Arabella

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Arabella

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—Soy tu esposo Arabella, no debes sentir vergüenza de que te vea desnuda. ¿Lo ves? Te comportas como una niña, una niña tímida y vergonzosa. ¿Cómo esperas que te convierta en mi mujer, que te tome para mí si ni siquiera soportas que te vea desnuda?

Arabella lloró al oír eso, lágrimas de dolor y rabia saltaron de sus ojos. Él volvía a culparla de que era una niña vergonzosa y tímida y por eso no podía tocarla. No podía hacerlo. Era tan injusto. Una cosa era desnudarse con la luz apagada, en la intimidad de la recámara y otra muy distinta hacerlo a la luz del día, frente a un extraño. Porque su marido era un extraño.

Y entonces, al ver que volvía a llorar le ordenó que saliera de la bañera.

—Miraré hacia otro lado, como si no fuera tu marido sino tu sirviente. ¿Te parece bien?—se quejó impaciente.

Ella obedeció y casi le arrebató la manta de un tirón para cubrirse y poder secarse mientras  huía de la sala de baños. Pero al llegar a su habitación no estaba Bessie, ni Dolly, ¿cómo se vestiría sin su ayuda?

El biombo. Bendito fuera. Allí podría esconderse y vestirse sin que él la viera desnuda.

Pensó que Lawrence se iría pero no, vio de reojo que estaba aguardando en su habitación impaciente, junto al vestido rosa. Quería que lo usara y no pensaba rendirse.

Arabella se acercó con ese vestido ligero que la cubría por completo resignada a que fuera su marido quien la ayudara a vestirse. No sabía por qué lo hacía. Acababa de llamarla niña inmadura sólo porque quiso cubrir su cuerpo desnudo.

—¿Sabes cómo ajustar el corsé?—le preguntó.

Él asintió.

—¿Crees que nunca he desnudado y vestido a una mujer pequeña? Lo he hecho un montón de veces. Ven aquí, no voy a morderte y sé bien cómo quitar y poner un vestido a una dama.

Se acercó temblando al sentir su mirada. Sabía que la había visto desnuda en la tina y ahora parecía mirarla con intensidad, casi con deseo. No podía ser. Seguramente lo había imaginado.

Arabella tembló al sentir sus manos ajustar el corsé y luego cerrar los botones minúsculos de la espalda, uno por uno. Sus dedos se movieron de prisa, ágiles y certeros y sus miradas se unieron en el espejo.

—Ahora sois el ángel que vi en la pradera ese día de abril—dijo él y luego sintió que atrapaba su cintura y la rodeaba con sus brazos. Arabella sintió que toda su tristeza casi se evaporaba cuando la besó. Un beso ardiente y apasionado que la dejó temblando mientras duró.

Quería ser su esposa, que le hiciera el amor, sólo eso pedía. Ser un matrimonio normal y poder tener intimidad. Al diablo con las visitas, quería que volviera a besarla, a tocarla…y respondió a ese beso y se quedaron abrazados un momento. Y aún en sus brazos él tomó su rostro y le dijo:

—Sois hermosa Arabella, como una muñeca de porcelana, más linda que una muñeca porque eres real… pero creo que todavía no estás lista para ser mi mujer, para que os posea. Pero cuando llegue el momento lo sabré y no podrás escapar de mí. Y si quieres ser mía Arabella, ser mi esposa en la intimidad, antes debes dejar de llorar y comportarte como una niña malcriada. ¿Lo has comprendido?

—Sí, milord—respondió ella.

—Y nada de lágrimas. Deja de lamentarte. El matrimonio nunca ha sido un lecho de rosas para nadie y tú deber de esposa es ser tolerante y comprensiva y obedecerme Arabella. ¿Has comprendido? Soy un hombre, no un muchacho y no te he rechazado. Sólo decidí esperar. ¿Comprendes?

Sí, por supuesto que lo entendía. No podía creerlo.

Entonces su esposo miró sus labios y la besó y en ese beso apasionado y ardiente le hizo comprender cuanto la deseaba. Entonces sí quería hacerle el amor, su matrimonio se consumaría cuando él sintiera que era el momento. Saber eso la llenó de esperanzas y de pronto sintió que al final no todo estaba perdido. Él le había pedido que cambiara, que dejara de comportarse como una niña malcriada.

Y cuando tomó su mano para llevarla al comedor se sintió tan feliz, pensó que había sido tan tonta de pensar que él sólo amaba a Caprice y nunca podría entregarse a otra mujer.

Cuando llegaron al salón sus padres sonrieron y sus hermanas la miraron con ansiedad. ¿Esperaban que estuviera desdichada? ¿O la habían visto cambiada? Beatrice ya se había recuperado de su lesión pero no perdió ocasión de mencionarlo.

—El doctor dijo que deberé olvidarme de las caminatas y los bailes por un tiempo. ¿Es que ese hombre no entiende que soy joven y necesito distracción?——dijo Beatrice.

—Arabella, qué alegría veros—dijo su madre y apenas pudo la llevó aparte para preguntarle qué tal iban las cosas con el ama de llaves, pues según ella era uno de sus problemas principales en esa casa.

—Muy bien mamá, ahora me consulta en el menú y lo demás.

Bueno ahora no  pues estaba encerrada en su habitación, pero sí lo había hecho dos veces y era bastante.

—Pues me alegro mucho querida, debes tener muy vigilada a esa.

Durante el almuerzo Arabella notó que su esposo estaba algo callado y que fue su padre quien los aburrió a todo con una charla sobre los Tory que duró más de media hora. Lawrence pertenecía a ese partido pero no era tan fanático ni esperaba gran cosa de ellos.

