Arena

Arena


Capítulo 13

Página 21 de 25

—Como sirviente suyo, reclamo el derecho a combatir en su lugar. Esas son las antiguas reglas, que ya existían incluso antes de que tú oscurecieses este mundo por primera vez con tu presencia.

El Caminante se recostó en su trono y soltó una carcajada helada.

—Estupendo —dijo—. Será divertido verte morir.

Pero aún no había acabado de hablar cuando hubo un estallido de vítores en el lado sur de la arena.

Los gritos empezaron en la parte de arriba de los graderíos, y fueron bajando rápidamente. Por un momento el Caminante pensó que las aclamaciones iban dirigidas a él, y miró por encima de su hombro con una sonrisa en los labios.

Los vítores se fueron difundiendo cada vez más deprisa y un sendero apareció entre la masa de cuerpos de un lado del estadio. La multitud se apresuraba a apartarse de él, y todos retrocedían empujándose unos a otros.

Garth el Tuerto llegó al muro de la arena y saltó al suelo del estadio, seguido por la mujer de Benalia.

—¡Tuerto!

El grito fue coreado al instante, y se convirtió en una incontenible marea de sonido. Garth cruzó el suelo de la arena y acabó deteniéndose delante de Hammen.

—¿Qué infiernos estás haciendo? —murmuró.

—Estaba intentando salvarte la vida, maldito estúpido —replicó Hammen con voz cansada.

—¿De esta forma?

—Si me mataban, tu bolsa habría desaparecido y te hubieses quedado sin poderes. Tendrías que haberte ido.

Hammen titubeó antes de seguir hablando.

—Te fallé hace mucho tiempo, Garth... No logré salvarte, y pensé que ahora sí podría hacerlo —acabó diciendo por fin, y bajó la cabeza.

—Nunca he tenido nada que reprocharte —murmuró Garth—, y mi padre nunca tuvo nada que reprocharte. Huiste cuando ya no quedaba nada por lo que luchar..., cuando mi padre ya había muerto.

Hammen alzó la mirada hacia él y sus labios se curvaron en una sonrisa llena de melancolía.

—Bien, al menos te lo he oído decir. Y, una vez más, no puedo hacer nada...

—Puedes empezar devolviéndome mi bolsa.

Hammen descolgó la bolsa de su cinturón y se la alargó a Garth.

Garth retrocedió, se arrancó la capa en la que se había envuelto y reveló el uniforme de los luchadores de la Casa de Oor-tael. Un jadeo de asombro brotó de los graderíos cuando los espectadores vieron los colores prohibidos. Garth se colgó la bolsa del hombro.

—¡Reclamo el derecho a combatir! —gritó—. Se me conoce como Garth el Tuerto, y soy el hijo de Cullinarn, Maestre de la Casa de Oor-tael.

Zarel dio un paso hacia adelante mientras movía un brazo indicando a sus luchadores que avanzaran, pero fue detenido de repente como por una mano invisible.

Los ecos de la carcajada sardónica del Caminante resonaron por toda la arena.

—Muy divertido... —dijo—. Me encantan las buenas bromas. Puedes luchar.

Garth giró sobre sí mismo como si el Caminante no estuviese allí y empezó a avanzar hacia el otro extremo de la arena.

—Garth, maldita sea... —murmuró Hammen—. O saldrás de aquí con los pies por delante, o te irás con ese bastardo.

—Lo sé —replicó Garth.

—¿Y entonces para qué infiernos estás haciendo todo esto?

Garth volvió la mirada hacia Hammen y sonrió.

—¿Acaso no te he dicho desde el principio que sigas a mi lado, y así podrás acabar averiguando el porqué hago todo esto?

Hammen se volvió hacia Norreen y le lanzó una mirada llena de irritación.

—Muchísimas gracias —refunfuñó.

—Tendrías que haberme dicho que no metiera las narices en este asunto —replicó Norreen.

—¿Habría servido de algo?

—No.

—Los dos estáis locos —dijo secamente Hammen mientras apretaba el paso intentando mantenerse a la altura de Garth.

Garth rió y meneó la cabeza.

—¿Todavía tienes nuestro dinero? —preguntó.

—Sí —replicó Hammen.

—Pues entonces ve a apostarlo por una victoria. Necesitarás tener muchas monedas disponibles cuando esto haya terminado.

—¡Y un infierno! Me voy a quedar aquí abajo, y no pienso separarme de ti.

Garth se volvió hacia Norreen.

Norreen meneó la cabeza.

—Me quedo —afirmó.

—Muy bien, pero cuando todo esto haya terminado y me haya ido... Bueno, me temo que os matarán —dijo Garth.

—Es un gran detalle por tu parte preocuparte tanto por nosotros ahora, después de todo lo que has hecho —gruñó Hammen.

Ya estaban muy cerca del cuadrado neutral del otro extremo de la arena, y un instante después pasaron por delante de los graderíos de la Casa de Bolk. Naru estaba en primera fila, y saludó a Garth alzando un puño. El gigante le contempló con visible preocupación.

—Mal asunto —dijo—. O mueres, o se te lleva.

