Anxious

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Anxious

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Siguió bajando las escaleras rápidamente. Rachel frunció el ceño.

—Sabes llegar hasta el centro médico, ¿verdad? —le preguntó a Nathan—. Enseguida voy yo.

—Sí, claro. Tranquila.

Continuó subiendo mientras Rachel corría tras Emma, dándole alcance dos plantas más abajo. La cogió de un brazo para que se detuviera, mientras recuperaba su respiración.

—Madre mía, cómo corres —consiguió decir.

—¿Qué pasa?

—¿Cómo que qué pasa? Eso me pregunto yo. Lo has saludado como si fuera… no sé, un desconocido. Pensé que habíais hablado.

—Y eso hemos hecho, nada más —suspiró—. No sé, Rachel, es tan raro todo. No es culpa suya,  sé que soy yo, que estoy… —Movió la cabeza—. Es como si no me creyera que está aquí, que va a desaparecer en cualquier momento. Supongo que necesito un poco de tiempo para hacerme a la idea.

—Pero vamos a ver. ¿No eras tú la que me dijiste que el tiempo no es un lujo del que dispongamos? ¿No crees que deberías seguir tu propio consejo?

Emma la miró. Tenía toda la razón del mundo, y ella no había sido una persona que huyera de las situaciones. Siempre había enfrentado todo en su vida de cara y ahora parecía bipolar.

—Si quieres te encierro con él en el centro médico, a lo mejor así habláis —propuso la morena.

—No me des ideas, que yo podría hacer lo mismo contigo y con otro que yo me sé.

—Ese no es el tema ahora, estamos hablando de ti. —Subió un par de escalones—. Mañana le daré el alta, así que vete pensando en qué vas a hacer.

—Eso, dame más presión.

Rachel le hizo un gesto poco agradable, mientras seguía subiendo escaleras y maldiciendo al arquitecto del edificio. Cuando entró en el centro médico, tuvo que sentarse a recuperar el aliento.

Nathan le llevó un vaso de agua, sentándose a su lado.

—Al final va a resultar que te tendré que cuidar yo a ti.

—Estoy bien, son solo esas malditas escaleras. ¿Tú cómo estás? Te veo muy serio.

—¿Has… Te ha contado Emma lo nuestro? —Rachel se bebió el agua de un trago—. Vale, imagino que sí. ¿Está bien? Apenas hemos hablado, no sé cómo comportarme con ella, tú no la conocías antes de todo esto. Tenía una chispa, un algo que… no lo veo ahora.

—Le han pasado muchas cosas, Nathan. Dale unos días, ¿de acuerdo?

—Sí, eso haré. Tampoco es que tenga ningún otro sitio donde ir.

Hunter entró en aquel momento, así que Rachel se inventó una excusa y los dejó solos.

 

Al día siguiente por la tarde Rachel examinó de nuevo a Nathan. Le dio antibióticos para que siguiera tomando unos días más por si acaso, y lo acompañó al comedor a cenar.

Después lo llevó hasta la planta donde habían acondicionado los dormitorios, que anteriormente habían sido despachos. La mayoría ya tenían sofás que habían transformado en camas, y los que no, los habían llevado de otras zonas. De esa forma, todos tenían un lugar propio en el que descansar y tener privacidad.

Nathan recorrió el suyo apreciativamente con la mirada.

—¿Qué te parece? —preguntó Rachel.

—Comparado con los sitios donde he dormido antes de llegar aquí, es una suite presidencial. Muchas gracias.

—De nada. Yo me voy también a dormir, ¿necesitas algo más?

—Solo una cosa. ¿Cuál es la habitación de Emma?

Rachel sonrió ampliamente.

—Al final del pasillo, a la derecha. Pero espera un segundo aquí.

Se metió en un cuarto marcado «Suministros», y salió con algo en la mano.

—Toma, solo por si acaso.

Se lo entregó y Nathan miró los paquetitos de plástico cuadrados.

—Pues sí que tenéis de todo… —comentó.

—Sí, bueno, ya sabes. Tenemos algunos adolescentes, y esto al final es un poco como «Gran Hermano»… así que mejor prevenir que curar, ¿no? Siempre que se hacen salidas a farmacias y hospitales, pues traen también.

Nathan se los guardó en un bolsillo dándole las gracias. No era tan optimista como ella, pero quién sabía.

Fue hacia la puerta indicada por Rachel. Pensó en entrar sin llamar, pero teniendo en cuenta las circunstancias lo más probable era que Emma durmiera con un arma a mano y era capaz de disparar sin querer, así que acabó dando unos golpes en la puerta. Ella contestó desde el interior que pasara quien fuera, así que Nathan entró y cerró la puerta tras él.

Emma estaba a punto de meterse en la cama, vestida con una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos. Había supuesto que quien iba a verla era Rachel, y cuando vio a Nathan lo miró sin saber qué decir.

—Hola, Emma.

—Yo… Hola.

—Quería hablar contigo, pero ahora que estoy aquí… Realmente me apetece otra cosa.

Se acercó hasta ella, dándole tiempo a apartarse, pero Emma se quedó totalmente inmóvil. Nathan le acarició una mejilla, mirándola a los ojos.

—¿Qué te parece si hablamos mañana? —preguntó.

—Me parece la mejor idea que podías tener.

Nathan la besó. Y de nuevo fue como si el tiempo no hubiera pasado para ellos. Emma se olvidó de sus miedos, centrándose en aquel momento y en él, en que estaban vivos y juntos de nuevo. Él la llevó hacia la cama, empujándola suavemente hasta quedar tumbados en ella. Le acarició la cara, besándola de nuevo, y pronto la ropa de los dos quedó tirada en el suelo.

