Arabella

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Arabella

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Pero rayos, se moría por ser suya, ese beso la había dejado temblando de amor y deseo pero tenía miedo…

—Si me entrego a vos, mi lord, ¿prometéis que no volveréis a castigarme?—le preguntó.

Él sonrió.

—No os castigaré si me obedecéis preciosa, si os entregáis a mí será en cuerpo y alma y nunca más os mostraréis atrevida y desafiante como hace un momento, prometo que todo irá bien.

—Vos me hiciste una escena de celos, me encerrasteis en esta habitación sin que fuera mi culpa.

—Y volveré  a hacerlo si me desafiáis. Debéis aprender a comportaros, sois mi esposa no una colegiala rebelde. Y los celos no fueron por vuestra causa sino por mi primo, no os acusé de nada. Pero os vi caer en sus brazos hace un momento y los habría matado por ello, aunque sólo fuera por error, porque tropezasteis con él.

Arabella comprendió que no podría con el genio de su marido pero si la hacía su esposa en la intimidad pensó que todo mejoraría, que él dejaría de mostrarse tan molesto y celoso.

—He deseado ser vuestra esposa desde la noche de bodas, milord, por eso me casé con vos, para ser la esposa que necesitabais—se quejó y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Él le dio un beso ardiente y apasionado.

—Pero no estabais preparada para ser mía, no como lo estáis ahora…Ahora deseáis ser tomada, antes estabas aterrada y yo no podía, no podía tomaros así, aunque tuviera derecho a ello. No soy un hombre desalmado que sólo piensa en satisfacer sus deseos egoístas. Quería que estuvieras preparada, que desearas estar conmigo—le dijo él y volvió a besarla, a abrir su corsé para besar sus pechos redondos y voluptuosos mientras la desnudaba con prisa.

Arabella no cerró los ojos como en su noche de bodas, deseaba que la desnudara y la hiciera suya, estaba temblando de deseo cuando rodaron por la cama y siguieron besándose.

Él observó su cuerpo de formas llenas, estaba más que lista para ser suya, pero no quería lastimarla, ni que sufriera.

—Cerrad los ojos, preciosa. Sé que no sabéis nada de esto, que sois muy pura e inocente pero no temáis. Quiero que estéis preparada para este momento—dijo su marido.

Arabella obedeció y sintió que él separaba sus piernas despacio y acariciaba su sexo cubierto apenas por vello rojizo. Sabía que lo haría pero no estaba asustada, ni le importaba sentir dolor, deseaba tanto ser su mujer y poder darle hijos… algo tan simple que se había convertido en una cosa imposible, inalcanzable.

—Milord, no…—dijo al comprender sus intenciones.

—Tranquila, sólo os besaré para que estéis lista para ser mía. Son caricias que no deben avergonzarte preciosa—le respondió su marido.

Ella obedeció.

No sabía nada de esas cosas pero si quería besar su monte y brindarle caricias no podía negárselo, su tía había dicho que no podía negarse a los brazos de su esposo ni a sus caricias.

Cerró los ojos y tembló al sentir que besaba los pliegues de su sexo, y gimió al sentir sus caricias intimas tan lujuriosas, no… no pudo detenerle, había atrapado sus caderas y ahora su lengua húmeda recorría la entrada de su vagina provocándole sensaciones nuevas, imborrables, tan sensuales y … era una locura, no sabía que eso pasaba en la intimidad pero de pronto sintió que llenaba su cuerpo de besos y caía sobre ella para penetrarla con su pene grueso.

No llegó a verlo. No quería verlo, le daba mucha vergüenza ver esa parte del cuerpo de su marido pero sí le conoció cuando entró en su vientre estrecho y comenzó a rozarla, a desvirgarla lentamente.

Gimió al sentir abría más sus piernas para penetrarla en profundidad. Su virginidad cedió a la feroz invasión y pensó que era maravilloso, que al fin dejaba de ser la colegiala díscola y se convertía en su mujer. Suya. Y lloró y le apretó contra su pecho mientras se besaban y rodaban por la cama y él la rozaba más fuerte que antes, sin piedad. Era tan suya, su mujer y pensó que era maravilloso, y que nunca había creído que sería tan placentero, algo tan fuerte… Lloró cuando se quedaron abrazados y fundidos en un solo ser, apretados y con el corazón palpitante y él sonrió levemente mirando sus labios, secando sus lágrimas con besos.

—¿Estáis bien, preciosa?

Ella asintió.

Y él volvió a besarla.

—Sois tan hermosa, Arabella, tan bella y radiante que creo que mataría al hombre que osara tocaros—dijo entonces muy serio.

—Nadie va a tocarme jamás Lawrence, sólo tú… ¿por qué nunca me hiciste tuya y dejaste que sufriera así?—se quejó ella con lágrimas en los ojo.

Él sonrió.

—Quería que lo desearas, que me lo pidieras, que te volvieras loca deseando que te hiciera mía.

Esas palabras la dejaron helada. ¿Entonces todo había sido planeado por él?

—Si te hubiera hecho mía esa noche me habrías odiado porque no estabas preparada, temblabas y te vi muy asustada.

—No es verdad, no estaba tan asustada, sólo es que no sabía qué hacer y me daba miedo sí pero…cuando me rechazaste me sentí tan desdichada que… Tú me rompiste el corazón Lawrence, por favor, no vuelvas a hacerlo, déjame ser tu esposa de verdad, tu compañera.

—Ahora ya lo eres preciosa, tendrás que entregarte a mí todos los días y sin reservas. Y me obedecerás en la cama y fuera de ella, sin desafiarme como lo hiciste hace un momento. Nunca más vuelvas a amenazarme con abandonarme porque lo lamentaréis. ¿Me habéis comprendido?

