Arabella

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Arabella

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—Lawrence no merecía eso, él la adoraba y ella hizo esa locura… Bueno supongo que estaba muy triste. No se puede juzgar a nadie, es lo que dice mi madre y tiene razón. Vaya uno a saber qué pasó. Lo que importa ahora es que mi primo tiene una esposa tierna y adorable, y sé que tú podrás hacerle olvidar su dolor y hacerle feliz. Es lo que necesita porque él no era tan feliz. Mucho antes de la tragedia él…

—¿Y por qué no era feliz? Por favor, necesito saberlo él… sospecho que aún ama a Caprice.

—Eso no debe preocuparte Arabella, tú eres una joven muy distinta a Caprice. Eres tan dulce y transparente y se nota que lo quieres. Sé que no debería decir esto pero… creo que ella no lo amaba y además no se entendían, eran muy distintos. Caprice sólo amaba sus pinturas y la soledad para crear más retratos… siempre soñaba con poder destacarse en ese arte y por eso… No estaba hecha para el matrimonio, eso es lo que sospecho. Hay mujeres así, nuestra tía es una de ellas por eso nunca se casó, tuvo la sensatez de darse cuenta a tiempo. Caprice no pudo escoger. Sus padres la obligaron a esa boda y aunque eso es algo común y no significa que luego no puedan ser felices los dos en este caso fue desafortunado… Mi primo tiene un carácter muy fuerte, es malhumorado y temperamental a veces, a él no le gustaba que ella pasara horas enteras encerrada pintando. Luego estaban los celos…  La celaba como un demonio. Todo el tiempo y peleaban. Una vez Caprice llegó a abandonarlo. Porque no lo aguantaba más. Esas cosas pasan, no debes preocuparte. El primer año de matrimonio es el más difícil, los demás no tanto. Arabella, tú eres muy joven y si quieres un consejo pues te diré: no pienses tanto en Caprice. La pobre murió y nos afectó sí, pero no hay nada que hacerle, fue una tragedia y ella ya no está aquí y tú eres la esposa de Lawrence. Tu preocupación es mirar hacia el futuro y ser feliz con él. Disculpa que te dé este consejo, pero sé que mi primo no quiere hablar de Caprice y me imagino que no sabes nada de ella por esa razón.

—Es verdad… ha prohibido a todos mencionarla y no entiendo por qué lo hace.

—No importa el por qué, Arabella. A veces es mejor dejar el pasado en paz. Porque el pasado está muerto y no puede regresar y tú eres su esposa ahora y no… No es prudente que pienses en Caprice. Caprice es sólo un recuerdo doloroso para mi primo. Es parte de su pasado y no creo que sea bueno indagar en él, no si tu esposo no quiere hablar. Lawrence quiere olvidar el pasado y seguramente el recuerdo de su anterior esposa es una herida abierta.

—¿Entonces tú crees que sólo fue dolor y no amor por eso no puede olvidarla?

—Querida prima, por favor, él dio un paso adelante cuando se casó contigo. Nadie lo obligó, él quiso casarse contigo. Sé que eres muy joven y debes sentirte insegura pero no pienses que aún ama a Caprice, eso sólo te hará daño y no es verdad.

Arabella quiso hacer otra pregunta pero el momento de intimidad se vio interrumpido por la llegada del esposo de Melania y su cuñado Stephen.

Arabella buscó a Lawrence pero no lo vio por ningún lado y se dispuso a regresar a la casa pues estaba tiritando de frío. El cielo se había cubierto y ese paisaje gris la desanimó. Tenía muchas preguntas sobre Caprice y su esposo, y se daba cuenta de que seguía siendo una historia inconclusa. ¿Sería el dolor o el amor lo que mantenía atado su corazón a su antigua esposa? ¿Acaso no era una misma cosa? Sin embargo ahora sabía algo más de esa historia. Que ella se pasaba encerrada pintando, que reñían y que se había suicidado en esa playa. Qué terrible debió ser para Lawrence que su esposa hiciera eso. Por eso nadie lo mencionaba, por eso nadie nombraba a Caprice. Lentamente las piezas de ese misterio comenzaban a encajar y Melania tenía razón: lo importante era que su esposo se había casado con ella, la había escogido, debía mirar hacia adelante y dejar de pensar en Caprice.

Arabella se alejaba del grupo cuando casi tropezó con Stephen.