Cumpliendo su sugerencia, no hablaron hasta que despertaron por la mañana. Tras hacer el amor de nuevo, se quedaron abrazados, mirando cómo el sol salía.

—Este debía ser el despacho de un jefazo —comentó Nathan—. Menudas vistas.

—Ya sabes, yo siempre busco lo mejor.

—Emma… —Besó su cuello—. Cuando ocurrió lo de Little Falls… Iba a llamarte. No sé qué habría ocurrido después, cada uno viviendo en una ciudad diferente, con trabajos diferentes… Pero ahora estamos aquí. Juntos. Y es donde quiero estar. No por obligación ni porque, seamos claros, el número de mujeres disponibles haya disminuido considerablemente y no tenga otras opciones. —Ella sonrió—. Si algo me ha quedado claro de todo esto, es que quiero estar contigo.

Emma se giró para besarlo.

—Yo también.

Él la abrazó, suspirando aliviado. Después, fijó la mirada en su cuello y con un dedo recorrió con suavidad esas marcas que no dejaban que ella olvidara el viaje que había hecho.

—¿Y esto?— preguntó.

Emma comenzó a hablar, contándole todo lo que había ocurrido, e incluyendo los tres hombres que había matado, liberándose así de parte del peso y la opresión que sentía continuamente en su pecho. Nunca volvería a ser la de antes, ni él era tampoco el mismo, y sin embargo, ese momento y lugar, era perfecto para los dos.

Cuando por fin salieron y fueron a desayunar, ya no quedaba casi nadie en el comedor, solo Rachel que, al verlos, se limitó a decir:

—Bueno, al final te hicieron falta, ¿no?

Emma le sacó la lengua, y ella se echó a reír.

Hunter apareció cuando estaban terminando de desayunar, y al ver a Nathan y Emma besándose se sintió extraño. Por un lado se alegraba por ellos, pero por otro, al ver a Rachel, sintió un ramalazo de celos. Así que sacudió la cabeza y se acercó evitando mirarla directamente.

—He convocado una reunión para dentro de quince minutos.

—¿Se lo has dicho a J.J.? —preguntó Rachel.

—No, mejor después. Si ahora se entera de lo que queréis hacerle… Le puede dar algo, mejor luego lo pillamos solo.

—De acuerdo —dijo Nathan, levantándose—. Vamos entonces.

Lo llevaron hasta otra planta, donde atravesaron unas puertas dobles de madera. Dentro había varias personas sentadas alrededor de una mesa, incluyendo a Erik.

—Tenéis hasta sala de reuniones y todo —observó el pelirrojo cuando entraron.

—Sí —replicó Hunter—. Cuando llegamos todo estaba mano por hombro. El grupo que se había quedado aquí se limitaba a sobrevivir, sin ningún tipo de organización.

—Pues menos mal que apareciste tú —se burló Nathan—. Con lo que te gusta hacer y deshacer… — se calló al ver cómo lo miraba su amigo—. Perdón. Sigue, por favor.

—Gracias —Hunter ignoró las sonrisas burlonas que había en las caras de las dos chicas—. Ni siquiera se preocupaban de conseguir provisiones, o de hacer algo para garantizarlas en un futuro. No tenían normas, ni nada.

—Aquí nos gustan mucho las normas —dijo Rachel, que aún seguía sonriendo.

—Ya veo. Un par de semanas y ya está todo organizado —comentó Nathan.

—Este es George, de mantenimiento —Hunter señaló al hombre que no conocía—. Había más gente dentro, entre los suyos y los nuestros somos exactamente treinta y siete personas…bueno, ahora contigo y el gigantón somos treinta y nueve. Él fue quién nos abrió la puerta y nos dejó entrar.

George asintió.

—Fue un alivio, estaba a punto de reinar la anarquía —repuso.

—Lo primero que hicimos fue dividir a la gente en grupos y asignar tareas. Las personas necesitan algo que hacer o se vuelven locas —explicó Hunter—. Erik y yo, como somos militares, nos encargamos de todo lo referente a la seguridad exterior. Tengo un grupo a mi cargo de la gente más joven y hacemos turnos, noche y día, la verja y el muro siempre están vigilados. Cada dos horas se hace una ronda por toda la zona, por si acaso… nunca se sabe por dónde pueden entrar.

Nathan asentía a todo, ligeramente distraído y pensando que Hunter seguía teniendo una mentalidad militar muy desarrollada.

—Emma se encarga de la seguridad dentro del edificio. Ya sabes, de las cosas un poco más diplomáticas.

—¿Qué? ¿diplomática, tú…? —Nathan pareció a punto de reírse, pero de nuevo cerró el pico cuando vio que ella le lanzaba una mirada furibunda—. Por supuesto, sí, sí, decidme en qué consisten.

—Básicamente, normas de convivencia —explicó ella—. Llevar a cabo las tareas asignadas, respetar los turnos de comida, no provocar peleas y a las once de la noche todo el mundo tiene que estar en sus habitaciones.

—¿Qué dices? ¿Un toque de queda?

—Sí. No necesitamos gente correteando por ahí de madrugada, todavía nos pone nerviosos la idea de los rabiosos y hay gente muy aprensiva.

—Entiendo…

—Por norma general, de noche siempre hay una persona vigilando.

—¿Por qué?

—Por si acaso.

No añadió más, todos en aquella sala excepto Nathan sabían que la proporción mujeres y hombres no estaba demasiado equilibrada y después del intento de violación de Rachel en el campamento no estaban dispuestos a que volviera a darse una situación similar.