Rayos, todavía estaba enojado por eso.

—Sí, milord, lo prometo…yo lo siento, es que estaba desesperada, tan triste, pero no iba a hacerlo.

—Arabella, debes comprender que el matrimonio no es un lecho de rosas, nada será perfecto como tú lo sueñas. Y yo soy un hombre y vuestras niñerías a veces me enfurecen. Ven aquí, quiero que madures, que comiences  a comprender que me perteneces y debes obedecerme siempre porque si no lo haces, volveré a castigarte. Lo haré sin que me tiemble el pulso, preciosa. Hasta que aprendas a comportarte, hasta que actúes como una mujer casada y obediente—dijo.

Ella quiso protestar porque no era su culpa, diablos, era él y sus celos y sus ganas de pelear pero ya era tarde, su marido atrapó su boca en un beso ardiente al tiempo que introducía su miembro grueso en su monte para acoplarse rápido, demasiado rápido. Arabella ahogó un gemido al sentir una leve molestia y sin embargo, le encantaba la forma en que la tomaba, como un bandido, como un demonio, haciéndole sentir que era su mujer, tan suya…

Sus brazos la amarraban y sintió su pecho fuerte y ancho apretarla hasta casi quitarle el aire al tiempo que gemía de placer y la inundaba con su simiente.

—Sois tan hermosa, Arabella, tan dulce—le dijo al oído mientras copulaban.

Ella sonrió sintiéndose tan feliz de que le dijera eso, pensaba que ahora todo sería distinto y que un día llegaría a amarla. Eso deseó antes de quedarse profundamente dormida entre sus brazos.

              **************

Pensó que todo había sido un sueño, pues al despertar se encontró vestida y estaba segura de que se había dormido desnuda en sus brazos, pero alguien debió colocarle ese vestido o…

Miró a su alrededor aturdida y tiritando, pues la habitación estaba muy fría y cuando quitó la manta tembló aun más.

Entonces descubrió que su vestido estaba manchado y también la cama.

—Lady Arabella, al fin despertó. Le traje su desayuno—dijo Dolly.

Ella la miró aturdida y algo avergonzada de que viera la cama manchada con sangre.

—Necesito darme un baño ahora, la cama…

Dolly se puso seria.

—No se preocupe, avisaré a Clarise que traiga agua caliente. Yo la ayudaré pero antes coma algo, son más de las diez. El señor salió temprano y dijo que la dejara descansar pero usted sabe que no le agrada que no se alimente bien.

Arabella tomó un trozo de pan, queso y un tazón de leche. No pudo comer más, sólo quería lavarse.

—¿Dónde está mi esposo, Dolly?—quiso saber.

—Salió temprano a recorrer las tierras, lady Arabella. Estaba muy alegre esta mañana y me pidió que no la despertara. Dormía como un lirón.

Arabella se puso colorada al sentir la mirada de su doncella que parecía querer saber algo más de lo que había pasado, pero no dijo nada. Hasta que la ayudó a bañarse.

—Me duele un poco, me arde—se quejó al sentir el agua caliente en su pubis.

Dolly se puso seria.

—No se preocupe, el dolor pasará. La primera vez es muy molesto, luego no.

Arabella la miró con curiosidad.

—¿Pero cómo sabes eso, Dolly?

—Estuve casada hace tiempo, lady Arabella pero él se fue con una campesina que conoció en el pueblo. Siempre me esforzaba en complacerle, por ser una buena esposa pero él era muy guapo y siempre lo perseguían las mujeres. No lo dejaban en paz… hasta que una se lo llevó.

—¿Trabajaba aquí?

Dolly asintió mientras la ayudaba a secarse el cabello y el cuerpo.

—¿Y por qué mi esposo no envió a buscarlo? Era tu esposo, Dolly.

La doncella tenía la mirada ausente mientras continuaba el relato.

—Desapareció, lady Arabella, nunca pudieron encontrarlo y yo me quedé aquí sola. Al menos no quedé preñada porque eso habría sido más complicado aún.

Arabella se sintió mejor después del baño, ya no sentía dolor en su sexo ni tampoco sangraba. Luego recordó la noche anterior y se ruborizó ante la mirada curiosa de Dolly a través del espejo.

—Fue muy osada lady Arabella, anoche, temí que su esposo… disculpe, estaba cerca cuando riñeron y temí que la dejara encerrada.

La joven sonrió.

—Me escondí en el santuario de Caprice y él entró allí y me encontró. Pensé que no se atrevería a ir.

—Fue muy arriesgado señora, no lo haga de nuevo, no se enfade así con él… y mucho menos, no le diga que va a abandonarlo, él está loco por usted. Por eso es tan celoso.

—No iba a abandonarlo, Dolly, sólo se lo dije porque estaba harta de tanto dolor, de tanta soledad. Tú lo sabes Dolly, él no ha sido un buen esposo.

—Sí, lo sé, lady Arabella. Pero él la ama, todos lo dicen. Esas cosas se saben… no crea que se lo digo para consolarla ni nada y sé que usted le quiere, que sufre por su causa. Pero no le diga esas cosas porque él no lo olvidará y luego…

—Ahora soy su esposa Dolly, fui suya anoche y espero que eso cambie todo. Él nunca me había tocado Dolly, en nuestra noche de bodas me rechazó, dijo que no estaba preparada y… no volvió a hacerlo.

Dolly se puso pálida, como si no pudiera creerlo.

—Pensé que era usted que se negaba a sus brazos, señora. Las damas nobles no soportan fácilmente la intimidad, no fueron educadas para esos menesteres y….

