Anxious

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Anxious

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—Pero —intervino Emma—, ¿cómo has conseguido sedarla? ¿Has entrado ahí dentro? —Él asintió con la cabeza—. ¡Te dije que no lo hicieras!

—Ya… pero no siempre hago lo que me dicen.

—Al ver su cara, se apresuró a añadir—: Mira, Em, no hacía más que darse golpes. Hunter tenía razón, de haber seguido así no nos quedaría nada que recuperar. Tomé precauciones, cerré el laboratorio por si acaso fallaba.

—Y te has metido ahí tú solo… —Emma reprimió su cabreo—, pero, ¿no ha tratado de atacarte?

—Pues claro que sí, se me ha tirado encima como una loca. Pero disparé el sedante nada más entrar y son de efecto rápido, así que solo tuve que contenerla unos segundos… unos segundos muy jodidos, pero bueno, salió bien. —Miró a Hunter—. La mantendré así para que no se haga daño y también será más sencillo cuando probemos el antiviral. —Y esperó su aprobación.

Hunter se dio cuenta de que su amigo trataba de reparar el daño causado de la única manera que podía, incluso sabiendo que aquello le acarrearía alguna bronca con la rubia.

—Gracias —le dijo, apretando su brazo—. Lamento mis palabras de antes, estaba… muy mal. Aún lo estoy, pero ya veo con más claridad.

—Mi última prueba es casi perfecta —informó Nathan—. Voy a quedarme aquí a ver si lo cierro. Creo que es mejor no dejarme ver por el comedor, la gente podría preguntarse por qué no está Rachel con nosotros, ¿no?

Emma aún tenía el ceño fruncido, así que se encogió de hombros.

—Como quieras —gruñó—. Vámonos, Hunter.

Y se encaminó a la puerta resoplando y murmurando algo entre dientes que ninguno consiguió comprender. Hunter se encogió de hombros.

—Avísame si necesitas algo —dijo, y él afirmó.

Y se fue detrás de la rubia, tras lanzar una última mirada hacia la cámara de alto riesgo. No sabía el motivo, pero ver a Rachel tranquila y sin golpearse lo calmaba un poco; sabía que no significaba que se fuera a poner bien, pero era más llevadero que tener que verla como una chiflada caníbal. Alcanzó a Emma de tres zancadas para ir al comedor, rezando porque Nathan encontrara pronto la cura.

 

Habían pasado dos días. Las cuarenta y ocho horas más largas para ellos desde que todo aquello empezara.

Emma y Hunter bajaron al laboratorio, donde Nathan estaba tan absorto en sus experimentos que ni siquiera se había dado cuenta del tiempo que había pasado.

Al verlos entrar, miró automáticamente al reloj, tragando saliva. Ninguna de las pruebas realizadas le habían dado resultados totalmente satisfactorios, necesitaba más tiempo.

Se incorporó y se acercó a ellos, que miraban a Rachel. Esta continuaba atada, pero los efectos de la última dosis de calmante empezaban a desaparecer, y comenzaba a moverse en la silla intentando soltarse.

—¿Tienes algo? —preguntó Hunter, sin apartar la vista de la chica.

—Hunter, yo…

—Dímelo.

Nathan miró a Emma, desesperado, pero no podía mentir. Negó con la cabeza.

—No. Si me das unas horas más…

—No tenemos unas horas más —replicó Hunter, mirándolo furioso—. Nancy ha preguntado por Rachel ayer y hoy de nuevo, ¿cuánto tiempo crees que tardará en bajar a ver si es cierto que está trabajando tanto?

—Si se enteran de que la tenemos aquí así… cundirá la desconfianza, todo se vendrá abajo —continuó Emma—. Nathan, si tú no puedes hacer nada, solo nos queda… —Tragó saliva—. Solo nos queda acabar con ella.

Hunter sacó su arma, quitando el seguro y amartillándola. Señaló la puerta con expresión neutra.

—Ábrela.

Nathan titubeó, pero sabía que tenían razón, no podía hacer otra cosa. Tecleó la clave, apartándose para que Hunter pasara.

Él avanzó lentamente, apretando el arma tan fuerte que se le pusieron los nudillos blancos. La levantó despacio, mirando el rostro de la persona que más amaba en el mundo y que, a la vez, no era ella. Sus ojos verdes lo miraban sin ver, su boca en una mueca agresiva mientras se agitaba como si quisiera atacarlo.

Hunter cerró los ojos con fuerza, apelando a toda su fuerza de voluntad, pero cuando los abrió no pudo hacerlo. Toda su disciplina, todo su entrenamiento, en aquel momento no le sirvieron de nada. Y ese fue el momento en que Hunter Cooper, militar experimentado y curtido en mil batallas, se derrumbó. Cayó al suelo de rodillas, sollozando.

Emma corrió a su lado, cogiéndole el arma y rodeándole con un brazo.

—No puedo hacerlo, Emma, no puedo.

—Está bien, no te preocupes, lo haré yo.

Lo ayudó a incorporarse, empujándolo hacia la salida. Lo dejó sentado en las escaleras, y regresó al interior. Miró el arma, con el pulso temblándole como nunca antes.

Nathan la cogió del brazo, impidiendo que apuntara, y cerró la puerta del laboratorio.

—Ve con Hunter —dijo.

—Pero ella…

—Dame doce horas más. Tengo dos muestras que necesitan un tiempo para madurar. Si no funcionan tampoco, yo mismo la mataré.

No estaba convencido de poder hacerlo y ambos lo sabían, pero ella lo besó agradecida. Volvió a poner el seguro en el arma, y salió. Hunter estaba en el mismo lugar donde lo había dejado, con la cara oculta entre las manos. Emma se sentó a su lado, sin decir nada. Solo lo había visto así una vez, en el entierro de sus padres, y entonces tampoco había sabido cómo consolarlo.

