Arena

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Capítulo 4

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Garth miró con expresión expectante a su alrededor mientras sonaba la secunda campanada de la mañana. La Plaza aún no se había recuperado de las celebraciones de la noche anterior, y estaba llena de cristales rotos, ánforas de vino hechas añicos, ropas desgarradas y cuerpos esparcidos por el suelo, algunos de los cuales tendrían que ser recogidos y llevados al campo de los pordioseros para ser enterrados allí a expensas de la ciudad. Los primeros integrantes de la multitud matinal ya empezaban a ir de un lado a otro, casi todos ellos mendigos que buscaban monedas que pudieran haber caído al suelo durante la noche. Algunos registraban los cuerpos, que ya habían sido concienzudamente limpiados antes de que la primera claridad del alba hubiese empezado a iluminar el cielo por el este. Hammen bostezó cansinamente.

—Esto es una locura, Garth —murmuró—. Ya te he dicho que las benalitas sólo dan problemas.

—Tengo curiosidad, nada más —replicó Garth, y guardó silencio durante un momento antes de seguir hablando—. Además, puede que sea útil para mis propósitos.

—¿Y en qué consisten esos propósitos? —preguntó Hammen en voz baja.

—Ya lo verás. Ah, ahí viene...

Garth movió la cabeza señalando una figura solitaria que estaba cruzando la Gran Plaza, y que iba bien envuelta en los pliegues de su capa para protegerse del frío de la mañana. Norreen caminaba con paso rápido y decidido, y el creciente gentío que iba llenando la Plaza se apartaba de ella para dejarla pasar. Ya había un grupito siguiéndola, pues normalmente la presencia de una benalita significaba que se podía estar casi seguro de que no tardaría en producirse algún acontecimiento interesante.

Norreen fue hacia la Casa de Bolk, y sus seguidores se detuvieron allí donde empezaban las losas oscuras que marcaban el territorio de la Casa.

—Vamos —dijo Garth en voz baja, y salió de las sombras de un callejón para seguirla.

—Cuántas tonterías por ir detrás de una mujer... —resopló Hammen—. Primero abandonas el calor de tu cama antes del amanecer, y después me haces ir por una entrada secreta para despistar a los centinelas del Gran Maestre, y ahora se te ocurre mostrarte en público de esta manera cuando resulta obvio que no tardará en haber pelea.

Norreen fue hacia la Casa de Bolk, y unos guardias aparecieron en el umbral y movieron la mano indicándole que se detuviera. Norreen se quedó inmóvil y apoyó las manos en las caderas en una postura desafiante.

—Quiero una audiencia con el Maestre de la Casa —anunció con una voz potente y límpida que pudo oírse en toda la Plaza.

—No puedes utilizar la magia, y no eres más que una guerrera —replicó despectivamente un guardia—. Vete.

—Luché con uno de vuestros hombres en un duelo

oquorak, y no hizo honor a la apuesta. He venido a buscar una satisfacción, ya sea en forma de pago o en sangre.

—Debió de ser Gilrash —dijo un guardia, y miró a su compañero y meneó la cabeza—. Anoche regresó bastante maltrecho.

—Pues entonces traed a Gilrash aquí.

El guardia que había hablado en primer lugar miró a Norreen y comprendió que su reacción inicial no había sido demasiado inteligente.

—Vete y vuelve después del Festival —dijo—. Tenemos que ocuparnos de cosas mucho más importantes que esa supuesta reclamación tuya.

—Yo presencié el duelo —anunció Garth, avanzando sobre las losas marrones del pavimento de la Casa.

—Oh, amo, maldita sea... —suspiró Hammen, y siguió a Garth mientras éste iba hacia el trío.

—Yo presencié el duelo y registré a vuestro hombre después de que esta mujer le hubiera vencido —siguió diciendo Garth—. Todo ocurrió tal como ella ha dicho. Vuestro hombre no tenía el dinero suficiente para pagar, y violó el código de honor de un

oquorak de tres maneras. En primer lugar, luchó sin disponer del dinero necesario para respaldar la apuesta. Después intentó apuñalarla cuando comprendió que iba a ser derrotado, y finalmente un cómplice suyo intentó entrar en el círculo para apuñalar a esta mujer por la espalda.

