Arena

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Capítulo 10

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Garth abrió los párpados con la máxima reluctancia imaginable, y necesitó varios segundos para comprender que la habitación no estaba girando a su alrededor. Ver a Hammen inclinado sobre él acabó de reanimarle, sobre todo cuando el fétido aliento del viejo cayó sobre él. Garth salió casi a rastras de la cama y fue tambaleándose hasta la letrina, e ignoró la risa enronquecida que soltó Hammen cuando le vio inclinarse sobre el agujero para ofrecer su cena al dios de los excesos alcohólicos.

Después volvió a entrar en la habitación, tosiendo y maldiciendo.

—Os he traído ropa limpia, oh amo y soberano señor —anunció Hammen—. Sugiero que quememos ahora mismo la que lleváis puesta.

—Cierra el pico, Hammen.

—Ah, qué poca gratitud...

Garth clavó un ojo legañoso y enrojecido en el rostro de Hammen.

—¿Cómo te las has arreglado para no tener resaca?

—Más años de experiencia, y además fui lo suficientemente listo como para perder el sentido antes que tú. Por cierto, debo comunicarte que el ya considerable respeto que el viejo Naru sentía hacia ti ha aumentado muchísimo.

—¿Qué tal se encuentra?

—Está en la sala de los baños de vapor sudando la resaca, y te sugiero que vayas allí ahora mismo. Las ceremonias del Festival empiezan al mediodía, y supongo que desearás estar en buena forma para entonces.

Garth se desnudó y siguió a Hammen hasta el nivel de la sala de los baños de vapor, entró en la masa de neblina que giraba y se arremolinaba lentamente, y fue hasta un banco de madera de un rincón. Miró a su alrededor y entrevió a Naru, acostado sobre un banco y roncando estrepitosamente entre las sombras.

Hammen entró un minuto después con una ramita de abedul en la mano.

—Sal de aquí ahora mismo y llévate eso contigo —gruñó Garth.

—Deja de protestar y pórtate como un hombre —replicó Hammen, y puso manos a la obra con lo que a Garth le pareció un entusiasmo levemente excesivo.

—En el fondo Naru no es mal tipo —dijo Hammen, y movió la cabeza señalando al gigante, que se agitó, gimió y acabó dándose la vuelta sobre el banco—. Esta mañana hemos mantenido una larga conversación..., suponiendo que se pueda llamar conversación a un intercambio consistente en palabras por mi parte y gruñidos por la suya, claro.

—¿Y?

—Kirlen quiere verte muerto.

—¿Naru dijo eso?

—No, pero se podía leer entre líneas, como suelen decir. Kirlen le ordenó que te hiciera beber hasta que no pudieras tenerte en pie.

—Ya me lo imaginaba.

—También le dijo que te desafiara en cuanto estuvieses lo suficientemente borracho.

—¿Y por qué no lo hizo?

—Porque perdió el conocimiento antes que tú. Creo que para el viejo Naru eres un auténtico dilema moral, Garth. Ya se ha olvidado de la patada, ¿sabes? Su cerebro es incapaz de contener más de un pensamiento a la vez, y ahora sólo se acuerda de que le devolviste su bolsa.

—Bien, si él no va a hacerlo, entonces Kirlen tendrá que encargarle el trabajo a otro.

—Naru es su mejor luchador y lleva años siéndolo. Creo que Kirlen ya se ha dado cuenta de que puedes acabar con cualquier otro luchador, y además quiere que la cosa se haga lo más discretamente posible y que no haya nada turbio... Una pelea justa surgida de un agravio justo, ¿entiendes? Pero no ocurrirá hasta el último día del Festival.

La réplica de Garth consistió en un gruñido cuando Hammen le golpeó demasiado fuerte en los riñones con su rama de abedul.

—Vuelve a hacerlo y empezaré a utilizar esa condenada rama contigo, Hammen.

—Hay que golpear fuerte para que el organismo vaya expulsando el veneno —replicó Hammen con voz jovial.

