Arabella

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Arabella

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Arabella se sentía en las nubes.

No le importaba tener que renunciar a las fiestas y paseos  matinales.

Tenía que cuidar a su bebé y por eso, se quedó muy quieta las primeras semanas.

Lo único que extrañó fue que su marido dejara de tocarla y que durante días se durmiera abrazado a su lado pero sin intentar besarla ni muchos menos hacerle el amor.

Suponía que era por el bebé.

A pesar de que su madrina le había explicado que eso no impedía que tuvieran intimidad al parecer él prefería esperar.

Pero tampoco podía quedarse todo el día acostada y un día, decidió dar un pequeño paseo por los jardines aprovechando el buen tiempo.

Dolly la acompañó y aprovechó que su marido había salido temprano al pueblo a hacer unas diligencias.

Acababa de escribirle a su madre para darle la noticia y también a sus primas.

Le sobraba el tiempo cuando decidió dar un paseo por los jardines. Sólo saldría un momento a tomar aire.

Pero cuando llegaba a las escaleras tuvo una visión inquietante y se detuvo.

No muy lejos de allí había una sombra deslizándose hacia el piso superior sin detenerse. Arabella se asió a la barandilla mientras luchaba por no gritar porque sabía lo que era: era el fantasma de Caprice acechándola.

Maldita sea. Esa fantasma debía sentir celos de ella ahora que iba a tener un bebé y por eso…

Cerró los ojos al instante y respiró hondo para que la visión se fuera. ¿Acaso lo había imaginado todo?

Pero al abrir los ojos la sombra estaba allí, inmóvil en el piso superior y ese algo fantasmal la miraba desde la penumbra, la observaba.

Entonces escuchó la voz de su fiel doncella y dio un respingo.

—Lady Arabella, ¿qué ocurre? Señora, no debe usted abandonar su habitación.

La joven dama miró a Dolly con una mezcla de alivio y reserva.

—Sólo iba a dar un paseo, querida Dolly, aprovechando el buen tiempo. Por favor, llevo días encerrada. Necesito tomar aire.

Los ojos oscuros de Dolly la miraron con creciente alarma.

—Pero el marqués se disgustará, lady Arabella. Por favor, regrese a su habitación. Está en estado y no puede bajar las escaleras.

Arabella frunció el ceño desafiante.

—Ven conmigo, Dolly. Sólo será un paseo por los jardines. Mi esposo no regresará hasta la noche.

—Bueno, justamente iba a hacerle compañía. Traje una novela de la biblioteca para leerle, seguramente le gustará.

Arabella vaciló.

—El médico dijo que podía dar paseos si me sentía bien. Por favor, Dolly, acompáñame.

Su doncella no supo qué hacer. Se sintió acorralada.

Entonces su señora le habló del fantasma de Caprice al final de las escaleras, en el piso superior.

—La vi recién, estaba allí.

Dolly se puso pálida.

—Pero no hay nada ahora, lady Arabella. Debió ser una sombra. Está muy oscuro aquí—le explicó—Mire, no hay nadie ahora, ¿lo ve?

La joven dama miró hacia el lugar en cuestión y lo encontró vacío.

—Estaba allí recién, yo la vi Dolly. Era una sombra oscura que me miraba.

Cuando su doncella quiso convencerla, lady Arabella se alejó hacia las habitaciones de Caprice, hacia la sombra. Lo hizo porque sabía que su doncella correría tras ella.

—Lady Arabella, por favor—chilló esta—No vaya allí. El lugar es peligroso.

Dijo algo de la tormenta pero puesto que no podía ir a dar un simple paseo por los jardines iría a ver por qué ese maldito fantasma no la dejaba en paz. ¿Qué quería decirle? ¿O sólo estaba celosa de que estuviera esperando un hijo de Lawrence?

A sus espaldas oyó la voz de Dolly.

—Lady Arabella, por favor.

