Arena

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Capítulo 11

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El capitán giró sobre sí mismo y señaló el suelo con una mueca de irritación, y un grupo de guerreros enanos apareció ante él. Después movió la mano una y otra vez, y fue invocando una criatura detrás de otra hasta haber creado un increíble despliegue mágico en el que había enanos, orcos, trasgos, esqueletos e incluso criaturas demoníacas. Garth fue haciendo acopio de su maná mientras el capitán preparaba su ataque, y acumuló todas las reservas de fortaleza de que disponía. Después se levantó y fue hasta el centro del círculo. Aquel acto de desafío arrancó frenéticas aclamaciones a la multitud cuando Garth se enfrentó a su oponente, como si se dispusiera a luchar con las criaturas invocadas sin recurrir a la magia y con sólo la daga que desenvainó de repente.

El capitán dejó escapar una carcajada impregnada de gélido desprecio. Alzó las dos manos hacia el cielo y después las extendió delante de él. Una grieta apareció en el suelo justo ante sus pies, y un silencio expectante cayó sobre la arena.

Una nube negra surgió de la grieta, subiendo tan velozmente como un sibilante chorro de vapor que brotara de las puertas del infierno. La sombra giró y se arremolinó, y fue adquiriendo forma poco a poco.

—¡Un Señor del Abismo!

Garth se volvió y miró por encima del hombro, y vio que Hammen había empezado a retroceder con el rostro lleno de terror.

—¡Un Señor del Abismo! ¡Un Señor del Abismo!

El grito era como un trueno que brotaba de las gargantas de la multitud, y los que habían apostado por Garth lanzaron gemidos de desesperación mientras se apresuraban a ponerse en pie para presenciar el final de aquel gran espectáculo.

El demonio siguió alzándose como una montaña y extendió sus gigantescas manos en forma de garra. Abrió su negra boca, y las llamas se desparramaron sobre sus dientes mientras sus ojos rojo fuego ardían como ascuas dentro de un horno.

El capitán bajó las manos y el demonio le miró. El capitán señaló a los guerreros enanos. El demonio se rió, giró sobre sí mismo y los alzó con sus garras, devorándolos después mientras los enanos chillaban y aullaban. Las otras criaturas invocadas por el capitán comprendieron que habían sido traídas hasta allí para que sirvieran como ofrenda sacrificial al poder oscuro e intentaron escapar, pero el capitán extendió las manos hacia ellas y las dejó paralizadas.

El demonio terminó su festín y avanzó hacia Garth con lentas y colosales zancadas. Sus temibles garras se extendieron hacia él. Garth alzó las manos, y un río de hielo cayó del cielo y se esparció sobre los brazos del monstruo. El hielo se convirtió en vapor muy caliente nada más entrar en contacto con el Señor del Abismo, y el demonio lanzó un rugido de dolor y retrocedió tambaleándose.

El capitán extendió la mano hacia los berserkers, y la criatura los devoró. El banquete había doblado sus fuerzas y el demonio se lanzó nuevamente a la carga profiriendo ensordecedores aullidos de furia. Garth movió las manos en una veloz réplica que envolvió todo su cuerpo en una armadura sagrada. El monstruo intentó atraparle, pero cada vez que sus manos rozaban la armadura hacían surgir un chorro de vapor. Garth y el demonio siguieron enfrentándose de aquella manera durante unos minutos que parecieron hacerse eternos, hasta que el poder del demonio empezó a disiparse poco a poco y la armadura se volvió traslúcida primero y desapareció después. El frenesí del populacho alcanzó nuevas cimas de salvaje intensidad cuando el Señor del Abismo giró sobre sí mismo con los rasgos contorsionados por la rabia y empezó a avanzar hacia el capitán.

El capitán reaccionó al instante y extendió la mano hacia los orcos que controlaba. El demonio saltó sobre ellos y los devoró mientras los orcos se debatían y chillaban. Garth no hizo nada, y se limitó a observar las acciones de la criatura. Su enemigo había conjurado un ser que casi se encontraba más allá de su capacidad de control, y tenía que seguir alimentándolo continuamente para que no dejara de obedecerle. El capitán volvió a mover la mano en un intento de conjurar nuevos sustitutos para el banquete de la criatura, pero esta vez sólo consiguió hacer aparecer una decena de ratas antes de que el agotamiento le obligara a inclinar la cabeza.

El Señor del Abismo, momentáneamente saciado, giró sobre sí mismo y se dispuso a atacar una vez más a Garth. Empezó a avanzar y Garth volvió a emplear un poder que ya había utilizado antes, erigiendo rápidamente un muro de árboles vivos y colocándose detrás de él. El Señor Oscuro fue hacia el bosque, rebosando odio ante una creación tan llena de paz y sosiego. Se irguió cuan alto era y empezó a hacer pedazos los árboles con sus terribles garras mientras Garth reforzaba su barrera de protección. Los atronadores rugidos del monstruo retumbaron por todo el perímetro de la arena, ahogando incluso los frenéticos vítores y aclamaciones del populacho, que estaba extasiado ante aquella maravillosa exhibición y parecía haber perdido por completo el control de sí mismo. El demonio acabó logrando atravesar la hilera de árboles. Sus garras se cerraron sobre los troncos y un instante después aulló de dolor, como si la corteza plateada de los árboles estuviera formada por agujas de dolor. El demonio empezó a arrancar los árboles y los arrojó en todas direcciones, y no tardó en llegar al otro lado.