Mientras hablaba Garth había ido alzando la voz para poder ser oído por el cada vez más numeroso gentío. Enseguida hubo un coro de comentarios, pues el ritual del

oquorak era tenido en gran estima, y para la forma de pensar de la turba el violarlo no sólo en uno sino en tres puntos distintos era un acto despreciable y todavía más vil que tratar de evacuar en las fuentes públicas. Se suponía que el

oquorak no era más que un pequeño juego intrascendente donde, en el peor de los casos, la derrota sólo significaba perder un ojo debido a una cuchillada.

Los dos guardias miraron nerviosamente a su alrededor, y Norreen volvió la cabeza para lanzar una rápida mirada a Garth.

—No necesito tu ayuda —siseó con voz gélida.

—Ya la has oído, así que larguémonos de aquí —le apremió Hammen.

—Gilrash es un ser vil y repugnante, e incluso un cavador de letrinas tiene más sentido del honor que él —insistió Garth—. Haced venir a vuestro Maestre para que lleve a cabo la restitución debida y castigue a vuestro despreciable luchador tal como se merece.

Un guardia escupió en el suelo.

—Has entrado en este recinto sin permiso, Tuerto Gris —dijo—. Vete ahora mismo antes de que te dé una lección.

La mención de su apodo hizo que un jadeo ahogado se extendiera por la multitud cuando ésta supo por fin quién era el recién llegado que estaba tomando parte en la confrontación, dado que hasta aquel momento Garth se había mantenido de espaldas al gentío. Los gritos de los apostadores que canturreaban las apuestas no tardaron en oírse. Garth lanzó una rápida mirada por encima de su hombro y vio que Hammen ya había entrado en acción metiendo la mano en su bolsa, y Garth aprobó su comportamiento con una rápida inclinación de cabeza. Después se volvió de nuevo hacia el guardia de la Casa Marrón.

—Cuando estés listo —dijo sin inmutarse, extendiendo las manos a los lados.

—No te metas en esto —gruñó Norreen.

Garth le indicó que retrocediese con un rápido gesto de la mano, dejando claro que no quería que le estorbase.

El guardia Marrón contempló a Garth con visible nerviosismo e hizo un rápido gesto a su compañero, que giró sobre sus talones y entró corriendo en la Casa. Garth esperó, concentrando su maná y escogiendo su hechizo con gran cautela, y el guardia que tenía delante empezó a retroceder poco a poco mientras lo estaba haciendo. Un rugido burlón brotó de la multitud, y se convirtió en un tumulto atronador cuando el guardia Marrón bajó las manos, admitiendo la derrota sin que se hubiera llegado a producir ningún cruce de hechizos. Garth le dio la espalda con una mueca despectiva y se volvió hacia la multitud, inclinándose ante ella como si el populacho fuese el Gran Maestre y acabara de librar un duelo en la arena. Los ganadores de la apuesta prorrumpieron en ruidosas aclamaciones..., y un instante después se hizo el silencio más absoluto.

—Naru... —siseó alguien.

Garth giró sobre sí mismo, y la multitud se lanzó a otro frenesí de apuestas antes de que hubiera terminado de volverse. Garth movió levemente la mano en un gesto casi imperceptible dirigido a Hammen, y después se preparó para enfrentarse con lo que se estaba aproximando a él. Las voces que gritaban el nombre de su nuevo oponente crearon ecos detrás de Garth, y pudo oír el ruido de pies que se acercaban corriendo desde todos los rincones de la Gran Plaza para unirse a la multitud, atraídos por la perspectiva de poder presenciar un combate entre campeones.

Garth se sintió envuelto por la oleada de poder del maná de aquel hombre incluso antes de que su silueta se hubiera hecho visible en el umbral. El luchador era un gigante de dos metros de altura y casi uno de anchura. Tenía una constitución muy robusta, y sus hombros eran tan anchos que casi daba la impresión de que tendría que ponerse de lado para poder salir por la puerta. Emergió del umbral llevando un taparrabos como única vestidura, con su bolsa colgando de una tira recubierta por finas escamas de oro. Las nubecillas de vapor del sudor producido por sus ejercicios matinales brotaron de su cuerpo cuando sus pies descalzos avanzaron sobre el pavimento de la Plaza. Su cabeza rasurada en forma de bala giró lentamente de un lado a otro y sus ojos recorrieron el gentío, y se oyeron algunos vítores lanzados por aquellos que tenían a Naru por su luchador favorito. Detrás de él apareció una veintena de luchadores de la Casa de Bolk que se desplegaron formando un abanico a su espalda. Naru fue hacia Garth moviéndose con una impasible y decidida lentitud, como si Garth no fuese más que un insecto al que se disponía a pisotear.

