Arabella

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Arabella

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Una noche, mientras cenaban con lord y lady Arundell, los vecinos y amigos más cercanos de su marido sintió un frío helado inundar la sala de  repente y luego esa voz. Una voz susurrante.

Pensó que lo había imaginado por supuesto.

—Querida, no has probado casi nada de la cena—la reprendió su marido entonces.

Ella lo miró inquieta.

La señora Stuart había cambiado el menú de esa noche y había servido un pavo relleno que debió ser delicioso, si no lo hubiera rociado con una salsa agridulce muy condimentada que le hacía picar la lengua cada vez que probaba el bocado. Tenía que tomarse un vaso entero de agua cada vez que probaba un poco de ese pavo. Debía recordar decirle que no abusara de los condimentos.

Y mirando a su marido le dijo la verdad. Que el pavo estaba muy picante para su gusto por la salsa que llevaba.

Él la miró sorprendido, claro, estaba acostumbrado a que siempre bajara la cabeza cada vez que le hacía notar algo pero esta vez decidió hacer lo contrario.

—Pero este pavo está delicioso querida. Os parece muy picante?

—Sí, creo que la cocinera le ha puesto demasiada pimienta.

Los Arundell se miraron desconcertados como si ella estuviera exagerando. Pero su esposo llamó a los criados para probaran el plato de su esposa.

Una camarera acudió asustada y se convirtió en el conejillo de indias.

—Está muy picante sir Lawrence, lo siento mucho—dijo la joven quien tuvo que tragarse el trozo de pavo con expresión atormentada.

—Pero el pavo no tenía tantos condimentos. Qué le ha pasado a la cocinera?

—Oh, fue un descuido, tal vez fue a condimentarlo y le puso demasiado adobo y pimienta.

De pronto Arabella comprendió que sólo su plato tenía pimienta y notó que su esposo se enojó con la criada y luego con la cocinera.

Esta se mostró muy apenada por lo ocurrido y aseguro que ella no había puesto más que un poco de adobo antes de llevarlo al horno.

La joven no era tonta, se dio cuenta de que seguramente fue la señora Stuart o alguna criada amiga suya, quien le había puesto ese picante para fastidiarla, porque le molestaba que se entrometiera en sus asuntos domésticos.

¡Qué buena suerte la suya! Su marido la ignoraba y los criados querían envenenarla con picantes y por si fuera poco, el fantasma de la muerta le susurraba cosas.

Sin embargo su esposo dijo que lo sentía y ordenó a la cocinera que le trajera otro plato a lady Arabella.

Ella aceptó el cambio no muy confiada en los resultados y sin embargo, cuando probó el pavo relleno sintió que era un manjar. Tierno, sin picantes y con un sabor delicioso.  Excepto por el hecho de comprender que ese no era el plato que le habían servido antes pues alguien le había echado pimienta hasta arruinarlo.

La señora Stuart por supuesto, ¿quién más?

¿Sería el fantasma de Caprice, su presencia en esa casa la responsable de todo eso, de que su esposo no la amara y que los sirvientes la odiaran? Todo el entusiasmo durante el breve noviazgo, sus gestos y atenciones, todo parecía haberse esfumado luego de esa triste noche de bodas.

El picante no era nada en comparación con su indiferencia y sin embargo se sintió molesta. Era la señora de esa casa, para bien o para mal lo era, cómo se atrevían a hacer eso? Pues ahora su marido lo sabía y también estaba fastidiado.

Hasta que llegó la hora del oporto y él se fue con Richard Arundell y ella debió quedarse a conversar con su esposa, una dama de la edad de su madre que era muy callada y aburrida a más no poder.

Fue ella quien se esforzó por conversar cuando se retiraron a su sala de té para beber ese aperitivo.

Hasta que de pronto fue Elizabeth Arundell quien habló.

—¿Os agrada Wensthwood, lady Arabella?

Era una pregunta de cortesía a la que sólo podía responder: oh, sí por supuesto, me encanta este lugar. Adoro sus peligrosas costas, la vista maravillosa del acantilado y…

Luego de decir eso la dama sonrió, complacida.

—Pues me alegra que Lawrence se casara, sabes? estoy muy feliz por él. Nosotros nunca tuvimos hijos y él fue casi como nuestro hijo, lo vimos nacer y crecer.

Arabella pensó que la conversación se volvía interesante  y no pudo evitar decir:—Entonces conocieron a Caprice.

Fue nombrarla y la cara de lady Arundell cambió. Se puso pálida y algo preocupada.

—Sí… pero no fue un matrimonio feliz. Él la adoraba pero ella no… No está bien que hable de esto, disculpa. No es de mi incumbencia. Sólo que ahora lo veo tan feliz. Lawrence es un buen hombre, querida, y será un magnífico esposo para ti. Y tú, eres una jovencita dulce y encantadora. Es lo que él necesita. Una esposa dulce y amorosa.

Vaya manera de escaparse, de evitar hablar de la esposa muerta, pero Arabella sabía que era su oportunidad de saber algo más y que la prohibición de mencionar a Caprice se aplicaba sólo a los sirvientes de la mansión no a sus amigos.

—¿Entonces, mi esposo no era feliz con Caprice?—le preguntó.

Los ojos de lady Elizabeth se oscurecieron de repente.

—No, no lo fue. Al comienzo sí pero… su muerte fue algo espantoso. Pero no… no debí decir eso. Querida, discúlpame. Me dejo llevar por la pasión. No debes pensar en Caprice. Tú eres su esposa ahora y sé que serán muy felices juntos—dijo la dama.