—Ya... ¿Y entonces qué se supone que consigue matándome?

—¿Al final del Festival, quieres decir? Provocar un gran disturbio público. El Gran Maestre queda humillado delante del Caminante, y ella elimina al Gran Maestre.

—¿Y te has enterado de todo eso por Naru?

Hammen sonrió.

—No hace falta ser ningún genio para verlo. De hecho, amo, creo que ya va siendo hora de que salgamos de aquí lo más deprisa posible... Te has divertido y has hecho quedar en ridículo al Gran Maestre, y ahora debes recoger tus ganancias y cambiar de aires.

Garth giró sobre sí mismo, miró a Hammen y sonrió.

—Todavía no.

—Maldita sea, Garth, no tienes ni una sola posibilidad... Las cuatro Casas y el Gran Maestre andan detrás de ti por un motivo u otro. Olvídalo de una vez, ¿quieres?

Garth sonrió y no dijo nada.

—He averiguado dónde se esconde Norreen —murmuró Hammen.

Garth se removió y le miró.

—Ah, veo que eso sí te interesa, ¿no? —dijo Hammen con voz sarcástica.

—¿Dónde está?

—Bueno, esta mañana salí sin que me vieran y hablé con un par de hermanos de logia. Si quieres enterarte de todo lo que ocurre en una ciudad, hazte amigo de los ladrones... De todas maneras, el Gran Maestre infringió el código y asesinó a mis amigos, así que están francamente enfadados. Los que escaparon con nosotros ayer no tardarán en crearle problemas muy serios. Bien, el caso es que descubrieron que se estaba escondiendo cerca de las murallas de la ciudad, y la vigilan discretamente desde entonces. Yo podría llevarte hasta ella, y después podríamos largarnos de aquí en un momento.

Garth meneó la cabeza y se puso en pie, y agarró la mano de Hammen antes de que el viejo pudiera empezar a azotarle el pecho con la rama de abedul.

—Ya es suficiente —dijo—. Vamos a vestirnos.

—De todas formas, también te he encentado un escondite por si eres lo suficientemente estúpido para querer quedarte. Está justo en la Gran Plaza —Hammen hizo una pausa, y cuando volvió a hablar bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Donde estaba la Casa Turquesa... Es el edificio que está a la izquierda de la taberna de los Enanos Borrachos. Una casa de mete-y-saca...

—¿Una qué?

—Un burdel. El propietario es uno de mis innumerables primos. Te conoce, ¿sabes? Basta con que vayas allí y te llevará al último piso, que es todo nuestro para que lo usemos.

—Espero que no habrá que compartirlo con nadie más, ¿verdad?

—Si lo prefieres así... —dijo Hammen, y suspiró.

—Gracias. Ah, y asegúrate de que tu amigo no pierde de vista a Norreen.

—Te ha dado realmente fuerte, ¿eh?

Garth sonrió.

—Más o menos.

Hammen soltó una risita y señaló la puerta trasera de la sala de baños de vapor. Garth fue hacia ella y sonrió al pasar junto a Naru, que seguía roncando.

—Este calor podría matarle —dijo, y se inclinó sobre el gigante para sacudirle hasta que despertara, pero Hammen le empujó.

Hammen abrió la puerta y Garth se quedó inmóvil al ver que daba a la sala de las bañeras.

—Eh, esto no es la salida... —dijo, y empezó a girar sobre sus talones.

Hammen le empujó con todas sus fuerzas, y Garth perdió el equilibrio y cayó al agua.

—Tienes que tomar tu baño de agua helada —anunció Hammen sin inmutarse mientras Garth rugía un chorro de maldiciones que hicieron temblar los muros de la sala.

Garth el Tuerto, que aún estaba lanzando imprecaciones ahogadas, se unió a la formación de luchadores de la orden en la que acababa de entrar. Todos y cada uno de los ochenta y siete luchadores de la Casa de Bolk estaban presentes y permanecían inmóviles en filas que agrupaban a todos los niveles, dispuestos a tomar parte en el Festival de los Reinos del Oeste número Novecientos Noventa y Ocho.