—Respecto a contagios —Emma cambió de tema—, la norma es muy clara. Hay botones de alarma en casi todas las habitaciones, así que si alguien ve, o cree que hay alguna persona infectada, lo primero es pulsarlo. —Él asintió—. Y si suena la alarma, la gente tiene instrucciones de encerrarse en sus habitaciones hasta que se resuelva la situación.

—Bien pensado —dijo Nathan—. ¿Y cómo se resuelve la situación?

Hunter y Rachel se miraron brevemente.

—Le pegamos un tiro —respondió Emma.

—¿Ha sucedido alguna vez? —Ella negó—. O sea que este sitio es totalmente seguro.

—Por ahora —matizó Hunter—, pero toda coraza tiene grietas.

Nathan lo miró alzando la ceja.

—Qué bonito. Recuerdo que no sacabas malas notas en literatura, y eso a pesar de lo que te costó aprender a escribir… —Hunter le pegó un manotazo para que se callara. Nathan lo ignoró sin perder su sonrisa y después carraspeó—. Está bien. Yo puedo ponerme a trabajar cuando queráis, empiezo con el J.J. este.

—Yo me encargaré de ayudar —se metió Rachel—. No es que entienda mucho de su tema, pero me he estado informando con todos los libros que hay aquí y seguro que puedo ser útil. —Miró a Nathan, que afirmó—. Eso sí, es importante tener el virus para empezar.

Hunter se giró hacia Erik y se acarició la barbilla, luego repitió el gesto con Emma, que afirmó.

—Bien —dijo—, supongo que podemos salir esta tarde. No deberíamos tardar demasiado, pero ya que iremos fuera aprovecharemos para hacer acopio, necesitamos mantas, ropa de abrigo, hay que reponer medicamentos y…

—¿De qué estás hablando? —interrumpió Rachel.

—De la salida. Si hay que ir a por una muestra del virus vamos a necesitar un infectado, así que… —Y señaló a los otros dos, como diciéndole con ese gesto que era una tonta por preguntar.

—¿Y tenéis que ir vosotros? —espetó ella, con cierta brusquedad.

—¿Y quién va a ir? ¿Johnny y Brad? Somos los únicos con preparación, es lo más lógico que vayamos nosotros. —Hunter chasqueó la lengua, un poco exasperado al tener que dar explicaciones.

—Pero…

—Acabas de decir que era importante tener el virus para empezar.

Sí, claro. Rachel conocía la aplastante lógica de las palabras de Hunter, pero, ¿es que siempre iba a ser así, siempre le iba a tocar arriesgarse a los mismos? Le asustaba pensar que quizá podían sufrir algún percance, no era tan extraño; al fin y al cabo, Emma era muy competente pero había perdido a todo su grupo por el camino. A veces sucedían accidentes.

Notó que todos la estaban observando y carraspeó.

—Sí, vale, de todas formas tampoco importa mucho mi opinión —masculló y miró el reloj—. ¿Ya hemos acabado? Tengo cosas que hacer.

Se incorporó, lista para salir, pero Emma la retuvo agarrándola por el codo e ignorando sus muecas para que la soltara. Hunter puso fin a la reunión entonces, y se quedó mirándola con el ceño fruncido.

—¿Ya me puedo ir? —siseó Rachel furiosa mientras iba hacia la puerta acompañada de una Emma que parecía divertida, lo cual no le hacía ninguna gracia—. ¡No pongas esa cara, que sé que te estás divirtiendo! ¡También me preocupo por ti!

Estaban ya separadas de los demás, así que Rachel se sopló el flequillo y suspiró, algo más tranquila.

—No nos va a pasar nada —le dijo Emma tratando de que se calmara—. Recuerda, venimos desde Minnesota y aquí estamos.

—Sí, pero esa parte era inevitable, había que correr peligro para llegar a algún lugar donde ponerse a salvo y poder recuperarnos. Lo hemos encontrado, estamos aquí, y… y… ¿por qué tiene que ofrecerse voluntario para las cosas arriesgadas?

—Porque es militar. Y es su trabajo, al igual que el mío. Y porque no vamos a mandar civiles ahí fuera para que los maten, nosotros tenemos algo de preparación.

—Ya, pero no…

—¿Rachel?

Ella se dio la vuelta al escuchar la voz de Erik a sus espaldas, sorprendida. Esbozó una sonrisa al momento, tratando de dejar atrás su mal humor.

—¿Tienes un segundo? —preguntó él.

—Sí, por supuesto. —Y lo miró, esperando a que hablara.

Erik parecía titubear y Emma se dio cuenta de que no quería hablar de ningún tema «oficial», así que carraspeó.

—Bueno, yo me tengo que ir a...

—No, mujer, espera. —Rachel seguía sin enterarse de nada—. Que luego me cuesta horrores encontrarte. Dime, Erik —invitó sin dejar de sonreír.

«Ay, madre», pensó la rubia controlando las ganas de echarse a reír. Por puro instinto miró de reojo a Hunter y se sorprendió de encontrarse con su mirada puesta justo allí; en un Erik que parecía visiblemente nervioso ante una chica.

—Pues verás —comenzó él—, había pensado que… si te apetece, podríamos hacer algo juntos el sábado.

En realidad, la idea de sábado daba realmente igual puesto que era un día como cualquier otro, pero no lo que implicaba el mensaje. Sábado era día de salir, de cine, de cena, de copas, de vida social, de parejas disfrutando… y esa era la idea.

—Oh, pues… — Rachel empezó a responder y entonces cayó—. Oh.