Era una invitación a que no hiciera más preguntas, a que olvidara a Caprice. Como si fuera tan sencillo, cuando esa casa y todo le recordaba a la antigua marquesa de Trelawney. Por momentos se sentía un huésped, una intrusa en esa mansión. No era la esposa de Lawrence más que de nombre, ¿cómo podía pensar en olvidarlo todo y confiar en las palabras de lady Elizabeth de que serían muy felices?

Sin embargo esa respuesta le dio una maligna satisfacción al saber que ellos no habían sido felices, que su esposo no fue feliz con su adorada esposa. ¿Por qué? Él había dicho algo de una boda concertada. ¿Había sido tan tonta de rechazar al marido que adoraba el suelo que pisaba? ¿Por qué diablos lady Arundell se alegraba de que encontrara una   esposa dulce y buena como ella? ¿Acaso Caprice no había sido una buena esposa?

Más preguntas y ninguna respuesta. Cada vez que mencionaba a la esposa muerta su obsesión crecía y la intriga también.

Sería mejor que olvidara ese asunto. Si es que podía hacerlo…

 

La carta

Luego del incidente de la comida picante, sir Lawrence dio la orden de que se sirviera en la mesa y a la vista de todos y que si volvía a ocurrir despediría a la cocinera y sus ayudantes.

La señora Stuart se mostró igualmente indignada pero lady Arabella no le creyó una palabra. Sin embargo el hecho sirvió de advertencia y por fortuna no volvió a repetirse. Y mientras leía la correspondencia de ese día tuvo de nuevo la sensación de que ser espiada en la salita de música y se incorporó inquieta.

—¿Hay alguien allí?—preguntó la joven pues había sentido pasos y luego una voz susurrante.

No había nadie. La salita de música estaba vacía y sin embargo, cuando miró el piano vio que había algo, una especie de sobre.

Se acercó intrigada y encontró un sobre dirigido a Caprice. Era una carta y estaba segura de que nunca la había visto allí. Qué extraño.

La tomó y la abrió.

“Caprice:

Mi hermosa Caprice. No sabes cuánto anhelo que llegue el día de nuestra boda. Tengo la sensación de que se hace eterna la espera. ¿Por qué siempre debo esperar?”

Era una carta de amor de su esposo a Caprice y mientras leía lloró de rabia y celos. Maldita sea. ¿Por qué tuvieron que mostrarle en la carta? ¿Quién la dejó en ese piano? ¿Lo hizo para que la viera y así atormentarla?

Demonios, cuánto la había amado. En esa sencilla carta había tanto amor de Lawrence por quien había sido su esposa y tal vez por eso no podía olvidarla.

Un sonido en la puerta hizo que olvidara la carta y se acercara a ver quién era.

Era la señora Stuart. ¿Lo imaginó o parecía regodearse al verla con los ojos llenos de lágrimas? ¿Tanto la odiaba esa mujer? No… eso era absurdo. Ella no había hecho nada.

—Disculpe, lady Arabella. Tiene visitas. Sir Lawrence me ha pedido que le avise.

¿Visitas a media mañana?

Amigos de su esposo que habían ido temprano cuando fueron invitados a almorzar y también su primo Theodore y su esposa.

No era buena anfitriona, era muy tímida y todos eran desconocidos. Pero procuró esforzarse y ser cordial y representar su papel de esposa perfecta por supuesto.

De todas formas era agradable recibir invitados. La casa estaba menos sola que esos días en los que sólo un fantasma parecía merodear en cada rincón y susurrar cosas.

A medida que pasaban los días se preguntó si viviría allí toda su vida como un fantasma desdichado en Wensthwood, perdiendo su juventud, los mejores años de su vida al lado de un hombre que no la quería. Qué triste sería eso, casi tan triste como regresar a su casa con la vergüenza de un divorcio.

Lo peor era que sabía que ya no había camino de regreso, no podía volver atrás. Estaba casada con el amo de esa mansión y le pertenecía. Su vida entera le pertenecía y al parecer no podía hacer nada, nada para cambiar su suerte. Sólo aceptar que sería una esposa de mentira, de aquí a la eternidad. Porque él no soportaba tocarla, a pesar de que en su noche de bodas él la besó y quiso hacerle el amor. No podía hacerlo.  Y creía imaginar la razón: Caprice.

Estaba en esa casa, casi podía sentir su presencia fantasmal.

Amada, venerada por todos, mientras que ella era la esposa de sir Lawrence y nadie la amaba. Ni siquiera su esposo.

Arabella sufría en silencio sin decir nada. Sin hacerse notar. Pero cuando estaba sola o daba paseos por la mansión lloraba en silencio, cuando nadie la veía. Necesitaba hacerlo. Odiaba que su esposo la ignorara, que fuera galante y seductor con las demás y con ella tan frío y apenas cortés.

Luego de la noche de bodas no había vuelto a tocarla y eso la angustiaba.

La noche anterior lo había visto mirándola a través del espejo.

Y es mirada era intensa, sus ojos tenían un brillo.

Hasta que habló y la hizo comprender que seguramente había visto visiones.

—Arabella, es que os quedaréis toda la noche aquí. Nuestros invitados esperan—le recordó y luego se marchó.

La joven secó sus lágrimas y decidió dar un paseo por la playa. Conocía un atajo, su doncella le había dicho cómo llegar al mar sin seguir el camino empinado. No quería terminar como su hermana Beatrice que aún llevaba un vendaje en el pie izquierdo y estaba rabiosa porque no podía bailar, sino permanecer sentada en las fiestas. Recordó su carta y sonrió. “¿Y ahora qué hombre se fijará en una joven con el pie torcido?” le había escrito, dramática.

