Arena

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Capítulo 10

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Uriah yacía sobre el suelo de la sala de audiencias, temblando de miedo y maldiciendo a los hados que le habían convertido en una criatura tan insignificante y a la que resultaba tan fácil despreciar. Comprendía muy bien el papel que estaba condenado a interpretar. Había nacido con la capacidad de controlar el maná, pero también había nacido con el cuerpo deforme y contrahecho. Al principio había pensado que conseguiría ser respetado a medida que fuese aprendiendo a dominar los secretos del maná, pero ese respeto que tanto anhelaba nunca había llegado. Hubo un tiempo, demasiado corto y fugaz, en el que todo había sido distinto; pero la fascinación del poder que le había ofrecido Zarel era una tentación demasiado fuerte para ser resistida, y Uriah había preferido ser capitán de luchadores a ser un simple luchador incomprendido por los demás.

Algunos le llamaban esbirro rastrero, y le acusaban de lamer las botas de Zarel. Uriah consideraba que se había limitado a tratar de sobrevivir. Era capitán de luchadores, desde luego, aunque algunos de los luchadores que tenía a sus órdenes contaban con más poderes que él. Zarel le había ascendido por una sola razón: Uriah podía ser controlado —y el enano se maldecía a sí mismo por conocer muy bien esa verdad, la más cruel de todas—, y soportaría abusos o malos tratos contra los que otros ya se habrían rebelado hacía mucho tiempo por la sencilla razón de que en su vida sólo había conocido abusos y malos tratos desde el día en que nació.

La sala se hallaba sumida en el silencio más absoluto. Los guerreros, secretarios y parásitos de la corte permanecieron inmóviles y callados mientras Zarel volvía a golpear a Uriah.

—¡Tendrías que haber previsto esto, maldito seas! ¿Es que a ninguno de vosotros se le ocurrió pensar que podrían tratar de rescatarle a través de las cloacas?

—La puerta de la cloaca había sido clausurada hacía muchos años, mi señor, y el camino estaba protegido mediante trampas. Se consideró que era imposible que...

—¡Bien, pues no era imposible! Oh, maldición...

El enano no dijo nada, y se limitó a emitir un gruñido ahogado de dolor cuando Zarel le pateó antes de volverse hacia la mensajera que había enviado a la Casa de Bolk.

—¿Ha habido contestación de Kirlen?

La guerrera envuelta en su armadura bajó la cabeza y no dijo nada.

—¡Maldición! ¿Qué ha ocurrido?

Zarel parecía estar lo bastante enfurecido como para llegar a levantar la mano contra ella, pero la mensajera le contempló en silencio y sin inmutarse. Zarel titubeó durante un momento y acabó lanzándole otra salvaje patada a Uriah.

—¿Dijo algo?

—Dijo que debíais llevar a cabo una acción físicamente imposible sobre vuestra propia anatomía, mi señor —acabó replicando la guerrera.

Zarel la fulminó con la mirada, y se dio cuenta de que había una leve sombra de desafío en el tono que había empleado al responderle.

—Sigue.

—Declaró que el tuerto se ha convertido oficialmente en un Bolk, y que en calidad de tal disfruta del derecho de inmunidad de la hermandad, que le pone a salvo de ser perseguido por crímenes cometidos antes de que fuese aceptado por la Casa.

—Vete.

La guerrera se puso en pie, se inclinó ante Zarel y salió de la sala de audiencias. Zarel la siguió con la mirada, y comprendió que acababa de sufrir una tremenda humillación. En primer lugar, el populacho ya estaba firmemente de parte del luchador tuerto, y había encontrado un héroe al que adorar con la convicción de que era uno de los suyos. Lo peor era que los hombres de Zarel habían pasado a convertirse en sospechosos. La cerradura había sido engrasada, y existía la posibilidad de que fuera alguien del palacio quien había echado ese aceite en ella. Zarel había matado inmediatamente a los guardias de la prisión como castigo a su fracaso, y ese estallido de ira había inquietado considerablemente a sus guerreros. Sus luchadores estaban empezando a ponerse bastante nerviosos, y se sentían muy irritados ante las humillaciones que la turba hacía llover sobre sus cabezas. Varios centenares de personas habían perdido la vida durante la feroz represión de los disturbios, pero Zarel ya se había dado cuenta de que la agitación había empezado a extenderse entre sus propias fuerzas. Los luchadores de los niveles más bajos incluso estaban asustados, pues algunos de ellos habían perecido durante el día de motines que había seguido a la huida de Garth.