—Entonces el año próximo serás el campeón —replicó Garth, y el gigante sonrió.

Garth entró en el cuadrado neutral y el populacho subió a toda prisa por los graderíos para hacer sus apuestas, pero el Caminante no les dio tiempo.

—¡Luchad!

El combate terminó en cuestión de minutos, y la multitud permaneció sumida en un silencio asombrado mientras veía cómo Garth se lanzaba al ataque sin esperar un instante y bloqueaba los hechizos oscuros de su oponente con tranquila despreocupación, haciendo añicos el poder de su maná primero y lanzando una ofensiva incontenible después con otro ataque de una Sierpe Dragón. Garth se quedó inmóvil durante unos instantes antes de asestar el golpe de gracia, pero su oponente lanzó un alarido de rabia y aprovechó aquel instante de vacilación para lanzar un ataque demoníaco. Garth bajó la cabeza, y la Sierpe Dragón saltó sobre el luchador y lo devoró.

Garth permaneció inmóvil y silencioso en el centro de la arena e ignoró la ovación que celebraba su victoria. Después cogió la bolsa de su oponente caído y fue hasta un lugar de la arena situado entre los graderíos de Ingkara y Kestha..., un lugar que hacía mucho tiempo había sido la sección del campo de combates que estaba reservada a los luchadores de la Casa de Oor-tael.

Zarel alzó la mirada hacia el Caminante.

—Ese hombre es peligroso —dijo.

—Por supuesto que es peligroso —replicó el Caminante—, ya que de lo contrario no habría logrado sobrevivir escondido durante veinte años. Me dijiste que había muerto.

Zarel desvió la mirada, y la voz se abrió paso a través de su mente.

—Me dijiste que había muerto.

—Sí.

—Pero no viste el cuerpo.

Zarel titubeó antes de responder.

—¿Y bien? —preguntó el Caminante.

—Sólo tenía cinco años... No podía sobrevivir a ese incendio.

Zarel intentó proteger sus pensamientos y los recuerdos de aquella noche que guardaba en su memoria. Se acordó del niño que había sido llevado a rastras hasta su presencia, de cómo le había sacado el ojo para atormentar a su padre y de cómo el niño le había contemplado sin inmutarse después de haber perdido la mitad de su visión. Su padre había luchado desesperadamente, y seguía dentro de la Casa cuando ésta quedó envuelta en llamas.

Y también recordaba el gemido de agonía que oyó cuando el padre vio al chico y suplicó que se le permitiera intercambiar una vida por otra. El niño había logrado escapar de las manos del guardia que le estaba sujetando, y había entrado corriendo en el edificio en llamas.

Estaba muerto. Se suponía que estaba muerto.

«¿Cómo es posible que no me diera cuenta de que era él?», se preguntó. Pero tampoco había que olvidar que por aquel entonces el chico no tenía ninguna importancia o significado, y que no era más que un peón para ser utilizado durante un momento de regateo.

—¡Estúpido! Sigue vivo, y está ahí.

—Y saldrá de la arena muerto, o convertido en vuestro sirviente para acompañaros entre los planos —se apresuró a replicar Zarel.

—Ya lo sabe —replicó el Caminante, y Zarel percibió el nerviosismo que se estaba adueñando de él.

Y comprendió que el Caminante tenía miedo.

—Sí, lo sabe... —siguió diciendo el Caminante—. Sabe que no puede escapar, y eso quiere decir que debe de tener un plan oculto. No vendría aquí después de todos esos años meramente para suicidarse.

—¿Tenéis miedo, mi señor? —preguntó Zarel en silencio.

Alzó la mirada hacia el trono, y sintió el latigazo de rabia que surgió de él un instante después.

—¡Le mataré como mato a todos los vencedores del torneo! —rugió el Caminante—. Y tal vez acabe decidiendo que tú debes tener el mismo destino, y que has de morir por no haber sabido controlar mejor este mundo...

Zarel intentó reprimir el miedo que se agitaba en su interior y percibió la gélida risa de su amo y señor. Giró sobre sí mismo y miró a Uriah, y lo entendió todo de repente. El enano lo había sabido desde el comienzo. Ah, maldito estúpido... Uriah había ocultado lo que sabía, impulsado por alguna perversa variedad de la lealtad y el sentimentalismo.

Uriah le miró, y Zarel le sonrió como si todo fuera bien y no hubiese ningún motivo de preocupación. Después habría tiempo más que suficiente para inventar algún tormento especial.

—Haz lo necesario para que el próximo combate me divierta —dijo secamente el Caminante.

Garth se volvió hacia el tablero y lanzó un suspiro de alivio al ver que todavía no tendría que enfrentarse con Varena. Esta vez lucharía con alguien de su misma Casa. Garth dejó escapar ruidosamente el aire que había estado conteniendo dentro de sus pulmones y dio la espalda al tablero, y al hacerlo vio que Norreen le estaba mirando.

—Somos amigos, ¿sabes? He de hacerlo, pero eso no significa que vaya a gustarme.

—Tendrías que haber pensado en eso antes —dijo Hammen.

