Arcadia

Arcadia


Capítulo 61

Página 64 de 72

61

–Veamos, señor Chang. Creo que tenemos algo de tiempo. El sol está más bajo en el cielo, pero aún queda para que anochezca. ¿Por qué no se explica un poco más? Ya ve que he cumplido mi parte del trato. Quizá pueda empezar diciéndome quién es Angela y cómo hizo todo esto.

—Es matemática. Viene de lo que usted llamaría el futuro. Igual que yo.

—Ya, claro. Si usted lo dice…

—Desarrolló una tecnología que se supone que salta de universo en universo. A decir verdad, por lo visto da saltos en el tiempo. Su uso generó una disputa, y Angela vino a ocultarse aquí, y se llevó consigo los datos. Me enviaron a buscarla.

—Entonces ¿qué es este sitio?

—Un experimento suyo. Tenía por objeto comprobar si era factible, que yo sepa.

—¿Qué es? Me refiero a que sé lo que es, pero… ¿qué es?

—Es una versión alternativa muy burda del futuro. Sólo es un prototipo, y no funciona muy bien. Como digo, se está volviendo peligroso, inestable. Se suponía que debería estar aislado en el tiempo, sería sencillamente una foto, si lo prefiere. Inmutable y fija.

—No parece que sea eso.

—No. Mientras se hallaba aislado, las condiciones normales de causa y efecto no existían. No podía pasar nada, porque no había ninguna causa para que pasara. De manera similar, sin efectos no puede haber causas. Eso era para garantizar que no pudiera tener pasado ni futuro.

—¿Metió la pata Angela?

—No. La metió la chica esa, y da la impresión de que usted tampoco ha ayudado mucho ahora mismo.

—¿Rosie? ¿Cómo?

—Se adentró en él. Uno dice «hola», ellos dicen «hola», cosa que por lo demás no habrían hecho. Causa y efecto, ¿entiende? Alguien que dice «hola» debe de ser real. Debe de tener padres, abuelos, etcétera. La chica hizo que este experimento congelado empezara a moverse y a avanzar, y gracias a ello está estableciendo conexiones con el pasado y el futuro. Cuando llegué, los efectos ya se dejaban sentir. Ahora está claro que las ondas de choque han ido mucho más allá.

»Este Anterwold suyo fue construido para que constituyese una creación artificial, inconexa, que existía en una burbuja, pero es posible que no permanezca así mucho tiempo. Si continúa existiendo, la acumulación de causas lo conectará con el primer momento del universo, y los efectos también lo vincularán con el último momento del universo. Entonces habrá dos futuros distintos, y según Angela sólo puede haber uno. Los otros sólo existen en potencia. Así que o existe este mundo o existe el mío. Si existe éste, el nuestro no puede existir. Será la peor catástrofe en la historia de la humanidad.

—¿En serio? —preguntó Lytten, mirando a su alrededor—. ¿Seguro que no es posible? Yo lo diseñé para que fuese apacible y tranquilo. No creo que puedan provocar mucho daño con espadas y flechas, ¿sabe?

—Espadas y flechas, exacto. Mi mundo se tambalea, por cruel y vil que pueda ser. Este idilio arcádico suyo requiere la destrucción total de casi toda la humanidad, y cientos de años de miseria y desesperación. Está construido sobre cadáveres.

—Menudo disparate. Yo no incluí nada de eso.

—Sí que lo hizo. Cuando Angela lo creó como lugar real, tenía que guardar alguna relación con el presente de usted. Pasado o futuro. Usted lo convirtió en futuro.

—¿Cómo?

—Comen patatas y tomates, que sólo llegaron a esta isla después de 1600, aproximadamente. Usted les proporcionó los mitos de los gigantes. Saben que existen las bacterias, aunque hayan olvidado los detalles. Y hay muchas otras cosas. A ver, mire este sitio. En comparación con su época es primitivo desde el punto de vista tecnológico. Ha perdido gran parte del arte de la ingeniería, sabe poco de química. Ni hormigón ni uso a gran escala del acero. Por extrapolación lógica, que es como se desarrolla, eso sólo pudo pasar de una manera.

—¿Cómo?

—Un trastrocamiento masivo que hace que los avances tecnológicos den marcha atrás. Una guerra, profesor. Nuclear. Ésa es la prueba fundamental de que esto sucede en su futuro. Partes del país siguen siendo peligrosas debido a la radiación. Pasé dos años viajando por él, y he comprobado muchas veces mis conclusiones.