La tensión electrizó la atmósfera de la sala de audiencias mientras los luchadores, que ofrecían un aspecto impresionante con sus túnicas marrones de piel de gamo y sus capas de cuero, se alineaban en impecables hileras ordenadas según el nivel. Los honores de las batallas ganadas en Festivales anteriores brillaban sobre la pechera de sus túnicas. Garth entró en la sala sin hacer ruido y fue hacia el final de la columna de cuatro hombres en fondo.

—Tuerto...

Garth giró sobre sí mismo y vio a Naru. El gigante estaba en primer lugar de la fila, y le miró y movió una mano indicándole que se reuniera con él.

—Tú buen luchador. Desfila como escolta de Naru.

Garth contempló las filas de siluetas inmóviles, y vio que aquel gesto por parte del mejor luchador de la Casa le había hecho adquirir unos cuantos enemigos más de los que tenía hacía tan sólo unos momentos.

Naru se volvió hacia los otros luchadores y soltó una risita.

—Es amigo de Naru, ¿verdad?

Unos cuantos luchadores dejaron escapar risitas heladas mientras Garth pasaba junto a sus filas y llegaba al comienzo de la columna, donde se colocó a la izquierda de Naru y directamente detrás del estandarte de franjas marrones y doradas de la Casa. Los clarines resonaron en la sala de audiencias, y Garth imitó a los otros luchadores y se inclinó cuando las puertas de los aposentos privados de la Maestre de la Casa se abrieron de repente entre un estruendoso acompañamiento de tambores, címbalos y flautas estridentes.

Garth alzó la mirada y no pudo ocultar su asombro.

Cincuenta guerreros con armadura y cascos de cuero marrón sostenían un gigantesco estrado de casi cuatro metros de anchura. La plataforma estaba rodeada por cráneos del más fino cristal en cuyas cuencas había incrustados rubíes y que estaban adornados por diademas de oro batido. Encima de la plataforma había seis guerreros más cuyos hombros sostenían una segunda plataforma dorada más pequeña y un trono de plata. Pero Kirlen no estaba sentada en el trono, sino que flotaba por encima de él como si estuviese sentada sobre un almohadón invisible, las piernas cruzadas y los flacos brazos doblados sobre su jubón marrón y dorado, mientras una alfombra kurdasiana que serviría para protegerla de los rayos del sol flotaba por encima de ella. A los pies del trono había un arcón dorado del que parecía irradiar poder, y que contenía el tributo anual de paquetitos de maná de la Casa del Color Marrón, que sería entregado al Caminante.

Los porteadores se volvieron hacia la puerta principal, y los gruesos paneles se abrieron mientras los trompeteros alineados a lo largo del pasillo lanzaban una ruidosa fanfarria al aire. Un rugido semejante al del océano desgarrado por el huracán atronó en el pasillo cuando Kirlen fue llevada a la Gran Plaza. Detrás de ella avanzaba una compañía de guerreros Marrones con pesadas armaduras que empuñaban ballestas cargadas y preparadas para lanzar sus dardos. Después venían los sirvientes de la Casa, que llevaban flores, cuencos llenos de incienso humeante y urnas con monedas de cobre que irían siendo arrojadas a la multitud. Garth vio cómo Hammen avanzaba en el centro de la procesión, llevando un recipiente lleno de dinero y con el rostro ensombrecido por el disgusto.

Naru gruñó una orden, y el portaestandarte salió de la sala de audiencias y empezó a avanzar por el pasillo principal. Los luchadores de la Casa de Bolk se pusieron en movimiento, llenos de orgullo y arrogancia.

