Arena

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Capítulo 12

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Pero... Bueno, ¿por qué tenía que matarle? Todo había salido a las mil maravillas, aunque en realidad el bebedizo quizá no tuviera nada que ver con lo que estaba ocurriendo. Metió la mano en el bolsillo y acarició la bolsita de cuero, sintiendo el peso del rubí que contenía. La petición que le había permitido hacerse con el rubí era bastante sencilla de satisfacer, y el pago consistía en un soborno que por sí solo ya bastaría para disfrutar de una docena de noches de placer sin ninguna necesidad de recurrir a las pociones.

«Se me ha prometido la Casa de Bolk en cuanto Kirlen caiga —pensó con una hosca sonrisa—. Tendré mi Casa, y quedaré libre de los tormentos de Zarel...» Aquel sueño maravilloso se adueñó de él, y Uriah pudo verse a sí mismo siendo transportado sobre un palanquín de oro, como Jimak, y rodeado por concubinas que harían babear de envidia a Tulan. El pensamiento le hizo sonreír.

Pero de repente Uriah se preguntó de dónde había surgido aquel soborno. Había una sospecha agazapada en su mente, y bastó para que un escalofrío recorriese todo su cuerpo; pues aún guardaba algunos recuerdos de un tiempo muy, muy lejano, y de cómo por aquel entonces había sido una fuente de inocente diversión e, incluso, había sido amado.

Uriah bajó la cabeza y se alejó por el corredor hasta desaparecer entre la oscuridad.

Zarel permanecía sentado, inmóvil y en silencio. ¿Qué infiernos le había ocurrido a Uriah? ¿Sería simplemente locura, o tal vez se había dado cuenta de que el poder y el trono del Gran Maestre quizá ya no estaban tan seguros como antes? Pero además de todo eso había un miedo más profundo, y la comprensión de que aquel luchador tuerto era algo muy distinto a todo aquello con lo que se había enfrentado en el pasado, un terrible problema que no podría ser resuelto permitiendo que ganara el último combate y fuese sacado de aquel plano, desapareciendo para siempre.

«¿Y si el tuerto conoce mis planes y los revela al Caminante, tal vez llegando al extremo de hacer un trato con él para salvar su miserable existencia? —se preguntó Zarel—. ¿Es posible que eso llegue a ocurrir?» Tenía que aceptar la innegable verdad de que el luchador tuerto pretendía acabar con él, y tal vez Uriah tuviese razón. Sí, también cabía la posibilidad de que quisiera algo del Caminante...

Zarel suspiró y se inclinó hacia adelante en su trono. Se preguntó si el luchador tuerto podía haber llegado a averiguar que todo el proceso del Festival era un complejo fraude. Tal vez ya supiera que uno de sus muchos propósitos era seleccionar al mejor luchador cada año para que el Caminante pudiera llevárselo de aquel plano de existencia..., matándole después para eliminar una amenaza potencial, no sólo al orden de cosas existente sino también al mismísimo Caminante. El luchador tuerto ya había demostrado ser muy astuto, y no dar por sentado que ya lo sabía todo sería una increíble muestra de estupidez por parte de Zarel.

Zarel volvió a alzar la mirada, y estuvo a punto de llamar de nuevo a Uriah.

No. Él no, y no en aquel momento. Eso sería otro juego que debería llevarse a cabo en el instante adecuado. Tenía que haber otra manera de destruir al luchador tuerto.

Zarel se echó hacia atrás de repente y empezó a reír, pues todo resultaba tan obvio, tan maravillosa y sencillamente obvio, que tenía que hacerse precisamente de aquella manera..., y además, al hacerlo había muchas posibilidades de que abriese el camino para la aparición de un nuevo Caminante.

