Arcadia

Arcadia


Tercera parte La ciudad de Victor » 1

Página 25 de 44

Y le condujeron por las oficinas hacia Recepción y los ascensores. No había señales de vida. Incluso Anna había desaparecido. Alguien había tenido el cruel sentido común de pedirle al personal que se retirara mientras conducían a Rook «a la calle». Dejó que le llevaran al ascensor. Dejó que le condujeran hasta la salida y se unieran a él —tres en un compartimiento— en la puerta giratoria. Dejó que ésta le arrastrara hacia la lluvia y el viento. Rodeó las llaves con los dedos, haciendo que las puntas sobresalieran entre los nudillos, de modo que sus puñetazos cuando llegaran hiciesen el máximo daño. Pero el momento nunca llegó. Esos momentos nunca llegan, excepto en las novelas y las películas. Sus guardianes eran demasiado correctos y demasiado grandes para pelear con ellos.

—Gracias, señor —dijo el portero, respetuoso hasta el último momento, mientras Rook pasaba del seco vestíbulo a la lluvia.

Nadie se ofreció a llamar a un Panache de la compañía, o a un taxi. Ahora se esperaba que corriera riesgos por la calle. Era menos importante que una perca.

Sabía, lo notaba en los huesos, que Victor estaría ya trabajando, habría dejado de esconderse del mundo. Seguridad habría llamado para decir: «¡Se ha ido!». Victor consideraría seguro bajar y sentarse detrás de su mesa como si no hubiese tenido nada que ver en todo el daño que se había hecho y en el que se haría. ¿Echaría de menos a Rook? ¿Qué podría echar de menos? ¿Su buena voluntad de arbitrador? ¿Su cuidado y conocimientos del mercado, su intimidad con las verduras y las frutas, su jovialidad en la oficina, su sociabilidad? No, Victor tenía la riqueza y el poder necesarios para reemplazar estas cosas, para encontrar a otro Rook más honesto que estaría encantado de ser el ayudante del viejo Victor. Apenas volvió a pensar en él. Era demasiado viejo y estaba lleno de manías.

Más allá de los cristales reforzados y coloreados de la suite de Victor el viento era rápido y fuerte y punzante por la lluvia. El Gran Vic oscilaba ligeramente en su parte superior y silbaba. El café se movía en su taza. La puerta de su despacho se abrió y luego se cerró. Un pisapapeles de serpentina pulida resbaló por la mesa del viejo. Y Rook, una vez más, estaba fuera, en el fondo del cañón, entre los relucientes, oscilantes y silbantes riscos de cristal, acero y piedra.

Ir a la siguiente página

Report Page