Arena

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14. Calor humano

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Rala había partido. Se había lanzado al abismo para no volver. La recordaba cayendo y tatuándose en el mármol de su mente. Sí, Rala… Rala y Snuk. Los amantes imposibles. Los deudores del destino. Nada había sido escrito para ellos que fuese cierto, que desafiase a las leyes de lo posible. Ahora él tendría que luchar para proteger lo único que había sobrevivido a la hecatombe: su propio vacío interior.

Snuk examinó la armadura que portaría en la batalla: el Demonio Espinoso. Alto, hermoso, terrorífico… Las espadas que llevaría en sus manos la noche de la gesta conjurarían la muerte para todos sus enemigos. Sus espadas y su látigo, su amor y su odio, los estandartes que mostraría para escribir su gesta en el recuerdo sobre lagunas de sangre.

Los amos de la tecnología estaban allí, hablándole. ¿Qué le decían? Snuk a veces se desconectaba del mundo real, perdiéndose en pensamientos que eran sólo suyos. Pensamientos que escondían verdades supremas.

Los amos y sus misterios tecnológicos, que él llevaría como corazas en la batalla. Sí, honor y gloria. ¿Qué mejor alimento hay para el alma de un soldado?

Ellos le pidieron discreción. ¡Que esperase hasta el momento apropiado antes de desenvainar sus hojas! Qué insensatos. Sí, querían matar a todos sus enemigos, acabar con las gestas… Pero eso a Snuk no le importaba. Por su cabeza sólo pasaba un pensamiento recurrente, una y otra vez: vengar a Rala, matar al demonio que se la había llevado. Matar a Shiva y a sus huestes del infierno, una hazaña que ningún otro hombre sería capaz de igualar.

Una y otra vez. Una y otra vez.

Los amos le condujeron al lugar donde se fraguaban sus misterios, las poderosas armas que él usaría. Allí le enseñaron a sostener las espadas, a mantenerlas en equilibrio, a balancearlas con letal precisión hacia los cuellos de sus enemigos. Snuk era buen aprendiz. El mundo acuático no se parecía al entorno seco donde se celebraría la prueba, pero sus máquinas apenas lo notaron.

Le hicieron practicar contra blancos armados, y se deshizo de todos sin dilación. Luego le mostraron blancos vivos desarmados: mujeres, niños y ancianos. Él no dudó: los exterminó sin piedad, buscando en las lágrimas de cada mujer las de su amada Rala, sin encontrar más que desprecio y odio.

Una y otra vez. Una y otra vez.

Snuk, con el amanecer de fondo. Imagen gloriosa, zarpas de titanio. Sangre por todas partes, pero muchísima menos que la que habría de derramarse en breve.

Una y…

Los pechos de Sin-derella eran generosos y estaban marcados con innumerables cicatrices. Con la carne de gallina, se arremangó el traje EVA hasta la cintura, descubriendo todo el torso, y se acercó a mí. Con suavidad, me bajó la cremallera del traje.

—¿Qué haces? —pregunté. Ella sonrió.

—Tranquila, nada que no quieras que te haga. Es mejor que te deshagas de esto antes de que enfermes de neumonía. Podemos calentamos juntas.

Asentí, recordando la batería térmica del traje. Alimentaba la minicomputadora y las funciones de regulación automáticas, pero colocada en modo de dispersión, expulsaba calor como un calentador de llama. Nos deshicimos de los trajes completos, los estrujamos y anudamos para que perdieran toda el agua, y conecté la pila dirigiendo el calor hacia ellos. Tirité (sólo llevaba puestas unas braguitas), y Sin-derella me abrazó. Nos tumbamos lo más cerca que pudimos de la llama electrónica.

—Ya lo sabía —susurró.

—¿El qué?

—Lo de Tristan. Sé lo que le hizo a su verdadera hermana.

Me incorporé sobre un brazo.

—¿Desde cuándo?

Sin-derella resopló, perdiendo la vista en las sombras.

—Años atrás… no sabría precisar. Tristan habla durante los sueños de Narcolis.

—Habla en sueños…

—Sí, y dice muchas cosas. A veces —confesó en voz baja—, cuando estamos juntos en las Flores, él se duerme primero, y grita cosas. Habla de hechos terribles que no retiene cuando despierta, recuerdos que luego confunde con sueños. Pero su mente lo sabe: hay ciertas cosas que es mejor mantener enterradas.

Arqueé las cejas.

—¿Tu padre te ha hablado alguna vez de esto?

—¿A mí? —Se echó el pelo hacia atrás—. No. Son asuntos que prefiere ignorar, esperando neciamente que desaparezcan con el tiempo. Él puso los candados a la mente de Tristan para tratar de mantenerle cuerdo, pero no creo que haya funcionado. Creo que la rabia que siente es tan grande, tan… incontrolable, que será capaz de romper cualquier barrera. Por eso yo no quería que viniésemos a visitar las Flores otra vez. Me daba miedo que pudiera ocurrir lo que… —Rió sin ganas, aspirando las palabras—. ¡Lo que de hecho ha ocurrido! Es gracioso.