A Emma le costaba no reírse, aunque ahora lo repartía entre la situación con Erik y la cara avinagrada que estaba poniendo Hunter. Sin embargo, el pobre Erik no tenía la culpa, pues no sabía nada de la situación entre ellos.

—¿Algo como qué? —se metió, tratando de dar a Rachel un poco de tiempo. Erik la miró—. Sí, ya sabes, si quieres salir con una chica tienes que tener algún as en la manga, ¿qué has pensado?

—En un picnic —contestó él—. Fuera tenemos un par de zonas seguras con algo de iluminación, está la zona con árboles y el agua. No sé, conseguimos algo de comida y un rato de charla agradable…

—Buena idea, Erik. —Emma le dio una palmadita de ánimo, aunque por dentro estaba pensando «ni de coña, chaval».

Se quedó esperando, cruzada de brazos y disfrutando enormemente del apuro que estaba pasando Rachel en aquellos momentos. Al final, la joven médica terminó balbuceando una excusa poco elaborada.

—La verdad es que no sé cómo voy a andar de tiempo, porque con esto de tener que hacer de ayudante puede que no… ya sabes, es por…

—De acuerdo —aceptó Erik—. Si cambias de opinión dímelo. —Y le guiñó un ojo decidiéndose a abandonar el lugar, en una admirable muestra de deportividad.

Rachel lanzó una mirada furibunda a la rubia, aunque a ella no pareció afectarle en exceso. Dejó hasta que la agarrara del brazo y la arrastrara consigo mientras protestaba.

—¡Ya podías haberme ayudado! —le espetó en voz baja.

—Que dices, si te las has arreglado muy bien. «No sé cómo voy a andar de tiempo…» —repitió, imitando su voz con tono burlón y haciendo que ella frunciera el ceño—. Vaya excusa de mierda, eso no lo habría dicho ni yo y mira que llevo media vida poniendo excusas absurdas.

—¿Y por qué me habrá invitado a… lo que sea que me haya invitado?

—Como diría J.J., hay que procrear. —Emma se detuvo de golpe y la miró—. ¿Por qué le has dicho que no?

—Pues… no sé.

—Hum.

—¡No hagas eso, dedicarme un «hum» lleno de sarcasmo e ironía! —protestó Rachel, notando cómo empezaba a enrojecer, cosa que no quería.

—¿En serio has detectado todo eso en un simple «hum»? —La rubia meneó la cabeza—. Tenías que haberme hecho caso la primera vez que te dije que hablaras con él. Ahora pareces… enamorada y desesperada.

—No, eso no es verdad.

—Sí que lo es —dijo Emma, dándose la vuelta. Se iba a ir hacia el comedor cuando notó que Rachel tiraba de su brazo—. ¿Qué?

—Promete que vais a tener cuidado esta tarde.

—Todo el cuidado que podamos tener, siempre que no haya sorpresas inesperadas. —Al ver su cara, la policía se encogió de hombros—. Lo siento, doctora. Ya has oído a Hunter, toda coraza tiene grietas.

La dejó allí y Rachel se mantuvo cruzada de brazos, con los labios apretados. Hunter pasó a su lado en aquel momento acompañado de Nathan; seguía enfadada con él por ofrecerse tan alegremente a salir de caza, así que hizo un ruido escéptico y se marchó ella también, tratando de mantener la cabeza alta.

Nathan le dio alcance unos minutos después, divertido por la situación, pero se abstuvo de hacer ningún comentario.

Encontraron a J.J. en la azotea del edificio. Se suponía que estaba de guardia, pero había salido el sol y estaba tumbado cuan largo era, sin camiseta y con los brazos extendidos.

Nathan levantó una ceja al verlo.

—¿Es ese? —preguntó.

—Sí, esto… Intenta no flipar mucho. ¡J.J.!

El chico los miró, sin moverse del sitio.

—Hola, R. ¿Has visto qué buen día hace?

—Sí, precioso. Ven, quiero presentarte a alguien.

J.J. se levantó suspirando como si estuviera haciendo un gran esfuerzo, y se acercó a ellos. Nathan extendió la mano.

—Hola —saludó—. Soy Nathan Thomas.

—Ya me han hablado de ti. —Le guiñó un ojo—. El cariñito de Emma, ¿no?

—Vaya, las noticias vuelan.

—Sí. En fin, ahora entiendo que estuviera tan poco receptiva, aunque bueno, no estoy muy acostumbrado a que me rechacen, siendo quien soy y esas cosas.

—¿Perdona? ¿Intentaste ligar con Emma?

—Algo así. Pero tranquilo, no hubo nada.

—No, si estoy tranquilo. ¿Y quién dices que se supone que eres?

—¿Cómo? —Miró a Rachel—. No me lo puedo creer. ¿Otro como el teniente? ¿Es que nadie escucha música en este país? Soy Jared Jacobs, J.J. Cantante, he vendido millones de discos, y…

—Sí, lo entendemos todos —interrumpió Rachel—. Pero veníamos a verte por otra cosa. Ven con nosotros al laboratorio, es importante.

—Se supone que estoy de guardia.

—Sí, ya te he visto muy atento. No te preocupes, avisaré para que te sustituyan.

J.J. los siguió más por curiosidad que por otra cosa. De camino Rachel encontró a Faraday, a quien le pidió que cubriera el puesto de J.J.

Llegaron al laboratorio, y se sentaron alrededor de una mesa. J.J. los miró expectante.

—Verás, J.J. —empezó Rachel—. Te han mordido dos veces.

—Sí, eso no es ninguna novedad.

—¿Y no te has preguntado por qué no te has vuelto como ellos?

—No. —Se encogió de hombros—. ¿Suerte?

