Arena

Arena


21. Sueño del solsticio estival

Página 24 de 25

2

1

S

u

e

ñ

o

d

e

l

s

o

l

s

t

i

c

i

o

e

s

t

i

v

a

l

Snuk era un joven que vivía feliz en su pradera llena de árboles y de casas de adobe. Estaba enamorado de una joven de su propia familia llamada Rala, pero ella, por supuesto, no le hacía apenas caso, tan sólo cuando necesitaba ayuda para reparar el porche o con los cubos de la ropa. Además, Snuk estaba desfigurado, y ninguna muchacha de la aldea había querido acercársele jamás.

Pero eso a Snuk no le importaba: él amaba a aquella mujer, y aunque conocía sus costumbres algo extrañas y su enfermedad, hacía lo que fuese necesario para pasar algún momento del día con ella.

Su padre no aprobaba que él quisiera pasar tanto tiempo pendiente de la joven. Era un hombre severo, conservador y religioso que creía en las virtudes de una vida ordenada y sana. Si hubiese sabido qué tipo de sentimientos atesoraba Snuk en su interior, muy probablemente lo habría matado de una paliza.

El padre era una figura poderosa e incorruptible, tanto que a Snuk le causaba pavor la idea de hacerse mayor y no llegar a satisfacer sus expectativas, de no poder convertirse en alguien parecido a él. Para ganarse su respeto, Snuk trabajaba y peleaba en los juegos circenses de su aldea. Y era el mejor: todos en la comunidad lo aclamaban y lanzaban vítores cuando salía a combatir por el premio.

Una noche, la pelea fue cruenta. Los adversarios era duros y, aunque no lograron arrebatarle el título de campeón invicto, lo dejaron seriamente herido. Eso jamás le había pasado, no en su territorio. Snuk se estaba haciendo mayor y ya no era tan ágil como antes; ya no tenía tantas posibilidades de salir victorioso. Pero aunque sus trofeos se contaban por docenas, no se atrevía a perder públicamente, a ser víctima de la humillación de sufrir una derrota ante la gente.

Y menos aún ante su padre.

No quería ni siquiera imaginarse a sí mismo llegando a su casa tras la pelea con el rostro magullado y moretones por todo el cuerpo. Sin el premio.

Su padre le mataría.

Así que había hecho un trato con sus enemigos: les pagaría a cambio de que perdiesen. Lucharían, y le ofrecerían resistencia, pero al final y como siempre, él, Snuk, se alzaría con la victoria. Su padre estaría contento.

Pero el día del combate algo salió mal. Había pagado el precio, sus enemigos habían aceptado el soborno… pero no cumplieron su parte del trato. Le estaban castigando bien. Snuk sintió miedo por primera vez.

Pero él era un gran luchador. El más magnífico que jamás hubiera existido en la arena, así que se tragó su dolor y se impuso en la batalla. Derrotó a todos sus enemigos, pero salió bastante mal parado y tuvo que pedir que le llevaran a casa, porque no podía caminar.

Allí le esperaba su padre.

Estaba furioso.

Cómo puedes haberte dejado ganar. Cómo me has hecho esto; has mancillado el honor de la familia, eres una vergüenza.

No, padre, por favor, no me pegues más.

Y el padre le pega sin piedad usando el propio trofeo como maza. Snuk grita y llora, pero los golpes continúan cayendo. Cayendo, cayendo, cayendo…

Snuk y su vergüenza.

Esa misma noche, cuando su padre ya ha considerado que el castigo ha sido suficientemente duro, Snuk sale a escondidas de la casa, cojeando, casi sin poder moverse, y va a ver a Rala. Ella está despierta, puesto que vive sola y aún hay luz en su ventana.

El joven se acerca; la espía a través de los cristales mientras ella hace sus abluciones nocturnas. Se desnuda, se introduce en una tinaja y se baña con una esponja henchida de jabón. La pasea por su piel lentamente, disfrutando de su contacto. No es como la maza del padre de Snuk: la esponja es fina y suave, muy porosa. Snuk se masturba en la oscuridad, como ya ha hecho en incontables ocasiones. Pero cuando acaba, no siente nada. Esa noche quiere, desea, exige más. Él es el campeón de la arena, al fin y al cabo. Tiene derecho a su premio.

Llama a su puerta y ella responde. Se asombra al verle sangrante, y él sonríe con sorna. No ha sido la arena la que lo ha machacado, sino una fuerza superior e irreductible, lo que le libra de culpa. ¿Y qué has venido a buscar aquí, Tristan? ¿Qué haces suplicando cariño en mi casa? Yo no soy quién para meterme en los asuntos tuyos y de tu padre.

Él lo sabe y le dice que no le importa, que ha venido a buscada para llevársela lejos, hacia el sol poniente.

Ella ríe.