Garth avanzó detrás de Naru intentando ocultar el desdén que le inspiraba toda aquella aparatosa mascarada. Entraron en el pasillo principal, que ya estaba saturado por el aroma dulzón del incienso, y acabaron emergiendo a la luz llameante del sol de mediodía. Cuando salieron de la Casa hubo un tumulto ensordecedor, y Garth sintió que el corazón le empezaba a latir más deprisa.

Una marea de humanidad llenaba la Plaza de un extremo a otro. Todos los habitantes de la ciudad y los centenares de miles de visitantes, que habían viajado desde los confines más lejanos de los Reinos del Oeste e incluso desde más allá de los Grandes Mares para asistir a los combates, se apretujaban en el inmenso recinto. Durante la noche, después de que los disturbios del día anterior hubieran sido duramente reprimidos, miles de trabajadores habían erigido graderíos que bordeaban los senderos procesionales que llevaban hasta el centro de la Plaza y rodeaban el Palacio del Gran Maestre.

Casi todos los sitios habían sido alquilados por nobles y comerciantes adinerados, que así podrían estar por encima del gentío pestilente que se agitaba y se empujaba incesantemente. Mientras Garth contemplaba con asombro aquel espectáculo increíble, un graderío se derrumbó y la turba lanzó un estruendoso rugido de aprobación ante la caída de aquellos que habían creído ser mejores que el populacho.

La aullante multitud de partidarios de la Casa Marrón se agitó y trató de acercarse un poco más al sendero cuando la procesión entró en la Gran Plaza. Las turbas que rodeaban a Garth agitaban estandartes marrones o tiras de sucia tela marrón, y cantaban, maldecían y aullaban, totalmente absortas en un enloquecido frenesí de alegría. Los sirvientes que precedían a los luchadores avanzaron por el angosto camino que era mantenido despejado por las hileras de guerreros del Gran Maestre, y las masas se empujaron y pelearon por las monedas de cobre y las entradas gratuitas al Festival que estaban siendo arrojadas por los sirvientes. Garth vio cómo toda una urna saltaba por los aires, y rió ante los esfuerzos para librarse de su carga que estaba haciendo Hammen, que muy probablemente habían sido precedidos por un apresurado llenarse los bolsillos hasta dejarlos rebosantes de monedas.

—¡Tuerto!

El grito había surgido de una sola garganta, pero fue coreado en cuestión de segundos por muchas otras y no tardó en abrirse paso velozmente a través de la multitud. El cántico se fue haciendo más potente y ensordecedor, y sus ecos se alzaron por encima del rugir histérico de las masas de cuerpos que se habían apelotonado alrededor de los senderos procesionales que estaban siendo recorridos por las otras tres Casas.

—¡Tuerto! ¡Tuerto! ¡Tuerto!

Garth volvió la mirada hacia Naru. El gigante se la devolvió, y Garth pudo percibir la confusión que se había adueñado repentinamente del luchador. La turba tenía un nuevo héroe. Naru miró a su alrededor con el ceño fruncido, irritado al ver lo veleidosa que podía llegar a ser la multitud. Garth se puso detrás de él, extendió las manos y agarró los extremos de la capa del gigante, levantándola del suelo en una exhibición de obediencia al interpretar el papel de un sirviente. Naru miró por encima de su hombro, sonrió y volvió a avanzar con sus orgullosos andares contoneantes de luchador que se pavonea. Los que estaban más cerca de la procesión, que podían ver las acciones de Garth, se callaron y le contemplaron con obvia confusión, pero media docena de filas atrás su gesto era totalmente invisible, y la multitud siguió rugiendo su nombre.

