Anxious

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—¿Por qué no comes algo y te tumbas? Aquí estás entre amigos, no te pasará nada. No sé lo que ocurrió entre tú y él. —Señaló a Hunter, que se tensó—. Pero puedes confiar en mí.

A esas alturas Emma no confiaba en nadie, pero afirmó con la cabeza. Descansaría un rato y después ya decidiría.

Rachel le dio algo de comida, y le preguntó si tenía algún golpe o herida que necesitara atención.

—Nada grave, estoy bien.

—Estaré allí con Hunter si me necesitas. —Suspiró, preparándose para lo que venía—. ¿Te importa si luego hablamos tú y yo un rato?

—No, para nada. —Se acomodó en el suelo—. Estoy deseando saber qué te cuenta el teniente Cooper, y estaré encantada de contestar todas tus preguntas sobre él.

El tono de su voz no disimulaba su resentimiento. Rachel regresó junto a Hunter, que se había quedado esperando apoyado en un árbol, apartado del grupo.

Suponía que Rachel iba a interrogarlo a fondo, y no quería que nadie escuchara la conversación.

Ella no dijo nada. Se quedó frente a él con los brazos, esperando.

Hunter mantuvo la distancia que ella había dejado entre los dos, sin saber qué decir ni cómo comenzar.

—Estoy esperando.

—Rachel, yo… —Movió la cabeza—. No sé por dónde empezar.

—Por el principio no sería mala idea. ¿Lo que ha dicho ella es cierto?

—Sí.

—¿Todo? ¿La dejaste atada y te fuiste en un hummer?

—No fue exactamente así. Bueno, sí, pero no.

—Hunter…

—Está bien. —Cogió aire—. Es complicado, ¿vale? El virus salió de Camp Ripley, una chica del pueblo entró y se contagió. Cuando la encontramos, ella… parecía que tenía un ataque de ansiedad, nada más. Emma quería llevarla a un hospital, pero yo tenía órdenes de trasladarla a la base. Así que… ordené que ataran a Emma para que no se interpusiera.

Y de pronto, la chica atacó a mis hombres. Yo no había visto nunca nada igual, Rachel. Parecía fuera de sí, y no tuve otra opción que dispararle en la cabeza. Pero cuando cayó, mis hombres empezaron a levantarse.

—Pero… ¿no llevaban ninguna protección? —Él negó con la cabeza—. ¿Me estás diciendo que sabíais que esa chica estaba infectada con un virus y no se os ocurrió poneros unos trajes?

—No lo entiendes. Ni yo ni nadie sabíamos qué hacía el virus exactamente, y se suponía que solo se contagiaba por contacto cutáneo. Y tampoco queríamos causar el pánico, si me hubiera presentado en Little Falls con dos hummers llenos de soldados con trajes NBQ, habríamos levantado demasiadas sospechas. —Rachel tenía muchas preguntas, pero le hizo un gesto para que continuara—. En fin, en menos de cinco minutos aquello fue un caos. Perdí de vista a Emma, había rabiosos entre ella y yo y Sand ya estaba en el hummer, así que pensé que lo mejor era regresar a la base y dar la alarma.

—¿Sand?

—Alexis Sand, comandante bajo mi mando.

—Pero no lo entiendo, dices que el virus salió de tu base. ¿Cómo es posible que nadie supiera lo que hacía?

—Rachel, te juro que no lo sé. Mi coronel solo me dijo que estaban creando un arma biológica experimental, no lo que hacían, y cuando llegó su hijo…

—¿Su hijo?

—Nathan, sí —dudó unos segundos, sin saber si explicar lo que había sido Nathan para Emma y para él—. Nathan es… o era, virólogo. Su padre lo llamó para crear una vacuna.

—¿Y qué pasó con los que habían creado el virus? ¿No podían hacerlo?

—No lo sé. En resumen, que justo ocurrió todo cuando él y una colega suya estaban en la base, el coronel Thomas… —Sacudió la cabeza, molesto—. Bueno, en lugar de dar la alarma optó por intentar que no se supiera. Así que ayudé a Nathan a salir de la base, y le ordené a Alexis que lo acompañara a Atlanta, al CDC. Quedamos en vernos en Davenport, pero… no llegué a tiempo, tuve un… accidente al salir de Camp Ripley. Rachel, sé que no tomé todas las decisiones que debía, pero…

—¿Por qué no me contaste nada?

—¿Qué podía contarte? ¿Que yo estaba allí, donde todo empezó? ¿Que quizá hubiera podido pararlo pero no lo hice?

Rachel tenía muchas más preguntas, pero aún tenía que asimilar todo lo que él le había contado y además quería hablar con Emma.

—Tengo que pensar —dijo.

—Rachel… —Levantó una mano para tocarla, pero no lo hizo ante su expresión de rechazo—. Nunca te he mentido.

—No, pero me has ocultado la verdad. —Se alejó un par de pasos—. Necesito asimilar esto, ¿de acuerdo?

Se marchó moviendo la cabeza. Hunter la observó alejarse impotente. ¿Qué podía hacer? Probablemente ella había perdido toda la confianza en él. Y cuando hablara con Emma… Seguro que no salía muy bien parado. Pero no podía cambiar lo que había hecho, y por mucho que se repitiera que no había tenido otra opción en aquel momento, ni siquiera él lograba convencerse a sí mismo.

Rachel regresó junto a Emma, que los había estado observando atenta. Definitivamente, había algo entre ellos, su lenguaje corporal no dejaba lugar a dudas.

