Arabella

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Arabella

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—Disculpa, no quise ser rudo contigo, tú eres mi esposa y este será tu hogar. Mis criados están para servirte pero si alguno comete un desliz o falta hacia ti debes avisarme. Espero que no haya secretos entre nosotros. Ni salidas, ni viajes misteriosos a visitar a tus parientes o amigos.

Puso énfasis en sus últimas palabras y ella lo miró espantada. ¿Acaso ese hombre planeaba dejarla encerrada en esa mansión sombría para siempre?

—¿Y podré invitar a mis amigas y parientes?—preguntó entonces con timidez.

Su esposo sonrió.

—Sí, por supuesto pero sólo uno por vez. Me incomoda tener la casa llena de invitados. No hay fiestas en Wensthwood. Recibo parientes y amigos sí, pero me agrada la privacidad, la intimidad de mi hogar. Lo siento, es que a mis veintisiete años me he vuelto algo ermitaño. Pero tú eres tímida y me imagino que no os agradan las fiestas.

Arabella asintió.

—No fui presentada sir Lawrence y por eso, no me permitían ir a fiestas.

Esa respuesta pareció sorprenderle.

—¿De veras? Es extraordinario, querida. Sin presentación os habéis casado antes que vuestras hermanas.

La joven novia sonrió levemente mientras bebía de su copa de vino. Se preguntó cómo sería su vida en la mansión sin fiestas, sin reuniones… ella era muy tímida sí, y las fiestas se le antojaban aburridas. Eso no era lo que más le preocupaba sino saber por qué su marido no quería que se nombrara a su difunta esposa ni se hicieran preguntas.

Comieron en silencio, aunque ella apenas probó bocado. Estaba nerviosa y no podía dejar de sentir un desasosiego e inquietud casi constante. Quería escapar de esa casa y evitar que… ese hombre la tocara y la hiciera suya. Pero no podía hacerlo por supuesto y debía aceptar lo que pasaría esa noche como algo natural. Así se lo había dicho tía Lizzy. Era su esposa y…

El vino la hizo sentir mejor. Más relajada y algo somnolienta.

Notó que las velas del candelabro parpadeaban como si una corriente de aire invadiera la habitación en silencio.

—Estáis asustada, querida? Os asustan las tormentas?—preguntó su esposo.

Arabella lo miró.

—Un poco—confesó.

Sus ojos la miraron con fijeza y ella tembló pensando que había notado que no estaba asustada sólo por la tormenta.

—Bueno, creo que es hora de descansar pequeña. Ven—dijo entonces y tomó su mano.

Ella lo siguió sonrojada.

Cuando entraron en la habitación nupcial ella vio la inmensa cama con un cobertor de terciopelo rojo y se estremeció.

—Ven, no tengas miedo pequeña. No voy a comerte—dijo él al notar que se quedaba en la puerta.

Arabella obedeció y dios unos pasos hacia su esposo. Él la miró embobado, con una mirada intensa tan dulce que la hizo sonrojar.

—Diablos, sois tan hermosa pequeña.

Arabella sonrió y sir Lawrence se acercó despacio y la besó con suavidad.

Estaba claro que no era la hora de dormir. No sin antes copular.

Se tensó cuando la llevó a la cama y la envolvió entre sus brazos y siguió besándola, acariciándola con suavidad.

De pronto se detuvo y la miró.

—Estáis temblando, preciosa—señaló—me pregunto si alguien te habrá hablado de lo que pasará esta noche.

Su voz era suave y su mirada distinta, casi tierna.

—Mi madrina me dijo hace dos semanas—le respondió ella.

—¿Y qué os dijo?

—Dijo que tal vez tendría que desnudarme pero…

Su esposo sonrió y se quitó la camisa despacio.

Arabella vio su pecho ancho y vio algo más, una fea cicatriz en su brazo izquierdo, tan gruesa que se veía y otra más corta en su cuello.

Una trifulca. Una pelea con algo muy cortante.

Quiso preguntarle pero no se atrevió.

Lo vio apagar las luces y regresar a su lado.

Un trueno hizo estremecer la casa entera y la joven ahogó un gemido. La tormenta y ese hombre la tenían aterrada.

