Arcadia

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Capítulo 48

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–Deben de haberme seguido hasta el Depósito Nacional —concluyó Jack—. A estas alturas es muy posible que sepan por qué hemos venido y por qué estaba conmigo Emily. ¿Hay algún lugar al que podamos ir?

Hablaba con Sylvia en el comedor común, que alimentaba a diario a decenas de miles de trabajadores. Resultaba fácil pasar inadvertido en la vasta sala llena de humo, y con el ruido que había era imposible que alguien pudiese oír su conversación. Por lo general la gente llegaba, comía y se iba a los diez minutos. Jack y Emily tuvieron que esperar casi una hora a que apareciera Sylvia, en respuesta a su urgente mensaje.

—Hay muchos lugares —respondió con toda tranquilidad—, pero usted no dijo en ningún momento que lo que estaba haciendo era ilegal. Ya sabe lo precaria que es nuestra situación. No nos podemos permitir el más mínimo…

—No es ilegal —la interrumpió—. Este documento es valioso. Invaluable, se podría decir. Intento devolvérselo a su legítimo dueño. Otros desean apoderarse de él.

—¿Qué otros?

—Creo que Zoffany Oldmanter.

—¿Guarda esto alguna relación con el repentino recrudecimiento de la campaña contra nosotros, con las acusaciones de terrorismo? —La respuesta de Jack no pareció sorprenderla ni alterarla.

—Es posible —contestó él tras un instante de vacilación—. Si es así, encontrarse en posesión de este documento podría ayudar a debilitar el ataque lanzado contra ustedes. Si se lo devuelvo a Hanslip, le proporcionará una poderosa moneda de cambio.

—Quizá le sirva de ayuda a él, pero ¿qué hará por nosotros?

—Hanslip responderá de cualquier garantía que les dé yo. He averiguado que es un hombre bastante honrado. Si sirve de algo, tiene mi palabra.

—Me temo que no sirve de mucho. Lo ayudaremos, pero sólo si nos quedamos con el documento que Emily encontró para usted, a modo de garantía.

—Iba a decir que de todas formas Emily tendría que venir. Está relacionada conmigo, con su madre, con el documento: es motivo más que suficiente para arrestarla.

—No. Ya hemos hecho bastante por usted.

—Pero ha de entender…

—Verá, ése es el problema —lo cortó Sylvia—, que no entendemos, porque usted se niega a dar una explicación. Viene a nuestro Refugio, lo ayudamos y nos vemos llamando la atención de Zoffany Oldmanter. Y sin embargo no sabemos por qué ni de qué trata todo esto.

Lo dijo en voz baja, tanto que Jack se tuvo que inclinar sobre la mesa para oír lo que decía. Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba, pero la gente que tenían sentada cerca estaba concentrada únicamente en comer, engullían la comida, parando de vez en cuando para beber.

—Angela Meerson —empezó—, la madre de Emily, al parecer ha descubierto un modo de acceder a universos paralelos, aunque está en tela de juicio qué significa eso de forma exacta. Desapareció y, antes de irse, destruyó los datos que tenía. Es evidente que un descubrimiento así podría revestir una gran importancia. La persona que lo controle podría alcanzar un poder indescriptible, y el mundo conseguiría tener acceso a recursos ilimitados. Ése sería un resumen sencillo.

—Entonces, el legítimo propietario de estos datos es Angela Meerson, ¿no es así? ¿No debería dárselos a ella?

—No tengo ni idea. Si pudiera dar con ella, se lo preguntaría, pero tengo a gente buscándola desde hace algún tiempo y no ha encontrado nada. Usted sabe mejor que la mayoría que es difícil pasar inadvertido incluso más de una hora. En cuanto uno baja por una calle, compra algo, toca algo, deja un rastro. Ella ha desaparecido por completo. Entretanto, Oldmanter quiere esto a toda costa. No hay tiempo para preocuparse por los aspectos más sutiles de la propiedad legítima. Si Oldmanter se hace con esos datos, su propiedad será irrelevante de todas formas, y arrestarán a la gente para la que trabajo y con la que trabajo, y, casi con toda probabilidad, a usted también.