—Oh, disculpe, lady Arabella. ¿Podría escoltarla de regreso a la mansión?—se ofreció.

—No es necesario, señor Stephen—dijo. Se sintió algo avergonzada de que todos notaran que su esposo la había dejado sola casi todo el día y ahora tampoco estaba para acompañarla en su caminata de regreso.

—Por favor lady Arabella, no es prudente que recorra ese valle sin compañía—insistió Stephen.

Arabella sonrió con total inocencia.

—Pero si hay tantos invitados por la pradera, ¿qué podía pasarme, señor Stephen?—dijo.

Él la miró sorprendido por su expresión inocente y confiada.

—Una dama hermosa y joven como usted no debería ir a ningún lado sin un criado o pariente. ¿Es que nadie se lo ha dicho?

Ella se ruborizó al sentir la reprimenda. Tenía razón sí, pero estaba tan cerca de la mansión que se había confiado. Además, ¿quién podría hacerle daño en su propio hogar?

Sin embargo aceptó que la acompañara sólo para no ser descortés. Su mirada recorrió el horizonte buscando a su esposo como siempre hacía, ¿estaría aún en la playa buscando esas rocas de forma extraña?

Lawrence cumplía veintiocho años ese día y nunca imaginó que organizaría una fiesta tan importante, pensó que sólo irían sus familiares pero su esposo no había invitado a su familia. Resultaba desconcertante y extraño. 

Y cuando casi llegaban Arabella tropezó con una piedra, iba distraída y hubiera caído si el primo de su esposo no la hubiera atajado.

—¿Está bien señora Arabella? ¿Se ha lastimado el pie?—preguntó Stephen.

—Sí… es que no vi la piedra, me duele un poco pero puedo andar.

Sin darse cuenta él la tenía envuelta entre sus brazos. Fue sólo un momento luego ofreció su brazo para que se apoyara.

—Por favor, tome mi brazo—dijo Stephen.

Pero cuando lo tomó escuchó la voz airada de su marido preguntando qué estaba pasando allí y sin más saltó de su caballo con expresión maligna y airada y empujó a su primo. Apareció de repente, como un fantasma. No lo había oído llegar y había creído que aún estaba en la playa.

—¿Cómo te atreves a propasarte con mi esposa? ¡Malnacido!—dijo.

Arabella tembló al comprender que su esposo creía que Stephen se había propasado con ella y no vaciló en defenderle.

—Él sólo me ayudó, había tropezado y estuve a punto de caer, por favor Lawrence—dijo.

Stephen miró horrorizado a su primo.

—La escoltaba a Wensthwood porque tú que eres su marido la habías dejado sola. Jamás me propasaría con una dama, Lawrence, tus acusaciones me ofenden. Sólo quise ser amable.

—¿De veras? ¿Crees que soy ciego? He notado cómo miras a mi esposa, cómo buscas hacerte servicial y no la pierdes de vista. ¿Por qué mejor no te buscas una esposa en vez de enamorarte siempre de la esposa de los demás?

Esas palabras eran una cruel ofensa, Stephen sólo había sido atento con ella, no estaba enamorado ni mucho menos, ¿qué diablos le pasaba a su marido?

—Estás loco, Lawrence. Loco de remate—le respondió su primo—Tu esposa quiso caminar sola desde el lago hasta aquí y le dije que era peligroso para una dama recorrer estas praderas sin compañía y tú no estabas en ningún lado ¿y ahora vienes y me acusas de querer seducirla?

Arabella sintió tanta pena y vergüenza que quiso correr, alejarse de su esposo, pero él la siguió furioso, mientras su primo se alejaba rumbo a la mansión con paso rápido, ofendido por la injusta acusación.

—Arabella, ven aquí—le gritó.

Ella se detuvo y lo miró.

—Me has hecho pasar tanta vergüenza, Lawrence. Tu primo sólo quiso acompañarme y me sujetó porque tropecé, jamás intentó hacer eso que dices ni yo podría… ¿Crees que soy una coqueta? —estalló al borde de las lágrimas.

—No, sé que no eres una coqueta, si lo fueras no serías mi esposa preciosa—su tono era casi de burla.

—Tu primo tiene razón, ¿cómo puedes acusarlo de intentar seducirme sólo porque me ayudó porque había tropezado.

—¿De veras?

—Sí, eso fue lo que pasó. Tú siempre me dejas sola, haces una fiesta de cumpleaños y no invitas a mi familia.