Observó el cielo azul con escasas nubes y el mar a lo lejos y suspiró. Le encantaba ver el mar, sentir su murmullo, y escapar un poco de Wensthwood donde era tan desdichada. Y cuando estuvo en la playa se preguntó si podría hacer algo para cambiar las cosas, para vencer el hielo de su mirada. Por momentos sentía que él quería acercarse, pues la otra noche habían conversado a solas, aprovechando que no tenían invitados a cenar y fue tan especial. No entendía por qué luego se alejaba, o por qué no intentaba hacerla suya.

Lo deseaba. Dormir sola, sin su esposo la hacía sentir tan desdichada.

Se preguntó si aún pensaba en Caprice y cuando regresó andando, rato después observó el lugar donde estaban sus habitaciones. Su hermana había señalado hacia el ala sur, en el segundo piso.

Un pensamiento invadió su mente entonces. Debía ir a las habitaciones cerradas, al lugar donde era venerada la bella Caprice.

 Luego se dijo que no debía ir. Pero entonces, al día siguiente, aprovechando que todo estaba muy calmo en Wensthwood, Arabella decidió ir al ala sur. Sólo los sirvientes iban allí, una vez a la semana a realizar el aseo pero ella se preguntó si su esposo pasaba horas allí cuando se ausentaba durante horas para estar a solas con su adorada esposa. Pensar en eso le dio rabia y fue lo que la impulsó a cometer esa insensatez, porque sabía que él no quería que fura allí ni que nombrara a su venerada esposa.

También lo hizo por curiosidad. Necesitaba ver las habitaciones de Caprice, y encontrar respuestas sobre su vida y su misteriosa muerte.

Aunque ella no sabía exactamente qué esperaba encontrar. Sólo se sentía atraída por una razón que no lograba comprender.

Sus pasos la llevaron a cometer una imprudencia. ¿Pero qué mujer no lo habría hecho luego de casarse con un hombre que la ignoraba y parecía atado al recuerdo de su anterior esposa? ¿Si tanto la amaba por qué se había casado con ella?  

La joven avanzó con sigilo, y tomó un candelabro que encontró  en una habitación para iluminar su camino. Sus pasos retumbaban en la penumbra y a su alrededor reinaba un silencio sepulcral porque sabía bien que nadie iba al ala sur, porque allí estaban las pertenencias de la venerada Caprice. ¿Iría su marido en las noches solitarias para adorarla mirando su retrato y recordar tiempos felices?

Pero allí estaba el misterio. La razón por la que no podía tocarla.

Cuando llegó a la habitación principal se preguntó si la puerta no estaría cerrada pues Dolly dijo que solían permanecer así todo el tiempo, excepto los días de aseo. Sin embargo cuando tomó el picaporte la puerta se abrió al instante y lo primero que vio  fue un retrato mural de una dama muy alta y elegante. Rubia, y de grandes ojos color zafiro y un hermoso vestido color zafiro con volados en el escote mostrando su piel de porcelana. Caprice. Sabía que era ella. Lo supo mucho antes de leer la inscripción en el retrato.

Pero no era hermosa. Y no se veía feliz. No como una recién casada debía serlo. Posaba para el pintor con un hermoso vestido color rosa que acentuaba su cabello dorado y los ojos muy azules sí, pero no era tan hermosa.  Eso le provocó una absurda satisfacción, saber que no era tan bella como decían, pero qué importaba eso? Él todavía la amaba.  Y sin embargo Caprice no se veía feliz. Su mirada era triste y pensativa. ¿Acaso él tampoco la había tocado y vivía encerrada en esa casa como un fantasma hasta que decidió ponerle fin a su tormento? ¿Por qué nunca tuvieron hijos? S malvada hermana aseguraba que ella había perdido un embarazo, el único y que eso había afectado mucho su matrimonio. Al parecer le costaba mucho engendrar.

¿Pero sería verdad?

Su retrato fue quitado del comedor antes de su llegada, o eso le dijo su doncella y su esposo no dijo nada de reemplazarlo por el suyo. Ni siquiera había hablado de llamar a un pintor de condado para encomendarle esa tarea.

Luego vio otros retratos de la difunta esposa. En ellos Caprice era muy joven y llevaba trenzas  y se veía más alegre. No sólo encontró retratos sino muebles, arcones repletos con sus vestidos, todo estaba allí. Y de pronto se sintió como una intrusa, una fisgona revolviendo y revisando cosas sin tener derecho a ello. Tratando de encontrar una respuesta a todo eso, de entender por qué él la rechazaba, de saber quién era Caprice y por qué la señora Arundell aseguró que no había sido un matrimonio feliz.

Todo estaba intacto, como un altar de veneración. Sus vestidos eran tan hermosos y también, encontró dibujos a lápiz muy bonitos. Paisajes y personas. Rostros de desconocidos, firmados por Caprice. Vaya, no sabía que pintaba, debió gustarle mucho dibujar, porque había montones, todos guardados cuidadosamente en una carpeta.

Pero eso no le decía nada. Caprice no era tan hermosa, se veía triste, como si algo la preocupara o tuviera un secreto. En sus dibujos había sombras y también cierta tristeza.

Tal vez su esposo tampoco fue bondadoso ni tierno con ella, no la hizo feliz por sus celos. Eso era lo que decían.

Pero a ella jamás la había celado. Ni siquiera le prestaba atención.

Siguió hurgando pensando que encontraría algo más, algún diario o carta, mientras permanecía alerta pues no deseaba que la vieran hurgando. En realidad no sabía qué estaba buscando ni qué esperaba descubrir hurgando en esa habitación solitaria y polvorienta.