—Comprendo. El cuadernillo que ha descubierto hoy: ¿contiene los datos?

—Es probable. Si es así, usted y Hanslip básicamente podrán pedir lo que quieran por ellos.

—Este descubrimiento de Angela Meerson ¿es práctico o sólo teórico?

—Construyó máquinas para someterlo a prueba, pero se encuentran en una fase de desarrollo temprana.

—Esta disputa, ¿por qué hizo que desapareciera?

—Cree que su descubrimiento permitirá viajar en el tiempo, no a mundos paralelos. Este documento facilitará que su invento se utilice, y si es antiguo, me refiero a muy antiguo, quizá también responda a la pregunta de si Angela Meerson tiene razón. Si no he entendido mal, si está en lo cierto, tal vez su uso sea demasiado peligroso.

Sylvia contempló de soslayo a Emily, pero lo único que hizo ésta fue comer un poco de pan y mirar ensimismada al otro lado del salón, como si aquello no tuviera nada que ver con ella.

—En ese caso —concluyó Sylvia—, creo que será mejor que lo averigüemos. Emily, ¿serías tan amable de llevar al señor More a Gales a ver a Kendred?

Jack y Emily esperaron fuera, en la calle, hasta que un transportador antiquísimo, herrumbroso y ruidoso, se detuvo a su lado y acto seguido echó a andar pesadamente por las calles, con una lentitud desesperante. Durante la primera media hora Emily no perdió de vista los vehículos que los adelantaban, mientras que Jack bajaba cada cierto tiempo las ventanillas, para mirar el cielo.

—Creo que estamos fuera de peligro —afirmó al cabo de un rato—. De haber habido alguien, nos habrían cogido nada más salir por la puerta.

—¿Está seguro?

—Sí.

La pierna de la joven rozaba la de él de vez en cuando. Costaba concentrarse en otra cosa.

—No forma usted parte de la élite, ¿es así? —quiso averiguar—. Sabe demasiado de vigilancia, no le importa dormir en un banco, no se escandalizó cuando llegó al Refugio. Y además da la impresión de que no sabe nada de ciencia. Dígame, ¿quién es usted?

—¿De verdad lo quiere saber?

—No me gustan los secretos. Entre amigos no están bien.

—Trabajé en la policía. De agente encubierto. Me contaminé y, en lugar de pasar por el proceso de limpieza necesario para seguir ocupando mi empleo, dimití.

—¿Conocimientos?

—Inteligencia, nivel cinco. Me degradaron, dado que existe un vestigio de desobediencia en mi carácter. Uno de mis abuelos fue ejecutado por desobediencia, tendrán que pasar dos generaciones para que mi linaje se considere seguro.

—¿Qué quiere decir con eso de que se contaminó?

—Ahí radica la dificultad de enviar a alguien al mundo de las masas. A uno le acaba cayendo bien la gente a la que se supone que ha de vigilar; acaba entendiendo, simpatizando, alegando excusas por esas personas. En mi caso, formaba parte de una unidad que se encargaba de vigilar a grupos de renegados y de evaluar el nivel de amenaza que suponían. Decidí que no suponían ninguna amenaza, pero nadie quería oír eso. Me ordenaron que cambiara de parecer, me negué y… aquí estamos. Fin de la historia. Terminé en la isla de Mull, ocupándome de velar para que la gente no robara bolígrafos de la oficina. Aunque pagan bien.

—¿Cómo pudo hacer algo así?

—¿Cómo se puede mantener el orden en un mundo carente de orden? Usted es la que sabe de historia, cuántas personas han sido asesinadas a lo largo de los siglos, cuánta incompetencia y derroche ha habido. ¿No cree que merece la pena intentar contener la tendencia natural de la gente a la violencia?