Estaba comiendo un paquete de galletas, con el rottweiler sentado a su lado de forma leal.

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó Rachel.

—Mejor, gracias. —Señaló a Hunter con la cabeza—. ¿Y tú? ¿Qué te ha contado el señor secretitos?

Rachel cogió un par de galletas del paquete que tenía Emma, aún pensando en todo lo que le había dicho Hunter. Ahora entendía por qué nunca le había hablado sobre su pasado. No sabía si podía confiar en Emma, pero Hunter no había negado nada de lo que ella había dicho hasta entonces. Además, lo conocía de toda la vida. Por poco que le contara sobre él, ya sería más de lo que ella había podido averiguar hasta entonces.

Así que le contó todo lo que él le había dicho.

Emma la dejó hablar, frunciendo el ceño de vez en cuando pero sin interrumpirla. Cuando terminó, se encogió de hombros.

—En fin, más o menos fue así. Pero se dejó un par de… llamémoslos detalles insignificantes. Cuando ordenó a sus hombres que me ataran, yo ya estaba colaborando con él. Supongo que le pudo su ego de «soy militar, aquí mando yo».

—Sí, bueno. De vez en cuando le sale ese ramalazo…

—Me lo puedo imaginar. Y sobre Nathan… Eran muy amigos en el instituto, no me preguntes por qué, cosas de chicos. Nathan era el típico cerebrito, y él el quarterback del equipo de fútbol, así que imagínate. —Movió la cabeza—. Nunca me quedó muy claro el tema, pero Nathan es de esos que le caen bien a todo el mundo.

—Entonces tú… ¿conocías también a Nathan?

—Sí, ese es otro detalle que no te ha contado. Salimos juntos unos años en el instituto. Y la noche anterior a que todo estallara… digamos que tuvimos un reencuentro. Supongo que no miente cuando dice que lo ayudó a salir, pero… —Se frotó los ojos—. ¿Qué más da ya? Ha pasado demasiado tiempo.

Rachel le apretó una mano, intentando darle ánimos.

—No voy a decirte que seguro que está bien, pero… aquí estás tú. Y Hunter. Podría ser posible, ¿no?

—No lo sé. —Cogió aire, mirándola agradecida por su apoyo—. Y cuéntame. ¿Cómo conociste a nuestro teniente favorito?

El rostro de Rachel se ensombreció ligeramente, al pensar quién fue la persona que ocasionó que Hunter se uniera a ellos. Tragó saliva, y empezó a contarle a Emma todo lo que había sucedido desde que se conocieran. Cuando terminó de hablar, la miró. Ella movía la cabeza con tristeza.

—El mundo está muy jodido. No se puede confiar en nadie, está claro.

—Eso dice Hunter. Y no digo que no tengáis razón, lo que nos hicieron en el campamento, todos los que han muerto por culpa de tres personas…

—Sí, bueno, precisamente los tres últimos con los que yo me he encontrado no han resultado ser unos angelitos.

Las dos se miraron, pensando lo mismo. Rachel se fijó entonces en el perro, y aunque a simple vista parecía un rottweiler cualquiera, le resultaba demasiado familiar.

—Oh, Dios mío… ¿Sparky?

El perro la miró, moviendo el rabo, y ella se llevó una mano a la boca, asombrada.

—No puede ser… Esos tres que dices, ¿iba el perro con ellos?

—Sí.

—¿Cómo eran? ¿Recuerdas sus nombres?

—Sí que se presentaron, pero no me acuerdo. Uno era calvo, gordo. Otro así como rubio, y el tercero en plan grandote. —Se bajó el cuello del jersey y le enseñó las marcas que le había dejado la cuerda al quemarle la piel—. Esto es un regalo suyo. No me quedó otro remedio que matarlos.

—Emma, lo siento.

—No es culpa tuya.

—Pero es que si le hubiera dejado a Hunter matarlo… Todo esto, y tú…

—Olvídalo. —Se encogió de hombros—. ¿Crees que no pienso todos los días en lo que pudiera haber hecho de otra forma? ¿En que tenía que haber buscado mejor a mi hermana, o que si hubiéramos ido por otro camino mi mejor amigo aún estaría vivo?

Empezó a llorar, y Rachel la abrazó. Las palabras sobraban, no había nada que pudiera decir para consolarla. Emma empezó a hablar entrecortadamente, contándole todo lo que le había ocurrido desde que Hunter la viera por última vez.

Rachel la dejó hablar y desahogarse, y cuando terminó estaba tan agotada física y emocionalmente que Emma se quedó dormida en su regazo. Se quedó un rato con ella, y después se levantó con cuidado de no despertarla para ir a la cabaña de información.

J.J. se había quedado dormido; seguía sin verse afectado por el virus, así que ella fue a buscar a Hunter.

—¿Qué tal está J.J? —preguntó él.

—Igual. Hunter, han pasado muchas horas.

—¿Crees que él es… bueno, inmune?

—No se me ocurre otra explicación. Tendríamos que llevarlo a algún sitio, ¿no? Quiero decir, puede que él sea la clave de todo esto…

Hunter recordó a Nathan. Probablemente el CDC también había sido alcanzado por el impulso electromagnético, pero era la opción más lógica en aquel momento.

—Vayamos a Atlanta —dijo—. La base del CDC está allí, puede que también esté jodido, pero si queda alguien…

—Sí, podemos intentarlo. Y si no hay nada… Bueno, ya lo pensaremos.

—Iré a avisar al resto.

Se marchó para hablar con el grupo.