Unos minutos después, él se tranquilizó un poco. Se secó las mejillas, evitando mirarla.

—No he oído ningún disparo —dijo—. ¿Cómo… Cómo lo has hecho? ¿Ha sido rápido?

—Nathan me ha pedido unas horas más.

Él negó con la cabeza, hundiendo los hombros.

—¿Para qué? Unas horas más de… ¿De qué? ¿De falsas esperanzas?

—No lo sé, Hunter, solo… Dejémosle trabajar.

—No puedo ir arriba, si me ven así…

—No hace falta que vayamos a ninguna parte, yo me quedaré aquí contigo. Esperaremos juntos, ¿de acuerdo?

Hunter afirmó con la cabeza, mirándola con gratitud.

Un par de horas más tarde Emma fue a buscar comida para ellos y Nathan, y café para que se mantuvieran despiertos, aunque esto último no les hacía mucha falta, dado su estado de nervios.

No fue hasta diez horas más tarde que Nathan abrió la puerta. Los dos se levantaron, mirándolo expectantes.

—Tengo algo —anunció—. Pero no sé si… En el laboratorio ha funcionado, pero no sé cómo reaccionará su cuerpo, si será capaz de soportarlo.

—Es mejor que nada —dijo Emma.

Miró a Hunter, pero este no reaccionó. Había perdido toda esperanza.

—Voy subir al centro médico —siguió Nathan—. Necesito unas cuantas cosas, prefiero estar preparado por lo que pueda pasar. Hay una camilla en aquel departamento. —Señaló una puerta—. Ahora está sedada, he dejado el laboratorio abierta. Podéis ponerla en la camilla y atarla mientras bajo.

—Claro.

Nathan se marchó escaleras arriba. Emma fue a buscar la camilla, y cuando regresó con ella Hunter la siguió al interior del laboratorio. El virólogo debía haber suministrado a Rachel una dosis más elevada que las anteriores, porque la chica apenas se movía, y le costaba mantener los ojos abiertos.

Entre los dos la trasladaron de la silla a la camilla, utilizando los mismos retazos de tela para mantenerla inmovilizada.

Nathan regresó unos minutos después. Llevaba un carro de paradas portátil y varios medicamentos con él. Lo dejó todo sobre una mesa, sin aliento.

—Tengo que hacer más ejercicio —comentó—.

Ninguno de los dos dijo nada. Emma lo ayudó a colocar lo que había bajado en orden, mientras Hunter comprobaba de nuevo que Rachel estaba bien atada, pero sin que las ataduras le hicieran marcas. Sabía que era una estupidez, que ella ni sentía ni padecía, pero aun así las revisó.

Nathan preparó una jeringuilla con el último suero antiviral que había creado y, además, el único que había dado resultados esperanzadores. Pero tal y como les había dicho, no tenía ni idea si funcionaría en Rachel, ni siquiera estaba seguro de qué cantidad suministrar ni cuánto tardaría en hacer efecto. Le pasó un algodón impregnado en alcohol por el hombro, más por costumbre que por otra cosa, y miró a Hunter. Él afirmó con la cabeza, cogiendo una mano de Rachel, y Nathan clavó la aguja. Empujó el émbolo para introducir el suero, y cuando terminó, los tres se quedaron expectantes mirándola.

Durante unos minutos no ocurrió nada, pero de pronto Rachel empezó a moverse, lentamente al principio, hasta convulsionar. Hunter le tocó la frente.

—Está ardiendo —dijo.

—Su cuerpo debe estar reaccionando al antivirus, tenemos que esperar un poco. —Cogió una cuchara y se la metió en la boca—. Así no se morderá.

Rachel empezó a agitarse convulsionando, su cuerpo cada vez más caliente según el antivirus se iba extendiendo por todas sus células.

—Quítale la ropa —ordenó Nathan a Hunter—. Emma, ayúdame, hay que intentar enfriarla.

Hunter cogió unas tijeras para romper la camiseta y los pantalones, mientras Emma y Nathan mojaban varias toallas en agua fría. Entre los dos se las pasaron por el cuerpo, remojándolas en cuanto se calentaban, sin lograr bajar su temperatura. Nathan le puso un termómetro en la axila.

—Joder, ya está en cuarenta —dijo—. Emma, más agua.

—Nathan…

—Si sube más morirá, o tendrá daños cerebrales irreversibles.

Volvieron a mojar toallas, pero cinco minutos después su temperatura había subido dos grados más. Las convulsiones sacudían su cuerpo sin parar, y de pronto se quedó totalmente quieta. Hunter le buscó el pulso en el cuello, sin éxito. A pesar de ser lo que había esperado, a pesar de que se había hecho a la idea de que Rachel ya estaba muerta desde el momento en que se contagió, aquella confirmación lo pilló desprevenido. Miró a Nathan, desolado, pero este no se había dado por vencido aún. Cortó el sujetador de Rachel y secó su piel velozmente, para después coger las palas del desfibrilador mientras le daba instrucciones a Emma para que las untara con gel. Las colocó sobre el pecho de Rachel.

—Apartaos —ordenó.

Hunter y Emma retrocedieron un paso. Nathan miró la pantalla, esperando que cargaran las palas, y cuando lo hicieron las activó.

El cuerpo de Rachel se elevó sobre la camilla, cayendo pesadamente sobre ella de nuevo, inmóvil. Nathan comprobó el pulso, y al no encontrarlo, volvió a cargarlas. De nuevo Rachel se sacudió por la descarga. Nathan miró a Hunter, sin aliento. Su amigo tocó el cuello de la morena y negó con la cabeza.

