Anxious

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Anxious

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—No. Esta es la primera. Me quedaba poca comida y tenía pensado cazar, así que estaba escondido. Y a decir verdad, he salido porque te he visto y me ha parecido que la ibas a palmar. —Y se miró las manos— No iba a dejar que eso ocurriera, tengo problemas mentales, pero no soy mala persona.

—¿Eso se supone que debería tranquilizarme? —Nathan lo miró con recelo.

—Si no quieres quedarte, la puerta se abre hacia fuera —informó el hombre—. Si quieres quedarte, tengo sitio para ti, tengo comida para ti.

—Solo hasta que cese la tormenta. —Nathan se fue a mirar por el ventanuco—. Después tengo que seguir mi camino. Voy hacia Atlanta.

Faraday se había sentado en su sofá y lo observaba con curiosidad.

—¿Qué hay en Atlanta?

—El CDC. Pienso que igual allí queda personal con vida. —Vio que lo miraba de forma curiosa—. Soy virólogo, ya sabes. Bata blanca, microscopios, tecnicismos… en fin, que si allí aún existe un equipo trabajando en una posible cura, puedo ser de ayuda.

—Comprendo —repuso Faraday con calma. Luego alzó la mirada—. No te enfades, chico de ojos extraños, pero tú solo no llegarás hasta allí.

—¿Tan obvio es?

—No creo que aguantes físicamente, no tienes buen aspecto… diría que tus defensas están tirando a bajas. Además, has admitido que no sabes utilizar bien las armas, ergo no sabes defenderte y si te encuentras con esos engendros del diablo date por muerto.

—¿Vamos a llegar a alguna parte o solo es un discurso dejando claras mis limitaciones?

—Me he quedado sin provisiones, por eso ando saliendo estos días. Necesito comida, necesito agua, necesito algo nuevo que hacer.

Nathan arqueó una ceja.

—¿Algo nuevo como acompañarme?

—Puede. Lo voy a pensar. —Faraday se aproximó hacia donde se encontraba el pelirrojo y también miró por la ventana—. Esta tormenta durará al menos quince días. Busca un lugar donde acomodarte. —Y sonrió.

Resultó que Faraday estaba en lo cierto, y hubo nieve durante un par de semanas. Una vez el temporal se fue calmando, los dos abandonaron el refugio y Faraday anunció a Nathan que iría con él a Atlanta.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Me vendrá bien la distracción y a ti que yo ande cerca. Una vez allí, si hay algo de lo que buscas, es posible que dé media vuelta y me marche.

—¿Para volver a dónde? ¿A estar otra vez solo, metido en el sótano de tu casa?

—Ya que lo mencionas, antes de marcharnos tenemos que bajar. Quiero llevarme unas pocas cosas.

—Claro, claro —Nathan le siguió la corriente—. De paso podrías aprovechar para…

—¿Para qué? —Faraday lo miró fijamente.

—Ya sabes… bañarte.

—No me gusta mucho el agua.

—Ya, ya me he percatado…

—Un poco de suciedad no hace daño a nadie —comentó Faraday despreocupado.

—Solo a la vida social —bromeó Nathan, pero cuando el hombre se dio la vuelta decidió no seguir al ver su cara—. Sí, vale, ya no hay vida social. Lo siento.

Faraday sacudió la cabeza y empezó a caminar dejándolo atrás, así que el chico lo siguió. El hombre vivía cerca del estadio Metrolink. Eso implicaba meterse en la ciudad, pero Faraday parecía tenerlo todo bien controlado y tomaba precauciones, de manera que pronto llegaron a su destino.

—El refugio del bosque, ¿cuándo lo hiciste?

—En realidad ese no es mío, es solo una cabaña abandonada. Cuando empezó todo esto decidí llevarme algunas cosas allí por si acaso alguien entraba en mi casa… nunca está de más tener otro lugar al que acudir.

—Entiendo. —Vio cómo Faraday abría la puerta del sótano y le hacía un gesto con la mano invitándolo a bajar—. Te espero aquí, si no te importa. No me van mucho los espacios cerrados.

—Como quieras.

—¿Te importa si uso tu ducha?

—No. Pero no revuelvas nada —avisó, con un gesto de advertencia—. Me gusta que todo esté ordenado.

—¿De veras? —preguntó Nathan mirando a su alrededor y dándose cuenta de que prácticamente toda la casa estaba hecha un desastre—. Tranquilo. Lo dejaré tal cual.

—Bien. Iré preparando mis cosas.

—¿Seguro que no quieres… ya sabes, entrar tú primero?

—Como me vuelvas a decir que me bañe te pego una paliza.

Nathan se encogió de hombros, sin parecer preocupado en exceso, y lo dejó meterse en su querido sótano. Ni loco se le ocurriría a él bajar ahí abajo, aún no las tenía todas consigo sobre si aquel tipo era de fiar…sin embargo, no tenía más opciones, iba a tener que confiar sí o sí.

Se acercó al lavabo, pensando en que si se encontraba en el mismo estado que el resto de la casa y su propietario no se metería allí.

Faraday se pasó un buen rato en el sótano; finalmente salió, con una mochila cargada a la espalda y escrudiñó su hogar. A pesar de sus palabras el día anterior, parecía tener claro que no regresaría y a Nathan le dio un poco de lástima… En fin, él ni siquiera había podido pasar por su casa para llevarse algunas cosas. Todo aquello le había pillado en la base militar, y con una maleta que llevaba lo justo… tampoco es que fuera a ponerse a llorar por no haber podido rescatar fotos de su padre, la verdad. ¿Qué habría sido de él? No se había parado demasiado a pensar en nada cuando Hunter lo había sacado del laboratorio para meterlo en un coche con Alexis. ¿Y la doctora Hill? O el propio Hunter, ¿seguiría con vida? Desde luego a Davenport no había llegado, pero le costaba horrores creer que su amigo, con esa forma física y ese temple militar, hubiera caído por el camino.

