Anxious

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Anxious

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Scalia cogió su rifle y fue tras ella. Siempre recorrían la zona y una buena extensión para ver si el número de mordedores era alto: si eso sucedía, abandonaban ese lugar para ir a buscar otro. A ninguno le apetecía que los atacaran por la noche, cuando más indefensos se encontraban… Además, de paso veían si encontraban algo de utilidad.

Localizaron la mejor zona para pescar pronto, y después recorrieron la zona de bosque. Según un plano envejecido que habían avistado en la entrada, existía un refugio, una zona de golf y demás absurdeces que en nada ayudaban. Mientras Scalia revisaba las zonas de ocio, Emma se metió en la parte más silvestre. Sin los cuidados diarios de los jardineros responsables, aquello parecía un bosque sacado de una película de terror. Incluso con la luz de la tarde resultaba inquietante caminar por él; en un momento dado, al pisar escuchó un chasquido y por instinto pegó un salto. Se quedó quieta, tratando de que su corazón recuperara un ritmo normal mientras escrutaba el suelo en busca del motivo del ruido… mierda, una trampa para animales. Si le hubiera atrapado la pierna estaría en un lío muy serio, tendría que fijarse bien donde pisaba si no quería seguir los pasos del sargento Clive.

Caminó un poco más sin dejar de prestar atención; por el suelo había bolsas rotas, latas de comida vacía, botellas de cerveza abandonadas… dudaba horrores que eso estuviera así cuando había sucedido la catástrofe. ¿Había, quizá, un grupo de supervivientes por allí? La idea la animó de manera considerable. De ser así, serían las primeras personas con vida que veían desde el comienzo de su viaje.

Eso la impulsó a continuar un rato más, pero cuando se asomó para echar un ojo notó que en la lejanía había movimiento, y no precisamente humano. Aquella era zona de mordedores. Estaba muy lejos para ser vista o intuida por ellos, y cuando regresara al lugar donde habían dejado sus cosas aún estarían más lejos, pero se alegraba de haberlo descubierto; así ya sabía que tenían que retomar las guardias.

Tras echar un último vistazo, decidió regresar. Encontró a Scalia en el punto en que lo había dejado, apoyado en un árbol y cruzado de brazos, con el ceño fruncido.

—¿Dónde estabas? —soltó cuando la vio aparecer—. ¡Te he llamado un montón de veces! Estaba preocupado, ¿sabes?

—Perdona, no te he oído. Reth, he encontrado…

—¡Acordamos que el reconocimiento del perímetro sería de unos veinte minutos! —siguió él ignorando sus disculpas—. Has estado el doble, pensé que te habían atrapado, que habías tenido algún accidente, ¡yo que sé!

—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —dijo ella malhumorada, echando a andar y tratando de pasar de largo.

—Somos dos, eso es lo que me pasa, Em, y a ti parece que se te olvida. —Y la detuvo sin miramientos sujetándola por los brazos—. ¡Lo mínimo que puedes hacer es tratar de que no me preocupe a todas horas por si estás bien!

—Pero qué dices… —Ella lanzó una mirada hacia sus brazos, como invitándole a que la dejara libre. Estaba perpleja por aquella reacción—. Oye, quizá tengas razón y haya sido algo desconsiderada al retrasarme sin avisar, pero, ¿no crees que tu reacción es exagerada?

—¡Joder!

Sin previo aviso, la rubia se encontró apoyada contra el mismo árbol donde minutos antes se encontraba él, y con Scalia cerca, tan cerca que invadía por completo su espacio personal. De pronto, el cabreo del militar se había transformado en una especie de tensión sexual y ella se dio cuenta al momento de que para él, el día de intentarlo era ese, en ese mismo momento; su enfado nada tenía que ver con el hecho de que se hubiera entretenido investigando en el bosque, más bien respondía a la frustración. Llegaba tarde, pero al fin había aparecido.

—¿Por qué eres tan distante conmigo? —preguntó sin alejarse ni medio milímetro—. ¿No te gusto ni siquiera un poquito?

—Sí que me gustas. O me gustabas hasta hace cinco minutos, pero tú…

Scalia no la dejó terminar la frase; se inclinó y la besó, sujetándole la cara entre sus manos. Pese a su temperamento, el beso no fue agresivo, sino dulce y a Emma se le pasó por la cabeza la idea de corresponderlo. Sería fácil… todo sería tan sencillo si pudiera enamorarse de Scalia y que todo terminara bien.

Solo que no podía. No tenía ni esos sentimientos hacia él, ni ninguna gana de convertirse en una mera compañera sexual. Lo apartó de sí de un empujón suave, pero firme.

—Lo siento —murmuró atropelladamente—. Yo… lo siento, pero no…

—Vale. —Scalia se alejó de ella demasiado rápido, evidencia de que no lo había tomado con deportividad. Luego se pasó la mano por el pelo—. Joder. —Alzó la mirada—. Creo que voy a tomar un rato el aire.

—No tienes que irte a ninguna parte —trató de detenerlo Emma—. No pasa nada, Reth, no ha tenido importancia…

—Vaya, gracias por reafirmarlo, como si tu rechazo no hubiera sido suficiente.

—Quería decir que…

—Por favor, no lo arregles. Solo déjalo. —Meneó la cabeza negando—. No te preocupes, será un rato. Podré sentirme avergonzado a gusto y luego regresaré y no habrá pasado nada. ¿Vale?

Preguntarlo fue simbólico, porque no esperó respuesta. Solo se dio la vuelta para internarse en el bosque dejándola sola, mientras ella pensaba que siempre había rechazado a chicos a pares sin tener aquella sensación de malestar. Decidió respetar a Scalia y su deseo de estar solo, volvería al lugar donde habían pensado acampar y se quedaría allí, dedicándose a dar vueltas al hecho de por qué se veía incapaz de empezar de cero.