—¿Qué hay de la tendencia natural a la violencia de ese hombre, Oldmanter?

—Actúa dentro de la ley.

—Eso es fácil si uno dicta la ley.

Se había apartado, de forma que ya no lo rozaba.

Llegaron de noche, tarde, tras caminar por páramos, monte bajo y después colinas, cada vez más arriba. Emily avanzaba con facilidad y determinación, aun cuando cargaba con una pesada mochila. Jack pugnaba por seguirle el ritmo. Estaba en forma, pero nunca antes le habían pedido que cubriera esas distancias. Además, Emily lo agotaba. Era de lo más educada, pero fría, y a él eso le resultaba extrañamente inquietante. Quería caerle bien.

De manera que se alegró, si bien también sintió cierta aprensión, cuando a la mañana siguiente la joven entró en la helada habitación donde él había dormido.

—Me ha parecido oírlo. ¿Se encuentra bien?

Él asintió.

—Parece exhausto. No hace suficiente ejercicio.

—Lo sé.

—Lo siento —se disculpó de pronto—. Ayer fui una maleducada. Me gusta lo que veo de usted. Es sólo que no me entusiasma mucho lo que sé de usted.

—Supongo que es razonable.

—Tome —le ofreció—. Beba esto. Lo ayudará.

Se incorporó lenta y dolorosamente. Le dolían todos los músculos del cuerpo. Le fastidió, sobre todo porque ella parecía estar como una rosa.

—Es un antiguo remedio —añadió—. Pruébelo. Se sentirá eufórico un rato, pero es bueno para los nervios. Volveré dentro de media hora para ver cómo le va.

Cuando se hubo despertado del todo y se vistió, la encontró sentada fuera, disfrutando del frío aire de la mañana con una taza de algo caliente en la mano. Lucía un sol radiante, para variar, aunque en el suelo se veía que había helado, y ella estaba apoyada en un muro encalado, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Parecía de lo más tranquila, incluso feliz. Cuando lo oyó, abrió los ojos y sonrió.

—Ya parece usted más persona —observó—. Venga conmigo, le presentaré a Kendred.

Lo llevó por un pasillo hasta el comedor, donde no había nada a excepción de un anciano fornido, musculoso, con el cuello grueso y calvo que, algo del todo incongruente, llevaba puesto un delantal de rayas.

—Éste es Kendred —dijo Emily cuando el hombre le tendió la mano para saludarlo—. Es el moralista y el cocinero del lugar. Y químico, en una vida anterior.

Jack enarcó una ceja.

—Lo único que se me permitía era obedecer órdenes —dijo—. Quería investigar toda clase de cosas, pero nunca me daban permiso. Por eso los avances científicos casi han cesado, en mi opinión. Los controlan personas que sólo están interesadas en confirmar su propio trabajo. Aquí soy un proscrito irrelevante, pero al menos puedo hacer lo que se me antoja.

»Mi cocina es sólo mediocre, como sin duda descubrirá. Pero puesto que puedo pensar y pelar hortalizas al mismo tiempo, ello hace que sea muy eficiente.

—¿Pensar en qué?

—En cómo hacer determinadas cosas, en si está bien hacer determinadas cosas. Por ejemplo, en este momento cabe la duda de si deberíamos entregarlo a usted a las autoridades, como estamos obligados a hacer por ley.

—¿Por qué iba a hacer eso?

—¿Es que no se lo ha dicho Emily? Se ha dictado una orden de detención contra usted. Armado y peligroso, terrorismo, lo de siempre. A mí me parece bastante inofensivo, pero recibiríamos una jugosa recompensa si lo entregásemos, y quizá pudiéramos comprar inmunidad para el Refugio. Como sin duda comprenderá, eso sería muy tentador, sobre todo en este momento. Ayer enviaron a campos de internamiento a otras dos mil personas.

—¿Y es usted quien decide lo que se hace?

—Mi labor consiste en plantear preguntas, no en responderlas, por suerte.

—Suponiendo que no me entregue, ¿cómo me puede ayudar?