—Jamás me habría negado a mi esposo Dolly, fue él que se alejó de mí y me rompió el corazón porque mi matrimonio no era lo que debía ser. Y no podía decírselo a nadie, me sentía tan triste y avergonzada. Pero eso quedó atrás y ahora, sólo sueño con que nuestro matrimonio sea tan dichoso como siempre lo desee.

Dolly se quedó pensativa.

—Caprice sufría cada vez que él la tocaba lady Arabella, ella no podía soportar la intimidad con su esposo. Era un tormento para ella y cuando quedó encinta pensó que al fin se vería libre de la intimidad. No sabía que los hombres siempre necesitan eso… tal vez por eso él temía que la historia se repitiera. Por favor, no diga a nadie que le dije esto, sólo sea más comprensiva con sir Lawrence, él tiene un temperamento fuerte como el de su padre pero es un buen hombre y si quiere ser una buena esposa para él, nunca se niegue a sus brazos, aunque no lo desee. Los hombres necesitan la intimidad. No soportan estar mucho tiempo sin una mujer en su cama. Disculpe mi franqueza. Sé que no la educaron así pero muchos matrimonios pelean por esa causa, porque las damas no quieren tener intimidad con sus maridos y luego ellos, deben buscarse una querida de forma discreta. Aunque sé que sir Lawrence jamás lo haría, él es un hombre de firmes principios y convicciones.

—Dolly, ¿cómo es que sabes tantas cosas? Me sorprendes.

—Aquí todo se sabe, lady Arabella. Los criados comentan…además trabajé para otra dama antes de venir aquí para la señora Caprice.

—¿Fuisteis su doncella?—preguntó lady Arabella.

Dolly asintió.

—¿Por eso sabéis tantas cosas de Caprice, y de mi esposo?

—Pero él no desea que hable, señora. Creo que no debí hacerlo. Por favor no diga nada o me despedirá.

—No lo haré Dolly, puedes estar tranquila. Es que no comprendo por qué no deja que nadie hable de Caprice. Él estuvo allí anoche, pensé que jamás entraba en el santuario.

—Lady Arabella, no es un santuario. No es lo que imagina, pero no puedo decirle más que eso. Trate de no pensar en Caprice, sé que es difícil porque su esposo es viudo y las esposas siempre se obsesionan con al anterior esposa pero… eso no le hará ningún bien. Él no quiere hablar de Caprice, ni que nadie la mencione. Tiene razones para ello pero usted es ahora su esposa y debe pensar en su matrimonio, no en Caprice. Ella está muerta señora, es el pasado. Usted es el presente.

Arabella pensó que era un consejo muy sensato, y que resultaba desconcertante que su doncella le hablara con más tino que su propia familia, que pudiera hablar con ella como no podía hablar con nadie más.

Y tal vez tuviera razón. Ahora todo sería diferente. Acababa de convertirse en la esposa de Lawrence. Se estremeció al recordar sus besos y caricias.

Y cuando escuchó las doce campanadas, poco después del gran reloj de péndulo quiso verle. ¿Dónde estaría?

Pero cuando quiso salir, encontró la habitación cerrada.

No podía ser.

Y su doncella se había ido hacía un momento y no le había dicho nada.

Tocó del cordel de forma enérgica. Debía haber algún error, tal vez Dolly se confundió y cerró con llave antes de irse.

De pronto la puerta se abrió y ella corrió a su encuentro pensando que era Dolly, pero se equivocaba, era su esposo que acababa de regresar de su paseo a caballo y se veía algo cansado, sin embargo sonrió al verla.

—Buenos días preciosa, dormías como un lirón—dijo.

Ella se acercó ilusionada y él la rodeó con sus brazos para darle un beso ardiente y apasionado.

—Iba a ir a buscarte pero la puerta estaba cerrada—se quejó.

Él la envolvió entre sus brazos.

—Es que no quería que salieras de la habitación preciosa, quería tenerte sola para mí, antes del almuerzo—le dijo llevándola lentamente a la cama.

—Entonces, ¿vais a castigarme de nuevo?—se quejó con un hilo de voz.

—No… no voy a castigaros, sólo quería que estuvieras aquí para mí cuando regresara. No os castigaré a menos que cometáis una falta, lo prometo—dijo él quitándose el chaleco y abriéndose la camisa.

Arabella se quedó mirándole sorprendida. Creía que sólo tendrían intimidad en la noche, con las luces apagadas.

Pero cuando sintió sus besos supo que lo harían ahora y él le quitó el vestido con rapidez pues se moría por besar su cuerpo y verla desnuda.

La joven se sonrojó al sentir su mirada y tembló más cuando comenzó a besar sus pechos y apretarlos con fuerza mientras sus manos acariciaban sus nalgas despacio y sus besos resbalaban por su vientre.

—No debes sentir vergüenza, sois tan hermosa. Tan dulce…—dijo antes de hundir su boca en su sexo.

Cerró los ojos turbada y se resistió.

—No, por favor… —murmuró.

Pero él la tenía atrapada y no podría escapar. Y sin embargo se sintió húmeda y excitada, sintiendo cosas que no podía entender. Y entonces lo vio desnudo. Era un hombre tan hermoso y fuerte, su pecho y brazos parecían esculpidos de piedra y sus piernas eran las de un titán, fuertes y largas y su virilidad se le antojó muy grande, pero como nunca había visto a un hombre desnudo no sabía si todos eran así.

Él sonrió al ver su desconcierto y le pidió que lo acariciara.

—Tócame—dijo.