De pronto vio una sombra deslizarse por un costado al tiempo que sentía de nuevo ese frío helado envolverla. Sabía que era el fantasma de Caprice, estaba allí, y era su culpa: acababa de invadir su santuario y no  tenía derecho a hacerlo.

Quiso gritar pero entonces la vio parada frente a ella como una imagen difusa y se quedó allí mirándola sin atreverse a hacer nada más hasta que escuchó una voz cerca de allí.

—Señora Arabella, por favor, no puede estar aquí—dijo Dolly, su doncella.

—Dolly, me habéis dado un susto de muerte—se quejó la joven.

—Oí ruidos y vine a investigar. Lady Arabella, por favor. Si su marido se entera que estuvo aquí se disgustará. No permite que nadie entre. ¿Cómo pudo entrar?

—Las habitaciones estaban abiertas.

Dolly miró a su alrededor inquieta.

—Debió ser un descuido de alguna de las mucamas. La señora Stuart se disgustará, venga por favor.

La joven salió de la habitación entre molesta y asustada, mientras su doncella entornaba la puerta y se alejaban.

—¿Por qué nadie puede estar aquí?—quiso saber Arabella.

Dolly la miró espantada.

—Es que aquí están todas sus pertenencias, lady Arabella y a su esposo no le agrada que nadie entre. Eso es todo.

—¿Y tú lo has visto aquí, en esta habitación, Dolly?

—No, creo que hace mucho tiempo que sir Lawrence no entra en los aposentos de Caprice.

—Mientes. Sí viene a verla. Él la adoraba, todos lo saben. Por eso no quiere que nadie entre aquí.

—No le he mentido, señora—replicó Dolly.

—Y sin embargo he visto su retrato, Caprice no se veía feliz en el retrato Dolly—dijo.

Su doncella la miró con cara de alarma.

—No puedo hablar de la difunda marquesa, por favor, no pregunte sobre ella. Debe tratar de olvidarla. Ella está con Dios, lady Arabella está en paz… Y su esposo la ama a usted, todos lo dicen pero él es un Trelawney señorita, son hombres de carácter muy bravo, son difíciles…. Muy celosos y bravos, son así, pero el señor no es malvado como lo fue su padre y su tío, él tiene buen corazón. Es un hombre bueno, porque salió a su madre. La señora Henriette era tan buena…

La joven se quedó de una pieza al oír eso y se preguntó por qué nadie le había advertido que los hombres de esa familia eran todos celosos y de mal carácter.

—¿Y Caprice también sufría sus celos, Dolly?—preguntó luego.

Su doncella pestañeó inquieta.

—Sí…pero no me pregunte sobre eso, señora, me castigará si le digo algo, él no quiere que hablen de Caprice. Nadie la menciona en esta casa pero todos recordamos a la señora con afecto y gratitud. Fue muy buena con todos nosotros. Pero si quiere un consejo… tenga paciencia con su genio, él no es malo, el señor es muy bueno y sé que la quiere. Muchas jovencitas querían atraparlo en el condado, le coqueteaban y pretendían cautivarlo con su maliciosa coquetería. Pero sir Hamilton jamás ha soportado a las damas coquetas ni arteras, y cuando supimos que usted era la elegida nos alegramos porque no es bueno que el caballero se quede solo tan joven. Ha sufrido mucho. Todos lo sabemos. La muerte de su esposa fue algo nefasto, él …

De pronto Arabella comprendió lo que había pasado con claridad.

Su esposo se había precipitado a casarse para reponerse de su tristeza y desesperación. Pero en su corazón siempre estaría Caprice.

Él no la amaba. Tal vez se sintió atraído al comienzo, y como necesitaba una esposa pensó que sería apropiada porque era de buena familia, lozana y bonita. Los hombres no escogían una esposa porque estuvieran enamorados de ella, no siempre lo hacían, se lo había dicho su tía con frecuencia. Escogían la esposa adecuada y punto.

Pero algo ocurrió entonces, algo pasó en su noche de bodas.

Tal vez comprendió que había cometido un error.

Ella no era la esposa adecuada. No estaba lista para ser su esposa en la intimidad. Temblaba como una hoja y estaba más verde que una fruta verde. Diantres, era cierto.

Pero había algo más… Esa noche nefasta él la acusó de haberse casado con él obligada. Como Caprice. Pensaba que no lo amaba y que sería como su anterior esposa.

Y sin embargo, en Wensthwood no podía ir a ningún lado sin criados y sin avisar a dónde iba y durante sus encuentros era amable, distante sí, pero amable. Y la miraba.

Pero él tenía miedo y su matrimonio parecía condenado al fracaso. Si al menos pudiera hablar con su tía y preguntarle… Luego comprendió que no podía hacerlo pues se habría muerto de vergüenza de tener que confesarle que su esposo nunca la había tocado.

Cuando entró en su habitación encontró a su esposo  vistiéndose para salir a cabalgar.

—¿Dónde estabas preciosa?—le preguntó.

Dolly se alejó con mucha prisa y Arabella miró a su esposo y dijo que había salido a dar un paseo por la mansión.

Él la miró con cara de que no le creía una palabra.

—¿Has estado llorando, preciosa? Siempre lloras. ¿Será que extrañas tu antigua vida de muchacha en Spring Valle?

Arabella se acercó y lo miró perpleja.

—¿Quiere que me vaya, milord? ¿Desea que regrese con mis padres?—preguntó sin bajar la mirada como hacía siempre.

Él sostuvo su mirada y sus ojos brillaron demostrando su cólera, lo había visto rabiar muchas veces y sabía que entonces sus ojos azules tenían un color extraño, como en esos momentos.

—No, no deseo que os vayáis lady Arabella. ¿Acaso olvidáis que sois mi esposa? Es imposible volver el tiempo atrás ahora—le respondió.