Garth se desperezó lánguidamente y vio cómo los nombres de la nueva ronda de combates iban apareciendo en el gran tablero de anuncios. La primera serie de combates de la segunda ronda de eliminaciones acababa de terminar, y Garth esperó sin moverse para ver contra quién se enfrentaría en la serie siguiente después de no haber tomado parte en la primera tanda de combates del día. Su símbolo apareció por fin en el tablero, y la multitud lanzó un rugido de aprobación que fue seguido por una tempestad de carcajadas despectivas cuando el nombre de un luchador de segundo nivel de Kestha fue colocado junto al suyo como rival de Garth.

Garth se volvió hacia Hammen, que se encogió de hombros.

—Quizá ha cambiado de parecer y ha decidido jugar limpio —dijo Hammen—. Hoy el populacho odia más que nunca a ese bastardo.

La insatisfacción resultaba evidente en toda la ciudad. Varios centenares de viviendas y comercios habían ardido durante los disturbios de la noche anterior, y hubo veintenas de muertos y centenares de heridos. La tensión había estallado con una intensidad todavía más incontenible en los combates entre Fentesk y Kestha, que habían terminado con media docena de luchadores muertos, uno de ellos el segundo mejor luchador de Kestha, y los combates entre Bolk e Ingkara, que habían provocado la muerte de ocho luchadores más. Garth había seguido los consejos de Hammen y había salido cautelosamente de la Casa antes del amanecer para esconderse junto a la arena, evitando así tomar parte en el gran desfile y la posibilidad de caer en una trampa tendida por Zarel. Antes de irse había dejado una nota dirigida a Kirlen pidiéndole que no se le excluyera de los combates del día.

El consejo de Hammen demostró que no podía ser más prudente y acertado cuando estalló una pelea durante el desfile hacia la arena. La mitad de los luchadores de Zarel surgieron de un callejón lateral en cuestión de segundos y convergieron sobre las filas de los luchadores Marrones. Después miraron a su alrededor con expresiones expectantes, y Kirlen rió con una alegría implacable y llena de gélido sarcasmo cuando quedó claro que esa supuesta pelea no había sido más que una excusa para atacar a Garth, que no se hallaba en la columna que avanzaba lentamente hacia la arena.

La multitud de la arena esperó, preguntándose dónde estaba su favorito y temiendo que se hubiera marchado tan misteriosamente como había llegado. La trompeta que llamaba a los luchadores esparció sus ecos por el inmenso estadio, y medio millón de personas se pusieron en pie y contemplaron cómo los luchadores que iban a combatir en la segunda ronda de la segunda eliminación entraban en la arena.

—Será una trampa —dijo Hammen con voz lúgubre—. No te dejará salir de ese campo de combates con vida.

—Siempre puedes quedarte en los graderíos.

—¡Y un infierno! Sólo el Eterno sabe por qué he aguantado hasta ahora.

—Bien, pues entonces tendremos que seguir adelante —anunció Garth.

Se puso en pie y arrojó a un lado la gruesa capa debajo de la que se había estado manteniendo oculto. Se abrió paso a través de los graderíos, llegó a la barrera que indicaba el comienzo del campo de combates y saltó el muro, volviéndose después para ayudar a bajar a Hammen. Media docena de guerreros echaron a correr hacia él, suponiendo que era un seguidor dominado por el exceso de entusiasmo, y Garth se volvió hacia ellos.

Un salvaje griterío de alegría y deleite surgió de la multitud, y fue extendiéndose velozmente desde el punto en el que acababa de aparecer Garth.

—¡Tuerto!

Los guardias fueron aflojando el paso hasta acabar deteniéndose, y le contemplaron boquiabiertos por la sorpresa. Garth pasó junto a ellos como si no estuviesen allí.

Los espectadores quedaron tan encantados al comprender que Garth había estado sentado entre ellos que prorrumpieron en un aplauso atronador mientras atravesaba el campo para ir al círculo que se le había asignado durante la ronda siguiente.