—Hazlo una vez más —pidió el militar, en voz baja.

Emma se mordió un labio, manteniéndose al margen. Rachel estaba muerta, con aquello solo estaban consiguiendo alargar lo inevitable, pero entendía que siguieran intentándolo. La derrota era demasiado dolorosa para asimilarla.

Nathan elevó el nivel de la carga, cogió aire y las accionó de nuevo sobre el pecho de Rachel. Ella se sacudió, su cuerpo se tensó… y cayó de nuevo inerte.

Nathan dejó las palas, derrotado, mientras Hunter se inclinaba para besar la frente de Rachel. Y de pronto, ella se movió.

Entreabrió los ojos, pestañeando con dificultad. Los tres se quedaron inmóviles unos segundos, aturdidos. Ella tosió, intentando mover las manos, y miró confusa a su alrededor.

—¿Hunter? —consiguió decir, con voz ronca.

Él se inclinó para abrazarla, pero Nathan lo apartó rápidamente. Estaba aliviado por verla despierta, pero su lado práctico se impuso.

—Espera —dijo—. No sabemos si sigue siendo contagiosa. Tengo que hacerle análisis.

—Pero yo…

—Ven. —Emma lo cogió de un brazo, alejándole de Rachel—. Esperemos fuera.

Hunter la miró como si estuviera loca, pero al ver sus lágrimas se dejó llevar. Se sentaron de nuevo en la escalera, sin decir nada ninguno de los dos. Había sobrevivido, pero los dos se preguntaban si seguiría siendo la misma, si el virus no habría afectado a su cerebro, a sus sentimientos… o si sería contagiosa y tendría que permanecer aislada.

Nathan no salió hasta media hora después, suspirando cansado, pero su expresión ya no era tan sombría.

—¿Qué tal está? —preguntó Hunter.

—Dormida, le he dado otro sedante. Su cuerpo ha sufrido mucho.

—¿Y el virus?

—Aún está en su torrente sanguíneo, por lo que he podido comprobar. Pero el antiviral está haciendo su trabajo, espero que en unas horas lo elimine por completo. Deberías ir a dormir un rato, te avisaré cuando despierte y le haga análisis de nuevo.

—¿Estás de broma? Ni loco me muevo de aquí.

—Tenemos que ir a hacer nuestros turnos de guardia, Hunter —recordó Emma—. Si no, llamaremos la atención.

Él hizo un gesto que daba a entender lo poco que le importaban los turnos en aquel momento, pero al final se marchó con ella; tenía razón, debían actuar como si nada importara.

Después de su turno el sueño los vencía, así que se fueron a dormir unas horas antes de bajar de nuevo juntos al laboratorio.

Cuando entraron, Nathan estaba solo recogiendo una mesa.

—¿Dónde está? —preguntó Hunter, inquieto.

—Estoy aquí.

Los dos se giraron. Rachel salía de un despacho, vestida con ropa limpia y el pelo húmedo. Hunter dio un paso hacia ella, pero se detuvo y miró a Nathan. Este sonrió, acercándose.

—Está bien —informó—, el virus ha desaparecido completamente de su organismo, y sus células han cambiado. Ahora es como J.J., inmune.

Emma corrió a abrazarla, llorando de alegría.

—Gracias a Dios —dijo—. Rachel, me alegro tanto…

—Y yo de veros, Em. —La besó una mejilla—. Siento haberos asustado.

—Y tanto que deberías sentirlo, doctora. ¿A quién se le ocurre…? —Nathan la cogió de la mano, señalando con la cabeza a Hunter—. Sí, tienes razón. Mejor nos vamos, ya ajustaré cuentas contigo después.

Se marchó con Nathan, cerrando la puerta tras ellos.

Rachel se sopló el flequillo, nerviosa. Hunter no hacía más que mirarla intensamente, como si no terminara de creerse que estuviera allí.

—Hunter… —empezó.

—Ni Hunter ni hostias. ¿Tú sabes lo que me has hecho pasar?

—Fue un accidente, yo…

—¡Te pasas el día echándome la bronca porque salgo a la calle y pongo mi vida en peligro! —gritó, avanzando hacia ella—. ¡Y vas tú y te contagias aquí dentro!

—Lo siento mucho, no lo hice a propósito, no hace falta que te enfades así conmigo. Estoy bien, y…

—Estás bien de milagro. Joder, casi… —Se pasó la mano por el pelo—. Casi te disparo, yo…

—Nathan me lo ha contado. Sé que no pudiste.

—¡Pues claro que no pude! ¿Cómo iba a matarte? Te quiero demasiado para hacerlo, maldita sea. Casi no he dormido ni comido, cuando murieron mis padres fue horrible, pero esto… Joder, esto lo ha superado con creces. ¿Y se puede saber por qué sonríes?

Ella llegó a su altura, pasándole las manos suavemente por las mejillas para secarle las lágrimas que le caían sin que él se diera cuenta.

—No tiene gracia, —siguió Hunter—, no quiero volver a pasarlo así. Sabía que era un error unirme a tu grupo, lo sabía, y aun así…

—Aun así lo hiciste. —Lo besó en los labios—. Y yo también te quiero. Perdóname, ¿vale? Te prometo tener más cuidado a partir de ahora.

Hunter se arrodilló, apoyando la cabeza en su estómago y estrechándola con fuerza contra sí. Ella le acarició el pelo, dejando que se desahogara. Se quedaron un rato abrazados, en silencio, hasta que oyeron que llamaban a la puerta.

Hunter se incorporó sin soltarla, como si temiera que fuera a escaparse, pasándose una mano por la cara.

Emma asomó la cabeza, con expresión interrogante.

