Arena

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Capítulo 2

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El hombre le miró con los ojos muy abiertos, y su estado de concentración quedó obviamente roto por las palabras de Garth. Un instante después dejó escapar un chillido de dolor, pues había cometido el error de recurrir a su maná sin concentrarlo inmediatamente en un hechizo a continuación. El luchador se tambaleó de un lado a otro bajo los efectos de la quemadura de maná, y se llevó las manos a la frente mientras Garth le contemplaba con la expresión compasiva que se merecía semejante exhibición de falta de profesionalidad.

—¡Ese hombre es nuestro!

Garth volvió la mirada hacia el luchador Gris.

—No lo hagas —dijo—. Creo que tenemos asuntos más importantes de los que ocuparnos.

Después le dio la espalda como si ya no le importara en lo más mínimo que estuviera allí.

Un grupo de luchadores de la Casa Naranja estaba cruzando la Plaza con largas zancadas llenas de decisión. Uno de ellos, que llevaba una capa adornada con bordados de oro y plata y que estaba claro tenía un nivel muy alto, parecía ser su líder.

Garth extendió lentamente los brazos preparándose para un combate, y el hombre aflojó el paso.

—Un testigo de la multitud afirma que eres el que mató a Okmark ayer —dijo el recién llegado—. Eres nuestro.

—Pues entonces cogedme —replicó Garth en voz baja y suave.

El luchador fue hacia él como si hubiera decidido que Garth ni siquiera merecía que se tomase la molestia de emplear un hechizo con él.

Garth sonrió y le señaló con la mano. El hombre empezó a moverse cada vez más despacio, como si hubiera tropezado con una barrera invisible, y acabó retrocediendo mientras lanzaba una maldición ahogada.

Después Garth alzó la mano hacia el cielo. Una nube negra surgió de la nada, un remolino zumbante y envuelto en chisporroteos que bajó hacia el suelo moviéndose a una gran velocidad. Avispas tan grandes como el pulgar de un hombre se lanzaron sobre los luchadores Naranja, clavándoles sus aguijones con tal ferocidad que los hilillos de sangre no tardaron en correr por los rostros de los enemigos de Garth.

El recinto pavimentado de la Casa de Kestha ya había quedado rodeado por un gentío que rugía y gritaba. Los alaridos de placer y las carcajadas se hicieron todavía más estruendosas cuando algunas avispas se apartaron de la media docena de luchadores a los que estaban atormentando y cayeron sobre la multitud, haciendo que sus víctimas gritaran y agitaran los brazos en un frenético intento de alejar los aguijones de sus cuerpos. Las contorsiones de los campesinos y miembros del populacho que estaban siendo aguijoneados por las avispas hicieron que la algarabía de placer del gentío llegara a ser realmente insoportable.

El líder de los luchadores de Fentesk lanzó un grito de rabia, se puso en pie y levantó los brazos hacia el cielo. Las avispas cayeron al suelo con sus alas envueltas en humo y llamas, pero aun así se las arreglaron para pegarse a los tobillos de sus objetivos mientras se retorcían sobre el pavimento y clavaron sus aguijones incluso a través de las botas, con el resultado de que los compañeros del líder empezaron a dar ridículos saltitos de un lado a otro.

Garth volvió a mover la mano y las avispas se incendiaron. Las llamas se comunicaron a las botas de los luchadores y los campesinos torturados del gentío. Los campesinos huyeron gritando, corriendo desesperadamente a las fuentes para mojar su calzado en llamas, y fueron seguidos por los luchadores Naranja. El líder fue el único que no huyó.