—No, es trágico. ¿Sabes que me violó en el glaciar?

Los ojos de Sin-derella se enternecieron.

—Oh, pobre niña…

—Tranquila, con mi pasado creo que no hay nada que puedan hacerme que sea capaz ya de dejar ninguna huella. Mi corazón debe haberse vuelto una lámina de alquitrán negro.

—¿Estás segura? —Me acarició la mejilla.

—Por supuesto.

—Entonces, ¿por qué has venido hasta aquí?

Iba a decir algo, pero las palabras no salieron. Medité en la semioscuridad. La llama electrónica apenas despedía calor en nuestra dirección.

—¿Tanto se nota?

Sin-derella sonrió.

—Debemos detenerle a toda costa —dijo, endureciendo la voz—. No puedo dejar que se derrumbe ante su locura, o nos matará a todos. Sólo los dioses saben lo que le habrá hecho ya a nuestro padre.

—Estoy de acuerdo. Antes me dijiste que esto era una base de los edeones.

—Edeanos. Autarcas Edeanos, otra de las facciones que combaten por los favores del consorcio Xariano de Xar.

—Eso. ¿Qué crees que hace tu hermano con esta gente?

Sin-derella me abrazó con más fuerza. Sus pechos se apretaron contra los míos.

—Es evidente que nos ha traicionado. La pregunta es por qué. Los edeanos siempre han odiado los juegos y a los palladystas. No me extrañaría ver aquí una maniobra radical para acabar con las demás facciones de un solo golpe.

—¿Tienen poder para hacer eso?

—Tienen tecnología, pero son cobardes. Jamás se han arriesgado a hacer nada que pusiera en entredicho su respeto por las reglas del juego. Podrían ser los enemigos más terribles de la Arena, de no ser porque aún no han encontrado a nadie que…

Enmudeció, sosteniendo mi mirada unos tensos segundos.

—… que estuviera tan loco como para usar sus máquinas a su máximo nivel de destrucción, ¿verdad? —completé.

—Por todos los dioses… Tristan…

—Snuk.

—¿Qué?

Cambié de posición para que no se me durmiera el brazo sobre el que estaba apoyada.

—Tristan tiene otro nombre para llamarse a sí mismo durante los sueños de Narcolis. Creo que es su verdadera personalidad, o como mínimo la que ha quedado razonablemente intacta tras liberar los candados de su cerebro. Creo que Snuk es el nombre de su locura.

—No puedo creerlo… —La sombra de una lágrima perló sus ojos—. Tristan, ¿qué has hecho?

—Cálmate. Haremos lo posible para rescatarle, o para… ya sabes… si pone en peligro las vidas de la gente que asista a los próximos Juegos. ¿Cuándo dan comienzo?

—Dentro de tres días, en la capital de Palladys —informó, alarmada—. Tienen un circo de kilómetros de diámetro, con espacio para millones de personas. Y ésta edición de los Juegos ha levantado mucha expectación porque dirimirá los enfrentamientos políticos entre las facciones. Será un lleno absoluto.

—Le detendremos —prometí—. Pero primero hay que salir de aquí. Debemos reclutar refuerzos.

—Eso es imposible. —Sus hombros perdieron parte de su rectitud—. Ahora la invencible casa de los Sax ya no existe.

—No me refería a los Sax —afilé los ojos—. Los edeanos ésos tienen enemigos, ¿verdad? Me refiero a enemigos en la Arena.

Sin-derella escondió el labio, pensando.

—Sí, los Temples de Tebas. Pero son nuestros adversarios también. No nos recibirán con agrado.

—Si la locura de Tristan es tan irracional como imagino, ellos también están en serio peligro. Creo que deberíamos arriesgarnos a contactar con sus jefes y establecer un plan para el día de la confrontación. Si es que no se puede anular.

Mi compañera alzó una ceja.

—¿Con todo el dinero que genera? Si hay un baño de sangre en la Arena provocado por Tristan la audiencia en todos los mundos no hará más que subir. Olvídate de las cancelaciones. Lucharemos, pase lo que pase.

—¿Y tu padre?

—Ya no creo que podamos rescatarle. Si Tristan ha intuido que estamos aquí habrá doblado las guardias. De todas formas, no creo que le mate. Querrá que vea la confrontación en la Arena.

—Entiendo. Pues si estás dispuesta…

Sin-derella lo pensó con calma un minuto, pero al fin y al cabo, tal como yo suponía, era una mujer guerrera de la cabeza a los pies. Me besó con fuerza en los labios, manchándolos de su saliva, y dijo con una sonrisa cruel y animada:

—Vamos a demostrarles que los Sax lo hacemos todo a lo grande, hasta extinguimos.

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