—No hice una fiesta, ellos se invitaron solos y tuve que faenar un cordero para agasajarlos. No quería una fiesta de cumpleaños, detesto las fiestas, tú lo sabes pero mis parientes vinieron a verme y tuve que ser cortés. ¿Qué querías que hiciera? Pero no te dejé sola, estaba cerca mirándote y no me agradó que Stephen estuviera siempre merodeando como un zorro. Es un maldito libertino, siempre lo ha sido. Aunque se haga el santito frente a ti, porque claro, tú no lo conoces como yo. Pro él sabe que no miento y se ríe de mis acusaciones. Porque sabe que si le doy ventaja intentaría seducirte aunque yo le diera un tiro en la cabeza. Sabe que lo mataré si se atreve a llegar tan lejos y eso lo divierte.

—Lawrence, por favor, ¿cómo puedes decir eso de tu primo?

—Lo pienso y sé que es verdad. Y me da igual si se hace el ofendido y se va, en realidad quiero que lo haga, que se vaya y no aparezca por aquí. Que se vaya a robarle la esposa a otro hombre. Es lo que le gusta hacer, ¿sabes? Le encanta conquistar damas casadas porque es un perfecto libertino y todos lo saben.  Ahora sube al caballo que te llevaré a la casa.

—¿Subirme a tu caballo?—repitió Arabella.

 —Sí, tal vez deberías aprender a montar, mi primo dijo algo cierto: no es prudente que recorras estas tierras sin un sirviente o criado. A pesar de la vigilancia de los mozos siempre aparece algún forastero merodeando tratando de robarse alguna res. Ven, sube.

Arabella no pudo negarse y subió al caballo y cayó en sus brazos. Se miraron en silencio y él le dio un beso apasionado y tierno, fruto de la rabia y los celos de ese momento. La joven tembló al sentir ese beso y todo su enojo se transformó en deseo. Deseaba que siguiera besándola, deseaba tanto poder ser su esposa y se quedó abrazada a él, sentada de costado mientras Lawrence aplacaba a su caballo para que fuera al paso y no al galope. Los caballos le daban mucho miedo, por eso nunca quiso aprender a montar y sin embargo, casi olvidó el terror que les tenía cuando él la llevó en sus brazos.

Pero al regresar a la casa él le dijo que fuera a su habitación. No era una sugerencia, para que se cambiara el vestido lleno de polvo, era una orden.

—Ve a tu habitación y quédate allí. La fiesta ha terminado, preciosa—le dijo.

Arabella obedeció alejándose con los ojos llenos de lágrimas. Quería estar con él, era su cumpleaños, ¿por qué siempre la apartaba de su lado?

La joven corrió a su habitación y tuvo la sensación de que siempre sería así. Llevaban casi dos  meses casados y seguía esperando que algo cambiara. Y lo único que cambiaba allí era su forma de reprenderla, de hacerla sentir que no era su esposa sino su pupila en esa mansión. Educarla y moldearla a su voluntad era su única obsesión. Y cuando pensaba que estaban acercándose, que él la convertiría en su mujer se alejaba, o la hacía sentir mal por unos celos ridículos.

Pasaría el tiempo, los meses y todo seguiría igual.

—Lady Arabella, disculpe. Le preparé el baño como me pidió—dijo su doncella entrando en la habitación.

La joven la miró aturdida. Lo había olvidado.

Pero necesitaba quitarse ese vestido lleno de lodo por la caída y limpiar los rasguños de las rodillas.

—¿Qué vestido escogerá para cena, lady Arabella?—preguntó Dolly mientras la ayudaba a desnudarse.

—No iré a cenar, mi esposo dijo que debía quedarme aquí—respondió ella.

A Dolly podía decirle la verdad. No había razón para fingir. A fin de cuentas en esa casa todos sabían lo que pasaba.

—Oh, disculpe madame, no lo sabía… ¿Qué pasó?

—No lo sé, pero se puso celoso sin motivos, Stephen…

Arabella le contó lo ocurrido desde el principio y su doncella escuchó con cara de espanto. Ella conocía bien al marqués, no debía sorprenderle que tuviera esos arrebatos de celos.

—Lady Arabella, no es por usted. Es Stephen. Él es un pícaro, señora, por eso su esposo se puso celoso. Pero él es así, es que la adora señora, él la ama y no soporta que otro hombre sea atento con usted, ni que la mire como lo hacía Stephen y sus hermanos. Yo lo noté, el caballero no le quitaba los ojos de encima.

