Arena

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Capítulo 7

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El grito fue rápidamente coreado por otras voces, y en unos momentos ya había recorrido toda la longitud de la calle. Su significado fue cambiando a medida que viajaba, con el resultado de que quienes se encontraban más lejos de su origen creyeron que se estaba librando un combate. Se lanzaron hacia la conmoción, y mientras corrían en esa dirección algunos ya estaban haciendo apuestas por el luchador tuerto a pesar de que no tenían ni idea de contra quién peleaba.

Garth extendió la mano, y una nube de humo verdoso surgió de la nada y se fue desplegando a su alrededor. Después agarró la mano de Hammen y trató de abrirse paso a través del amasijo de cuerpos, que ya habían empezado a retroceder entre toses y gemidos.

Pero cuando se metió por un callejón lateral llevándose consigo la neblina, la multitud se lanzó en pos de él.

—Allí va... ¡Seguid el humo, seguid el humo!

El populacho persiguió a Garth, gritando y riendo como si éste pretendiera divertirles con su huida.

—Van a conseguir que nos maten... ¿Por qué no intentas utilizar ese numerito de desaparición tuyo?

—Porque tienes que estar inmóvil y encontrarte dentro del círculo de protección —replicó Garth—. No funcionaría.

Llegaron al comienzo de la Gran Plaza y Garth aflojó el paso hasta detenerse, y la multitud volvió a rodearle un instante después.

Garth deslizó una mano debajo de su túnica, tiró de un paquetito que colgaba de su cuello hasta dejarlo suelto y lo metió entre los dedos de Hammen.

—Aléjate de mí —siseó—. ¡Vamos, vete ahora mismo!

—Pero amo...

—Venga, largo de aquí... ¡Vete ya!

Hammen alzó la mirada hacia él, visiblemente confuso, mientras la humareda empezaba a disiparse. Una fila de guerreros estaba cruzando la Plaza enarbolando sus ballestas. Hammen volvió la mirada hacia la multitud que continuaba apelotonándose a su alrededor y vio otra hilera de siluetas al otro extremo de la Gran Plaza, ésta formada por luchadores que llevaban la librea del Gran Maestre y que estaban saliendo a la carrera de un callejón lateral.

—Corre, maldito seas, corre... —murmuró Garth.

Después empujó a Hammen con tal fuerza que lo lanzó contra la multitud, haciendo que acabara en el suelo. Garth se abrió paso por entre el gentío, y unos instantes después Hammen ya no podía verle. El viejo intentó recuperar el equilibrio mientras los cuerpos tropezaban con él, maldiciendo y lanzándole patadas. Acabó logrando agarrarse a un tobillo y lo mordió con tal ferocidad que su víctima cayó al suelo, y después se arrastró por encima de ella sin hacer caso de sus aullidos y juramentos.

Garth había aprovechado la confusión para desaparecer.

Garth siguió corriendo. Se metió por una calleja, con sus admiradores siguiéndole tozudamente la pista entre risas y gritos que revelaban a la guardia de la ciudad la dirección por la que había huido. Se metió por otro callejón, saltó por encima de los montones de basuras y tomó atajos por entre los edificios, pero la multitud continuaba siguiéndole. Garth se escondió en una pequeña alcoba llena de sombras, y la multitud pasó corriendo por delante de ella hasta que un hombre que jadeaba y se había quedado sin aliento se detuvo justo delante de Garth y empezó a toser y escupir. Un instante después alzó la mirada y le vio.

—¡Eh, el tuerto está aquí!