Scalia se alejó. De hecho, se alejó tanto que cuando se quiso dar cuenta no tenía la menor idea de dónde estaba. Bueno, qué demonios importaba. Ya estaba demasiado oscuro para ponerse a buscar el camino de vuelta, no se había llevado cerillas… de hecho no se había llevado nada, su mochila permanecía junto al árbol donde la había depositado cuando habían llegado. Pues le iba a tocar pasar la noche en esa zona que no conocía, sin comida, sin agua, sin el saco. Emma se iba a preocupar si no regresaba… vaya mierda de día.

Que se preocupara, no le vendría mal pegarse un susto y creer que quizá él no pensaba volver; sabía que estaba siendo injusto y que aquella línea de pensamientos era sumamente infantil, pero era así como se sentía. Se apoyó contra un tronco y ni siquiera se enteró de que se quedaba dormido, al igual que tampoco escuchó unos pasos acercándose.

 

Emma despertó sobresaltada al escuchar gritar a un pájaro. Miró a su alrededor, desorientada… se había quedado dormida. Valiente guardia había hecho, pero es que el viaje la había agotado y era más sencillo cuando había otra persona con la que repartir la vigilancia. Había tenido suerte de que no hubiera mordedores allí, durante unas horas se había convertido en una presa fácil. Se levantó y buscó a Scalia con la mirada, esperando encontrarlo cerca. Aunque estuviera enfurruñado no quería que se marchara, le había cogido cariño y además, era lo único que le quedaba. Pero solo necesitó unos minutos para comprender que Reth no había regresado durante la noche… esperaba que no hubiera decidido largarse por su cuenta, todas sus cosas continuaban allí donde las habían dejado. Y ya era de día.

Decidió que iría en busca de comida y de paso vería si lo encontraba a él. Con mucha suerte lograría pescar algo en el río, había visto una zona en la que podía intentarlo, de manera que cogió la bolsa con su pequeña caña extensible y la dejó lista.

Tras tomarse el último café instantáneo que quedaba en las bolsas, se levantó, agarró lo que necesitaba y se puso en marcha. Dedicó parte de la mañana a buscar a su amigo, sin dejar de llamarlo, pero aquella zona era inmensa y ni siquiera tenía claro que pudiera escucharla. Tuvo cuidado de no caminar exactamente por el mismo lugar que había descubierto el día anterior, por esa zona no había nada bueno.

Lo dejó al mediodía, agotada y desanimada. ¿De verdad se había largado Scalia por lo sucedido con ella? No había creído que fuera tan inmaduro. Empezó a protestar por lo bajo sobre hombres hechos y derechos que se portaban como si tuvieran cinco años mientras dejaba sus cosas a la orilla del río. Estuvo un par de horas esperando por si picaba algún pez, algo inquieta y pensando qué hacer a continuación… ¿debía darle más tiempo? ¿Cuánto? ¿Debería seguir por su cuenta? No, no podía hacer eso, ¿y si se encontraba en algún apuro? A lo mejor se había perdido, aquella zona era tan inmensa que no era ninguna estupidez. Quizá se había caído y estaba herido; no quiso pensar en eso.

No los oyó llegar.

Se incorporó, pensando en abandonar el intento de pesca y al alzar la vista los vio. Estaban separados, dejando una distancia prudencial entre ellos; llevaban tres perros atados, tres rottweilers que no parecían en exceso fieros aunque al verlos se echó hacia atrás de manera involuntaria.

Los examinó uno por uno y en sus rostros leyó lo que necesitaba. Aquel trío no tenía ninguna buena intención respecto a ella; la observaban con fijeza, como los animales hambrientos miran una chuleta. Uno de ellos era gordo y tenía una edad respetable, otro era guapo pero la sonrisa irónica de su cara no le gustaba nada. Pero el alto… era grande y si no llegaba a medir dos metros no andaba lejos. A ese no iba a poder manejarlo… como mucho si conseguía esquivarlo tal vez tuviera una oportunidad, pero si le ponía las manos encima podía darse por acabada.

—Mira lo que tenemos aquí —dijo el guapo acariciándose la barbilla.

Por una vez en su vida, ella se alegró de que su aspecto hiciera que la subestimaran. Eso le daba el factor sorpresa, si lo aprovechaba bien quizás tuviera una oportunidad.

—¿Qué queréis? —preguntó sin moverse.

—Uh —comentó el gordo—. Se la ve un poco impertinente… no importa. Nos gusta domar fieras. Yo soy Arthur, por cierto.

El grandote llevaba un bate; lo dejó apoyado contra un árbol, estaba claro que ni de broma pensaba que iba a poder necesitarlo.

«Al menos los perros no gruñen», pensó la rubia mientras valoraba rápidamente cómo iba a actuar.

—Ese es Phil. —Arthur señaló al de la sonrisa sarcástica y los ojos claros—. Y el alto es Rick. He pensado que lo más correcto era decirte nuestros nombres, dado que vamos a estar un tiempo juntos.

Sí, Emma se lo imaginaba. Seguro que de poder le habrían puesto una correa, como a los perros… menuda le esperaba si lograban atraparla, no dudaba que violarla era lo más suave que pretendían hacerle.

—¿Por qué no seguís vuestro camino y me dejáis en paz? —preguntó, mientras hacía un repaso mental de las armas ocultas que llevaba encima. Cuchillo, pistola… echar a correr…

Los tres se miraron con una sonrisa torcida en los labios. A Emma le ponían los pelos de punta, se los veía peligrosos, a saber de dónde vendrían… Y sin embargo, notó que a pesar de la sonrisa, de la situación de clara desventaja en la que se encontraba ella, estaban un poco desconcertados de que continuara quieta, sin llorar, sin gritar y sin tratar de huir. No se daban cuenta de que era porque se estaba preparando para atacarlos, sin perder detalle de por cuál empezar. Rick incluso estaba demasiado relajado, sin ninguna preocupación.