Arabella obedeció sonrojada y lo tocó con la mano apenas, a lo largo y en la cabeza ancha y reluciente.

Ahora entendía por qué le había dolido tanto la noche anterior y no entendía ni cómo pudo entrar algo tan inmenso.

—Preciosa, un día sonreiré cuando te escuche gritar de placer—dijo acariciando sus pechos y luego los besó mientras acomodaba su virilidad y la introducía en su vagina. Gimió al sentir que lo hacía con brusquedad y comenzaba a rozarla con fuerza mientras todo su cuerpo la inmovilizaba y caía sobre ella. Su lengua invadió su boca y ella se rindió a las feroces embestidas, a esa inmensidad en su vagina recién estrenada y estrecha.  Y sin embargo, a pesar del dolor le gustó, le gustó sentir ese roce, la presencia de su esposo en su cuerpo, esa unión tan íntima y anhelada.  Y lentamente comenzó a relajarse mientras lo abrazaba y apretaba contra sus pechos llenos y sentía que se hundía por completo en su sexo hasta llenarla con su simiente. Sintió cómo ese líquido golpeaba en su interior mientras él suspiraba aliviado. Pero sólo era el principio, descansó un momento y luego notó que estaba firme como roca.

—Tú querías ser mi mujer preciosa, no lo olvides y ahora no escaparás a que os haga mía durante horas—le dijo al oído antes de darle un beso salvaje y rozarla de nuevo.

Arabella sintió que era el paraíso, le gustaba tanto estar en la cama con su esposo que no quería salir de allí.

Lo amaba, estaba loca por él y lo sabía. Ni siquiera sabía bien cómo había pasado pero en sus brazos se sintió como si flotara en una nube, una nube de felicidad en medio de tantos nubarrones de celos y dolor. Lawrence era su amor, su vida y pensaba que tenían un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para estar juntos, amarse y ser felices.

*************

La inminente llegada del invierno se hizo sentir en Wensthwood, los días se hicieron fríos, tanto, que en ocasiones sólo podía salir a media mañana porque estaba helado y su esposo temía que fuera a resfriarse.

Pero a la mansión entraban y salían invitados, parientes y amigos y también cartas.

Y fue por ellas que se enteró que su hermana Beatrice acababa de comprometerse con un caballero viudo, amigo de su padre. Conocía a sir Edward Merton muy bien y Arabella pensó que ese hombre era muy viejo para su hermana y tampoco era muy guapo. ¿Por qué habría aceptado casarse con él?

Luego se dijo que ella también había aceptado casarse con su marido porque su familia la había obligado. Tan sencillo como eso.

Estaba leyendo cuando su esposo apareció muy serio.

—¿Quién os dio las cartas, Arabella?—preguntó como si leer su correspondencia fuera un delito.

—Disculpa, sólo leí las que estaban dirigidas a mí—le respondió.

Él se quedó tieso al comienzo y miró las cartas con expresión fiera.

—Pues no debiste hacerlo. No hasta que yo las leyera primero.

Arabella supo que había hecho algo mal y le entregó las cartas de inmediato.

—Lo siento, sir Lawrence.

Notó que su marido tomaba las cartas y las leía sin decir palabra.

Ignoraba que hiciera eso.

Bueno, ahora entendía por qué las cartas siempre llegaban abiertas a sus manos, debió imaginarlo. Su padre hacía lo mismo. Él leía todas las cartas o su madre lo hacía y luego nos entregaban la correspondencia a mis hermanas y a mí. Solía recibir cartas de mis primas, amigas, pues estaba de moda cartearnos pero mis padres lo sabían, sin embargo, a pesar de que esas cartas eran intranscendentes en una ocasión retaron a mi hermana mayor porque una de sus amigas del colegio le habló de que se había besado con su primo en secreto. Eso era inadecuado y desde ese día no hubo más cartas de esa joven.

No podía creer que su marido pensara que alguien iba a escribirle algo que fuera inapropiado, pero allí estaba, celoso y alerta con lo que pudiera descubrir.

Arabella lo miró asustada. No entendía por qué tenía esos celos. Sin embargo lo vio relajarse  un poco y poner expresión de aburrimiento mientras leía la carta de su madre.

¡Qué suerte que no le había escrito nunca a su tía quejándose de su marido! Pensó, creyendo que era una ingenua al imaginar que él no leía sus cartas.

—Ten querida, puedes leer las cartas ahora pero recuerda lo que os dije. Cuando veas cartas en la bandeja de plata del comedor dirigidas a ti, espera a que las lea y luego estén en vuestra mesa de luz para ser leídas.

Arabella lo aceptó sin entender por qué lo hacía. ¿Acaso creía que recibiría cartas inapropiadas?

—Ahora ven preciosa, hace mucho frío aquí y te llevaré a nuestro dormitorio. Te ves pálida. Creo que deberías descansar—dijo.

Ella sonrió cuando tomó su mano y la condujo a su alcoba, aunque luego se preguntó si eso no sería un castigo por haber cometido una falta. Era un hombre tan estricto y no podía creer que actuara como su tutor otra vez.

Pero cuando la puerta se cerró, supo que él no quería castigarla, se había quitado el chaleco y la miraba con una sonrisa.

Arabella se sentó en la cama y lo miró inquieta y excitada por lo que pasaría luego. Sintió que su corazón latía acelerado cuando se acercó y la tendió en la cama para besarla. Se moría por hacerle el amor, lo sintió cuando comenzó a besar sus labios y sus besos resbalaron por sus pechos. Sin embargo, no se detuvo como otras veces en demorar la cópula sino que poco después separó sus piernas despacio y sin más introdujo su miembro duro y erguido en su vientre tan rápido que ella gimió y murmuró. “Aguarda, ve despacio”.

