapar de ella.

Sintió que unas manos le agarraban por los hombros.

—Cúrate... ¡Vamos, cúrate! ¡Morirás desangrado!

Garth miró a Hammen, y acabó volviéndose hacia Ulin.

—No tienes tiempo para él, maldita sea... ¡Cúrate de una vez!

Garth asintió con un jadeo entrecortado y se concentró en su maná. El poder llegó muy despacio mientras sentía cómo su organismo se iba debilitando rápidamente, pero por fin estuvo allí y Garth extendió lentamente las manos. La sangre que brotaba de su muñeca, brazo y cara dejó de manar, y la piel desgarrada se unió mientras Garth sentía cómo iba recuperando las fuerzas perdidas.

Pero el trueno de la multitud seguía retumbando sobre él. Garth se puso en pie, jadeando y tosiendo, y entrecerró el ojo para protegerlo del resplandor abrasador del sol de la tarde, que se reflejaba en el suelo de la arena.

—¿Por que no le clavaste la daga con tu primer golpe? —preguntó Hammen.

—Porque pensé que podría dejarle sin sentido —murmuró Garth.

—Olvídate de la caballerosidad, ¿de acuerdo? —replicó secamente Hammen—. Esto es una competición a muerte, y te aconsejo que no lo olvides.

Garth recorrió la arena con la mirada y vio que media docena de combates aún no habían terminado. Una araña gigante correteaba por un círculo del extremo sur de la arena con un luchador que se retorcía agónicamente alzado entre sus patas delanteras, y los espectadores de esa sección saltaban sobre sus asientos con salvaje abandono. En el lado este, dos pequeños ejércitos de esqueletos y no muertos se enfrentaban, y al norte de Garth un luchador estaba paseándose orgullosamente por su círculo mostrando la cabeza del oponente al que acababa de matar.

Garth fue hacia el cuerpo de Ulin y le miró.

—Maldito seas... —suspiró.

Se inclinó, extrajo su daga, la limpió en el suelo y después cortó la bolsa y arrojó un paquetito de maná al árbitro. La multitud prorrumpió en frenéticos aplausos.

Garth giró sobre sí mismo y se dispuso a volver a la sección de los Marrones.

—Es una pena que no quisieras luchar a muerte, tuerto —dijo la mujer que había arbitrado su combate, hablándole en un tono claramente sarcástico—. Podrías haber obtenido un gran premio.

—No necesito más hechizos, y al infierno con el dinero manchado de sangre —replicó secamente Garth.

Garth, que todavía jadeaba, atravesó lentamente la arena sin prestar ninguna atención a los alaridos de la multitud, que se puso en pie para ovacionarle. Llegó al toldo, fue hasta la mesa llena de comida y vino y se sirvió una copa mientras los últimos combates iban terminando en la arena.

—¿Qué tal le ha ido a Varena? —preguntó mientras se volvía hacia la inmensa explanada.

Hammen señaló el tablero de anuncios.

—Ganó —dijo.

Garth asintió y no dijo nada.

Naru volvió a los graderíos de los Marrones. Estaba cubierto de sangre, y llevaba la bolsa de un luchador de la Casa de Fentesk en la mano.

—Hacía años que no veía tantas muertes —anunció con alegre jovialidad—. Muchos buenos hechizos.

Fue hasta la mesa, se detuvo al lado de Garth y cogió una jarra de vino, que apuró con una larga serie de tragos a los que siguió un atronador eructo de satisfacción en cuanto hubo apagado la sed que le devoraba.

—Ah... Mucho mejor. Quizá lucharemos, y entonces me quedaré con tu bolsa.

Garth alzó la mirada hacia Naru.

—Resulta difícil de admitir, pero... Bueno, creo que estás empezando a caerme bien, Naru.

El gigante dejó escapar una risita.

—Tú también empiezas a caerme bien —dijo con tristeza—. Lástima.

—No escojas a tus amistades entre los luchadores, luchador.

Garth se volvió y vio a Kirlen inmóvil detrás de él.

—Tú tienes la culpa de toda esta carnicería —dijo Kirlen—. Lo sabes, ¿verdad? Todas las Casas perderán a sus mejores luchadores hoy y mañana.

—Pues entonces detenedle.