—Estás loca, nena —ese fue Phil—. Las mujeres escasean estos días. Y más una como tú.

—Os llevamos siguiendo desde ayer —repuso Arthur, sacando una cuerda de su bolsa que tendió a Phil con un gesto rápido—, pero queríamos esperar el momento oportuno.

Oh, mierda… mierda.

—¿Qué le habéis hecho a Reth? —preguntó.

—No te preocupes por él —dijo Phil—, tú tienes tus propios problemas. —Y dicho aquello, empezó a acercarse a ella con la cuerda entre las manos sin dejar de hablar—. No tiene por qué ser a malas, nena. Extiende las manos y no habrá daños.

Se acercó despacio, como si ella fuera un cervatillo al que no deseara asustar. Emma no dejó de mirarlo a los ojos: quería que se distrajera, si a aquellos energúmenos les gustaban los trofeos, sin duda querrían verlos de cerca.

—Vaya —comentó a los otros cuando ya estaba lo suficientemente próximo—, es guapa, ¿no crees, Rick? —El aludido hizo un gesto con la cabeza que Emma no supo interpretar, pero de cualquier modo extendió los brazos hacia él—. Esta puta entiende las reglas, ¿qué os parece? —Y soltó una carcajada.

—Que la cojas y vámonos —repuso Arthur—. Debemos poner distancia, no quisiera que tuviéramos algún encuentro no deseado.

Phil ladeó la cabeza sin dejar de observarla, como si pensara que eran los tíos más afortunados del mundo por habérsela encontrado en medio de un claro en el bosque. La agarró de la muñeca izquierda y tiró un poco para atraerla hacia él; Emma ya estaba a la distancia que necesitaba. Deslizó hacia su mano el cuchillo que siempre llevaba escondido ahí y se lo clavó en una milésima de segundo en el muslo. Fue tan deprisa que Phil se quedó con la boca abierta sin reaccionar, emitiendo solo un quejido cuando ella lo sacó de forma limpia; luego retrocedió, con los ojos abiertos de par en par, mientras sus dos amigos apenas se habían enterado de nada.

—Phil, ¿qué coño haces…?

El rubio cayó sentado en la hierba, soltando la cuerda, y se llevó las dos manos al muslo mientras la sangre se escapaba por entre sus dedos. Arthur lo miró con expresión anonadada y Rick se espabiló, separando su espalda del árbol donde la tenía apoyada.

—Pero, ¿qué…? —Arthur miró a Emma sin terminar de comprender.

—Le he cortado la arteria femoral —anunció ella sosteniéndole la mirada—. En tres minutos estará muerto.

Arthur volvió a mirar al suelo, donde Phil gemía mientras veía la gran cantidad de sangre que perdía; ya había palidecido.

—Hija de puta —empezó a decir dando un paso hacia ella.

Pero Arthur estaba alejado y Emma tuvo tiempo de sacar su arma; no dudó ni un segundo, apuntó a su cabeza y le pegó un tiro. El ex alcalde de Cannon Falls cayó de forma pesada al morir en el acto. Para entonces, Rick ya había reaccionado y en cuanto bajó el arma, ella se dio cuenta de que lo tenía encima. Quiso esquivarlo para ganar algo de tiempo, pero él consiguió desarmarla de un golpe en el brazo. Acto seguido, le cruzó la cara de un puñetazo que la dejó fuera de juego.

Ya estaba, se le había terminado la suerte. Estaba tirada en el suelo y aquel animal le había roto el labio, notaba el sabor metálico de la sangre en su boca; Rick estaba sobre ella, apretando la cuerda en torno a su cuello, y no iba a detenerse, lo sabía. Pensó en June, en Joel, en Nathan… porque le quedaban unos minutos antes de perder el conocimiento mientras aquel gigante la estrangulaba sin el menor escrúpulo y prefería recordar a las personas que había querido que no centrarse en su asesino.

«No entres en pánico, Emma, siempre hay algo que puedes hacer». Recordaba esas palabras de su padre, el mismo que no había logrado escapar de los mordedores, ni siquiera con todos los conocimientos de supervivencia que poseía. Jamás había olvidado sus lecciones. No actuar con precipitación. Pensar. Valorar la situación.

Y de pronto, supo lo que tenía que hacer. Alzó las manos y hundió los pulgares en los ojos del hombre sin vacilar en ningún momento: hizo toda la fuerza que consiguió sacar hasta que notó como los globos oculares cedían bajo la presión, y cuando percibió eso, siguió apretando y apretando mientras Rick se ponía a aullar como un lobo herido. Su cuello quedó liberado al momento, Rick se había incorporado a medias y Emma aprovechó para escurrirse sin dudar; puso toda la tierra que pudo entre ambos mientras trataba de recuperar aire. Estaba mareada, aturdida, y tuvo que controlar las toses para no terminar vomitando. Miró al gigante, aún de rodillas, que seguía gritando y movía los brazos en todas las direcciones. Gritaba cosas estúpidas como «ven aquí, zorra, te vas a enterar», pero no era capaz de ponerse en pie. Los ojos le sangraban y estaba claro por cómo se movía que no veía nada en absoluto, de lo cual se alegraba. Poco a poco, Emma se incorporó; la zona del cuello ardía, el labio y la cara le dolían horrores, pero Rick había dejado de ser un peligro. Al menos en aquel momento, claro. Recorrió el lugar con la mirada mientras recuperaba despacio el aliento, respirar dolía. Aquel cabrón había estado muy cerca de mandarla al otro barrio, joder, y ahora su cabeza parecía que fuera a estallar.