Él la miró y atrapó sus labios y su boca llenándola con su lengua mientras se hundía por completo en su monte con la desesperación de un loco y comenzaba a rozarla. Sintió que no era delicado como siempre, que algo le pasaba pero se quedó quieta y lo abrazó y se entregó a él porque era su marido y sabía que nunca podría negarse. Ni ella querría hacerlo.

Cuando sintió que la mojaba notó que se calmaba y sus caricias se volvían tiernas. Pero no la dejó en paz. Quería hacerlo de nuevo y a pesar de que escucharon las campanadas anunciando el almuerzo, ella no pudo ir porque su marido la estaba poseyendo de nuevo. Sabía que una sola vez era poco para él, se había acostumbrado a ello y lo aceptaba y lo abrazó pero él quería hacer algo más y cuando quitó su miembro para tenderla de espalda lo miró espantada. No sabía lo que planeaba pero…

—Quédate quieta preciosa, quiero que seas toda mía—le dijo.

Arabella tardó en comprender lo que planeaba hasta que lo supo. Quería introducir su miembro en sus nalgas y eso la asustó un poco.

—Tranquila, no temas, eres mi esposa ahora y tu deber es complacerme—le recordó él.

Pero ella se asustó y quiso correr, no estaba preparada para esos juegos y Lawrence rió al ver que se le escapaba.

—Cálmate preciosa, ven aquí, no te haré daño, no me mires así. Tienes un cuerpo hermoso y un trasero que me tienta, ángel—dijo.

Arabella cayó rendida en la cama boca abajo mientras él la convencía con besos y caricias. No podría escapar de complacerle pero él al notar que estaba tan asustada desistió de intentarlo y al ver su vagina blanca y rosada húmeda decidió introducirse en su monte y probar esa posición que lo excitaba como a un demonio.

Primero debía calmarla. Hacer que se tranquilizara y se rindiera a él.  Notó que lo hacía, que lentamente disfrutaba esa cópula y él atrapó sus labios y besó su cuello y apretó sus pechos hasta que lo hizo, la llenó con  unas gotas de semen y luego retiró su miembro y lo introdujo en sus nalgas, húmedo y lubricado como estaba.

Ella no se resistió pero él lo hizo muy despacio, muy lentamente porque sabía que nunca lo había hecho.

—Preciosa, eres tan hermosa, no temas… es sólo otra forma de saber que eres mía, mía por completo—dijo y pudo introducirse en ese canal hasta el fondo y comenzó a rozarla una y otra vez al sentir que ella se rendía y suspiraba por la feroz invasión y por sus caricias son sus dedos.

Arabella gimió de placer al sentir que su vagina se contraía de forma rítmica, no sabía qué era pero pensó que nunca había sentido algo tan maravilloso en su vida y comenzó a moverse de forma instintiva y él supo que no podría aguantar más su placer y llenó sus nalgas con su semen, lo hizo mientras la besaba y la apretaba contra la cama y suspiraba de alivio y placer.

—Ahora eres mía, mía por completo, cielo—le dijo al oído.

Ella se emocionó al sentir su abrazo apretado y pensó que nadie le había avisado de eso, todo era nuevo para la joven, nuevo y excitante. Pensó que algún día la amaría tanto como a Caprice, que si le complacía en todo y era una esposa obediente, todo iría bien.

Y al principio todo estuvo muy bien en ese sentido.

Hasta que comenzaron los celos.

Una tarde, la señora Edelweiss los invitó a su fiesta.

El tiempo era benigno, había mucho sol y excepto por las nubes y el viento algo fresco, era un día maravilloso. Arabella deseaba poder dar fiestas en Wensthwood pero su marido frenó su entusiasmo porque dijo que no le agradaban y lo consideraba un gasto superfluo.

La joven no insistió pero ella quería salir un poco y hacer sociabilidad y nuevas amigas en el condado.

La señora Elen Edelweiss era muy simpática y sociable, tenía muchas amigas y ella quería ser incluida en su círculo de amistades. Recibir esa invitación era una buena señal.

Sus parientes y primas, sus viejas amigas ya no la visitaban como antes. Suponía que por el mal tiempo y la distancia.

Y mientras se aprontaba para salir Dolly terminó de peinarla con un moño y le dijo que estaba hermosa.

—Será la envidia de la fiesta, señora Arabella—dijo.

Entonces, vio a su marido mirándola por el espejo muy serio, casi disgustado.

La joven le sonrió pero él no respondió a su sonrisa.

Y cuando una hora después llegaron a la fiesta siguió con esa cara larga, alerta a todo y pendiente de su ella.

Arabella se dio de lo que pasaba cuando la vio conversando con un caballero y su cara se transformó, sufría de celos, no podía soportar que otro hombre se acercara a ella a conversar. No era la primera vez que lo veía ponerse así. ¿Por qué? ¿Acaso la creía una coqueta?

La joven se alejó y se reunió con su esposo pero él no la invitó a bailar ni le habló el resto de la velada. Y al final,  se quedó sentada en un rincón conversando una anciana demasiado vieja para unirse al baile. Su esposo se había alejado para conversar con unos caballeros y la joven optó por quedarse allí, aburrida como un hongo a pesar de que se moría por bailar, no quería despertar sus celos.

 

Celos

Arabella deseaba hacer nuevas amistades en el condado, y por eso fue a visitar a Edelweiss con su esposo en varias ocasiones. Sin embargo él no parecía muy contento con la idea. Volvía a sufrir celos, o no le agradaba que saliera sola, en realidad Dolly era quien la acompañaba cuando su esposo no podía.