Y el Festival empezaría mañana, y medio millón de seres humanos se concentrarían en un solo lugar. Si algo hacía que estallaran, los resultados podían llegar a ser desastrosos. Tendría que hacer alguna oferta para calmar al populacho y conseguir que volviera a estar de su parte. Incluso el pensar en ello le resultaba desagradable, pero Zarel sabía que tendría que recurrir a sus tesoros para comprarles.

—Cuando tú y yo hayamos acabado, haz venir al capitán de mis catapultas —dijo—. Se me ha ocurrido una idea que podría animar considerablemente el Festival.

—¿El capitán de vuestras catapultas, mi señor? —preguntó Uriah.

—Haz lo que te he ordenado.

Zarel giró sobre sus talones, y durante un momento Uriah pensó que eso significaba que podía irse.

—¿Existe alguna posibilidad de que podamos capturar al luchador tuerto antes de que empiece el Festival, Uriah? —preguntó Zarel de repente.

El enano alzó la mirada y se puso de rodillas.

—No lo creo, gran señor.

—¿Por qué no?

—Jimak, Varnel y Tulan son sobornables, pero Kirlen no. Sólo hay una cosa que desee, y es vuestro poder y el camino que lleva a convertirse en Caminante. Nada de lo que podáis ofrecerle bastaría salvo vuestro poder, y Kirlen considera que el luchador tuerto es un medio de causaros problemas y humillaciones, y tal vez incluso de alzar al populacho contra vos.

Zarel bajó la mirada hacia Uriah.

—A veces pienso que eres demasiado listo, Uriah.

—Mi inteligencia está únicamente a vuestro servicio, mi señor.

—¿Por qué?

Uriah vaciló unos momentos antes de responder.

—Sois mi señor.

—No me basta como respuesta.

Uriah bajó la cabeza.

—Porque los otros nunca me aceptarían.

Zarel dejó escapar una carcajada helada.

—El traidor de la Casa Turquesa, el que me proporcionó toda la información que necesitaba mientras llevaba sus colores y que abrió la puerta a la Noche de Fuego...

Zarel sonrió y volvió a bajar la mirada hacia Uriah, que se removió nerviosamente a sus pies.

—¿Quién es ese luchador tuerto? —preguntó Zarel, y su tono parecía indicar que se hacía la pregunta a sí mismo.

Uriah alzó la vista hacia él y no dijo nada.

—Llevaste sus colores durante años... ¿Te acuerdas de él?

—No, mi señor —respondió Uriah en voz baja.

—Sal de aquí.

Uriah se apresuró a marcharse, y consiguió esquivar por muy poco la patada que le lanzó Zarel.

Llegó a la puerta y se volvió hacia Zarel antes de cerrarla.

El Gran Maestre había preguntado quién era el luchador tuerto. Uriah sonrió, y se alejó con paso cojeante para ocuparse de las heridas de su cuerpo y de su corazón.

—Fue buena broma.

Garth sonrió y se obligó a seguir despierto mientras Naru servía otra ronda. El gigante volvió la mirada hacia el otro extremo de la mesa y miró a Hammen, que yacía inconsciente sobre el suelo de la sala de banquetes, y se rió.

—¡Viejo muy debilucho, y ahora huele mal! —exclamó entre carcajada y carcajada.

Garth intentó hacer durar su copa todo lo posible mientras sentía que le daba vueltas la cabeza, y deseó controlar alguno de los raros hechizos que curaban la embriaguez.

—Oh, pero fue broma muy pesada la que gastaste a Naru...

El gigante clavó la mirada en su copa y meneó la cabeza.

—Lo lamento mucho, pero si te acuerdas... —replicó Garth—. Bueno, en esos momentos estábamos luchando, ¿no?

Naru miró a Garth y entrecerró los ojos durante un momento como si estuviera intentando decidir si el luchador tuerto era amigo suyo o no. Sus rasgos acabaron relajándose.