La doncella estaba histérica y no vaciló en correr al ver que su señora se acercaba a un lugar peligroso.

—No se acerque allí por favor, luego de la tormenta hubo un derrumbe. Lay Arabella.

Al oír eso la joven se detuvo y la miró. Dolly corrió a su lado con desesperación.

—No se acerque a ese lugar, por favor. Regrese conmigo, lady Arabella.

Estaba al borde de las lágrimas.

Pero la dama no la escuchaba, sus ojos estaban fijos en el fantasma de Caprice, estaba allí, su imagen apenas visible, su cabello rubio estaba suelto y llevaba un vestido color esmeralda muy bonito pero lo que más atrajo su atención fueron sus ojos. Su mirada maligna estaba fija en ella como si la odiara. La miró así un instante y luego se alejó para que siguiera su fantasmal presencia, guiándola hacia el centro. Allí donde el piso había sufrido los reveses del temporal anterior y la madera se había roto al pudrirse de forma inexplicable. Todo era peligroso y los sirvientes habían dejado todo cerrado con llave, Dolly no entendía cómo fue que su señora pudo entrar pero en su desesperación comenzó a gritar pidiendo ayuda al ver que su señora iba derecho al precipicio y no la escuchaba.

—Lady Arabella, no vaya allí, el piso está podrido y se caerá.

La joven se detuvo y la miró.

—Caprice dice que quiere mostrarme algo—respondió.

Su mirada era distinta, parecía en trance y entonces cayó, pero Dolly la atajó a tiempo de que se diera contra los muebles de la habitación porque los tablones del piso estaban levantados y rotos y Arabella no los vio. No la escuchaba, era como si el fantasma de Caprice la hubiera embrujado porque tardó bastante en reaccionar, en comprender lo que ocurría.

—Dolly estoy bien, deja de gritar, me aturdes—dijo entonces y luego dijo que le dolía el pie.

—Creo que me he torcido el tobillo, me duele.

Un grupo de sirvientes llegó entonces y la ayudaron a regresar a su habitación.

—Estoy bien, Dolly. Qué exageración—se quejó Arabella mientras la llevaban en brazos hasta su habitación.

Una de las parteras estaba preocupada por lo que pudiera pasarle al niño y preguntó varias veces cómo había sido la caída.

Arabella se asustó al comprender lo que pasaba, ese tropezón pudo costarle caro, pudo perder a su bebé y entonces lloró y tuvo una crisis de nervios.

—Ella estaba allí, dijo que quería mostrarme algo. La vi en esa habitación—exclamó.

 Dolly le dio un vaso de agua.

—Todo pasó lady Arabella, y está a salvo ahora pero no puede regresar a esas habitaciones, fueron dañadas por la tormenta. Ahora beba esto, le hará bien. Llamaremos al doctor para que la revise. Ahora debe quedarse quieta aquí.

Cuando las criadas y la partera se marcharon de la habitación pudieron hablar a solas.

Arabella lloró, no pudo contenerse estaba muy nerviosa y por más que su doncella le dijera que debía aguantarse estaba temblando. Acababa de ver el fantasma de la esposa difunta de su marido, Caprice, la mujer que tanto la había obsesionado desde su llegada a Wensthwood y se preguntaba si no sería su imaginación o todo había sido real. ¿Acaso había sufrido alucinaciones?

Entonces miró a su doncella y le dijo: —

Dolly, estaba allí, yo la vi. ¿Tú la has visto? Dime la verdad por favor. ¿Es que estoy volviéndome loca?

Dolly asintió.

—Lady Arabella, no se atormente así. Yo también la he visto pero ya sabe, su esposo nos prohibió mencionarlo, no quería que usted se asustara o… pero luego de su muerte, al poco tiempo. Pero era en ocasiones, no siempre.

