Arabella

Arabella


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Esa impresionante perspectiva hizo enmudecer a Arabella. Sólo pudo mirar a su madre mientras ésta enumeraba todas las delicias que la esperaban en Londres.

—¡Lo que siempre he deseado para ti! Seguro que te consigue una invitación para ir a Almack’s, porque conoce a las patrocinadoras. Y te llevará a conciertos y al teatro. Y a las fiestas de la buena sociedad. Desayunos, salones, bailes… ¡Ya verás cuántas oportunidades tendrás, tesoro! Ah, y también dice que… ¡pero eso no importa!

—Pero madre —consiguió balbucear Arabella—, ¿cómo lo haremos? ¡Piensa en los gastos! No puedo… no puedo ir a Londres si no tengo ropa que ponerme.

—¡No, claro que no! —admitió la señora Tallant, risueña—. Eso sería espantoso, desde luego.

—Sí, madre, pero ya sabes que me refiero a ropa adecuada. Sólo tengo dos vestidos de baile, y aunque son perfectos para el salón de Harrowgate y para las fiestas rústicas, no son bastante elegantes para Almack’s. Sophy le ha pedido prestadas a la señora Caterham sus

Montly Museums, de manera que he estado mirando los modelos que aparecen, y es todo demasiado lujoso, madre. Todo lleva adornos de diamantes, o de armiño o de encaje.

—No te alteres, querida Arabella. Te aseguro que he pensado en todo. Debes saber que hace mucho tiempo que lo tengo planeado. —Reparó en la expresión de perplejidad de su hija y volvió a reír—. ¿Acaso creías que iba a enviarte a la ciudad vestida de campesina? ¡No estoy tan chiflada! He estado ahorrando para esta ocasión desde ya no recuerdo cuándo.

—¡Madre!

—Mira, tengo un poco de dinero mío —explicó la señora Tallant—. Tu querido padre jamás quiso utilizarlo, y me pidió que lo gastara en lo que yo quisiera, porque me gustaban mucho los caprichos y él no soportaba pensar que cuando me desposara con él no podría ofrecérmelos. Eso son tonterías, por supuesto, y te aseguro que en cuanto nos casamos dejé de pensar en esas fruslerías. Pero me alegraba disponer de ese dinero para gastármelo en mis hijos. Y a pesar de las clases de dibujo de Margaret, y del maestro de piano de Sophy, y del abrigo nuevo de Bertram, y de esos pantalones amarillos ajustados que no se atreve a enseñarle a tu padre (ay, qué chico tan bobo, ¡como si vuestro padre no lo supiera ya!), y de haber tenido que llevar a la pobre Betsy al médico tres veces este año, he conseguido ahorrar un poco para ti.

—¡No, madre, no! —exclamó Arabella, muy turbada—. Prefiero no ir a Londres si vas a tener que gastarte tanto dinero.

—Eso lo dices porque estás conmocionada, hija mía —replicó la señora Tallant con serenidad—. Yo lo veo como una inversión, y me sorprendería muchísimo no obtener un excelente beneficio de ese dinero. —Vaciló un momento y, escogiendo con cuidado las palabras, añadió—: Estoy segura de que no hace falta que te diga que tu padre es un santo. Es más, no creo que exista ningún esposo ni padre mejor que él. Pero no es nada pragmático, y cuando uno tiene que asegurarse el bienestar de ocho hijos, no hay más remedio que aguzar el ingenio. Nuestro querido James no me preocupa lo más mínimo, desde luego; y como Harry está decidido a ser marino, y su tío se ha prestado a utilizar sus influencias para ayudarlo, su futuro está asegurado. Pero admito que no estoy muy tranquila respecto al pobre Bertram; y no sé dónde voy a encontrar esposos adecuados para todas vosotras en este vecindario tan reducido. Bueno, sospecho que a tu padre no le gustaría que te hablara con tanta franqueza, pero eres una muchacha muy sensata, Arabella, y no tengo inconveniente en sincerarme contigo. Si consigo darte una situación respetable, quizá puedas ocuparte de tus hermanas, y si tuvieras la suerte de casarte con un caballero bien situado, tal vez hasta podrías ayudar a Bertram a adquirir una buena plaza. No estoy diciendo que debiera comprarla tu esposo, desde luego, pero quizá tuviera influencia en el regimiento de los Horse Guards, o algo parecido.

Arabella asintió, pues no era ninguna novedad para ella que, siendo la mayor de cuatro hermanas, se esperaba que se casara con un buen partido. Sabía muy bien que ése era su deber.

—Madre, haré cuanto esté en mi mano para no decepcionarte —dijo de todo corazón.

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