—¿Podemos pasar?

—Sí, claro —contestó Rachel.

Emma y Nathan entraron, y Hunter por fin se decidió a soltar a Rachel. Rodeó a Nathan con los brazos, aplastándolo en un abrazo que lo dejó sin respiración.

—Eres el mejor —dijo—. No sé cómo darte las gracias, lo que has hecho… Es un milagro, tío, no hay otra forma de explicarlo. Te debo una, cualquier cosa que necesites yo…

—Sí, sí, vale —respondió él, intentado apartarlo—, agradezco estas muestras de cariño, pero quiero respirar. —Hunter redujo la presión, pero sin dejarlo ir—. Y ya sé que soy un genio, pero que haya funcionado con ella no significa que lo haga con el resto; tengo aún mucho que investigar. —Vio su ceño fruncido—. Y relájate, ahora ella es inmune, no puede pasarle nada… —Emma lo miró como si fuera a matarlo—, y yo soy super cuidadoso, no tenéis que preocuparos.

Ni Hunter ni ella estaban en absoluto convencidos, pero también sabían que no tenían otra opción.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Emma—. Quiero decir, no sé si deberíamos contar a los demás lo que ha pasado… Si se enteran de que les ocultamos que Rachel se contagió, perderemos su confianza.

—Mejor lo dejamos así —corroboró Hunter—.

—Sí, de todas formas tengo que seguir haciendo pruebas y ensayos —dijo Nathan—. Prefiero no decir que he logrado un antiviral hasta estar seguro de que funciona al cien por cien.

Rachel también estuvo de acuerdo, pero en aquel momento oyeron golpes en la puerta, y Erik entró sin esperar a que le contestaran. Al verlos, supo inmediatamente que algo había pasado. Tantos días sin ver a Rachel lo habían preocupado. Hunter había estado más arisco de lo normal, Emma tampoco era el colmo de la comunicación… y tampoco había visto a Nathan, ahora que lo pensaba. Generalmente lo incluían en todo, así que verlos a los cuatro allí juntos, con aquellas expresiones en sus caras, los delataba.

Aun así, titubeó antes de decidirse a preguntar. Respetaba a Hunter como su superior desde que lo conoció, y no se consideraba quién para cuestionar sus decisiones.

—¿Ha ocurrido algo que yo deba saber? —preguntó, por fin.

Ellos se miraron. Hunter afirmó con la cabeza, pensando que tanto él como Rachel habían contado con Erik desde el principio, y se podía confiar en él.

—Rachel, ¿estás bien? —continuó Erik—. Hace días que no te vemos, y… no sé, no tienes buena cara.

—Sí, tranquilo —contestó ella, cogiéndolo de un brazo para llevarlo a una silla y sentarlo—. Ha pasado algo, pero tienes que prometernos no contarlo.

—Me estáis asustando, pero vale.

Rachel se lo contó, intentando no darle mucho dramatismo a la historia, pero para cuando terminó él los miraba con los ojos abiertos como platos. Sacudió la cabeza, asimilando la información.

—Madre mía, Nathan —dijo—, eres la leche. Joder, es que estoy alucinando.

—Sí, pero como Rachel ha dicho, necesito hacer más pruebas —recordó él—. Así que esto no debe salir de aquí.

—No, no, claro. Entiendo por qué no dijisteis nada.

Se levantó, acercándose a Rachel, pero antes de tocarla miró a Hunter; este lo observaba con los brazos cruzados, así que se quedó quieto.

—Me alegro mucho de que estés bien —dijo.

—Gracias, Erik.

Le dio un abrazo rápido, sabía que el chico seguía preocupándose por ella y no le importaba si Hunter se ponía un poco celoso… Tenía que aprender que no tenía motivos para ello.

 

6.     Amargo futuro

Faraday irrumpió en el comedor, sobresaltando a todos los que se encontraban allí.

—¡Es el fin del mundo! —anunció, elevando las manos en el aire.

Emma se llevó una mano al corazón, pensando que le había dado una taquicardia.

Rachel pegó un bote en el asiento, tirando su vaso de agua.

Hunter sacó su arma por instinto, bajándola al ver de quién se trataba.

Nathan cogió aire y se acercó a Faraday, armándose de paciencia.

—Tranquilo —dijo—. ¿Por qué no salimos a la calle y tomas un poco el aire?

—Es que no lo entendéis, ¡he oído un mensaje!

—Sí, vale, supongo que Dios te ha hablado, pero mejor me lo cuentas fuera, ¿eh?

—¡Ellos tienen que oírlo!

Señaló su mesa. Hunter no quería problemas, así que hizo un gesto a las chicas y los tres ayudaron a Nathan a sacarlo de allí. Lo llevaron hasta la calle, pero Faraday se estaba poniendo cada vez más nervioso.

—¡Tenéis que escucharme! —exclamó.

—No hace falta gritar —dijo Nathan, con tono tranquilo—. Respira hondo, cálmate y cuéntanos.

Faraday cogió aire, para empezar a hablar sin parar como si le hubieran dado cuerda:

—La radio ha funcionado. No he conseguido transmitir, pero sí he podido escuchar conversaciones de varias personas. La onda electromagnética llegó hasta Canadá y casi todo EEUU, pero hay más supervivientes. Han oído lo que está pasando en el resto del mundo. La ONU se ha reunido varias veces para votar. Quieren bombardear el país. Nuestro gobierno ha usado su veto hasta ahora, pero se lo van a revocar. Están planeando lanzar un ataque masivo en cuatro o cinco semanas, empezarán por las ciudades más importantes, incluyendo Atlanta.