El círculo se encontraba directamente debajo del trono de Zarel, y Garth alzó la mirada hacia él, sonrió y no dijo nada.

Zarel se puso en pie y le contempló sin tratar de disimular su odio, y Garth le dio la espalda en una clara muestra de desprecio. El rugido de la turba se hizo todavía más estrepitoso.

—¡Podría matarte aprovechando que estás de espaldas a él! —gritó Hammen, intentando hacerse oír por encima de los aullidos de la multitud.

—No tiene las agallas necesarias para matarme ahora —dijo Garth en voz baja mientras entraba en el cuadrado neutral—. Si me toca ahora, medio millón de personas destrozarán todo este lugar.

—No confíes en el populacho.

—No lo hago, pero confío en el odio que les inspira Zarel.

Su oponente, una joven luchadora de Kestha, avanzó hacia el círculo, entró en el cuadrado neutral que le correspondía y contempló a Garth con visible nerviosismo.

—¿Qué clase de combate declaras que vas a librar? —preguntó el árbitro.

—Combatiré por un hechizo —respondió Garth.

El árbitro del círculo giró sobre sí mismo y volvió la mirada hacia la mujer, que dio la misma contestación que acababa de dar Garth.

El combate terminó en cuestión de segundos. El mamut de Garth derribó a la luchadora antes de que ésta hubiera podido hacer acopio del maná suficiente para crear alguna clase de defensa, y la mujer alzó la mirada hacia la enorme criatura con los ojos desorbitados por el terror. Después levantó la mano en un gesto de sumisión, y Garth apartó al mamut y lo hizo desaparecer anulando el conjuro. El árbitro del círculo fue hacia la mujer para despojarla del hechizo que había puesto en juego, y Garth extendió la mano izquierda con la palma vuelta hacia el suelo para indicar que no lo aceptaba. La multitud acogió aquel acto de caballerosidad con un rugido de aprobación.

Garth volvió sin apresurarse a las gradas ocupadas por los luchadores de Bolk. Muchos de ellos le contemplaron con obvia suspicacia, pero Naru le recibió con ruidosos gritos de deleite.

—¡Bien! Todavía podré luchar contigo... Creí que te habías escapado.

Garth rió y fue hasta una mesa en la que había fruta, queso y jarras de vino para los luchadores que desearan comer o beber algo. Cogió un puñado de granadas y una jarra de vino, y fue hacia un asiento vacío mientras movía la mano indicando a Hammen que le siguiera.

Kirlen, que estaba sentada en su trono, bajó la mirada hacia él.

—No has asistido a la procesión de la mañana —dijo.

—Pensé que no me convenía hacerlo por razones de salud —replicó Garth.

Kirlen dejó escapar una risita helada.

—Habría resultado muy divertido ver cómo te las arreglabas.

—Sólo los idiotas se meten en líos cuando no hay necesidad de ello.

—¿Y qué fue lo que hiciste anoche?

Garth sonrió y no dijo nada, y ocupó su asiento para contemplar el espectáculo.

La tercera ronda de eliminación empezó un instante después y Garth fue llamado inmediatamente para la próxima tanda, y volvió a su asiento menos de media hora después con un hechizo rojo de bola de fuego que había obtenido del oponente al que acababa de dejar sin sentido. El frenesí de la multitud llegó a extremos de auténtica histeria, a pesar de que el historial de Garth hacía que ya fuese necesario apostar una moneda de plata para ganar una de cobre.

La tercera eliminación llegó a su fin y se anunció el descanso del mediodía. La multitud formó grupos en los graderíos y empezó a discutir a gritos las posibilidades de los cuarenta luchadores que seguían en la competición. Varios favoritos habían caído durante las primeras rondas, incluido Ornar de Kestha, que había sido considerado como uno de los grandes favoritos, y el legendario Mina de Ingkara, que había sido sacado del campo después de haberse dejado los pies en él, ya que unos trasgos se los habían arrancado a mordiscos mientras yacía inconsciente. La competición se había vuelto todavía más interesante debido a las muertes de los luchadores que habían perecido durante los disturbios de la noche anterior, pues nueve de los muertos habían sobrevivido a la primera ronda de eliminaciones.