—Sea cual sea el resultado final, quien ponga los pies en la arena hoy morirá. Es sólo que... Bueno, no quiero ser yo quien la mate, ¿entiendes?

Se volvió hacia Norreen, que seguía mirándole.

—¿Estás celosa? —se burló Hammen—. ¿Es eso?

—Una benalita no necesita a nadie de fuera de su clan.

Hammen dejó escapar una risotada sarcástica y escupió en el suelo.

—De todas maneras los dos estaréis muertos dentro de poco, así que en el fondo da igual que estés celosa o no —dijo.

Garth sonrió y no dijo nada.

La arena ya estaba acogiendo la batalla siguiente, y Varena se puso a la defensiva nada más empezar el combate. Su oponente, que también era de la Casa de Fentesk, lanzó un salvaje ataque de fuego líquido. Varena erigió un muro para bloquearlo, y su oponente respondió con un terremoto que hizo temblar toda la arena y provocó el derrumbamiento de la barrera. Varena replicó con ataques aéreos de insectos provistos de aguijones, y llegó a conjurar un globo de otro plano lleno de trasgos. El globo acabó cayendo bajo las andanadas de dardos lanzadas por un grupo de arqueros elfos cuyas flechas se convertían en bolas de llamas, y que no tardaron en hacer arder el globo.

Varena fue derribada en dos ocasiones por su oponente y la multitud se levantó y empezó a lanzar alaridos, creyendo que el combate había terminado. Pero Varena se recuperó en ambos casos, y la segunda vez logró acumular el maná suficiente para avanzar mediante una violenta serie de contraataques que su oponente fue bloqueando con creciente dificultad y menos energías cada vez. Varena siguió aproximándose a su enemigo, derribando sus defensas una detrás de otra. Después le destruyó con una última ofensiva en la que combinó fuego llovido del cielo con una ráfaga psíquica que la dejó sin fuerzas, pero que su oponente fue incapaz de soportar.

Varena salió de la arena caminando muy despacio, y su ayudante fue corriendo hasta el cuerpo de su oponente y se inclinó sobre él para coger la bolsa.

—Bien, esto significa que tendré que enfrentarme a ella —murmuró Garth.

—Si logras sobrevivir a tu próximo combate...

—Gilganorin de Ingkara contra Garth de Oor-tael —dijo el Caminante, y su voz estaba llena de sarcasmo y diversión.

Garth se levantó y fue hasta su cuadrado neutral mientras la multitud enronquecía aclamándole y los ramos de flores llovían a su alrededor. Entró en el cuadrado neutral y empezó a concentrarse en la preparación para el combate.

—¡Luchad!

Garth se sobresaltó y alzó la mirada. El Caminante reía a carcajadas, celebrando el haber iniciado el combate sin advertencia como si eso fuese una broma graciosísima.

Garth se agazapó y corrió hacia un lado de la arena mientras una nube negra surgía de la nada y se detenía sobre el lugar en el que había estado su cabeza hacía tan sólo unos segundos para dejar caer una lluvia de ácido. Después se abrió una grieta en el suelo y Garth tuvo que retroceder de un salto cuando varios gigantes de piedra emergieron de ella, blandiendo sus pesados garrotes de granito y descargando golpes terribles que resquebrajaron el suelo a su alrededor. Garth intentó alzar un muro de protección, pero los gigantes se abrieron paso a través de él y sus voces hicieron vibrar el aire como ecos oscuros surgidos de una cueva fantasmagórica.

Garth concentró sus pensamientos y envió ataques dirigidos contra el maná de su oponente que fueron disipando la fuerza mágica de las tierras de Gilganorin. Los gigantes de piedra cayeron al suelo y se convirtieron en montones de rocas. Garth saltó sobre la grieta y desplegó una hilera de zarzales y árboles vivientes para que formaran una barrera ante él. Volvió a recurrir a la Sierpe Dragón, pero los ataques de ésta fueron contestados con ofensivas de fuego que hicieron arder los bosques de Garth. La Sierpe Dragón fue destruida por un elemental oscuro, al que Garth destruyó a su vez conjurando otro elemental que lo aniquiló.

Gilganorin avanzó lentamente y fue distrayendo a Garth con ataques menores de insectos, ratas, lobos y no muertos. Garth bloqueó cada ataque y empleó el mismo sistema de ofensiva, utilizando criaturas cuya creación exigía poco maná mientras iba guardando su poder para asestar un golpe de gracia. Se dio cuenta de que estaba imponiéndose poco a poco, ya que Gilganorin no podía ir acumulando maná y se veía obligado a adoptar una táctica defensiva consistente en bloquear ataques, hasta que no le quedó más remedio que recurrir a pantallas protectoras para desviar ataques que podrían haberle causado graves daños.

Y de repente Gilganorin asombró a Garth dejando de luchar y extendiendo las manos con las palmas vueltas hacia el suelo en el gesto de sometimiento y rendición. Garth inclinó la cabeza para indicar que el gesto de Gilganorin no le había pasado desapercibido y detuvo el ataque que acababa de lanzar, haciendo que sus berserkers volvieran a la nada de la que habían sido conjurados. Después extendió la mano izquierda con la palma hacia abajo como señal de que había aceptado la rendición mientras alzaba la mano derecha como gesto de victoria.