En vez de sentir alivio, se sintió mortificada cuando llegó la hora del oporto pues no quería separarse de su esposo y tener que soportar la cháchara incesante de sus hermanas.

Pero esta vez fue su madre quién comenzó el interrogatorio.

—El matrimonio os sienta bien, Arabella, tienes más colores y me pregunto si... Dime ¿hay noticias?—le preguntó.

—¿Noticias?—replicó desconcertada

—Arabella, llevas casi dos meses casada. Deberías saber si hay noticias o no de un bebé… yo quedé embarazada en mi noche de bodas—le respondió su madre.  Ella siempre lo decía como una gran proeza, las damas por lo general no mencionaban esas cuestiones de forma tan directa. Pero Beatrice sabía hasta el cansancio que fue concebida en la noche de bodas de sus padres.

—Todavía no, madre—respondió incómoda.

—Bueno, tienes tiempo… lo importante es que sois jóvenes. Tú lo eres y dicen que las muy jóvenes demoran en engendrar.

—¿Arabella, has estado llorando?—preguntó Christine con la sinceridad brutal que la caracterizaba.

La joven la miró sin ocultar su incomodidad.

—No… es que desperté muy temprano—inventó.

—Por supuesto. Pero dime, ¿cómo van las cosas aquí?—preguntó su madre para cambiar de tema—Los cortinados de la sala principal con muy antiguos y su color se ve deslucido. Pide al ama de llaves que lo cambie por un color más alegre. Al igual que los muebles del salón. Hace falta realizar algunos cambios en Wensthwood querida y no olvides que tú eres la nueva señora de la mansión.

—Lo sé, madre. Pero no me atrevería a cambiar muebles ahora. Pienso que son muy bonitos los que están.

Su respuesta hizo parpadear a lady Rose, estaba muy sorprendida, estaba acostumbrada a que siempre compartía sus puntos de vista en todo.

—Pero querida, te hará bien. El ambiente de esta casa no acompaña. Es una mansión formidable, es un lugar único pero esos muebles desmerecen la casa. Me temo que sí. Y los cortinados se ven tan antiguos y gastados. Tú eres la señora de esta mansión, debes promover los cambios e insistir en ellos. ¿Cuándo darás tu primera fiesta aquí? Debes apresurarte antes de que llegue el invierno.

—Mamá, Lawrence no quiere fiestas, no le agradan.

—Arabella por favor, necesito caminar un poco, siento que hace horas que estoy sentada. Esto arruinará mi talle—se quejó Beatrice.

—Pero el médico te lo ha prohibido—le respondió lady Rose.

—OH, al demonio. Estoy harta de hacer quietud, me aburre.

Arabella sonrió y se alejó rumbo al jardín seguida de sus hermanas. Hacía días que no podía salir de su habitación, sólo por una discusión y todavía había sol, atardecía.

—Por favor Bella, no corras tanto. No podemos seguirte—se quejó Christine a lo lejos.

Arabella rió y comenzó a correr y las dejó atrás como cuando eran niñas. Siempre había sido la más veloz y todavía lo era. Quería hacer correr a esas latosas.

—Arabella,  ven aquí.

Pero ella no se detuvo. Libertad. Al fin. El fresco del viento en su rostro, esa brisa helada que había hecho tiritar a sus hermanas nada más llegar al descampado a ella le provocaba tanto placer, casi tanto como el beso que le había dado su marido hacía horas. Todavía sentía su sabor en sus labios, deseaba tanto estar entre sus brazos, ser su esposa de verdad en vez de la soledad de sus noches, la tristeza de sus días…

—¡Arabella, por favor! Deja de correr. No podemos alcanzarte—le gritó su hermana Beatrice.

Nunca había sido buena para los deportes por eso era levemente rolliza, ahora un poco más que antes seguramente porque el doctor la había condenado a quietud.

—Bella, por favor—dijo jadeando—sabes que no puedo correr. Eres una ladina.

Arabella no estaba cansada sino radiante, sus mejillas tenían más color pero tuvo que regresar y sentarse en la hierba por insistencia de sus hermanas.

—No debiste correr, eres una boba—le dijo entonces Christine.

—¿Por qué me dices eso?

—Porque ahora eres una mujer casada y no puedes correr como una colegiala. Espero que tu esposo no te haya visto. Lo avergonzarás. No vuelvas hacerlo, además… 

No supo cómo decírselo pero Beatrice sí.

—Puedes perder un embarazo boda, algo así le ocurrió a nuestra prima Mary, ¿lo recuerdas?

—Pero no estoy embarazada—replicó Arabella con calor.

—¿Y cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan segura?

¡Pues porque mi marido jamás me ha tocado! Pensó ella pero confesar la verdad habría sido vergonzoso.

—Bueno, pero debes darle un hijo pronto a tu marido, para que se olvide de su hermosa Caprice—sentenció Beatrice hizo un mohín maligno—¿Ya has visto su retrato? Imagino que ha de haber montones en esa casa..

Arabella sabía que diría algo como eso y le respondió con suma calma:—Pues sólo hay uno. Y no era tan hermosa como decías, .Beatrice. Sólo bonita. Creo que has exagerado.

Su hermana mayor se puso colorada.

—Bueno, pues todos decían que era hermosa, y la amiga de Caprice dijo que Lawrence la adoraba y que nunca más volvería a casarse pero necesita herederos, por eso te escogió a ti. No lo olvides.

Antes de que Arabella pudiera defenderse, su otra hermana preguntó dónde había encontrado el retrato.

Arabella la miró molesta.

—No lo diré, no puedo decirlo. Mi esposo no quiere que hablen de Caprice. Por favor, no la mencionéis en su presencia ni en Wensthwood.