—Tranquila, ya pasará—dijo él mientras la envolvía entre sus brazos y volvía a besarla.

Pero de pronto se detuvo y la miró con una expresión extraña.

—Estás aterrada preciosa, no quieres que te toque, no soportas que lo haga—era una acusación y sin embargo sonreía levemente, no parecía enojado.

Arabella se sonrojó.

—No, no es eso sir Lawrence, por favor.

—¿Entonces tú no querías casarte conmigo, verdad? Vuestra familia os obligó. Lo sospechaba pero quería que fueras mi esposa. No me importó—le respondió y se alejó de ella lentamente.

—Lo siento mucho sir Lawrence… es que tengo miedo, no es rechazo.

—Si no soportas la intimidad porque os da tanto terror, ¿por qué aceptasteis ser mi esposa?

La pregunta se oyó como un látigo.

Arabella se sentó en la cama y lo miró asustada y nerviosa por el giro inesperado de la situación. Algo estaba mal, a pesar de su inexperiencia se preguntó qué había hecho mal para enfadarle tanto.

—Pues no tendrás que sacrificarte hoy, preciosa, no te entregarás  a mí por obligación o porque sea tu deber. Jamás podría forzar a una mujer a que haga algo que no desea.

Ella lo miró desconcertada y lloró, no pudo evitarlo.

—No estaba lista para casarme, es verdad, no me sentía preparada pero mi tía dijo que luego…. Aprendería a ser una buena esposa. Lamento haberle defraudado. Estoy asustada pero no lo aborrezco, no es verdad que me casara contra mi voluntad.

El rió cuando dijo eso como si no le creyera una palabra.

—Tú no estás preparada para convertirte en mi esposa. Creo que he cometido un gran error. Me apresuré a pedir tu mano. Ve a dormir, te ves cansada. Mañana hablaremos.

Su rechazo la lastimó. Era él que no quería tocarla, que no quería seguir adelante y hacerla su mujer como habría hecho un hombre sensato. Estaba preparada para soportarlo, su tía le había hablado, no era una jovencita ignorante pero algo lo hizo cambiar de idea. Lo vio irse furioso y entonces lloró. Su tía le había advertido, dijo que sufriría al comienzo y que seguramente lloraría, pero no imaginó que lo haría porque él se había negado a hacerla su mujer esa noche, que se sentiría tan desdichada por no haber podido cumplir con su deber de esposa. ¿Qué pasaría ahora con su matrimonio? ¿Acaso la repudiaría y la enviaría de regreso con sus padres?

¿Sería el fantasma de Caprice, la mujer que tanto había amado que había regresado esa noche para atormentarlo?

De pronto sintió sus pasos alejarse y lo vio abandonar la habitación tras dar un portazo. Ni siquiera dormiría a su lado, en su recámara nupcial, en esa cama inmensa tan antigua y tan fría sin su esposo, sin su abrazo.

Al final todo fue mucho peor de lo que había pensado.

Él la acusó de haberse casado con él sin desearlo. Empujada por sus padres.  Sabía la verdad, él siempre había sabido que esa era una boda concertada. ¿Por qué la culpaba? Él se encaprichó de ella pudiendo haber escogido a su hermana mayor. No lo hizo. Y ahora la culpaba de sentir terror. No era su culpa…

Arabella pensó que lloraría esa noche, pero jamás imaginó que lloraría al sentir la ira y el rechazo de su marido.

No era un buen comienzo.

Era un completo desastre.

**********

La lluvia y el mal tiempo duraron días, haciendo imposible los caminos.

Su esposo se quejó de eso a la mañana siguiente pero no dijo nada de que la devolvería a su casa.

Ni ese día, ni los siguientes.

Cuando llegaba la noche él se retiraba a sus aposentos y no daba un paso para acercarse.

Comenzó a inquietarse. A sentirse angustiada.

Día tras día lo veía durante el almuerzo, en la cena y algunas veces en la tarde, el resto del día se alejaba a realizar sus quehaceres.