—Siempre he sentido su presencia aquí, desde que llegué. Pero nunca la había visto como la vi hace un momento. Dolly, ¿tú crees que está furiosa porque estoy esperando un hijo de mi esposo y siente celos? No me engañes, sospecho que quiso que perdiera a mi bebé, por eso me atrajo hacia ese lugar de la habitación, quería que tropezara y luego…

—No piense eso, Lady Arabella.

—Es la verdad, Dolly. Deja de engañarme, de hacerme creer que tu antigua señora era una santa porque no es verdad.

Dolly se quedó callada. No tuvo el valor de desmentirlo. Al final la verdad siempre salía a la luz, o era lo que siempre decía su padre y tenía razón. La verdad no podía ocultarse, la verdad era algo muy poderoso y sabía que durante mucho tiempo la historia de Caprice había estado llena de mentiras.

Sobre ella se había tejido una especie de leyenda trágica.

La esposa atormentada y triste, forzada a un matrimonio de conveniencia, soportando sus celos en silencio, como una mártir. Hasta que un día decidió poner fin a su calvario.

Sir Lawrence fue señalado como el culpable por la muerte de su esposa. Él la había empujado a cometer ese suicidio. Porque Caprice era un ángel y él un demonio. No soportó más sus celos y mal carácter y ella decidió lanzarse al mar, esa helada mañana de invierno.

Pero Dolly sabía la verdad.

Era la única que conocía a Caprice en profundidad y a pesar de que los criados sospechaban la verdad, sólo ella podía decir a ciencia cierta cómo habían ocurrido las cosas.

—Lady Arabella, tiene razón. Era Caprice. Yo la vi—dijo entonces Dolly sosteniendo su mirada.

—¿Entonces no lo imaginé? ¿Pero por qué quiere hacerme daño, Dolly? Ella odiaba a mi esposo.

Dolly pestañeó inquieta.

—Al principio sí, su familia la obligó a esa boda lady Arabella. Pero luego…  él la amaba, es verdad. La adoraba y quería conquistar su corazón. Y quiero que sepa que su esposo no era tan celoso como dicen, y era mentira que la encerraba en su habitación. Era ella quien se encerraba para pintar y estar a solas. Caprice era una mujer que sufría problemas mentales, lady Arabella. Era muy cambiante. Y creo que es tiempo que sepa la verdad. Nadie la conoció como yo, ni estuvo tan cerca. Pero hizo cosas que lastimaron a sir Lawrence, que lo desilusionaron. Él se casó muy enamorado, adoraba a Caprice y la creía un ángel como los demás. Todos la llamaban así. El ángel de Devon. Y una parte de ella lo era pero tenía secretos. Oscuridad. Yo no sabía por qué hacía esas cosas. Por qué parecía disfrutar haciendo pequeñas maldades, pensé que era una dama inmadura y caprichosa. Pero no era eso. Creo que ella sufría de los nervios y también… de repente su ánimo se volvía distinto y hablaba y era como si te hablara otra persona. No era la dama de quién todos decían era un ángel—hizo una pausa y suspiró—Quedó embarazada luego de la boda, casi enseguida y entonces… todo era felicidad. Caprice dijo que nunca había sido tan feliz. Pero luego, comenzó a dar paseos en la mañana porque entonces le atacaban los nervios. Comenzaba a pensar cosas malas. Ella misma me lo decía. Sabía cuánto deseaba su marido un hijo, lo feliz que estaba y en vez de cuidarse… Daba largas caminatas y corría. Hasta que lo perdió. Hizo todo por perderlo. Luego se mostró desconsolada y deprimida. Estuvo meses así. Tal vez porque se sentía culpable.  Luego volvió a quedar embarazada al tiempo y en vez de estar feliz, una noche me confesó que odiaba tener intimidad con su esposo, que era un tormento espantoso y que nadie la había preparado para eso. Lloró al confesarme que era muy desdichada y que por más que se esforzara en ser una buena esposa, no podía soportar la intimidad porque él… era muy ardiente y siempre quería hacerlo—Dolly se sonrojó.

