Arena

Arena


Epílogo. Niños jugando en el jardín

Página 25 de 25

Epílogo Niños jugando en el jardín

El ejército palladysta envió rápidamente sus cazas ligeros en persecución de los edeanos. Éstos, conmocionados por el alcance de la tragedia, trataron de huir desesperados en sus naves tubulares: se habían comportado de manera demasiado ofensiva frente al consorcio Xariano de Xar y los demás mundos de la Sílfide como para que sus explicaciones resultasen coherentes. Los cazas los obligaron a replegarse hacia la estratosfera, e impidieron que entrasen en fase de salto interdimensional en espera de nuevas órdenes.

Los millones de espectadores que huían despavoridos del estadio causaron estragos en las instalaciones. La policía y los militares hicieron todo lo posible para que la marabunta humana tuviese algún asomo de orden y no causara más víctimas que las nucleares víricas de Tristan, pero fue inútil: la gente corría y se desgañitaba y se pisaban unos a otros poseídos por la furia y el terror. Murieron a miles tratando de abandonar el recinto de los juegos.

Entre ellos salí yo, irreconocible en medio de la multitud. Me dejé arrastrar hasta las calles y me alejé caminando tranquilamente entre los edificios, con las manos en los bolsillos de una chaqueta que no recuerdo dónde encontré, o a quién se la quité.

Los policías me vieron pasar, pero nadie me reconoció (tal vez ni siquiera se fijasen en mí) ni me dio el alto. Sonreí. Aquario debía estar esperando en órbita, oculta de nuevo en el cinturón de basura.

No pensaba llamarla todavía. Sería más juicioso por mi parte esperar a que las cosas se calmasen un poco. Mientras tanto, seguro que encontraría un buen motel con cama (oh, una cama… En ese momento me di cuenta de lo verdaderamente extenuada que me encontraba) y un monitor en el que ver reposadamente las noticias.

Unas bocinas sonaron a mi espalda y me aparté. Pasaron algunos vehículos, ambulancias y privados en su mayoría. Pero había uno que me sorprendió: era un boogie blindado de los Narices de Cerdo, con una cabeza porcina disecada colocada como mascarón de proa sobre el parachoques. Cuando vi quién lo conducía, di un respingo.

—¡Sin-derella! —proferí, corriendo tras el vehículo. Con el estruendo reinante en la calle era imposible incluso oírme a mí misma, pero la seguí a la carrera hasta que se detuvo en un callejón obturado por la gente.

Jadeando, golpeé en la puerta con los puños. Sin-derella levantó una pistola pesada en advertencia, pero en seguida me reconoció y bajó la ventanilla.

—¡Piscis!

—Hola, creí que no te alcanzaba. ¿Cómo estáis?

Miró por el retrovisor a la parte de atrás del boogie. Allí, dos templarios heridos y un robodoc cuidaban del cuerpo sanguinolento de su padre, el duque Sax, haciendo lo posible con la química y la biotecnología para engañar unas horas más a la muerte. El viejo estaba tan pálido y demacrado que parecía un cadáver insepulto.

—Muy mal, pero creo que puedo llevarlo a las afueras y tratar de conseguir algún transporte civil que nos saque del planeta. ¿Tú nos puedes ayudar?

—Ahora no; el ejército controlará toda nave entrante o saliente, y ya conocen la mía. Si dejamos que pasen unos días…

—No puedo esperar tanto —interrumpió—. Pero no te preocupes, estoy segura de que habrá algún contrabandista que quiera este magnífico boogie a cambio de unos cuantos pasajes. —Sonrió, y por un momento se me pareció muchísimo a la hermana de Tristan, Julia, tal y como la había visto en los cuadros de la Residencia—. Muchas gracias, Piscis: hiciste un magnífico trabajo.

—Tonterías. Fuiste tú quien clavó el puñal en el cuello de Tristan.