Rick no dejaba de gritar y de lanzar manotazos al aire, como si pensara que ella iba a estar allí cerca para recibirlos. La rubia pasó junto a un Phil al que le quedaban unos segundos de vida, pero no hizo ningún caso; llegó hasta el árbol, agarró el bate y regresó arrastrándolo hasta donde Rick permanecía arrodillado llevándose las manos a la cara y desgañitándose como un loco. Miró esa espalda inmensa, dudando unos segundos… aquello no venía en el código moral de la policía, ni de la persona. Pero a la vez escuchaba aquellos gritos que amenazaban con trocearla si caía en sus manos y tuvo que olvidar cualquier atisbo de ética.

No sabía de dónde habían llegado aquellos hijos de puta, pero sabía de dónde no iban a salir: alzó el bate y usó todas las fuerzas que tenía para reventar la cabeza al gigante. Rick cesó de gritar y se derrumbó en el suelo. Emma se quedó observando unos segundos por si hacía mención de moverse o cualquier gesto que indicara que seguía vivo, pero no sucedió. La rubia arrojó el bate al suelo mientras soltaba los perros, que habían ladrado y se habían revuelto durante el incidente, pero sin intervenir. No eran perros entrenados para ser agresivos, por suerte, no se veía con fuerzas de ponerse también a matarlos.

De tres pasos se plantó en la orilla del río y se dejó caer sobre el agua; comenzó a frotarse las manos de manera compulsiva, tratando de eliminar la sangre que había en ellas mientras intentaba no tener un ataque de nervios. La ansiedad trataba de abrirse camino y dominarla, así que tuvo que pararse y coger aire despacio; inspirar y expirar, con calma, hasta que el momento malo terminara.

Al fin se calmó unos minutos después. Terminó de lavarse las manos y la cara, esforzándose en eliminar la sangre y las lágrimas, y se incorporó para acercarse a los perros: dos se habían metido entre el bosque y no conocía sus nombres, pero uno movió el rabo cuando le tendió la mano. Le acarició la cabeza y las orejas, y después suspiró.

—Venga, perro —murmuró—. Vámonos.

Echó a andar y el perro la siguió correteando. Emma regresó a toda prisa al sitio donde había acampado y cargó con su mochila; hubiera querido llevarse la de Scalia, pero era imposible que avanzara rápido con semejantes bultos, de forma que tuvo que abandonar su petate allí. Avanzó en la misma dirección del día anterior, llamando a Reth a gritos. No le gustaba atravesar aquella zona, estaba cada vez más cerca del sitio donde había avistado mordedores, incluso se los podía oír si se escuchaba con atención.

Continuaba llamando a Scalia con la esperanza de que la oyese, pero nada, no recibía respuesta. No sabía qué hacer. Si se seguía acercando alertaría a los mordedores y ahora ya estaba sola, con lo cual no saldría viva si se veía rodeada; apenas tenía armas, aún dolía respirar y no se encontraba en la mejor forma del mundo. El perro empezó a ladrar y echó a correr; Emma lo llamó, pero obviamente no hizo caso, así que fue tras él. Se lo veía nervioso, giraba y gruñía, quizás por la presencia de los mordedores… no sabía determinarlo, si era así el animal no se equivocaba. Se estaba planteando irse cuando creyó escuchar ruidos. Podían ser los mordedores… y podía ser Reth, así que desoyendo su parte racional siguió hacia adelante, donde el bosque ya se convertía en campo abierto, y tan solo a un par de kilómetros los mordedores corrían y gruñían.

—¡Emma! —escuchó gritar a lo lejos.

El corazón de la joven dio un vuelvo al reconocer la voz de Scalia y empezó a recorrer la zona para localizarlo.

—¡Aquí! ¡Estoy aquí atrás!

Fue el perro quien lo encontró. Al oír los gritos se lanzó hacia el lugar ladrando, lo que no era bueno porque seguro alertaría a los mordedores, pero tampoco tenía otra opción. Segundos después encontró a Reth contra un árbol: estaba atado de pies y manos, imposible liberarse. También lo habían golpeado, al parecer en la cabeza, pues un hilo de sangre caía desde su sien derecha. Emma soltó un suspiro de alivio y fue corriendo hacia él.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí. No los vi llegar, debieron golpearme y me he despertado así.

La rubia buscó su cuchillo en la manga por instinto, pero recordó que lo había usado contra Phil y lo había guardado en el bolsillo trasero. Lo sacó para cortar las cuerdas; estaba serrando las de los brazos cuando escuchó aquel horrible y familiar rumor: pasos, muy rápidos, agitados, sin control. Sabía lo que era y tenía que darse prisa, de modo que terminó de cortar las ligaduras. Scalia le cogió el cuchillo para cortar las de los tobillos y se levantó de un salto.

—Tenemos que irnos de aquí ya —urgió ella—. ¡Estamos muy cerca de una zona caliente!

Se giró por si proponía algún otro camino, pero Scalia miraba su cara y su cuello; suponía que no tenía buena pinta por su expresión.

—¡Qué te ha pasado, Emma! ¡Por Dios!

—Ahora tenemos que preocuparnos por nosotros. —Tiró de su brazo—. ¡Vamos!

Lo mejor era abandonar el campo abierto y regresar por el bosque. Era más fácil esconderse en aquellas circunstancias, aunque resultara peligroso. Pero lo principal era poner distancia entre ellos y los grupos de mordedores, así que corrieron y corrieron sin detenerse. Tan rápido iban que Emma por poco perdió el equilibrio cuando escuchó gritar a Scalia; frenó en seco y se dio la vuelta para regresar a su lado a toda prisa, el maldito Reth había elegido el peor momento para torcerse el tobillo.

—¡Reth! —gritó pero entonces paró del todo al entender.

El chico miraba su pierna con los ojos desencajados: la tenía atrapada en una trampa para osos.

—Joder —musitó horrorizado—, joder, joder, joder…

—Espera. —Emma se arrodilló a su lado y examinó aquello. Sabía que era casi imposible abrirla, pero al menos tenía que intentarlo. Recordaba haber hecho un intento de explicar que había trampas de esas la tarde anterior, pero después habían discutido y… —. Voy a intentarlo, ¿vale?