Eran cerca de las cuatro cuando asistió a un té en la casa de lady Anne Wellington, la amiga más cercana de Edelweiss. Para la ocasión llevaba un vestido no muy lujoso color beige junto a una pequeña carterita que en realidad servía de adorno pues dentro sólo tenía un pañuelo, guantes blancos y una capa por si refrescaba.

Durante el viaje habló con Dolly sobre los celos de su esposo.

—Cada vez que me acompaña es como si… tengo la sensación de que me observa y cree que… No sé lo que piensa pero no parecer agradarle que haga nuevas amistades.

Dolly se puso seria.

—Es que su esposo es muy celoso, lady Arabella—le respondió.

—Es demasiado, no hay manera que… he tratado de hablarle pero él lo niega. Niega ser celoso.

Dolly sonrió.

—Señora, es que está loco por usted y no confía en nadie de ese condado. No todos son caballeros tan respetables. Es por eso. No le dé importancia. Al contrario, debería sentirse feliz porque sus celos significaban amor y devoción.

Arabella sonrió.

—¿Tú lo crees?

—Por supuesto. Él vive pendiente de usted y le aseguro que… jamás lo vi tan celoso. Sir Lawrence no era así antes.

Aquello la intrigó.

—¿Y cómo era mi esposo antes, Dolly?

—Era muy alegre, un hombre confiado, tan bueno. Su padre tenía miedo por eso y lo envió a Londres una temporada para que se endureciera un poco. Sin embargo él no cambió, ni tampoco cuando estaba casado con Caprice…

De nuevo Caprice. Y con ella la prohibición de mencionarla.

—¿Entonces dices que fue su anterior esposa quien lo cambió?

Dolly asintió.

—No puedo decirle por qué, perdóneme lady Arabella. Sólo quise responder a su pregunta lo mejor que pude hacerlo. Sir Lawrence cambió, su carácter se resintió pero eso no es más que una coraza señora, creo que su esposo tiene un corazón bueno y tierno. A pesar de sus celos y temperamento. Él está enamorado de usted y por eso sufre de celos. Tiene miedo. Eso es todo. No es su culpa. Él sabe que es toda una dama y que jamás cometería una indiscreción, no es por usted, es por él. Sea paciente, ya se le pasará.

Arabella sonrió feliz pensando que él la amaba y por eso sufría de celos, y pensó que su doncella era la persona que más conocía a su marido y también a Caprice. Sabía bien la historia de ese matrimonio pero no podía decírselo.

—Dolly, quiero darte las gracias, tus palabras me han dado alivio sí pero … no me siento tan segura de que sea así. En ocasiones mi esposo se aleja de mí, no me habla, cuando algo le molesta se va, se aleja y no hay manera de que se quede y me diga lo que le pasa.

—Es su forma de ser, no quiere reñir.

—Dolly, no me engañes… Sé que él no me ama como amó a Caprice. Y pienso que si al menos pudiera quedar encinta pero…

—Lady Arabella algunas damas tardan en quedar embarazadas la primera vez, usted es muy joven y además…

Arabella se puso colorada.

—Debería estar embarazada, Dolly.

—Tenga paciencia. Y quiero darle un consejo íntimo si me lo permite, lady Arabella.

Ella la miró intrigada.

—¿De qué se trata, Dolly?—quiso saber.

—Bueno, es que oí algo una vez que recetó un doctor a una señora del condado que no lograba quedar embarazada y sufría ataques de nervios. Debe estar tranquila lady Arabella, no obsesionarse con eso y luego de la intimidad… no debe correr a darse un baño. Debe quedarse quieta en la cama. Disculpe mi franqueza pero el aseo inmediato hace que la semilla salga de su cuerpo, y es allí donde debe estar para que pueda convertirse en un bebé.

Arabella pestañeó inquieta. ¿Cómo decirle a su doncella que su esposo le hacía el amor en los momentos más inoportunos, no sólo en las noches, sino que tenía la costumbre de hacerlo luego del almuerzo, cuando se retiraban  a descansar, y ella no podía ir así a ver a sus amigas. Necesitaba asearse.

Como ese día por ejemplo, cuando estaba lista para ir al té Lawrence se acercó y la abrazó y le dijo que estaba hermosa.

—Ven aquí a la cama, es temprano—insistió.

—No puedo, nos espera lady Wellington. ¿Lo olvidas?

—Al diablo con esa fiesta, yo sólo quiero tenerte a ti—le dijo y le quitó el vestido. Sabía que no podría negarse a sus brazos ni querría hacerlo. Ella era demasiado tímida para tomar la iniciativa y además, él siempre la buscaba y Arabella extrañaba que no lo hiciera.

Hacer el amor con su marido era toda una aventura. Nunca era igual y esa tarde la desnudó y luego de acariciar sus pechos y besarla introdujo su miembro y no se detuvo hasta dejarla mojada. Empapada y ella, avergonzada de tener que ir a una fiesta en ese estado, corrió a darse un baño.

Suspiró al recordar esa cópula rápida y habría deseado quedarse con él cuando supo que no iba a acompañarla, pero se moría por pasear, no podía pasarse encerrada en Wensthwood, necesitaba hacer amigas.

—Lo haré, Dolly—dijo y suspiró pensando en su esposo.

Cuando llegaron a la mansión de lady Wellington observó maravillada los espléndidos jardines y luego, al entrar en el salón se sintió levemente cohibida, a pesar de que su anfitriona fue corriendo a recibirla y se esmeró por hacerla sentir bienvenida presentándose a sus amigas más cercanas.