En fin, ya daba igual, no volvería a verlo. Ahora tenía que centrarse en su destino y en la nueva compañía que le había caído del cielo: raro, aficionado a recitar partes del apocalipsis, y poco amigo del jabón, pero era lo que había. Y aún tendría que dar gracias de haberlo encontrado.

 

Tardaron casi cuatro semanas en llegar a Atlanta. Hubiera sido la mitad, de no ser porque Nathan cada vez se encontraba peor; Faraday no era muy amigo de los antibióticos, y menos sin conocer la causa del malestar, así que todos sus esfuerzos los agotaba tratando de que comiera y bebiera agua para no deshidratarse. Ni de broma quería que se le muriera por el camino, o algo así… le había hablado lo suficiente sobre él como para saber que si alguien quedaba para hallar un cura al virus, era ese chico de ojos extraños. Si había otras personas mejor, pero eso estaba por ver. Por de pronto, había uno y no iba a dejar que cayera antes de llegar.

Y de esa manera llegaron a Atlanta, y Faraday localizó el CDC en los mapas. Pese a que era bastante tarde, que hacía días que no descansaban y apenas comían, pese a la lluvia, casi lloró de la alegría cuando estuvo ante las verjas que delimitaban la zona.

No tanto por las verjas, claro, sino por las luces. Allí había gente.

 

2.     A un paso de la civilización

Erik terminó el recorrido del perímetro, comprobando que todas las vallas estaban intactas y que no había peligro. Alguna vez se aproximaba algún grupo de rabiosos, pero no podían escalar el muro, por lo que se acababan alejando o, si eran pocos, terminaban con ellos.

Se fue hasta la garita de la entrada principal, y se subió al tejado, mirando al cielo. Estaba cubierto de nubes, parecía que en cualquier momento iba a empezar a llover, y cruzó los dedos esperando que le diera a tiempo a que se acabara su turno.

La suerte no estaba de su lado, porque cinco minutos después empezó el chaparrón. Se puso la capucha del chubasquero gruñendo para sí. Los focos exteriores no habían estado protegidos, así que no tenían luz que iluminara las entradas y ya era de noche, por lo que apenas podía ver.

La tormenta arreció, acompañada de truenos y relámpagos; con el resplandor de uno le pareció ver dos figuras. Se incorporó preparando su arma, apuntando hacia la zona, y con el siguiente fogonazo de luz pudo ver que, efectivamente, dos figuras humanas se acercaban. No corrían ni se movían como los rabiosos, así que se esperó hasta que estuvieron más cerca y pudo ver que se trataba de dos hombres.

—¡Eh, aquí arriba! —gritó—. ¡Levantad las manos!

Ellos se pararon, mirando hacia arriba hasta que lo localizaron. No pudo distinguir sus caras, pero sí que el más bajo de los dos iba apoyado en el otro. El alto levantó el brazo que tenía libre.

—¡Tengo mi arma guardada! —contestó—. Solo buscamos ayuda.

Erik titubeó. Tendría que ir a avisar a Hunter antes de dejarlos pasar, pero seguía lloviendo y tampoco le parecía bien tenerlos fuera con la que estaba cayendo.

En aquel momento uno de ellos empezó a toser, así que Erik decidió dejarlos entrar, esperando no tener que arrepentirse después de esa decisión.

Bajó del tejado y entró en la garita para abrir la puerta, cerrándola en cuanto hubieron entrado. Los apuntó de nuevo, acercándose a ellos para verlos mejor. Los dos llevaban ropa de camuflaje, con chubasqueros verdes, pero no parecían militares. El alto llevaba una barba de aspecto descuidado, y el otro parecía más joven. Se apoyaba en él, con los ojos semicerrados.

—¿Está enfermo? —preguntó Erik.

—Llevamos varios días andando sin parar, y desde ayer no hemos comido. —Sacó su arma y se la mostró—. Regístranos si quieres, tengo otra en mi mochila. Pero necesitamos ponernos a cubierto cuanto antes.

Erik cogió el arma, registró la mochila para hacerse cargo de la otra también, y les indicó que anduvieran hacia el edificio. Fue tras ellos sin dejar de apuntarles, pero para cuando llegaron a la puerta estaba convencido de que no fingían, el chico estaba realmente débil.

Se adelantó a ellos y les abrió la puerta, llevándolos después hasta la zona de oficinas que habían acondicionado como consultorio médico.

Las luces estaban encendidas, ya que Nancy estaba revisando el inventario de medicinas. Al verlos dejó todo y corrió hacia ellos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Está bien, sólo un poco débil —contestó el hombre.

—Déjalo en aquel sofá.

El hombre obedeció, y Nancy fue a buscar suero. Erik cogió un teléfono interno, y llamó a Hunter y Rachel para avisar; luego se llevó al alto consigo mientras intentaba contactar con Emma, que si no estaba equivocado debía estar de guardia en la planta superior.

—Vamos, amigo —dijo, mientras salía—. Te daremos un baño.

Mientras Erik se iba, Nancy le puso al chico una bolsa de suero y le tocó la frente, comprobando que tenía fiebre.

—No le mandéis bañarse, se pone furioso. —Lo escuchó decir.

Debía estar delirando, pensó la enfermera. El pobre tenía mal color, mejor que la propia Rachel le echara un vistazo.