—No se va a abrir y lo sabes —dijo Scalia palideciendo—. Están diseñadas para eso.

—¡Cállate! —le gritó furiosa—. Ayúdame.

Hizo un intento, dos, tres, y en cada uno de ellos no conseguía mantenerla abierta el tiempo suficiente para liberar a Scalia, siempre saltaba de golpe arrancando otro grito de dolor. Cuando quiso abrirla por cuarta vez, Scalia la agarró de las muñecas con fuerza para evitar que siguiera.

—¡Basta! —exclamó—. ¡No se abrirá! No puedo seguir, tienes que irte sola.

—No te abandonaré, ¿estás loco?

—Los oigo llegar—la avisó señalando hacia su espalda, al lugar del que escapaban—. No puedes quedarte aquí. Tienes que conseguir llegar al CDC. —Ella sacudía la cabeza sin parar de negar—. ¡Escúchame! ¡Las cosas son así! No puedes ayudarme, lárgate.

—No voy a dejarte aquí para que te despedacen vivo, Reth… — empezó a decir.

—Eso no va a suceder —repuso el chico sacando su arma—. Acabaré antes, lo prometo, incluso puede que me lleve a algunos por delante. —Volvió a apretar sus manos, pero esa vez ya no fue con frustración ni rabia, sino con cariño—. No puedes hacer nada por mí. Vete ya.

Aún resistiéndose a la idea, Emma se levantó. Retrocedió con el rottweiler detrás, mientras veía a lo lejos como un grupo de mordedores bastante extenso ganaba posiciones. En aquel grupo había de todo, incluso una niña pequeña con su vestido blanco hecho jirones; sintió como se le ponían los pelos de punta con aquella visión y otra vez miró a Scalia.

—Reth…

—Vete, Emma. Por favor.

La rubia asintió y dio un par de pasos, pero sin apartar la mirada. Después pareció pensarlo mejor, regresó a toda prisa hasta él, se agachó y le abrazó con fuerza ante la cara sorprendida de Scalia. Aceptó su abrazo con un nudo en la garganta y después apretó su hombro.

—Suerte, sheriff. Estoy seguro que lo vas a conseguir —dijo, forzando una sonrisa.

Los mordedores continuaban su avance. Emma volvió a ponerse en pie y entonces sí, echó a correr sin mirar atrás; ni siquiera cuando empezó a escuchar tiros quiso mirar.

 

6.     Sand Ridge State Park

Emma había llegado a ese punto al cual temía tanto llegar: verse completamente sola, sabiendo que todas las personas que le importaban habían muerto. Después de casi tres meses, los únicos humanos vivos y normales habían sido aquellos elementos del bosque, y siendo sincera, prefería pelear contra mordedores.

Tenía los mapas y al cabo de unos días llegó a Galesburg. Aprovechó para equiparse de todo lo que le faltaba. Cada vez comía menos y no quería que eso se convirtiera en un problema, aunque lo cierto era que caminaba por inercia. Estaba muy cerca de dejarse caer en una casa abandonada y no salir jamás, pero también sabía que eso no la llevaría a ninguna parte. El dolor por la muerte de Joel no había cesado por estar un mes parada sin moverse, y tampoco dejaría de doler ahora la muerte de Reth.

Al menos, podía encargarse del perro. Ni siquiera sabía su nombre, así que lo llamaba directamente «perro», a él no parecía importarle. La seguía en todo momento, Emma estaba convencida de que había estado con personas antes; era muy dócil y le hacía compañía.

En Galesburg tuvo que escoger cuál era la mejor ruta, aunque comenzaba a hartarse del mapa y total, todo estaba lejos de todo. Se decidió por Farmington, en realidad ella iba hacia abajo si pretendía llegar a Atlanta algún siglo; tuvo suerte, el camino estaba bastante limpio y excepto algún mordedor al que tuvo que abatir a tiros, no encontró mayores dificultades.

Cuando llegó a Peoria, ya había perdido la noción del tiempo, ni sabía cuánto había viajado. Calculaba que ya habían pasado tres meses, es posible que más, pero no tenía modo de asegurarlo y tampoco importaba realmente… ¿qué más daba? Físicamente estaba extenuada, así que durante unos días se metió en una vivienda tras revisar varias y descubrir que muchas de ellas ya no tenían agua. En un par de ellas de una urbanización en las afueras de Canton aún quedaba, así que escogió una y se instaló tras atrancar bien puertas y ventanas. Como hacía en todas las casas en las que entraba, recorrió las fotos con atención, como una especie de disculpa. Otra familia muerta, gente desaparecida que vagaba por las calles. Foto de dos gemelas, niñas con vestidos blancos hechos pedazos que caminaban buscando algo donde clavar los dientes, como la pequeña de Davenport.

Ducharse en un baño y dormir en un colchón fue un alivio después de todo el tiempo que había pasado en el bosque. Al mirarse en el espejo se dio cuenta de que no tenía la mejor cara del mundo, pero quién podía culparla… la bala que le había rozado la mejilla la noche que empezó todo había dejado su marca de pólvora. Su cara aún tenía signos de cuando aquel gigante le había dado el puñetazo, pero el labio ya se había curado; las marcas del cuello ya no estaban moradas, sino verdosas, aunque la cuerda había dejado marcas de quemadura que quizá no se quitaran nunca. Hijo de puta.

Después del baño y de buscar comida, fue al armario de la habitación principal. Había visto en las fotos a la mujer que vivía en aquella casa, la madre de las gemelas, y pensaba que podía usar su ropa; la suya estaba hecha un desastre. No es que le preocupara ir a la moda, pero tampoco hacía falta llevar la ropa rota. Acertó con su apreciación sobre la talla, pero no con el estilo: había muchos vestidos elegantes, faldas bonitas, camisetas de brillantes, abrigos de marca. Todo eso no servía y fue desechando prendas hasta que encontró unos vaqueros, una camiseta de tirantes y una especie de forro polar que resultaba tan adorable que no se imaginaba huyendo con aquello puesto. Pero ya hacía mucho frío por las noches y le iría bien, al igual que las botas, algo que halló tras tirar muchos zapatos de tacón por encima de su hombro.