La multitud dejó escapar un jadeo de asombro. En tiempos pasados ese acto solía significar el final de un combate, pues indicaba que uno de los dos contrincantes sabía que había sido vencido y que no le serviría de nada seguir luchando; pero se suponía que Garth y Gilganorin estaban librando un combate a muerte.

—¡No he pedido un combate a muerte! —gritó Garth—. Acepto tu rendición. Puedes conservar tus hechizos.

Gilganorin se inclinó ante él y giró sobre sí mismo para volver a su sitio... y dejó de existir. Un cilindro de negrura surgió de la nada y envolvió su cuerpo. Una fina llovizna de sangre salió despedida en todas direcciones y el cilindro de noche se esfumó tan deprisa como había aparecido. Lo único que quedaba de Gilganorin era una mancha de sangre que ya empezaba a ser absorbida por la arena.

—Cuando digo «a muerte», hay que luchar a muerte —dijo secamente el Caminante con visible irritación, y volvió a concentrar su atención en la mujer con la que se había estado divirtiendo mientras se libraba el combate.

Un grito ahogado brotó de la multitud y Garth se dio cuenta de que una gran parte del populacho se había sentido afrentada, pues Gilganorin era un viejo favorito del Festival que llevaba décadas logrando llegar hasta las últimas rondas, y que además era famoso por gastar el dinero que ganaba invitando a beber a sus partidarios durante varias semanas después de que hubiera terminado el Festival.

El Caminante se enfadó ante las protestas que habían acogido la muerte de un favorito de la turba, y dio la espalda a su diversión y movió la mano. Una nube se formó sobre la arena y la multitud se calló, no muy segura de lo que iba a hacer el Caminante. Después de todo, no había que olvidar que se trataba del Caminante; y aunque tal vez no tuviera el poder necesario para acabar con medio millón de seres humanos a la vez, no cabía duda de que podía matar o dejar gravemente heridas a varias decenas de millares de espectadores antes de que acabara viéndose obligado a huir. La nube se oscureció y descargó un diluvio de abalorios de plata sobre la arena. El populacho se agitó y se debatió para hacerse con ellos, pero ni siquiera había gratitud. La inesperada lluvia de regalos era meramente dinero al que había que echar mano, y nada más que eso.

El Caminante se reclinó en su trono y contempló a la multitud.

—¿Qué les ocurre a esos bastardos? —preguntó en silencio mientras bajaba la mirada hacia Zarel.

—Acabáis de matar a uno de sus favoritos.

—¿Y qué? Me desobedeció.

—Puede que ellos no lo vean de la misma manera.

—Supón que hago arder la ciudad como réplica.

—Eso os causaría un grave perjuicio, mi señor, pues si no hay campesinos ni el populacho entonces el poder de las tierras al que llamamos maná se forma mucho más despacio. El tributo del año próximo no sería tan grande.

—Malditos sean... —siseó el Caminante.

Se volvió hacia la mujer, que seguía esperando que volviera a dedicarle sus atenciones, y la señaló con la mano mientras lanzaba un juramento irritado. El cuerpo joven y lleno de curvas se marchitó en un instante, convirtiéndose en un montón de fláccidos pliegues de carne leprosa que colgaban sobre los huesos, y el rostro se distorsionó y se transformó en una máscara obscena repleta de llagas que manaban pus. La mujer bajó la vista hacia su cuerpo y empezó a lanzar chillidos histéricos. El Caminante la apartó mientras reía a carcajadas, y el empujón hizo que la mujer se precipitara por los escalones del trono y acabara cayendo al suelo de la arena, donde siguió gritando hasta que sus gemidos lastimeros irritaron lo suficiente al Caminante como para que volviera a señalarla con la mano. La mujer se derritió y quedó convertida en una burbujeante masa de carne. La multitud había estado contemplándolo todo en silencio, y el Caminante se volvió hacia los graderíos y torció el gesto en una mueca de irritación al ver que los espectadores del Festival no percibían el sutil humor que había en sus acciones.

Extendió el brazo hacia otra muchacha y la llamó con un lánguido movimiento de la mano. La muchacha empezó a subir los escalones sin poder reprimir los estremecimientos que recorrían su cuerpo.

—Bien, disfrutemos del último combate —dijo el Caminante—. Eso debería de gustarles, ¿no?

—Es hora de comer, mi señor.

—Que luchen primero, y ya comeremos después.

Garth, que había estado acostado bajo la sombra que proyectaba el muro de la arena, se removió y alzó la mirada. Se irguió y entrecerró los párpados para proteger su ojo de la claridad deslumbrante del sol de mediodía. Un silencio extraño reinaba en la arena mientras el tablero anunciaba que Garth se enfrentaría a Varena. Se volvió hacia los graderíos, y pudo oír como los espectadores discutían la veracidad de un rumor que afirmaba que habían sido amantes.

Se volvió hacia Norreen, que estaba sentada con la espalda apoyada en el muro y afilaba impasiblemente su espada con una piedra de amolar.