—Sé realizar las pruebas para determinar la edad de los objetos. Incluido el papel. Debería ser capaz de decirle de cuánto data este documento suyo, más o menos. Veamos, es posible que no dispongamos de mucho tiempo, así que si tiene la bondad de dármelo, me pondré a trabajar. No le haré ningún desperfecto, se lo aseguro.

Jack vaciló, pero después metió la mano en la bolsa y sacó el cuadernito. Vio que el hombre lo examinaba con atención, lo olía con cuidado, la cabeza ladeada, casi como si lo escuchase, y a continuación lo abrió.

—¡Santo cielo! —exclamó con regocijo—. Miren esto. ¡Qué interesante! Llevará su trabajo. Nunca había visto nada igual. —Miró a Jack—. ¿Tsou?

Jack asintió.

—Escrito a mano, ¿ve? Me cuesta imaginar por qué alguien querría hacer algo así. Debió de llevarle años.

—¿Podrá descifrarlo?

—Yo no. Para eso necesitará a un matemático muy especializado.

Salió de la habitación arrastrando los pies, y Jack se percató de que sus movimientos eran un poco más enérgicos.

—Le ha alegrado usted el día —comentó Emily con una sonrisa—. Intenta amoldarse, pero le encanta enredar con los tubos de ensayo, no lo puede evitar.

La joven lo acompañó afuera, donde él respiró hondo, agradecido de estar allí.

—Corrompido, ¿eh? —observó ella.

—Me temo que sí —reconoció Jack—. Procuro pasar al aire libre todo el tiempo que puedo. Debido a ello se me considera muy peculiar.

—En ese caso, matemos el tiempo dando un paseo.

Caminaron por una zona en la que había plantadas hortalizas; las lonas estaban echadas para protegerlas de las heladas. Ese Refugio era un conjunto destartalado de construcciones, pero mucho más atractivo que el de Emily. A su manera —con la vegetación creciendo por todas partes, las viejas ventanas resquebrajadas abiertas para que entrara el aire, la piedra deteriorada que habían encontrado y ensamblado siguiendo un patrón aleatorio para levantar las paredes— resultaba extrañamente apacible.

—Y dígame, ¿qué es lo que hace usted? —preguntó Jack interesado—. Viviendo en Refugios, leyendo libros viejos, esperando a que la cojan. Usted pertenece al nivel primero. Tenía a su disposición lo mejor de todo cuanto ofrece este mundo.

—No era para mí. No lo quería. Quería algo que no podía tener, por grandes que fueran mis privilegios.

—¿Qué?

—Libertad para no hacer nada, si así lo deseaba. Decir lo que quisiera sin temor a las consecuencias. Pensar como se me antojara. Puesto que debe de ser como yo en muchos sentidos, no sé cómo consiguió sobrevivir mi madre sin volverse loca.

—Puede que acabara volviéndose loca, después de todo. Pero ¿qué sentido tiene la libertad? ¿Cree que puede usted cambiar algo?

—Desde luego que no. Estamos esperando.

—¿A qué?

—A que el mundo cambie solo. Ésa es la única verdad que encierra la historia. Todo tiene un final. Civilizaciones, imperios, por poderosos y fuertes que sean. Todos acaban, más tarde o más temprano. Y cuando eso suceda, nosotros estaremos ahí, con las ideas y los pensamientos de la antigüedad, preservados y listos para que florezcan. No somos elementos subversivos. No hacemos nada para provocar ese final, aunque algunos son más impacientes. Por desgracia las autoridades no se molestan en hacer distinciones. Para alguien como Oldmanter, el mero hecho de creer que la sociedad se desmoronará es un delito en sí mismo.

—Será una larga espera.

—Sí. Muchas generaciones. A menos que alguien encuentre un atajo. —Se detuvo un instante y continuó—: Antes o después las máquinas se detendrán, sus ideas fracasarán y los hombres tendrán que empezar de nuevo. Entretanto nos conformamos con sobrevivir y recordar.