La multitud giró sobre sí misma entre gritos y juramentos y Garth reanudó su huida, deteniéndose sólo el tiempo necesario para obstruir el camino con un muro invisible que detuvo a quienes habían empezado a correr detrás de él. Pero cuando llegó a otra avenida hubo un nuevo estallido de gritos y algarabía, y el enjambre de sus admiradores volvió a desplegarse a su alrededor. Garth se abrió paso a través de la masa de cuerpos y logró llegar hasta el muro de la Casa de Fentesk. No había ninguna esperanza de encontrar la entrada secreta sin Hammen guiándole, y Garth echó a correr hacia la puerta principal. La Plaza ya estaba empezando a llenarse de gente que reía y lanzaba vítores, y Garth pudo oír cómo apostaban si conseguiría refugiarse en la Casa de Fentesk o no. Cuando entró en la Plaza una nueva multitud se lanzó sobre él, y Garth se vio nuevamente obligado a ir más despacio.

Un rayo cegador estalló en la Plaza directamente delante de Garth derribando una docena de cuerpos, y la turba huyó a la carrera dispersándose en todas direcciones. Garth corrió hacia la puerta principal, llegó a ella y agarró el pomo.

La puerta estaba cerrada.

Garth giró sobre sí mismo y retrocedió. Un círculo de luchadores acababa de aparecer a su alrededor, y todos llevaban la librea del Gran Maestre.

Los rayos llegaron en rápida sucesión, obligando a Garth a esquivarlos frenéticamente mientras creaba un círculo de protección que le defendiese del fuego. Más allá del anillo de luchadores pudo ver una formación de ballesteros que se aproximaba a la carrera, y detrás de ellos había varias ballestas gigantes montadas sobre carros que venían hacia él a toda velocidad mientras sus artilleros iban haciendo girar las armas para apuntarle con los enormes dardos.

Garth lanzó un hechizo detrás de otro sin dejar de saltar y esquivar ni un solo instante. Un mamut apareció delante de él, bloqueando los haces de llamas con su masa. El gigantesco animal se irguió sobre sus patas traseras, emitió un trompeteo ensordecedor y se lanzó a la carga. Media docena de luchadores desviaron su atención hacia él mientras los otros seguían concentrados en Garth. Unos instantes después la franja de pavimento que se interponía entre Garth y sus atacantes ya estaba repleta de trasgos, enanos, serpientes y esqueletos que luchaban unos con otros y que habían sido conjurados para atacar o defender.

La multitud gritaba y aullaba de placer en la Plaza, animando a Garth en aquel combate que no tenía ninguna esperanza de ganar.

El mamut consiguió agarrar y hacer pedazos a un luchador antes de que los otros acabaran destruyendo a la enorme bestia abriendo una grieta justo debajo de ella. El mamut se precipitó por el abismo, pero logró deslizar su trompa alrededor del tobillo de otro luchador y se lo llevó consigo para que pereciese con él.

Una hilera de ballesteros corrió hacia Garth y alzó sus armas. Garth creó un muro de fuego ante ellos, y los dardos de las ballestas lo atravesaron y desaparecieron sin dejar más huella de su existencia que unos hilillos de humo.

Tres berserkers que aullaban en lenguas desconocidas aparecieron de la nada y se lanzaron sobre Garth, y éste detuvo su carga mediante una hilera de elfos de Llanowar que replicaron al ataque manejando garrotes de roble que hicieron añicos cascos, escudos y huesos.

Unos cuantos luchadores unieron sus fuerzas para conjurar un gigante de las colinas que medía casi la mitad de la altura de la Casa de Fentesk y que empezó a avanzar con pasos lentos y pesados. La visión de aquel raro prodigio hizo que la multitud lanzara un jadeo ahogado de sorpresa, y un instante después todos empezaron a soltar gritos de entusiasmo a pesar de que el gigante estaba decidido a aplastar a su héroe.

Los luchadores que se enfrentaban a Garth hicieron una pausa en sus ataques para no perderse la diversión al ver que su enemigo no estaba haciendo ningún movimiento ofensivo. Los elfos de Garth habían seguido luchando encarnizadamente con los berserkers hasta que tanto unos como otros hubieron muerto.

El gigante dejó escapar una risotada que más parecía el retumbar ahogado de un trueno lejano, levantó un pie y lo dejó caer en un intento de aplastar a Garth. Garth esquivó el pie y buscó refugio detrás de una columna. El gigante intentó patearle y el dedo gordo de su pie chocó con la columna, con el resultado de que el gigante lanzó una maldición dolorida y la multitud emitió un rugido de placer.