Después de eso y de dormir en una cama, se sintió como nueva, y al día siguiente se puso de nuevo en marcha tras llevarse las existencias de comida y el arma que escondían bajo la cama con su munición correspondiente.

Pronto descubrió que estaba acercándose a Springfield. De nuevo había decidido entrar por terreno forestal, el Sand Ridge State park, un enorme paraje natural que en invierno quedaba cubierto de nieve por completo, como pudo comprobar. Por suerte iba bien abrigada, no sabía si tendría tiempo de atravesarlo antes de que se hiciera de noche, pero si podía evitar dormir ahí mejor. Las temperaturas eran muy bajas ya, y a pesar de la ropa el frío era intenso.

Escuchó un ruido y se puso alerta al momento, sacando una de las dos armas que más a mano llevaba. No había visto mordedores por esa zona. Como siempre, se apelotonaban en las ciudades dejando los espacios naturales un poco abandonados, pero nunca se sabía. También en Davenport estaban dispersos y al final había tenido que salir huyendo. Con el arma apuntando, fue atravesando el bosque tratando de no hacer ruido y de no acabar sentada de culo en la nieve. Buenas botas, las de la mujer de la vivienda; estaba claro que se gastaba su dinero en comprar todo de calidad. La pistola tampoco estaba mal, un poco grande para manejarla con facilidad, pero eso no la iba a detener si tenía que utilizarla.

Siguió caminando, atenta, esperando encontrar un mordedor de un momento a otro que saltara sobre ella. Pero cuando salió de entre un grupo de árboles juntos y apretados, encontró otra estampa muy distinta.

Lo que vio fue un chico joven tumbado contra un árbol sobre una manta, en una postura cómoda y de absoluta relajación. Un chico guapo cuya actitud resultaba chocante porque más parecía encontrarse en un paraíso tropical que en una situación dramática.

Él abrió los ojos y también la vio. Puso una expresión sorprendida y abrió la boca para decir algo, pero en aquel momento, la suerte de Jared Jacobs, J.J. para sus fans, cambió de manera radical. Un rabioso se había arrastrado por su espalda, pero como los dos estaban concentrados estudiándose mutuamente, ninguno se había percatado. Emma lo detectó tarde, pese a que se había vuelto una experta. Y aunque el rottweiler inmediatamente corrió ladrando hacia él, tampoco llegó a tiempo… su repugnante cabeza apareció tras el joven y bajó a la velocidad del rayo hacia su hombro, donde mordió con fuerza.

J.J. lanzó un grito de dolor lo bastante potente como para alertar a más rabiosos; no tuvo tiempo ni de saltar cuando una bala pasó rozándole la cara por el lado izquierdo mientras la cabeza del rabioso explotaba a sus espaldas, derrumbándose en el suelo. Alzó sus ojos azules hacia la rubia desconocida, que aún lo apuntaba con su arma.

—Joder… ¡casi me das! —exclamó, echándose la mano al hombro con una mueca.

—Oh —dijo ella en voz baja—, tranquilo. Esta vez no fallaré.

—¡Eh, eh, eh! —Él alzó las manos rápidamente al ver cómo lo encañonaba—. Pero, ¿se puede saber qué coño haces?

Emma lo miró de forma inexpresiva, sin verlo realmente.

—Perdona —usó el mismo tono suave—, te han mordido. En dos minutos dejarás de ser quien eres para convertirte en uno de ellos. —Y con su pistola señaló el rabioso que yacía a su lado—. No tengo otro remedio que matarte… no es nada personal. —Y miró aquellos ojos limpios que se resistían a creer lo que decía.

J.J. asimiló sus palabras, sintiendo como el dolor sordo de su hombro  confirmaba lo que aquella bella desconocida decía y que él se resistía a aceptar. Negó con la cabeza, ¿solo le quedaban dos minutos de vida y ya? ¿Eso era todo, el fin?

—No quiero morir así —murmuró.

—Lo siento —dijo Emma, y era cierto.

Sentía matarlo, al igual que sentía haber matado tantas personas. Sentía no haber podido ayudar a Joel, y a Scalia. Y haber dejado morir a Clive, impotente. Y a Olivia. Todo su camino estaba sembrado de muertos, y la pesadilla no cesaba… y ese pobre chico solo era otro más de la lista.

Lo apuntó, tratando de ignorar su expresión aterrorizada, pero cuando iba a disparar escuchó voces y el golpear de botas en el suelo… gente que se acercaba. J.J. retrocedió hacia el árbol por si acaso aquello servía de algo, aunque la mirada que había visto en ella era determinante. Incluso continuaba apuntándolo con el arma mientras sacaba otra de su bota para recibir a quién fuera que se aproximara.

—¿J.J.? —era una voz femenina, llamándolo—. ¡Te hemos oído gritar y un disparo! ¿Te encuentras bien? ¡Jared! Habla para que podamos…

Rachel se interrumpió al llegar al claro y contemplar aquella escena surrealista: J.J. estaba tirado en el suelo, con la espalda apoyada en un árbol y una herida profunda en el hombro. A sus pies, un rabioso abatido, con un perro gruñendo a su lado. Y unos metros más alejada, una chica rubia y alta de expresión hostil, bien armada: con una pistola apuntaba al joven y con la otra… a ella. Levantó las manos para dejar claro que no tenía ninguna intención de atacar.

—Hola —saludó tragando saliva—. Por favor, no dispares, no soy peligrosa… ¿qué sucede?