Tras vencer su timidez fue capaz de sentarse y jugar una partida de cartas con un grupo de seis jóvenes damas de su edad, recién casadas como ella.

De pronto se preguntó por qué no había ninguna dama encinta en la reunión y le hizo esa pregunta a lady Anne.

Ella le sonrió.

—Las damas en estado avanzado de preñez no van a tertulias, Arabella. Se quedan en casa haciendo reposo hasta la llegada de su hijo. ¿No lo sabías?

Arabella se puso colorada al sentir la mirada azul de su anfitriona. Era una dama hermosa, con un cabello rubio y unos bucles perfectos.

—Qué extraño, a casa de mi madre asistían damas en avanzado estado de preñez. Eran amigas suyas y nunca las vi alejarse.

—Bueno, algunas lo hacen pero no es prudente, podría perder a su hijo por no hacer la debida quietud. ¿Pero por qué lo preguntas? ¿Acaso estáis esperando un bebé?

Arabella se puso colorada al sentir muchos ojos puestos en ella.

—No… todavía no.

—¿Pero cuándo os casasteis, querida?—preguntó una joven de nariz larga  y mirada astuta.

—Hace cuatro meses casi—respondió.

No era una fecha exacta, y su madre no dejaba de preguntarle si tenía noticias cada vez que la veía.

—Es muy pronto y tú eres muy joven, ¿verdad?—insistió la joven de nariz larga. Había algo de burla en su expresión o tal vez lo imaginó.

—Tengo dieciocho.

—¿Dieciocho y lleváis cuarto meses casada? Mi padre jamás lo habría permitido. Sois casi una niña—le respondió nariz larga.

Arabella no replicó y fue su anfitriona quien la salvó de ese momento incómodo invitándola a dar un paseo por el salón.

—Ven querida, quiero presentarte a mis amigas.

Cuando se alejaban, tomadas de la mano, Anne le dijo:

—Disculpa a Cathy, ella es algo ácida porque… se ha vuelto una rebelde que está en contra del matrimonio y que las mujeres nos casemos tan jóvenes. Está organizando algo llamado liga de las mujeres y tienen pensado luchar por el divorcio y el voto femenino. Ambas cosas son impensables y una completa locura. Es decir, el matrimonio es sagrado y sólo la muerte puede terminar con él y el sufragio… pues yo creo que a las mujeres no nos interesa para nada la política.

—Estoy de acuerdo contigo Anne, ¿quién cuidará de nosotras si perdemos a nuestros esposos? Creo que Cathy tiene ideas que van contra las buenas costumbres pero no me sorprende, mi tía Nell estaría encantada de formar parte de esa liga de mujeres, la pobre es una solterona que tiene muy mala opinión de los hombres.

Anne rió.

—Sí, no te preocupes, en todas las familias hay muchas tías como esa y también señoritas como Cathy. Yo la aprecio porque su padre es primo de mi madre y el parentesco es un lazo sagrado pero no comparto para nada sus ideas locas y progresistas. Creo que ella es como el salmón que nada contra la corriente. Y no me preocupa para nada que intenten promover la ley del divorcio porque nuestra reina defiende el matrimonio y las buenas costumbres y ha dicho que no la aprobará. Pero en Londres muchos caballeros liberales creen que pueden cambiar de esposa como de camisa, sin importarles más que sus deseos mezquinos. Pero la reina no lo permitirá. Ella defiende el matrimonio y a las mujeres por supuesto.

Sin embargo su prima Cathy no fue lo único malo que le pasó en esa tertulia, pues mientras conversaba y le presentaban a las amigas de su anfitriona escuchó una conversación que la dejó muy alterada.

—No se parece en nada a Caprice—dijo un caballero.

—Oh, por supuesto que no. Caprice era un ángel. No hay una mujer que le llegue a los talones en todo el condado. Era una joven preciosa, tan buena. Además a esa jovencita le falta un buen hervor.

—Eso mismo digo yo… un buen hervor.

—Caprice era una mujer preciosa, qué triste que su vida terminara así—dijo otra voz.

—Lo triste fue que la casaran con ese hombre tan malo y desconsiderado.

No pudo seguir escuchando la conversación y se alejó.

De nuevo el fantasma de Caprice presente en su matrimonio, en su vida, a donde fuera ella estaría allí. Y lo peor no era que dijeran que le faltaba un hervor, sino que comentaran que su esposo era malo y desconsiderado con Caprice.

De regreso a Wensthwood, le comentó a su doncella la extraña conversación que había escuchado. Se sentía abatida y se preguntó si lady Wellington también la consideraba tonta y aniñada.

Dolly sin reparos que eran poco educados al hacer esos comentarios.

—¿Es verdad, Dolly? ¿Caprice era un ángel y mi esposo no fue bueno con ella? ¿Por qué todos creen que es un ángel?

—Señora Arabella, la gente habla y dice tonterías. No debieron decir eso a sus espaldas, rebela muy poca educación y también maldad. Usted es una dama casada, no una colegiala y me causa disgusto pensar que ha tenido que soportar que esa dama remilgada la llamara inmadura. Creo que ha sido demasiado atrevimiento y maldad, aunque yo diría que es envidia porque muchas damas que usted ha mencionado coqueteaban con su marido cuando él quedó viudo y venían aquí a invitarle a sus reuniones. Él jamás les prestó atención y por eso ahora están celosas que saber que se casó con usted.

—Dolly, no me has respondido sobre Caprice.