—Venciste al Gran Maestre y me devolviste los hechizos —dijo por fin—. Sigues siendo mi amigo.

Garth asintió. Había pasado por esa discusión más de veinte veces durante las últimas horas. Naru volvió a llenarse la copa, y lanzó una mirada llena de tristeza a su amigo al ver que éste se había quedado rezagado.

—Lástima, porque te venceré en el Festival.

—Claro.

—Naru ha oído decir que Gran Maestre declarará que los combates finales serán a muerte.

Garth se removió en su asiento y miró al gigante.

—¿Dónde has oído decir eso? —preguntó.

—Oh, Naru tiene amigos. Gran Maestre hace eso cada vez más a menudo para tener contenta a la gente.

—¿Y por qué no os negáis a luchar a muerte?

—No se puede. Gran Maestre es Gran Maestre de la Arena. Cuando estás en la arena, no puedes decir no.

—¿Y qué hay de los Maestres de las Casas?

—Oh, ellos ganan mucho dinero con eso y hacen buenos contratos, y ellos están contentos así.

Naru dejó escapar una risita.

—Además, a Naru le gusta romper huesos —siguió diciendo—. Ha conseguido muchos hechizos y maná de los vencidos, y eso aunque el Gran Maestre se queda con su parte.

El gigante volvió a mirar a Garth y suspiró.

—Lástima que tenga que romperte los huesos. Creo que me sigues cayendo bien.

Naru alzó su copa para apurarla, y el movimiento puso en marcha una reacción de inercia que mantuvo al gigante desplazándose hacia atrás hasta que acabó cayendo de su taburete. Naru se desplomó sobre el suelo, dejó escapar un eructo y perdió el conocimiento.

—Tuerto...

Garth se sobresaltó y giró sobre sí mismo para ver a Kirlen, la Maestre de la Casa de Bolk, inmóvil en el umbral. La mujer estaba encorvada por la edad. Sus cabellos habían pasado ya hacía mucho tiempo del blanco a un amarillo enfermizo, y su piel llena de arrugas colgaba de su rostro tan fláccidamente como si ya no fuera capaz de seguir agarrándose a los huesos de su cuerpo. La túnica negra que llevaba se adhería a su flaca silueta como si Kirlen fuese un esqueleto mantenido en pie únicamente por el báculo en el que se apoyaba y al que se aferraba con sus manos nudosas.

Garth se levantó lentamente y Kirlen movió una mano indicándole que la siguiese. Garth bajó la mirada hacia Hammen, que seguía durmiendo al lado de Naru, y comprendió que no podría hacer recobrar el conocimiento a su amigo. Avanzó con recelosa cautela para no caerse, y siguió a Kirlen mientras iba caminando lentamente por el pasillo arrastrando los pies hasta que llegó a sus aposentos. La habitación estaba excesivamente caldeada por un fuego que rugía en el hogar, y Kirlen fue hacia él y extendió las manos sobre las llamas y se las frotó. Garth miró a su alrededor y contempló el escaso mobiliario de la habitación, tan austera que casi parecía la celda de un monje, y que sólo contenía un catre y un escritorio sobre el que había montones de libros y rollos de pergamino. Pero las cuatro paredes quedaban ocultas por estanterías llenas a rebosar. La habitación desprendía un olor a moho, vejez y un peligro extraño e indefinible.

—Naru puede ser un poco pesado, especialmente cuando está bebiendo —dijo Kirlen en voz baja.

—Pero es lo bastante interesante como para poder soportar su compañía.

—Es un idiota. Uno de esos raros genios imbéciles que apenas son capaces de sacar el pie de la bota, y que sin embargo son capaces de controlar el maná con una sorprendente facilidad... No tardará en morir.

Kirlen lanzó su predicción con despreocupada impasibilidad. Después se volvió hacia Garth y sonrió, revelando una hilera de objetos negros que apenas podían llamarse dientes.

—Te doy asco, ¿verdad?

—No, mi señora.

—Bien, ¿y que me responderías si te pidiese que compartieras mi cama? —preguntó Kirlen, y señaló el angosto catre mientras dejaba escapar una risita ahogada.

Garth permaneció en silencio.

