Arcadia

Arcadia


Capítulo 53

Página 56 de 72

53

–Hola, profesor —saludó Rosie al llegar a lo alto de la escalera y ver que Lytten no estaba solo—. ¿Quiénes son estas personas?

Tras ella apareció Angela.

—Sam —dijo—. Me alegro mucho de volver a verte. Y a usted también, sargento Maltby. Y usted ¿quién es, joven?

—Me temo que éste no es el momento, Angela —respondió Sam Wind, en un tono de disculpa que resultó extraño—. Tenemos que hacerte unas preguntas.

—Por supuesto. Adelante.

—Aquí no.

—Me temo que hoy estoy bastante ocupada, entre unas cosas y otras.

—Insisto.

—Y yo me niego, Sam Wind. Como te he dicho, estoy ocupada.

Wind hizo una señal a Maltby.

—Si tiene la bondad de hacer los honores, sargento…

—Angela Meerson, la arresto porque es usted sospechosa de haber cometido delitos conforme a la Ley de Secretos de Estado.

Angela se quedó paralizada, la boca entreabierta de la sorpresa.

—¿En serio? Vaya, no podía ser más oportuno. ¿Está seguro de que no puede regresar mañana?

—No. No es una broma. Por favor, acompáñenos sin armar jaleo. De ese modo será mucho más fácil.

—Desde luego. ¿Qué delitos? ¿Henry? ¿Es que Sam al final ha perdido el juicio?

—Si quieres que te diga lo que pienso, creo que es muy probable —repuso él—, pero ahí fuera tiene a un pequeño ejército, y será mejor que hagas lo que te dicen. No hay nada de lo que preocuparse. A todos nos pasa antes o después, si te sirve de consuelo. A mí me llevaron y me interrogaron tres días en… ¿cuándo fue, Sam?

—En 1954, creo.

—Exacto.

—Ojalá tuviera tu seguridad. —Angela se volvió hacia Rosie, que estaba tras ella con cara de asombro—. Esto es más interesante que estar en clase, ¿eh?

La muchacha asintió.

—Me temo que voy a tener que pedirte que te hagas con el mando un tiempo. Háblalo con Henry. ¿Sabes a qué me refiero? Tendrás que abrirlo al atardecer. Seis vueltas de la cacerola pequeña desde donde estamos. Es muy importante. Al atardecer. ¿Podrás hacerlo? ¿Te acordarás?

—Creo que sí —contestó Rosie en voz queda.

—Bien. Rosie es una chica extraordinaria, Henry. Quiero que la escuches. Cuando haya terminado, tendré que verte. Tan pronto como puedas, te lo ruego. —A continuación sonrió a Wind—. Adelante, Sam Wind. Si esto te hace sentir mejor.

—Profesor Lytten, ¿qué ha hecho usted? —exclamó Rosie después de ver que llevaban a Angela, con la cabeza bien alta, a un coche patrulla, la hacían pasar a la parte de atrás y se alejaban.

Uno por uno se fueron marchando los otros coches y las furgonetas, y en cuestión de minutos la calle volvía a estar como de costumbre, aparte de los rostros que procuraban pasar inadvertidos en las ventanas de todas las casas vecinas.

—Rosie, ve a la escuela, o haz lo que quieras. Ahora mismo no tengo tiempo para hablar contigo, y desde luego esto no es asunto tuyo. —Lytten parecía cansado y perplejo por lo sucedido. Ella nunca lo había visto así.

—Tengo que enseñarle una cosa. Es muy importante.

—No, Rosie. Lo siento. Por favor, vete. Sabes que me caes muy bien, pero, para empezar, no deberías estar aquí, y no deseo discutirlo.

—Pues yo sí.

—Vete.

—No.

—Me vas a hacer enfadar de verdad si…

No consiguió concluir lo que sin duda habría sido una frase de lo más ampulosa. Rosie apretó los labios y le hundió un dedo en el pecho.

—No me sermonee —espetó con voz furiosa—. Todo esto es culpa suya, y Angela está intentando arreglarlo. Así que me va usted a escuchar.

—No haré tal…

—Abajo. Ahora —dijo con una voz estentórea, autoritaria. Lytten no oía nada igual desde la aterradora señorita Barton, en primaria, de manera que guardó silencio y obedeció de forma natural—. Siga bajando, hasta el final.

Le daría tres minutos, pensó Lytten, y después pondría fin a esa tontería. Le caía bien la muchacha, pero tendría que prohibirle que volviera a su casa. Jenkins la echaría de menos.

—Muy bien, Henry Lytten. Le voy a enseñar una cosa, algo que construyó Angela. Y después le explicaré lo que es.

Empezó a ejecutar una suerte de baile absurdo, hincando una rodilla y dando vueltas y jugando con el viejo hervidor.

—Rosie. Deja de hacer eso ahora mismo.

—Vaya —repuso ella—. Ya me ha desconcentrado. Tendré que empezar otra vez. Mantenga la boca cerrada unos segundos, ¿quiere? —Tras lanzarle una mirada de desaprobación, comenzó de nuevo, girando, arrodillándose y canturreando algo. Después miró detrás de él y sonrió—. ¡Ajá!