—Vete de aquí ahora mismo, tuerto —dijo. Su voz era como el retumbar ahogado de un trueno distante.

—Esta mujer ha venido a reclamar la deuda de un

oquorak que uno de vuestros cobardes se negó a honrar —replicó Garth—. Págale lo que se le debe y nos iremos.

Naru volvió la mirada hacia Norreen y soltó un bufido tan ruidoso como el chorro de un fuelle de fragua.

Su mano salió disparada como un árbol que cae, girando velozmente para asestar un golpe a Garth en su lado ciego. El luchador ni siquiera se había molestado en conjurar un hechizo. Pero Garth presintió el golpe y lo esquivó agachándose por debajo de él. Su pie se movió en una patada que formaba parte del mismo movimiento y que alcanzó a Naru en la ingle.

El gigante gruñó como un toro, y los ojos sobresalieron de sus órbitas dándole el aspecto de un pescado que agoniza. Naru cayó de rodillas.

Garth volvió a atacar con una patada bajo el mentón que hizo que Naru se desplomara sobre la espalda. Un chorro de sangre en el que había varios dientes surgió de su boca cuando el gigante se derrumbó sobre el pavimento y quedó totalmente inmóvil.

Un murmullo enronquecido brotó de la multitud. Los pocos que habían apostado por Garth lanzaron gritos de alegría, pues Naru yacía sobre el pavimento y la victoria ya podía considerarse oficial a pesar de que el combate se hubiera librado sin recurrir a la magia.

Un luchador Marrón dejó escapar un alarido de ira y saltó hacia adelante, alzando la mano para señalar a Garth.

Un aullido atronador pareció emanar de la mano del luchador Marrón, un rugido estridente que fue creciendo rápidamente hasta alcanzar tal intensidad que Garth retrocedió tambaleándose mientras levantaba un escudo protector a su alrededor. El sonido quedó bloqueado dentro de su círculo de protección, pero Garth pudo oír los gritos que surgieron de las gargantas de los espectadores que estaban a su espalda cuando el aullido demoníaco cayó sobre ellos. Garth movió la mano y extendió el muro de protección sobre la multitud, entre la que ya se veían muchos cuerpos que se retorcían en una horrible agonía mientras la sangre brotaba de sus tímpanos destrozados, tan terriblemente devastador era el poderío destructivo de aquel grito invocado de los reinos demoníacos.

Garth inclinó la cabeza y el luchador Marrón empezó a mover las manos en frenéticos retorcimientos cuando su maná fue absorbido. El aullido demoníaco se fue disipando. El luchador Marrón seguía agitando la mano, que había empezado a brillar como si estuviera ardiendo.

Otro luchador Marrón alzó las manos y después otro imitó su gesto, y la multitud empezó a dispersarse detrás de Garth.

—¡Venid a defender el color Gris!

Garth lanzó una rápida mirada por encima de su hombro y vio que Hammen estaba gritando con toda la potencia de sus pulmones y que cojeaba hacia la Casa de Kestha, de la que ya estaban saliendo a la carrera unos cuantos luchadores, atraídos por la excitación de la multitud y por la petición de ayuda que acababa de gritar Hammen.

Garth juntó las manos y las extendió, manteniéndolas en alto como si fuesen garras. Su hechizo cobró forma sólo unos segundos después, cuando las siluetas esqueléticas conjuradas por el luchador Marrón ya estaban empezando a aparecer a su alrededor. Remolinos luminosos giraron y ondularon a su alrededor, y de cada uno surgió un oso gigantesco que gruñía y resoplaba. Garth gritó una orden y los cuatro osos cargaron sobre la hilera de luchadores Marrones, deteniéndose sólo un instante para derribar a los esqueletos. Unos cuantos luchadores Marrones echaron a correr mientras otro desviaba el hechizo con el que había estado apuntando a Garth y lo lanzaba sobre un oso, que estalló y desapareció. Otro oso murió al caerle un rayo encima, pero unos segundos después los dos osos restantes ya habían atravesado la zona letal y se lanzaron sobre el primer luchador Marrón que había atacado a Garth, y que seguía siendo incapaz de concentrarse debido a las quemaduras de su mano.

Los luchadores Marrones giraron sobre sí mismos para ayudar a su camarada y empezaron a lanzar hechizos, pero ya era demasiado tarde. Un oso agarró al luchador por las piernas mientras el otro cerraba sus fauces sobre su cabeza y sus hombros, ahogando sus chillidos. Los dos osos empezaron a tirar de su cuerpo en direcciones opuestas y un instante después ya se alejaban con las mitades todavía temblorosas del luchador muerto en la boca, meneando sus enormes cabezas de un lado a otro con el resultado de que esparcieron un diluvio de sangre y entrañas por toda la Plaza.