—Es verdad pero si desea pedir la anulación y librarse de sus responsabilidades conmigo puede hacerlo. Tal vez siente que se equivocó y debió escoger a otra joven que fuera …

—No, no me equivoqué al elegirla. ¿Acaso cree que estoy arrepentido de eso? Pero usted me engañó señorita Arabella. Si no quería ser mi esposa por qué no lo dijo?

Su acusación era insólita.

—¿Me culpa de eso? No es justo sir Lawrence, no es justo lo que dice.

Arabella no iba a decirle que era él quien se negaba a tocarla, era demasiado humillante eso y pensó que él se negaba a dejarla ir, pero tampoco la hacía feliz y ahora hasta l

—Yo nunca lo engañé, le dije que no estaba preparada para casarme y usted se alejó, lo hizo y luego regresó y habló con mi padre.

—Sí, es verdad. Creo que me dejé llevar por un capricho amoroso preciosa, lo siento. Estaba ciego, era la primera joven que lograba interesarme, conmoverme y creí, en mi imaginación pensé que era correspondido. Pero no es así. Usted no soporta que la bese, que la toque.

Ella lo miró horrorizada cuando dijo eso.

—Eso es mentira, ¿por qué me dice cosas tan horribles? ¿Por qué quiere lastimarme? Iba a ser su esposa esa noche, sólo estaba asustada porque no sabía qué hacer. Tenía miedo. Nada más. Pero usted se alejó de mí, como si no soportara mi presencia. Dejó la habitación y luego… me dejó sola. Siempre lo hace. No quiere ser mi esposo y se arrepiente de esta boda y yo no quiero estar aquí de esa forma. Siendo una extraña en una casa que iba a ser mi hogar un día.

Lo dijo, lo había dicho, tuvo el coraje de enfrentarlo. De reclamarle su conducta tan desconsiderada. No eran un verdadero matrimonio y no podía condenarla la soledad.

—¿Es lo que desea señorita Arabella? ¿Regresar a su casa? Si le concedo la anulación todos sabrán que nuestro matrimonio no fue consumado y no podrá volver a casarse. Ningún caballero pedirá su mano. ¿Está segura de que desea eso? Su familia no la recibirá con alegría. Se sentirán muy defraudados.

—No soy culpable de esto sir Lawrence, usted no quiso que fuera su esposa.

—Se equivoca. ¿Por qué siempre trata de adivinar mis pensamientos? No es verdad. Me moría porque fuera mi esposa, por hacerla mía esa noche. Soy un hombre y es usted una joven hermosa, dulce… tentadora como un demonio.

Ella pensó que mentía, que sólo quería justificar su locura, su indiferencia. Su abandono.

Y furiosa de que le dijera mentiras lo miró con tristeza y le dijo con mucha calma:

—No es verdad. Miente usted. Nunca deseó que fuera su esposa.

—¿Me está llamado mentiroso, señorita Arabella?

—No soy la señorita Arabella, lo era antes de conocerle, pero ahora soy su esposa. Aunque me desprecie. Usted me arrancó de mi hogar y de mi vida para traerme a una casa triste llena de fantasmas donde nadie, ni siquiera usted desea que esté aquí. Pero sí es amoroso y le sonríe a sus amistades, a las damas con las que galantea. Mientras que yo me quedo aquí encerrada e ignorada por usted. Pero no voy a obligarlo a que cambie si no desea hacerlo, sólo quiero regresar a mi casa y olvidar que un día me casé con usted. Estará libre para casarse con otra dama que le agrade más, que pueda darle los herederos que tanto necesita.

—¿Eso es lo que piensa de mí? ¿Que galanteo con otras damas y estoy buscando una esposa para reemplazarla señora Arabella?

Lo había conseguido. Ahora su marido estaba furioso y avanzaba hacia ella amenazante.

—¿De veras me cree tan ruin?—dijo él. Sus ojos tenían un brillo peligroso.

Arabella retrocedió y lamentó haberle dicho esas cosas, debió callarse la boca y no replicar. Pero él la había provocado, él la provocó al decirle esas cosas. Entonces comprendió que lo mejor era correr y corrió lejos de su alcance. Temía que la golpeara, Dolly le había advertido que tenía un genio muy vivo y que todos los hombres de esa familia eran unos locos. Así que sujetó las faldas de su vestido y corrió, quiso escapar lejos de ese hombre y de esa casa. No quería terminar sus días en esa mansión donde no tenía a nadie, no tenía nada, nada más que un matrimonio falso que se había arruinado de la forma más insólita.

—¡Arabella! Arabella, ven aquí por favor—gritó él a la distancia.

Ella corrió pero cuando llegaba a la otra puerta él la alcanzó y la sujetó con rudeza. Y sí, parecía un loco, sus ojos tenían una mirada extraña y tal vez era la primera vez que lo veía tan enojado.

—Ven aquí, no escaparás. Eres mi esposa y creo que necesitas disciplina. ¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma?

Ella lloró al ver que estaba furioso y la odiaba más que nunca.

—Jamás he pensado en reemplazarla Arabella, usted es mi esposa y me pertenece. Nunca más se atreva a hablarme con esa insolencia porque me obligará a disciplinarla y no deseo hacerlo.

Ella lo miró aterrada y lloró cuando él la llevó hasta su habitación y cerró la puerta con llave.

Quiso salir de la cama pero él le prohibió que lo hiciera.

—No te muevas de la cama, pequeña insolente. Has cometido una ofensa y no voy a dejarla pasar, si lo permito luego te volverás más insolente e ingobernable. Te quedarás en tu habitación hasta que yo lo decida y no te moverás de aquí.