—Recordar ¿qué?

—Todo. Todos recordamos cosas. Cada persona tiene una labor, la labor de memorizar un área de conocimiento importante, vital, vulnerable. Para mantener los conocimientos vivos y a salvo. Cada generación se los transmite a la siguiente. Ideas sobre música y poesía, libertad y felicidad. Historia, filosofía, incluso relatos. Todo aquello sobre lo que se ha escrito y pensado. Volverán a tener su oportunidad algún día. Lo mantenemos a buen recaudo, porque estamos seguros de que algún día los depósitos y las bibliotecas se destruirán. Muchos ya han desaparecido. Sólo sobrevivirá lo que se encuentre en el cerebro de los hombres, transmitido de boca en boca.

—¿Cómo encaja en todo esto su interés por la historia?

—Cualquier cosa prohibida es importante, y el estudio del pasado lleva prohibido un siglo, salvo que se tenga permiso. No quieren que nadie piense que podría haber una alternativa a cómo son las cosas.

—Muy cierto. ¿Por qué estudiar los disparates del pasado?

—Enseña a saber ver las debilidades. ¿Se preocuparía una sociedad en verdad segura, fuerte, de esas cosas? ¿Perseguiría a personas que a todas luces se equivocan? Antes o después todas esas instituciones y gobiernos cuya autoridad se solapa se enfrentarán entre sí para alzarse con la supremacía. Siempre ha sido así, y siempre lo será. La grandiosa estructura de la autoridad está convencida de que no puede errar. Por consiguiente, se destruirá a sí misma. Eso es lo que nos enseña la historia. Gracias a mi madre, es posible que el pasado cobre importancia de nuevo.

Se sentó a la sombra de un muro alto, hecho de piedra y ladrillo, a modo de retazos, y le indicó que se uniera a ella. Jack no sabía qué decir, así que no dijo nada. Emily se engañaba, desde luego, pero aun así su seguridad lo impresionó. Era muy extraño que existiera alguien que esperaba pacientemente algo que, si llegaba a pasar, sería mucho tiempo después de que hubiera muerto.

—¿Y si se equivoca?

—Por lo menos lo habremos intentado.

—¿Sabe que es posible que esta vez decidan aniquilarlos de una vez por todas?

—Por supuesto. Si no es esta vez, será la siguiente. Sabemos lo que se avecina desde hace muchos años. No servirá de nada, como tampoco han servido campañas pasadas. Estamos preparados, como puede ver. Desapareceremos de su vista, nos esconderemos y aguardaremos. Cuando vuelvan a perder interés, saldremos de nuevo. ¿Tan frágiles son que unos cientos de miles de personas como yo pueden doblegar al mundo? Ojalá sea así.

—Por eso los persiguen.

—Vamos, pongámonos a trabajar.

—¿Qué vamos a hacer?

Ella sonrió.

—Coger zanahorias, por ejemplo. ¿Cree que nuestra hospitalidad es de balde?

Unas horas después Emily se tomó un respiro, dejando al rubicundo y dolorido Jack apoyado en su pala, recuperando el resuello. Cuando volvió, tenía cara de satisfacción.

—Hemos conseguido establecer contacto con el señor Hanslip. Pensamos que podría ser útil.

Jack la siguió hasta el edificio principal y se quitó con educación las botas que había tomado prestadas para no llenar de barro el reluciente pavimento de piedra de la entrada. Después se detuvo con disimulo junto a la gran chimenea para calentarse un momento las manos.

Emily lo señaló con un dedo acusador y se rió.

—Conque débil y flojo —dijo, pero con un tono que casi parecía afectuoso.

Cuando estuvo listo, lo condujo por un pasillo oscuro hasta otra habitación.

—Estoy segura de que se mofaría usted si le dijera que éste es nuestro centro de comunicaciones —dijo cuando abrió la puerta y le indicó que pasara.

—Es posible —respondió.