—No podemos —Kirlen movió una mano en un gesto que abarcó a toda la multitud, que acababa de ponerse en pie y aullaba, dominada por la sed de sangre mientras dos luchadores que ya habían agotado todos sus hechizos se tambaleaban dentro del círculo, lanzándose tajos con sus dagas—. Está matando a más luchadores de los que habríamos perdido en media docena de Festivales sólo para poder acabar contigo y volver a congraciarse con la multitud.

Garth tomó un sorbo de su vino.

—Y eso debilitará terriblemente a los cuatro Maestres, ¿eh? —dijo después—. Ya os he dicho lo que creo que deberíais hacer: detenedle de una vez.

Kirlen meneó la cabeza y no dijo nada.

—Espera, a ver si lo adivino... —siguió diciendo Garth—. Os ha sobornado, ¿verdad? La pérdida de contratos os será compensada a lo largo de los dos años próximos.

—Maldito bastardo... —murmuró Kirlen, y su voz apenas resultó audible por encima de los alaridos.

—Y tú aceptaste su soborno, naturalmente.

—Los otros también aceptaron.

—Oh, por supuesto —replicó Garth, y su voz estaba llena de desprecio—. Bien, ¿por qué no intentas matarme ahora mismo para conseguir el resto del soborno?

—A su debido tiempo... A su debido tiempo.

Garth meneó la cabeza y volvió a su asiento.

Una explosión de sonido barrió la arena cuando el último combate terminó con la muerte de los dos contrincantes. Los dos luchadores se habían apuñalado salvajemente, y a ninguno le quedaba un solo hechizo curativo disponible. Los dos se retorcieron durante lo que pareció toda una eternidad hasta que acabaron quedándose inmóviles. Los espectadores lanzaron gritos histéricos, y acogieron el espectacular final de la cuarta ronda con saltos y carcajadas. Todos los que habían apostado en aquel combate habían perdido su dinero, pero eso no les impidió acoger con vítores un final que sería comentado durante años en las tabernas y las esquinas.

—Bueno, no cabe duda de que hoy sí que le están sacando provecho al dinero que les ha costado la entrada —dijo Hammen con voz gélida antes de apurar una jarra de vino.

La urna que contenía los nombres de los supervivientes fue traída de nuevo, y el monje empezó a sacar de ella los discos de oro para formar las nuevas parejas de combatientes. Los primeros nombres empezaron a salir de la urna, y toda la arena se puso en pie.

—Vas a luchar con Naru —murmuró Hammen.

—Maldición...

Garth se irguió lentamente y miró al gigante, que estaba contemplando el tablero con la boca abierta hasta que su sirviente le explicó el significado de los símbolos. Naru giró sobre sí mismo y miró a Garth, y después movió una enorme manaza pidiéndole que fuera con él. Naru salió de debajo del toldo y emergió a la claridad deslumbrante que bañaba la arena, y Kirlen fue cojeando hasta él, le dijo algo y después le dio la espalda y se marchó al ver llegar a Garth.

Garth fue hacia Naru.

—Será a muerte, tuerto —dijo el gigante.

—Lástima —replicó Garth—. Ya te he dicho que empezabas a caerme bien a pesar de que eres más estúpido y cabezota que un buey.

Naru echó la cabeza hacia atrás y rió.

—Todos creen que eso tiene mucha gracia —dijo—. ¿Cómo es posible que Naru sea tan tonto y controle tan bien el maná? No sé cómo lo hago.

—Una pequeña broma de la naturaleza —resopló Hammen.

—Tú también me caes bien —dijo Naru, bajando la mirada hacia Hammen—. Serás mi sirviente después de que el tuerto haya muerto.

—No lo creo —dijo Hammen.

—¿Qué te ha ofrecido Kirlen? —preguntó Garth.

—Podré escoger entre sus hechizos si te mato.

—¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez qué razón puede tener para querer verme muerto?

—Causas muchos problemas.

Naru volvió a bajar la mirada hacia Garth y meneó la cabeza.

—Hay algo que no me gusta en esto... —dijo—. A Naru le gusta luchar, pero hoy han muerto demasiados amigos. Demasiados... Cuando esto haya acabado, Naru no tendrá a nadie con quien divertirse.

Llegaron a su círculo, y Garth miró a su alrededor y vio que Varena avanzaba lentamente hacia el círculo que se le había asignado y que un luchador Púrpura iba hacia el otro lado de éste.

—¿Quién va a luchar con ella? —preguntó.