El líder de los luchadores se envolvió el cuerpo con los brazos haciendo aletear su capa, y una neblina empezó a formarse a su alrededor. Garth metió la mano en su bolsa y después volvió a extender el brazo en el mismo instante en que la niebla letal empezaba a avanzar hacia él. El líder de los luchadores de la Casa Fentesk se tambaleó, y durante un momento pareció como si un remolino palpitara a su alrededor, absorbiendo sus poderes y arrastrándolos hacia un vacío en el que se disipaban. Garth movió las manos hacia atrás y hacia adelante como si estuviera agitando el remolino mientras el luchador se retorcía y se debatía dentro del sumidero de poder que estaba robándole toda su fuerza.

El líder acabó derrumbándose sobre el pavimento.

Hammen corrió hacia el luchador inmóvil en el suelo y alargó la mano hacia su bolsa de hechizos.

—Sólo uno —ordenó Garth—. Es lo que dicen las reglas, ya que no era un combate a muerte.

Hammen metió codiciosamente la mano en la bolsa del luchador y extrajo un anillo-amuleto de ella.

—Su hechizo repulsor de las criaturas que vuelan... —dijo—. Lo utilizó contra tus avispas.

Garth asintió y después volvió la mirada hacia los luchadores de la Casa Gris, que permanecían inmóviles y boquiabiertos.

Un estruendoso trompeteo resonó por toda la Gran Plaza llenándola de ecos, y unos segundos después pareció repetirse desde el interior de la Casa Kestha. Ya había un grupo de túnicas grises alrededor del umbral, y unos momentos después aparecieron varias docenas de luchadores más.

La multitud que había estado presenciando el espectáculo gratuito se agitó y tembló como si una nueva fuerza acabara de golpearla por detrás. El gentío acabó separándose en dos masas de cuerpos apelotonados, y más luchadores Naranja entraron en el semicírculo que rodeaba la Casa Gris. Unos segundos después media docena de ellos estaban enfrentándose a otros tantos luchadores de la Casa Gris, y varios de ellos conjuraban hechizos mientras los demás se limitaban a desenvainar sus dagas para lanzarse sobre sus adversarios.

—Bien, amo, ¿no creéis que ya va siendo hora de irse?

Garth bajó la mirada hacia Hammen, que estaba muy ocupado escondiendo varias bolsas debajo de su túnica.

La multitud rugía de placer, y gritó y aulló con histérico abandono cuando hubo el primer derramamiento de sangre y un luchador de la Casa Gris se derrumbó con las manos engarfiadas alrededor de su garganta, que acababa de quedar rajada de oreja a oreja. Una bola de fuego chocó con su agresor cuando éste ya se inclinaba para coger la bolsa de su víctima, y le hizo caer al suelo y retorcerse envuelto en llamas hasta que uno de sus compañeros lanzó un hechizo de protección que las extinguió. Dos luchadores de la Casa Gris se apresuraron a ayudar a su hermano de logia, y utilizaron las manos y encantamientos para detener la abundante hemorragia.

Una andanada de relámpagos surgió de la cima del palacio de Kestha y cayó sobre la plaza, derribando luchadores de la Casa Fentesk como si fueran hileras de bolos. Garth se agachó para esquivarlos y se pegó al muro del edificio, escondiéndose bajo la sombra que proyectaba una de las gigantescas estatuas de luchadores que servían como columnas. Deslizó la mano debajo de su túnica, sacó la granada que le quedaba y empezó a comerla sin inmutarse.

—¡Por favor, amo! —gimoteo Hammen, apareciendo al lado de Garth y agazapándose junto a él—. Salgamos de aquí.

—Todavía no. Eh, creo que voy a apostar por los Grises... ¿Por qué no apuestas unas cuantas monedas en mi nombre?

Se oyeron más trompetas, y Hammen miró a su alrededor.

—El Gran Maestre de la Arena se acerca. Tenemos que largarnos ahora mismo.

—Dentro de un momento.

Una gran falange apareció en un extremo de la multitud, que reía y bailaba mientras contemplaba el espectáculo. Había por lo menos veinte hombres capaces de emplear la magia en el centro de la columna, y los luchadores iban flanqueados por varios centenares de ballesteros. El Gran Maestre de la Arena en persona cabalgaba al frente de la columna, y su capa polícroma destellaba reflejando todos los colores del arco iris.