Faraday observó cómo todos habían enmudecido ante lo que acababan de escuchar. Le hubiera gustado aprovechar para recitar alguno de sus trozos favoritos del apocalipsis, pero creyó mejor cerrar el pico, ya que el ambiente no estaba para tonterías.

—Genial —comentó Emma, rompiendo el silencio—. Esto es la ley de Murphy. Ahora que parecía que estábamos bien, que podíamos quedarnos aquí tranquilos, resulta que nos van a bombardear. Saltaremos por los aires… genial.

Hunter se acarició la barbilla, pensativo. Deberían estar felices por haber podido escuchar aquella transmisión, de saber que había más personas vivas y reunidas en otro lugar de los Estados Unidos, y sin embargo, la policía tenía razón: cuando al fin todo parecía encarrilarse, les llegaba esa noticia. ¿Qué podían hacer?

Rachel y Nathan permanecían callados, aún impactados por lo escuchado. Les costaba creer que, de pronto, hasta lo poco que habían conseguido se fuera a terminar: porque, dentro de lo mal que todos lo habían pasado, en ese momento eran felices.

—¿Qué... qué hacemos? —se atrevió a preguntar la morena al fin.

—Pues mira —dijo Emma—, yo voto por coger un par de botellas de algo con alcohol y meterme en la cama a hacer el amor, ¿qué te parece? Es mejor aprovechar el tiempo en algo agradable, dado que nos queda poco.

—Emma… —le advirtió Nathan.

—Un momento —cortó Hunter y la miró—. ¿Podemos hablar fuera un segundo? —Notó que tanto Rachel como Nathan lo miraban, anonadados—. No os preocupéis, os pondré al día en seguida, solo quiero… —se interrumpió y agarró a Emma del brazo—. Ven.

La rubia se dejó llevar fuera del cuarto; una vez la puerta cerrada, se cruzó de brazos mientras esperaba que Hunter hablara.

—¿Qué pasa?

—Podemos ir —repuso Hunter y ella no reaccionó—. Piénsalo. Tenemos el antivirus, y la prueba física de que funciona. Vamos hasta allí y los convencemos de que puede haber una solución, pueden investigar a partir de lo que ha conseguido Nathan para…

—¿Otro viaje? —lo cortó ella—. No. Estoy harta ya de ir dando tumbos, Hunter. Quiero poder aburrirme, aunque solo sea una temporada.

—Te comprendo, y yo siento lo mismo, aquí y ahora es lo más parecido a volver a tener un hogar, pero esto no es real, Em. Nos van a volar en pedazos en cuestión de semanas si no hacemos algo para impedirlo, ¿entiendes lo que significa?

—Significa ponernos en peligro de nuevo, ¿piensas que Rachel te va a perdonar que te largues de viaje sin saber si vas a volver?

Hunter negó con la cabeza.

—Ellos tienen que venir, claro.

—¿Qué? No, ni hablar, ni de coña. —Vio su cara y protestó—. ¡No!

—Em…

—Tú estás loco. —Lo esquivó al ver que tenía intenciones de acercarse a ella—. No hace ni tres días que Rachel ha estado a punto de morir, ¿y pretendes ponerla a andar hacia vete a saber dónde, para conseguir a saber qué?

Él alzó los brazos, haciendo un gesto para que lo escuchara, pero ella continuó:

—¿Y Nathan? Si llegó medio muerto aquí, ¿crees que va a resistir otro viaje? Otra vez a caminar, con los nervios de punta sin saber por dónde nos atacarán los mordedores… no, Hunter. Si tú quieres poner en peligro a tu novia es cosa tuya y de ella, pero Nathan no va a ninguna parte.

—Sé razonable — Hunter usó su mejor tono relajado, aún a pesar de saber que eso podía sacarla aún más de quicio—. Es el virólogo, la única persona que puede explicarles qué ha hecho y cómo y conseguir que lo crean. Tiene que venir.

Ella negaba sin parar, sin querer dar crédito a lo que escuchaba.

—Es una locura y no saldrá bien —dijo—. Lo siento, pero esta vez no puedo apoyarte.

—Si lo sometemos a votación… y estuvieran de acuerdo, ¿vendrías?

—¡No!

El militar suspiró, frustrado y fastidiado. Si Emma no los acompañaba… podía llevarse a Erik, pero no sería lo mismo. No sabía si podría protegerlos a todos solo él, y por otro lado, entendía perfectamente cómo se sentía ella: él de hecho pensaba lo mismo. Pero no tenía sentido replegarse en aquel lugar para morir en unas semanas.

—Tenemos que intentarlo.

—¿En serio piensas que nos van a dar una bienvenida calurosa? Nos pegarán un tiro en cuanto te descuides —siguió objetando Emma.

—Te entiendo —asintió Hunter con calma—. De verdad, te entiendo. Pero no tenemos demasiadas opciones. Quiero a Rachel y querría vivir un poco más con ella, por eso me planteo hacer ahora esto. Y me sentiría mejor si vinieras con nosotros.

—¡No!

 

Diez minutos después, se hallaban sentados en la sala de reuniones. Faraday y Erik se encontraban presentes, escuchando lo que Hunter acababa de plantear; Emma permanecía sentada, de brazos cruzados y con aquella expresión obstinada que todos habían llegado a conocer bien.

Escucharon con atención a Hunter, después de que este explicara a Erik lo que habían captado a través de la transmisión. El joven se quedó meditabundo, sin duda con la misma sensación que habían tenido todos antes: habían pasado por todo aquello para terminar siendo exterminados. Era frustrante, pero la idea de Hunter se presentaba como la más lógica: si llegaban y conseguían hacer que entraran en razón, tendrían una oportunidad. Si no, ninguna en absoluto.