La pasada tormenta había arruinado los caminos y había dejado aislados a muchos animales y su heredad se inundó en la zona que lindaba con el mar. Arabella tardó un poco en acostumbrarse a sentir ese murmullo constante en toda la casa, y a pesar de que la mansión estaba en lo alto del peñasco sentía pánico de que ese mar índigo avanzara y lo cubriera todo. Había notado cómo al atardecer devoraba la playa y luego, en la mañana retrocedía y volvía  a su lugar. El problema era la pleamar, se lo había dicho Dolly, su doncella, había lugares que quedaban por completo aislados durante horas y era peligroso estar allí. Pero la joven no tenía intención alguna de bajar a la playa todavía, ese mar le daba terror, no se parecía en nada al de Devon, cerca del Cottage donde vivía con su familia. Era distinto. Azul y profundo, con olas amenazantes que en el pasado habían hecho naufragar a los piratas y marineros. La mítica tierra del rey Arturo como decía su padre y de los pueblitos costeros tan pintorescos. Cornualles era un lugar distinto, tenía algo especial y ella pensó que lo habría disfrutado más de no haber estado tan inquieta y nerviosa.

Esa mañana, Arabella se sentía cansada pues no había dormido bien y se pasó un buen rato frente al ventanal de la sala del comedor, con la mirada perdida en el mar hasta que de pronto vio a su esposo cabalgando hacia la costa. ¿Qué haría allí? Él debía saber que era un lugar peligroso.

Contuvo el aliento mientras lo veía desaparecer en la playa. Cabalgaba como un endemoniado y por eso debió perder su sombrero.

Luego se preguntó por qué la retenía en Wensthwood si era claro que ya no deseaba que fuera su esposa.

Una voz la distrajo de sus pensamientos provocándole un sobresalto inevitable, pues frente a ella estaba la monja de senos grandes, claro que no era una religiosa sino la señora Stuart, su ama de llaves.

—Buenos días lady Arabella, disculpe por favor, no he querido asustarla—dijo.

La miró perpleja. No esperaba visitas. Ni siquiera estaba arreglada.

—Señora Stuart, nadie me avisó—se quejó.

El ama de llaves puso cara de estupor, como si esa respuesta fuera insólita y algo desafortunada para una dama.

—¿Quién es?—insistió Arabella.

—Lady Arundell y su marido. ¿No le dijo su esposo? Disculpe, pensé que le había avisado.

—Debió olvidarlo—replicó la joven inquieta.

No era la primera vez que su marido olvidaba decirle que tenía visitas. En la cena, durante el almuerzo y ahora, a media tarde.

No sabía quién era Lady Arundell, pero procuró disimular pues su esposo no estaba a su lado para oficiar de anfitrión y sería algo embarazoso para ella atender a esos visitantes.

—Iré en un momento, señora Stuart. Debo cambiarme ahora. Por favor, ¿puede avisarle a mi esposo que los Arundell están aquí?—dijo entonces.

Ser la señora de la mansión era una tarea agobiante por momentos, pero no se quejaba, sabía que sería así pero si al menos él no fuera tan frío, tan distante… No podía entender por qué la ignoraba, por qué la trataba así.

Abandonó el comedor y corrió a su habitación y llamó a la doncella tirando del cordel que había en la cabecera de la cama para que la ayudara a peinar su cabello y  a cambiarle el vestido.

Dolly era una doncella muy eficiente y sabía peinarla, rizar su cabello pero no solían conversar demasiado.

Era reservada, como el resto de los sirvientes. Al punto que Arabella no sabía si la odiaban por ocupar el lugar de la difunta marquesa o sólo sentían indiferencia por su llegada a la mansión.

—Dolly, necesito tu ayuda. Hay visitas. La señora Arundell y su marido.

La joven asintió.

—No se preocupe lady Arabella, son amigos de su esposo. Pero él sabía que vendrían hoy, ¿no le dijo?

Arabella se encogió de hombros.

—Nunca me avisa… creo que no le importa hacerlo.

Era la primera vez que se desahogaba. No era correcto que lo hiciera, lo sabía, que hablara así con su sirvienta, pero es que se sentía tan sola. Su familia prometió visitarla y no lo había hecho y ese día hacía una semana que se había casado.

Una semana de casada y sentía que eran casi dos extraños.

—No se preocupe lady Arabella, él es así desde que murió su esposa. Pero si tiene paciencia, sé que el marqués cambiará.

Esas palabras la sorprendieron.