—No, claro —siguió diciendo Kirlen—. La benalita, o Varena de Fentesk con su cabellera color rojo oro... Entonces sería otra cosa, ¿verdad?

Le dio la espalda durante un momento, y el destello de dolor que Garth vio brillar en sus ojos antes de que se diese la vuelta casi hizo que sintiera compasión por ella.

—Si realmente tenéis el poder que creo que poseéis, ¿por qué no os rejuvenecéis? —preguntó.

Kirlen rió, y la carcajada acabó convirtiéndose en un suspiro.

—Ah, y entonces podrías ser mío, ¿verdad?

—Eso no tiene nada que ver con lo que os acabo de preguntar.

—¿Sabes cuántos años tengo?

—He oído algunos rumores, mi señora.

—Hace varios siglos que perdí la cuenta de mis rejuvenecimientos. Sí, llegó un momento en el que fui incapaz de seguir llevando la cuenta de los hechizos, las pociones y los amuletos que quemé sobre oscuros altares... Cada vez que lo hacía volvía a ser joven, pero por dentro... No, por dentro sólo se puede ser joven una vez. No importa qué hechizos utilice, porque esa inocencia sólo se presenta una vez en nuestra vida. Cada vez que le das la vuelta al reloj de arena nunca consigues recuperar del todo lo que tenías antes de hacerlo. Pierdes un día, una semana, un mes... Existen límites a los poderes de este plano, y ya hace mucho tiempo que los he alcanzado. Oh, todavía puedo vivir unos cuantos siglos más, desde luego, pero tan sólo el Caminante puede devolverme mi belleza y mis pasiones.

Kirlen clavó la mirada en el fuego y guardó silencio durante un momento que se hizo muy largo.

—Claro que si me convirtiera en una Caminante...

—Y él nunca os concederá esa merced, y no cabe duda de que impedirá por todos los medios que eso llegue a ocurrir.

Kirlen se volvió hacia él con los ojos llenos de una rabia helada.

—Verás, hubo un tiempo en el que Kuthuman, el Caminante, y yo fuimos amantes. Hace tanto tiempo de eso que ya apenas lo recuerdo, pero así fue. Ah, cómo elogiaba mi belleza por aquel entonces, cómo me juró fidelidad eterna...

Soltó una risita ahogada y escupió en el fuego.

—Y después me dio la espalda cuando fui envejeciendo y no conseguí recuperar mis encantos —siguió diciendo—. Olvidó todas aquellas cosas y empezó a dejarse consumir por otra clase de pasiones. Atravesar el velo... Era lo único que deseaba.

—Y prometió que os llevaría con él, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—He oído rumores.

Kirlen se removió nerviosamente y le lanzó una mirada llena de irritación.

—¿Quién dice esas cosas?

—El Gran Maestre hace que sus agentes difundan esos rumores —replicó Garth sin inmutarse.

—Maldito sea por toda la eternidad...

Kirlen hurgó en el fuego con su báculo, y un remolino de llamas deslumbrantes subió velozmente por la chimenea.

—Así cuando llegó su momento de triunfo se olvidó de vos, ¿eh?

La anciana se volvió hacia Garth y le miró como si éste hubiera ido demasiado lejos al atreverse a expresar las humillaciones de su corazón en forma de palabras.

—Yo le ayudé, ¿sabes? Sí, pasé muchos largos años ayudándole... —Señaló las estanterías y los montones de rollos de pergamino polvorientos—. Fui yo quien descubrió los caminos y los hechizos, y los encantamientos que permiten pasar de un plano a otro.

—¿Y por qué no seguís su camino?

—El maná... El maná es lo único que puede proporcionarte el poder necesario para controlar la magia en este plano, y el maná también encierra el poder de abrir el umbral que permite acceder a otros reinos cuando conoces el sendero oculto. Yo conocía el sendero, pero era él quien controlaba el maná. Me engañó. La Noche de Fuego... Sí, entonces también me traicionó a mí.

—¿La Noche de Fuego?

—Cuando Zarel asaltó la Casa Turquesa, asesinó a su Maestre y robó todo su maná... Entonces yo también fui traicionada.

Garth no dijo nada, y sus rasgos permanecieron totalmente impasibles.