Sus muertes habían trastornado considerablemente las variedades de apuestas más sofisticadas, y decenas de millares de espectadores se llevaron una sorpresa de lo más desagradable al ver aparecer símbolos negros junto a los nombres de los fallecidos.

Las apuestas no se hacían sólo sobre peleas individuales, sino también sobre una amplia gama de permutaciones, que incluían combinaciones de luchadores, promedios de victorias de las Casas y porcentajes de victoria obtenidos por las Casas durante cada ronda, y el resultado era que la multitud estaba bastante irritada. Bastantes apuestas hechas al final del primer día habían quedado anuladas debido a las muertes y todas aquellas monedas habían ido a parar a los cofres de Zarel, lo que había convencido a muchos de que el Gran Maestre había provocado los disturbios de la noche anterior para llenarse los bolsillos y vengarse de la pésima conducta de sus ciudadanos.

Pronto estallaron discusiones entre los partidarios de un grupo u otro, y algunas de ellas se convirtieron en peleas que se fueron desplazando a través de la multitud y, en un momento dado, incluso se extendieron a la arena hasta que una fila de guerreros hizo retroceder al populacho.

La hora del mediodía fue transcurriendo, y grupos de trabajadores borraron los círculos utilizados para las dos primeras series de combates. Sólo veinte parejas lucharían en la próxima eliminación en dos conjuntos de diez combates, y se trazaron nuevos círculos. Cada uno de ellos era el doble de grande que los anteriores y medía cien metros de diámetro. Eso significaba que los luchadores por fin podrían utilizar los hechizos de más poder, que podrían haber resultado difíciles de manejar dentro de los círculos de cincuenta metros de diámetro de las rondas anteriores.

Una trompeta anunció el final de la hora del mediodía. La multitud volvió a ocupar sus asientos, y los carros con las catapultas salieron a toda velocidad por los túneles de acceso y empezaron a desplazarse a lo largo del perímetro de la arena. Las catapultas dispararon más ollas de barro sobre la multitud, y ésta las acogió con vítores y aclamaciones cuando se hicieron añicos.

Hammen se volvió hacia los graderíos, no queriendo perderse el espectáculo, y ladeó la cabeza para poder escuchar los gritos de la multitud.

—Las ollas están llenas de monedas de oro —anunció después con la voz repentinamente impregnada de anhelo, como si deseara estar en los graderíos del populacho.

Garth dejó escapar una risita ahogada y no dijo nada.

La noticia de que las ollas estaban llenas de monedas de oro se fue difundiendo a gran velocidad, y el gentío estuvo a punto de lanzarse a una estampida incontrolable para poder ocupar posiciones cercanas al sitio en el que podía caer la próxima olla. No tardaron en producirse peleas cuando los espectadores se lanzaron unos sobre otros para hacerse con una sola moneda, que bastaría para poder disponer de cerveza o vino durante la mitad del invierno. Los enanos azotaron a sus tiros de caballos mientras iban disparando sus armas por toda la circunferencia de la arena, y después aullaron de placer al ver el frenesí que se adueñaba de la multitud mientras señalaban los lugares donde habían caído las ollas.

Decenas de jóvenes vestidas con velos transparentes surgieron de los túneles de acceso. Empezaron a danzar por el perímetro de la arena, y mientras lo hacían iban metiendo la mano en las bolsas que rebotaban sobre sus caderas desnudas y arrojaban puñados de objetos de oro e incluso gemas a los graderíos. La nueva entrega de regalos provocó un incontrolable estallido de aclamaciones, que se volvió todavía más frenético cuando cuatro dragones de veinte metros de longitud cada uno entraron en la arena desde el norte. La multitud alzó la mirada, temiendo que las gigantescas bestias estuvieran fuera de control y se dispusieran a atacar a los espectadores, y faltó muy poco para que todos sucumbieran al pánico. Pero los dragones desaparecieron entre nubes de humo que se extendieron sobre la arena y dejaron caer un diluvio de collares de plata, abalorios y todavía más monedas.