—Mal asunto, Garth... —murmuró Hammen—. Ese tipo es el luchador favorito de Jimak. Teniendo en cuenta lo que está ocurriendo, no me sorprendería nada que le hubiera prestado algunos de sus hechizos. Espero que ella haya recibido la misma oferta del Maestre de su Casa.

—Y la muy estúpida la habrá rechazado, claro —dijo Garth—. Demasiado sentido del honor.

—No te preocupes por ella ahora —replicó Hammen—. Recuerda que la última vez pillaste por sorpresa a esa montaña de músculos, pero Naru no permitirá que eso vuelva a ocurrir. No dejes que se te acerque. Si acabáis luchando cuerpo a cuerpo, te hará trocitos y luego se limpiará los dientes con tus costillas. ¿Qué tal te encuentras?

—Aún no me he recuperado del todo del último combate.

—Oh, estupendo —suspiró Hammen.

La última trompeta lanzó su llamada, y la mujer que arbitraría el combate fue hacia Garth y le mostró las dos fichas. Garth volvió a escoger la ficha blanca. La mujer fue hacia Naru, y un momento después volvió a su cuadrado y alzó una bandera roja que fue acogida con vítores ensordecedores por la multitud.

—Buena suerte, amo —dijo Hammen.

—Es la primera vez que me deseas suerte.

—Es la primera vez que la necesitas.

—Gracias por la confianza.

—No es cuestión de confianza —replicó Hammen—. Es cuestión de ser realista, nada más.

—¡Luchad!

Garth entró en el círculo, concentró su voluntad y empezó a hacer acopio de su maná al instante. No lanzó ningún ataque, y decidió mantenerse en guardia e ir acumulando el máximo de fuerzas posible. Naru acabó haciendo el primer movimiento al enviar un mamut contra él, y Garth por fin respondió creando un muro de árboles delante del que se alzaba una impenetrable aglomeración de espinos que enfureció al mamut y le hizo lanzar trompeteos de rabia infructuosa, especialmente cuando los espinos empezaron a clavarse en sus patas. Un instante después Garth se sorprendió al ver que Naru lanzaba una manada de lobos contra él, atacándole mediante un maná que no había sospechado que el gigante fuera a utilizar. Los lobos se deslizaron por entre los troncos, y Garth creó lobos para que se enfrentaran a ellos y detuvieran su ataque. Una explosión procedente de otro círculo hizo vibrar el aire y estuvo a punto de hacer caer a Garth, que se arriesgó a lanzar una rápida mirada hacia atrás para ver cómo Varena y su oponente libraban una encarnizada contienda dentro de un círculo envuelto en llamas.

Garth volvió a concentrar la atención en su combate y se sobresaltó al descubrir que no podía ver a Naru. ¡El gigante parecía haber desaparecido!

Hubo un repentino estrépito entre los árboles y el gigante apareció en la circunferencia del círculo a la izquierda de Garth. Los árboles se resecaban y morían a su alrededor. Garth dio vida a un árbol. Naru se echó a reír y se encaró con él para librar un feroz combate cuerpo a cuerpo, arrancando los miembros rama del árbol y arrojándolos a un lado hasta que la criatura arbórea acabó derrumbándose y pereció.

Una oleada de ataques cayó sobre Garth, desde orcos y trasgos hasta enanos enfurecidos que hacían girar sus hachas de guerra pasando por criaturas sin nombre surgidas de la oscuridad.

Garth replicó a los ataques dirigiendo su ofensiva contra el maná de Naru, debilitando las tierras que daban sostén a su magia y erigiendo círculos de protección cada vez que los esbirros de Naru se aproximaban demasiado, y enviando contraataques de criaturas aladas y elfos de Llanowar que se lanzaron con salvaje entusiasmo sobre los enanos y no pararon de luchar hasta haberles aplastado.

El progresivo debilitamiento de su maná acabó obligando a Naru a retirarse a su mitad del círculo, donde desplegó un muro de fuego. Los dos contendientes se quedaron inmóviles respirando de manera rápida y entrecortada, y Naru meneó la cabeza y rió con una carcajada enronquecida que hacía pensar en el jadear de un toro.

—Eres un buen tipo —dijo—. Lástima que debas morir ahora...

Naru movió las manos e inició una nueva ofensiva. Criaturas surgidas del aire, de la arena y de las profundidades se fueron sucediendo en una serie de feroces ataques. Garth fue retrocediendo poco a poco y la multitud, ya enloquecida por la histeria, se dio cuenta de que el combate estaba llegando a un impresionante clímax y lanzó rugidos de deleite.