Los ballesteros se desplegaron alrededor del semicírculo gris con sus armas preparadas para disparar. Algunos se volvieron hacia la multitud, que fue retrocediendo de mala gana, y la gran mayoría se volvió hacia el interior del recinto, alzando sus ballestas y apuntando a los combatientes con ellas.

Se oyeron más trompetas y hubo un redoblar de tambores. El combate empezó a perder intensidad.

—¡Sal, Tulan de Kestha! —rugió un heraldo, inmóvil junto al estribo del Gran Maestre.

Su voz parecía estar amplificada por algún poder mágico que le permitió hacerse oír incluso por encima del estrépito de la multitud, entre la que había algunas personas que estaban lanzando gritos de dolor y agonía después de haber recibido dardos de ballesta disparados desde muy poca distancia.

—¡Estoy aquí!

Garth giró lentamente sobre sí mismo y alzó la mirada. Un hombre que supuso era el Gran Maestre de la Casa de Kestha acababa de aparecer sobre la cabeza de uno de los gigantescos luchadores de piedra. Garth acabó su granada y arrojó la piel a un lado.

—¡Este combate debe cesar ahora mismo, o serás colocado bajo interdicto! —gritó el heraldo.

—Pues entonces di a esos bastardos de la Casa Naranja que dejen de ensuciar nuestro pavimento con su basura.

El Gran Maestre hizo volver grupas a su montura y contempló al grupo de luchadores de la Casa de Fentesk, que habían formado un círculo alrededor de sus heridos.

—Habéis entrado en una propiedad ajena —dijo—. Tendréis que pagar una multa por haber violado la ley, y además debéis marcharos inmediatamente.

El líder que había luchado con Garth, que ya parecía estar bastante recuperado, fue ayudado a incorporarse.

—Hemos venido aquí para tratar de arrestar a un hombre que asesinó a uno de nuestros hermanos —dijo.

—¿Quién es ese hombre? —preguntó el Gran Maestre.

El líder recorrió la plaza con la mirada.

—¡Ahora, amo, por favor! —gimoteó Hammen.

Garth se puso en pie y avanzó despreocupadamente hacia el Gran Maestre.

—Creo que soy el que anda buscando —anunció, alzando la voz para hacerse oír.

—¡Es él! —gritó el líder de los luchadores de la Casa Naranja—. Es el que mató a uno de nuestros hombres ayer.

El Gran Maestre hizo volver grupas a su montura de nuevo. El heraldo movió una mano, y varios ballesteros alzaron sus armas y apuntaron a Garth con ellas.

Garth no les prestó ninguna atención. Dio la espalda al Gran Maestre y alzó la vista hacia la cabeza de la estatua sobre la que se encontraba Tulan.

—He venido a unirme a la Casa de Kestha —dijo—. Estoy pisando tierra que no pertenece al Gran Maestre de esta ciudad, sino a la Casa de Kestha. ¿Vais a permitir que alguien que luchó por vosotros sea hecho prisionero y sacado a la fuerza del mismísimo umbral de vuestra Casa?

Tulan se asomó por encima del cráneo de la estatua, y después se volvió para lanzar una nerviosa mirada al anillo de luchadores del máximo nivel que tenía detrás.

—¡Oh, vamos! Estoy seguro de que no consentiréis semejante insulto a vuestra reputación y vuestro honor... —gritó Garth, con una sombra casi imperceptible de sarcasmo en su voz.

—¡Ese hombre es mío y está en mi propiedad! —acabó gritando Tulan, aunque el nerviosismo resultaba evidente en su tono.

El Gran Maestre detuvo su montura justo detrás de Garth.

—Ésta es mi ciudad —dijo—, y soy el Gran Maestre de la Arena.