Rachel regresó junto a Emma, que se había despertado tras una pesadilla y estaba sentada, mirando el campamento pensativa. Le contó lo que había hablado con Hunter.

—¿Vendrás con nosotros? —preguntó al terminar.

—No lo sé, Rachel. Yo… Tengo que pensarlo.

—Está bien. Te dejaré dormir, y mañana lo hablamos, ¿de acuerdo?

Emma afirmó, acomodándose en su saco, y Rachel se fue al suyo.

 

Hunter despertó temprano, como casi todos los días. Miró su termo, pero ya no le quedaba café dentro; toda la vida odiando el café frío y ahora lo echaba de menos, aunque no pudiera llamarse café a aquella mezcla horrenda que hacían con soluble y agua. Se incorporó para estirarse y entonces escuchó a alguien trastear no muy lejos, de modo que caminó hasta llegar al lugar del que provenía el ruido. No le sorprendió en exceso encontrar a Emma; ya estaba levantada y despejada, doblando su saco de dormir. A sus pies tenía su mochila abierta.

—¿Qué haces? —preguntó, después de carraspear—. ¿Te vas?

—Sí. No es por nada, pero prefiero seguir sola.

—¿En serio? —Fue despacio hasta ponerse a su altura—. ¿O es por mí?

—Siento decírtelo, pero no eres el centro del universo, Cooper.

—¿Y entonces cuál es la pega? —Hunter se sentó en el suelo mientras contemplaba como ella continuaba metiendo cosas en su bolsa—. Es mejor no estar solo. Vamos bien protegidos, podemos apoyarte, y a nosotros también nos vendría bien una policía en el grupo. Toda precaución es poca.

—En eso te doy la razón. —Se giró para enfrentarlo—. Lo que pasa es que ya me he hartado de cuidar de la gente para luego perderla. Así que gracias, pero no, gracias.

—Sé que Rachel te cae bien, puedo notarlo.

—Te diría lo mismo, pero no creo que sea necesario. —Hunter se echó hacia atrás con cara de sorpresa, como si lo hubieran abofeteado—. ¿Qué te pasa, se te ha olvidado cómo funciona el cortejo, Cooper? Te haré un recordatorio, si persistes en tu actitud de militar insensible con una de las pocas personas que se preocupan de verdad por ti algún día te arrepentirás. Idiota.

Él se quedó callado y bajó la mirada hacia el suelo, avergonzado. Bien lo sabía, que a veces se comportaba como un idiota. Normalmente nadie se atrevía a decírselo, pero Emma no tenía ningún tipo de problema en hacerlo.

—Siéntate un segundo —pidió—, por favor.

Emma abandonó su mochila y se puso a su lado, pero sin mirarlo.

—Algunos de mis hombres quedaron en tu zona la noche del suceso —comentó.

—¿Y qué? —Ella no tenía muchas ganas de retomar ese tema, pero al fijarse en su expresión supo que su interés por sus hombres era real. Suspiró—. Estábamos Joel, Olivia y yo. Y luego el sargento Clive y el capitán Scalia.

Hunter asintió, tragando saliva.

—¿Joel murió?

—Todos están muertos. Olivia se tomó un bote de valiums, Clive murió de una infección que no supimos tratar —cada palabra se le atragantaba, y era más difícil cuando veía su cara, en la que por primera vez hacía años, reconocía al Hunter con quien se había criado—. Joel se pegó un tiro cuando lo mordieron. Y Scalia tuvo mala suerte.

—¿Y eso qué? —Señaló las marcas de su cuello.

—Oh, esto es un recuerdo de un amigo tuyo, ese tipo enorme que expulsasteis del campamento —replicó Emma—. Estuve muy cerca de ser la última de la lista, pero ya me conoces. Soy chica de recursos. —Y sonrió amargamente.

—Sé que lo eres, por eso quiero que nos acompañes. Mira. —Se tomó la licencia de poner la mano en su brazo, algo que no debería resultar extraño pero que a él se le hacía un mundo—. He pensado una y otra vez como disculparme por lo sucedido aquella noche, pero es que todo aquello me vino grande. No sabía qué hacer, confiaba plenamente en el coronel Thomas y…

—Oye —le interrumpió la rubia—, vale, es verdad que estaba furiosa contigo. Mierda, me dejaste atada. —Movió la cabeza como si no pudiera creerlo—. Pero no voy a guardarte rencor siempre, Hunter, entiendo que no había mala intención. Lo sé porque yo también he cometido mis propios errores y no fue mi intención que sucediera.

—¿Prometes entonces que no seguirás pegándome puñetazos?

—No, eso no lo prometo.

—Bueno, puedo vivir con ello. Siempre y cuando viajes con nosotros. —Hunter se levantó y se sacudió la nieve de los pantalones—. Piensa que cuando lleguemos a Atlanta, si tenemos suerte y todo va bien, necesitaremos alguien que… ya sabes, haga cumplir la ley. —Ella no parecía demasiado convencida—. Y a Rachel le viene bien compañía de otra chica. Creo que se siente un poco sola.

—Me pregunto por qué. — Emma se levantó también—. ¿Seguro que quieres que vaya? Por Dios, he apuntado a uno de tus chicos a la cabeza. Me debe odiar.

—¿Quién, J.J.? No, tiene buen corazón, solo es un poco… tonto.

Ella soltó una risita y cogió su bolsa, echándosela al hombro.

—Está bien —aceptó—. Os acompaño. Pero Hunter —le advirtió—, no vuelvas a pasar por encima de mí. Yo no pienso obedecer tus órdenes como si fuera uno de tus soldados.