—Él dijo que no quería que hablara de Caprice—dijo con cautela observando la reacción de su doncella.

Los ojos oscuros de la joven brillaron con intensidad.

—No lo haga, lady Arabella. Él nos ha prohibido mencionarla.

—¿Tanto la amaba que nunca podrá olvidarla?

Dolly asintió.

—No puedo decirle, señora. Si se entera que hablé de Caprice él… se enojará y perderé mi trabajo, ¿entiende?

La joven dijo que entendía y mientras se cambiaba no volvieron a mencionar a Caprice. Pero estaba segura de que ella era la culpable de su rechazo, su fantasma lo acosaba, estaba en esa casa, en cada rincón por eso su matrimonio iba tan mal.

—Señora, debe ser paciente con su esposo. Él ha sufrido mucho—dijo de pronto Dolly mientras terminaba de peinarla.

Arabella no quería verse así, tan triste. Era una dama recién casada, aunque todo fuera una farsa, ella no deseaba que sus visitantes la vieran tan desanimada.

—Lo sé, Dolly. Es que no sé por qué…

No terminó la frase. Estaba llorando. Su futuro era tan incierto y se sentía tan sola en esa mansión. Su esposo no la quería y en cualquier momento pediría la anulación y la regresaría a su casa y todo terminaría. Sentía terror de que eso pasara. Al comienzo estaba muy asustada y sólo quería escapar, pero ahora comprendía que el escándalo de ser repudiada por su marido arruinaría su vida. Era su esposa, diablos, estaba casada con él, de nombre por supuesto porque si su matrimonio no se consumaba él podía pedir la anulación. ¿Pero lo haría?

De pronto notó que su doncella miraba con lástima.

—Lady Arabella… le traeré un vaso de agua—dijo y se alejó un momento.

La jovencita secó sus lágrimas y quiso controlarse pero no pudo.

Y cuando Dolly regresó con el vaso de agua se sintió un poco mejor, pero no quería hablar, no podía hacerlo.

—No puedo ir así—se quejó al final—diles que estoy indispuesta.

Dolly vaciló.

—Su esposo se enfadará lady Arabella, por favor, si se pone compresas de algodón con agua fría en los ojos tal vez…

—Lo notarán. No, no puedo ir. Pídeles que me disculpen.

La doncella obedeció. Y poco después de marcharse escuchó pasos y que alguien abría la puerta de su habitación. Entonces vio a su marido parado en su habitación con semblante torvo.

—Arabella. ¿Qué tienes?—quiso saber—¿Por qué estás llorando?

Ella secó sus lágrimas y lo miró, aterrada. La había descubierto. Pensó que estaría en el campo pero… había regresado y allí estaba, frente a ella, mirándola con cara de pocos amigos.

—¿Acaso alguna criada os dijo algo que os incomodó?—insistió.

—Es que no me sentía bien—respondió la joven.

—¿Echas de menos tu casa, esposa mía?—le preguntó.

Ella no respondió. ¿Acaso le diría que pronto regresaría a su casa? Lo vio caminar en la habitación con sus largas botas de montar y secó sus lágrimas. Pero no habló, no dijo nada. Su presencia sólo la atormentaba. ¿Qué quería de ella?

—¿Entonces me regresaréis a mi casa, mi lord?—le preguntó con un hilo de voz.

Él la miró con fijeza. Seguía enojado, molesto, pero ahora parecía sorprendido.

—¿Acaso es lo que deseáis que haga, preciosa?—le preguntó.

Ella negó con un gesto.

—¿Estáis segura de que deseáis quedaros aquí?

Arabella suspiró y bajó la mirada.

—Sólo si vos lo deseáis, milord. Pero si no me queréis a vuestro lado me iré.

Esas palabras le molestaron, pero Arabella pensaba que todo le molestaba, tenía un genio imposible.

—¿Entonces pensáis que quiero que os vayáis? ¿Que vuestra presencia aquí me incomoda? Sois mi esposa, pequeña, ¿es que lo habéis olvidado?

Volvía a hacerlo, a responderle con preguntas sin decirle lo que realmente estaba mal en ella.

—No lo he olvidado, milord. Sé que soy vuestra esposa.

—Bueno, pronto os sentiréis más segura de eso. Ahora vendréis conmigo y saludaréis a nuestros invitados.