—Si las cuatro Casas no estuvieran aquí para luchar en vuestra arena, no tendríais ni una moneda —replicó Garth, clavando la mirada en el rostro del Gran Maestre. —Después giró sobre sí mismo y alzó la vista hacia Tulan—. ¿No es así, mi señor Maestre de Kestha?

—¡Así es, así es! —gritó Tulan—. Ponedle un solo dedo encima y nos declararemos en huelga el primer día del Festival, y las otras Casas se unirán a nosotros. No tenéis ningún derecho a practicar un arresto en nuestra propiedad.

La mera mención de la posibilidad de una huelga hizo que la turba que estaba presenciando aquel drama empezara a lanzar aullidos de protesta.

Garth giró sobre sus talones, contempló a la multitud y se inclinó ante ella en una espectacular reverencia que fue recompensada con estruendosas salvas de aplausos. Después alzó la mirada hacia los luchadores de la Casa de Fentesk y vio que incluso ellos parecían estar dispuestos a renunciar a su pretensión inicial de capturarle, incapaces de resistirse a la invocación de una solidaridad más alta que les impulsaba a proteger sus preciosos derechos.

—¡Este hombre es un luchador de la Casa de Kestha! —rugió Tulan—. Se encuentra en un terreno propiedad de Kestha, y se halla bajo mi protección. No hay nada más que decir al respecto.

Garth se volvió y miró al Gran Maestre, que estaba contemplándole con expresión gélida desde lo alto de su silla de montar.

—Lamento haberos causado tantos problemas, mi señor —dijo.

El Gran Maestre siguió contemplándole, pero la expresión de su rostro cambió y se volvió extrañamente pensativa, como si estuviera utilizando sus poderes mágicos en un intento de averiguar algo sobre él. Garth sintió el poder que se agitaba a su alrededor como si fuese el roce de una brisa helada. El poder se retiró un instante después.

—No sobrevivirás al Festival —siseó por fin el Gran Maestre, y sus palabras apenas resultaron audibles.

Después tiró de las riendas de su montura, hizo que volviera grupas y la espoleó, poniéndola al galope mientras la turba se apartaba ante él para dejarle pasar.

Garth hizo una reverencia al Gran Maestre que se alejaba, y después giró sobre sí mismo y fue hacia la entrada de la Casa de Kestha. Cuando pasó por debajo de las sombras que proyectaban las enormes estatuas miró a su alrededor y acabó viendo a Hammen, agazapado y asomando la cabeza por detrás de los inmensos pies de la estatua más cercana a la puerta.

—Levántate, y mantente erguido como ha de hacer un hombre —dijo Garth en voz baja—. El sirviente de un luchador de Kestha debería mostrar más dignidad.

—Un sirviente, ¿eh? —dijo Hammen—. Que los demonios se te lleven... Eres peor que la peste. Quien se acerque a ti acabará muerto.

Garth dejó escapar una suave carcajada.

—Ahora necesito un sirviente —replicó—. El puesto es tuyo, con una moneda de plata a la semana como salario.

—Puedo ganar eso en una sola mañana ejerciendo mi profesión habitual.

—Tengo la impresión de que el cambio te resultará divertido. Sólo te necesitaré para el Festival.

—Son las fechas de más trabajo en mi profesión.

—Si no vienes, creo que siempre te preguntarás qué te has perdido al no aceptar mi oferta.

Hammen bajó la cabeza y habló en susurros consigo mismo.

—Oh, maldito seas y vete al demonio... —dijo por fin—. De acuerdo, tú ganas. Pero tengo la exclusiva de todas tus apuestas fuera de la arena.

—Luchar fuera de la arena es ilegal.

Hammen echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—Igual que lo era ayer y que lo es hoy —dijo.

—De acuerdo: tienes esa exclusiva sobre mis apuestas.