—Entonces —comentó Rachel—, lo que propones es que ir hasta allí para intentar que no bombardeen a diestro y siniestro, ¿no?

—Estoy seguro de que habrá supervivientes en todas partes. Si se bombardea, matarán a todo el mundo que haya conseguido mantenerse vivo —expuso él—. Eso nos incluye a nosotros, obvio, todos moriremos, así que es nuestra única oportunidad.

—¿Y cómo conseguiremos que nos crean? —preguntó de nuevo Rachel.

—Vosotros tendríais que venir conmigo —dijo, señalándola a ella y al pelirrojo—. Él puede dar toda la información técnica que necesitan, y tú eres la prueba viviente de que el antivirus funciona; nos creerán.

Los dos se quedaron en silencio, pensando en sus palabras. Faraday frunció el ceño, preguntándose a qué se refería con eso. Levantó la mano.

—¿Prueba viviente?

Ellos se miraron. Nathan hizo un gesto restándole importancia al asunto.

—Nada, es que tuvimos un… pequeño percance, y he probado un antiviral en ella, y funcionó.

—¿Una cura? ¿Has creado una cura?

—Bueno, más o menos.

Faraday le dio uno de sus característicos abrazos de oso. Nathan le palmeó la espalda, pensando en la manía que tenía la gente de abrazarlo y dejarlo sin poder respirar. A ese paso, no iba a quedarle una costilla sana.

—Lo sabía, sabía que había que salvarte. ¡Dios me envió!

—Sí, sí, gracias. —Consiguió apartarlo —. Pero mejor no digas nada a los demás, ¿de acuerdo?

Faraday afirmó con la cabeza, mirándolo con admiración. Nathan carraspeó, haciendo un gesto para que siguieran hablando.

—Es un viaje largo —comentó Erik.

—Soy consciente. Emma cree que es demasiado riesgo —dijo Hunter, suavizando la información que poseía sobre el parecer de la rubia. Ella lo obsequió con un ceño fruncido bastante próximo a los que le había dedicado nada más encontrarse—. Y sé que tiene razón. Pero, corregidme si me equivoco…

—No hay otra cosa que podamos hacer —acabó Nathan, y él afirmó—. ¿Tú crees que llegaríamos a tiempo para evitarlo? ¿Cuánto calculas que podemos tardar?

Hunter se quedó pensativo, mientras trataba de hacer unos cálculos algo complejos. No sabía cómo de problemático podía ser el camino, si marchaban a pie, o a caballo, o…

—Un par de semanas, si no hay imprevistos.

—Tú lo has dicho, si no hay imprevistos —dijo Emma, que no había relajado su expresión facial en ningún momento— .Y ahora, con el conocimiento que tienes, cuéntame, ¿tuviste un viaje libre de imprevistos?

—No, pero…

—Estás hablando de meterte en el puto Nueva York, Hunter. Aquello debe ser un hervidero… no lo conseguiremos.

—Aquí tampoco.

—Quizá tenemos que aceptar lo inevitable, y es que esto tenía que acabar así.

Hunter fue consciente de que nadie se atrevía a intervenir, y tuvo claro que aquel conflicto tendría que resolverlo él solo con Emma. Tanto Nathan como Rachel tenían cara de no querer decantarse por ninguna postura concreta, y supo que harían lo que al final decidieran ellos. Porque se fiaban de sus mandos. Eso lo inquietó un poco, porque, ¿y si estaba equivocado y los conducía a una muerte peor?

—O, si vamos a morir, que sea peleando —sugirió.

—¿Por qué? —Emma se levantó de su silla para enfrentarse a él—. ¿Por qué tenemos que morir peleando? ¿Es que no has peleado ya bastante? Porque te aseguro que yo sí.

—¡Basta! —los interrumpió un gruñido de Faraday que dejó a todos sorprendidos. Al ver que tenía la atención, carraspeó—. ¿Queréis solucionar esto vosotros, o queréis votar? Decidid y obrad en consecuencia. Tengo guardia dentro de quince minutos.

Hunter y Emma intercambiaron una mirada; ambos sabían que podían hacer una votación, pero eso no sería beneficioso para nadie. Nunca lo era cuando había un perdedor, y tampoco era justo obligar a los demás a decantarse por uno u otro. Eran un equipo y, como tal, debían llegar a un acuerdo para no poner al resto en situaciones comprometidas.

—No habrá votación —dijo con voz firme—. Volved a lo vuestro, Emma y yo nos pondremos de acuerdo.

Todos parecieron aliviados de que no los hiciera escoger y se levantaron; Rachel le frotó el brazo a Hunter al pasar para darle ánimos, pero eso no lo consoló porque cuando pasó junto a la rubia hizo exactamente lo mismo.

—Suerte —le dijo Nathan acercándose a él. Le dio en el hombro—. No la cabrees mucho, que luego me toca a mí hacer que se le pase.

—Bah —gruñó Hunter—. Tú has nacido para esas cosas.

—Ella no quiere volver a tener gente a su cargo, eso lo tienes que comprender —replicó su amigo, antes de salir de la sala.

Así que, pese a su intento de que todos participaran, volvió a encontrarse de nuevo a solas con Emma y teniendo que llegar a un entendimiento. Ella suspiró, pasándose las manos por el pelo, y después carraspeó.

—No creas que te llevo la contraria porque sí. No es eso.

—Ya te dije antes que te entendía, Em. Ojalá fuera posible que pudiéramos quedarnos aquí, como hasta ahora —murmuró él—. Pero no quiero rendirme sin luchar primero, y si hay una posibilidad, aunque sea… una entre un millón, quiero intentarlo. —Se levantó de su silla para ocupar otra a su lado—. Aquí hay más personas aparte de nosotros y ellos también merecen tener la oportunidad de poder vivir… ¿tienes miedo?