—¿Y por qué no permite que hablen?—dijo Christine parecía sorprendida.

—Pues porque él la  ama todavía y no soporta su recuerdo, eso es evidente. Todos lo saben—dijo Beatrice.

—Bueno, ahora es el marido de Arabella, y espero ver pronto tu retrato en el salón principal. ¿Es que todavía no ha llamado tu marido a un pintor de talento?

Demonios, estaban en los detalles y no se les escapaba nada.

—Más adelante me pintará, no hay prisa por hacerlo.

—Sí, tienes razón Bella.

De regreso a la mansión la conversación languideció. Ya habían agotado el tema de  Caprice, hasta el cansancio además tuvo que soportar las quejas de Beatrice con su tobillo.

—Me hiciste correr y ahora está de nuevo mal—se quejó.

Arabella habría deseado quedarse un poco más, llevaba días encerrada y cuando entraron en la mansión la angustió un poco. Pensó en su esposo, en si realmente cumpliría sus promesas…

Nada más llegar a la sala vio a su esposo mirándola con fijeza. Parecía enojado pero no lo sabía porque siempre tenía esa expresión fría y circunspecta.

Entonces sus hermanas dijeron que habían salido y Arabella había corrido muy lejos y tuvieron que cansarse para atraparla.

Sir Lawrence miró a su esposa con expresión maligna pero no fue hasta la noche, cuando se reunieron en su habitación que le reclamó ese asunto.

Arabella fue temblando cuando él la llevó de la mano a descansar, luego de cenar sin invitados. Se sentía agotada por la visita de sus familiares y el paseo de ese día y sólo quería quitarse el vestido y dormirse.

Pero Dolly no estaba en su habitación y cuando quiso llamarla apareció su marido con expresión fiera.

—Así que me habéis desobedecido, salisteis de la mansión con vuestras hermanas.

Arabella lo miró aterrada y quiso correr, llamó a su doncella desesperada. Temió que ese hombre fuera a disciplinarla de la peor forma.

Dolly apareció y la miró asustada, sabía que algo le pasaba.

Pero su esposo intervino diciéndole:—Dolly, regresa a tus quehaceres. Yo ayudaré a mi esposa con su vestido—dijo con expresión sombría.

Arabella miró a su doncella suplicante.

—Por favor Dolly, no te vayas. Quédate conmigo—le rogó.

La criada no supo qué hacer, el señor le ordenaba que se fuera  y su señora le rogaba que hiciera lo contrario.

Entonces el señor habló a su esposa en tono muy suave.

—Arabella, te pedí que dejaras de llorar, ¿lo recuerdas?

La joven señora asintió.

—Por favor, no llores. Tranquilízate. No estoy enojado contigo sólo quería conversar sobre vuestra salida de esta tarde—sir Lawrence se volvió a su criada y con su mirada lo dijo todo.—Dolly, puedes retirarte.

La joven no esperó a que se lo repitiera.

Arabella secó sus lágrimas mientras veía partir a su fiel criada

—Por favor, no me castigue milord, ya no soporto vivir así. Si lo he ofendido, si mi conducta lo ha disgustado le pido perdón pero por favor, no vuelva a dejarme encerrada. Se lo suplico.

Él no le respondió, sólo la miró con esa mirada fuerte y maligna, pero su mirada resbaló por su escote. Estaba tan hermosa con ese vestido, era la viva imagen de la dulzura y juventud. Tal vez era demasiado joven y tierna, debía ser más tolerante. Él sabía que sería así, demonios…

Y mientras la ayudaba con el vestido se sintió tentado a besar su cuello, a acariciar la suave piel de esa hermosa joven. Su esposa. Ella no imaginaba el tormento en el que se habían convertido sus noches sin su compañía, por su estúpido orgullo, por el terror que sentía…

—No os castigaré, preciosa. ¿Me creéis tan malvado? —dijo entonces.

La joven lo miró con esos ojos tan dulces y tiernos y él sintió que cedía como un tonto a su hechizo y sin poder contenerse la besó. La apretó entre sus brazos y siguió besándola. Era suya, su esposa. ¿Qué diablos estaba esperando? Ya no parecía tan asustada. Hasta le había reclamado su indiferencia, se había atrevido a hacerlo.

Ella respondió a su beso y lo miró anhelante. Pero en su ojos no había deseo ni pasión, sólo tristeza. Se había robado a un hada risueña y la había convertido en una princesa triste. Era el sino de su familia. Todos los Trelawney nacían con él. Condenándolos a perder a sus esposas, a no encontrar nunca la felicidad. Y pensando eso se alejó de su esposa y le dijo:

—Métete en la cama preciosa, no quiero que te resfríes. Hace frío en esta habitación. Los criados se han descuidado por las visitas. Veré qué pasó con la estufa—tras decir eso dejó el vestido extendido en la silla.

Arabella obedeció sintiendo que volvía a caer en el vacío de una cama helada luego de haber sentido ese beso que ahora le quemaba los labios. Y a pesar de que se lo había prometido, cuando apoyó su cara en la almohada lloró, no pudo evitarlo.

 

El escondite

Siguieron días fríos y grises. El otoño avanzaba deprisa y allí era mucho más intenso que en Devon. Las corrientes marítimas eran constantes y también las lluvias y tormentas.

Y sin embargo tuvieron visitas. Los Hamilton, primos de su marido llegaron todos juntos un sábado para saludar a su esposo que cumplía años. No sabía que era su cumpleaños y lo felicitó ese mismo día. Ignoraba que vendrían amigos y parientes, sus vecinos más próximos y que la casa estaría llena de gente. Lo supo a media mañana por Dolly.

—¿Pero por qué no me dijo nada?—se quejó.