Hammen salió contoneándose de su escondite y se puso detrás de Garth sin dejar de sonreír. Los luchadores Grises ya estaban volviendo a su Casa, ayudando a sus heridos. Todos miraron a Garth con franca curiosidad, pero ninguno intentó acercarse a él. Las puertas del palacio estaban abiertas de par en par, y Garth siguió a los luchadores. Una corpulenta silueta surgió de entre las sombras. Aquel hombre era un poco más alto que Garth, por lo que debía de rozar el metro noventa de estatura, pero Garth calculó que debía de pesar como mínimo el doble que él. Ya nadie esperaba que un Gran Maestre luchara en la arena, y resultaba evidente que aquel hombre estaba convencido de que no tenía que preocuparse por esa posibilidad, y había permitido que su estómago fuera creciendo a la sombra de esa seguridad. Sus gruesos carrillos y papadas temblaron cuando fue hacia Garth, y enseguida pudo ver que sus gordas manos relucían con el brillo de los anillos que adornaban sus dedos parecidos a salchichas. Aquel hombre tenía mucho poder, y Garth pudo percibirlo; y aunque lo había empleado para revolcarse en la disipación, seguía siendo alguien capaz de vencer a casi cualquier persona que se alzara contra él.

—Bien hecho, muchacho, muy bien hecho... —rugió Tulan mientras se plantaba ante Garth, que llevó a cabo el ceremonial de la gran reverencia.

Tulan le puso las manos en los hombros e hizo que se incorporase.

—Has sabido plantar cara a ese maldito Zarel, ese Maestre de la Arena al que ojalá se lleve la plaga... —dijo—. Un gran espectáculo, muchacho, un gran espectáculo.

—Todo ha sido hecho a vuestro servicio, mi señor —replicó Garth, y pasó por alto el ligero ataque de tos que sufrió Hammen al oír sus palabras—. Disculpad la apariencia de mi sirviente, mi señor... —siguió diciendo—. Le robaron la ropa esta mañana y por eso lleva esos harapos, y además ha estado enfermo.

Tulan volvió la mirada hacia Hammen, que le sonrió mostrando sus dientes amarillentos en una sonrisa torcida y llena de huecos. Tulan arrugó la nariz con expresión desdeñosa.

—Que alguien se encargue de que se dé un baño y le proporcione ropas limpias —ordenó.

—¡Un baño! Pero... Yo... —balbuceó Hammen.

—Ya has oído a nuestro Maestre, Hammen —dijo Garth—. Obedece.

Hammen fue sacado de la estancia, y miró a Garth por encima del hombro e hizo un signo contra él como para evitar el mal de ojo antes de desaparecer.

Tulan, que seguía con la mano sobre el hombro de Garth, le guió por el pasillo principal de la Casa. Las paredes eran de gruesas planchas de roble que habían sido frotadas hasta conseguir que brillaran como espejos, y había soportes para armas colocados en ellas que contenían ballestas, lanzas, mazas erizadas de pinchos, hachas de combate y espadas. Garth alzó la mirada y pudo ver que había agujeros regularmente espaciados sobre su cabeza, indudablemente para dejar pasar dardos provistos de grandes pesos que podían ser lanzados mediante una palanca y que aplastarían a cualquiera que intentase tomar el palacio a través de la puerta principal. Un dardo de diez kilos con la punta tan afilada como una navaja de afeitar dejado caer desde semejante altura sería un argumento muy poderoso incluso contra un lanzador de hechizos del décimo nivel si conseguía pillarle desprevenido. Garth bajó la mirada y pudo ver que el suelo de tablillas de madera no era tan sólido como parecía a primera vista, ya que algunas secciones podían abrirse si había visitas no deseadas encima de ellas. Garth pensó que debajo probablemente habría pozos llenos de serpientes, o tal vez incluso una araña gromashiana agazapada en su tela.

—He oído contar cómo mataste a Okmark. El hechizo de reflejo, una herramienta muy poderosa... —dijo Tulan, contemplando la bolsa de Garth mientras hablaba.

—Era un estúpido —replicó Garth.