La jovencita lo miró espantada.

—No, por favor, no puedo hacerlo. Me verán así y sabrán que me pasó algo.

—¿Y qué os pasó? ¿Por qué estabais llorando?

Arabella no le respondió, no le diría la verdad. De todas formas a él no le importaba gran cosa si era feliz o desdichada en esa casa. Dijo que no la regresaría con su familia ahora y eso era bueno. También le recordó que era su esposa. Para bien o para mal, lo era.

—Arabella, ve a lavarte la cara. Los Arundell son viejos amigos y vinieron a vernos.

Claro, necesitaba tapar las apariencias y presentar a su esposa a sus amigos. Porque todos sabían que se había casado recientemente. Sólo por eso fue a verla y fingió que le importaba.

Tuvo que obedecerle, porque una buena esposa siempre lo hacía. Aunque ella no fuera su esposa más que de nombre.

 

Wensthwood house

Sus padres fueron a visitarla la semana siguiente para saludarlos. Fueron el sábado y se quedaron a almorzar.

Sus hermanas Christine y Beatrice la miraron con cierta envidia.

—Qué guapa estáis Arabella. El matrimonio os sienta bien—dijo su hermana mayor.

Pero en sus ojos azules no había una sonrisa cálida sino una expresión burlona. Ella debía saber que su matrimonio no iba bien. No sé cómo pero lo había notado. Y aunque durante el almuerzo se mostró alegre cuando las tres dieron un paseo hacia la playa para ver las rocas de Lands-Ends, se acercó a ella para conversar.

—¿Y bien querida? Cuenta cómo te ha ido ahora que eres una dama recién casada—preguntó.

Arabella la miró inquieta.

—Bien… me daba un poco de miedo el mar y me ha costado acostumbrarme a ese murmullo. ¿Lo habéis escuchado al llegar?

Christine y su hermana se miraron.

—¿Eres boba o qué? No me refería al mar. Me refería a tu marido, tonta—replicó Beatrice con torvo semblante.

—Sí, cuenta qué tal te va ahora como señora de la mansión embrujada de Wensthwood—agregó Christine burlona.

—¿Mansión embrujada?

—Sí, es lo que dicen. Por el fantasma de la hermosa Caprice, la anterior esposa de tu marido. Tú conoces la historia verdad? Imagino que sir Lawrence os habrá contado—insistió Beatrice.

Su hermana mayor seguía despechada y furiosa con ella, de eso no tenía dudas y ahora, no perdería oportunidad de recordarle que su esposo había estado casado antes con la hermosa y angelical Caprice. Y que además, su fantasma merodeaba en la mansión.

Arabella sostuvo la mirada de Beatrice y le respondió sin emoción:

—Mi esposo jamás ha hablado de Caprice, ni creo oportuno hacerle preguntas.

Bea no se esperaba semejante respuesta y se quedó desconcertada observando a su hermanita menor.

—Vaya… ¿Y acaso no sientes curiosidad por saber?

Sí, claro que la sentía.

—Tal vez… pero eso no me inquieta para nada. Yo soy la nueva señora de la mansión, qué importa la anterior? Tú misma lo dijiste una vez Beatrice: Caprice está muerta.

La joven no se esperaba esa respuesta y la vio fruncir los labios, furiosa mientras sus ojos brillaban de rabia.

—Bueno, supongo que tienes razón, por supuesto. Está muerta pero sin embargo… he oído que su fantasma está aquí en Wensthwood y no descansa en paz. Murió tan joven la pobre y … he estado averiguando. Mejor dicho, me he enterado de casualidad el otro día en una velada musical a donde asistió una amiga de la difunta marquesa de Trelawney.

Arabella no quiso oír la historia pero Beatrice la obligó a escucharla.

—Dicen que la pobre sufrió mucho aquí, sabes? Porque su marido la amaba tanto que estaba enfermo de celos. No la dejaba ni salir a una fiesta ni a visitar a su familia. La encerraba en el ala sur, con vista a las rocas, en sus aposentos.

Saber eso la inquietó, no imaginaba algo así.

—Beatrice, ¿estáis segura de eso?

Su hermana se apuró a afirmar que era así.