—Tal vez lo olvidó.

Arabella era muy tímida y se sintió algo desbordada al tener que saludar y conversar con los parientes de su esposo.

Por fortuna, a media mañana todos quisieron ver las costas de Lands-Ends y Arabella decidió guiarlos. Le encantaba poder salir y distraerse, luego de estar encerrada casi una semana sentía que necesita salir siempre que pudiera y tomar aire.

Eran un grupo pequeño pero simpático. Dos primos, junto a sus esposas y un tío anciano, y otro primo llamado Stephen muy simpático, sus vecinos los Arundell. Los demás habían preferido quedarse en los jardines bebiendo un refrigerio. No eran muy amigos de las caminatas.

Su esposo parecía feliz y Arabella caminaba a su lado cuando de pronto uno de sus parientes quiso ver una roca de forma extraña y el grupo se dispersó.

Melania Hamilton, la esposa de su primo Peter, una mujer bajita y rechoncha se detuvo fatigada y Arabella decidió quedarse a su lado.

—Esto es demasiado para mí, no estoy acostumbrada a estas caminatas además… he oído que el sol de Cornualles es muy bravo—dijo de repente mientras se sentaba en la arena.—Aunque debo admitir que la vista de aquí es soberbia—agregó.

—Sí, lo es.

—Bueno, eso es verdad, pero debo admitir que la primera vez que vine a Wensthwood me impresionó la cercanía del mar y luego, en la noche, creo que no pude pegar un ojo por el ruido y … sentía terror de que el agua entrara en la casa.

Arabella sonrió tentada.

—Eran otros tiempos… vivía Caprice y ella no era muy sociable. Vivía encerrada en sus aposentos, no sé por qué—dijo de pronto Melania.

Eso llamó de inmediato su atención.

—¿Cómo era Caprice?—preguntó la joven.

Hubo cierta vacilación en la señora Hamilton.

—Era un poco rara. Guapa sí, pero algo extraña. No era muy sociable. Se lo pasaba encerrada dibujando o tocando el piano.

—¿Tocaba el piano?

—Sí, y cantaba. Tenía una voz tan dulce… Fue tan trágico, quién iba a imaginar que una joven haría esa locura.

Arabella la miró intrigada.

—¿Qué ocurrió?

Estaban a solas y parecía un momento propicio para confidencias. La dama rolliza miró a Arabella sin ocultar su asombro.

—¿Acaso no te lo han contado? ¿No sabes lo que pasó aquí?

La joven negó con la cabeza.

—Pero quisiera saber, por favor—pidió Arabella.

La rolliza dama miró a su alrededor y Arabella se alegró de que su marido y los demás estuvieran muy entretenidos recorriendo la playa, demasiado lejos para poder oírlas.

—Caprice se suicidó… Fue espantoso. Nadie habla de eso y dicen que falleció de fiebres. Es mentira… ella se ahogó en esta playa un día helado de invierno. Lawrence estaba devastado y durante mucho tiempo se encerró aquí  sin recibir visitas. Creo que fue porque había perdido su bebé y eso la sumió en una tristeza espantosa. Por eso lo hizo. Mi pobre primo quedó muy deprimido y durante meses se encerró aquí y todos temimos que hiciera una locura. Él la adoraba pero… su dolor era tan grande como su desengaño. Esa es la verdad.

—¿Su desengaño?

Los ojos de la dama miraron de nuevo a su alrededor como si temiera que alguien pudiera oír sus palabras.

—Lawrence no merecía eso, él la adoraba y ella hizo esa locura… Bueno supongo que estaba muy triste. No se puede juzgar a nadie, es lo que dice mi madre y tiene razón. Vaya uno a saber qué pasó. Lo que importa ahora es que mi primo tiene una esposa tierna y adorable, y sé que tú podrás hacerle olvidar su dolor y hacerle feliz. Es lo que necesita porque él no era tan feliz. Mucho antes de la tragedia él…

—¿Y por qué no era feliz? Por favor, necesito saberlo él… sospecho que aún ama a Caprice.

—Eso no debe preocuparte Arabella, tú eres una joven muy distinta a Caprice. Eres tan dulce y transparente y se nota que lo quieres. Sé que no debería decir esto pero… creo que ella no lo amaba y además no se entendían, eran muy distintos. Caprice sólo amaba sus pinturas y la soledad para crear más retratos… siempre soñaba con poder destacarse en ese arte y por eso… No estaba hecha para el matrimonio, eso es lo que sospecho. Hay mujeres así, nuestra tía es una de ellas por eso nunca se casó, tuvo la sensatez de darse cuenta a tiempo. Caprice no pudo escoger. Sus padres la obligaron a esa boda y aunque eso es algo común y no significa que luego no puedan ser felices los dos en este caso fue desafortunado… Mi primo tiene un carácter muy fuerte, es malhumorado y temperamental a veces, a él no le gustaba que ella pasara horas enteras encerrada pintando. Luego estaban los celos…  La celaba como un demonio. Todo el tiempo y peleaban. Una vez Caprice llegó a abandonarlo. Porque no lo aguantaba más. Esas cosas pasan, no debes preocuparte. El primer año de matrimonio es el más difícil, los demás no tanto. Arabella, tú eres muy joven y si quieres un consejo pues te diré: no pienses tanto en Caprice. La pobre murió y nos afectó sí, pero no hay nada que hacerle, fue una tragedia y ella ya no está aquí y tú eres la esposa de Lawrence. Tu preocupación es mirar hacia el futuro y ser feliz con él. Disculpa que te dé este consejo, pero sé que mi primo no quiere hablar de Caprice y me imagino que no sabes nada de ella por esa razón.

—Es verdad… ha prohibido a todos mencionarla y no entiendo por qué lo hace.