Él tosió, mirando a su alrededor sin poder creer lo que veía. ¿Luces halógenas? ¿Estaba en un hospital? ¿Habían logrado llegar a la civilización? ¿O estaba delirando?

En aquel momento escuchó una voz conocida, y cerró los ojos con fuerza. No podía ser, tenía que estar desvariando. Abrió los ojos, pestañeando para intentar aclarase la vista. El uniforme militar, el parche en el brazo con una calavera de toro roja… Y entonces lo vio.

Hunter Cooper, inclinado sobre él, con una expresión de asombro y preocupación. Y todo lo que había pasado volvió a su mente, lo que Alexis le había contado… Había dejado a Emma indefensa. Nathan Thomas nunca se había considerado una persona violenta, pero en aquel momento no pudo evitarlo. Sacó fuerzas de donde no tenía, y le lanzó un puñetazo antes de perder el conocimiento.

Rachel entraba en ese momento. Miró a Hunter, que había esquivado fácilmente el golpe, y suspiró.

—No me lo digas. También lo conoces.

Se acercó y cogió una linterna, abriéndole los ojos para examinar sus pupilas rápidamente. Cogió el estetoscopio y se lo apoyó en el pecho, escuchando sus pulmones.

Hunter movió la cabeza, aún sin poder creer que Nathan estuviera allí.

—Hay que avisar a Emma —dijo.

—Tardará un rato en despertar, le he puesto un calmante —informó Nancy.

—No importa, ella tiene que saber que está aquí. —Miró a Rachel—. Es Nathan.

—¿Qué? ¿Nathan, vuestro Nathan? —Miró al chico, que dormía profundamente—. Dios mío, Hunter. Voy a buscarla. Nancy, comprueba su temperatura y busca un antibiótico de amplio espectro, tiene pinta de neumonía.

 

Emma estaba sentada en el sitio donde normalmente se quedaba cuando le tocaba vigilar. Ella misma organizaba los turnos, pero también participaba; se había dado cuenta de que si no estaba en movimiento se ponía histérica, así que ahí estaba, turno nocturno y planta superior, lo más aburrido del mundo. Y la presencia de J.J. dándole la tabarra no ayudaba.

—¿Por qué no te vas a dormir? —le dijo, cortando su conversación sin ningún miramiento, conocedora como era de que sus historias solían ser largas.

—Encima de que vengo a hacerte compañía, mira que eres antipática. Y eso que tengo la edad perfecta.

—¿La edad perfecta para qué? —preguntó ella sin interés viendo que su teléfono se agitaba. J.J abrió la boca para responder y lo interrumpió con un gesto para contestar—. ¿Qué? Hola, Erik. —Se quedó escuchando—. ¿Qué dices? ¿En serio? Ah, está bien. Sí, sí, mejor que pase por allí primero, no queremos que el personal se asuste. No es agresivo, ¿verdad? Bueno. Sí, enseguida me paso por si me necesitáis. —Y colgó.

—¿Qué pasa?

—Tenemos dos supervivientes. —Emma meneó la cabeza incrédula—. Menudo acontecimiento, son los primeros que llegan, ¿entiendes lo que esto significa?

—¿Menos comida para los demás?

—No, idiota. Significa que puede haber muchos más por ahí y que es cuestión de tiempo que vayan llegando. —Sonrió.

—¿Y en qué nos afecta eso a nosotros?— preguntó J.J. jugueteando con su vaso y por poco tirándolo al suelo.

—Ya sabes, la vida sigue, el ciclo natural y todo eso.

—Si estás hablando de procrear, podíamos haberlo solucionado antes… recuerda, tengo la edad perfecta. Y buenos genes, si mezclamos los tuyos y los míos nos saldrían unos hijos preciosos.

—Creo que tú no deberías reproducirte. —Se echó a reír ella.

—Eso me ha ofendido. —J.J. puso cara de estarlo de verdad.

—Sin embargo no lo suficiente para que te vayas…

J.J. iba a decir algo cuando oyeron ruidos lejanos, de forma que Emma se levantó.

—Ahora vuelvo, quédate aquí —ordenó al chico.

—Vale. ¡Me pones muy difícil el tema de procrear! —refunfuñó, aprovechando que se iba porque no tenía narices para decírselo estando a su alcance.

Emma fue buscando hasta que llegó a la zona de vestuarios. Había baños en todas las plantas, con sus correspondientes duchas, y al acercarse descubrió de dónde provenía el ruido; Erik tenía el cuerpo metido en el interior del vestuario y dentro se escuchaban protestas.

—¿Qué pasa?— preguntó acercándose— Vaya escándalo.

—Nada. Johnny y Brad están intentando que se meta en la ducha, pero…

La rubia se asomó para echar un vistazo; pufff, aquel hombre era grande y la reacción inmediata que provocaba era la de salir corriendo en dirección contraria. No le costaba imaginarlo por las calles de Times Square, con un cartel colgado del pecho y hablando del apocalipsis.

—¡Solo tratamos de coger su ropa para llevarla a lavar! —protestó uno de los jóvenes que bregaba con él.

—Dejadlo en paz —repuso ella—. Ya me ocupo.

Al fin y al cabo, ese hombre llevaría mucho tiempo solo y estaría un poco sobrepasado por el hecho de estar allí, y además… tenía tanta pinta de loco que tal vez pensara que querían hacerle daño. Quizá no le gustaba que lo tocaran, quién sabía.

—¿No eran dos?

—Sí, pero el otro no necesitaba una ducha, sino un médico. —Y la miró—. Este parece que no se ha bañado en… muchos meses.

—Vale, vale. Voy a ver si lo convenzo de buenas maneras.