—Como si no lo supiera —murmuró él en cuanto Emma se alejó.

 

7.     Atlanta

Tener un objetivo claro en mente les dio energías renovadas a todos, y en un par de días ya habían llegado a las afueras de Springfield.

El plan inicial había sido acampar en un bosque cercano, pero se encontraron con un campo de golf por el camino. Al revisar el edificio principal vieron que era seguro, así que decidieron pasar la noche allí.

Emma no podía dormir, por lo que se levantó y salió de la sala donde se habían refugiado intentando no hacer ruido. Se puso una cazadora y salió a la calle, frotándose los brazos. La gente del grupo la trataba como uno más, todos eran amables y Rachel le caía muy bien, pero no terminaba de relajarse con ellos. Temía un ataque en cualquier momento, cualquier ruido la ponía alerta o, lo que era peor, en cuanto conseguía dormir un poco le asaltaban las pesadillas.

Tenía que distraerse, así que miró el tejado y decidió subir a ver si alguno de los que estaba de guardia quería cambiar la hora con ella. Se dirigió a la parte trasera del edificio, ya que allí el tejado era más bajo y más fácil de subir, pero al llegar a la esquina se quedó parada. Rachel y Hunter estaban allí, y aunque hablaban en voz baja, parecían estar discutiendo. Al verla se callaron de pronto, los dos mirándola con gesto hosco.

—Por mí seguid, no os preocupéis —dijo—.

—Yo ya me iba —replicó Hunter—.

—No, tú no te vas —dijo Rachel. Él ya se alejaba—. Yo lo mato.

Ella apretó los puños, moviendo la cabeza furiosa. Emma frunció el ceño, dándose cuenta de detalles que hasta entonces, ocupada con sus problemas, no se había fijado.

—Es que es un cabezota —protestó Rachel—. ¿Te puedes creer que se va él solo por ahí a mirar no sé qué de unos establos, que ha visto una señal? Que lo podríamos mirar de camino, digo yo, pero no, el señor superhombre tiene que ir solito.

—Ya. —Se encogió de hombros—. No te preocupes por él, sabe cuidarse solo. Pero bueno, ¿por qué no me dices qué os pasa?

—¿A qué te refieres?

—¿Y esa tensión sexual no resuelta que tenéis?

—¿Perdona?

—No os tocáis, os evitáis en todo lo posible… y tal y como os mirabais ahora… En fin, parecía que ibais a saltar el uno sobre el otro, y no para pegaros precisamente.

—Sí, ya, bueno… —Enrojeció—. Realmente no resuelta, no resuelta… tampoco es.

—¿Cómo dices? —Se acercó más a ella, ya que Rachel había bajado la voz—. A ver, Rachel, o ha habido tema o no ha habido.

—Es que fue…—Se mordió un labio, mirándola—. Nadie lo sabe, Emma. Si te lo cuento, por favor, no lo digas.

—Ahora sí que tienes que contármelo, no puedes dejarme así.

—Está bien.

Se sentó en un banco que había tras ellas, y le señaló el sitio a su lado. Emma lo ocupó rápidamente.

—La verdad es que… —empezó Rachel—. En realidad no fue nada.

—¿Nada? Rachel, que lo conozco de toda la vida. Vale que en los últimos años era para darle de comer aparte, pero te puedo asegurar que en el instituto tenía muy buena fama. Así que no ha podido ser «nada», eso seguro.

—No fue como te lo imaginas.

—Yo es que tengo mucha imaginación, pero muy bien, sorpréndeme. ¿Qué pasó?

—Yo… Él no quería, casi le tuve que violar.

—Vale. Oficialmente, estoy sorprendida. Está claro que, conociendo a Hunter, se lo puede obligar a hacer cualquier cosa que él no quiera.

—¿Quieres que te lo cuente o no?

Emma hizo el gesto de cerrarse los labios como si tuvieran cremallera, y escuchó atentamente lo que Rachel le decía. Cuando terminó, Rachel estaba a punto de llorar.

—Y no hemos vuelto a hablar de ello. Que lo entiendo, es lo que acordamos, pero yo… —Se frotó los ojos—. No paro de pensar en él, y…

—Mira, te voy a decir algo que quizá te sorprenda, pero a estas alturas no lo creo. —Rachel la miró expectante—. En general, los hombres son tontos. Y este en particular, más.

—Emma…

—Te lo digo en serio. No puedes pensar de verdad que lo obligaste a nada, lo conozco. Hunter es el señor impasible por excelencia desde que entró en el ejército y créeme, tú le has tocado la fibra. No lo admitirá nunca, pero es así.

—Pues no lo parece. Ya has visto cómo nos hablamos, y… ese día fue el único que lo vi mostrar alguna emoción, si es que nunca lo he visto siquiera sonreír.

—Casi mejor así, te lo aseguro. Yo hace años que tampoco lo he visto hacerlo, pero en el instituto, una sonrisa suya hacía que se le cayeran las bragas a todas.

Rachel sonrió a medias, pensando en la escena.

—No me lo imagino en aquella época. ¿Le ocurrió algo, para cambiar así?

—Bueno, no le gusta hablar de ello, pero… cuando terminó el instituto, sus padres murieron en un accidente de coche. Fue un golpe muy fuerte, él estaba muy unido a su padre. —Sacudió la cabeza—. En fin, ingresó en el ejército, supongo que por comodidad porque teníamos Camp Ripley al lado, y se metió de lleno en su carrera. —Le cogió una mano, intentando animarla—. Hemos cambiado mucho todos desde entonces. Te diría que le dieras tiempo, pero tampoco es un lujo del que dispongamos, tal y como está el tema. ¿Por qué no hablas directamente con él? ¿Le enfrentas, a ver qué pasa? De lo malo, malo, a lo mejor consigues otro polvo, ¿no?