Arabella miró a su doncella incrédula.

—Pero eso no es mi culpa y él me castigó diciéndome que debo permanecer aquí—se quejó.

—Es porque sir Lawrence la ama, por eso sufre tanto de celos. Debería sentirse feliz, lady Arabella.

¿Feliz? ¿Acaso algún día sería feliz en esa casa?

Pues lo dudaba.

Dolly le trajo la cena poco después en una bandeja y miró mortificada su contenido. Si no comía su marido-tutor se enfurecería, la huelga de hambre en Wensthwood no estaba permitida, así que si quería llamar su atención o protestar, debía inventar otra cosa.

—Trate de comer algo lady Arabella, se ve algo pálida—dijo su doncella.

Arabella vio el delicioso bistec y lo rechazó.

—No tengo hambre… Dolly, tira esto en algún lado o mi marido se enfadará.

La criada pelirroja hizo un gesto de aprensión. A ella no le gustaba mentir a su señoría, pudo verlo en sus ojos.

—Por favor Lady Arabella, trate de comer algo.

—No quiero Dolly, sólo quiero dormir. Estoy muy cansada. Caminé demasiado y hace frío, estoy helada. Llévate eso.

Dolly no se movió, se quedó dónde estaba y Arabella se alejó impaciente hacia su dormitorio cuando de pronto lo vio parado frente a la puerta, por el espejo y tembló. Su marido estaba allí y en esos momentos sintió que era el diablo que la miraba a la distancia, espiando sus actos, viendo sus flaquezas, listo para decirle su falta para luego castigarla.

—Puedes irte, Dolly—dijo entonces.

No fue necesario ni que terminara de decirlo, su doncella se había alejado espantada.

Ahora estaban solos y él la miraba con esa mirada brillante y maligna sin perder detalle de sus gestos y movimientos.

—No has probado bocado, Arabella—dijo.

—Es que no tengo hambre—se quejó ella alejándose muy lentamente.

—Sabes que no me agrada que hagas esto, preciosa. ¿Cómo es que te atreves a decirle a mi criada que esconda la comida y me mienta? ¿Crees que no te oí?

Oh, no, otra vez su marido con ganas de pelear.

—Yo no dije eso.

Notó que hacía un gesto de sorpresa.

—¿Ah no? Acabo de escucharte decirle a Dolly que…

—Lo hice porque sabía que se enojaría, milord. Por favor, estoy muy cansada y helada, quiero descansar ahora.

Al ver que se alejaba de él con prisa dio tres largas zancadas y la atrapó.

—No, no te irás a dormir. Antes vas dejar esa bandeja vacía, lo harás.

—No, no lo haré milord. No tengo apetito y si me obliga a comer creo que vomitaré. ¡Es que me siento tan cansada!—se quejó—Por favor, ¿es que no he tenido suficiente con sus escenas de celos mortificándome, ahora también me castigará obligándome a comer como si tuviera cinco años?

Su esposo no esperaba que lo enfrentara y sabía que le saldría muy cara su osadía pero diablos, estaba cansada y helada, sólo quería irse a dormir y que la dejara en paz. Empezaba a temer que todo hubiera sido en vano y que su espera a que todo mejorara se hiciera lenta y eterna y que al final tuviera que abandonarlo. No sabía cuánto más podría soportar esa situación, aunque él le dijera que estaban casados no lo estaba y si pedía la anulación tendría su libertad. Su libertad para escapar y que ese demonio dejara de llamarla esposa mía. Porque no era su esposa más que de nombre.

—Arabella, ven aquí—le gritó impaciente.

—No. No iré. Vete, déjame en paz. No quiero soportar tus rezongos. Estoy harta de ti, Lawrence. Harta de todo y si quieres castigarme por decirte cómo me siento, adelante, hazlo. Es lo único que te importa, ¿no es así? Castigarme cuando hago algo que te desagrada, cuando te digo la verdad. Estoy harta de que me reprenda como si fueras mi tutor. Si soy una desilusión para usted entonces devuélvame a mi casa sir Lawrence, si no quiere que sea su esposa, si tanto me detesta entonces… me iré de aquí mañana y regresaré con mis padres y al diablo con esta farsa y el escándalo.

Arabella estaba temblando, temblando de rabia y desesperación. Había llegado al límite, odiaba estar casada con ese lunático que no la quería, sin esperanza alguna de que las cosas mejoraran con el tiempo, al contrario, todo sería peor.

