Arcadia

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Capítulo 64

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Mientras el tren avanzaba pesadamente, sentada en el vagón, poco iluminado y por suerte vacío, rehíce mis cálculos. La tremenda serie de acontecimientos fortuitos que habían dado lugar a que «La escritura del diablo» cobrara existencia y habían impedido que fuese destruida comportó que me diera cuenta de que ya no era posible encontrar una solución sencilla. No es que no fuera a ser capaz de probar otra vez, quizá, pero calculé que sucesos aleatorios de nuevo imposibilitarían que lo consiguiera. Las probabilidades de que todo saliera como había salido eran muy reducidas, en mi opinión, casi tanto como las probabilidades que había calculado la simulación por ordenador de evitar que estallara una guerra nuclear. De hecho, me di cuenta cuando pasábamos por Swindon de que era en extremo probable que fuesen idénticas, que la una fuese una imagen invertida de la otra, a escala microscópica.

Me recorrió una oleada de emoción. ¡Menuda idea! Bien, si lograba concretarla y dar con las operaciones matemáticas que unieran con firmeza las dos, tendría un documento muy interesante que presentar a…

En fin, ¿a quién, exactamente? Donde yo estaba nadie podría entenderlo, y en un futuro no demasiado lejano, el que quizá pudiera hacerlo era muy posible que fuera aniquilado. ¿Era yo la responsable? Tenía que cargar con mi parte de culpa. Pero (me tranquilicé) no había sido yo la que había dado vida a «La escritura del diablo», ni había garantizado su supervivencia ni había hecho uso de ella. Esa serie de cosas no tenían nada que ver conmigo. Para mi satisfacción establecí, después de todo, que si el hecho de que hubiese creado Anterwold iba a generar una guerra nuclear, la guerra nuclear de forma simultánea estaba generando Anterwold.

No tenía ni el tiempo ni la energía para efectuar los cálculos. Ya sólo pensar lo que estaba pensando tenía que amoldarse al espacio que mediaba entre parada y parada del tren, momentos en los cuales miraba con nerviosismo por la ventanilla para ver si había algún agente de policía esperándome.

No había ninguno. Ni siquiera en Oxford, de manera que salí de la estación siendo una mujer libre y tomé un taxi para ir a casa de Henry.

Entré, eché las cortinas y me desplomé, exhausta, en el sofá del estudio de Henry. Estaba muy cansada. Tendría que haber hecho algo, pero no tenía ánimos.

No podía hacer nada. Oí pasos. Tenía que ser uno de los hombres de Wind, así que me preparé para enfrentarme a mi destino. ¿Cómplice de traición, o algo por el estilo?

La puerta se abrió y Rosie asomó la cabeza. Me entraron ganas de besarla, tal fue el alivio que experimenté.

—¿Se puede saber qué está pasando? —preguntó Rosie.

—Veamos, es probable que hayan arrestado a Henry, porque piensan que es un espía, y yo soy una fugitiva. No tengo «La escritura del diablo», no la puedo destruir y el mundo está a punto de sufrir una guerra nuclear. Aparte de eso…, ¿cómo estás tú?

—¿Que han arrestado al profesor porque piensan que es un espía? ¿Por qué iba a pensar alguien eso?

—Puede que lo sea. ¿Cómo voy a saberlo yo?

—¿Es que no le importa?

—Ni lo más mínimo. Me preocupa un poco lo que le pueda hacer Wind. La verdad es que no quiero que se pase la próxima década entre rejas. Necesito su ayuda.

—¿Qué va a hacer?

Por primera vez, Angela la asustó. Si siempre le había parecido muy competente, ahora parecía derrotada.

—No puedo hacer mucho por Henry, me va a costar incluso cuidar de mí misma. Si me quedo aquí, Sam Wind me encerrará a mí también. Y en una celda no podría hacer nada.

—¿Cuánto tiempo necesita?

—Por lo menos diez años, pero, aunque no los pase en la cárcel, es posible que nos sobrevenga un holocausto antes de que se me ocurra un nuevo planteamiento.

—¿Por qué?