Garth erigió más árboles y continuó retirándose lentamente, rechazando los ataques que lograban abrirse paso a través de su protección pero pareciendo tener menos poder a cada momento que pasaba. Naru llegó al comienzo del bosque y movió la mano. Unos cuantos árboles quedaron envueltos en llamas, y Garth los sustituyó al instante por otros. Las llamas volvieron a surgir de la nada, y Garth volvió a sustituir los troncos consumidos por otros intactos.

Naru permaneció inmóvil durante un momento y meneó la cabeza con visible frustración. Garth estaba al otro lado del círculo..., y de repente se fue doblando lentamente sobre las rodillas, como si hubiera consumido su última reserva de poder mágico.

Naru dejó escapar un feroz grito de alegría y echó a correr por entre los árboles que se alzaban sobre él. La multitud parecía haber enloquecido y rugía de placer, esperando ver cómo Naru se abría paso y eliminaba a Garth con las manos desnudas.

Garth se levantó y extendió las manos hacia el bosque. Un nuevo sonido se impuso al rugir de la multitud que llenaba el estadio, y el bosque en miniatura tembló y se estremeció. Un rugido ululante hizo vibrar el aire, y una cabeza verde emergió del bosque con sus colmillos destellando bajo los rayos de sol de la última hora de la tarde. La cabeza de la Sierpe Dragón onduló de un lado a otro, moviéndose lentamente como la de una serpiente que busca su presa. La criatura se arqueó y su largo y sinuoso cuerpo se curvó fuera del bosque y bajó, posándose en la arena con un ruido atronador.

Un prolongado rugido de dolor atronó en el bosque. Los árboles se balancearon de un lado a otro y acabaron cayendo. Un gigante de piedra empezó a formarse en un extremo del bosque, pero la materialización sólo duró unos instantes. Garth movió las manos, y la cola de la Sierpe Dragón salió disparada hacia el gigante y lo derribó. Garth siguió controlando a la Sierpe Dragón, y redirigió su ataque hacia Naru.

Más árboles se derrumbaron, y la Sierpe Dragón salió del bosque. Naru estaba apresado entre sus anillos escamosos y se debatía frenéticamente mientras lanzaba alaridos de dolor. La Sierpe Dragón deslizó otro anillo alrededor de las piernas del gigante, y empezó a aplastarle bajo su peso.

El populacho aullaba como si se hubiera vuelto loco, impulsado hasta un éxtasis de emoción por todo lo que estaba viendo. Naru siguió luchando e intentó hacer caer otro diluvio de fuego desde el cielo, pero Garth contraatacó bloqueando las llamas y después aumentó la fortaleza de la Sierpe Dragón. La Sierpe Dragón envolvió a Naru en otro anillo escamoso que le inmovilizó los brazos, y empezó a apretar.

El rostro del gigante se volvió de un púrpura oscuro, y un prolongado grito de angustia que parecía haber sido exprimido de su cuerpo surgió de sus labios. Naru perdió el conocimiento, y su cabeza cayó fláccidamente hacia atrás.

El frenesí de la multitud había llegado a extremos totalmente incontrolables, y los vítores y aclamaciones retumbaron por toda la arena a pesar de que quien acababa de ser derrotado siempre había sido uno de sus luchadores favoritos.

La Sierpe Dragón alzó la cabeza, preparándose para bajar las fauces y devorar a su presa.

El griterío de la multitud se volvió atronador.

Garth el Tuerto alzó una mano.

La Sierpe Dragón pareció quedar paralizada, y un momento después desapareció entre una nube de humo.

Naru, que seguía inconsciente, cayó al suelo y se quedó totalmente inmóvil. Garth fue hacia el gigante y desenvainó su daga.

La multitud calló de repente al no entender aquella acción, pero un instante después los espectadores comprendieron que Garth pretendía asestar el golpe de gracia con su propia mano. Hubo unos cuantos vítores, pero casi todos los espectadores permanecieron en silencio.

Aquello era muy distinto a matar en el encarnizamiento del combate, y una ondulación de nerviosa incertidumbre se fue extendiendo rápidamente por todo el estadio.

Garth alzó su daga..., y la arrojó fuera del círculo, lanzándola con todas sus fuerzas. Un jadeo ahogado brotó de la arena.