Arabella le rogó que no la encerrara, y su esposo se detuvo y la miró.

—Os quedaréis en vuestra habitación hasta que yo lo decida. Y si intentáis escapar vuestro encierro se duplicará y perderéis mi afecto y confianza.

Arabella se quedó inmóvil mirándole. Ese hombre estaba loco y había cometido la imprudencia de despertar su ira, pero no era su culpa. Para él no era más que una esposa de papel, que usaba para tapar las apariencias, para que nadie supiera que no eran un verdadero matrimonio. ¿Y ahora debía soportar sus castigos, como Caprice, que sufrió sus celos hasta que decidió terminar con todo? De pronto se preguntó si era por eso se la veía tan triste en el retrato.

Regresó a su cama y le dio la espalda para poder llorar. Era tan desdichada, ese hombre la había hecho crecer deprisa por el dolor y su indiferencia, y por defenderse de sus acusaciones y ser sincera ahora la castigaba. Ella no había sido insolente, sólo se defendió, bendita sea.

Pero no soportaría la humillación de que todos supieran que la había dejado encerrada como si fuera una chiquilla maleducada e insolente, era su esposa, maldita sea. Lo era. Y parecía su pupila, su hermana díscola.

No quería odiarlo, sus padres le habían enseñado a no odiar a nadie, le habían inculcado el amor a sus semejantes y el respeto, la perseverancia y el esfuerzo, todos los valores que ellos le habían enseñado no podían contra sus sentimientos desbordados por ese hombre.

Lo odiaba sí, en esos momentos lo odiaba.

Quería ser su esposa, su compañera, la esposa que él necesitaba, una mujer dulce y buena, con quien conversar y compartir su vida. Pero ni siquiera era realmente su esposa. Nunca la había tocado ni una vez… de haberlo hecho tal vez pudo quedarse embarazada y eso cambiaría todo en Wensthwood, estaba segura. Pero ahora la asustaba pensar en eso.

Ya no quería que su matrimonio se consumara. No quería estar atada a un hombre cruel y lunático el resto de su vida.

Sólo soñaba con regresar a su casa y que nada de eso hubiera pasado. Sólo eso.

—Lady Arabella, despierte por favor.

Había estado soñando y de pronto vio la habitación en penumbras y a su fiel criada Dolly mirándola con ansiedad mientras sujetaba con fuerza la bandeja.

—Le he traído la cena, señora—dijo.

La joven se incorporó aturdida y notó que ya era de noche y la habitación tenía dos lámparas de aceite encendidas y un candelabro en la mesa principal.

Había estado soñando y al recordar su pelea con su esposo volvió a llorar.

—Señora, no llore por favor. No se preocupe, todos los matrimonios pelean, es normal—dijo Dolly para consolarla.

—Pero qué hora es?—preguntó intrigada.

—Son las dos. Le he traído el almuerzo, lady Arabella.

—¿Las dos? ¿Pero por qué está tan oscuro?

—Es la tormenta.

La joven pensó que era humillante que su criada supiera de su pelea y castigo, tal vez todos lo sabían.

—No quiero comer nada, por favor.

—Lady Arabella, coma algo se sentirá mejor.

—No quiero.

—Sólo un poco de sopa.

—¿Y crees que tengo ganas de comer? Él me ha castigado, me ha ordenado quedarme aquí encerrada sólo por reclamarle afecto y atención. No quiero comer nada, no comeré nada hasta que me deje salir de aquí.

Dolly se horrorizó.

—No haga eso señora, se enfadará mucho más. Jamás ha sido tan desafiado por nadie. No lo entenderá y luego…

—¿Crees que volverá a castigarme si me niego a probar bocado? Bueno, tal vez tenga suerte y muera aquí o lo convenza de que me regrese a mi casa. Él no me quiere Dolly, me detesta. Él… nunca me ha tocado.

Necesita decirlo en voz alta para desahogar su corazón, para que su fiel doncella comprendiera que no era una dama caprichosa y terca sin razón.

—Lo siento mucho, señora. De veras que sí.

Pero no le sorprendió demasiado, sólo vio pena y compasión en sus ojos tan oscuros, no había sorpresa. Lo que le hizo pensar a Arabella que todos los sirvientes de esa mansión conocían la causa de su desdicha, sabían que su señoría jamás la había tocado y que no eran un verdadero matrimonio. Como sabían que el joven lord todavía amaba a Caprice y por eso su matrimonio era tan desdichado.

—Lady Arabella, por favor, cálmese. Él no es como los demás hombres—dijo Dolly.

—¿Pero de qué hablas?—preguntó Arabella.

—Él nunca ha mirado a otra mujer aquí, jamás le sería infiel. No es esa clase de hombre, su padre lo educó bien, con una moral muy estricta. Por eso no piense que actúa así porque tiene una amante.

—¿Entonces es por Caprice, porque no ha podido olvidarla? Todavía la ama, ¿verdad?

 Dolly apretó los labios para no responderle, pero al notar que su señora estaba tan triste y desesperada habló. Habló sin pensar en que el señor podría castigarla.