Rachel se encogió de hombros. Probablemente Emma tenía razón, debería hablar con él y salir de dudas, pero no se veía con fuerzas para recibir un rechazo total por su parte.

—Tengo que pensarlo, pero gracias por escucharme, Emma.

—Puedes llamarme Em, si quieres. Así me llamaba mi… —Tragó saliva—. Hermana, y mis amigos.

—Claro.

Se abrazaron, y tras un rato disfrutando de su recién iniciada amistad, regresaron juntas al interior del edificio.

 

Rachel despertó al oír el relincho de un caballo. Abrió los ojos, pero como aún estaba la sala a oscuras, decidió seguir durmiendo. Hasta que lo oyó de nuevo, y entonces se incorporó sobresaltada. Emma, acostada en otro saco junto a ella, también se sentó con la misma expresión de extrañeza.

Se levantaron y se acercaron a una ventana. Comenzaba a amanecer, y en la penumbra distinguieron a Hunter hablando con Erik, y a dos caballos. Cogieron un abrigo cada una, y salieron al exterior.

—¿De dónde los has sacado? —preguntó Emma.

Hunter las miró, poniéndose a la defensiva al verlas juntas. Ya tenía bastante con esquivar a Rachel e intentar no discutir con Emma, si encima se estaban haciendo amigas… Estaba seguro de que harían frente común contra él.

—Hay un refugio de caballos, como a hora y media andando de aquí —contestó—. He podido contar unos treinta, deberíamos ir cuando se levanten todos. Llegaremos mucho antes a Atlanta a caballo que andando.

—¿Y rabiosos? —preguntó Rachel.

—Alguno por el camino, pero nada preocupante.

—Me parece bien, mañana iremos allí, pero de todas formas podrías haber esperado a que fuéramos todos juntos, Hunter.

—Ella tiene razón —intervino Emma—. Es mejor que no nos separemos. Aunque tú pienses que lo eres, créeme: no hay nadie invencible.

Le hizo un gesto a Rachel, y se marcharon de nuevo juntas a dormir un poco más. Hunter dejó escapar el aire que hasta entonces había estado reteniendo sin darse cuenta. Tenían razón, lo sabía, y también que en la próxima discusión, tenía las de perder. Miró a Erik en busca de apoyo, pero este examinaba la silla de un caballo con atención, ignorándole deliberadamente. No tenía ninguna intención de meterse en el medio.

Cuando todos se levantaron y desayunaron, cargaron a los caballos con los objetos más pesados y, guiados por Hunter, se dirigieron hacia el centro ecuestre.

Tal y como él había dicho, se trataba de un refugio de caballos. En la recepción había un listado con todos los detalles de todos los animales, en su mayoría rescatados, y cómo se podían adoptar o aportar donaciones. Habían sobrevivido gracias a los sacos de pienso que encontraron en un granero, que alguien había dejado abiertos para ellos, y a los propios pastos del refugio.

Escogieron los que parecían más tranquilos y entrenados, y al resto les dejaron las vallas abiertas para que pudieran marcharse.

Ir a caballo supuso una gran diferencia. No solo avanzaban mucho más rápido, también hacían menos paradas para descansar y les resultó mucho más fácil esquivar y huir de rabiosos. Como consecuencia, tardaron en llegar a las afueras de Atlanta una semana después, antes de lo que habían calculado.

Entraron por el norte, aprovechando las innumerables zonas verdes que tenía la ciudad para poder avanzar sin llamar la atención.

Cuando atravesaron los últimos árboles antes de llegar a la carretera principal, decidieron esperar ocultos mientras Hunter y Emma se acercaban al recinto del CDC.

Ninguno de los dos las tenía todas consigo. El pulso electromagnético también había llegado hasta allí, no había signos de gente por ninguna parte, pero aun así fueron hasta la entrada principal. Ya era de noche, y se quedaron agachados detrás de un muro, mirando el edificio acristalado frente a ellos.

—Aquí tampoco hay nada —dijo Emma, sin poder ocultar su desilusión—. Todo este camino, para nada. ¿Qué les vamos a decir al resto?

—La verdad. Entraremos, veremos si hay algo útil y seguiremos nuestro camino.

—¿Hacia dónde? Todos pensábamos que aquí habría algo, pero no ha sido así. —Se sentó, apoyando la espalda en el muro—. ¿Y sabes qué es lo peor?

—¿Puede haber algo peor?

—Muy gracioso. —Le pegó un codazo—. Apuesto a que no sabes qué día es hoy.

—¿Viernes? ¿Sábado? ¿Qué importa eso?

—Es nochevieja, Hunter. Y estúpidamente pensé que era una señal, que llegar aquí hoy significaba un nuevo comienzo. Y ya ves, todo sigue igual de jodido.

Hunter se incorporó de pronto, mirando fijamente al edificio.

—Em, levántate.

—¿Para qué?

—Levántate.

Ella obedeció a regañadientes, siguiendo la dirección de su mirada, y se quedó con la boca abierta de asombro. En una de las plantas de oficinas, unas luces halógenas parpadearon, iluminando cada vez más ventanas a medida que se iban encendiendo.

—Feliz año nuevo, Emma.

