Arena

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Capítulo 12

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Los guerreros que rodeaban a Zarel se volvieron hacia la loca embestida y se prepararon para detenerla. El pánico ya había empezado a adueñarse de ellos, y bajaron sus armas y dispararon sin vacilar. Zarel se volvió hacia Garth, comprendiendo por fin lo que había ocurrido y sabiendo que el luchador tuerto estaba detrás de ello.

Y se encontró contemplando una nube de humo verde.

Garth corrió alrededor del trono seguido por Hammen, y desapareció casi al momento entre la frenética agitación de los guerreros que intentaban volver a formar sus filas y enfrentarse al enfurecido populacho, que estaba llenando el suelo de la arena con centenares de miles de cuerpos frenéticos y jadeantes.

—¡Detrás de ti!

Garth se dio la vuelta en el mismo instante en que Varena derribaba a un guerrero que se disponía a descargar su espada sobre los hombros de Garth. Garth saltó a un lado para esquivar el cuerpo calcinado por las llamas que se derrumbó sobre él. Los tres siguieron abriéndose paso por entre los guerreros, que retrocedían tambaleándose bajo la implacable presión de la masa humana que se lanzaba contra ellos.

Garth alzó las manos, y los guerreros se apartaron al sentir cómo un terror incontrolable les oprimía el corazón. Garth siguió abriéndose paso a través de las filas, utilizando el terror para despejar un sendero ante él mientras Varena corría a su lado. Lograron llegar hasta el populacho, y la multitud se apresuró a dejarles pasar nada más ver a Garth, acogiéndole con vítores y aclamaciones. Garth siguió corriendo, y la multitud reanudó su avance entre nuevos gritos de rabia lanzados contra los hombres del Gran Maestre.

Garth llegó al perímetro de la arena y escaló el muro. Los graderíos aún estaban bastante llenos, salvo por los círculos de asientos vacíos que habían pasado a ser controlados por las alimañas que habían surgido de las ollas. Garth fue subiendo por los peldaños hasta que llegó al final del estadio.

Los garitos de apuestas habían quedado destruidos, y el gentío estaba muy ocupado saqueándolos. Debajo de cada garito había un conducto por el que se dejaba caer el dinero apostado, que luego era cargado en carros que se desplazaban por unos túneles ocultos para llevar las ganancias al palacio. Algunos espectadores estaban intentando abrirse paso por los agujeros con las manos desnudas y lanzaban maldiciones hacia los conductos. Otros descargaban su rabia sobre los garitos, y estaban muy ocupados haciéndolos pedazos tablón a tablón.

El caos se había adueñado del suelo de la arena. Un grupo de guerreros seguía resistiendo en el centro y los luchadores del Gran Maestre se unieron a la contienda, creando muros de fuego para hacer retroceder a la multitud.

—Vuelvo a mi Casa —dijo Varena.

Garth se volvió hacia ella, la miró y la cogió del brazo.

—Quizá deberías irte —dijo.

Varena se liberó de un tirón.

—Me he pasado toda la vida estudiando para tener la oportunidad de llegar a servir al Caminante —replicó—. No voy a echarme atrás ahora.

Hammen soltó un bufido y no dijo nada.

—Eso significa que mañana tendremos que combatir —murmuró Garth.

—Lo sé —replicó Varena.

—Y si hay que matar... ¿Qué harás entonces? Ya sabes que mañana ese bastardo exigirá que se luche a muerte, ¿no?

Varena le miró fijamente y no dijo nada.

—Vete, Varena... En nombre del Eterno, vete de aquí.

—Te veré mañana —murmuró ella, y giró sobre sí misma y desapareció entre la multitud.

—Es el mismo consejo que no paro de darte —dijo Hammen.

—Y yo soy tan cabezota como ella y tampoco voy a hacer caso de ese consejo —replicó Garth—. Ven, tenemos trabajo que hacer.

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