—Eso significa algo para ti, ¿verdad?

—He oído las historias que cuentan —replicó Garth.

Kirlen sonrió.

—Sí, yo le ayudé. Le prometí que no haría nada, y que no me pondría al lado de la Casa Turquesa..., todo a cambio de que también abriese la puerta para mí. Y a la mañana siguiente se había ido, y Zarel era el nuevo Gran Maestre.

—¿Por qué os traicionó?

Kirlen dejó escapar una carcajada helada.

—¿Y por qué no iba a hacerlo? La puerta que daba acceso a un número ilimitado de mundos se hallaba abierta, y con ella el poder para tomar cualquier cosa que deseara... En estos mismos instantes está recorriendo el universo, conquistando, robando y disfrutando de todos los placeres que le apetecen. ¿Qué necesidad tenía de cargar con una vieja arpía a la que había amado en tiempos muy lejanos, cuando los dos eran jóvenes? Ahora puede tener a quien quiera, y el amor no es más que un estorbo.

Volvió a clavar la mirada en el fuego.

—Aprendí esa lección hace mucho tiempo, tuerto —Giró sobre sí misma y le miró fijamente, y después atravesó la habitación con paso lento y cojeante y se acercó a Garth hasta que éste sintió su fétido aliento cayendo sobre su rostro—. Éste es el último de todos los rostros que va teniendo el amor —siseó—. Es el rostro final de la lealtad, del honor, de la gloria, de la venganza, de todo lo que vive... Sí, es éste —añadió, y señaló los fláccidos pliegues de carne, el cabello amarillento y la boca sin dientes mientras dejaba escapar una estridente risotada.

—¿Y a qué viene entonces esa repentina lealtad hacia mí? —murmuró Garth.

Kirlen dio un paso hacia atrás y volvió a reír.

—Le humillaste. Zarel todavía estará temblando, y quizá incluso teme por su poder y por su vida..., y eso es lo que te agradezco.

Garth se inclinó ante ella mientras se esforzaba por conservar el equilibrio y mantener despejada su mente, pues aún había más. Ya había podido darse cuenta de que aquello sólo era el principio.

—Eres de la Casa de Oor-tael, ¿verdad? —preguntó Kirlen de repente.

Garth le devolvió la mirada sin inmutarse y pudo sentir el poder que irradiaba Kirlen y que se iba desplegando hacia el exterior, y percibió los dedos de luz que se extendían hacia él para sondearle. Kirlen desplegó su poder hacia él, y Garth intentó llenar de calma todo su ser.

Pudo sentir cómo sus ojos le sondeaban y se sobresaltó ante el poder que había en ellos, pues era casi tan fuerte como el del Gran Maestre. El avance del sondeo se fue haciendo más lento y acabó deteniéndose, incapaz de llegar hasta el núcleo, y Garth sintió el latigazo de rabia que brotó de Kirlen.

—Eres fuerte, tuerto.

Garth no dijo nada. No se atrevía a bajar la guardia.

—Creo que eres lo suficientemente fuerte como para poder llegar a hacerme daño si intentara desafiarte en combate —añadió Kirlen.

Garth siguió en silencio. Los pensamientos de Kirlen se retiraron, y Garth tuvo que hacer un terrible esfuerzo de voluntad para no sucumbir a los efectos del cansancio y la embriaguez, y un instante después comprendió que Naru había estado obedeciendo órdenes de Kirlen y que se había asegurado de que le mantenía despierto después de todo lo que había ocurrido.

Todo había sido un plan que tenía como objetivo vencer su resistencia mediante la bebida y el agotamiento puro y simple.

La miró y sonrió.

—Puedo serte útil —dijo en voz baja.

—Debería matarte ahora mismo.

—Ya sabes que la multitud está detrás de mí. El Gran Maestre puede tener el poder que le proporciona todo el maná que posee, pero ni siquiera ese poder es capaz de controlar al medio millón de personas que se sentarán en la arena mañana por la mañana. También soy de la Casa Marrón, y ese poder está relacionado contigo. Eso puede resultarte útil.

Kirlen sonrió. Sus labios temblaban levemente.