Arabella suspiró.

—Continúa Dolly, dime qué pasó luego  por favor. Necesito saber la verdad—dijo.

—Pasaron los meses y Caprice volvió a quedar encinta y dijo que era feliz. No por el bebé sino porque significaba que su marido no volvería a tocarla. Me sentí horrorizada al escuchar eso porque hablaba con tanta frialdad.  Pero ella era muy inquieta y nerviosa, no soportaba quedarse en cama todo el día ni hacer reposo. Y cuando estaba por llegar al tercer mes de embarazo, lo perdió. Al parecer eran los nervios. Su esposo encontró una carta misteriosa dirigida a su esposa. Un primo de Caprice.

—¿Entonces ella tenía un amante? No puedo creerlo.

—Es que en el pasado ellos habían estado enamorados pero la familia no aprobó la boda porque el primo de Caprice era pobre. No tenía fortuna para poder casarse. Sin embargo al parecer ella lo amaba y luego de su casamiento con sir Lawrence comenzaron a escribirse en secreto. A verse. Pero no pasó algo más. Sin embargo cuando sir Lawrence leyó una carta de Caprice a su primo Peter se sintió muy molesto y celoso. Porque por más que no pasara algo físico ella le decía que lo amaba. Fue una indiscreción, una tontería. Porque no era más que un amor de juventud, una fantasía romántica. Caprice fue imprudente y también cruel y se arrepintió porque él no le perdonó eso. La maldita carta le rompió el corazón y luego, su carácter cambió. Tuvieron una discusión fuerte, ella acababa de perder su segundo embarazo y estaba con esa otra personalidad oscura como le decía yo. Y la discusión de ese día fue espantosa. Yo estaba presente y quise alejarme, lo hice pero los gritos de Caprice se oyeron a la distancia. Ella le dijo sin reparos que la habían obligado a esa boda, que nunca lo había amado y que estaba harta de sus celos. Dijo otras cosas muy hirientes para un hombre, lady Arabella, dijo que la intimidad era un tormento para ella y que quería separarse. En un momento lo dijo. Cuando se hartó de lastimarlo dijo que se iría—Dolly hizo una pausa y suspiró—Sir Lawrence tenía orgullo y dijo que no la retendría y que ella no era el ángel que todos decían sino un demonio. Le dijo la verdad en la cara. Y Caprice, acostumbrada a ser adorada, a tener siempre su afecto se sintió tocada, herida. Porque creo que algo lo amaba, no como amaba a ese primo que había sido su primer amor, pero sí quería a su marido. Pero no pudo con sus demonios y se marchó. Tomó sus cosas, se llevó las joyas que él le había obsequiado, sus vestidos y abandonó la mansión. Quiso que la acompañara, me lo pidió… pero este es mi hogar, lady Arabella y no me agradó lo que oí ese día. Sir Lawrence no merecía eso. Él la adoraba, yo fui testigo de eso, de lo bueno y paciente que era con sus cambios de humor y su frialdad. Siempre esperando conquistar su corazón, tan ciego de amor pero luego de ese día algo cambió en él. Algo se rompió. Se sintió muy defraudado, insultado, despreciado. Se sintió como un tonto enamorado con el que su esposa había jugado. Engaño, mentiras, traiciones… fue demasiado para él.

—¿Entonces Caprice se fue, lo abandonó?