—¡Ha sido un digno rival, y es mi amigo! —gritó Garth, y el populacho se sorprendió al ver que un simple luchador poseía el raro hechizo de ser oído a gran distancia—. No asesinaré a Naru para complacer a un Gran Maestre que ha pervertido todas las reglas de la arena.

—Mátale. Es un desafío de sangre.

Garth giró sobre sí mismo y miró a Zarel.

—He ganado el combate, y no lo puedes negar —replicó—. Pero no cometeré un asesinato por ti.

Zarel dejó escapar un aullido de rabia, se puso en pie y empezó a alzar la mano hacia él.

—¿También violarás esa regla? —se burló Garth.

—¡Deja que vivan!

Una voz de mujer rompió el silencio que había seguido a las palabras de Garth, y éste recorrió la arena con la mirada hasta que vio una silueta inmóvil que llevaba la armadura de cuero oscuro de una guerrera benalita. El grito de Norreen fue coreado instantáneamente por la multitud.

—¡Deja que vivan, deja que vivan!

Garth empezó a crear un escudo de protección a su alrededor sin apartar la mirada de Zarel mientras aguardaba en silencio. Zarel se volvió hacia la multitud, y se enfureció todavía más al ver que todo el mundo estaba de pie. Algunos espectadores ya habían empezado a saltar el muro y se preparaban para irrumpir en el suelo de la arena. El Gran Maestre volvió a sentarse con los rasgos blancos a causa de la furia.

Garth se inclinó sin apartar la mirada de Zarel y rozó la frente de Naru con las yemas de los dedos. El gigante se removió y abrió los ojos.

—Qué raro... ¿Esto es el otro mundo?

Garth sonrió y meneó la cabeza. Después extendió la mano hacia Naru y estuvo a punto de perder el equilibrio cuando Naru se agarró a ella y se incorporó con visible dificultad.

—Quieres decir que he perdido y que sigues vivo —murmuró el gigante.

—Algo por el estilo.

—He sido humillado, tuerto.

—Dije que quería un combate por un hechizo, así que dame un hechizo y estaremos en paz, maldita sea.

Naru hurgó en su bolsa de hechizos. Vaciló durante un momento y acabó extrayendo un amuleto de ella.

—Te entrego el Juggernaut... Es el más poderoso de todos mis hechizos —murmuró.

Garth cogió el amuleto y después estrechó la mano de Naru, con lo que la multitud prorrumpió en un nuevo y todavía más frenético estallido de vítores y aclamaciones.

Después volvieron juntos a su sección, con una mano de Naru sobre el hombro de Garth para que el todavía muy debilitado gigante no perdiera el equilibrio.

Kirlen estaba apoyada en su báculo e ignoró a Naru cuando entraron en la sombra del toldo. El gigante fue con paso tambaleante hacia la mesa de las vituallas, cogió una pesada ánfora de vino y le dio la vuelta encima de su boca abierta. El vino cayó sobre su rostro pálido y tenso como un río oscuro.

—Tu sentimentalismo no te ha ganado ningún amigo aquí —dijo Kirlen.

—Te he traído vivo a tu mejor luchador —replicó Garth.

—Y sigues vivo.

Garth sonrió y no dijo nada.

Hubo un nuevo estallido de vítores, y Garth se volvió hacia la arena y sintió una opresión en el pecho. Varena había caído al suelo, pero su oponente también había caído, y un instante después Garth vio cómo Varena se incorporaba lentamente y alzaba el puño en un gesto de triunfo.

Garth se volvió hacia Kirlen.

Los labios de Kirlen se curvaron en una sonrisa helada, y no dijo nada.

Garth volvió a su asiento. La arena retumbaba con la estrepitosa celebración del final de la quinta ronda de eliminatorias.

—Bien, ha llegado el momento de que los ganadores reciban sus coronas —anunció Hammen, apareciendo al lado de Garth.

—Pues entonces creo que ha llegado el momento de que me vaya.

—Me parece que el Gran Maestre te reserva algo especial.

Garth sonrió.

—Entonces esperemos que nuestro plan salga bien —dijo.

—Quizá deberías largarte y olvidarte de todo esto.

Garth se rió y entró en la arena. Fue acogido con una ensordecedora ovación y avanzó lentamente hacia el trono de Zarel. Las catapultas manejadas por enanos surgieron de los túneles de acceso, y los rugidos de la multitud se hicieron todavía más atronadores. Presenciar cómo los ganadores favoritos recibían honores siempre había sido un buen espectáculo, pero la oportunidad de obtener oro gratis era mucho más importante.