—Sí, claro que sí. Solo de pensar en ponerme en marcha otra vez me da escalofríos. —Lo miró—. Tú no puedes prometerme que no morirá nadie.

—No. Solo intentar que no suceda —concedió él—. Sin embargo, creo que si andamos con cuidado no será tan difícil. Ya tenemos experiencia.

—Sí, con la muerte —Ella sonrió sin ganas.

—Somos un equipo. Si continuamos discutiendo, si no nos decidimos, incluso si tú dices «no» y yo digo «sí», esto se romperá. Las cosas funcionan cuando todos permanecemos unidos.

Emma escuchó sus palabras y luego abrió los ojos de par en par, antes de darle una palmada en el brazo.

—¡Me estás dando una arenga militar! —exclamó, intentando parecer indignada pero sin conseguirlo del todo.

—Podemos hacerlo. Sé que podemos llevarlos hasta allí, y luego Nathan hará que lo escuchen. Por fin toda esa jerga científica que usa podrá ser útil —hizo un intento de bromeo Hunter.

La chica continuaba negando con la cabeza, pero Hunter detectó en su mirada cierta resignación que le aseguraba que se había salido con la suya. Observó como ella se levantaba, iba hasta uno de los armarios y sacaba una botella de tequila; luego lo depositó encima de la mesa, entre los dos, junto a dos vasitos.

—Toma. —Le tendió uno a Hunter tras llenarlo—. ¿Cuántos aguantabas en el instituto?

—No más de seis. Nunca fui un gran bebedor —confesó Hunter—. ¿Y tú?

—No quieras saberlo. —Llenó otro vasito para ella—. Es lo que tiene haber ido a la academia de policía y pasar ese tiempo entre tíos, me aleccionaron bien. —Alzó el suyo—. Salud.

—Y tanto que te aleccionaron bien, ni sal, ni limón… — Hunter chocó su vaso antes de beberse el líquido con una mueca—. Por Dios. —Tragó con dificultad—. Estoy viejo para esta mierda.

—No seas protestón. —Emma empujó otro hacia su lado.

Hunter se tragó el segundo, conteniendo otra mueca. Se daba cuenta de lo lejos que habían quedado ya los tiempos en que podía beberse seis tequilas, y también, de cómo había cambiado desde entonces… y pensaba en los infectados y el desastre. Cómo había cambiado él.

Emma se tragó su tequila, depositó el vaso sobre la mesa y se levantó.

—Sabes que no volveremos, ¿verdad? Espero que no te equivoques —repuso, antes de abrir la puerta y salir por ella.

Hunter estaba satisfecho, pero esa sensación disminuyó cuando durante la cena notó que la rubia no se encontraba en el comedor. Sabía que lo había forzado y que ella no quería ir, pero confiaba en que se diera cuenta de que era lo que debían hacer; no se resignaba a morir allí sin intentarlo al menos, así era como le habían enseñado y así debía ser.

—¿Llegasteis a un acuerdo? —preguntó Rachel al verlo pensativo.

—Ajá. Vendrá con nosotros —comunicó él—. La verdad es que no lo confirmó de boca, pero entendí que sí— suspiró.

—¿Cuánto cabreo? —quiso saber Nathan—. Del uno al diez, por favor. Necesito saber lo que me espera.

—No me pareció enfadada, de hecho nos tomamos dos chupitos de tequila…

—Ah, muy bien —Rachel usó un poco de sarcasmo—. ¿No se os ocurre nada mejor que poneros a beber? —Él se encogió de hombros—. Ya os vale. En fin, voy a buscarla y me la traigo.

Hunter la detuvo sujetando su brazo, y cuando ella lo miró, negó. Erik se aproximó en aquel momento, así que dejaron el tema cuando apoyó las palmas en la mesa y sonrió.

—Bueno —dijo—, ¿entonces ya habéis tomado una decisión? ¿Nos marchamos o nos quedamos? —preguntó, con tono de voz bajo para que no lo oyeran.

Hubo un intercambio de miradas significativas en la mesa, así que Hunter se incorporó y de un gesto le pidió que lo siguiera. Erik obedeció, con la sorpresa reflejada en su rostro. Una vez fuera del comedor y del bullicio, Hunter carraspeó.

—Nos iremos en un par de días. Lo que tardemos en prepararnos.

Erik no era tonto y captó a la perfección que lo excluía. Se sintió profundamente dolido por ello y no logró esconderlo.

—Pensaba… que era buen soldado, teniente, y ahora resulta que me va a dejar fuera de la ecuación —tartamudeó, sabiendo que como soldado no debería protestar pero sin ser capaz de evitarlo. Siempre había tratado de ser leal y ahora pensaba que quizás el asunto de Rachel podía tener algo que ver, pero seguía sin ser justo.

Vio que Hunter lo miraba a su vez, mudo de sorpresa.

—¿Qué? Oh, no, no —se apresuró a aclarar— ¡No tiene nada que ver con eso! Quiero que te quedes aquí, Erik, llevando todo el peso. Mira —explicó—, es un viaje complicado y Emma tiene razón en que tenemos muchos boletos para no regresar. Incluso aunque consiguiéramos convencerlos sobre el antivirus, no sabemos cómo está aquella zona… desconocemos si nos dejarán volver a marchar, o lo que sea, ¿me explico?

—Sí, pero…

—Necesito alguien de confianza aquí, llevando a la gente. Y tú eres esa persona… desde que nos conocimos has demostrado ser equilibrado, justo y buen tío.

—Gracias.

—Tú único fallo fue fijarte en mi chica —bromeó Hunter, dándole en el brazo.