—Entonces ¿dónde estamos ahora?

—Es difícil de decir. Lo que llaman el Exilio, cuando la mayor parte del mundo agonizaba, al parecer duró unos doscientos años. Ello bastó para que la peor parte de la radiación desapareciera, las plagas se extinguieran y los bosques volvieran a crecer. Por lo que yo sé después de examinar las ruinas, el Retorno se llevó a cabo hace cuatro siglos largos. Eso nos sitúa al menos seiscientos años después, pero no es más que una conjetura. Podría hacerlo mejor si tuviera el equipo adecuado.

—¿Cuándo se declara esta guerra?

—Eso también es difícil de determinar, pero después de que Angela creara este lugar y antes de que las armas nucleares se hallaran bajo un control unificado. Yo diría que en la segunda mitad del siglo XX. Lo único que sé es que, si Angela tiene intención de parar esto, es preciso que salgamos de aquí.

—¿Qué pasará entonces?

—Quitará el enchufe. Aquí nadie lo sabrá. No es como si matara a gente, ¿sabe? Anterwold no existirá, no habrá existido nunca, salvo en la cabeza de usted. Como debería ser. Así la historia no tendrá más remedio que dirigirse hacia mi futuro, que evita una catástrofe.

—¿Qué hay de Rosie?

—Debe salir de Anterwold. Es necesario. De lo contrario, Angela no podrá cerrarlo.

—Es posible que no quiera hacerlo.

—Entonces tendrá que obligarla.

A Lytten no le hizo gracia eso. Si era verdad lo que le decía ese hombre —y había oído y visto tantas cosas absurdas que ya no discernía lo razonable de lo insensato—, era muy posible que tuviera razón.

—Aquí viene —observó Chang—. Por favor, haga lo que le pido. Es lo más importante que le han pedido que haga nunca.

Rosalind llegó dando saltos entre los árboles, saludando alegre con la mano, en la cara una expresión de felicidad absoluta.

—Lo he dejado con lo suyo —contó—. Este asunto debería estar zanjado dentro de poco. —Se acercó corriendo y dio un fuerte abrazo a Lytten—. Muchas gracias. Ha estado usted genial. Yo no podría haberlo hecho, y usted le ha pillado el tranquillo enseguida.

—Gracias. Tampoco es que tuviera mucha elección. Era más fácil creerlo todo que no hacerlo, no sé si sabes lo que quiero decir.

—Lo sé. Uno se olvida por completo de casa.

—Ya —contestó. Lo mejor sería acabar con aquello de una vez—. Casa. Justo quería hablar contigo de eso. Por lo visto, el camino de vuelta a casa se abrirá muy pronto, y con toda probabilidad por última vez. No habrá otra oportunidad.

—Ay, profesor, ¡no! ¡Todavía no!

—Lo siento. No me pidas que te lo explique, porque sabes bien que no puedo. El colega de Angela —en este punto señaló a Chang— me asegura que es así. Éste es el señor Alexander Chang, dicho sea de paso.

Rosalind miró a Chang, que esbozó una sonrisa débil.

—¿Su colega?

—Sí. Dice que tenemos que irnos, urgentemente, de lo contrario pasarán cosas horribles. Además, piensa en tus padres —continuó—. Piensa en tus amigos, en tu familia. En Jenkins. En mí. Todos te echaríamos de menos.

Ella se mordió el labio para que dejara de temblarle y después asintió de mala gana, las lágrimas empezando a resbalarle por las mejillas.

—Supongo que sí —repuso—, pero ¿de verdad tiene que ser tan pronto? ¿Ahora o nunca?

—Ahora o nunca. Lo siento.

La sincronización fue perfecta: justo cuando el sol se escondió tras los árboles y la luz comenzaba a desvanecerse deprisa, Rosalind oyó el familiar zumbido y allí, en el mismo sitio exacto que antes, apareció la tenue luz azul, brillando como salida de la nada. Sin embargo, esta vez no corrió hacia ella. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Vivir en un mundo soñado o, fueran cuales fueren sus carencias y sus fallos, volver con sus padres y su vida real?

Como era natural, tenía que irse. No había nada que decir, pero ¡cómo le gustaría poder quedarse un poco más! Ver el mundo con Pamarchon, viajar a todos esos lugares exóticos, descubrir cosas que nadie más conociera o por las que nadie más se interesara. Se enjugó las lágrimas y se puso firme. «La espalda recta, Rosie. Las señoritas no van encorvadas».