Las nubes flotaron lentamente hasta el centro de la arena después de haber descargado su lluvia y se enroscaron alrededor del trono del Gran Maestre. Las masas de humo se fundieron en una sola, que empezó a girar sobre sí misma. Hubo un destello deslumbrante acompañado por un rugido atronador, y Zarel Ewine, el Gran Maestre, apareció sobre su trono después de haber disfrutado de su comida.

La multitud prorrumpió en aclamaciones histéricas, y Zarel se fue volviendo hacia los cuatro confines de la arena e hizo una gran reverencia ante cada uno.

Hammen meneó la cabeza con expresión disgustada y escupió en el suelo.

—Ah, el populacho... —dijo con voz gélida—. Ahora todo ha quedado perdonado.

—Pero no por mucho tiempo —replicó Garth.

Las últimas danzarinas desaparecieron por los túneles de acceso seguidas por las dotaciones de enanos de las catapultas, y un gemido de desilusión brotó de la multitud.

—No os preocupéis, amigos míos —dijo Zarel, y su voz retumbó por toda la arena gracias al poder mágico que le permitía ser oído a grandes distancias—. Volverán al final de las festividades del día, y traerán consigo todavía más oro.

Sus palabras fueron acogidas con vítores de nerviosa expectación.

Garth se volvió hacia Hammen y sonrió.

—¿Está todo preparado? —preguntó.

—No puedo prometértelo —replicó Hammen—, pero no cabe duda de que has pagado lo suficiente para que así sea.

—Estupendo.

—Ya han empezado a sacar los nombres —dijo Hammen, y señaló el otro extremo del campo de la arena, donde un monje estaba metiendo la mano en una urna de oro—. Ahora ya no se hace por Casas —explicó—, y eso quiere decir que a partir de este momento puedes tener que luchar con alguien de tu misma Casa.

Naru miró a Garth y sonrió.

—Puede que luchemos ahora y que me lleve todos tus hechizos —dijo.

—Puede ser —replicó Garth sin inmutarse.

—¡Tuerto! ¡Tuerto! —aulló la multitud.

Garth alzó la mirada y vio que tendría que enfrentarse con un luchador ingkarano.

—¿Quién es? —preguntó.

—Se llama Ulin —replicó Hammen—. Es bueno, y puede que ya sea del octavo nivel. Es increíblemente rápido a la hora de acumular su maná. Te sugiero que emplees el ataque físico, ya que de lo contrario puedes tener serias dificultades desde el comienzo del combate.

Garth se puso en pie y miró a Naru.

—Bien, tendrá que ser en otra ronda —dijo.

—No pierdas, tuerto. Sigo queriendo luchar contigo.

El nombre del adversario de Naru apareció en el tablero y el gigante se levantó, rió y se desperezó.

Salieron juntos a la arena y el populacho se puso en pie y aplaudió a dos de sus campeones favoritos. Garth se dio la vuelta y alzó la mirada hacia los graderíos. Algunos espectadores llevaban parches que eran anunciados a gritos por los vendedores de recuerdos del Festival, y el nuevo y peculiar adorno indumentario fruto de la caprichosa fantasía de la multitud dejó tan sorprendido a Garth que sólo pudo menear la cabeza.

Naru le dio una afable palmada en la espalda, con el resultado de que Garth estuvo a punto de perder el equilibrio mientras el gigante le daba la espalda para ir a su círculo.