La procesión continuó avanzando lentamente hacia el palacio, y la multitud se apresuró a ocupar el tramo de sendero que iba dejando libre y la siguió, agitando sus estandartes y lanzando vítores. Las masas de seguidores que contemplaban el avance de la Casa de Fentesk, y que seguían al cortejo de la Casa de Fentesk a la izquierda y al de la Casa de Kestha a la derecha, no tardaron en codearse con los partidarios de Bolk. Las peleas empezaron a surgir entre los grupos rivales, pero aquellos enfrentamientos sólo servían para reforzar todavía más el aura general de fiesta y nerviosa excitación. Las cuatro procesiones entraron en la parte central de la Gran Plaza, y los Maestres de cada Casa iniciaron sus espectáculos. Chispas de luz aparecieron por encima de las procesiones y negras nubes se formaron rápidamente a cien metros por encima de las cabezas de sus integrantes, y los rayos destellaron por toda la Plaza. Dragones de luz surcaron los aires y un dragón de Ingkara luchó durante unos momentos con un dragón de Fentesk, y la multitud lanzó alaridos de placer cuando vio estallar al dragón de Fentesk. Aquello estuvo a punto de provocar otra pelea entre los partidarios de las dos Casas, y el disturbio sólo pudo evitarse gracias a que Ingkara obedeció las reglas del desfile, que prohibían cualquier muestra de conflicto, e hizo desaparecer su dragón entre una humareda, con lo que puso fin a cualquier desafío directo de poder.

Las cuatro procesiones acabaron juntándose delante del gigantesco palacio en forma de pirámide del Gran Maestre, y avanzaron hacia la fachada del edificio. Tulan de Kestha flotaba sobre una nube grisácea y los rayos bailoteaban a su alrededor, iluminando su presencia con una claridad ultraterrena. Varnel de Fentesk parecía estar cabalgando una columna de fuego que ardía y chisporroteaba a su alrededor, y Jimak de Ingkara montaba un embudo de viento que aullaba y silbaba. Los estandartes de sus seguidores chasqueaban sobre sus cabezas, y el tornado en miniatura se adueñaba de los sombreros y los lanzaba hacia el cielo para que volvieran a caer lentamente hasta el suelo.

Garth entrevió a Varena al frente de la columna de luchadores Naranja avanzando con una fluidez tan impasible que casi rozaba la languidez, y Varena le lanzó una fugaz mirada antes de desviar la vista. La agitación de los centenares de miles de cuerpos que atestaban la Plaza había alcanzado una intensidad casi febril, y durante un momento Garth tuvo la sensación de que toda apariencia de control no tardaría en desaparecer para dejar paso a una enloquecida bacanal de peleas y altercados.

Y entonces se oyó una estridente nota de clarín que pareció caer del cielo y que se abrió paso a través de aquel rugir desenfrenado. La nota se convirtió en un coro de trompetas que subieron y bajaron por toda la escala tonal, contrapunteándose unas a otras en una estridente armonía. Después le llegó el turno a los gigantescos tambores, que retumbaron con un redoblar rítmico e insistente al que se unió el acorde atronador de un órgano. Los sonidos fueron creciendo hasta que sus ecos acabaron rebotando por toda la Plaza. Una entrada secreta que se encontraba en el centro de la fachada de la pirámide se abrió de repente, y un haz de claridad dorada brotó de ella. Las fuentes que rodeaban el palacio, que habían permanecido inactivas hasta aquel momento, cobraron vida de repente lanzando sus chorros a treinta o cuarenta metros de altura. Los géisers que brotaron directamente delante del palacio capturaban la luz que surgía de la pirámide y la disgregaban convirtiéndola en un arco iris de colores. Nubes de humo aparecieron alrededor de la cima de la pirámide y se oyeron potentes explosiones causadas por alguna temible alquimia, y más chorros de humo salieron disparados hacia el cielo y detonaron en estallidos multicolores, que fueron seguidos por una nueva salva de explosiones atronadoras que arrancó un aullido de miedo a la multitud y la sumió en un salvaje éxtasis de abandono y entrega a la asombrosa celebración. Una cataclísmica andanada de explosiones enguirnaldó la cima de la pirámide, y un instante después todos pudieron ver cómo una enorme bandera surgía de la humareda y se desplegaba para revelar el estandarte polícromo e iridiscente de Zarel Ewine, Gran Maestre de la Arena, Altísimo y Exaltado Gobernante de los Reinos del Oeste, y Legado Mortal de Kuthuman, El Que Camina Por Lugares Desconocidos.