 

 

 

 

CUARTA PARTE: HACIA EL FIN

 

 

1.      El chico de ojos extraños

—¿No tienes hambre? —preguntó Alexis, empujando la lata que había abierto hacía un rato hacia él. Ella trataba de controlarse con la comida, ahora que ya no practicaba tanto ejercicio como antes no tenía otro remedio, pero él justo al revés, comía poco y eso la sacaba de quicio, no quería que enfermara o se quedara muy delgado, no ayudaría en nada.

—No mucho —Nathan respondió sin apartar la mirada del libro que estaba hojeando. Al notar el silencio surgido a raíz de su contestación, levantó sus ojos azules para mirar a Alexis, que se había quedado contemplándolo—. ¿Pasa algo?

—Tienes que comer —dijo ella.

Nathan se quedó sorprendido al escucharla.

—Sí, vale. Gracias, mamá —contestó, esbozando una sonrisa leve.

—¿Cuándo vas a reaccionar?

El chico dejó el libro apoyado en su regazo. No entendía qué le sucedía a Alexis. Cuando habían comenzado su recorrido hacia Atlanta juntos, parecía tener muy claro qué debía hacer y cómo hacerlo, pero ahora, cada vez más a menudo, la notaba dispersa, distraída, como si empezara a olvidar la misión que tenían. En el proceso del camino algo había cambiado en ella, ya no actuaba como militar, preocupada de su rutina deportiva, de sus cálculos con los kilómetros que quedaban por recorrer, de sus armas… ahora ya no hacía deporte, ni usaba ropa militar, se empeñaba en hablar y hablar y hablar, por no mencionar la manía que le había dado por pasearse ligera de ropa. Reconocía las señales de seducción, pero prefería ignorarlas.

Solo que al parecer, Alexis se había cansado de que la ignorara.

—¿A qué te refieres? —preguntó, sin estar seguro de querer escuchar su respuesta.

—Han pasado meses, no sé cuántos, pero…

—Tres— informó él.

—Vale, pues han pasado tres meses. Creo que ya es hora de abandonar la idea de que vamos a encontrar más personas y la cura en Atlanta— se aproximó a su altura y se sentó mirándolo a los ojos— Cuando… suceden estas cosas, los supervivientes tienden a juntarse. Porque es lo que hacen las personas. Vuelven a crear grupos, buscan un lugar donde quedarse y rehacer su vida… y empiezan de cero.

—Tres meses no me parece tanto tiempo como para abandonar la idea de una posible solución. No me creo que el mundo entero haya sido destruido y que no haya esperanza.

—No hemos visto a nadie en todo éste tiempo —informó ella—. Solo contagiados. Nadie que fuera capaz de articular frases completas.

—Quizá elegiste un camino poco transitado —comentó Nathan.

—Hunter me dijo dónde debíamos vernos y cuando llegamos no estaba. Lo esperamos durante días sin éxito… me parece que ya es hora de aceptar la realidad.

—¿Y qué sugieres? —Nathan trató de controlar el sarcasmo en su voz.

De repente tenía claro lo que quería, no era imbécil. Alexis había dejado caer su antigua vida como quien deja caer un vestido al suelo: estaba cansada de luchar. Quería buscar un sitio donde quedarse y mejor aún si tenía al lado un hombre que le gustara. Pensaba que de esa manera podrían empezar una nueva vida, tal vez tener un par de hijos, ser felices; porque, como bien había dicho ella, era lo que hacía la gente: enterrar los malos recuerdos y seguir adelante.

—Quiero que seas razonable. Lo hemos intentado y no ha habido suerte.

—No lo hemos intentado lo suficiente —él rechazó la idea y frunció el ceño—. Yo no he perdido la esperanza de encontrar gente.

—Dirás a ella. —Alexis se irguió—. ¿Por qué te empeñas? No la vas a encontrar, sabes tan bien como yo que está muerta.

Nathan arqueó una ceja al escucharla.

—Al parecer no lo sé tan bien como tú —comentó—. ¿Por qué estás tan convencida de eso? Si nosotros hemos conseguido llegar hasta aquí, ¿por qué no ella?

—Está muerta. Créeme, lo sé.

Lo dijo con tanta convicción que el chico dejó el libro y la interrogó con la mirada.

—¿Cómo que lo sabes?

Alexis se dio cuenta que había hablado demasiado y que ya no podía recular. Bueno. De cualquier modo, no habían encontrado a Hunter y las posibilidades de que eso sucediera eran casi nulas, así que, ¿qué más daba si al fin Nathan sabía la verdad? Quizá ya fuera hora de que la supiera, así dejaría de lado sus absurdas esperanzas.

—La noche que el coronel nos mandó a por la paciente cero —dijo, y él afirmó—. No te contamos toda la verdad de lo sucedido. El coronel nos ordenó callar ciertos detalles.

—Dilos ahora —exigió él con voz tensa.

Alexis tragó saliva, un poco intimidada al ver cómo le había cambiado la expresión al chico. Lo único que quería era que dejara de sufrir, ambos, y ser felices. ¿Por qué era imposible? Ella había conseguido dejar atrás todos los recuerdos y estaba dispuesta, los dos eran jóvenes… era una idea razonable.

—Cuando llegamos, la infectada ya estaba con la policía —explicó en tono dubitativo—. La acababan de encontrar, andando por la carretera. Estaban todos fuera mientras esperaban la ambulancia a la que habían llamado.

—¿Y qué pasó?

—Hunter quería llevársela, pero Emma se negó. Con toda la razón, claro… era una civil y nos estábamos metiendo en sus competencias. —Cogió aire y se enfrentó a su cara, que se mantenía hosca—. Pero las órdenes eran claras. Debíamos llevarnos a la chica, policía o no policía. Y eso hicimos.