La trompeta volvió a sonar cuando Garth llegó a su círculo y entró en el cuadrado neutral. Su oponente, inmóvil al otro extremo del círculo de cien metros de diámetro, estaba preparado y ya tenía los brazos extendidos.

Zarel se puso en pie.

—He decidido que habrá una nueva regla para los combates, y que empezará a aplicarse con la cuarta eliminación —dijo.

La multitud se sumió en un silencio expectante.

—Si cualquiera de los dos luchadores declara que el combate se librará a muerte, así se hará —siguió diciendo Zarel—. El pago de todas las apuestas en un combate a muerte quedará libre de mi tasa del diez por ciento, por lo que podréis quedaros con todas las ganancias. No se podrá usar ningún hechizo curativo sobre los que caigan en combate.

Hubo un momento de silencio perplejo, y un instante después toda la arena vibró con un estallido de vítores histéricos.

—Ah, el populacho... —dijo Hammen, y sorbió aire por la nariz con visible irritación—. Ya se los ha vuelto a meter en el bolsillo.

—Con la excepción de los apostadores —replicó Garth—. Acaba de estropearles el día a menos que puedan ofrecer unas condiciones todavía mejores.

—Y una cosa más, amigos míos... —siguió diciendo Zarel—. Cualquier luchador que haya declarado que el combate se librará a muerte y acabe con su oponente, recibirá un hechizo de mi tesoro personal que podrá escoger del contenido de mi bolsa y que le entregaré con mis propias manos, o quinientas monedas de oro.

Muchos luchadores alzaron los puños en la arena, saludando al Gran Maestre con visible alegría.

—Se va a gastar una auténtica fortuna para volver a congraciarse con ellos —dijo Hammen.

—Y los Maestres de las Casas perderán a sus mejores luchadores —dijo Garth en voz baja—. Sí, es un auténtico golpe de genio por su parte.

Garth volvió la cabeza hacia Kirlen, y pudo percibir la rabia que se había adueñado de ella. Si los Maestres de las Casas se atrevían a tratar de protestar ante lo que estaba claro iba a ser una auténtica carnicería de luchadores, la multitud se amotinaría..., pero esta vez contra ellos. Zarel había conseguido ser más listo que los Maestres, al menos por el momento, y además había conseguido debilitarles durante el proceso.

La mujer que iba a arbitrar el combate de Garth fue hacia él y extendió la mano. En su palma había una ficha blanca y una ficha negra.

—Escoge: a muerte o por un hechizo —dijo con voz gélida.

—¿Qué ha sido de la declaración pública? —preguntó Hammen.

—Dile a tu sirviente que se calle, o haré que le arranquen la lengua —gruñó la mujer.

Garth la contempló sin inmutarse y acabó cogiendo la ficha blanca.

—Combate por un hechizo —dijo.

La mujer le contempló con abierto sarcasmo, y después giró sobre sí misma y empezó a cruzar el círculo hacia donde la esperaba el oponente de Garth.

—Realmente brillante... —murmuró Hammen—. Casi todos los luchadores supondrán que su adversario va a escoger el combate a muerte, así que optarán por el combate a muerte con la esperanza de ganar el premio que ofrece el Gran Maestre. La arena se va a convertir en un auténtico matadero.

La mujer se detuvo delante de Ulin y extendió las manos, y Ulin cogió una de las dos fichas que se le ofrecían. Su elección haría que el combate se librase por un hechizo o a muerte. La mujer volvió a cruzar el círculo, cogió una bandera roja y la izó en el poste. Banderas rojas aparecieron por toda la arena, y la multitud enloqueció en un estallido de sed de sangre.

—¡Luchad!

Garth saltó a la arena, y se lanzó sobre su oponente moviéndose a toda velocidad. Ulin ya tenía los brazos extendidos y se apresuraba a invocar su maná para crear el primer hechizo. Garth siguió corriendo hacia él y desenvainó su daga mientras lo hacía. Ulin alzó la mirada hacia Garth, y se dispuso a señalarle con la mano en el mismo instante en que Garth chocaba con él y le golpeaba en un lado de la cabeza con la empuñadura de la daga. Ulin se desplomó sobre su espalda.