—No, no es Caprice. No es ella, lady Arabella. Es su temperamento difícil, su mal carácter. Procure no enfrentarle, no lo enfrente de nuevo. Ni lo amenace con marcharse, eso sólo hará que sus problemas se multipliquen. Que vuelvan a reñir. No lo desafíe, sólo tenga paciencia, sé que con el tiempo él la amará señora Arabella, que la amará más que a Caprice. Usted es su esposa y él la ama, jamás la abandonaría ni tampoco…

—Ojalá fuera verdad, pensé que sentía algo especial por mí. Pero ahora siento que me equivoqué. Tenía miedo de él, no quería casarme, mis padres me convencieron… es que no me sentía preparada para ser la esposa de sir Lawrence, tenía mucho miedo sí pero luego… cuando me rechazó esa noche me sentí mucho peor. Yo quería ser su esposa de verdad, quería darle hijos, ser feliz a su lado… me daba miedo la intimidad, es verdad, pero… lo peor ocurrió después. Lo peor fue su rechazo y esas palabras que dijo esa noche que me rompieron el corazón. Nunca más se acercó a mí luego de ese día.

—Lo lamento lady Arabella, eso no debió ocurrir. No sé por qué… no sé qué decirle. Pensaba que era usted la que no soportaba la intimidad. A muchas damas recién casadas les sucede. Tal vez como estaba asustada… disculpe que le diga pero como tenía miedo sir Lawrence no quiso seguir adelante, prefirió esperar. Él nunca forzaría a una mujer, es todo un caballero, y no creo que… no desee tocarla. He notado como la mira, cómo cuida de usted y pregunta… siempre pregunta cómo está lady Arabella y ahora me ha pedido que venga a verla y me quede a su lado pues teme que se asuste por la tormenta.

Cuando dijo eso un trueno espantoso hizo vibrar la habitación. Ciertamente que las cosas no podían estar peor, pensó Arabella mientras abandonaba la cama y se dirigía a la ventana.

—¿Cuándo empezó esto? Está todo oscuro.

—A media mañana lady Arabella, olvidé decirle cuando la encontré en el ala sur.

La joven miró por la ventana y suspiró. Más lluvias que arruinarían sus paseos a media mañana.

—Él sólo me ve como su propiedad, como algo que le pertenece, pero no tiene mayor interés en mí, Dolly—dijo luego..

—Eso no es verdad. Sólo tenga paciencia, yo le advertí, que el marqués tiene buen corazón pero un temperamento difícil. No pelee con él, si lo hace, si insiste en desafiarle, si pasa el día entero llorando entonces no podrá acercarse a él. Porque usted desea acercarse a su marido y ser su esposa, y que todo sea como debe ser, ¿no es así?

Arabella no estaba segura de eso.

Tanto había rogado y llorado que no sabía si realmente quería consumar su matrimonio ahora y tener que sufrir su indiferencia el resto de su vida con un hombre enamorado de un fantasma.

Era lo que le esperaba.

Las palabras de su sirvienta no pudieron consolarla pero al menos la convenció de que comiera algo, porque triste como estaba, nerviosa con la tormenta y sintiéndose un trapo pues no llegaría a ninguna parte. Si quería luchar y escapar de ese mausoleo triste con un marido que era casi un demonio, debía estar fuerte.

No podía esperar que él la dejara regresar con su familia. Ahora ni siquiera la dejaba salir de su habitación. Y no sabía por cuanto tiempo.

Sólo le quedaba escapar ¿pero cómo diablos lo haría?

******

Tuvo que soportar una semana entera de encierro.

Tuvo que contentarse con ver el cielo y las nubes a través de la ventana, suspirar mirando esos días de sol, ver a los mozos correr en sus caballos libre como el viento, los pájaros que se acercaron a su balcón luego de que les tiró unas migas de pan de su desayuno. Ellos eran su compañía, además de Dolly que iba a visitarla y se quedaba un rato conversando.

—Es demasiado tiempo, creo que ha sido muy duro conmigo—se quejó Arabella.

—No se inquiete, sé que pronto la sacará de la penitencia. No vuelva a desafiarlo lady Arabella. No lo haga.

—Yo no hice eso que dices, sólo le dije que quería regresar a mi casa porque él no me quería aquí.

—Bueno, fue una riña. Todos los matrimonios pelean. No debe inquietarse. Pronto se le pasará.

—Dolly, es la tercera vez que me dices eso.

—Lo siento es que….trate de estar tranquila y no reñirle por favor. Creo que él teme que usted intente escapar, por eso está tan nervioso. Ya se le pasará.

Arabella no respondió, no hacía más que mirar por la ventana aprovechando los últimos rayos de sol preguntándose hasta cuándo duraría su tormento. Ella sí quería escapar en esos momentos, más que antes pero no dijo palabra ¿pues cuánto podría confiar en su doncella? ¿No sería una espía de su marido como lo era la señora Stuart y los demás?

Entonces llegó su esposo. Sabía que él la visitaba cuando estaba dormida como si la espiara y supiera todos sus movimientos. Entonces se acercaba, la miraba y luego se iba. Era la primera vez que aparecía cuando estaba despierta.

—Buenos días, Arabella—la saludó con cierta frialdad.

La joven respondió a su saludo murmurando “buenos días” mirándolo con ansiedad, sintiendo su corazón palpitante en la garganta. ¿Por qué lo veía tan guapo ahora? Era un demonio. Un demonio con mayúsculas y la había lastimado.

—Tenemos visitas inesperadas y debo agregar: inoportunas—dijo luego.

Ahora entendía la razón de su presencia en sus aposentos. Quería avisarle que tenían visitas y por ello, la liberaría de su prisión.

—Vuestros padres y hermanas están aquí. Desean verte, querida. Y por eso os permitiré salir de esta habitación. Pero luego regresaréis y os quedaréis hasta que yo os diga.

Arabella salió de la cama sin decir palabra y tocó la campanilla para llamar a su doncella. No dijo nada. ¿Qué podía decirle a su tirano y loco esposo? Todo lo que le dijera empeoraría la situación y rayos, quería salir de la penitencia y poder dar paseos al aire libre. Sentir el sol golpear su rostro y llenar sus pulmones de aire, de sol… tenía la sensación de que cuando saliera de su prisión correría desesperada sin detenerse.