Y aterrada de que él le diera una zurra por decirle todo eso en la cara, corrió, corrió con todas sus fuerzas para escapar de su dormitorio y de esa casa si era necesario.

—¡Arabella, ven aquí! Arabella, te ordeno que regreses—dijo él.

No le hizo caso, sabía que había llegado demasiado lejos con su rebeldía y sería castigada pero al menos no se quedaría callada. Nunca sería la esposa perfecta para él porque no era una esposa de verdad.

Corrió desesperada y buscó un buen sitio para esconderse, era bueno en eso, el escondite siempre había sido su juego favorito. No la encontraría, o tardaría tanto que luego… el juego era excitante, tal vez lo más divertido en casi tres meses de matrimonio. Descubrió que enfrentarle, desafiarlo había sido lo mejor y ya no sentía cansancio ni frío. La excitación la mantuvo alerta cuando optó por ocultarse en el ala sur, las habitaciones prohibidas de Caprice. Fue un acto de osadía hacerlo pero sabía que él jamás iba allí, ni él ni nadie y podría pasar la noche en alguna de sus habitaciones sin que la encontraran. Era un estupendo escondite sí, excepto por las telarañas y los fantasmas. Pero hacía tiempo que había vivido con ellos, y no le importó. Tenía la oscuridad del recinto de su lado y además, tenía la certeza de que Lawrence no buscaría allí. No se atrevería a entrar y si lo hacía, ella quería ver qué tanto lo afectaba visitar el santuario de Caprice y había en ese gesto además de desafío cierta curiosidad.

Sin embargo estaba temblando cuando recorrió las habitaciones vacías y oscuras. La oscuridad la asustaba, no podía ver qué había más allá. Y luego de estar unos minutos empezó a preguntarse si el fantasma de Caprice estaría allí. Su padre le había dicho que los fantasmas eran almas atormentadas incapaces de hacer daño a nadie, sólo estaban allí y se iban cuando lo deseaban.

Entonces se preguntó si Caprice habría sido tan desdichada como ella. Rayos, pero al menos la idolatrada Caprice fue amada por él, tuvo la dicha de quedar encinta aunque luego lo perdiera… en realidad su historia era triste. ¿Por qué no había sido feliz? ¿Acaso no lo amaba o fue Lawrence quien lo arruinó todo por sus celos locos y temperamento del demonio?

Ella sólo quería ser una esposa adecuada, la esposa que él necesitaba pero había fallado. No, no fue ella, fue su marido que la rechazó esa noche y la acusó de haberse casado con él obligada por su familia. Cosa que era cierta pero… ¿No eran muchos matrimonios concertados por las familias? ¿Por qué era eso tan condenable? Ella jamás lo había engañado al respecto, nunca dijo sentir amor por él, sólo aceptó casarse porque a pesar de no estar locamente enamorada era un caballero guapo y joven, de modales tan encantadores. Aunque frío, circunspecto y reservado.

Arabella se preguntó por qué volvía a culparse, por qué regresaba al pasado si sentía que todo estaba perdido ahora, si mañana regresaría a su casa como había prometido hacer. Su rabia y dolor la habían empujado a decir esas palabras que no sentía del todo, pues sabía que al regresar le esperaba un infierno, ¿pero acaso no era peor vivir con un esposo que la detestaba por ser tan infantil? ¿Por no ser como Caprice?

—¡Arabella!—ese grito le heló la sangre.

Contuvo la respiración y volvió a escucharlo. Decía su nombre y estaba furioso, casi podía sentir su rabia a la distancia. Porque ella había ido al recinto sagrado de Caprice y nadie podía entrar  allí.

—Arabella, sal de allí de inmediato.

La jovencita siguió escondiéndose, buscando un nuevo escondite.

Hasta que de repente sintió unos pasos irrumpir en la habitación y fue demasiado tarde para escapar. ¡Él la había atrapado!

Quiso gritar pero sólo pudo resistirse y llorar.

—Déjame Lawrence, suéltame, me haces daño.

—Así que estabas aquí. ¿Pensaste que no vendría porque son las habitaciones de Caprice? Pero yo no le temo a los fantasmas, he vivido con ellos mucho tiempo, ¿sabes?—dijo con desdén sin liberarla.

Su esposo no estaba dispuesto a dejarla ir, estaba furioso y lo vio pálido de rabia mientras la llevaba lejos del santuario con mucha prisa.

