Arabella

Arabella


Capítulo 13

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Sentía cómo iba desmoronándose esa amarga calma a medida que se acercaba al hogar de él. Justin debía de estar allí, esperando. No sólo ese día tendría que enfrentarse a él, sino al día siguiente, y al siguiente. Por un instante pensó en enfrentarse a él, en clamar otra vez su inocencia, en exigir que le revelase quién le había contado tan sucia mentira. Imaginó la escena, y se vio a sí misma suplicando, a él rechazando las súplicas, como la noche anterior. El instinto le indicó que, tras la ira de la noche pasada, seguiría sin creerle. Previó una furia renovada y una salvaje represalia. En ese instante, odió ser mujer y, por ende, débil, odió la fuerza superior de él que le permitía dominarla por medio del simple poderío físico.

Pese al sol ardiente que la castigaba a través del negro atuendo de montar, se estremeció. Seguramente, no pensaría obligarla a someterse otra vez. ¿Acaso no había dicho que no volvería a derramar en ella su simiente? ¿Que no quería un hijo de ella? La venganza había sido completa y sin piedad. Pero ya había acabado, al menos mientras él mantuviese su promesa.

Guió a Lucifer hacia el corral del establo, frenó delante del sudoroso mozo de cuadra, y se apeó. Odiaba la sensación de inquietud, de temor que la inundó mientras se encaminaba a la puerta principal de Evesham Abbey.

Dios, si le quitaban su orgullo, no le quedaba nada. Justin no debía saber cuánto la había herido, decepcionado. No lo permitiría. Evocó otra vez las palabras de la noche anterior, dichas con tanta calma y, sin embargo, con tanta furia en la voz. Las había repasado una y otra vez en su mente, y quedaba una de las que le había dicho que no entendía. Era extraño que le pareciera tan vital conocer su significado.

Alzó la vista hacia el sol, supo que era casi hora del almuerzo, y entró sin hacer ruido por una entrada lateral.

Su único propósito era evitar a Justin antes de que fuese imprescindible verlo. Recorrió la casa en dirección a la biblioteca, se escabulló por la puerta, y la cerró sin ruido tras de sí. Arabella no era una estudiosa, y desde luego no era entusiasta del uso de los diccionarios, y por eso le llevó varios minutos examinar los estantes cubiertos de libros para encontrarlo. Siempre había dado por cierto que ninguna palabra que no emplease su padre era digna de ser conocida. Pero, en la presente circunstancia, empezaba a pensar que estaba equivocada. Sacó del estante el volumen encuadernado en cuero, se humedeció las yemas con la lengua, y empezó a pasar las rígidas páginas.

Recorrió con un dedo las columnas, hasta que encontró la palabra que buscaba. "Sodomía", leyó. "Español antiguo, del francés, sodomía." Había referencias bíblicas, pero nada que le aclarase lo ,que quería decir.

"Maldición", pensó. "¿Qué habrá querido decir? ¿Qué?"

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