—Oye, ya te lo he dicho antes —suspiró Garth—. Varena no significa nada para mí.

—En el sitio del que vengo, escogemos pareja y nos mantenemos fieles a ella hasta que llega el cambio de las castas y la persona a la que hemos elegido queda por encima o por debajo de nosotros —replicó Norreen—. Quebrantar esa regla supone exponerse a la venganza de tu pareja y de su familia.

—Nunca hemos formado pareja permanente, por expresarlo con tus mismas palabras, así que no se ha quebrantado ninguna ley.

—Deseabas hacer el amor conmigo, ¿verdad?

—El deseo y el llegar a convertirlo en realidad son dos cosas muy distintas.

—Pero una lleva a la otra.

—¿Y tú? ¿Me deseabas?

Norreen deslizó su hoja sobre la piedra de amolar con un ademán salvaje y alzó la mirada hacia Garth.

—Ahora ya es demasiado tarde, tuerto.

—Tendrías que haberle dejado atado en esa habitación —intervino Hammen—, y haber aprovechado que no podía moverse para hacer lo que te diera la gana con él.

—Y ahora tú estarías muerto —replicó Garth.

—Tal vez no. Recuerda que era el primer luchador de Oor-tael.

—Ya hace veinte años de eso. Creo que estás un poquito oxidado, Hammen...

—Muchas gracias por ese voto de confianza.

Una trompeta hizo vibrar el aire y la multitud, que había estado contemplando al Caminante sumida en un hosco silencio, se removió lentamente en sus asientos.

Hammen se volvió hacia el tablero.

—Están colocando el anuncio —dijo.

—¡El último combate! —proclamó la voz del Caminante, retumbando por toda la arena—. Garth de Oor-tael y Varena de Fentesk... Acercaos al trono.

Garth se levantó y se puso bien la bolsa, que estaba muy abultada por todos los trofeos que había obtenido. Después bajó la mirada hacia Norreen.

—Creo que será mejor que te quedes aquí. Según el ritual, sólo el luchador y su sirviente pueden aproximarse al trono. Si atraes la atención del Caminante... Bueno, me temo que podrías llegar a pasarlo bastante mal.

Norreen asintió con una lenta inclinación de cabeza.

—Me gustaría pensar que tienes algún plan para salir bien librado de todo esto y que tal vez haya una posibilidad de que volvamos a vernos algún día —murmuró.

Garth dejó escapar una risita ahogada.

—¡Vaya, por fin una admisión de afecto! —exclamó.

Norreen se puso en pie dejando que su espada cayera al suelo. Después extendió las manos hacia Garth, le abrazó con todas sus fuerzas y le besó con enloquecida pasión. La multitud, que se había estado inclinando sobre el muro para ver lo que ocurría y tratar de escuchar lo que estaban diciendo, prorrumpió en vítores y aclamaciones.

Norreen rompió su abrazo y retrocedió.

—Oh, maldito seas... ¡Mira lo que me has obligado a hacer! He infringido las reglas de casta —murmuró, teniendo que hacer un visible esfuerzo para que no se le quebrara la voz.

—Cuando todo haya acabado, no te separes de Hammen. Asegúrate de que ese viejo carcamal sale vivo de la arena, ¿entendido? Te estoy pidiendo que lleves su escudo.

—¡Maldición! Eso es sólo para la realeza —bufó Hammen.

Garth sonrió, giró sobre sí mismo y entró en la arena. La multitud se puso en pie mientras cruzaba el suelo de tierra apisonada con Hammen caminando junto a él, y empezó a aplaudir. Garth agradeció los aplausos agitando la mano de un lado a otro, y dio un rodeo para evitar la grieta del combate anterior, en la que había una veintena de mamuts muy ocupados remolcando enormes carros llenos de tierra que era arrojada a la grieta para rellenarla.

Vio a Varena aproximándose desde el otro extremo de la arena, y dio la espalda al trono y fue hacia ella.

Varena le miró y sonrió.

—Sabes que lucharé para ganar, ¿no? —preguntó—. Tengo que hacerlo.

—¿Sigues teniendo alguna idea de por qué estás luchando en realidad? —replicó Garth en voz baja y suave mientras empezaba a caminar junto a ella.

—Lucho porque he sido adiestrada para ello y porque llevo toda mi vida esperando este momento.

—¿Y después de eso?

—Para servir al Caminante en otros mundos, para que los misterios me sean revelados y para saltar de un mundo a otro como una diosa junto a él.

Garth meneó la cabeza, visiblemente entristecido.

—¿Y vas a matarme por eso? —preguntó.

Varena le miró y sonrió.

—¿Acaso no es lo que tú pretendes hacer conmigo? —replicó—. Ya viste lo que le ocurrió a Gilganorin... No podemos echarnos atrás, Garth. Sólo uno de nosotros puede ir con el Caminante, y lamento que deba hacerte esto precisamente a ti.

—No escojas a tus amistades entre los luchadores, luchadora —replicó Garth sin inmutarse.

Varena sonrió melancólicamente y no dijo nada.

Llegaron al trono, y los dos se detuvieron en silencio delante de él mientras sus sirvientes se colocaban allí donde empezaba el círculo dorado.