Se metió en los baños, donde el hombre se había sentado en uno de los bancos, lo más alejado posible de la puerta y de ellos. Parecía hablar consigo mismo; Emma no entendía sus palabras, pero tampoco le importaban. Había tratado muchas veces con hombres como aquel trabajando en la comisaría. Se sentó a su lado ignorando su aspecto, que realmente era difícil de ignorar: su altura le recordaba a la del hombre del bosque, pero entre las ropas andrajosas, la barba y el pelo largo hubiera podido pasar por el hombre del saco.

—Hola —saludó—. ¿Cómo te llamas?

Él se pensó unos instantes si responder, pero al final se encogió de hombros.

—Faraday —se limitó a decir.

—Ah, como las jaulas de Faraday, ¿no?

—Sí. —La miró—. ¿Sabes qué son?

—Sí, sí. Mi padre tenía una. —Sonrió al recordarlo—. Claro que él tenía todo tipo de artilugios por el estilo, ya sabes. Solo le faltaba el refugio. —Lo observó—. ¿Tú tenías refugio?

Faraday asintió despacio.

—Así que, ¿te has pasado todo este tiempo encerrado?

—Parte. Se me terminó la comida, tuve que salir, encontré al chico, necesitaba ayuda.

Emma trató de seguirlo a pesar de su extraña forma de hablar.

—¿Está bien? —preguntó él.

—¿Quién?

—El chico.

—Ah. No lo sé, pero no te preocupes, tenemos la suerte de tener una doctora entre nosotros. Tú no serás electricista, carpintero, o algo así, ¿verdad?— preguntó esperanzada.

Ser militar y policía estaba bien, pero cuando el mundo se iba a pique y te planteabas volver a empezar, resultaba que hacían falta unos básicos, como ya se habían dado cuenta.

—No, no era apto para trabajar. Problemas mentales, dijo el médico.

—Qué alentador —suspiró Emma—. En fin, igualmente te puedes quedar, aunque tienes dos opciones: una es ser el loco adorable que todos aprecian, y otra, el chiflado que habla solo y al que todos tienen miedo. ¿Qué prefieres?

Faraday la miró de reojo otra vez, pero la última parte no le había gustado mucho, de manera que frunció el ceño.

—Ah, bien, prefieres la primera. Bueno, pues tienes que bañarte… danos la ropa, la llevaremos a lavar y te la devolveremos, si es que no quieres usar otra, aunque tenemos ropa nueva de todas las tallas.

El hombre asintió de forma pacífica, se puso en pie y comenzó a desvestirse despacio.

—¿Muchos mordedores en vuestro camino? —quiso saber ella.

—¿Muchos qué?

—Mordedores, rabiosos… Como quieras llamarlos, ya sabes. Esos que salen y te persiguen.

—Ah, esos, los engendros del demonio. No. Los tenía controlados —repuso aún sin mirarla—. Hay que viajar por zonas de bosque con mucho arbolado. Los espacios abiertos los atraen. Las ciudades los atraen. El ruido los atrae. El humo los…

—Ya, ya, lo pillo, sí. Parece que estabas preparado para todo.

—Yo sí, el chico no. Él quería venir aquí, lo traje, era importante preservar su cabeza.

—¿Cómo dices? —preguntó Emma boquiabierta.

—Su cerebro es valioso, tiene muchos conocimientos, puede ser útil.

—¿Es que ya no quedan electricistas? —murmuró ella más para sí misma que otra cosa. Fue recogiendo las prendas de ropa que él dejaba para meterlas en un cesto—. En fin, báñate. A nuestra médica se le da muy bien cortar el pelo, así que luego… recuerda, loco adorable siempre es mejor que chiflado gruñón.

—Está bien.

—Pues te dejo solo. Por cierto, soy Emma —dijo extendiendo su mano—. Bienvenido.

—Encantado. —Se la estrechó.

—Un loco adorable y educado, importante. —Emma no consiguió evitar la burla, pero a esas alturas estaba convencida de que ese tal Faraday no era peligroso. Agarró el cesto—. Le diré a Erik que te traiga ropa. Y comida si tienes hambre.

No esperó respuesta y se giró hacia la puerta; lo último que le faltaba era que se quedara totalmente desnudo allí, una visión que prefería ahorrarse. Erik permanecía en la puerta vigilando; por si acaso le daba problemas, supuso, así que le entregó el cesto.

—Tira esto, anda, no tiene arreglo. Y volvió a escuchar la voz del desconocido desde el vestuario—. Perdón, ¿qué?

—Solo dígame cuando sepa si está bien.

—¿Quién? — preguntó Erik mirándola a ella como si el hombre estuviera demente.

—El chico de los ojos extraños —replicó Faraday tranquilamente. Después de una pausa, añadió—: Le he cogido cariño.

Y los dos escucharon como abría los grifos del agua.

—Joder, con la de gente que debe haber por ahí y nos toca un tarado —masculló el militar cerrando la puerta—. Jefferson, te tengo un respeto que ni te lo imaginas, eres capaz de desnudar a un gigante llamándolo loco en su cara…

—Sí, bueno, hay que tener recursos para todo. Ve a buscarle algo de ropa, ¿vale? Yo voy a ver al otro.

—Lo dejé en la enfermería, parecía bastante jodido.

Emma se dirigió hacia las escaleras, pero a mitad de camino se encontró con Rachel, que subía corriendo hacia ella. Al verla, se detuvo intentando recuperar el aliento. Emma llegó a su altura extrañada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Por qué corres así? Erik me ha dicho que había dos, y que uno estaba enfermo.

—Sí, eso es. —Cogió aire—. Parece neumonía, no sé, tengo que mirarlo mejor.

—¿Y por qué no estás con él?