Y después, visiblemente exhausto, se sentó en el suelo durante un momento. Luego giró sobre sí mismo y empezó a avanzar lentamente hacia el lado del círculo ocupado por su amo, sin apartar los ojos ni un instante de los otros banquetes que el capitán había conjurado para poder mantenerle controlado.

Garth saltó hacia adelante y alzó las manos, y los demonios, esqueletos y ratas que el capitán había invocado como ofrenda a su monstruosa criatura se esfumaron en una fracción de segundo, vaporizados por el frenético ataque de Garth.

El capitán titubeó, sorprendido y aturdido por la repentina rapidez de la ofensiva que acababa de lanzar Garth. El demonio volvió a erguirse y lanzó aullidos de rabia al ver que se le negaba el festín del que había esperado disfrutar. El capitán se apresuró a alzar las manos, pero había agotado su maná con el acto de crear al monstruo y las provisiones necesarias para controlarlo. Extendió las manos e intentó hacer aparecer otra criatura. Hubo un débil destello luminoso, y lo único que apareció fue un hada minúscula que emprendió el vuelo nada más ver al Señor del Abismo y huyó a toda velocidad. El demonio, que se había quedado boquiabierto, siguió su huida con la mirada y acabó volviendo la cabeza hacia el capitán.

Y después saltó sobre él lanzando un alarido de ira. Hubo un fugaz destello, como si el capitán estuviera tratando de erigir un círculo de protección. Garth se volvió hacia el trono del Gran Maestre y vio que Zarel se había puesto en pie y que tenía los brazos extendidos. Hammen empezó a dar saltos sobre su asiento y señaló a Zarel, y un ensordecedor aullido de histeria brotó de la multitud ante aquella descarada interferencia por parte del Gran Maestre. Zarel miró a su alrededor y bajó las manos, y el círculo de protección desapareció al instante.

El capitán fue alzado por los aires mientras lanzaba chillidos de terror. El Señor del Abismo contempló con satisfacción a su presa durante un momento y después empezó a tirar de ella en direcciones opuestas, partiendo al luchador por la mitad y devorándolo de dos rápidos bocados. El poder controlado por el capitán se desvaneció al instante junto con su fuerza vital, y el demonio se esfumó entre un fogonazo de fuego y humo.

Garth atravesó lentamente el círculo sin esperar a que el árbitro llegase al premio. Se inclinó, cogió la bolsa manchada de sangre de su oponente y la alzó delante de su rostro. La multitud reaccionó con una extática oleada de aclamaciones. La sección de la Casa de Bolk quedó vacía al instante, y sus ocupantes saltaron las barreras sin prestar ninguna atención a los golpes de los guerreros que intentaban detenerles. Decenas de millares de cuerpos entraron a la carrera en el suelo de la arena.

—¡Tuerto! ¡Tuerto!

El árbitro del círculo fue hasta el cadáver del capitán y alargó la mano hacia su bolsa. Garth le detuvo con la mirada.

—Fuiste tú quien decidió que el combate se librase a muerte, y ahora el premio es mío —dijo.

—Pertenece al Gran Maestre —siseó el luchador.

—Pues entonces intenta llevárselo.

El hombre le contempló en silencio durante unos momentos y acabó volviendo la mirada hacia el trono de Zarel. La multitud se arremolinó en torno a Garth, sumergiéndole en una masa de cuerpos. Hammen logró abrirse paso hasta él.

—Demos gracias al Eterno por esta multitud, porque creo que Zarel estaba a punto de bajar de su trono y enfrentarse a ti —murmuró.

El árbitro fue retrocediendo poco a poco y acabó extendiendo la mano.

—Maná como pago por un combate a muerte —terminó diciendo de mala gana.

Garth cogió la bolsa de su enemigo, sacó de ella un paquetito de seda de maná negro y volvió a arrojar la bolsa a la mano extendida del árbitro, que se apresuró a alejarse con ella.

Después deslizó un brazo sobre los hombros de Hammen para apoyarse y se abrió paso a través de la multitud, percibiendo la rabia que estaba sintiendo Zarel ante la humillación que había sufrido y la pérdida de uno de sus hechizos más poderosos.

—¿Qué tal estás, amo? —le preguntó Hammen con visible preocupación.

—Conseguí curarme las costillas, pero sigo teniendo una resaca terrible —replicó Garth—. Vamos a tomar una copa de vino, y después necesitaré que hagas unas cuantas cosas para esta noche.

—¿Qué cosas?

Garth se limitó a sonreír.

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