Sin-derella negó suavemente, y se acercó a la ventanilla para decir:

—Él ya estaba muerto cuando yo le corté la cabeza: lo mataste tú al inyectarle la sobredosis de vasnaj. Creo que había algo en sus recuerdos que no pudo soportar a tanta intensidad.

Y me guiñó el ojo. Asombrada, me apeé del vehículo. Ella cambió de marcha, presta a seguir avanzando.

—¿Qué harás ahora? —preguntó. Yo encogí los hombros.

—Primero dormir. Luego haré un par de vuelos a Permafrost llevando mercancías para los Y-etis; pagan bastante bien, y después… no sé. Las estrellas dirán. ¿Y tú?

—Trataré de levantar de nuevo la casa Sax. Supongo que lo más fácil será casarme con Senecam y tener un par de hijos con él. Luego escindiré de nuevo el linaje.

Un hoyuelo vertical de asco se hundió en mi frente.

—¿Con Senecam? Puaj.

—Yo pienso lo mismo, pero en fin… Reglas de la nobleza: no puedo aspirar a más en mi condición. ¡Apartaos, cretinos!

Tocó un par de veces el claxon. Poco a poco se fue abriendo un hueco entre la multitud.

—Adiós, Sin. Espero que todo te vaya bien.

—Por cierto, si quieres para ti el robot de Grobar, el tal Obbyr, pásate a recogerlo por la fortaleza de Senecam. Es demasiado formal y buen chico para ese ambiente, y a mí me trae muchos recuerdos funestos.

—Ya veremos —sonreí, y dejé que el boogie siguiera de largo mientras Sin-derella insultaba a todos los que osaban ponerse en su camino.

Al momento la multitud volvió a rodearme y me quedé completamente sola, en un océano de caras desconocidas. Alcé la vista al cielo. Al abrigo del amanecer, vi que se hacía visible una tenue línea de humo que cortaba en dos la bóveda celeste: el delgado cinturón de basura de Palladys, donde estaba escondida mi nave.

Me sentí a salvo en cierto modo, sabiendo que disponía de una vía de escape de aquella locura; que en cualquier momento podía subirme a mi carroza y salir huyendo hacia el centro galáctico como si la muerte me pisara los talones.

Agaché la cabeza para que nadie me viera silbar y, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, me dispuse a vagabundear por aquella ciudad extraña en busca de un lugar donde echar una cabezada.

Los niños cogen sus juguetes y corretean por el jardín. Es un lugar pequeño, pero enorme para su diminuta escala.

Snuk persigue a Rala por entre las flores, y la pellizca cuando descubre sus efímeros escondites. Ella ríe y le tienta a seguir hostigándola. Otros niños juegan en jardines anexos, separados por altas cercas de madera.

Cansado, Snuk pide cuartel y se sienta sobre un macizo de amapolas. El cielo se oscurece en el horizonte; unas nubes negras lo cubren todo hasta donde alcanza la vista. Amenaza lluvia sobre el jardín, otra vez.

Unas máquinas enormes, engranajes del tamaño de continentes, martillos y cadenas construidos por titanes, aparecen al anochecer, girando y girando detrás de las estrellas. Girando y girando, detrás de las estrellas…

Índice de contenido

Cubierta

Arena

Prólogo: El final de una vida

1. Comerciando en los lagos de Tikos

2. Rescate en el Purgatorio

3. ¿Dónde…? Agh. ¿Dónde infiernos estoy?

4. La muerte escarlata

5. Danza

6. Delicias embotelladas en los mares de hielo

7. Gineceos y mensajes ocultos en la espuma

8. El Mar de los Cuerpos Celeste

9. Cintas de Moebius

10. Despertares

11. Mausoleos de cristal

12. Shiva en azul

13. Exploración

14. Calor humano

15. Tebas

16. Preparativos para la batalla

17. Espectáculo

18. Arena (Uno)

19. Arena (Dos)

20. Arena (Y tres: Shiva en rojo)

21. Sueño del solsticio estival

Epílogo. Niños jugando en el jardín

Has llegado a la página final

Report Page