—Emma… —Alargó la mano hacia ella, y esta se la cogió cada vez más mosqueada—. Ven conmigo, es mejor que lo veas tú directamente.

—Rachel, me estás asustando.

Se dejó llevar hacia la enfermería, pensando en las palabras de Faraday. Un chico de ojos raros… cerebro valioso… y el comportamiento extraño de Rachel. Todo ello le llevaba a una conclusión, pero su mente se negó siquiera a pensarlo. Era imposible.

Entraron en la habitación, pero ella se quedó parada en el marco de la puerta, mirando la figura inconsciente en el sofá. Se soltó de Rachel, avanzando un paso para verlo mejor. Hunter estaba con gesto serio de pie a su lado, y lo miró como buscando su confirmación. Él afirmó con la cabeza, pero cuando se acercó hacia ella, Emma le hizo un gesto para que no la tocara. Dio un par de pasos más, y lo observó.

Era él, no cabía duda. Con el pelo más largo, mucho menos peso… pero era Nathan. Tragó saliva, mirando a Rachel y Hunter de forma alternativa. Alargó la mano para tocarlo, pero en lugar de hacerlo, dio media vuelta y salió de la habitación.

Hunter hizo ademán de ir tras ella, pero Rachel le cogió de un brazo.

—Mejor no. No te lo tomes a mal, pero creo que preferirá que vaya yo.

Él respiró aliviado. No tenía ni idea de qué hacer, también prefería dejarlo en sus manos.

Rachel alcanzó a Emma en la entrada del edificio, reteniéndola antes de que saliera a la lluvia. Emma se dejó caer en las escaleras, ocultando el rostro entre las manos y respirando agitada. Rachel se sentó a su lado, rodeándola con un brazo y haciendo que pusiera la cabeza entre las piernas. Le empezó a acariciar el pelo, indicándole en voz baja cómo respirar hasta que poco a poco se fue tranquilizando.

—¿Estás mejor? —preguntó Rachel, al cabo de unos minutos.

—No lo sé. —Se frotó la cara, presionándose las sienes—. Rachel, no puede ser él, no puede ser.

—No te estás volviendo loca, Em.

—¿Está bien? Está muy delgado, y… —Negó con la cabeza—. No puedo verlo. Estaba muerto, ya me había hecho a la idea. Si voy y hablo con él será real, y… Y está enfermo, morirá como los demás, y no puedo…

—Cálmate. —La abrazó—. Escucha, tengo que examinarlo mejor, pero no parece grave. Tiene pinta de un catarro mal curado, un principio de neumonía. Tenemos lo necesario para tratarlo, y en cuanto despierte y coma verás cómo mejora. No va a morir. —Cogió su cara entre las manos, obligándole a mirarla—. Tómatelo con calma, ¿de acuerdo? Ven conmigo, te daré algo para dormir. Descansa esta noche. Mañana él estará mejor, y podréis hablar.

Emma afirmó con la cabeza, sintiéndose de pronto agotada. Rachel le besó en una mejilla, y la acompañó hasta su cuarto. Fue a buscar un tranquilizante mientras ella se ponía el pijama. Le dio la pastilla con un vaso de agua, esperó a que se la tomara y la arropó en la cama. Emma sonrió agradecida.

—Hacía años que nadie me arropaba —dijo, bostezando.

—Me lo imagino. Duérmete, anda.

Emma cerró los ojos obediente. El calmante hizo efecto en unos minutos. Rachel esperó hasta asegurarse de que dormía antes de dejarla sola y regresar a la enfermería.

 

Café recién hecho, huevos revueltos… Nathan abrió los ojos lentamente, despertando de un sueño reparador al notar aquellos olores tan familiares y, a la vez, tan lejanos en el tiempo. La luz del sol entraba a raudales por una ventana, debía haber dormido más de doce horas. Miró a su alrededor, y vio una bandeja en una mesa a su lado. En efecto, había una taza con café humeante, un plato de huevos revueltos y un vaso con líquido blanco. ¿Leche? No podía creerlo, la fiebre tenía que estar causándole visiones.

Entonces recordó lo ocurrido la noche anterior. Habían llegado a Atlanta, pero estaba muy cansado y Faraday le había ayudado a andar. Estaba confuso sobre el resto, aunque la imagen de Hunter destacaba sobre todo lo demás. Se sentó con esfuerzo, y examinó la habitación donde se encontraba.

No era un hospital, por la moqueta del suelo y los muebles más bien parecían oficinas, aunque acondicionadas para otros usos. Cogió el vaso y bebió. Efectivamente, era leche. Aquello le abrió el apetito, y empezó a comer los huevos con ansia.

La puerta se abrió, y entró una chica desconocida. Al verlo comiendo sonrió.

—Veo que te encuentras mejor, Nathan —dijo.

—Sí. —Tragó—. Gracias. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Soy Rachel Portman, doctora. —Extendió la mano y se la estrechó—. Nathan, ¿recuerdas algo de ayer?

—No mucho, pero… Deduzco entonces que no vi visiones. Hunter… Está aquí, ¿no?

—Sí. —Le tocó la frente, satisfecha al ver que ya no tenía fiebre—. Está fuera, pero le he dicho que no entre todavía, no vaya a ser que quieras pegarle otra vez.

—Sí, bueno. —Desvió la mirada—. Es complicado.

—Ya. En fin, te dejaré un par de días aquí por si acaso, pero creo que estás mucho mejor. Tu amigo Faraday se alegrará de saberlo.

—¿Él está bien?

—Eso es un término relativo. —Él sonrió—. Pero sí, está bien.

—¿Dónde estoy, exactamente?