La multitud, que se había estado enfrentando a las fuerzas del Gran Maestre hacía tan sólo un día, empezó a vitorearle como si se lo hubiera perdonado todo, visiblemente dominada por la atmósfera de frenesí y abandono del momento. Una sombra oscureció el chorro de luz que brotaba de la pirámide y un momento después el clarín, el órgano y el tambor llegaron a un nuevo crescendo de delirio sonoro y el Gran Maestre salió flotando por la abertura de la pirámide para comparecer en la Plaza. Era como si estuviese cabalgando sobre el haz de luz, y la claridad envolvía su silueta en un halo de fuego celestial.

El último eco de la fanfarria y de las atronadoras explosiones acabó disipándose, y los centenares de miles de espectadores que atestaban la Gran Plaza se sumieron en el silencio más absoluto imaginable. El Gran Maestre permaneció inmóvil durante unos momentos y después extendió lentamente los brazos hacia adelante, casi como si estuviera preparándose para lanzar un desafío ritual, y un murmullo de nerviosa inquietud se extendió por la multitud a pesar de que se trataba de un gesto de afable bienvenida.

Zarel volvió a quedarse inmóvil. Un balcón de oro surgió de la pirámide por debajo de donde estaba, y Zarel bajó flotando hasta él. Los cuatro Maestres de Casa le imitaron, aunque Garth pudo detectar un ligero desafío por parte de Kirlen, que retrasó su descenso hasta que Zarel estuvo sosteniéndose sobre sus pies como el resto de mortales. Kirlen siguió suspendida en el aire durante unos momentos y acabó bajando lentamente hacia el balcón. Su gesto no pasó desapercibido para los partidarios de Bolk, y una ondulación de aplausos se extendió velozmente a través de la multitud y fue respondida casi al instante por un contrapunto de burlas despectivas y protestas procedente del resto del gentío y, sorprendentemente, por algunos gritos de aprobación.

Zarel permaneció inmóvil durante un momento que pareció hacerse interminable y en el que mantuvo la mirada clavada en Kirlen como si se estuviera preparando para responder a su gesto de desafío, pero acabó ladeándose de una manera casi imperceptible, como si hubiese decidido ignorarla. Garth esperó, percibiendo las sutiles relaciones que estaban desarrollándose ante sus ojos mientras Kirlen mantenía su desafío con una sombra de apoyo casi impalpable por parte de los otros Maestres de Casa, que habían olvidado sus odios mutuos aunque sólo fuese durante un instante.

Garth alzó la mirada hacia Zarel y vio que el Gran Maestre tenía los ojos clavados en su rostro, y también pudo percibir la rabia que estaba disimulando al precio de un terrible esfuerzo. Resultaba obvio que Zarel estaba intentando resistirse a la tentación de ordenar una masacre para poder capturarle.

Garth permitió que una sonrisa casi imperceptible frunciera sus labios, y se inclinó con sarcástico desdén ante el Gran Maestre. Los que se encontraban detrás de las hileras de luchadores estaban presenciando todo aquel enfrentamiento silencioso entre Garth y el Gran Maestre, y hubo una nueva salva de aplausos.

Zarel no dijo nada, pero sus rasgos se volvieron de color carmesí. Los que estaban más lejos no podían ver lo que ocurría, y el cada vez más largo retraso estaba haciendo que empezaran a impacientarse. Una nerviosa agitación de cuerpos recorrió la Plaza. Zarel desvió la mirada de Garth y la volvió hacia la Plaza, y la multitud guardó silencio.

—¡Hoy es el primer día del Festival! —anunció Zarel.

Una ensordecedora explosión de vítores estalló en la Plaza, tan increíblemente potente y estrepitosa que Garth casi tuvo la sensación de que el sonido había adquirido una forma física. Miró a su alrededor y vio que los luchadores también se estaban dejando arrastrar por toda aquella excitación. Tenían los ojos muy abiertos y respiraban con jadeos rápidos y entrecortados, y algunos habían levantado los brazos en un gesto involuntario, como si ya se encontraran dentro de los círculos de combate.