—Cuestión de probabilidad. La probabilidad de que «La letra del diablo» sobreviva, de que caiga en las manos equivocadas y de que se utilice para limpiar el mundo y para dejarlo listo para la colonización. Creen que van a dejar caer una bomba en un pasado alternativo. A decir verdad será en éste, y puede que pronto.

—Claro…

—La cosa es sencilla, creo. ¿Qué ocurrirá si se lanza una bomba nuclear en Berlín? Los rusos sabrán que no han sido ellos, los norteamericanos sabrán que ellos tampoco lo han hecho. El uno dará por sentado que el otro está iniciando las hostilidades y arremeterá con todo lo que tenga. Quieren un mundo desierto para colonizarlo, y ésta es la manera más fácil de conseguirlo. Barata, simple y eficaz.

—¿Eso es lo que va a pasar?

Angela asintió.

—Creo que sí. Lo he estado enfocando mal, ¿sabes? Anterwold no es sólo la causa de la guerra, también es la consecuencia. No puedo erradicar Anterwold a menos que erradique las principales causas de su existencia.

—Usted lo creó.

—Todos somos hijos de la historia.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

—Yo diría que podría suceder en cualquier momento a lo largo de los próximos setenta y cinco años. Más o menos. Eso es todo lo precisa que puedo ser.

—¿Podría impedirlo si dispusiera de tiempo?

—Donde hay vida hay esperanza.

—En ese caso debe ir a Anterwold. Tendría todo el tiempo que necesitara.

—No puedo. No puedo influir en mi futuro desde uno distinto. Tengo que estar en la misma línea. Puesto que éste es el último momento que está conectado con ambos, tendré que quedarme aquí. Volveré a Francia y procuraré pasar inadvertida. Tendré a Chang para que me ayude, por supuesto, y eso será útil. Suponiendo que sobreviva, el pobre hombre.

—Saldrá de ésta. He llamado al hospital. ¿Y qué hay de mí?

Angela esbozó una sonrisa pensativa.

—¿Quieres echar una mano?

Rosie titubeó y después asintió.

—No sé por qué me alegro mucho. —Tras un instante volvió a su tono pragmático—. Si no he entendido mal el peculiar sistema educativo que tenéis aquí, puedes dejar el colegio el año que viene, ¿no?

—Sí.

—Si John Kennedy gana las elecciones el mes que viene, tendremos al menos hasta octubre de 1962, creo. En ese año estalla la crisis de los misiles cubanos. Si la superamos, tal vez estemos a salvo hasta 1976. Si gana Nixon, todo se volverá impredecible, pero por lo menos estaré segura de que la historia está sufriendo un cambio drástico. Suponiendo que todo vaya bien, no obstante, dentro de nueve meses podrás dejar el colegio, hacer la maleta e irte a vivir conmigo al sur de Francia. ¿Qué te parece? Tengo mucho dinero, y Chang es un tipo muy agradable una vez que lo conoces.

—Suena muy bien.

—Estará muy bien. A menos que fracasemos, en cuyo caso no estará nada bien. Claro que entonces podremos reunir a la mayor cantidad de gente posible e irnos a Anterwold. Debería añadir que no se me ocurre ningún motivo por el que no puedas marcharte ahora, si es lo que de verdad quieres hacer.

Rosie negó con la cabeza.

—No. Lo he estado pensando. Mucho. Pero según me dice usted, yo ya estoy allí. Dos es compañía.

—¿Tres son multitud?

Rosie sonrió.

—Una complicación. Mi otro yo se alegrará de que yo permanezca aquí con mis padres. Alguien tendrá que cuidar de Jenkins si el profesor Lytten está en la cárcel. Tengo una vida aquí. A veces pienso que no es genial, pero ya sabe…

—En ese caso será mejor que no fracasemos —razonó Angela—. Vamos. Te acompañaré a casa. Esta noche ya no hay nada que hacer aquí, y debo salir del país lo antes posible. Necesito hacer las maletas y encontrar mi pasaporte.

Minutos después las dos salían de la casa, y Angela cerraba bien la puerta.

—Menudo día —comentó—. A ver qué nos depara el mañana.

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