—Es un poco largo de contar. Mejor termina de comer, voy a quitarte el suero, con antibióticos por vía oral será suficiente. Luego puedes ducharte si quieres, tienes un baño tras aquella puerta, y te he dejado ropa dentro. Y ya más tarde… Bueno, hay alguien más que quiere verte, y después hablaremos, ¿de acuerdo?

—Vale.

Tenía millones de preguntas, pero podía esperar. Rachel le quitó el suero y la vía, cubriéndole la zona con una venda. Nathan ya había terminado de comer, así que cogió la bandeja y se marchó.

Él se sentía mucho mejor. Aun así, se levantó con cuidado para no marearse e ir a la ducha. Casi se desmayó de la emoción al notar el agua caliente, un lujo que había pensado no volver a tener en su vida. Se vistió con la ropa que habían dejado, que le quedaba un poco grande, y salió con el pelo aún húmedo. Se asomó a la ventana, reconociendo el paisaje al momento. Solo había estado una vez, pero lo recordaba perfectamente. Estaba en el edificio central del CDC, había logrado llegar. Pero las calles que se veían desde allí estaban desiertas, pudo incluso distinguir algún coche accidentado. El exterior no se diferenciaba mucho de las ciudades que había visto hasta entonces.

Llamaron a la puerta, y se giró esperando que fuera Rachel. Sin embargo, la persona que atravesó el umbral era la última que hubiera esperado ver con vida.

—¿Emma?

—Hola, Nathan.

Se quedaron mirándose unos segundos, cada uno sin poder creer que el otro estuviera vivo. Por fin se acercaron, fundiéndose en un abrazo.

—Dios, Emma. Estaba seguro de que estabas muerta.

—Yo pensaba lo mismo de ti.

—Pero tú…

Nathan empezó a toser, y se separaron. Cuando se le pasó, ella se había alejado unos pasos y se había cruzado de brazos. Los dos se quedaron sin saber muy bien qué hacer ni decir. Habían pasado tantos meses… Y la última vez que se habían visto, la situación no había sido del todo cómoda para ninguno.

Emma se colocó un mechón de pelo tras la oreja, nerviosa.

—Estás… estás más delgado —comentó.

—Sí, bueno… No es que haya comido mucho últimamente, la verdad.

—Hunter me dijo que te ayudó a escapar, que te dejó con una compañera suya.

—Sí. —Movió la cabeza—. Pero tuvimos nuestras diferencias, y nos… yo me fui por otro camino. Tuve suerte de encontrarme con Faraday. ¿Y tú? Alexis me contó que Hunter… Que cuando todo ocurrió te dejó atada. Yo… Por eso pensaba que habías muerto.

—Sí, fue algo así. —Se encogió de hombros—. Pero bueno, ya lo he hablado con Hunter y no le guardo rencor. No eran esposas de metal, Joel me salvó la vida ese día y pudimos escapar.

—¿Tu hermana y tú?

—No. Yo… no sé qué ha sido de ella.

—Emma, lo siento. —Dio un paso hacia ella, pero se detuvo—. ¿Y tu amigo Joel?

—Tampoco. Es muy largo, Nathan. La verdad es que preferiría no hablar de ellos ahora mismo.

—Está bien.

Volvieron a mirarse, pero ninguno de los dos se movió. Finalmente, Emma retrocedió hacia la puerta.

—Tengo cosas que hacer, supongo que nos veremos por ahí.

Hizo un gesto de despedida y se marchó a toda prisa. Nathan se sentó en una silla, pasándose una mano por la cara. Genial. Menudo reencuentro.

Llamaron de nuevo a la puerta, y esta vez se trataba de Hunter, que se asomó sin llegar a entrar.

—Si vas a intentar pegarme de nuevo, vuelvo más tarde.

—Sí, claro, como si yo pudiera hacerte algún daño. —Se levantó, tosiendo de nuevo—. Entra, anda.

Hunter obedeció. Se acercó y se estrecharon la mano.

—Estás hecho polvo, cerebrito —dijo el militar, recorriéndolo con la mirada—.

—Ya. Debería haberme imaginado que sobrevivirías, y encima sin despeinarte. Aunque ese corte de pelo no te pega mucho, señor militar serio.

Le revolvió el pelo. Hunter le apartó la mano de un manotazo, y lo abrazó sonriendo.

—Joder, no sabes cómo me alegro de que estés vivo.

—Vale. —Tosió—. Yo también, pero me estás ahogando. Y no queremos que la doctora Portman piense lo que no es, ¿verdad?

Hunter miró hacia la puerta, donde Rachel estaba de pie mirándolos asombrada. Aquello sí que era algo que no había esperado ver en la vida. ¿Hunter dando muestras de afecto por alguien? Y aquella sonrisa… Emma se había quedado corta en su descripción. Apretó las tijeras que llevaba en la mano, apartando la vista de él y sonriendo a Nathan.

—Veo que te encuentras mejor.

—Sí, gracias. De vez en cuando me dan ataques de tos, pero supongo que es normal.

—Se te irá pasando, no te preocupes. Acabo de estar con Faraday, he conseguido darle un aspecto un poco más… digamos cuerdo. Luego subirá a verte, pero he pensado que mientras tanto quizá querrías que te cortara a ti también el pelo.

—Pues te lo agradecería. —Hizo un gesto hacia Hunter—. Imagino entonces que eso también es obra tuya.

—Sí. —Se encogió de hombros—. Aunque no me ha vuelto a dejar que me acerque a su pelo desde entonces.

—Porque no me lo cortaste como yo quería —protestó él.

—No vamos a discutir eso ahora. Siéntate, Nathan.