—Sí, lo hizo. Y él dejó que se fuera, no hizo nada por retenerla ni se quejó de que se llevara las joyas y algunos muebles. Hasta dijo que le daría dinero para que no pasara necesidades a condición de que regresara con su familia, por supuesto. Pero Caprice dijo que su familia no la recibiría y que se iría a vivir con su tía Amanda en el campo, en Suffolk. Pero luego de su partida el señor se desesperó. A pesar de sentirse herido, todavía la amaba y pensaba que era su esposa y no podía abandonarlo. Y haciendo a un lado su orgullo le escribió y le pidió que regresara, le rogó que volviera. Caprice no respondió a sus cartas pero un buen día regresó. Seis meses después volvió y le pidió perdón. Lloró y dijo que lo lamentaba. Parecía otra persona y me pregunté si en ese tiempo algo la había curado de su personalidad maligna. Si acaso algún doctor le había dado algún calmante, no lo sé. Eso creí entonces. Sir Lawrence estaba feliz de su regreso sí, pero noté que estaba más frío con ella y luego, ella decidió instalarse en los aposentos del segundo piso porque dijo que quería pintar y tener soledad para sentirse mejor. Eran dos extraños, lady Arabella, tan alejados el uno del otro.

Noté que el cambio de Caprice era sólo una fachada y que bebía oporto y un tónico que le había recetado su doctor para los nervios. Con ese tónico ella dormía la noche entera y despertaba cerca del mediodía y luego durante el día parecía como atontada.  Me pidió que fuera su doncella y acepté. Como una tonta creí que podía hacer que ambos se reconciliaran, que dejaran de estar tan alejados porque sabía cuánto la amaba sir Lawrence y… creo que entonces me engañaba como los demás. Ninguna mujer sensata abandona a su marido por seis meses. Pero pensamos  que su arrepentimiento era sincero y que con el tiempo las cosas cambiarían. Sin embargo un día la encontré llorando con una carta en sus manos y le pregunté qué le pasaba. La señora me miró y no dijo nada, guardó la carta y me la dio. Durante mucho tiempo fui su confidente y ella confió en mí su nueva angustia. Estaba embarazada, lady Arabella. Porque luego de abandonar a su esposo su primo fue a verla y quiso convencerla de que dejara a su marido y se fueran a otro país. Pero ella no quería ser la esposa de un hombre pobre, lo amaba sí pero no lo suficiente. Entonces no lo vi lady Arabella, no entendía por qué Caprice estaba tan angustiada. Debía estar feliz, pues había regresado con su marido y ahora tendrían un hijo.

—¿Entonces el hijo no era de mi esposo sino  de su primo?

Dolly asintió.

—Yo no lo adiviné entonces, y traté de consolarla, pero ella se rió de mí. Dijo que era una completa tonta. Claro que el  hijo no era de su marido porque él no la había tocado en más de ocho meses luego de esa pelea y ahora tenía más de tres meses de preñez. Había dormido con su primo algunas veces porque se fue a vivir con él y luego lo abandonó porque estaba harta de pasar estrecheces, primero en casa de su tía solterona y luego con Peter, su primo. Y su lugar estaba al lado de su marido dijo. Por eso regresó, porque todavía era la señora de Wensthwood y siempre lo sería—Dolly hizo una pausa y miró a Arabella.

—Ella nunca fue un ángel, lady Arabella, usted sí lo es. Es tan buena que siento rabia de que ese fantasma haya querido hacerle daño—dijo.

—¿Entonces crees que Caprice me odia?

Su doncella asintió.

—Ella perdió el amor de su esposo, señora, porque luego de ese día, cuando supo que estaba esperando un hijo quiso acercarse a él pero su esposo no le había perdonado su abandono, su maldad. Nada volvió a ser como antes y era como si intuyera que tenía un secreto. Caprice me lo dijo. Estaba perdida. Él no quería tener intimidad, por primera vez la rechazó cuando ella quiso besarlo. Sus intentos por recuperar su cariño fracasaron y su estado comenzó a notarse. Le aconsejé que le dijera la verdad a su marido, que él entendería.