—Webin, mi hombre, era un luchador de tercer nivel. Un luchador de segundo nivel tendría que ser lo suficientemente inteligente para no dejarse engañar hasta el extremo de acabar metido en una pelea callejera.

—¿Cómo está Webin?

—Ha sido degradado por haber provocado semejante humillación —replicó secamente Tulan—, y ha perdido el último hechizo que adquirió.

Garth no dijo nada, aunque le sorprendía mucho que un luchador permitiese que le despojaran de un hechizo sin haber tenido el honor de librar un combate antes.

—Oh, me costó un poquito hacerme con él, créeme... —dijo Tulan con una risita—. Si tengo un poco de tiempo libre, tal vez decida regenerarle la mano izquierda.

Los luchadores que caminaban detrás de Garth y Tulan dejaron escapar risas heladas. Tulan llevó a Garth a una habitación, y Garth se vio envuelto por los olores más agradables nada más entrar en ella.

—Llegas a tiempo para disfrutar de un pequeño desayuno antes de que sea hora de comer —dijo Tulan.

El Maestre de la Casa movió una mano indicándole que se sentara a la gran mesa de banquetes, que sólo contenía un servicio de vajilla y cubertería. Tulan dio una palmada y señaló a Garth. Unos sirvientes salieron a toda prisa de una pequeña habitación contigua y se apresuraron a colocar un plato a la derecha del de Tulan. Después Tulan indicó a sus consejeros que podían irse, dejó escapar un ruidoso suspiro y tomó asiento en un sillón de respaldo alto colocado en la cabecera de la mesa. Más sirvientes salieron de la habitación contigua trayendo bandejas que contenían faisanes rellenos, grandes anillos de salchichas, un cochinillo relleno de especias y ajos y recubierto de miel, y pescado ahumado que había sido cocido con limones y jengibre. Pesadas copas de cristal fueron colocadas sobre la mesa y llenadas con el oscuro vino tarmuliano, el pálido hidromiel y un vino blanco en el que bailaban y centelleaban un sinfín de pequeñas burbujas. Tulan cogió una barra de pan, arrancó cinco trozos y los arrojó a los grandes poderes que sostenían los cinco confines del mundo, y después lanzó al aire cinco pellizcos de sal mientras Garth le imitaba. Cuando hubo terminado, Tulan extendió las manos sin decir palabra y cogió un faisán. Suspiró, le dio un mordisco y no tardó en haberse comido la totalidad del ave. Después alargó las manos hacia el cochinillo, lo alzó y se lo ofreció a Garth por si quería algún trozo. Garth meneó la cabeza y consagró su atención a un faisán. Tulan sujetó el cochinillo por los cuartos traseros y las patas delanteras, y procedió a devorar la parte central, utilizando el cuchillo únicamente para recoger el relleno, que aún se encontraba lo suficientemente caliente para desprender nubecillas de humo. Cuando hubo acabado con él, arrojó los restos sobre una bandeja y después se lanzó sobre las gruesas morcillas y salchichas, engullendo media docena de ellas antes de acabar volviéndose hacia el pescado, que masticó a toda velocidad mientras escupía los trozos de espina sobre una bandejita de plata colocada junto a su codo izquierdo.

Después se reclinó en su asiento y dejó escapar un eructo tan atronador que Garth temió haría añicos las vidrieras multicolores de las ventanas abiertas en la parte de arriba de los muros. A continuación Tulan apuró el contenido de las tres enormes copas sin detenerse apenas entre una y otra, engullendo los líquidos y dejándolas vacías tan deprisa como si estuviera acabando con una hilera de enemigos. Tulan suspiró y volvió a eructar, y después cogió una espina de pescado para limpiarse minuciosamente los dientes con ella.

Garth, que ya había terminado su faisán, cogió la copa de vino tarmuliano y se contentó con tomar un sorbo.

—Si venciste a Okmark con tanta facilidad, debes de estar en el cuarto nivel o tal vez incluso en el quinto —dijo Tulan.