—Quiere matarme —dijo J.J. con un quejido.

—Lo han mordido —informó la rubia en tono neutral y Rachel miró su hombro herido, comprobando que era cierto—. Le deben quedar unos segundos para tratar de comernos, yo que tú me alejaría un poco.

—Joder, R, no dejes que me dispare —dijo él, al darse cuenta que Rachel se apartaba unos pasos ante la certeza de lo que estaba a punto de suceder.

Ella tragó saliva, con un nudo en la garganta. Quería ayudarlo, pero sabía que no podía hacer nada.

—J.J… si te han mordido… tú sabes lo que va a suceder.

J.J movió la cabeza; sabía que tenían razón, pero su cerebro se negaba a aceptar que iba a morir. Entonces se volvieron a escuchar más pasos y voces, y supuso que el resto de su gente se aproximaba ya a la zona.

—No creo que deban ver esto —murmuró dirigiéndose a Rachel y ella afirmó sin mirarlo a los ojos, avergonzada. —Hazlo —pidió a la rubia y se quedó unos segundos taciturno—. Qué pena no habernos conocido en otras circunstancias.

Emma solo deseaba que el chico cerrara el pico y largarse. No quería sentir lástima, ni simpatía, ni cariño ni nada; no deseaba seguir charlando con aquella morena que de pronto se había materializado ante ella en el bosque. Ni mucho menos conocer a la gente que la acompañaba, que no andarían lejos, ya escuchaba pasos corriendo hacia allí.

Apuntó, pero antes de poder acabar, hubo gritos.

—¡No! Pero, ¿qué hacéis…? ¡Quieta!

Esa voz… no podía ser. No podía ser. Su cabeza se enquistó en aquella idea y era lo único que escuchaba… no podía ser. Pero pronto tuvo confirmación visual cuando, jadeando, apareció él; De manera instintiva su arma lo apuntó, ya que además iba desarmado. Él se detuvo para coger aire, la miró…y abrió tanto los ojos que durante unos segundos casi pareció que fueran a salir de sus órbitas.

—¿Emma? —preguntó, sin poder creer lo que veía.

Era Hunter Cooper. Tres meses y medio después.

Emma apretó los dientes, acercándose sin dejar de apuntar hasta que el cañón de la pistola quedó a unos centímetros de su frente, pero él no se movió.

—Emma, yo…

Sin decir una palabra, ella lo golpeó en la cara. Hunter estuvo a punto de perder el equilibrio, pero consiguió mantenerse en pie y levantó las manos.

—Emma…

Ella hizo ademán de golpearlo de nuevo, pero Rachel se interpuso entre ellos.

—Vale, deduzco que ya os conocéis, yo también he querido golpearlo unas cuantas veces. —Los dos la miraron frunciendo el ceño—. Pero, ¿qué tal si abordamos nuestro problema principal?

Todos se giraron hacia J.J., que se había levantado y miraba la escena sin saber qué hacer. Su hombro palpitaba, dolorido, pero la hemorragia había cesado.

Emma lo apuntó de nuevo.

—Espera, espera. —pidió él—. ¿Y si no me ha mordido tanto?

—¿Qué?

—Quiero decir, ¿no debería haberme contagiado ya?

Rachel avanzó hacia él.

—Rachel, no te acerques —ordenó Hunter.

Ella lo ignoró, llegando junto a J.J. Le miró la herida, evitando tocarla directamente, y regresó junto a Emma.

—He visto cómo lo mordía —dijo ella—. Es imposible que no esté contagiado.

—No, es cierto. Pero no sangra, y… mirad, sigue igual.

En aquel momento, J.J. comprendió cómo debía sentirse un animal de circo, con todos mirándolo como si no lo hubieran visto nunca.

—No me miréis así, me estáis poniendo nervioso. Tampoco es la primera vez que me pasa.

Aquello hizo reaccionar a todos.

—¿Qué has dicho? —preguntó Rachel.

—Bueno, por eso digo que quizá no me haya mordido tanto… Cuando entraron en el meet & greet, uno me mordió en la mano. —La extendió hacia ellos—. Pero ¿veis? Ni cicatriz ni nada.

Rachel dudaba entre estrangularlo o abrazarlo. ¿Es que no se daba cuenta de lo que estaba diciendo?

Emma dejó de apuntar a Hunter, mirando a aquel chico sin poder creer lo que estaba oyendo.

—No existe el concepto de «morder un poco», chaval. He visto gente contagiarse por mucho menos que eso.

—Pues yo estoy bien. Rachel, dile que estoy bien. Ponedme en cuarentena o algo así, pero no me matéis, por favor.

—Escucha… —empezó Rachel—. ¿Emma, te llamas? —Ella afirmó—. Soy médico, me llamo Rachel. Como bien has dicho, debería estar contagiado, todos sabemos… lo que ocurre cuando uno de ellos te muerde. Pero no lo está, y lo que acaba de contar… Bueno, luego a lo mejor lo mato por no decírmelo antes, pero tiene que ser cierto, J.J. no miente nunca. Es un poco simple, pero no miente.

J.J. no sabía si agradecerlo o enfadarse por el comentario. Pero Emma ya no lo miraba como si fuera a disparar, así que se decidió por lo primero.

—Deberíais vigilarlo —comentó, bajando el arma.

—Por supuesto. —Se giró, haciéndole señas a Erik—. Llévatelo. Que se quede dentro de alguna auto caravana, lo vigilaremos a ver qué pasa.

Erik obedeció. Cogió a J.J. de un brazo, y se lo llevó de vuelta al campamento. Rachel esperó a que se hubieran alejado, y volvió su atención hacia Hunter. Este seguía mirando a Emma como si viera un fantasma.

Rachel se cruzó de brazos, mirándolos alternativamente.

—Bueno, ¿y quién de los dos va a empezar? ¿De qué os conocéis?