Garth salió de detrás de la columna, y el gigante volvió a levantar el pie y lo dejó caer de nuevo. Garth rodó sobre sí mismo, cogió la espada de un berserker caído y apoyó la empuñadura en el suelo con la punta de la hoja dirigida hacia arriba.

El gigante se empaló el pie en la espada.

Su aullido de angustia fue casi tan ensordecedor como un rugido demoníaco, y el gigante empezó a dar saltitos de un lado a otro con la espada todavía incrustada en la planta de su pie. Garth extendió las manos y el gigante perdió el equilibrio y acabó derrumbándose, aplastando a varios luchadores debajo de su inmenso cuerpo. El impacto de su caída hizo que toda la Plaza temblase como si se hubiera producido un terremoto. El gigante empezó a levantarse soltando gemidos y maldiciones, y los luchadores que lo controlaban extendieron las manos hacia su torpe creación mientras la contemplaban con expresiones de disgusto. El gigante cayó en la grieta que había acabado con el mamut, y sus alaridos no dejaron de oírse hasta que chocó con el fondo. Garth aprovechó los momentos de confusión producidos por el gigante para volverse de nuevo hacia la puerta y tirar del pomo. La puerta seguía estando cerrada.

Alzó la mano disponiéndose a derribarla con un rayo, y percibió la presencia de un hechizo todavía más fuerte que la protegía.

Garth masculló un juramento ahogado y se volvió para enfrentarse a sus oponentes, cuyo número casi se había doblado y ya ascendía a una veintena de enemigos debido a la llegada de más refuerzos. Los ballesteros ya habían recargado sus armas, y estaban moviéndose a ambos lados del muro de fuego que Garth había erigido para que consumiera sus dardos.

Los segundos siguientes fueron un auténtico infierno de enloquecida confusión en el que los hechizos iban y venían de un lado a otro. Garth se tambaleó varias veces bajo el impacto de las descargas psiónicas que cayeron sobre su cuerpo mientras los luchadores que habían lanzado los hechizos se derrumbaban bajo los efectos del agotamiento. Pero no estaba librando un combate singular, por lo que el que un adversario quedara sumido en la inconsciencia carecía de importancia mientras consiguiera causar un cierto daño al luchador solitario con el que se estaban enfrentando.

Otro rayo cayó sobre él seguido por otro más, y Garth acabó hincando las rodillas en el suelo. La multitud seguía vitoreándole, hipnotizada por la pura cualidad espectacular de semejante combate.

Garth intentó levantar un círculo de protección, pero un dardo de ballesta se hundió en su hombro antes de que hubiera podido lanzar el hechizo. El impacto hizo que Garth girase sobre sí mismo y acabara de bruces en el suelo.

Garth logró ponerse de rodillas. Estaba jadeando y le costaba respirar. Los luchadores se acercaban a él con las manos levantadas y sonrisas burlonas en los labios. Garth lanzó otro hechizo que dejó envuelto en llamas a un enemigo. El luchador huyó aullando, y empezó a correr en círculos mientras la multitud lanzaba un alarido de placer ante aquel último acto de desafío.

Garth volvió la mirada hacia la puerta de la Casa de Fentesk, y vio que estaba abierta y que el umbral se hallaba lleno de espectadores. Se arrancó la bolsa del cinturón un instante antes de que el siguiente rayo cayera sobre él y la arrojó hacia la puerta.

—¡Varena! ¡Santuario! —gritó mientras su bolsa resbalaba sobre el suelo y acababa deteniéndose delante de los luchadores Naranja inmóviles en la puerta.

Dejar de tener el maná junto a él había hecho que Garth quedara totalmente desnudo y desprotegido, y el rayo que acababan de lanzarle hizo que se hundiese en la negrura de la nada y el olvido.

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