Dentro no había nada salvo una silla, una mesa y un par de aparatos antiguos que daban la impresión de haber sido rescatados de entre un montón de chatarra.

—Pues lo es —confirmó ella—. Así que ya se puede burlar con tranquilidad.

—¿Qué es eso? —inquirió al mismo tiempo que señalaba lo que había en la mesa.

—Es un teléfono. Descubrimos hace tiempo que Gran Bretaña entera, o el mundo entero, probablemente, estaba llena de cables de cobre antes de que gracias a la tecnología pasaran a ser superfluos. Resultaba demasiado caro extraerlos, así que los dejaron bajo tierra y se olvidaron de ellos. Nosotros apuntamos con paciencia en un mapa su ubicación y determinamos cuáles se podían seguir utilizando y cómo se utilizaban. Nadie los controla, puesto que no se usan desde hace mucho tiempo. Por suerte, ahora podemos emplear métodos más convencionales. Aunque el teléfono tiene un aire romántico, la verdad es que no funciona muy bien.

Se rió al ver la expresión de alivio en el rostro de Jack. Sacó un comunicador normal y corriente y se lo dio.

—Aquí tiene.

—¿Hola? —dijo Jack a modo de prueba cuando lo tuvo en las manos.

—Sí. ¿More? —inquirió la voz chisporroteante, pero inconfundible, de Hanslip en el otro extremo—. ¿Dónde está?

—Quizá sea mejor que no se lo diga —contestó el aludido—. Creo que Oldmanter me persigue.

—Estoy al tanto de ello. Aquí nos han rodeado y han ordenado mi detención.

—¿Cuáles son los cargos?

—¿Acaso importa? Es más impaciente de lo que pensaba. Si decide atacar, no podremos resistir mucho.

—¿Ha habido alguna lucha?

—Todavía no. Sólo amenazas, pero eso no durará mucho. Necesito los datos, señor More. Es nuestra única defensa, lo único que podría proporcionarnos cierta protección.

—En ese caso tengo buenas noticias: los he encontrado.

Al otro lado se oyó un suspiro de alivio.

—En este momento los están analizando. Los ocultaron extraordinariamente bien. Si logro determinar cómo lo hicieron, quizá pueda averiguar quién ayudó a hacerlo…

—No se moleste.

—¿Por qué no?

—Descubrirá que son tan viejos como parecen. Me duele tener que decirlo, pero me temo que Angela tenía razón. El fenómeno que hemos descubierto es, en efecto, viajar en el tiempo, no transitar.

—Entonces ¿qué quiere que haga con ellos?

—De no ser porque mi vida y mi libertad dependen de ellos, le diría que los echara al fuego.

—¿Quiere que se los lleve?

—No conseguiría atravesar las fuerzas de Oldmanter. Póngalos a buen recaudo, escóndalos. Me reuniré con usted. Usted asegúrese de que no caen en manos de Oldmanter. Eso es lo más importante de todo. Si los utiliza…

—¿Por qué iba a hacerlo, si son tan peligrosos como dice usted?

—La ortodoxia dice que es imposible.

—Tenemos pruebas.

—¿Ah, sí? Cuantas más pruebas tengamos, más las considerará él una prueba sólo de fraude.

No lo puedo culpar, yo hice lo mismo.

Después se fue.

—Vaya, vaya. Después de todo esto…

—¿Qué? —preguntó Emily, que se había quedado fuera, esperando con discreción mientras ellos hablaban.

—Casi me ha pedido que los quemara.

—Entonces ¿qué se supone que debemos hacer con ellos?

—Esconderlos, ponerlos a buen recaudo. —Se estiró y miró por la ventana—. Puedo ir a algunos sitios en los que nadie me encontrará, y de ese modo no se la asociará a usted con el delito que Oldmanter decida que he cometido.

Emily asintió.

—Es un poco tarde para salir ahora. Quédese a pasar esta noche y márchese por la mañana. Si lo desea, lo acompañaremos parte del viaje.

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