Haz las maletas y nos vamos, le dice el: huiremos lejos para que nada, ni siquiera mi padre, nos pueda alcanzar nunca. Seremos marido y mujer y disfrutaremos juntos de una vida larga y feliz.

Ella sigue riendo.

Eres un necio, Tristan, ¿sabes lo que significa esa palabra? ¿No? Lo suponía. Eres un inculto descerebrado, zafio y patán, que no sabe hacer más cosas en esta vida que pegar a la gente. Competir en la arena, ¡ja! Siempre me ha parecido un espectáculo lamentable, ver cómo os arrastráis como cerdos por el fango mordiéndoos las orejas.

Snuk se convulsiona. No, no es posible. Yo lo he hecho por ti… todos estos años, todo este sufrimiento, para que te sientas orgullosa de mí. Sé que no es mucho, pero es todo lo que soy, ¿es que no te es suficiente? ¿Acaso no te vale mi cariño?

Rala se ríe de él miserablemente. Eres patético, Tristan. Nunca me has gustado. Eres un bruto sin corazón ni cerebro, y seguro que muchas otras partes de tu anatomía ni siquiera te funcionan, dice ella, señalando despectiva a su entrepierna. Snuk baja la vista y se fija en que su órgano cuelga fláccido de su bragueta abierta. Aún está agotado por la masturbación. La joven se muere de risa ante su patética estampa.

Snuk no puede soportado más. Es demasiada humillación por una noche, y quiere su premio.

La agarra por el cabello y la sacude contra la tinaja de agua. Ella grita. Snuk le dice que está bien, que si no quiere darle su amor al menos le entregará su cuerpo. Al menos por esa noche. La obliga a desnudarse y hace el amor con ella, si se puede llamar así a esas convulsiones y a los gritos, y se corre en su boca cuando su hombría llega al límite de su aguante. Snuk chilla de placer, agarrando a su hermanastra por el cuello. Sufre, sufre como yo he sufrido por ti. Llora, porque cada lágrima será una línea más del epitafio que cubrirá tu tumba. Llora, porque los monstruos sin corazón como él no pueden hacerlo.

De repente, todo acaba.

Snuk tirado en el suelo, agotado, junto a una Rala inerme. Él ríe: tanto mofarse de su debilidad, y ella no es capaz de aguantar ni eso.

Al momento se da cuenta de que algo va mal.

La joven está extrañamente inmóvil. Snuk la sujeta delicadamente por los brazos y le da la vuelta. Cuando ve de nuevo el rostro de Rala, Snuk chilla, esta vez de pánico: Rala está muerta, sus ojos abiertos como platos, un rictus de horror contrae sus labios por encima de las encías. Marcas de su brutal abrazo aún visibles en su cuello de porcelana.

Snuk comprende lo que ha hecho, y no es capaz de soportarlo. Llega la locura como un bálsamo, arrastrándole como el reflujo de las mareas.

Rala, Rala…

Te fuiste de mi lado, y ni siquiera te despediste.

Su padre se entera de todo, es inevitable, pero no reacciona en absoluto como él espera: no le mata de una paliza, ni le encierra para siempre en lo más profundo de un foso. Snuk le oye llorar una noche, y esas lágrimas duelen más que si le pertenecieran a él mismo.

Padre le pone candados, férreos grilletes de contención, pero no a sus manos, sino a su mente. No quiere que nadie más en la aldea sepa lo sucedido. Se inventa una historia plausible: alguien mató a su otra hija, la independiente, la enferma. No se sabe quién fue, pero tanto él como el único hijo que le queda están profundamente consternados. Tarde o temprano darán con el culpable.

Snuk olvida lo que ha hecho… lo olvida conscientemente. No tiene pesadillas por las noches, y por una temporada es feliz. La relación con su padre incluso se asemeja un poco a una relación afectiva. Ahora que no está Rala, que el mayor de los crímenes ha sido cometido y nada puede suceder que sea peor, la realidad se ha vuelto más tranquila, soportable.

Casi, casi, es una realidad de verdad.

Pero la mente de Snuk sabe que algo va mal. Por las noches, cuando su mente está plenamente despierta y nadie vigila, él habla consigo mismo, y se escucha y se cuenta cosas. Es el único momento en que puede hacerlo, porque sabe que ahí dentro hay cosas tan ocultas, tan terribles, que de ninguna manera podrían soportar la luz del día. Snuk recuerda cuando era niño y todo iba bien. Tenía sueños, deseaba jugar en su jardín con Rala, como hacían otros muchachos de la aldea, pero nunca fue posible.

En fin, piensa, riéndose de sí mismo:

En aquel entonces era un niño. Ahora las cosas han cambiado. Ahora… sólo soy un hombre.

Y se da cuenta de que quiere huir lejos, pero ahí estaba su padre.

¡Pero ahí estaba su padre!

¡Pero ahí estaba su padre!

¡Pero ahí est…!

Ir a la siguiente página

Report Page