—Planea distraer al populacho con sobornos mientras te capturan —dijo Hammen.

—Creo que la sorpresa que le tenemos preparada resultará muy interesante —replicó Garth—. Esperemos que empiece pronto.

Los otros luchadores supervivientes se fueron alineando detrás de Garth cuando éste se acercó al trono. Garth volvió la mirada hacia Varena, que estaba pálida y visiblemente exhausta, y la saludó con una inclinación de cabeza. Una fugaz sonrisa iluminó los rasgos de Varena durante un momento, y después desvió la mirada. Garth se volvió hacia los otros luchadores, que le lanzaron miradas gélidas. Las nuevas reglas lo habían cambiado todo, y su introducción significaba que todos los vencedores estaban contemplando a unos hombres y unas mujeres que serían sus víctimas o sus verdugos al día siguiente.

Zarel se puso en pie y flotó lentamente desde su trono hasta el suelo de la arena. Cuatro de sus luchadores avanzaron transportando una bandeja de oro sobre la que estaban los laureles que eran entregados a quienes habían llegado al último día de eliminaciones. Garth no pudo evitar darse cuenta de que una falange de guerreros estaba surgiendo de los túneles de acceso, seguida por casi todos los luchadores del Gran Maestre. Los contingentes de guerreros y luchadores entraron en el suelo de la arena y empezaron a rodear el círculo dorado.

—Todos vosotros seréis mis invitados en el palacio esta noche —anunció Zarel con voz firme y tranquila.

—Ya he estado allí en una ocasión, y ceo que prefiero rechazar la invitación —replicó Garth sin inmutarse.

Zarel se volvió hacia él, y todos pudieron oír el chasquido de docenas de ballestas alzándose a su espalda.

El populacho seguía lanzando aullidos de placer, pero no eran motivados por lo que habían supuesto sería una simple ceremonia aburrida que pondría fin al día. Cuarenta carros con catapultas habían salido a la arena, y las dotaciones de enanos cargaron la primera andanada de ollas. Las catapultas fueron disparadas, y la multitud aulló de alegría cuando las ollas trazaron un veloz arco que terminó en los graderíos.

—Si luchas... Bueno, me sorprendería que llegaran a enterarse —dijo Zarel—. Voy a llenarles de oro hasta que queden saciados. Además, me atrevería a decir que a algunos de tus oponentes les encantaría verte desaparecer. De hecho, si desaparecieses, mañana incluso podríamos prescindir de la sangre y volver a la forma más tradicional de los combates.

Garth lanzó una rápida mirada de soslayo a sus rivales potenciales, y vio que sólo Varena inclinaba la cabeza en señal de que contaba con su apoyo. Garth se estiró y se limitó a sonreír.

Las dotaciones de enanos estaban recargando sus armas a toda prisa y disparaban una y otra vez, pero el siempre variable estado anímico del populacho ya estaba empezando a cambiar. Unos momentos después los gritos de alegría frenética y exuberante fueron sustituidos por alaridos de pánico y dolor.

Zarel titubeó y acabó apartando la mirada de Garth. Las ollas continuaban cayendo sobre los espectadores..., y se rompían para dejar en libertad escorpiones, avispas enfurecidas por el agitado viaje al que acababan de ser sometidas y víboras venenosas que lanzaban siseos de furia.

Todo pareció quedar inmóvil durante unos momentos, desde Zarel que contemplaba a la multitud sin entender lo que estaba ocurriendo hasta los guardias que rodeaban a Garth con las armas preparadas. Los aullidos de ira de la multitud se fueron haciendo cada vez más ensordecedores.

Más ollas cayeron del cielo y se rompieron. Los aterrorizados espectadores se debatieron alrededor de los lugares donde habían caído, y lanzaron alaridos de pánico y rabia mientras las víboras se enroscaban sobre la presa más cercana y los enjambres de avispas clavaban sus aguijones en toda la carne que encontraban.

Una benalita se levantó en la sección de los graderíos más cercana al trono del Gran Maestre y saltó hacia el muro que circundaba la arena.

—¡Zarel! —gritó—. ¡Zarel nos está matando! ¡Matadle!

Desenvainó su espada y saltó al suelo de la arena. Fue como si una presa invisible acabara de derrumbarse. La multitud empezó a descender por las hileras de graderíos, llegó al muro y lo dejó atrás como si no existiera, y la incontenible marea humana empezó a esparcirse por el suelo de la arena.