—Es que no sabía que lo era, teniente— se disculpó Erik a toda prisa.

—Solo era una broma. Pero el resto no. —Lo miró— ¿Te encargarás de ser yo mientras estemos ausentes? De que todo siga igual de bien que cuando lo organizamos… y me refiero a todo, los turnos de lavandería, las vigilancias, la paz en las comidas, los toques de queda. Puedes elegir a un par de personas de confianza si las necesitas, pero consigue que esto siga funcionando.

Erik asimiló sus palabras despacio y terminó por asentir; había pasado de sentirse fatal por ser eliminado del grupo a sentirse orgulloso porque Hunter lo considerara digno de ocupar su lugar.

—Puede confiar en mí, teniente.

Hunter sonrió de aquella forma tan poco habitual en él. Iba a añadir algo cuando Faraday apareció por el pasillo, caminando hacia ellos; se detuvo a su lado, al parecer algo tenso por lo que reflejaba su cara.

—¿Habrá viaje? —quiso saber.

—Sí —respondió Hunter y lo miró con cierta simpatía, porque al final el gigantón había resultado ser de confianza—. Pero te quedas a cargo del fuerte, hombretón, ¿te parece? Podrías echar una mano a Erik con temas importantes.

Faraday negó rápido como el rayo.

—Ni hablar. Yo me voy con vosotros —anunció, sin dar opción. Al ver que Hunter se quedaba pasmado por la sorpresa, carraspeó—. Si el chico va, yo voy con él.

—Te refieres a Nathan, claro… —murmuró, aún sorprendido—. Pues sí que le has cogido cariño, ¿eh?

Faraday no parecía en absoluto incómodo, incluso se diría que aquello lo llenaba de orgullo por cómo hinchaba el pecho.

—No tienes por qué preocuparte por él, en serio. Cuando lo encontraste iba solo, pero ahora estaremos nosotros y…

—Si el chico va yo voy con él —puntualizó Faraday sin que su tono se inmutara ni por un segundo—. Y no hay más que hablar. —Lo miró—. Teniente.

Le hizo un saludo y siguió su recorrido mientras Hunter continuaba sin reaccionar, observando cómo Erik no conseguía esconder una sonrisa divertida; no podían evitar que fuera con ellos, claro, y tampoco era plan si el hombre quería acompañarlos.

—Es increíble —musitó Hunter.

—Como tener un guardaespaldas personal —bromeó Erik, antes de transmitirle ánimo con un apretón afectuoso en el brazo.

 

Un rato después, Nathan encontró a Emma en la azotea. Ya había anochecido, y estaba sentada con las piernas cruzadas y sus fotos en las manos. Lo miró, pero no hizo ademán de guardarlas; era la primera vez que las sacaba desde que las había recuperado en Minneapolis, hasta ese momento habían permanecido ocultas porque las relacionaba con la muerte de Joel.

—No has venido al comedor —dijo él, señalando lo evidente mientras se colocaba a su lado—. Hunter está inquieto pensando que estás enfadada con él.

—Qué dices, no… tengo más de doce años, gracias.

—Ya. —Señaló con la cabeza el montón de fotos—. ¿Por fin has decidido hacer público tu tesoro?

—¿Qué quieres decir?

—Hasta ahora nunca te había visto mirarlas delante de nadie. Bueno, en realidad no te había visto mirarlas, punto.

Ella se preguntó interiormente cómo Nathan conocía su existencia, ya que solía llevarlas encima y sabía que nadie las había tocado; pero vivían juntos, así que tampoco era tan raro.

—Es que duele —murmuró.

—Pero las tienes. No todo el mundo conserva esos recuerdos de su familia… creo que pocos de los supervivientes tuvieron tiempo de llevarse sus cosas. —Ella afirmó despacio— ¿Cuál es la peor?

No fue ninguna sorpresa para él cuando Emma le tendió una foto de June.

Ahí estaba lo que más escocía, su hermana, y esa sensación que se le había quedado por no haber dedicado más días a buscarla en Little Falls. La había dado por muerta demasiado pronto, o se había centrado más en sus deberes como policía pensando en la población en su conjunto… fuera como fuera, eso estaba ahí y no desaparecería.

—A lo mejor tuvo suerte —comentó él, mientras observaba aquella foto de familia, ese hombre y sus dos hijas—. Os educó el mismo padre, ¿no?

—June es más tranquila que yo. O lo era.

—No es tan imposible que pueda seguir viva… mírame a mí, seguro que en las quinielas era la víctima número uno. —Sonrió de forma breve.

Emma se acercó a él y lo abrazó, apoyando la cabeza en su pecho. Nathan le acarició el pelo, esperando a que ella siguiera.

—Lo siento —se disculpó la rubia, al cabo de un rato.

—¿Qué sientes?

—Cómo me he portado contigo.

—Sí, tienes razón, estas noches han sido horribles… —Ella lo golpeó en un hombro—. Perdona, sigue.

—Sé que no he sido… como yo era. Todo lo que me ocurrió me ha afectado demasiado, pero también sé que no soy la única. Todos aquí han tenido su ración de sufrimiento en mayor o menor medida, pero estaba tan… No sé, que no me he parado a pensar en que todos merecemos seguir adelante, tener una oportunidad. No sé si veré a June de nuevo, pero no puedo estar todos los días pensando en ella, en si podría haberla salvado… Así que he decidido centrarme en el ahora, y el ahora dejará de significar algo si me quedo quieta viendo las cosas pasar. Por eso voy a Nueva York. Y por eso tengo que hacer… esto. —Y despacio, lanzó las fotos por el aire y se quedó contemplando cómo el viento las arrastraba lentamente.

Él se quedó pensativo unos segundos.

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