—No importa el por qué, Arabella. A veces es mejor dejar el pasado en paz. Porque el pasado está muerto y no puede regresar y tú eres su esposa ahora y no… No es prudente que pienses en Caprice. Caprice es sólo un recuerdo doloroso para mi primo. Es parte de su pasado y no creo que sea bueno indagar en él, no si tu esposo no quiere hablar. Lawrence quiere olvidar el pasado y seguramente el recuerdo de su anterior esposa es una herida abierta.

—¿Entonces tú crees que sólo fue dolor y no amor por eso no puede olvidarla?

—Querida prima, por favor, él dio un paso adelante cuando se casó contigo. Nadie lo obligó, él quiso casarse contigo. Sé que eres muy joven y debes sentirte insegura pero no pienses que aún ama a Caprice, eso sólo te hará daño y no es verdad.

Arabella quiso hacer otra pregunta pero el momento de intimidad se vio interrumpido por la llegada del esposo de Melania y su cuñado Stephen.

Arabella buscó a Lawrence pero no lo vio por ningún lado y se dispuso a regresar a la casa pues estaba tiritando de frío. El cielo se había cubierto y ese paisaje gris la desanimó. Tenía muchas preguntas sobre Caprice y su esposo, y se daba cuenta de que seguía siendo una historia inconclusa. ¿Sería el dolor o el amor lo que mantenía atado su corazón a su antigua esposa? ¿Acaso no era una misma cosa? Sin embargo ahora sabía algo más de esa historia. Que ella se pasaba encerrada pintando, que reñían y que se había suicidado en esa playa. Qué terrible debió ser para Lawrence que su esposa hiciera eso. Por eso nadie lo mencionaba, por eso nadie nombraba a Caprice. Lentamente las piezas de ese misterio comenzaban a encajar y Melania tenía razón: lo importante era que su esposo se había casado con ella, la había escogido, debía mirar hacia adelante y dejar de pensar en Caprice.

Arabella se alejaba del grupo cuando casi tropezó con Stephen.

—Oh, disculpe, lady Arabella. ¿Podría escoltarla de regreso a la mansión?—se ofreció.

—No es necesario, señor Stephen—dijo. Se sintió algo avergonzada de que todos notaran que su esposo la había dejado sola casi todo el día y ahora tampoco estaba para acompañarla en su caminata de regreso.

—Por favor lady Arabella, no es prudente que recorra ese valle sin compañía—insistió Stephen.

Arabella sonrió con total inocencia.

—Pero si hay tantos invitados por la pradera, ¿qué podía pasarme, señor Stephen?—dijo.

Él la miró sorprendido por su expresión inocente y confiada.

—Una dama hermosa y joven como usted no debería ir a ningún lado sin un criado o pariente. ¿Es que nadie se lo ha dicho?

Ella se ruborizó al sentir la reprimenda. Tenía razón sí, pero estaba tan cerca de la mansión que se había confiado. Además, ¿quién podría hacerle daño en su propio hogar?

Sin embargo aceptó que la acompañara sólo para no ser descortés. Su mirada recorrió el horizonte buscando a su esposo como siempre hacía, ¿estaría aún en la playa buscando esas rocas de forma extraña?

Lawrence cumplía veintiocho años ese día y nunca imaginó que organizaría una fiesta tan importante, pensó que sólo irían sus familiares pero su esposo no había invitado a su familia. Resultaba desconcertante y extraño. 

Y cuando casi llegaban Arabella tropezó con una piedra, iba distraída y hubiera caído si el primo de su esposo no la hubiera atajado.

—¿Está bien señora Arabella? ¿Se ha lastimado el pie?—preguntó Stephen.

—Sí… es que no vi la piedra, me duele un poco pero puedo andar.

Sin darse cuenta él la tenía envuelta entre sus brazos. Fue sólo un momento luego ofreció su brazo para que se apoyara.

—Por favor, tome mi brazo—dijo Stephen.

Pero cuando lo tomó escuchó la voz airada de su marido preguntando qué estaba pasando allí y sin más saltó de su caballo con expresión maligna y airada y empujó a su primo. Apareció de repente, como un fantasma. No lo había oído llegar y había creído que aún estaba en la playa.

—¿Cómo te atreves a propasarte con mi esposa? ¡Malnacido!—dijo.

Arabella tembló al comprender que su esposo creía que Stephen se había propasado con ella y no vaciló en defenderle.

—Él sólo me ayudó, había tropezado y estuve a punto de caer, por favor Lawrence—dijo.

Stephen miró horrorizado a su primo.

—La escoltaba a Wensthwood porque tú que eres su marido la habías dejado sola. Jamás me propasaría con una dama, Lawrence, tus acusaciones me ofenden. Sólo quise ser amable.

—¿De veras? ¿Crees que soy ciego? He notado cómo miras a mi esposa, cómo buscas hacerte servicial y no la pierdes de vista. ¿Por qué mejor no te buscas una esposa en vez de enamorarte siempre de la esposa de los demás?

Esas palabras eran una cruel ofensa, Stephen sólo había sido atento con ella, no estaba enamorado ni mucho menos, ¿qué diablos le pasaba a su marido?

—Estás loco, Lawrence. Loco de remate—le respondió su primo—Tu esposa quiso caminar sola desde el lago hasta aquí y le dije que era peligroso para una dama recorrer estas praderas sin compañía y tú no estabas en ningún lado ¿y ahora vienes y me acusas de querer seducirla?

Arabella sintió tanta pena y vergüenza que quiso correr, alejarse de su esposo, pero él la siguió furioso, mientras su primo se alejaba rumbo a la mansión con paso rápido, ofendido por la injusta acusación.