Los luchadores Marrones enloquecieron de ira y concentraron su atención en Garth. Su círculo de protección fue azotado por andanada tras andanada de hechizos, y Garth se vio obligado a retroceder con paso tambaleante. A través de la calina de las explosiones pudo ver que Norreen, moviéndose como si fuese un borroso manchón de velocidad, se había unido a la contienda con la espada en la mano, y vio cómo se lanzaba sobre un luchador Marrón y acababa con él mediante un rápido tajo en la garganta. El luchador Marrón se tambaleó y se llevó las manos al cuello mientras la sangre arterial brotaba a borbotones por entre sus dedos. Norreen dejó atrás a su primera víctima con un solo y fluido movimiento y, todavía corriendo, se lanzó sobre la siguiente. Su espada se movió con una velocidad increíble y le abrió el estómago, haciendo que soltara un aullido de dolor y cayera de espaldas. El luchador Marrón se debatió torpemente intentando levantar un artefacto mágico y la hoja de Norreen volvió a actuar cercenándole la mano, y el artefacto resplandeciente rodó sobre el pavimento. Los otros luchadores por fin lograron reaccionar, y una nube negra surgió de la nada y empezó a agitarse alrededor de Norreen. El horror le desorbitó los ojos obligándola a retroceder, y Norreen agitó su espada intentando herir al terror invisible que la estaba atacando.

Garth dio un paso hacia adelante para bloquear el hechizo lanzado contra ella, pero las andanadas de una docena de luchadores, algunos de los cuales eran obviamente de quinto nivel o incluso mejores, eran demasiado potentes. Garth acabó bajando su protección durante un momento para eliminar el hechizo de terror que estaba atacando a la benalita, y Norreen se apresuró a alejarse reptando sobre las manos y las rodillas. Pero Garth tuvo que pagar un precio terrible por su acción, pues recibió de lleno el impacto de un nuevo hechizo de terror que casi le cegó durante un momento, tan insoportable era el miedo que se adueñó de todo su ser. Los luchadores Marrones se dieron cuenta de aquella ventaja momentánea que les había proporcionado el hechizo de terror y decidieron explotarla, y todos avanzaron hacia él ardiendo en deseos de verle muerto. Algunos ya habían empezado a conjurar demonios que despedazarían a Garth.

Un rayo de cegadora claridad atravesó la plaza. Unos segundos después varios rayos más fueron lanzados, seguidos pasado un instante por lo que parecía una tempestad de hielo que extinguió el poder de los demonios que ya habían empezado a rodear a Garth.

Garth volvió a establecer su círculo de protección y utilizó un hechizo curativo sobre sí mismo para disipar el miedo, y después volvió la cabeza hacia la izquierda. Un enjambre de luchadores Grises se aproximaba con las manos levantadas y se preparaba para lanzarse sobre los luchadores de la Casa de Bolk, que se volvieron para enfrentarse al nuevo ataque. Más luchadores estaban saliendo por la entrada de la Casa de Bolk. Garth pudo oír los familiares trompetazos de los clarines del Gran Maestre resonando detrás de él, y un instante después los luchadores del Gran Maestre cruzaron la Plaza a la carrera para unirse a la batalla.

La sangre empezó a correr cuando los luchadores intercambiaron ataques a muy poca distancia. Algunos de ellos cayeron, y los vencedores administraron el golpe de gracia y después cortaron las tiras de las bolsas para reclamar sus trofeos. La confusión era tan grande que las reglas del combate habían dejado de ser observadas. Garth cerró los párpados y alzó las manos hacia el cielo, y el hechizo absorbió su poder durante un instante.

Volvió a abrir los párpados y sonrió al ver cómo una araña gigante cuyo enorme cuerpo medía por lo menos ocho metros de un lado a otro se materializaba sobre la Casa de Bolk. La araña bajó la cabeza hacia la confusión de cuerpos que combatían en la Plaza y vio que le ofrecía una excelente oportunidad para darse un banquete. Se inclinó sobre la fachada del edificio hasta que sus peludas patas delanteras entraron en contacto con el suelo, y empezó a descender por la fachada del edificio moviendo la cabeza de un lado a otro y lanzando chorros de veneno ácido al hacerlo. Muchos luchadores, tanto Marrones como Grises, fueron pillados por sorpresa y cayeron retorciéndose sobre las losas del pavimento y lanzaron chillidos de agonía, sobre todo aquellos a los que el veneno había afectado los ojos. Garth miró a su alrededor y vio a Norreen, que seguía alejándose del combate, y fue corriendo hacia ella.