—No, chaval —dijo Nathan—. Eso no existe. Eres inmune, o eso pensamos. Así que quiero tomarte muestras y ver por qué.

—¿Muestras? —Apartó la silla hacia atrás—. ¿Me vas a quitar un trozo de algo o qué?

—No, no, tranquilo. —Contuvo una sonrisa—. Sangre, sudor, saliva…

—Ah, vale, qué susto. —Extendió el brazo—. Qué guay. Así que soy inmune. Eso me hace muy importante, ¿no?

Rachel cogió una jeringuilla. Le puso una goma en el brazo y palpó buscando una vena, clavándole la aguja antes de que se diera cuenta.

—Sí —le dijo—. Pero que no se te suba a la cabeza.

—¿A mí? Si soy un tío super normal.

Rachel reprimió una sonrisa, viendo la cara de Nathan. Le sacó tres tubitos de sangre, para después pasarle un bastoncillo por la boca y un papel secante por la frente.

Nathan iba guardando todo poniéndole etiquetas con la fecha y la hora. Cuando terminaron, Rachel le dio un bote a J.J.

—Bueno, pues ya solo queda una muestra —dijo.

—¿De qué?

Ellos se miraron. Rachel suspiró.

—J.J., necesitamos… Todo.

—Que no te entiendo, R.

—Tienes que llenar el bote —explicó Nathan—. Bueno, lleno lleno tampoco. —Señaló su entrepierna—. De lo que llevas ahí dentro.

J.J. comprendió entonces, y los miró como si estuvieran locos. Pero ellos se habían puesto serios así que cogió el bote.

—Vale. Lo intentaré, pero… ¿os vais a quedar ahí mirando?

—No, por Dios —dijo Rachel—. Vete a tu cuarto o donde quieras, y nos lo traes luego.

—Ah, vale, menos mal. Vengo en un rato.

Se marchó con el bote. Nathan miró a Rachel.

—¿Siempre es así? —preguntó.

—Ha espabilado. No quieras saber cómo era antes.

Nathan se frotó la frente, sin atreverse a imaginarlo, y miró las muestras empaquetadas que tenía colocadas sobre la mesa.

—Hallada cura gracias a la super estrella Jared Jacobs —murmuró—. Increíble.

—Lo sé —sonrió ella—. Cuando lo encontramos, no sabía ni abrir una lata. Se pasaba todo el día tirado en el suelo con su fan número uno, a la que perdimos en el ataque al campamento. —Al recordar aquel aciago día dejó de sonreír.

—¿Y ya sabe abrir latas?

—Ajá. —De nuevo Rachel recuperó la sonrisa—. Hunter hizo que aprendiera.

—Método espartano, seguro. «Toma, tu comida, búscate la vida».

—¡Exacto! —Ella se echó a reír—. Cuando llegamos aquí, la gente no dudó en absoluto de que Hunter y Emma eran los que tomaban las decisiones.

—Igual que en el instituto —sonrió Nathan.

—¿Ya eran así en esa época?

—Sí. Son líderes natos.

—Es increíble. Yo llevaba mi grupo y lo hice durante mucho tiempo, pero… cuando apareció él, fue como si todo encajara. Sabía qué hacer y decir en todo momento.

—No significa que tú no lo hicieras bien, solo… que Hunter es Hunter.

Rachel musitó un «sí» bajito más para sí misma y guardó silencio unos segundos, mientras Nathan le daba tiempo esperando a que preguntara lo que quería preguntar. Durante su adolescencia, esa escena se había desarrollado muchas veces.

—¿Cómo era de joven? —se atrevió a decir al fin.

—¿Hunter? Lo tenía todo. Hay muchos jugadores populares en el mundo, y mucha buena gente, pero por norma general no suelen ser los mismos. Pues así era él, una suma.

—¿No se metía con los flojos?

—No. Hunter hablaba con todo el mundo por igual, era como… muy recto. Creo que la muerte de sus padres solo fue un revulsivo, en realidad siempre ha tenido una mentalidad muy…

—¿Militar? —Lo vio afirmar— ¿Y con las chicas?

Nathan se encogió de hombros.

—Podía ligar con cualquiera, pero no era mucho de eso… tuvo un par de novias serias, no recuerdo más. Y eso que todas se volvían locas por él, pero esta información tengo la sensación de que ya la conoces de primera mano.

Rachel pegó un pequeño bote en su silla y notó que enrojecía. Joder, ¿tanto se le notaba?

—Yo… —empezó a decir, pero unos golpes en la puerta la interrumpieron—, ¿sí?

—Os traigo mi valioso esperma. —Escucharon decir.

Ambos se miraron, Rachel sonriendo y Nathan sacudiendo la cabeza.

—No termino de entender cómo ha sobrevivido este elemento —comentó el pelirrojo.

—Bueno. A pesar de que tú crees lo contrario, la suerte existe —sonrió Rachel, levantándose para abrir la puerta—. Adelante—invitó—, veamos qué nos depara ese valioso esperma

 

No era la primera vez que salían en busca de materiales. Alternaban rutas, había un hospital relativamente cerca y un centro comercial aún más cerca, así que lo normal era que, dependiendo de lo que necesitaran, tomaran una dirección u otra.

Pero ese día necesitaban un infectado, y para eso, debían acercarse a zonas más concurridas.

—Hagamos una cosa —dijo Hunter, una vez estaban fuera y la valla del CDC había sido cerrada por la persona de guardia—. Primero cargaremos con medicinas y comida, y luego tratamos de llevarnos a uno de esos bichos. Si empezamos por él lo mismo tenemos que salir corriendo y no me gusta volver con las manos vacías.