Las dotaciones de enanos seguían sin entender lo que estaban haciendo, y continuaron disparando sus ollas sobre los espectadores. Cuando el populacho llegó a ellos arrojaron el resto de ollas al suelo, pensando que la multitud estaba tan impaciente que no podía esperar a que fuesen lanzadas. Sus acciones enfurecieron todavía más al gentío, y los carros no tardaron en desaparecer bajo las oleadas de cuerpos.

Los guerreros que rodeaban a Zarel se volvieron hacia la loca embestida y se prepararon para detenerla. El pánico ya había empezado a adueñarse de ellos, y bajaron sus armas y dispararon sin vacilar. Zarel se volvió hacia Garth, comprendiendo por fin lo que había ocurrido y sabiendo que el luchador tuerto estaba detrás de ello.

Y se encontró contemplando una nube de humo verde.

Garth corrió alrededor del trono seguido por Hammen, y desapareció casi al momento entre la frenética agitación de los guerreros que intentaban volver a formar sus filas y enfrentarse al enfurecido populacho, que estaba llenando el suelo de la arena con centenares de miles de cuerpos frenéticos y jadeantes.

—¡Detrás de ti!

Garth se dio la vuelta en el mismo instante en que Varena derribaba a un guerrero que se disponía a descargar su espada sobre los hombros de Garth. Garth saltó a un lado para esquivar el cuerpo calcinado por las llamas que se derrumbó sobre él. Los tres siguieron abriéndose paso por entre los guerreros, que retrocedían tambaleándose bajo la implacable presión de la masa humana que se lanzaba contra ellos.

Garth alzó las manos, y los guerreros se apartaron al sentir cómo un terror incontrolable les oprimía el corazón. Garth siguió abriéndose paso a través de las filas, utilizando el terror para despejar un sendero ante él mientras Varena corría a su lado. Lograron llegar hasta el populacho, y la multitud se apresuró a dejarles pasar nada más ver a Garth, acogiéndole con vítores y aclamaciones. Garth siguió corriendo, y la multitud reanudó su avance entre nuevos gritos de rabia lanzados contra los hombres del Gran Maestre.

Garth llegó al perímetro de la arena y escaló el muro. Los graderíos aún estaban bastante llenos, salvo por los círculos de asientos vacíos que habían pasado a ser controlados por las alimañas que habían surgido de las ollas. Garth fue subiendo por los peldaños hasta que llegó al final del estadio.

Los garitos de apuestas habían quedado destruidos, y el gentío estaba muy ocupado saqueándolos. Debajo de cada garito había un conducto por el que se dejaba caer el dinero apostado, que luego era cargado en carros que se desplazaban por unos túneles ocultos para llevar las ganancias al palacio. Algunos espectadores estaban intentando abrirse paso por los agujeros con las manos desnudas y lanzaban maldiciones hacia los conductos. Otros descargaban su rabia sobre los garitos, y estaban muy ocupados haciéndolos pedazos tablón a tablón.

El caos se había adueñado del suelo de la arena. Un grupo de guerreros seguía resistiendo en el centro y los luchadores del Gran Maestre se unieron a la contienda, creando muros de fuego para hacer retroceder a la multitud.

—Vuelvo a mi Casa —dijo Varena.

Garth se volvió hacia ella, la miró y la cogió del brazo.

—Quizá deberías irte —dijo.

Varena se liberó de un tirón.

—Me he pasado toda la vida estudiando para tener la oportunidad de llegar a servir al Caminante —replicó—. No voy a echarme atrás ahora.

Hammen soltó un bufido y no dijo nada.

—Eso significa que mañana tendremos que combatir —murmuró Garth.

—Lo sé —replicó Varena.

—Y si hay que matar... ¿Qué harás entonces? Ya sabes que mañana ese bastardo exigirá que se luche a muerte, ¿no?

Varena le miró fijamente y no dijo nada.

—Vete, Varena... En nombre del Eterno, vete de aquí.

—Te veré mañana —murmuró ella, y giró sobre sí misma y desapareció entre la multitud.

—Es el mismo consejo que no paro de darte —dijo Hammen.

—Y yo soy tan cabezota como ella y tampoco voy a hacer caso de ese consejo —replicó Garth—. Ven, tenemos trabajo que hacer.

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