—Arabella, ven aquí—le gritó.

Ella se detuvo y lo miró.

—Me has hecho pasar tanta vergüenza, Lawrence. Tu primo sólo quiso acompañarme y me sujetó porque tropecé, jamás intentó hacer eso que dices ni yo podría… ¿Crees que soy una coqueta? —estalló al borde de las lágrimas.

—No, sé que no eres una coqueta, si lo fueras no serías mi esposa preciosa—su tono era casi de burla.

—Tu primo tiene razón, ¿cómo puedes acusarlo de intentar seducirme sólo porque me ayudó porque había tropezado.

—¿De veras?

—Sí, eso fue lo que pasó. Tú siempre me dejas sola, haces una fiesta de cumpleaños y no invitas a mi familia.

—No hice una fiesta, ellos se invitaron solos y tuve que faenar un cordero para agasajarlos. No quería una fiesta de cumpleaños, detesto las fiestas, tú lo sabes pero mis parientes vinieron a verme y tuve que ser cortés. ¿Qué querías que hiciera? Pero no te dejé sola, estaba cerca mirándote y no me agradó que Stephen estuviera siempre merodeando como un zorro. Es un maldito libertino, siempre lo ha sido. Aunque se haga el santito frente a ti, porque claro, tú no lo conoces como yo. Pro él sabe que no miento y se ríe de mis acusaciones. Porque sabe que si le doy ventaja intentaría seducirte aunque yo le diera un tiro en la cabeza. Sabe que lo mataré si se atreve a llegar tan lejos y eso lo divierte.

—Lawrence, por favor, ¿cómo puedes decir eso de tu primo?

—Lo pienso y sé que es verdad. Y me da igual si se hace el ofendido y se va, en realidad quiero que lo haga, que se vaya y no aparezca por aquí. Que se vaya a robarle la esposa a otro hombre. Es lo que le gusta hacer, ¿sabes? Le encanta conquistar damas casadas porque es un perfecto libertino y todos lo saben.  Ahora sube al caballo que te llevaré a la casa.

—¿Subirme a tu caballo?—repitió Arabella.

 —Sí, tal vez deberías aprender a montar, mi primo dijo algo cierto: no es prudente que recorras estas tierras sin un sirviente o criado. A pesar de la vigilancia de los mozos siempre aparece algún forastero merodeando tratando de robarse alguna res. Ven, sube.

Arabella no pudo negarse y subió al caballo y cayó en sus brazos. Se miraron en silencio y él le dio un beso apasionado y tierno, fruto de la rabia y los celos de ese momento. La joven tembló al sentir ese beso y todo su enojo se transformó en deseo. Deseaba que siguiera besándola, deseaba tanto poder ser su esposa y se quedó abrazada a él, sentada de costado mientras Lawrence aplacaba a su caballo para que fuera al paso y no al galope. Los caballos le daban mucho miedo, por eso nunca quiso aprender a montar y sin embargo, casi olvidó el terror que les tenía cuando él la llevó en sus brazos.

Pero al regresar a la casa él le dijo que fuera a su habitación. No era una sugerencia, para que se cambiara el vestido lleno de polvo, era una orden.

—Ve a tu habitación y quédate allí. La fiesta ha terminado, preciosa—le dijo.

Arabella obedeció alejándose con los ojos llenos de lágrimas. Quería estar con él, era su cumpleaños, ¿por qué siempre la apartaba de su lado?

La joven corrió a su habitación y tuvo la sensación de que siempre sería así. Llevaban casi dos  meses casados y seguía esperando que algo cambiara. Y lo único que cambiaba allí era su forma de reprenderla, de hacerla sentir que no era su esposa sino su pupila en esa mansión. Educarla y moldearla a su voluntad era su única obsesión. Y cuando pensaba que estaban acercándose, que él la convertiría en su mujer se alejaba, o la hacía sentir mal por unos celos ridículos.

Pasaría el tiempo, los meses y todo seguiría igual.

—Lady Arabella, disculpe. Le preparé el baño como me pidió—dijo su doncella entrando en la habitación.

La joven la miró aturdida. Lo había olvidado.

Pero necesitaba quitarse ese vestido lleno de lodo por la caída y limpiar los rasguños de las rodillas.

—¿Qué vestido escogerá para cena, lady Arabella?—preguntó Dolly mientras la ayudaba a desnudarse.

—No iré a cenar, mi esposo dijo que debía quedarme aquí—respondió ella.

A Dolly podía decirle la verdad. No había razón para fingir. A fin de cuentas en esa casa todos sabían lo que pasaba.

—Oh, disculpe madame, no lo sabía… ¿Qué pasó?

—No lo sé, pero se puso celoso sin motivos, Stephen…

Arabella le contó lo ocurrido desde el principio y su doncella escuchó con cara de espanto. Ella conocía bien al marqués, no debía sorprenderle que tuviera esos arrebatos de celos.

—Lady Arabella, no es por usted. Es Stephen. Él es un pícaro, señora, por eso su esposo se puso celoso. Pero él es así, es que la adora señora, él la ama y no soporta que otro hombre sea atento con usted, ni que la mire como lo hacía Stephen y sus hermanos. Yo lo noté, el caballero no le quitaba los ojos de encima.

Arabella miró a su doncella incrédula.

—Pero eso no es mi culpa y él me castigó diciéndome que debo permanecer aquí—se quejó.

—Es porque sir Lawrence la ama, por eso sufre tanto de celos. Debería sentirse feliz, lady Arabella.

¿Feliz? ¿Acaso algún día sería feliz en esa casa?

Pues lo dudaba.