Emma y Erik asintieron, mostrando su conformidad. El lugar escogido fue Brookhaven, que estaba a una hora y media del CDC; allí encontrarían lo que necesitaban, pues había un centro comercial que esperaban tuviera de todo.

Durante el camino, Emma se percató de que Hunter iba muy callado y de que esquivaba hablar con Erik, algo que no había hecho hasta ese momento. Como conocía de sobra el motivo de su mal humor prefirió no decir nada, limitándose solo a charlar con Erik y dejando que Hunter descargara su cabreo caminando a tal ritmo que casi parecía querer matarlos. Cuando llegaron al centro comercial, los dividió.

—Tú, la comida. —Señaló a Eric—. Y artículos de higiene personal. —Él asintió—. Em, medicinas. Yo veré qué encuentro de ropa y nos reunimos aquí en media hora como mucho.

Erik ni cuestionó las órdenes de Hunter, marchando hacia la zona de supermercado sujetando su mochila. Emma tampoco dijo nada, pero le lanzó una mirada que él ignoró de forma deliberada. Hunter observó cómo la rubia se alejaba sin quitar su gesto hosco; sabía que era irracional portarse así y que parecía un crío pequeño, pero estaba rabioso y lo único que le apetecía era pegar a Erik. No podía hacerlo, así que decidió consumir sus esfuerzos yendo a la sección de ropa: empezó a coger ropa interior, jerseys, sin buscar en exceso ni preocuparse de tallas. Si continuaban saqueando así todos los lugares cercanos, cada vez tendrían que ir más lejos hasta que la misión de buscar comida o medicinas se convertiría en una aventura de días. Pero ya pelearían ese problema cuando llegara, por ahora esperaba que Nathan consiguiera la cura pronto. Los infectados quizá se curaran, la vida podría volver a parecerse a antaño y Rachel dejaría de pasar todo su tiempo con su amiguito.

«Un momento», se dijo deteniéndose con un par de calcetines en la mano y sintiéndose ridículo. Pero qué demonios le pasaba, con aquellos celos irracionales que no tenían ni pies ni cabeza… Tiró los calcetines al suelo, enrabietado, y continuó echando ropa en la bolsa. Una colcha, una almohada… no cabían más, iban poco a poco. Para el verano todo el mundo tendría su puñetera colcha.

Cuando pasó la media hora, fue al lugar acordado y allí estaba Erik, apoyado contra la pared.

—¿Ya? —preguntó Hunter.

—Ajá —comentó Erik—. Qué raro, una mujer tarde… —hizo el intento de bromear, pues notaba el ambiente tenso con Hunter pero no tenía claro el motivo—. ¿Cree…?

Su frase quedó cortada en seco al escuchar un grito. Los dos giraron en la misma dirección y no dudaron con preguntas absurdas; echaron a correr en dirección al drugstore, temiendo que la rubia se encontrara en algún apuro. Hunter entró apuntando con su arma, y Erik lo imitó; fueron abriéndose camino por entre las estanterías que había volcadas, apartando cosas de una patada.

—¿Emma? —la llamó Hunter, sin detenerse.

No recibió respuesta y casi estaban en el mostrador; afinó el oído, mandando a Erik callar de un solo gesto, y le pareció escuchar algo. Por señas indicó a su compañero que lo siguiera, así que entraron dentro, dejando la caja registradora atrás. En el suelo descansaba la mochila de Emma. Hunter recorrió la trastienda con la mirada, pero ahí no había luces y la visibilidad era muy mala.

—¡Emma! —volvió a gritar.

—Estoy aquí abajo, joder. —La oyó maldecir desde algún lugar ubicado en el suelo.

—¿Estás bien? —Hunter echó mano de la caja de cerillas.

—Estoy entera. —Escuchó decir—. Un par de arañazos más, nada importante. Cuidado con el suelo, está en mal estado.

Hunter encendió un par de cerillas para hacerse a la idea; la trastienda estaba bastante revuelta y había bastantes cosas dentro. El suelo era de madera y se veía envejecido; pudo ver perfectamente el agujero por donde se había caído Emma.

Se acercó, cuidándose mucho de donde pisaba; al menor crujido, cambiaba de lugar y de ese modo llegó hasta asomarse al agujero.

—Ya te veo —dijo, y se giró—. Erik, dame tu caja de cerillas, rápido. —Él obedeció—. Toma. —Y se las lanzó a la policía—. No te preocupes, deja que piense cómo te saco de ahí.

Escuchó el ruido de la caja de cerillas al caer y luego cómo ella encendía unas pocas para mirar a su alrededor.

—Hunter, veo unas escaleras —informó—. Tiene que haber una entrada por ahí. Mirad a ver si podéis abrir, yo voy a ver qué hay por aquí.

—¿Estás armada?

—Eso es una pregunta estúpida —dijo ella.

Hunter la dejó allí y regresó sobre sus pasos hasta que quedaron fuera de la trastienda.

—Buscamos una puerta que nos dé acceso a una especie de sótano —repuso.

Erik afirmó y los dos se pusieron a recorrer el drugstore, mirando por todos lados. Perdieron un buen rato hasta que finalmente, Hunter se dio cuenta de que había una puerta que apenas se percibía porque estaba empapelada del mismo tono que el resto de la pared.

«Una puerta camuflada», pensó, y le pegó una patada para abrirla; ante sus ojos se materializaron unas escaleras, así que sacó otro montoncito de cerillas y las prendió.

—¡La hemos encontrado! —gritó, según bajaba seguido de Eric.

—Cuidado por donde pisáis. —Le llegó la voz de Emma, desde algún lugar del sótano—. No os lo vais a creer.