—¡Salgamos de aquí! —gritó.

Garth deslizó la mano por debajo del hombro de Norreen para ayudarla a incorporarse. Después chasqueó los dedos, y los dos quedaron envueltos en una nube de humo verdoso.

Garth echó a correr y Norreen se tambaleó intentando mantenerse a su altura mientras alcanzaban a las primeras filas del gentío, que corría en todas direcciones lanzando chillidos de terror ante las docenas de hechizos fuera de control que barrían la Plaza. El combate se había convertido en un enfrentamiento salvaje en el que los luchadores se limitaban a conjurar hechizos, lanzando a sus moradores al azar para que atacaran el objetivo que tuvieran más cerca. Los no muertos se movían con paso tambaleante, y las manos gris verdosas de algunos de ellos aferraban los cuerpos de habitantes de la ciudad que no paraban de gritar para alzarlos como si fuesen trofeos. Enormes serpientes que tenían diez metros de longitud y eran tan gruesas como la cintura de un hombre se deslizaban velozmente de un lado a otro buscando alguien a quien morder, y algunas de ellas luchaban con sus víctimas y una ya estaba engullendo una silueta que todavía agitaba las piernas. Los esqueletos iban de un lado a otro entre el repiqueteo de sus huesos, buscando carne humana en la que hundir sus blancos dedos. Los dos osos habían terminado de devorar su presa a un lado de la Gran Plaza, y un instante después echaron a correr a través de ella en busca de otro festín. Garth movió la mano e hizo que se desplomaran sobre los flancos.

Los luchadores del Gran Maestre lograron llegar a la batalla maldiciendo y dando empujones, y algunos empezaron a ocuparse de las distintas criaturas que perseguían a la multitud lanzada a una frenética huida. Un luchador se volvió hacia Garth, que dejó en libertad a los osos y se alejó. Unos segundos después Garth oyó los alaridos del luchador que había intentado detenerle.

—¡Amo!

Garth miró por encima del hombro y se detuvo al ver que Hammen venía hacia él.

El caos se había adueñado de la Plaza. Más de cuarenta luchadores de cada Casa se estaban enfrentando delante de la Casa Marrón y la araña, que ya había perdido varias patas, correteaba de un lado a otro con un luchador de Kestha que se debatía frenéticamente entre sus colmillos y otra forma envuelta en seda contorsionándose sobre su espalda. Una explosión en la parte superior de la Casa de Bolk arrancó una parte de la fachada e hizo caer un diluvio de piedras sobre una calle lateral mientras las llamas empezaban a lamer los muros de media docena de edificios cercanos. La Gran Plaza era un mar de confusión en el que miles de cuerpos intentaban huir de la muerte mientras miles más se empujaban frenéticamente unos a otros tratando de no perderse la diversión.

Hammen se reunió con Garth y extrajo una bolsa de debajo de su túnica.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Garth.

—Oh, pertenecía a ese hombretón al que convertiste en cantante soprano —respondió Hammen.

Garth inspeccionó rápidamente los amuletos. Era un botín fabuloso, aunque no fuese del todo legal.

—Creo que deberíamos salir de aquí —anunció al ver que una falange de guerreros avanzaba a paso de carga con sus ballestas en ristre.

La primera fila de guerreros se desplegó y empezó a lanzar dardos contra la araña, lo que sólo pareció servir para enfurecer todavía más a la criatura. La araña giró sobre sí misma, arrojó al luchador Gris a un lado y se lanzó sobre los guerreros.

Los guerreros del Gran Maestre que se habían apresurado a disparar sus ballestas apoyaron la parte delantera de sus armas en el suelo y pusieron los pies en el estribo de la ballesta mientras usaban las dos manos en un frenético intento de volver a tensarla. El resto de la falange disparó sus dardos, pero la araña siguió avanzando con paso tambaleante hacia ellos. Los ballesteros que estaban intentando recargar sus armas interrumpieron sus esfuerzos, giraron sobre sus talones como si fueran un solo hombre y huyeron a la carrera. La falange se convirtió en un hormiguero de hombres que huían en todas direcciones, y Garth, Hammen y Norreen se apresuraron a apartarse del camino de la enfurecida araña.