El Caminante, que estaba mordisqueando una pata de cochinillo asado, bajó la mirada hacia ellos y les sonrió.

—Bien, ¿qué va a ser? —preguntó.

Ninguno de los dos respondió.

—Verás, Garth, la verdad es que todo esto resulta bastante divertido... —siguió diciendo el Caminante—. Creo que sientes algo por esta mujer, y que ella también siente algo por ti. ¡Y sin embargo los dos estáis dispuestos a sacrificar vuestros sentimientos para servirme y poder conocer los misterios finales!

—¿Estarías dispuesto a compartir esos misterios con nosotros ahora, y ahorrarnos así el tener que pasar por la molestia de un combate? —preguntó Garth.

El Caminante sonrió y dejó escapar una suave carcajada.

—A muerte —murmuró por fin—, y la respuesta a todos los enigmas y preguntas para quien venza.

Movió una mano indicándoles que ya podían irse, y mientras se daba la vuelta Garth vio el brillo helado de satisfacción que iluminaba los ojos de Zarel.

—Perderás ocurra lo que ocurra —susurró Zarel.

—Tal vez seas tú quien pierda —replicó secamente Garth.

Garth se volvió hacia Varena y sonrió.

—Lo siento —dijo.

Después giró sobre sus talones y volvió a cruzar la arena en dirección a su cuadrado neutral.

Los espectadores se habían puesto en pie y habían permanecido en silencio, conteniendo el aliento al ver cómo se aproximaba el clímax del Festival.

Garth llegó al cuadrado neutral y se volvió hacia Hammen.

—Después todo irá muy deprisa, y creo que se irá enseguida —le dijo—. He captado algo, como si se encontrara bajo alguna clase de presión...

Hammen asintió.

—Sí, hay algo que no encaja —murmuró—. Normalmente se comporta como si fuese una especie de bufón. Come, apuesta, se divierte con las mujeres... Hoy no parece el Caminante de siempre.

—Sí, es posible... Bueno, creo que ya sabes lo que quiero que hagas, ¿no?

Garth metió la mano en su bolsa, sacó un paquetito y se lo arrojó a Hammen.

Hammen entró en el cuadrado neutral, extendió los brazos y puso las manos sobre los hombros de Garth.

—Galin... Todos estos años creí que habías muerto —dijo, y se le quebró la voz—. Recuerdo el día en que tu padre salió de la sala de los nacimientos, llevándote en brazos con aquella expresión de orgullo en la cara. Recuerdo el día en que nos llamó para que pudiéramos ver cómo dabas tus primeros pasos, y aquel día en que nos reímos tanto cuando utilizaste el maná por primera vez y te quemaste los deditos, te echaste a llorar y volviste a intentarlo enseguida...

—Eh, no te me pongas sentimental ahora —dijo Garth.

—Si hubiera sabido que estabas vivo entre las llamas, habría vuelto a buscarte.

—No me habrías encontrado —murmuró Garth—. Antes de morir mi padre utilizó los restos de poder que le quedaban para enviar a mi madre y a mí lejos de allí. No me habrías encontrado a menos que yo lo hubiese querido, y no quedé en libertad de hacer lo que mi madre me había prohibido hasta que murió.

Garth permaneció en silencio durante unos momentos antes de seguir hablando.

—Quería vengarme, y eso voy a hacer —dijo por fin.

Sus rasgos estaban tan rígidos e inexpresivos como si su rostro se hubiese convertido en una máscara de hielo. Garth apartó las manos de Hammen de sus hombros.

—Cuídate, Hadin gar Kan —murmuró.

—Que el Eterno sea contigo, Galin.

La trompeta sonó un instante después y Garth giró sobre sí mismo, y llenó de calma el centro de su ser hasta que tuvo la sensación de estar flotando a la deriva por otro mundo.

—¡Luchad!

Las palabras llegaron como un susurro en el viento, y los gritos de la multitud eran como un murmullo fantasmagórico que flotaba a la deriva sobre un mar congelado.

Garth salió del cuadrado neutral. Entró en contacto con sus poderes y la potencia del maná fue hacia él, envolviéndole en el poder de tierras lejanas que se hallaba encerrado en paquetitos de seda, el poder de las montañas y las islas que se encontraban al otro lado de los Grandes Mares, las llanuras, los bosques, los pantanos y los desiertos.

Esperó mientras contenía al poder para evitar que una parte demasiado grande de él llegara de golpe, y aguardó a que Varena hiciera su primer movimiento. Ya se había dado cuenta de que ella también estaba acumulando grandes reservas de poder y de que recurría al maná..., y de repente Garth movió la mano y lanzó el hechizo de la destrucción, y el Armagedón destruyó todo el maná que habían acumulado los dos. Garth percibió el sobresalto de Varena, y el momento de sorpresa y confusión que desapareció casi enseguida. Garth volvió a formar sus poderes lo más rápidamente posible y permitió que la fuerza recorriese todo su ser y ascendiera surgiendo de él, y lanzó un ataque. Garth empleó el cetro disruptor, que obligó a Varena a perder otro punto de poder. Después recurrió a un artefacto de gran rareza que le otorgaba la capacidad de controlar todavía más poder del que un luchador podía manipular en circunstancias normales y proyectó ese poder hacia el exterior, con el resultado de que durante un momento pudo leer los pensamientos de Varena y supo todo lo que había en su mente y lo que planeaba hacer.