Se alegraba de que allí no hubiera nadie más. Si Pamarchon hubiera estado con ella, habrían tenido que despedirse. Y ella sabía que una palabra, una mirada suya la haría cambiar de opinión. De modo que tenía que ser así. «Ánimo, Rosie».

Respiró hondo y dio un paso adelante para escudriñar la luz, sus ojos adaptándose hasta que logró ver mejor el otro lado.

Se detuvo, el corazón de pronto latiéndole con más fuerza incluso que antes. ¿Qué demonios…?

—¡Profesor! —llamó, volviendo la cabeza—. ¡Profesor! Venga a ver esto.

Lytten se acercó deprisa, preocupado por el temblor de su voz.

—Mire. ¿No soy…?

Rosie se señalaba a sí misma al otro lado de la luz.

—Sí. Es difícil de explicar… Eres tú.

—¿Qué quiere decir? ¿Cómo puedo ser yo?

—¿Cómo quieres que lo sepa? Hay dos Rosies: una se fue a casa y la otra se quedó aquí. O eso me dijeron.

—Es imposible.

—Eso cabría pensar, pero he hablado con las dos. A decir verdad, soy el único que lo ha hecho. Es una experiencia muy singular.

Rosalind estaba consternada.

—Es horrible.

—No es para tanto. Las dos sois perfectamente normales y felices.

—¿Sé que existo?

—Sí. Aunque pusiste cuidado en mantenerte oculta. No querías alterarte.

—Entonces, si voy a casa, ¿qué pasará? Me refiero a que ¿quién se quedará con mi cama? ¿Qué dirán mis padres?

—Sé que es duro.

—¿Duro? Es algo más que duro. ¿Y qué hay de esas memeces que me ha dicho usted? Sobre mis padres y mis amigos. Lo mucho que me echarían de menos. No me echarán de menos. Ha intentado engañarme. Usted sabía todo esto. ¿Cómo ha podido ser tan falso?

—Bueno…

—He decidido que tenía que ir por lo que me ha dicho usted. Pero ahora… No, no. Me ha mentido. No iré. Y nada de lo que diga me hará cambiar de opinión. Allí nadie me necesita. ¿Y qué clase de vida llevaría, compartiéndolo todo? ¿Qué se supone que sería? ¿Una hermana gemela que desapareció hace tiempo?

—Puede que eso haga que Angela no lo pueda cerrar…

—¿Cerrar…? Cerrar ¿qué?

La pregunta quedó sin respuesta, interrumpidos por Chang, que profirió un grito, descontento.

—Dejaos de cháchara —espetó—. No hay tiempo que perder. Tenemos que irnos. Esto no permanecerá abierto mucho rato.

—No hemos terminado —replicó Rosalind con aspereza.

—Si no nos vamos ahora…

—Tendrá que esperar.

—Señor Lytten, pase al otro lado, deprisa.

—No creo…

—¡Hágalo! —gritó Chang—. Puede que sólo queden unos segundos. ¡Dese prisa!

Había tal histerismo en su voz que Lytten, aunque vaciló, empezó a retroceder.

—Rosie… —llamó.

—Váyase —dijo ella—. Adelante. Después de todo, usted ya no hace falta aquí. —Era evidente que no lo había perdonado.

Tras un instante de incertidumbre, Lytten la miró por última vez. Después dio un paso adelante y su cuerpo se fragmentó y se volvió translúcido. Al otro lado se formó una silueta nueva, indefinida. Había llegado sano y salvo.

Chang agarró a Rosalind con fuerza del brazo.

—Ahora tú. Rápido —ordenó—. Tenemos que cerrar este sitio ridículo. Es peligroso e inestable. Tenemos que irnos antes de que sea demasiado tarde.

—No —dijo Rosalind—. Yo no voy.

—Llevo casi seis años esperando, y no voy a arriesgarme a saltar en mil pedazos para que tú te puedas quedar en este patio de recreo infantil. Harás lo que te diga. ¿Es que no entiendes lo que hay en juego, niña estúpida?

Rosalind lo fulminó con la mirada.

—Muy bien —respondió—. Ahora sí que lo tengo claro: no pienso moverme de aquí.

Ir a la siguiente página

Report Page