Pero un instante después ya estaba nuevamente en pie y desenvainaba su daga con un aullido de rabia para lanzar un tajo contra Garth. Garth lo esquivó saltando a un lado.

—¡Quédate en el suelo y compórtate como si te hubiera dejado sin sentido, maldito seas! —rugió Garth.

Pero Ulin, que parecía impulsado por una furia incontrolable, volvió a lanzarse sobre él, atacándole con una finta baja primero y un tajo dirigido hacia la garganta después mientras giraba incesantemente sobre sí mismo para quedar encarado hacia el lado ciego de Garth.

La mano de Ulin se deslizó sobre el suelo del estadio y recogió un puñado de tierra apisonada que lanzó al rostro de Garth. Garth quedó cegado y retrocedió tambaleándose. Los gritos de la multitud alcanzaron tal intensidad de histeria que le impidieron oír desde qué dirección podía estar aproximándose su contrincante.

Garth se dejó caer hacia atrás, guiado por el instinto, y sintió cómo Ulin pasaba por encima de él. Después rodó sobre sus hombros y dio un salto mortal, saliendo de él con los pies en el suelo mientras intentaba quitarse la tierra del ojo.

Ulin siguió atacando implacablemente, moviéndose a tal velocidad que Garth ni siquiera tuvo tiempo de erigir un círculo de protección. Garth volvió a rodar sobre sí mismo y la hoja de Ulin le rajó el hombro, y la visión de la sangre hizo que los vítores y alaridos se volvieran todavía más ensordecedores.

Garth apenas podía ver, pero presintió que estaba a punto de recibir otro tajo y alzó el brazo izquierdo para detener el golpe. El filo de la daga le abrió la muñeca, y el gélido dolor de la herida le dejó aturdido y confuso.

Ulin retrocedió y volvió a atacar. Garth se agachó para esquivar el golpe, y contraatacó extendiendo las piernas. Logró patear a Ulin justo debajo de la rodilla izquierda, y el luchador se desplomó. Ulin se recuperó enseguida y saltó sobre Garth, tratando de inmovilizarle en el suelo. Los dos rodaron sobre la tierra apisonada del estadio y Ulin trató de hundir su daga en el ojo de Garth. Garth ladeó la cabeza un instante antes de que el golpe cayera sobre ella, y la daga le desgarró la mejilla.

Ulin lanzó un aullido de deleite, arrancó su daga del suelo y la alzó para asestar un golpe letal.

Garth logró liberar su mano derecha justo cuando la daga ya empezaba a descender e impulsó su hoja hacia arriba. La daga entró por debajo del mentón de Ulin, atravesando su paladar y subiendo hasta incrustarse en su cerebro.

El golpe de Ulin falló el blanco. Garth soltó su daga mientras Ulin lograba levantarse en una prodigiosa exhibición de fuerza casi sobrenatural, con la daga de Garth hundida hasta la empuñadura en su mandíbula inferior.

Un jadeo de asombro escapó de la multitud al ver cómo el luchador se tambaleaba de un lado a otro. Después las piernas se le fueron doblando con una increíble lentitud, y Ulin acabó derrumbándose. Garth logró ponerse de rodillas y los alaridos de la multitud atronaron a su alrededor mientras intentaba recobrar el aliento, envolviéndole en una oleada de sonidos tan ensordecedora que sintió el deseo de taparse los oídos para escapar de ella.

Sintió que unas manos le agarraban por los hombros.

—Cúrate... ¡Vamos, cúrate! ¡Morirás desangrado!

Garth miró a Hammen, y acabó volviéndose hacia Ulin.

—No tienes tiempo para él, maldita sea... ¡Cúrate de una vez!

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