Eso permitió que Garth estuviera preparado para bloquear su primer ataque —un muro de espadas envueltas en llamas que se deslizó velozmente a través de la arena— incluso antes de que Varena lo lanzara. Las espadas cayeron al suelo y se derritieron. Varena prosiguió su ofensiva con una lluvia de fuego, que Garth extinguió invocando un océano que avanzó como una muralla gigantesca sobre el suelo del estadio. Gigantescas criaturas de las profundidades cabalgaban sobre las olas, y sus fauces abiertas rechinaban mientras los rayos del sol arrancaban destellos a las hileras de dientes afilados como navajas de afeitar.

El océano se precipitó por una grieta que Varena abrió en el suelo de la arena. Garth respondió enviando criaturas que volaron por encima de la grieta. Una forma de otro mundo surgió de los abismos, una hidra de muchas cabezas que se lanzaron sobre los atacantes enviados por Garth y acabaron con ellos tan deprisa como iban llegando. Garth envió un muro de espadas para que decapitase a la hidra. Las hojas entraron en acción, y unos instantes después la bestia tenía el doble de cabezas que antes. La hidra salió de la grieta y avanzó lentamente hacia Garth.

La multitud acogió aquel raro prodigio con una nueva oleada de vítores y aclamaciones.

Garth contempló en silencio la lenta aproximación de la hidra durante unos momentos, y después bajó la cabeza y desvió la mirada.

La silueta encorvada de una mujer cubierta de la cabeza hasta los pies por una larga capa apareció ante él. Risas de perplejidad surgieron de los graderíos ante una defensa tan sorprendente. Garth extendió las manos y arrancó la capa que cubría a la anciana sin mirarla en ningún momento.

La Medusa se irguió con un grito triunfal, y las víboras que eran su cabellera sisearon y ondularon de un lado a otro. Las largas cabezas serpentinas de la hidra se alzaron ante la nueva amenaza sobrenatural a la que se enfrentaban, y un coro de gritos brotó de ellas un instante antes de que las cabezas y el cuerpo de la hidra quedaran petrificados.

La Medusa dejó escapar una carcajada helada y se volvió hacia Garth, quien cogió la capa manteniendo la mirada desviada de ella y la arrojó sobre la cabeza de la monstruosa criatura. Después metió la mano en un bolsillo, y extrajo de él un espejito circular que alzó ante su rostro mientras la Medusa apartaba la capa de un manotazo y se preparaba para atacarle; pero ver su imagen reflejada en el espejito hizo que lanzara un grito angustiado, y un instante después ya se había vuelto de piedra.

La multitud, que había estado presenciando aquel contraataque tan poco usual fuera del radio de alcance de los horrendos poderes de la Medusa, prorrumpió en aplausos de entusiástica apreciación ante la ingeniosa defensa que había empleado Garth y la forma en que había controlado un hechizo que resultaba tan peligroso para quien lo utilizaba como para el objetivo contra el que se pretendía emplear.

Controlar la hidra había consumido una gran parte del poder de Varena, y un instante después Garth se lanzó hacia adelante en una repentina carrera y saltó la grieta para aterrizar en el otro lado del campo de combate.

Garth empezó a recurrir a los hechizos defensivos para desviar la serie de débiles ataques que Varena lanzó contra él en un intento de frenarle un poco mientras Garth iba acumulando más reservas de poder. Un momento después Garth se llevó la sorpresa de ver cómo Varena también utilizaba un hechizo de destrucción que acabó con su maná y con el de él al mismo tiempo. A continuación le atacó con una ráfaga psíquica que le causó un cierto daño, pero que dejó mucho más malparado a Garth que a ella. El terrible impacto hizo que Garth retrocediera tambaleándose, y faltó muy poco para que se precipitara al interior de la grieta. Garth erigió un círculo de protección para bloquear los ataques de Varena, y después actuó a toda velocidad para disipar los daños que le había infligido.

Varena volvió a atacar, pero esta vez Garth estaba preparado e invirtió el hechizo haciendo que volviera disparado hacia ella. Varena cayó de rodillas.

Garth reanudó su avance y fue envolviéndola con un muro de zarzales y espinos. Varena los derribó con chorros de llamas, pero Garth ya tenía a varias criaturas arbóreas esperando detrás de ellos. Los árboles vivientes avanzaron hacia Varena con su lento y pesado caminar. Varena corrió de un lado a otro intentando esquivar sus golpes hasta que uno de ellos logró agarrarla por una pierna y la alzó en vilo.

Un gigante apareció junto a Varena, alzó su hacha y la descargó sobre el árbol que la había capturado. Después se volvió para enfrentarse a los otros, y las criaturas arbóreas respondieron con una ofensiva de brotes y raíces que se enroscaron alrededor de los brazos y las piernas del gigante. El gigante dejó escapar un salvaje alarido de furia y siguió lanzando golpes potentísimos. Su hacha, que era tan grande como un hombre, fue derribando árboles que Garth se apresuró a sustituir.