Fue a buscar una toalla mientras Nathan obedecía. Hunter cogió otra silla, y se sentó con ella al revés, apoyando los brazos en el respaldo.

Rachel regresó. Puso una toalla en los hombros de Nathan, y empezó a desenredarle el pelo.

—Bueno, ¿qué tal si nos ponemos al día? —preguntó Nathan—. ¿Por qué hay luz aquí?

—Ahora te lo cuento todo —contestó Hunter—, pero primero… me gustaría saber qué pasó con Alexis, cómo… En fin, murió.

—No murió. Bueno, al menos cuando la dejé estaba viva.

—¿La dejaste?

—Vale, en retrospectiva quizá no fue la mejor decisión… Casi muero ahí fuera yo solo, hasta que Faraday me encontró.

Pasó a resumir todo su viaje desde que saliera corriendo de Little Falls. Cuando terminó, Hunter lo miraba sin dar crédito a lo que había oído.

—Pero si Sand… —dijo—, mientras trabajamos juntos, nunca mostró interés en nada que no fuera su carrera militar.

—Supongo que en este tipo de circunstancias extremas, ninguno sabíamos cómo íbamos a reaccionar.

—No, eso está claro.

—Bueno, también es que soy increíblemente atractivo.

Su amigo sonrió.

—¿Y Paris? ¿Conseguiste sacarla?

Hunter negó con la cabeza, mientras su rostro se ensombrecía recordando. Ray Thomas no iba a salir muy bien parado de su relato, pero suponía que después de todo lo ocurrido, a Nathan no le iba a afectar demasiado. El coronel había ordenado ir a buscarlo, pero en lugar de obedecer, Hunter había cogido a la doctora Hill y se la había llevado corriendo hasta un hangar para buscar un hummer. Sin embargo, no bien habían subido en uno cuando sobre sus cabezas pasó el dron que, un minuto después, lanzó el impulso electromagnético que acabó con todo.

Así que volvieron al interior. Hunter sabía que bajo el edificio principal había un bunker a prueba de ese tipo de ataques, donde se guardaban algunos vehículos de emergencia. Pero cuando llegaron, Ray ya estaba allí con un par de soldados. Al verlos, no había dudado y les había ordenado dispararles. Fue una bala del propio Thomas la que acabó con Paris. A duras penas había conseguido Hunter salir de allí, pero no pudo llegar muy lejos. Ray había activado un sistema de autodestrucción de la base, y en cuanto su transporte hubo salido, el edificio principal explotó, seguido en cadena por el resto. La fuerza de la explosión lanzó a Hunter contra un muro, haciéndole perder el conocimiento, y cuando despertó horas después, estaba atrapado entre los restos del edificio. A su alrededor todo era un caos de ruinas, fuego y gente corriendo. Con mucho esfuerzo consiguió librarse de los cascotes, pero tenía un tobillo torcido y apenas podía apoyarlo para andar. Por suerte no se lo había roto y logró llegar hasta el bosque, donde encontró una cabaña en la que refugiarse unos días. Esa era la razón por la cual no había podido llegar a Davenport a tiempo, los ligamentos de su tobillo tardaron varias semanas en curarse del todo. Y para entonces, ya era demasiado tarde.

Siguió contándole cómo se había unido al grupo de Rachel, titubeando solamente cuando llegó a la parte en que se habían quedado solos tras el ataque al campamento. Nathan se dio cuenta, así como de la mirada que intercambiaron, pero no lo interrumpió. Sí que lo hizo cuando llegó a cómo se habían encontrado con Emma.

—Espera un poco —pidió—. ¿Me estás diciendo que tenéis un inmune?

—Sí.

—Mi padre nos llevó el cadáver de un soldado, y tampoco encontramos rastros del virus en él. Pero era el virus original, antes de que mutara, y…

—Para, para. ¿Qué soldado? No hubo ningún soldado contagiado antes que Tuesday Latch.

—¿No hubo una fuga? Me dijo que le disparasteis sin saber si estaba infectado o no.

—No, ese cadáver no era de ningún soldado, te lo aseguro. Este tipo estaba con tu padre, lo vi unos días antes… y después lo encontré en un arcón.

—No es por malmeter —intervino Rachel—, ¿pero hay algo que os haya contado ese hombre que sea verdad? Porque me da la sensación que os ha mentido a los dos desde el principio.

—El coronel Thomas siempre fue un buen militar —repuso Hunter.

—Eso sí es verdad, aunque no tanto como padre —dijo Nathan—. Pero Hunter, creo que ella tiene razón. Sé que para ti se convirtió en un modelo a seguir cuando entraste a su servicio, pero…

—No lo estoy defendiendo, no me has dejado terminar. Digo que era buen militar, pero el último año… —Movió la cabeza—. Algo pasaba, no me di cuenta entonces, pero pensándolo ahora, sé que se había metido en algo. Y no estoy tan seguro de que se lo ordenara nadie del gobierno, yo me habría enterado. Pero me tenía ocupado todo el tiempo en misiones y entrenamientos, y no me paré a pensar en qué estaba haciendo.

—Supongo que ahora ya lo sabemos. El por qué se me escapa, pero tampoco importa ahora. Si tenemos un inmune, tendré que hacerle análisis, sacar muestras… Puede que sea la clave para encontrar una cura. Y coger a algún contagiado para tener el virus… ¿Qué hay aquí? Quiero decir, ¿hay luz en todos los edificios? ¿Están los laboratorios intactos?