Hunter se fue guiando por su voz hasta que la encontró; no había duda de que se había pegado un buen golpe, pero no parecía grave. Ella le tendió algo y descubrió que se trataba de una vela, así que la encendió, apagando de un soplido las cerillas; había más y también las encendió, mirando a su alrededor.

—¿Es esto un refugio? —preguntó.

—Eso parece —dijo ella—. Aquí hubo gente viviendo, aunque ya no están. No hay cuerpos… imagino que saldrían arriba para algo y ya no regresaron.

—Puede que se hartaran de este cuchitril —comentó Erik acercándose—. Menuda claustrofobia.

—Serían los dueños de la farmacia —dijo Emma señalando la pared—. Son fotos de una familia, ojalá que salieran para largarse y no para morir.

—¿Y si nos vamos? —insistió Erik— No me gustan nada los sótanos. A ver si se va a cerrar la puerta sin querer y ya no podemos salir…

—Cállate. —Hunter lo fulminó con la mirada—. La hemos abierto de una patada. —Se dio cuenta de que el joven militar estaba sudando, así que supuso que era cierto que no le gustaban los espacios cerrados—. Pero sí, mejor nos vamos, se nos hace tarde.

—Espera —pidió Emma—. Hunter, no sabes lo que he encontrado. Tienes que ver esto. —Y tiró de su brazo para arrastrarle hacia uno de los rincones.

Debía ser el lugar que la familia refugiada había convertido en su «salón»: un pequeño sofá de tres plazas, con dos estanterías detrás y varios libros. También había esparcidos por el suelo cuadernos de colorear, lo que significaba que había habido niños allí… Hunter trató de alejar ese pensamiento, recordando a Hannah.

—Esta gente no era estúpida —dijo Emma y le dio unos golpecitos a un aparato que había sobre la mesita.

—¡Una radio transmisora! —exclamó Hunter aproximándose a mirarla—. ¿Crees que funcionará?

—Ni idea, pero creo que deberíamos llevárnosla y ya lo comprobaremos en el CDC, ¿no crees?

Hunter asintió y la movió para calibrar el peso.

—Uffff, pesa bastante. Esto nos ralentizará el regreso —observó.

—Qué va, he pensado en ello —le cortó ella—. Cogemos un carrito de esos que usaban nuestras abuelas para llevar la comida a casa. Así nadie se cansará demasiado y no tardaremos tanto… que aún tenemos que hacernos con un mordedor.

—Aún no hemos visto ninguno —dijo Erik, en la lejanía, y al mirarlo vieron que estaba en la puerta esperándolos.

Los dos intercambiaron una mirada, sonriendo.

 

Rachel consultó de nuevo la hora en su reloj. Seguía en el laboratorio, con un Nathan trabajando como si le hubieran dado cuerda, pues no parecía tener intención alguna de detenerse. Pero ella no se podía concentrar, preocupada porque ellos no habían vuelto; se revolvió, incómoda.

—¿Quieres parar? Me estás poniendo nervioso —dijo él sin apartar la vista de lo que estaba haciendo.

—Perdona —se disculpó—. Ya deberían haber vuelto. Normalmente cuando salen no tardan más de cuatro horas y casi es de noche… ¿y si han tenido problemas?¿O se han encontrado con un grupo numeroso de rabiosos?

—Vale. —Nathan dejó lo que estaba haciendo y se levantó—. Vamos a ver si Faraday sabe algo, ¿quieres?

Ella asintió. Cuando habían llegado, nadie sabía muy bien qué hacer con Faraday; su altura y errático comportamiento los tenía desconcertados. Pero en cuanto vieron que no era peligroso, decidieron dejarlo en el equipo de vigilancia, incluso en la garita de fuera: que ellos supieran que no era un peligro no significaba que no pudiera intimidar a posibles asaltantes. Y el trabajo se le daba más que bien, se fijaba en todo y era muy eficaz, ni siquiera cabeceaba en sus guardias nocturnas, algo que no podía decirse de otros.

Pero Faraday no sabía nada.

—Todavía no han llegado —explicó—, lo único que puedo hacer es avisaros cuando lo hagan. Pero mientras tanto, volved dentro mejor. Algunas veces por fuera aparece algún engendro del demonio y se alteran si ven humanos.

Ambos asintieron, pero Rachel seguía teniendo cara de inquietud. A su pesar, se giró para volver al interior acompañada del pelirrojo cuando escucharon la voz de Faraday.

—Eh, vosotros —dijo—, podéis dejar de preocuparos, ya los veo.

Rachel se aproximó, tensa, para corroborar las palabras de Faraday. Sí, acababan de pasar la primera verja y ya estaban a salvo mientras llegaban a la segunda; suspiró de alivio, tratando de controlarse para que no se le notara.

La estampa era, cuanto menos, extraña: Erik arrastraba un carrito de la compra, de los que hacía años que no veía en uso, y Hunter… Hunter sujetaba una cuerda robusta. Y atado al extremo, un mordedor que no coordinaba en absoluto sus movimientos: daba manotazos, gruñía, lanzaba mordiscos al aire y se tropezaba continuamente. Tenía sangre y un agujero de bala en una rodilla, lo que explicaba su torpe forma de andar. Emma iba tras él apuntándolo con un rifle, por si acaso había alguna sorpresa inesperada y el mordedor conseguía liberarse. Al ver aquello, tanto Rachel como Nathan se echaron hacia atrás.

—¡Joder! —exclamó el pelirrojo—. ¡Esa cosa está viva!

—No especificaste si lo querías vivo o muerto —le contestó Emma con una sonrisa.