—¿Qué pasó, Alexis? —insistió Nathan.

—Nos hicieron frente, pero éramos demasiados y Emma lo sabía. Igual que adivinó que Hunter haría lo que tuviera que hacer… en aquel momento pensábamos en un mal mayor. Hunter sólo hizo lo que debía. —Dejó caer los brazos sobre su regazo—. Los desarmamos. Nadie tenía que salir herido. Pero nos atacó Tuesday, y no murieron solo soldados.

El chico notó que la garganta se le quedaba seca. No podía creer lo que escuchaba, pero empezó a imaginarse la escena… la infectada atacando a todo el que tuviera alrededor. Con todo el equipo de policía fuera era lógico que hubieran caído unos cuántos, pero… ¿ella?

—¿La viste morir? —preguntó en voz baja.

Si era así, tendría que hacerse a la idea y no había más. Dejar de pensar en encontrar el antídoto, o una comunidad de más personas, o personal cualificado en Atlanta que pudiera ayudarles. Y por supuesto, de encontrarla a ella.

—No —dijo Alexis y lo oyó suspirar—. Pero Nathan…estaba atada. Creo que estarás de acuerdo conmigo en que las posibilidades de que saliera ilesa son de uno a mil.

—¿Como que atada?

—Fue una medida que adoptó Hunter, no quería que le causara problemas. —Y sintió la necesidad de defenderse al ver sus ojos acusadores—. ¡Nadie sabía lo que iba a suceder!

—Y no dijisteis nada… —murmuró él, sin poder creerlo.

—Tu padre no quería que lo supieras. Y nosotros también pensamos que era mejor evitarte ese disgusto.

Hizo un intento de cogerle las manos, pero Nathan la rechazó con brusquedad.

—¿Y ahora qué? ¿Nos buscamos una casita mona y nos ponemos a hacer niños porque es el ciclo de la vida y como somos hombre y mujer ya no importa nada más?

—Sí que importa, Nathan —dijo en tono suplicante—. No es procrear a secas, mis sentimientos hacia ti son muy reales.

Pensó que confesarlo lo ablandaría, pero lo único que recibió fue frialdad.

—Tú no estás enamorada de mí —le dijo—. Tú, si hubieras coincidido conmigo en la calle, no me habrías dado ni la hora.

—No es verdad.

—Claro que sí. Tendrías los mismos sentimientos si fuera cualquier otro. —Nathan se levantó—. Te has pasado tres meses conmigo las veinticuatro horas del día y hasta cierto punto es normal que haya llegado a gustarte, porque no hay más personas.

—Si tan normal es, ¿por qué a ti no te ha sucedido conmigo?—quiso saber ella.

Para eso, Nathan no tenía respuesta. Pero daba igual… Alexis vio cómo se alejaba hacia su saco de dormir, dejando claro que le quedaba a ella el primer turno de guardia. Se frotó la frente, pensando en porqué no se había callado… ahora lo tendría días enfadado y quién sabe si alguna vez volverían a tener la misma relación amistosa que hasta entonces. Porque, al contrario de lo que había dicho él, había tenido la oportunidad de conocerlo… y de descubrir que era buena persona, justo, gracioso cuando quería. Y guapo, desde que había conseguido que no se pusiera continuamente las gafas, ese día había descubierto que era muy atractivo y que echaba de menos el sexo. Y que no sería disparatado que se liaran. Nunca se sabía.

Se pasó todo el turno de vigilancia pensando en cómo arreglar la discusión. Cuando Nathan se incorporó para el relevo quiso decirle algo, pero no supo qué y el joven tampoco le dio mucha opción al diálogo, limitándose a ocupar su sitio.

Cuando Alexis despertó por la mañana, el sol ya brillaba con fuerza. Era más tarde de la hora habitual a la que se levantaban, lo sabía; se incorporó en su saco de dormir y miró alrededor, buscando a Nathan. La tienda estaba tal cual la habían dejado la noche anterior, pero su saco había desaparecido, al igual que su mochila y parte de los mapas.

Mientras había oscuridad y ella dormía, Nathan había recogido sus cosas y la había abandonado.

 

El pelirrojo consultó los mapas una vez más, antes de escoger la ruta a seguir. Sentía remordimientos por haber dejado a Alexis sola en medio del bosque, pero ella sabría apañárselas sola, además mejor que él. El hecho era que ya no confiaba en la joven y se le habían quitado las ganas de continuar viajando a su lado, era mejor que cada uno siguiera su camino.

Tenía cosas que agradecerle, naturalmente. Alexis lo había sacado del automóvil cuando este volcó mientras trataban de huir; en aquella ocasión se había dado un buen batacazo cuyo resultado había sido una aparatosa brecha en la cabeza. Y no había sido la única vez, la verdad era que el viaje había resultado duro, nunca hubiera imaginado que tanto. Suponía que eso era lo que pasaba cuando a uno lo sacaban del laboratorio y los libros, pero no estaba preparado para hacer de explorador ni nada por el estilo. Hacía ya tiempo que comía para sobrevivir, con la consecuente pérdida de peso; cuidaba su higiene de forma escrupulosa, pero lo del pelo ya no tenía remedio. Para colmo de males, las gafas se habían roto en el accidente de coche y sin ellas leía regular, pero Alexis había estado aguda al sugerir entrar en una óptica y buscar hasta encontrar unas con una graduación similar a la suya. No eran perfectas, pero era mejor que nada.