La araña extendió sus patas delanteras derribando a varios hombres y después siguió avanzando, aplastando cuerpos bajo sus garras mientras continuaba lanzando chorros de veneno que burbujeaban y siseaban al chocar con el pavimento, el metal, el cuero y la carne.

Unos cuantos jinetes se abrieron paso al galope a través de la multitud, derribando ciudadanos que huían y apartando ballesteros aterrorizados. Iban seguidos por un carro, y el hombre sentado en el pescante azotaba al tiro de caballos con su látigo. Un instante después tiró de las riendas e hizo que el carro se detuviera de repente con un ruidoso rechinar de ruedas. En la parte de atrás del carro había una ballesta gigante de campaña manejada por una dotación de enanos y ya preparada para hacer fuego. El jefe de los artilleros echó un vistazo a lo largo del dardo para calcular el ángulo de disparo, y gritó a sus dos ayudantes que subieran un poco más el arma. La araña ya había visto el carro, y estaba empezando a avanzar hacia él. Los caballos piafaron de terror, y el conductor tuvo que ponerse de pie sobre el pescante y tirar de las riendas mientras hacía frenéticos esfuerzos para impedir que su tiro saliera huyendo.

La ballesta gigante casi pareció saltar hacia arriba cuando el artillero tiró de la palanca, y el enorme dardo cruzó la Plaza con un estridente zumbido y se hundió en el cuerpo de la araña.

La bestia se irguió sobre sus patas peludas y dejó escapar un potente alarido de dolor que creó ecos por toda la Plaza. Un chorro de sangre verdosa brotó de la herida, y la araña se desplomó sobre un costado agitando espasmódicamente sus patas. El guerrero envuelto en un capullo de seda que había quedado atrapado sobre su espalda se removió y se retorció junto a su captora, haciendo pensar en un gusano gigante.

—Creo que ya se ha acabado la diversión —dijo Garth, y sonrió—. Bien, salgamos de aquí.

Garth empezó a abrirse paso por entre el gentío sin soltar a Norreen, que intentó liberarse y no cejó en sus esfuerzos hasta que Garth acabó soltándola.

—En nombre de todo lo sagrado, ¿qué estabas haciendo allí? —le preguntó secamente.

—Ayudarte —respondió Garth en voz baja y suave mientras seguía empujándola.

La multitud rugió detrás de ellos cuando una explosión hizo temblar la Gran Plaza, y un instante después se oyó el tintineo cristalino de las ventanas haciéndose añicos en docenas de edificios.

—No fuiste allí para ayudarme —gruñó Norreen—. Andabas detrás de otra cosa, y la has conseguido.

Garth aflojó el paso y la miró.

—Fui allí para ayudarte —replicó sin inmutarse—, y la situación se descontroló sin que pudiera evitarlo.

—No juegues a ese juego conmigo. Tú querías que ocurriera precisamente lo que ocurrió, ¿verdad?

Garth no dijo nada y siguió andando.

—Todavía no he recuperado el honor perdido que me robaron —dijo secamente Norreen.

Garth miró a Hammen.

—¿Qué ganancias hemos obtenido? —preguntó.

—Ahora tenemos trece monedas de oro —le explicó Hammen con visible alegría—. Las apuestas estaban quince a uno en favor de Naru.

—Déjame ver.

Hammen sacó de mala gana las monedas de su bolsa y se las alargó mientras apretaba el paso intentando no quedarse atrás.

Garth giró sobre sí mismo y se las ofreció a Norreen.

Norreen le apartó los dedos de un manotazo, y las monedas se desparramaron sobre el pavimento. Hammen lanzó un grito de consternación y se apresuró a recogerlas, desenvainando su daga y chillando frenéticamente cuando un chico agarró una de las monedas que rodaban sobre las losas y desapareció entre la multitud que se agitaba a su alrededor.

—El dinero no significa nada —dijo Norreen—. Fui allí por una cuestión de honor.

—De todas formas tienes que comer, ¿no? —replicó secamente Garth, y cogió una moneda de la palma de Hammen y se la metió entre los dedos a Norreen—. Con eso podrás aguantar hasta después del Festival —siguió diciendo—. Ahora toda la ciudad sabe que tuviste el valor de desafiar a la Casa de Bolk. La gente se acordará de que todo empezó debido a la intervención de una Heroína Benalita. Procura mantenerte alejada de los esbirros del Gran Maestre, porque a partir de ahora todos andarán detrás de ti.

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