—Señora Arabella, usted es una joven preciosa y su esposo la adora, no necesita preocuparse por su esposa anterior. La pobre está en el cielo, muy lejos de todo y usted parece obsesionada pensando que su esposo todavía la ama pero no es verdad. Él quiso olvidarla, lady Arabella, y a pesar de que luego de su muerte dijo que no tomaría esposa dos años después se casó con usted señora. Y usted es su esposa y su nueva familia, debe luchar por su matrimonio y por ser feliz en vez de tratar de saber qué pasó con Caprice.

Arabella guardó silencio hasta que vio por la ventanilla del carruaje Wensthwood, su hogar.

—Quisiera olvidarla, Dolly, dejar de pensar en ella pero siempre la nombran y es como un fantasma, ella está allí como si quisiera decirme algo. Dolly, hay algo misterioso en todo esto no es así? Sus habitaciones cerradas, el que mi esposo prohibiera hablar de ella.

Dolly la miró con fijeza.

—Señora Arabella, sólo puedo decirle que no fue un matrimonio feliz y que su esposo carga con una dura cruz por ello. Porque Caprice se suicidó en la playa.

Ella lo sabía por supuesto, por Melania, la prima de su marido.

—¿Entonces es cierto eso? ¿Pero por qué lo hizo, Dolly? ¿Tan desdichada era?

Dolly asintió.

—Perdió un embarazo, lady Arabella. Y no soportaba tener intimidad con su marido. No estaba hecha para el matrimonio, ¿comprende? Hay mujeres así. Y sir Lawrence se moría por estar con ella, la amaba y para los hombres… es muy importante la intimidad porque es una de las razones para que tienen una esposa, lady Arabella.

Sí, ella lo sabía. Su esposo era ardiente y sensual y le hacía el amor casi todos los días.

—¿Y por eso cometió la locura de lanzarse al mar ese día helado? No puedo creerlo, Dolly.

—Es verdad, lady Arabella. Caprice no era feliz y me contaba cosas que no puedo revelar. Son confesiones íntimas, ¿comprende? No puedo decirle. Pero no hay dudas de que se suicidó y fue tan horrible que su esposo estuvo a punto de hacer una locura. No podía concebir su vida sin su esposa, se sentía culpable.

Dolly calló de repente, acaban de llegar a Wensthwood y allí estaba prohibido hablar de Caprice.

Su esposo aguardaba impaciente en el salón.

—Habéis tardado demasiado—dijo.

Arabella notó que Lawrence estaba nervioso y con cara de celoso. No estaba solo, un grupo de amigos aguardaba para disfrutar de la cena.

Se disculpó y saludó a los presentes. Luego se alejó para cambiarse para la cena.

Sin embargo Lawrence apareció en la puerta y el preguntó cómo había estado la reunión.

Arabella le dijo todo con la mirada, no pudo aguantarse.

—¿Qué pasó, pequeña? Te ves triste—dijo él.

Arabella le habló de esa joven, Cathy Raveston pero no mencionó los comentarios que escuchó de Caprice.

—¿Cathy Raveston? Dios mío, esa mujer  es una harpía. La conozco. No quiero que hagas amistad con ella, está reuniendo jóvenes para quejarse por el sufragio y el divorcio. Una pequeña revoltosa.

Arabella sonrió cuando su esposo dijo eso y él la besó.

—Te eché de menos pequeña. ¿Por qué te fuiste hoy? Quería que te quedaras—le dijo rodeándola con sus brazos.

Arabella respondió a su abrazo con un beso tímido y él lo convirtió en ardiente. En un abrazo apretado, mientras la llevaba despacio a la cama.

Al adivinar sus intenciones Arabella le recordó que tenían invitados, pero él sonrió.

—Tendrán que esperar, preciosa. Ven aquí.

Antes de que pudiera protestar ya le había quitado el vestido y la llenaba de besos y caricias. Ella no pudo resistirse y cuando sintió que llenaba su monte de besos húmedos supo que estaba perdida, no escaparía ni querría hacerlo…

—Arabella, eres tan hermosa—le dijo al oído mientras la llenaba con su semilla y la apretaba contra la cama con gesto posesivo.

Ella lo miró y sonrió. Lo amaba tanto y de pronto se lo dijo entre susurros y sus palabras se perdieron entre suspiros cuando su marido volvió a besarla y la retuvo para hacerlo de nuevo. No podría escapar y no le importó, quería quedarse con él.

***********

Entonces llegó la tormenta.

Una mañana amaneció tan oscuro que no parecía un amanecer sino por el contrario, no había luz pues las nubes plomizas cubrían por completo el sol y los truenos no tardaron en sentirse.

Se avecinaba una gran tormenta de invierno y Arabella despertó asustada, sin saber qué pasaba, inquieta por los truenos.

Estaba sola en su habitación y decidió salir a investigar.

¿Qué hora serían? ¿Acaso todavía era de noche?

Por un instante dio vueltas confundidas, preguntándose dónde estaría su marido.

Entonces vio a Dolly y a otras criadas que iban de un sitio a otro cerrando y asegurando ventanas.

—Dolly, ¿qué está pasando?

Su doncella la miró.

—No tema señora, es un tormenta. Necesitamos cerrar todo. Regrese a su habitación, le llevaré el desayuno en un momento.

Arabella obedeció pero no pudo evitar sentirse nerviosa por toda la situación, nunca había ocurrido eso. En invierno hizo mucho frío y estuvieron aislados durante semanas por la nieve sin embargo nunca había presenciado una tormenta como esa.

Dolly apareció poco después con el desayuno.

—¿Dónde está mi esposo, Dolly?—le preguntó.

Su doncella la miró.

—No lo sé… creo que fue a ayudar hace un momento, pero no salga de la habitación, quédese allí por favor lady Arabella.

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