Dolly le trajo la cena poco después en una bandeja y miró mortificada su contenido. Si no comía su marido-tutor se enfurecería, la huelga de hambre en Wensthwood no estaba permitida, así que si quería llamar su atención o protestar, debía inventar otra cosa.

—Trate de comer algo lady Arabella, se ve algo pálida—dijo su doncella.

Arabella vio el delicioso bistec y lo rechazó.

—No tengo hambre… Dolly, tira esto en algún lado o mi marido se enfadará.

La criada pelirroja hizo un gesto de aprensión. A ella no le gustaba mentir a su señoría, pudo verlo en sus ojos.

—Por favor Lady Arabella, trate de comer algo.

—No quiero Dolly, sólo quiero dormir. Estoy muy cansada. Caminé demasiado y hace frío, estoy helada. Llévate eso.

Dolly no se movió, se quedó dónde estaba y Arabella se alejó impaciente hacia su dormitorio cuando de pronto lo vio parado frente a la puerta, por el espejo y tembló. Su marido estaba allí y en esos momentos sintió que era el diablo que la miraba a la distancia, espiando sus actos, viendo sus flaquezas, listo para decirle su falta para luego castigarla.

—Puedes irte, Dolly—dijo entonces.

No fue necesario ni que terminara de decirlo, su doncella se había alejado espantada.

Ahora estaban solos y él la miraba con esa mirada brillante y maligna sin perder detalle de sus gestos y movimientos.

—No has probado bocado, Arabella—dijo.

—Es que no tengo hambre—se quejó ella alejándose muy lentamente.

—Sabes que no me agrada que hagas esto, preciosa. ¿Cómo es que te atreves a decirle a mi criada que esconda la comida y me mienta? ¿Crees que no te oí?

Oh, no, otra vez su marido con ganas de pelear.

—Yo no dije eso.

Notó que hacía un gesto de sorpresa.

—¿Ah no? Acabo de escucharte decirle a Dolly que…

—Lo hice porque sabía que se enojaría, milord. Por favor, estoy muy cansada y helada, quiero descansar ahora.

Al ver que se alejaba de él con prisa dio tres largas zancadas y la atrapó.

—No, no te irás a dormir. Antes vas dejar esa bandeja vacía, lo harás.

—No, no lo haré milord. No tengo apetito y si me obliga a comer creo que vomitaré. ¡Es que me siento tan cansada!—se quejó—Por favor, ¿es que no he tenido suficiente con sus escenas de celos mortificándome, ahora también me castigará obligándome a comer como si tuviera cinco años?

Su esposo no esperaba que lo enfrentara y sabía que le saldría muy cara su osadía pero diablos, estaba cansada y helada, sólo quería irse a dormir y que la dejara en paz. Empezaba a temer que todo hubiera sido en vano y que su espera a que todo mejorara se hiciera lenta y eterna y que al final tuviera que abandonarlo. No sabía cuánto más podría soportar esa situación, aunque él le dijera que estaban casados no lo estaba y si pedía la anulación tendría su libertad. Su libertad para escapar y que ese demonio dejara de llamarla esposa mía. Porque no era su esposa más que de nombre.

—Arabella, ven aquí—le gritó impaciente.

—No. No iré. Vete, déjame en paz. No quiero soportar tus rezongos. Estoy harta de ti, Lawrence. Harta de todo y si quieres castigarme por decirte cómo me siento, adelante, hazlo. Es lo único que te importa, ¿no es así? Castigarme cuando hago algo que te desagrada, cuando te digo la verdad. Estoy harta de que me reprenda como si fueras mi tutor. Si soy una desilusión para usted entonces devuélvame a mi casa sir Lawrence, si no quiere que sea su esposa, si tanto me detesta entonces… me iré de aquí mañana y regresaré con mis padres y al diablo con esta farsa y el escándalo.

Arabella estaba temblando, temblando de rabia y desesperación. Había llegado al límite, odiaba estar casada con ese lunático que no la quería, sin esperanza alguna de que las cosas mejoraran con el tiempo, al contrario, todo sería peor.

Y aterrada de que él le diera una zurra por decirle todo eso en la cara, corrió, corrió con todas sus fuerzas para escapar de su dormitorio y de esa casa si era necesario.

—¡Arabella, ven aquí! Arabella, te ordeno que regreses—dijo él.

No le hizo caso, sabía que había llegado demasiado lejos con su rebeldía y sería castigada pero al menos no se quedaría callada. Nunca sería la esposa perfecta para él porque no era una esposa de verdad.

Corrió desesperada y buscó un buen sitio para esconderse, era bueno en eso, el escondite siempre había sido su juego favorito. No la encontraría, o tardaría tanto que luego… el juego era excitante, tal vez lo más divertido en casi tres meses de matrimonio. Descubrió que enfrentarle, desafiarlo había sido lo mejor y ya no sentía cansancio ni frío. La excitación la mantuvo alerta cuando optó por ocultarse en el ala sur, las habitaciones prohibidas de Caprice. Fue un acto de osadía hacerlo pero sabía que él jamás iba allí, ni él ni nadie y podría pasar la noche en alguna de sus habitaciones sin que la encontraran. Era un estupendo escondite sí, excepto por las telarañas y los fantasmas. Pero hacía tiempo que había vivido con ellos, y no le importó. Tenía la oscuridad del recinto de su lado y además, tenía la certeza de que Lawrence no buscaría allí. No se atrevería a entrar y si lo hacía, ella quería ver qué tanto lo afectaba visitar el santuario de Caprice y había en ese gesto además de desafío cierta curiosidad.