—Dolly no vendrá, está atendiendo a las visitas—dijo entonces su marido.

—Pero necesito que me ayude a vestirme—replicó ella.

Él la miró con fijeza y Arabella se sonrojó incómoda por su mirada. Odiaba que la viera así, desarreglada y triste. Le habría gustado ser capaz de fingir indiferencia o mostrarse tan desafiante como el día que lo enfrentó pero no se atrevía, Dolly le había aconsejado que no lo hiciera y su criada conocía más a sir Lawrence que ella misma.

—Yo os ayudaré, preciosa. Pero primero deseo que pienses que acaban de venir tus parientes y merecen veros alegre y feliz por su visita. Intenta sonreír.

Ella lo miró furiosa sin responderle. Quería que Dolly estuviera allí, era la única que la apreciaba, su única amiga en esa casa y no quería desnudarse frente a un hombre que era su esposo sólo por obligación.

—¿Y creéis que podré sonreír?—dijo luego.

—Tú siempre sonreías Arabella, tu sonrisa era algo tan bello y dulce. Era como un rayo de sol en medio de un día gris y helado.

Sus palabras fueron como un puñal pero tenía razón. Siempre sonreía y era feliz, tan feliz antes de que ese hombre apareciera en su vida para arrebatarle su libertad y también su sonrisa.

Y él hizo un gesto de resignación mientras buscaba un vestido adecuado en su guardarropa, ese mueblo viejo y tan antiguo donde guardaba los vestidos que su padre le había comprado hacía meses para lucir más elegante y acorde a su nuevo rol como dama de la mansión de Wensthwood. Su madre y hermanas no hacían más que revolotear a su lado escogiendo colores y diseños en la tienda general más importante de Londres. Algunos habían sido comprados allí, otros habían sido confeccionados por madame Gauvine, la modista francesa muy de moda en Londres.

No había podido lucir ninguno en Wensthwood, todos estaban como habían llegado: embalados con papel, sin siquiera abrir. Y su esposo lo notó. Él jamás le había comprado un solo vestido, su único obsequio había sido la sortija de bodas. Pero eso era lo que menos importaba y se sintió agradecida de que su padre gastara tanto dinero en obsequiarle vestidos nuevos, puesto que estos debían durarle quien sabe cuánto tiempo.

Pero él no dijo nada de los vestidos aún embalados en sus cajas y escogió uno color rosa pálido para que lo usara.

—Ese vestido no es adecuado milord, es para una fiesta. No para una reunión familiar—le dijo.

Él pareció sorprenderse. Al parecer no tenía idea de qué vestido se usaba en cada ocasión y no lo culpaba pues ese era el trabajo de Dolly.

—Pero me agrada este vestido, os sienta muy bien—insistió él.

—Es que no sería correcto usarlo. Pensarán que estoy por salir a una fiesta. Además… necesito agua caliente para asearme.

Su esposo llamó a una criada para pedirle agua caliente para llenar la bañera.

—Deprisa. Y excusadme con los parientes de mi esposa. Creo que tardaré un poco más en ir a verles—explicó.

Arabella se alejó y fue en busca de su ropa interior y se preguntó incómoda por qué su esposo insistía en ayudarla a cambiarse. Quería que se fuera y la dejara en paz.

En realidad no quería verle más. Quería escapar de esa casa y la perspectiva de fingir frente a sus parientes la deprimía. Estaba segura de que sus padres notarían su angustia y sabrían que algo no andaba bien en su matrimonio.

“Debes sonreír, intenta sonreír” le había dicho él. Como si pudiera hacerlo, como si fuera su culpa que su sonrisa se hubiera borrado de su rostro.

Cuando se miró en el espejo lloró y tuvo que alejarse porque no soportaba verse tan mal. Llevaba días encerrada y ahora la liberaría un rato para que fuera a ver a sus parientes, como si fuera una niña en penitencia.

—Lady Arabella, por favor… la bañera está lista para que pueda asearse—le avisó Bessie, una mucama de cabello muy rubio y ojos verdes.

La siguió y secó sus lágrimas. Tal vez un baño le haría bien. Y mientras se sumergía en la bañera desnuda sintió pasos acercarse.

Bessie se alejó espantada, como si viera al diablo.

Arabella no entendió lo que pasaba pero sí protestó cuando la mucama se fue pues era ella quién debía ayudarla con el aseo y alcanzarle la manta para secarse…

—Bessie—la llamó desesperada.

Pero la criada había desaparecido y estaba sola.

Al diablo. ¿Por qué en esa casa endemoniada todo iba tan mal?

Terminó de asearse y de pronto apareció Lawrence mirándola con fijeza.

—Necesito secarme, por favor, avisa a Bessie que venga—dijo Arabella nerviosa.

Él no se movió ni dijo nada como si su pedido le importara un bledo. Hasta que habló.

—Yo te ayudaré a vestirte, preciosa, aguarda, iré por una manta de baño para que puedas secarte—dijo.

Arabella tembló cuando escuchó eso. No podía ser. Iba a verla desnuda.

Cuando él regresó poco después con la manta ella lo miró con fijeza. Un duelo de miradas mientras él la instaba a salir de la bañera.

—Podrías voltearte, es que… estoy desnuda—le dijo.

Sir Lawrence sonrió.

—Soy tu marido, preciosa, no debes esconderte de mí. Quiero verte.

La joven se puso colorada como un tomate. Tenía la manta en sus manos y la sujetaba invitándola a salir de la bañera desnuda. No quería hacerlo, no quería que la viera así.

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