Zarel se puso en pie y salió flotando de la plataforma mientras los relámpagos se agitaban a su alrededor, y hubo un nuevo estallido de clarinazos, redobles de tambor y estridentes gemidos de las notas más agudas del órgano. El Gran Maestre acabó deteniéndose sobre una gran plataforma recubierta por láminas de oro y sostenida por ruedas gigantescas que tenían la altura de dos hombres y que era remolcada por media docena de mamuts uncidos a un arnés. Cien trompeteros hicieron sonar una fanfarria triunfal, y la cabeza del cortejo volvió a ponerse en movimiento mientras el cielo quedaba nuevamente lleno de explosiones. Una falange de guerreros desfiló alrededor del impresionante estrado del Gran Maestre y la multitud se empujó y se dio codazos para abrirle paso, en una considerable agitación durante la que más de un infortunado acabó cayendo bajo las patas de los mamuts o las rechinantes ruedas de la plataforma.

Detrás de ella avanzaba la procesión de Ingkara, ocupando el sitio de honor por ser la Casa que había salido vencedora del último Festival, con lo que había obtenido el honor de proporcionar el sirviente del Caminante. Detrás de sus luchadores venía la procesión de Fentesk, que había quedado en segundo lugar, y después desfilaban Kestha y, en último lugar, Bolk. El gentío se agitó a su alrededor mientras el desfile iba atravesando la Plaza. Los espectadores de las callejas laterales echaron a correr para colocarse delante de la nueva procesión que se formaría en las puertas de la arena, y hubo una estampida general de cuerpos.

El cortejo pasó por delante del sitio vacío en el que se había alzado la Casa de Oor-tael, y Garth se dio cuenta de que estaba siendo observado y alzó la mirada para ver cómo Kirlen se daba la vuelta y clavaba los ojos en su rostro. Garth inclinó respetuosamente la cabeza medio esperando sentir el latigazo de otro sondeo, pero éste no se produjo.

Llegaron a la gran avenida que salía de la Plaza y bajaba durante dos mil metros de pendiente hasta llegar a las puertas de la ciudad. Cada tejado estaba repleto de espectadores, y los colores de la multitud ya se mezclaban unos con otros. Los partidarios de las cuatro Casas gritaban histéricamente hasta quedarse sin voz cuando veían pasar a sus favoritos. Y un cántico volvió a surgir de las gargantas de la turba...

—¡Tuerto! ¡Tuerto! ¡Tuerto!

Garth bajó la cabeza, pero el grito siguió resonando a su alrededor. Alzó la mirada durante una fracción de segundo y vio un destello de cabellos oscuros y una armadura de cuero no muy limpia sobre un tejado, pero Norreen desapareció casi al instante.

La procesión por fin había llegado a las puertas de la ciudad. El sol del mediodía daba mucho calor a pesar de que era otoño, y el aire estaba cargado de humo, incienso, polvo y el hedor de los cuerpos sin lavar.

Los desmayos se estaban empezando a producir por docenas, y la persona que sucumbía a la insolación era despojada inmediatamente de todas sus pertenencias por quienes estaban a su alrededor.

Enormes barriles de vino y cerveza estaban siendo abiertos en prácticamente cada esquina, con las jarras llenas de bebida vendiéndose por una moneda de cobre, y el alcohol barato y de mala calidad inflamaba a la multitud hasta extremos de histeria todavía más salvajes.

Garth dejó escapar un suspiro de alivio cuando la procesión de guerreros de Bolk acabó pasando por debajo de la puerta y el sol y el ruido desaparecieron durante un fugaz instante. La procesión empezó a salir por el otro lado, y Garth por fin vio la arena que se extendía debajo de ellos, y sintió que se le aceleraba el pulso.

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