—Dicen que es un hombre muy celoso, bueno, lo fue con su anterior esposa. A ti te deja salir, al parecer. Al menos no le molestó que salieras hoy—Beatrice rió por lo bajo.

Pero fue su otra hermana Christine quien la reprendió.

—Deja de decir esas cosas, Beatrice. Estáis tan obsesionada con Caprice, mucho más que Arabella que es la esposa de sir Lawrence.

La joven sostuvo su mirada con gesto desafiante.

—Pues ella debe saber la verdad, para estar prevenida. Y que conste que no os he contado lo peor.

—¿Y qué es lo que estáis ocultándome?—quiso saber su hermana menor, picada por la curiosidad, ansiosa de saber algo más de Caprice.

Beatrice la miró con una sonrisa pero cuando iba a responderle Christine la hizo callar.

—Déjala en paz. Vamos. Olvida todo eso. A fin de cuentas son sólo rumores, chismes y nada más.

—Pues tengo mis dudas sobre eso—le respondió su hermana mayor—Tengo mis serias dudas… pues fue una amiga muy cercana a Caprice.

—No la escuches, Arabella. Son tonterías. La gente habla y nuestra hermana sigue celosa por tu boda—dijo Christine—Ahora apresuraos Bea, que quiero ver el mar.

La joven miró a su hermana agradecida, al menos ella no le guardaba rencor por haberse casado con el pretendiente de Beatrice, aunque en realidad nunca le había hablado, sólo había sido cortés con su hermana mayor. Suspiró aliviada y comenzaron el descenso hacia la playa. Ambas querían ver las rocas y a pesar de que su madre se mostró algo espantada por la idea, dejó que fueran.

“Tenga cuidado con el descenso” le advirtió el ama de llaves.

Su marido estaba demasiado distraído para decir nada, así que no pensó que fuera peligroso.

Hasta que escuchó gritar a su hermana y retorcerse de dolor. Arabella se acercó para ver qué pasaba, pero fue Christine quién le contestó.

—Creo que se torció un tobillo.

—¡Diablos!

—Me torcí un pie y me duele. Maldita piedra—chilló Beatrice.

Ambas la ayudaron a sentarse y fue Arabella quien tuvo que regresar para pedir auxilio. Por fortuna su marido se encontraba cerca en su caballo y se acercó hasta el sendero empinado.

La joven lo miró con inquietud.

—Ten cuidado con las piedras—le dijo.

Él sostuvo su mirada y sonrió.

—Descuida, conozco el camino—le respondió.

Pero luego, al ver que llevaba a su hermana mayor en su caballo Arabella sintió que ardía de celos. La muy boba no dejaba de quejarse y hacerse la desgraciada mientras iba en brazos de su marido.

Era lo que quería. Estar cerca de sir Lawrence.

No sólo arruinó su paseo a la costa para ver el mar de Lands-Ends, sino que se fue todo el viaje abrazada a su esposo.

Trató de dominarse por supuesto, pues al llegar el ama de llaves las miró con una sonrisa llena de malicia.

—Ese camino no es seguro, señorita Beatrice. Yo le advertí  a lady Arabella que tuviera cuidado—dijo.

La joven se sonrojó y pensó que esa mujer era odiosa, tenía bastante lata con su hermana quejándose de que se había quebrado el tobillo, a su esposo atendiéndola en la sala y todos revoloteando a su alrededor para tener que soportar a esa mujer reprendiéndola como si fuera una chiquilla.

—Fue un accidente, el camino era muy empinado—replicó.

Su esposo miró a la señora Stuart muy serio.

—Alice, vaya a buscar al doctor Murray, por favor. Tal vez pueda recetarle algún tónico para el dolor.

El ama de llaves se marchó con los labios apretados   pero en sus ojos se notaba una maligna satisfacción al ver que sus funestos vaticinios se habían cumplido. Allí estaba la hermana de lady Arabella con el tobillo lesionado.

La jovencita se quedó apartada de la reunión mientras sus padres y su esposo rodeaban a Beatrice, que estaba feliz de ser el centro de atención. Era su pequeña venganza contra su hermana menor… o eso sintió ella.

Su mirada se encontró con la de su madre y ella se alejó de Beatrice y fue a hablarle un momento.

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