Hunter procedió a continuar su relato donde lo había dejado, contándole cómo habían encontrado los caballos y así llegado al CDC, dos semanas antes. Allí habían encontrado a un hombre: George. Se trataba del conserje del edificio principal. Él les había abierto la verja. En el interior encontraron más supervivientes, quince personas que por un motivo u otro se habían quedado allí atrapados. Cuando llegó el impulso electromagnético, solo el edificio principal y el contiguo no habían sido afectados, ya que tenían un sistema de protección instalado y por suerte, había funcionado. El sistema eléctrico de las vallas salía de allí también, por lo que habían podido evitar que entraran rabiosos. El complejo era independiente porque tenía paneles solares de última generación en todas las azoteas, así que al no depender de combustibles sólidos, no tenían problemas en ese sentido.

Por otro lado, ninguno de los que habían quedado tenía experiencia médica ni era personal de laboratorio. Excepto George, el resto se trataba de personal administrativo. Habían sobrevivido con los suministros de los comedores y máquinas de todos los edificios que conformaban el CDC, aunque ya empezaban a estar escasos de provisiones cuando ellos habían llegado.

Desde entonces habían realizado unas cuantas salidas, una de ellas al zoo, consiguiendo unas cuantas gallinas y cabras de la zona de la granja.

Rachel terminó de cortarle el pelo, quitó la toalla y le entregó un espejo para que se mirara.

—Bueno, así parezco más yo —dijo él, sonriendo—. Muchas gracias.

—De nada. Menos mal que por lo menos hay gente agradecida en este mundo, no como otros. Y no miro a nadie.

Hunter frunció el ceño, mientras ella cogía otra silla para sentarse a su lado. Nathan reprimió una sonrisa, aquella chica le estaba cayendo muy bien.

—En fin, ¿y qué hay de los laboratorios? —volvió a preguntar.

—Están intactos —contestó ella—.

—Necesitaré ayuda. ¿Seguro que no hay nadie que tenga aunque sea un mínimo de conocimientos?

—Nadie de aquí. Aunque yo… Bueno, no recuerdo mucho de mis clases de biología, así que he estado leyendo algunos libros que hay por aquí. Podría ayudarte.

—¡Perfecto!

—No, no, de perfecto nada —interrumpió Hunter—. Eres la única médico, ¿qué pasa si alguien se pone enfermo?

—También está Nancy. —Miró a Nathan—. Es enfermera, me ayuda. Y no creo que ocurra nada tan grave como para que ella no pueda ocuparse. Además, estaré aquí mismo, si pasa algo no andaré muy lejos.

Hunter no protestó más, aunque en realidad lo que ocurría era que le preocupaba que se pusieran a manipular muestras de virus. ¿Y si ocurría algún accidente y se contagiaba alguno de ellos? Nathan tenía experiencia, sabía qué precauciones tomar, pero Rachel… No le hacía ninguna gracia, pero tendría que confiar en que Nathan sabría formarla.

Nathan se incorporó dando una palmada.

—Bien, ¿cuándo empezamos?

Rachel le cogió un brazo, tirando de él para que se sentara de nuevo.

—Primero te recuperas del todo, un par de días aquí tranquilo no te harán ningún mal, ¿de acuerdo?

—Pero yo…

—No discutas con ella —aconsejó Hunter, con una mueca—. Créeme, es inútil.

—Está bien, dos días —cedió Nathan—. ¿Me podrías enseñar al menos los laboratorios?

—Mañana. Hoy ya has estado levantado demasiado tiempo, así que descansa. Vendré más tarde a ver cómo sigues. Os dejo solos para que sigáis poniéndoos al día.

Se marchó con una sonrisa hacia Nathan. Él se estiró mirando divertido a Hunter, que se había quedado observando la puerta como si quisiera romperla.

—Bueno, bueno… —empezó Nathan—. Una chica de ideas firmes, por lo que veo.

—Sí, ya, puedes llamarlo así.

—Veo que os lleváis… Voy definirlo como ¿bien? —De nuevo, llamaron a la puerta—. Vaya, salvado por la campana.

Hunter fue a abrir, y los dos se quedaron unos segundos mirando al hombre, hasta que reconocieron a Faraday. Con el pelo cortado, la barba recortada y ropa limpia, no parecía la misma persona. Se dirigió hacia Nathan directamente, levantándolo de la silla para darle un abrazo de oso, sin poder ocultar su alegría al verlo despierto.

 

3.     Toda coraza tiene grietas

Al día siguiente Rachel cumplió su promesa. Tras comprobar que Nathan seguía sin fiebre y escuchar sus pulmones, le acompañó hasta el subsuelo del edificio, donde estaban los laboratorios.

Estaban tal cual los habían dejado cuando se había ido marchando la gente. Mesas desordenadas, microscopios con muestras, neveras llenas de tubos de cristal… Nathan recorrió los puestos de trabajo mirando por encima los papeles, pero ninguno parecía haber estado trabajando en su virus.

—Habrá que hacer un poco de limpieza en todo esto —dijo. Señaló una puerta acristalada, con un cierre de código numérico—. ¿Tenemos la clave?

—Sí, George la sabe. ¿Qué es?

—Es un laboratorio para muestras de alto riesgo, de baja temperatura. Se cierra por ambos lados, para evitar filtraciones. Nos vendrá bien.

Se quedaron un rato más revisando todos los departamentos, y después regresaron al centro médico. Aunque los ascensores funcionaban, no los utilizaban por seguridad. Si se quedaban atascados o fallaba alguna pieza, no tenían forma de repararlos.

A mitad de las escaleras, se encontraron con Emma, que bajaba hacia la entrada. Se detuvo a su altura, mirando a Nathan.

—Hola, ¿ya estás mejor? —dijo.

—Sí, Rachel me dará el alta mañana.

—Me alegro. Tengo un poco de prisa, ya nos veremos.

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