—¿Qué te ha pasado? —esa fue Rachel—. Parece como si hubieras caído en un agujero.

—Me caí en uno —admitió ella y le dio una palmada a Hunter en el hombro—. Dile las buenas noticias.

Ella miró a uno y otro de manera alternativa, sin saber si cabrearse o alegrarse. La visión del rabioso seguía poniéndole los pelos de punta, y eso que había acabado con unos cuantos… No tanto Nathan, que había tenido más suerte en su viaje y no se había cruzado con demasiados, y que en ese momento parecía estar deseando largarse de allí.

—¿Y si vamos dentro y encerráis a ese bicho? —propuso el chico.

—Tenemos una radio —dijo Hunter.

Se hizo un silencio momentáneo.

—¿Funciona? —preguntó Rachel, con la boca seca.

Él se encogió de hombros, pero al menos la doctora ya no parecía tan furiosa como cuando se habían marchado por la mañana. Eso lo alivió, aunque no tuvo claro por qué, en realidad le daba lo mismo… ¿verdad?

—Ni idea —respondió Emma—. Habría que probarla. Mi padre tuvo una en cierta época, pero la verdad es que nunca aprendí a utilizarla.

—Genial —dijo Nathan—, conseguimos una radio, y qué os va a que nadie sabe ponerla en marcha.

Hunter pegó un tirón a la cuerda, haciendo que el mordedor cayera al suelo; luego puso una de sus botas sobre la espalda para que no se moviera, haciendo caso omiso de las caras de incomodidad del resto.

—¿Qué decías? —preguntó, mirando a su amigo.

—Calma —intervino Faraday, sereno—: Yo sé cómo funcionan.

 

 

4.     Ratas de laboratorio

Emma cogió su ración de comida y fue a sentarse junto a Hunter, que removía la suya con el ceño fruncido. Ella siguió la dirección de su mirada, dándose cuenta de que estaba observando a Nathan y Rachel. Ellos estaban en otra mesa, con varios papeles frente a ellos y hablando animadamente mientras comían.

—¿Por qué no comes con tu novio? —preguntó Hunter, en cuanto ella dejó la bandeja.

—Uy, qué susceptibles estamos. Ya he desayunado con él, y parece liado con Rachel. Estarán hablando de bacterias y virus y sus experimentos y me pierdo cuando se ponen así. ¿Y a ti qué mosca te ha picado?

—¿Y no te molesta?

—¿El qué?

—Eso. —Los señaló con el tenedor—. Que estén todo el día juntitos.

—Espera, espera. —Se acercó más a él, mirándolo a los ojos hasta que Hunter se apartó, incómodo—. ¡A ti lo que te pasa es que estás celoso!

—Primero, baja la voz. Segundo, no digas gilipolleces. ¿Por qué iba a estar celoso? Yo lo digo por ti.

—Sí, venga ya. Ahora va a resultar que te preocupa mi vida sentimental. Mira, ¿sabes lo que tienes que hacer? Coges, vas a hablar con ella y le dices lo que te pasa. O mejor, la pillas por banda y le pegas un meneo de los que hacen historia, y te dejas de tonterías.

—Tengo cosas que hacer.

Se levantó apartando la silla con gestos bruscos, ante la mirada divertida de Emma, y se fue a la mesa de J.J. Este le miró con aprensión, cuando Hunter tenía esa expresión parecía que iba a matar a alguien. Levantó las manos como si se rindiera.

—No sé qué he hecho, pero no lo volveré a hacer —dijo.

—No digas chorradas y ven conmigo.

—Más latas no, por favor… Con lo bien que estaba yo tan tranquilo…

—J.J., no tengo todo el día.

—Vale, vale. —Se levantó—. Pero recuerda que soy el inmune, ¡eh! Que soy muy importante, tienes que cuidarme, y…

Hunter le lanzó una mirada que le hizo callarse definitivamente, y lo siguió dócilmente hasta la planta baja, a una zona donde él nunca había entrado. Pasaron una puerta que tenía un letrero que indicaba «Mantenimiento», y al pasarla vio que había varias salas. Hunter le llevó hasta otra puerta que ponía «Jardinería». Entró y salió con una pala, un rastrillo y varios sobres. Emprendió el regreso a la recepción, con J.J. tras él cada vez más mosqueado.

Salieron al exterior, rodearon el edificio y Hunter se detuvo junto a unos jardines. Estaban descuidados y con algunas zonas secas, pero ya no hacía tanto frío y habían empezado a salir brotes nuevos.

Hunter le entregó el rastrillo, y J.J. lo cogió, sonriendo. Pero en lugar de ir a la hierba, se fue a otra zona con arena y piedras. A aquellas alturas Hunter creía estar curado de espanto, pero se quedó pasmado cuando lo vio empezar a rastrillar la arena y recolocar las piedras como si fuera el hombre más feliz del mundo. Se pasó la mano por la cara, cogiendo aire.

—J.J., ¿se puede saber qué estás haciendo?

—Teniente, retiro todo lo que he dicho sobre ti. ¡Muchas gracias, me encanta! ¿Cómo sabías que me gustan los karesansui?

—¿Los qué?

—Los jardines zen.

—¿Qué? ¿Jardín zen?

—Sí, mira. —Hizo un círculo en la arena con el rastrillo alrededor de una roca—. ¿Ves? Si haces así, representas las ondulaciones del mar cuando chocan contra la orilla. Y si haces…

—Vale, captado. —Lo cogió de un brazo, para que no siguiera—. No era esto lo que tenía en mente, si quieres hacerte un jardín zen o zan me da igual, pero lo que quiero es que hagas un huerto.

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