La multitud estaba fascinada ante aquel espectáculo tan emocionante y empezó a lanzar rugidos de placer, vitoreando primero al gigante y luego a los árboles mientras uno y otros libraban una encarnizada batalla entre una montaña cada vez más grande de miembros vegetales destrozados, astillas y trocitos de madera.

Varena se fue recuperando poco a poco y retrocedió apartándose de la terrible contienda, e invocó rayos para que cayeran del cielo y prendieran fuego a los árboles vivientes. Las criaturas arbóreas lanzaron aullidos de ira cuando sus ramas empezaron a arder, y la repentina conflagración no tardó en hacer que toda la arena se llenara de humo.

Después Garth creó una tempestad de hielo y lluvia para apagar los fuegos y a continuación invocó a un gigante, y las dos criaturas se enfrentaron en una implacable batalla entre las nubes de humo y vapor.

De repente Garth sintió un aguijonazo en la nuca y giró sobre sí mismo para encontrarse con un enorme enjambre de avispas, cada una de ellas tan grande como su pulgar, girando a su alrededor. Los insectos se lanzaron sobre su ojo y hundieron sus aguijones en las mejillas, la nariz y la frente de Garth. El dolor era tan grande que Garth perdió el control de sí mismo y empezó a mascullar maldiciones mientras su rostro se hinchaba rápidamente a causa del veneno. El ataque le había pillado desprevenido y Garth perdió la concentración durante un momento. El veneno empezó a extenderse por sus venas, haciendo que se sintiera débil y mareado. Garth cayó de rodillas y se protegió el rostro con las manos. Los aguijonazos que había recibido durante el salvaje ataque de las avispas eran tan profundos que sus dedos no tardaron en quedar manchados de sangre. Garth logró concentrar las últimas reservas de energía que le quedaban y conjuró a las más diminutas de las hadas, que se enfrentaron a las avispas blandiendo sus lanzas en un feroz combate. Garth rodó sobre sí mismo hasta salir de debajo de la nube de cuerpos voladores, se puso de rodillas y apartó las manos de su cara.

Estaba ciego. Sus párpados se hallaban tan hinchados que no podía ver nada, pero sus sentidos mágicos le indicaron que Varena corría hacia él con la daga levantada para asestar el golpe final. Garth hizo acopio del poco poder que conservaba y erigió un muro de piedra, sabiendo que detendría a Varena durante un momento. Después se puso en pie y recurrió al único hechizo que había estado manteniendo en reserva.

Todos los poderes que controlaba Varena quedaron instantáneamente en manos de Garth, y Varena se vio despojada de toda la magia que podía controlar en aquel momento. El golpe era tan terrible e inesperado que Varena se tambaleó, y Garth pudo oír el grito de frustración que escapó de sus labios.

Había llegado el momento de poner fin al combate, y Garth invocó al poder que había tomado de la bolsa de Naru el día anterior. Una nube negra surgió de la nada y se arremolinó delante de él, y una silueta gigantesca emergió de ella. La aparición se desplazaba sobre ruedas enormes que tenían dos veces la altura de un hombre y estaban protegidas por llantas de hierro negro tan gruesas como una mano. El Juggernaut avanzó lentamente y se abrió paso a través del muro de protección que había erigido Varena, y un instante después ya estaba derrumbando el segundo muro que Varena había intentado alzar con los escasos restos de poder que le quedaban. Varena concentró aquel poder sobre el Juggernaut, y empleó todas las energías de que disponía en un desesperado intento de frenar su implacable avance. La gigantesca estructura tembló, y acabó estallando con una atronadora explosión que la envolvió en una nube de llamas y humo rojizo.

Y entonces Garth lanzó todo su poderío contra Varena, haciendo que se tambaleara bajo los repetidos impactos de una andanada de ráfagas psiónicas que, aun debilitándole, causaron daños mucho más devastadores a Varena. El tercer impacto fue tan terrible que Varena salió despedida por los aires y voló un par de metros antes de caer al suelo y quedar inmóvil.

Garth fue lentamente hacia ella, haciéndose a un lado para esquivar la mole del Juggernaut que se desplomó con un rugido explosivo tan ensordecedor que casi consiguió ahogar los alaridos de la multitud.

Bajó la mirada hacia Varena y contempló sus rasgos pálidos y agotados en los que apenas quedaba una leve chispa de vida.

—¡Acaba con ella!

Garth levantó la mirada hacia el Caminante.

—¡Acaba con ella o muere!

Garth alzó la mano y señaló a Varena con un dedo. Una ráfaga psiónica se estrelló contra su cuerpo y un estremecimiento convulsivo recorrió a Varena desde la cabeza hasta los pies, expulsando el último hálito de su alma de sus restos mortales.

Garth bajó la cabeza, giró sobre sí mismo y después volvió a alzar la vista hacia el Caminante para lanzarle el desafío helado de su mirada.

—Soy vuestro fiel sirviente, mi señor.

Ir a la siguiente página

Report Page