Arabella sollozó cuando la obligó a regresar a sus aposentos y tuvo que comparecer ante su marido por su osadía de desafiarle y amenazarle con marcharse.

—Vaya, os gusta jugar al escondite madame pero yo os encontré. ¿Creísteis que me detendría si os escondíais en ese lugar?

Arabella secó sus lágrimas y lo miró nerviosa.

Lawrence sonreía triunfal sin dejar de mirarla.

—Yo gané al juego del escondite querida y os pediré una prenda, lady Arabella—dijo él.

La joven lo miró aturdida.

—No hay prendas en el juego del escondite—murmuró.

—¿De veras? Entonces tú jugabas muy mal a ese juego. Si te atrapan debes conceder una prenda, preciosa.

La joven tragó saliva, pues imaginó que la prenda sería una zurra o dejarla encerrada unos días en su habitación o el castigo que más le apeteciera.

—¿Y cuál será la prenda, milord?

Él se acercó y la miró con fijeza.

—Quiero que vayáis a vuestro dormitorio y os quedéis allí.

La joven suspiró aliviada. Menuda prenda. Irse a dormir temprano como una buena niña. Obedeció al instante pero cuando entró en su recámara no estaba sola, él la había seguido y al volverse le vio parado allí, al lado de la puerta.

Arabella retrocedió preguntándose si sería tan cruel de darle una zurra, rara vez entraba en su habitación y se imaginó que tramaba algo, algo que no sería bueno para ella.

—¿Creísteis que os concedería una prenda tan fácil? ¿Acaso me creéis tan tonto?—dijo avanzando lentamente.

—¿Qué queréis de mí, milord? Si me hacéis daño juro que…

No pudo terminar la frase porque su esposo la atrapó entre sus brazos y en un arrebato de pasión le dio un beso ardiente mientras la empujaba contra la cama.

Ella se resistió asustada hasta que dejó de hacerlo. Si la prenda sería un beso entonces se lo daría… y tímidamente extendió sus brazos y rodeó su cuello mientras la besaba una y otra vez.

Hasta que se detuvo y la miró.

—No será un beso la prenda que os pediré, un beso es muy poco por vuestra osadía—dijo burlón.

Arabella lo miró confundida.

—Ahora, os quitaré el vestido y os convertiré en mi mujer. La prenda será vuestra virtud. Podéis negaros. No os obligaré, no soy un malvado. Si os negáis os concederé la anulación preciosa, mañana regresaréis con vuestros padres, pero si aceptáis la prenda entonces seréis mi esposa de verdad y nunca más podréis negaros a mis brazos—dijo él.

Sus palabras le provocaron una emoción intensa, había deseado tanto ese momento; que en un arrebato de rabia y pasión quisiera hacerle el amor, que quisiera convertirla en su esposa pero ahora… Ahora no estaba segura de ello y vaciló. Si aceptaba no podría regresar a su casa y pedir la anulación. Ya no podría ser libre de nuevo y debería quedarse con un marido frío y de mal carácter, que la reprendería y la castigaría por desafiarlo o desobedecerle.

Pero rayos, se moría por ser suya, ese beso la había dejado temblando de amor y deseo pero tenía miedo…

—Si me entrego a vos, mi lord, ¿prometéis que no volveréis a castigarme?—le preguntó.

Él sonrió.

—No os castigaré si me obedecéis preciosa, si os entregáis a mí será en cuerpo y alma y nunca más os mostraréis atrevida y desafiante como hace un momento, prometo que todo irá bien.

—Vos me hiciste una escena de celos, me encerrasteis en esta habitación sin que fuera mi culpa.

—Y volveré  a hacerlo si me desafiáis. Debéis aprender a comportaros, sois mi esposa no una colegiala rebelde. Y los celos no fueron por vuestra causa sino por mi primo, no os acusé de nada. Pero os vi caer en sus brazos hace un momento y los habría matado por ello, aunque sólo fuera por error, porque tropezasteis con él.

Arabella comprendió que no podría con el genio de su marido pero si la hacía su esposa en la intimidad pensó que todo mejoraría, que él dejaría de mostrarse tan molesto y celoso.

—He deseado ser vuestra esposa desde la noche de bodas, milord, por eso me casé con vos, para ser la esposa que necesitabais—se quejó y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Él le dio un beso ardiente y apasionado.

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