—Muy gracioso —observó Lytten.

—Mire —pidió ella, señalando con un dedo.

Ceñudo, Lytten se volvió y se quedó helado.

Ante él estaba la pérgola vieja y oxidada que según Angela era una escultura. Salvo por el hecho de que ahora brillaba algo en su interior, y él no veía de dónde salía la luz. Y lo que resultaba más extraño incluso, la luz cambió de color y empezó a tomar forma, como una estampa. Vio una imagen muy convincente de hierba y árboles. Había una tapia de piedra baja y, en el extremo más alejado, lo que se parecía mucho al altar del cuadro de Poussin del Louvre.

—Bien —dijo Rosie—, esto no es una broma, ni una película ni un televisor. ¿Ve a esa gente de ahí?

Lytten miró con atención al puñado de figuras que había aparecido a un lado.

—Jay, Pamarchon, Henary, Catherine —prosiguió la muchacha—. Todos de carne y hueso y…

—Ésa de ahí se parece a ti.

—Por lo visto soy yo.

—Muy ingenioso. ¿Cuándo habéis hecho esto? Debo decir que es muy similar a lo que yo tenía en mente. Son todos muy parecidos a como los imaginé. Y ese sitio. ¿El Sepulcro de Esilio?

—En efecto.

—¿Dónde lo filmasteis? ¿Cómo conseguisteis un tiempo así?

—Ya veo que no me escucha. Es real. Lo hizo Angela. A partir de lo que usted tenía en su cabeza.

Lytten sacudió esa misma cabeza, tratando de entender la broma. Lo que lo desconcertaba era la seriedad de Rosie. Tenía mucha experiencia con bromitas de universitarios y con el teatro que hacían los alumnos. Había algo inusitadamente convincente en su vehemencia.

—Según Angela —prosiguió Rosie—, es un universo. Uno distinto del nuestro, creo que eso fue lo que dijo. Pero el tiempo apremia. Desde luego yo no entiendo lo suficiente para explicárselo como Dios manda, y veo que va a costar convencerlo, así que tendrá que ir y verlo con sus propios ojos. —Rosie se detuvo—. ¡Santo cielo! La otra Rosalind viene hacia aquí. Usted no se mueva. Será mejor que me quite de en medio.

Se hizo a un lado a toda prisa, dejando a Lytten con cara de circunstancias cuando una Rosie que vestía distinto apareció en la pérgola. Como era evidente, la misma persona, pero…

—¡Profesor! —exclamó Rosalind desde el otro lado de la pérgola—. ¡Cuánto me alegro de verlo!

—¿Rosie? —contestó él con cautela—. ¿De verdad eres tú?

—Sí, sí, soy yo. La única Rosie que existe. No tiene usted idea de lo que ha pasado aquí estos últimos días. Necesitamos su ayuda de forma desesperada. ¿Quién mató a Thenald?

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

—Thenald, seguro que se acuerda. Catherine se casa con Thenald. A Thenald lo asesinan, ella hereda. Usted lo escribió todo.

—¿Ah, sí? Recuerdo que lo maté, pero no recuerdo haber dicho qué le pasó.

—No, lo asesinaron. Pero, dígame, ¿quién lo hizo? Debe decírmelo, es importante.

—¿Por qué? No es más que una historia.

—Ésa es la cuestión, que no lo es. Está aquí y es real. Todo. Yo estoy en ella. Escuche, iré ahí con usted y se lo explicaré todo. De todas formas ya iba siendo hora. En la escuela se van a enfadar de lo lindo conmigo. Espere un minuto…

—¡No! —pidió la Rosie del lado de Henry—. No sabe que existo. No debe saberlo. No deje que venga.

Lytten no sabía qué estaba pasando, seguía dando por sentado que se trataba de una inocentada retorcida cuyo propósito se le escapaba, pero el tono de Rosie le decía que no bromeaba. Estaba aterrorizada.

—¿Cómo puedo impedírselo?

—Haga lo que digo: vaya usted y eche un vistazo. No es peligroso. Yo lo he hecho, como puede ver. Si lo que digo son disparates, el único peligro será que se dará contra la pared. Cuando haya cruzado al otro lado, dicho sea de paso, tendrá que hacer una cosa muy importante.

—¿Qué?

—Fingir que es una obra de teatro. Y usted, uno de los actores. Tendrá que representar su papel. No me mire con esa cara: sé de lo que hablo. Es la única manera de no volverse un poco loco. No le pasará nada. Después de todo, usted escribió la obra. Considérese el director, o lo que se le ocurra.

Lytten se percató de que la muchacha estaba muy seria. Era evidente que no le hacía falta atravesar una pérgola para volverse un poco loca.

—Ridículo —insistió. Y después, decidido a poner fin a tamaña tontería de una vez por todas, hizo lo que le pedía.

Ir a la siguiente página

Report Page