Sin embargo estaba temblando cuando recorrió las habitaciones vacías y oscuras. La oscuridad la asustaba, no podía ver qué había más allá. Y luego de estar unos minutos empezó a preguntarse si el fantasma de Caprice estaría allí. Su padre le había dicho que los fantasmas eran almas atormentadas incapaces de hacer daño a nadie, sólo estaban allí y se iban cuando lo deseaban.

Entonces se preguntó si Caprice habría sido tan desdichada como ella. Rayos, pero al menos la idolatrada Caprice fue amada por él, tuvo la dicha de quedar encinta aunque luego lo perdiera… en realidad su historia era triste. ¿Por qué no había sido feliz? ¿Acaso no lo amaba o fue Lawrence quien lo arruinó todo por sus celos locos y temperamento del demonio?

Ella sólo quería ser una esposa adecuada, la esposa que él necesitaba pero había fallado. No, no fue ella, fue su marido que la rechazó esa noche y la acusó de haberse casado con él obligada por su familia. Cosa que era cierta pero… ¿No eran muchos matrimonios concertados por las familias? ¿Por qué era eso tan condenable? Ella jamás lo había engañado al respecto, nunca dijo sentir amor por él, sólo aceptó casarse porque a pesar de no estar locamente enamorada era un caballero guapo y joven, de modales tan encantadores. Aunque frío, circunspecto y reservado.

Arabella se preguntó por qué volvía a culparse, por qué regresaba al pasado si sentía que todo estaba perdido ahora, si mañana regresaría a su casa como había prometido hacer. Su rabia y dolor la habían empujado a decir esas palabras que no sentía del todo, pues sabía que al regresar le esperaba un infierno, ¿pero acaso no era peor vivir con un esposo que la detestaba por ser tan infantil? ¿Por no ser como Caprice?

—¡Arabella!—ese grito le heló la sangre.

Contuvo la respiración y volvió a escucharlo. Decía su nombre y estaba furioso, casi podía sentir su rabia a la distancia. Porque ella había ido al recinto sagrado de Caprice y nadie podía entrar  allí.

—Arabella, sal de allí de inmediato.

La jovencita siguió escondiéndose, buscando un nuevo escondite.

Hasta que de repente sintió unos pasos irrumpir en la habitación y fue demasiado tarde para escapar. ¡Él la había atrapado!

Quiso gritar pero sólo pudo resistirse y llorar.

—Déjame Lawrence, suéltame, me haces daño.

—Así que estabas aquí. ¿Pensaste que no vendría porque son las habitaciones de Caprice? Pero yo no le temo a los fantasmas, he vivido con ellos mucho tiempo, ¿sabes?—dijo con desdén sin liberarla.

Su esposo no estaba dispuesto a dejarla ir, estaba furioso y lo vio pálido de rabia mientras la llevaba lejos del santuario con mucha prisa.

Arabella sollozó cuando la obligó a regresar a sus aposentos y tuvo que comparecer ante su marido por su osadía de desafiarle y amenazarle con marcharse.

—Vaya, os gusta jugar al escondite madame pero yo os encontré. ¿Creísteis que me detendría si os escondíais en ese lugar?

Arabella secó sus lágrimas y lo miró nerviosa.

Lawrence sonreía triunfal sin dejar de mirarla.

—Yo gané al juego del escondite querida y os pediré una prenda, lady Arabella—dijo él.

La joven lo miró aturdida.

—No hay prendas en el juego del escondite—murmuró.

—¿De veras? Entonces tú jugabas muy mal a ese juego. Si te atrapan debes conceder una prenda, preciosa.

La joven tragó saliva, pues imaginó que la prenda sería una zurra o dejarla encerrada unos días en su habitación o el castigo que más le apeteciera.

—¿Y cuál será la prenda, milord?

Él se acercó y la miró con fijeza.

—Quiero que vayáis a vuestro dormitorio y os quedéis allí.

La joven suspiró aliviada. Menuda prenda. Irse a dormir temprano como una buena niña. Obedeció al instante pero cuando entró en su recámara no estaba sola, él la había seguido y al volverse le vio parado allí, al lado de la puerta.

Arabella retrocedió preguntándose si sería tan cruel de darle una zurra, rara vez entraba en su habitación y se imaginó que tramaba algo, algo que no sería bueno para ella.

—¿Creísteis que os concedería una prenda tan fácil? ¿Acaso me creéis tan tonto?—dijo avanzando lentamente.

—¿Qué queréis de mí, milord? Si me hacéis daño juro que…

No pudo terminar la frase porque su esposo la atrapó entre sus brazos y en un arrebato de pasión le dio un beso ardiente mientras la empujaba contra la cama.

Ella se resistió asustada hasta que dejó de hacerlo. Si la prenda sería un beso entonces se lo daría… y tímidamente extendió sus brazos y rodeó su cuello mientras la besaba una y otra vez.

Hasta que se detuvo y la miró.

—No será un beso la prenda que os pediré, un beso es muy poco por vuestra osadía—dijo burlón.

Arabella lo miró confundida.

—Ahora, os quitaré el vestido y os convertiré en mi mujer. La prenda será vuestra virtud. Podéis negaros. No os obligaré, no soy un malvado. Si os negáis os concederé la anulación preciosa, mañana regresaréis con vuestros padres, pero si aceptáis la prenda entonces seréis mi esposa de verdad y nunca más podréis negaros a mis brazos—dijo él.

Sus palabras le provocaron una emoción intensa, había deseado tanto ese momento; que en un arrebato de rabia y pasión quisiera hacerle el amor, que quisiera convertirla en su esposa pero ahora… Ahora no estaba segura de ello y vaciló. Si aceptaba no podría regresar a su casa y pedir la anulación. Ya no podría ser libre de nuevo y debería quedarse con un marido frío y de mal carácter, que la reprendería y la castigaría por desafiarlo o desobedecerle.

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