Pero pasó el tiempo y las cosas no mejoraron y ella no quiso decirle. “Sólo hay una salida ahora, Dolly, debo regresar con mi tía y tener a este bebé y darlo en adopción. Demonios. No puedo creerlo, hice de todo para perderlo y sigue allí prendido. No puede nacer, es el hijo del pecado” dijo en una ocasión. Le confieso que me sentí enferma cuando oí eso, señora. Quedé horrorizada de que confesara que intentó perderlo y que no quería que su hijo naciera. Pensé que debía hacer algo para ayudar a esa criatura—los ojos de la doncella se llenaron de lágrimas—lo intenté y en mi desesperación hablé con la señora Mel, el ama de llaves. Le conté lo que pasaba pero ella no se sorprendió, ya lo sabía. “No puedes decirle a sir Lawrence, muchacha, no es asunto de nuestra incumbencia”. Así que no dije nada. Quise decirle al señor, pedirle que la perdonara, interceder por ese bebé que era una criatura inocente pero la señora Stuart me prohibió que dijera algo, dijo que eran cosas de marido y mujer y que si llegaba a contar esto a alguien me despedirían. Entonces hablé con Caprice, desesperada le dije que hablara con su marido, que le dijera la verdad. Que él la perdonaría. No quiso escucharme. Entonces su marido la vio en su habitación mientras tomaba un baño, ella no podía seguir ocultando su embarazo. Sufrió una fuerte impresión al comprender lo que pasaba. Creo que supo de inmediato que ese hijo no podía ser suyo. Pienso que él quiso acercarse a su esposa, tratar de hacer las paces, no sé, algo fue lo que lo impulsó a ir a su habitación. Pero cuando la vio vistiéndose ella se asustó. Mi señora se puso pálida y quiso hablar pero entonces, fue muy raro todo. Ella no dijo palabra y él sólo la miró sin decir nada. Pero también lo vi palidecer y sus ojos, sus ojos lo decían todo. Sin embargo él no la acusó ni le preguntó de quién era el niño, ni cuánto tiempo llevaba de embarazo. Sólo que adivinó que no era de él, no podía ser de él, hacía meses que no tocaba a su esposa.  Caprice se desesperó y dijo que no podía quedarse en Wensthwood ahora que su marido sabía la verdad. Le dije que hablara con su marido que le pidiera perdón. Que él comprendería porque era un hombre muy bueno y la amaba. No quiso escucharme. Estaba furiosa y también asustada. No quería tener ese hijo ni tampoco marcharse de la mansión porque no quería pasar privaciones. Así que se quedó y su embarazo siguió su curso. Sir Lawrence decidió aceptarlo, y pidió que viniera un doctor para examinar a su esposa. Estaba preocupado por ella y nos pidió que la vigiláramos pues no quería que escapara ni que hiciera una locura. Creo que él entendió que su situación era difícil y por eso, hizo a un lado su orgullo herido y su honor mancillado y habló con Caprice. Le dijo que ese niño sería suyo y debía cuidarlo. Mi señora sonrió, lloró y le pidió perdón. Creo que entonces comprendió que él la amaba de verdad y que ella le había fallado otra vez y sin embargo, la perdonaba—Dolly se emocionó al recordar—Sir Lawrence le pidió que regresara a su dormitorio pero Caprice le pidió un tiempo más porque esos días no se sentía muy bien. Cuando el médico vino dijo que el embarazo iba bien y que el niño nacería en cinco meses. Creo que entonces Caprice comenzó a entender lo afortunada que era y trató de cambiar, de ser una buena esposa. Debía estar agradecida en vez de quejarse tanto…

—¿Y qué pasó con ese niño, Dolly? ¿Por qué no está aquí en Wensthwood?

Dolly demoró en responderle.

Miró a su alrededor.