Después guardó silencio durante unos instantes y miró a Garth como si esperase una réplica por su parte. Garth no dijo nada y Tulan se rió, pero resultaba evidente que le molestaba un poco el que Garth quisiera tener sus pequeños secretos.

—Según la tradición, el contenido de la bolsa de un luchador sólo es conocido por su propietario —acabó diciendo Garth.

—Necesito hombres como tú —dijo Tulan, volviendo a comportarse como si él y Garth fuesen viejos camaradas—. En cuanto este Festival haya terminado habrá muchos contratos que cumplir, ciudades y comerciantes que proteger y guerras que librar, y puedes creerme cuando te digo que los de la Casa de Kestha siempre conseguimos la máxima paga a cambio de prestar nuestros servicios.

—Una excelente paga de la que hay que descontar vuestra comisión y las tasas de la Casa, naturalmente —replicó Garth.

Tulan guardó silencio durante un momento en el que miró fijamente a Garth.

—¿Por qué nosotros? —preguntó por fin con voz gélida—. ¿Por qué no otra Casa?

—¿Y por qué no ésta? —replicó Garth—. ¿Queréis que os diga que la fama de la Casa de Kestha supera a la de todas las demás, y que sólo los mejores luchadores acuden a vosotros? ¿Es eso lo que queréis que diga, como si fuese un acólito del primer nivel que un día descubrió que había nacido con el talento de controlar el maná que crea los hechizos?

Tulan no dijo nada, y Garth dejó escapar una carcajada llena de cinismo.

—No necesito el adiestramiento que puede llegar a impartir esta Casa ni el de ninguna otra —siguió diciendo—. Aprendí todo eso por mi cuenta.

—¿Dónde? Nunca te había visto antes. Nunca he oído hablar de un

hanin tuerto, de un luchador sin colores... ¿De dónde eres?

Garth sonrió.

—Veréis, mi señor, eso es algo que sólo me concierne a mí. Ya conocéis mis habilidades, pues visteis cómo las empleaba en la Plaza.

—¡Pues claro que me concierne! Debo saberlo todo sobre tu ascendencia y tus líneas familiares, ya que necesito averiguar si provienes de un linaje que posee la fortaleza necesaria para controlar el maná.

—No es asunto vuestro. Lo único que debéis hacer es sacar el máximo provecho posible de mis capacidades y conseguir que los dos ganemos dinero mediante ellas.

—¡Cómo osas...! —rugió Tulan, poniéndose en pie y echando su sillón hacia atrás de una patada.

Garth también se puso en pie y le hizo una gran reverencia.

—Dado que resulta obvio que no conseguiremos ponernos de acuerdo, me iré a ofrecer mis servicios a otro sitio —dijo—. Me parece que los luchadores de la Casa Púrpura tal vez querrán contar con ellos.

—No saldrás vivo de aquí —gruñó Tulan, y empezó a extender las manos hacia él.

Garth echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—Podríais matarme, mi señor —dijo—, pero puedo prometeros que para cuando hayamos acabado de luchar toda esta sala estará ardiendo como una tea..., y no me gustaría nada estropear vuestros tapices. Parecen haber sido tejidos por los naki de Kish, y valen los salarios de cincuenta luchadores.

Tulan se quedó inmóvil con las manos a medio extender, y volvió la mirada hacia los enormes tapices de hilos de oro y plata que cubrían la pared enfrente de las vidrieras para poder capturar y reflejar la luz que entraba por ellas. Una sonrisa se fue extendiendo lentamente por sus labios mientras los contemplaba.

—Tienes buen ojo para el arte —dijo por fin—. Eso es bueno, sí, es muy bueno... Sólo un ojo, y aun así puedes ver mejor con él que la mayoría de animales que tengo trabajando para mí con dos.

Tulan se rió como si acabara de contar un chiste irresistiblemente gracioso.

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