—Y suponiendo que seas de la Casa Turquesa, ¿qué ocurrirá entonces? Teniendo en cuenta lo que acabo de contarte, tendrías razones más que suficientes para vengarte de mí.

—Si anhelara esa venganza, podría disfrutar de ella ahora mismo.

Garth extendió un dedo hacia los estantes llenos de libros.

Un grito ahogado escapó de los labios de Kirlen, y empezó a levantar la mano.

—Vamos, vamos... Quemarlos sería una gran estupidez por mi parte, ya que entonces estaríamos luchando un instante después de que lo hubiese hecho —dijo Garth, y bajó lentamente la mano y la miró.

Kirlen se volvió nerviosamente hacia sus libros, los contempló en silencio durante un momento y acabó volviéndose de nuevo hacia Garth.

—Cuentas con el conocimiento que está escondido dentro de tus libros —dijo Garth—. Pero el Gran Maestre se ha convertido en un obstáculo que se interpone en tu camino, porque es quien ha acumulado todo ese maná..., y sospecho que muy pronto tendrá el maná suficiente para convertirse en un Caminante. Mátale y podrás subir a su trono y adueñarte de todo lo que esconde en sus criptas. Ése es el próximo paso que debes dar. Hazlo, y al Caminante no le importará quien gobierne en este plano y se conformará con que esa persona le sea leal y sirva a sus necesidades.

—Sabría qué deseo.

—¿Acaso no crees que ya sabe que Zarel también lo desea y, en realidad, que todos nosotros lo deseamos?

Kirlen no dijo nada.

—El poder, la inmortalidad, la eterna juventud, todo eso que sólo un Caminante puede proporcionar... —siguió diciendo Garth—. Mata a Zarel al final del Festival, y dispondrás de un año entero para hacer tus preparativos antes de que el Caminante regrese. Me atrevería a decir que durante ese año podrás acumular el maná suficiente para convertir en realidad todos tus deseos.

—¿Cómo?

—Zarel lo hizo para su Maestre.

Kirlen dejó escapar una risita sarcástica.

—No sólo estás intentando convencerme de que debo matar a Zarel, sino que también quieres que mate a los otros Maestres.

Garth sonrió y no dijo nada.

—¿Por qué deseas ayudarme?

—Tal vez también puedas conceder la inmortalidad a un tuerto cuando llegue el momento.

—Y tal vez no necesite un rostro lleno de arrugas y cicatrices cuando llegue ese momento.

—Estoy dispuesto a correr los riesgos. Por lo menos podré esperar algunos ascensos, ¿no? Tal vez llegue a ser Maestre de Casa, o incluso Gran Maestre...

Kirlen se rió.

—Venganza y poder... Creo que quizá acabes gustándome, tuerto —Le dio la espalda y clavó la mirada en las llamas—. No me estás revelando nada que sea excesivamente nuevo para mí, ¿sabes? Ya he pensado todo eso con anterioridad... Si es lo único que puedes ofrecerme, entonces no me sirves de nada.

—Puedo ayudarte. Podría utilizar a la multitud para matar al Gran Maestre.

Kirlen sonrió.

—Y supongamos que ganas el torneo —dijo—. Entonces te irías para servir al Caminante en otros reinos, ¿no? Bien, ¿y luego qué?

—¿Realmente quiero ganar?

—Todos los luchadores desean ganar.

—¿Y entonces por qué no has ganado el torneo, obteniendo así el camino de esa manera?

Kirlen dejó escapar una risita helada.

—Porque prefiero recorrerlo por derecho propio e indiscutible, en vez de tener que ir por él sirviendo al Caminante —acabó diciendo en voz baja.

—Si venzo... Bien, entonces venzo y me llevo la gloria. Pero puedo manipular al populacho para predisponerlo en tu favor incluso mientras esté intentando vencer, y tal vez pueda acabar provocando los resultados que tanto deseas ver. Porque ésa es la última parte del problema, por supuesto... El poder del maná es grande, pero cuando medio millón de personas se vuelven contra ti, incluso un Gran Maestre puede acabar sucumbiendo. Tener al populacho de tu lado vale el poder de cien luchadores. Y si no consigo vencer, seguiré estando aquí para servirte.

—Pues claro que me servirás —dijo Kirlen, y sonrió.

—Amo...

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