—Murió lady Arabella… nació antes de tiempo, porque ella había perdido otros embarazos y eso... el doctor dijo que el niño estaba débil pero no es bueno mencionar detalles. Sólo le diré que su esposo quedó devastado y ella también, se sintió muy culpable. Y eso los separó, creó un abismo entre los dos y agobiado por el dolor sir Lawrence se fue a Londres, dijo que por negocios, estaba muy mal y no tenía consuelo. Su matrimonio no era más que una fachada y entonces ocurrió la tragedia. Fue tan inesperado, tan triste… días antes Caprice me dijo que quería irse de aquí, que ya no soportaba Wensthwood pero no creí que hablara en serio. Entonces ocurrió la tragedia y desde entonces su fantasma no tiene descanso, lady Arabella y su esposo nos prohibió hablar de Caprice. Quitó su retrato y guardó todas sus pertenencias y pidió a sus familiares que se las llevaran, pero ellos no quisieron así que todo quedó cerrado en el ala sur, donde ella vivía encerrada.

Arabella quedó impresionada con la trágica historia de Caprice, tanto que lloró pero sus lágrimas no eran por ella en realidad sino por su esposo y porque ahora comprendía su forma de actuar. Su anterior esposa lo había lastimado, traicionado y al final, su muerte había sido el último dolor, su abandono, una forma muy cruel de despedirse.

Ahora entendía por qué nadie podía nombrarla.

No había sido el amor sino todo lo que sufrió por su causa. Podía entender que ya no confiara en nadie y que fuera tan reacio a casarse, a enamorarse. A entregarse por completo a ella como tanto deseaba.

—Entonces, ¿tú crees que él nunca me amará, Dolly?

Su doncella la miró espantada.

—No diga eso, lady Arabella, por favor, no es así. Él la ama sí, pero debe entender lo que sufrió para poder comprenderle mejor. Y también para que sepa que Caprice no era la esposa perfecta ni una santa. Muchas veces quise decirle, señora, pero el señor me lo prohibió, él no soportaba que hablaran de ella, quería olvidar y recomenzar, borrar su recuerdo y también su dolor. Pocos saben del suicidio, dijeron que había muerto de fiebres y por supuesto que lo del bebé fue un secreto.

Arabella se quedó pensando en toda esa historia tan trágica y triste, y sintió pena, no pudo evitarlo. Le costaba entender la personalidad de Caprice, su forma de proceder. ¿Por qué no fue feliz al lado de un hombre que la adoraba? ¿Por qué perdía los embarazos? ¿Odiaba a Lawrence al punto de que prefirió abandonarlo por seis meses y luego terminó su vida de forma tan trágica? Pero Dolly le había revelado que Caprice sufría de los nervios y perdía los embarazos por no cuidarse. Lo hacía a propósito y cuando realmente quiso tener a su último hijo, cuando se cuidó para no perderlo, había ocurrido la desgracia.

—Lady Arabella, no se atormente con esa historia, olvide lo que pasó. Caprice está muerta y su fantasma no puede hacer daño, sólo está allí, nadie sabe  por qué. Usted no se parece en nada a ella y sé que ama a su esposo y quiere ser feliz. Eso es lo más importante. Caprice es un fantasma del pasado, una historia que debe olvidar. Y le ruego que no regrese a sus aposentos, ni aunque vea diez fantasmas de Caprice.

—No lo haré, Dolly. Gracias, tú… me has ayudado tanto, no sé cómo agradecerte.

Dolly sonrió.

—Es mi deber cuidarla lady Arabella y ha sido un placer hacerlo.

Un sonido en la puerta puso fin a la conversación.

El doctor Evans entró con expresión muy seria, alarmado preguntó qué había pasado. Cómo había sido la caída.

Arabella le dijo la verdad y él examinó su tobillo izquierdo.

—¿Puede girarlo y moverlo Lady Arabella?—quiso saber.

Ella asintió.

—Me duele un poco.

—Le pondré una venda y se quedará unos días a quietud para que baje la hinchazón. Creo que es más por la herida porque no veo luxaciones. Me preocupa más el bebé. Voy a examinarla.

Dolly la ayudó con el vestido y el médico observó que su vientre comenzaba a crecer.

—¿Ha sentido dolor o sangrado?—preguntó.

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