—De Little Falls, yo era sheriff allí —contestó Emma, guardando sus armas.

—¿Little Falls? —Miró a Hunter—. ¿Es de allí de donde eres?

Él afirmó con la cabeza, y Emma se acercó frunciendo el ceño más aún.

—¿No les has contado nada?

Hunter negó con la cabeza. Rachel no podía creer lo que estaba ocurriendo, nunca le había visto esa expresión de culpabilidad, como si hubiera cometido algún crimen.

Antes de que pudiera decir nada, Emma le pegó otro puñetazo en la cara. Se apartó agitando la mano, dolorida por el golpe.

Hunter se tocó la cara, haciendo una mueca.

—Joder, Emma. Si me dejaras hablar…

—No hay nada que puedas decirme. —Lo apuntó con un dedo—. ¡Nada justifica lo que hiciste! ¡Por Dios, me dejaste atada en medio de todo aquello!

—Emma, lo siento, yo no sabía…

—¡Me importa una mierda lo que sabías o no sabías! ¡Te piraste en tu hummer y nos dejaste a todos tirados allí!

—¡Maldita sea! La situación se me fue de las manos, no podía hacer nada más, tenía que volver a la base y dar la alarma.

—Sí, ya hemos visto todos qué bien resultó. ¿Qué hizo Thomas? ¿Qué cojones hizo para que todo el mundo se fuera a la mierda?

—Lanzó un pulso electromagnético. Quería evitar que nadie del pueblo diera la alarma, pero se le fue la mano.

—¡Obviamente se le fue la mano!

—¡PARAD!

Los dos se callaron, mirando a Rachel. Estaban tan enfrascados en su discusión que se habían olvidado momentáneamente de que estaba allí. Ella se frotó la frente, intentando aclarar sus ideas.

—Vamos a ver si lo he entendido bien. Os conocéis de Little Falls, que si no recuerdo mal, está al norte. Cerca de Minneapolis, ¿no?

—Más o menos —contestó Emma—. Fuimos juntos al instituto.

—¿En serio? —Miró a Hunter, que afirmó—. Vale, y tú eras sheriff. —Señaló a Emma—. Y tú estabas en una base militar cercana, entiendo. —Señaló a Hunter.

—Camp Ripley —contestó él—. Rachel, escucha…

—Y todo esto se inició allí.

—Sí, pero…

—Y tú lo sabías. Lo sabías todo desde el principio y no nos dijiste nada a nadie.

—No me lo puedo creer —intervino Emma, mirándolo—. ¿En serio no les has dicho nada?

Él negó con la cabeza, viendo que la situación se le había ido de las manos. Rachel se acercó a Hunter, buscando sus ojos.

—Después de… después de todo lo que nos ha pasado, de lo que hemos vivido… Y no me dijiste nada.

—Lo siento.

—Sentirlo no es suficiente. —Retrocedió—. Voy a ver cómo está J.J. Si pudiera, te dispararía yo misma.

Se marchó dejándolos solos. Él miró a Emma suspirando, esperando que volviera a pegarle, pero ella se cruzó de brazos.

—Te mataría, Hunter. No tienes ni idea de lo que he pasado.

—Me lo imagino.

—¡Lo dudo mucho! —Cogió aire para tranquilizarse—. Fuimos allí, a la base, y todo había explotado… Dime, ¿dejaste a Nathan dentro para salvar tu culo?

—No, él estaba fuera. Envié a Alexis con él para que lo ayudara a llegar a Atlanta. Quedamos en vernos en Davenport, pero…

—¿No llegó?

—No lo sé, yo… Tuve un accidente al escapar, me tuve que ocultar en los bosques durante semanas, casi no podía andar.

Si estaba diciendo la verdad, al menos Nathan había salido con vida de Little Falls. Emma se había acostumbrado a la idea de que todos estaban muertos, pero ahí tenía a Hunter… No quería, pero sintió nacer una pequeña esperanza en su interior. Quizá Nathan también seguía por allí.

Hunter miró hacia los árboles.

—Deberíamos ir con los demás, pueden preocuparse.

—Está bien. Pero tú y yo no hemos acabado.

—No, ya me imagino. Sé que es mucho pedir, pero… ¿Crees que podrías dejarme hablar con Rachel y contarle mi versión?

—¿Tu versión o la verdad? —Movió la cabeza—. ¿Es que hay algo entre vosotros?

—No, no, solo viajamos juntos.

Había contestado demasiado rápido y demasiado convencido, pero Emma no insistió. Se metió entre los árboles sin esperar a ver si la seguía. Necesitaba tranquilizarse, asimilar que él estaba allí… Y después volvería a la carga.

Hunter tenía muchas explicaciones que dar.

 

Rachel comprobó que J.J. seguía sin cambios. Cuando salió vio que Emma y Hunter regresaban al campamento, así que se acercó a ellos. Con todo lo que había ocurrido no se había fijado en los detalles, pero Emma parecía agotada. Tenía ojeras que indicaban que llevaba tiempo sin dormir, algún rasguño en la cara… No quería ni imaginarse por lo que debía haber pasado.

Emma miraba el campamento, desubicada. No había imaginado que fueran tantos, ni que parecieran tan bien organizados. Pero en aquellas semanas se había acostumbrado a estar sola, y además sus últimos encuentros con desconocidos no habían resultado precisamente bien, así que no tenía intención de quedarse mucho. Por no hablar de Hunter, la última persona en el mundo a quien quería encontrarse. Bueno, si era sincera, hubiera sido peor si se hubiera encontrado con Thomas, no estaba segura de si no le habría disparado directamente sin darle tiempo a hablar… Pero Hunter seguía en su lista de personas non gratas.

Rachel se acercó sonriendo amable, y ella se relajó inconscientemente. Aquella chica le transmitía buenas vibraciones.

—Pareces hecha polvo —comentó Rachel.

—Un poco, la verdad.

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