Luego estaba lo de las armas. Alexis había insistido en que fueran armados hasta los dientes y él no entendía bien el motivo. O sea, lo entendía en ella, pero, ¿y él? Si no le daría a un elefante ni a medio metro… Lo mismo con los cuchillos, armas que se suponía que se usaban en una pelea cuerpo a cuerpo; si se metía en una de esas, tenía todas las papeletas para convertirse en el cadáver de la ecuación. Era como si Alexis no quisiera enterarse que mientras ella se había instruido en cosas como estrategias, peleas y tiros, él se había dedicado a otras como investigaciones y trabajo. No era el típico tío que andaba por ahí a caballo con un cuchillo entre los dientes dispuesto a cargarse a cualquiera que osara mirarlo y no había más. Le agradecía su ayuda, y que viajara con él, pero de ahí a tratar que actuara como ella…

Al menos, hasta hacía bien poco la chica se había portado de forma profesional, pero ahora de pronto le venía con esas. Haciendo caídas de ojos, que hasta que se dio cuenta de lo que era se pensaba que tenía un tic… nunca pillaba esos coqueteos sutiles. Siempre se acordaba de que Emma prácticamente había tenido que ponerle un cartel en plena cara que decía «Me gustas».

En fin, fuera como fuera, después de lo que había relatado no tenía la menor gana de pasar el resto del viaje a su lado. Aunque era un error viajar solo y lo tenía claro, si veía algún contagiado lo más probable era que se pegara un tiro él mismo tratando de alejarlos. Pero lo intentaría, y para ello lo primero que hizo fue pasar por una tienda para equiparse, sobre todo ropa de abrigo, el frío era uno de sus peores enemigos. La comida le preocupaba menos; llevaba dos armas, pero siendo consciente de que tendría que tener mucha suerte para utilizarlas con éxito.

Su mejor baza consistía en pasar desapercibido, algo que siempre se le había dado muy bien. Era silencioso y precavido, estudiaba el camino y las zonas durante un buen rato antes de ponerse en marcha, y así se aseguraba de tener vía libre. Si descubría algo preocupante, cambiaba de ruta, aunque eso significara dar vueltas. Llegó a St. Louis un par de semanas después de dejar a Alexis; una vez allí escogió una ruta forestal esperando encontrar un refugio, pues tenía pinta de ir a nevar. Un par de horas después se cumplieron sus sospechas y empezaron a caer copos.

Genial, aquello era muy poético, con toda esa nieve cayendo como a cámara lenta, pero se estaba quedando helado. Había avanzado demasiado como para retroceder, pero seguía sin encontrar un sitio donde resguardarse.

Cada vez tenía más claro que iba a morir congelado en medio de la tormenta de nieve, cuando de pronto vio aparecer una figura. Enfocó para ver si estaba alucinando, pues era el tipo más grande que había visto en su vida, y qué aspecto… llevaba el pelo largo y descuidado (sí, vale, en eso podían darse la mano), kilos y kilos de ropa con una prenda sobre otra, todas de aspecto desastroso y una barba terrible. Se detuvo frente a él y le inspiraba tanto respeto que aunque lo que le ordenaba su cabeza era darse la vuelta, se quedó quieto sin quitar los ojos de él. El desconocido le devolvió la mirada y entonces vio Nathan el cuchillo de caza que llevaba en las manos.

—Llevo armas —advirtió retrocediendo—, pero no tengo ni puñetera idea de usarlas. O sea, que no soy… peligroso.

El desconocido seguía sin quitarle la vista de encima, hasta que abrió la boca y empezó a recitar:

—Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando lo vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último. Y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. ¡Y tengo las llaves de la muerte y del Hades! —Al fin hizo una pausa—. ¡Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas!

Nathan se había quedado sin habla.

«Genial», pensó, «un pirado».

El pirado empezó a reírse a carcajadas al ver su expresión.

—Ven conmigo —ofreció. Al ver que Nathan parecía receloso, insistió—. Vamos. Hay una cabaña aquí, a unos pocos metros. La tormenta durará tiempo. No tengas miedo, chico de ojos extraños.

Para tranquilidad de Nathan, el hombre no estaba loco del todo, aunque tampoco podía decirse que estuviera cuerdo. Cuando le preguntó su nombre al entrar, se encogió de hombros y le explicó que tenía un reloj que funcionaba y algunas cosas más, se mantenían operativas porque había sido previsor y las había guardado en una jaula de Faraday. Eso y más cosas en el sótano de su vivienda, que hacía años había acondicionado para tal fin.

—¿Por qué hiciste algo así? —preguntó Nathan mientras curioseaba en la cabaña de aquel hombre, que por cierto, tenía de todo.

—Sabía que llegaría el apocalipsis.

—¿En serio? ¿Cuánto llevas viviendo por aquí?

—Desde que se fue la electricidad y aparecieron los engendros del demonio. Todo dejó de funcionar.

—Sí. Se llama pulso electromagnético y no tiene nada que ver con la biblia. —Nathan empezó a mirar los tomos de los libros que había ordenados en un estante—. Entonces, habilitaste tu casa tipo bunker.

El hombre asintió y Nathan se giró.

—¿Cómo se supone que tengo que llamarte, hombre de la jaula de Faraday?

—El nombre no es lo importante aquí.

Nathan sacudió la cabeza, sin perder detalle: mantas, comida, un sofá, sacos de dormir, ropa de abrigo…

—¿Te has quedado muchas veces fuera de tu bunker en alguna tormenta… Faraday?

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