Anxious

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Nathan había conocido muy bien la base cuando era adolescente, pero aun así lo sorprendieron los cambios cuando entró en ella. Era más grande y parecía tener el doble de soldados, al menos en la puerta había bastantes y también pululando por la zona. Seguía preguntándose qué hacía allí, pero les pidieron los documentos de identidad antes de permitirles la entrada y después se les aproximó otro soldado, de modo que no tuvo tiempo de seguir pensando en eso.

—Hola —saludó—. Soy el cabo Riker. El coronel Thomas me ha pedido que los acompañe, ¿me siguen?

—Obviamente —murmuró Paris con sarcasmo.

La cara amable y atractiva del cabo Riker se volvió feroz y Nathan intervino con gesto comprensivo.

—Meterse con su aspecto funciona —le dijo en voz baja para que ella no lo escuchara.

El cabo disimuló una risita y los llevó al interior de la base militar.

—¡Vaya decoración! —Paris, por supuesto, no podía dejar de comentar sus impresiones—. ¿Qué tienen de malo unos cuadros? Algo que le dé un toque de calidad. Y tampoco vendría mal una mujer de la limpieza, ya que estamos.

El pasillo estaba lleno de carteles con frases alentadoras: «Un soldado nunca se rinde», «Entrena siempre, mejora continuamente tu resistencia física y mental», «Siempre alerta»… Eran solo unos pocos ejemplos de lo que se podía leer por todas partes.

—Doctora —intervino el cabo Riker de pronto deteniéndose—. Disculpe, ¿necesita usted un chicle?

Paris se quedó sin habla; palideció primero, enrojeció después y por último pareció furiosa y humillada a la vez.

—¿Cómo ha dicho? ¿Acaso está insinuando...?

—Oh, bueno, lo siento, es que yo ya sabe, me ha parecido notar que… —Hizo como que echaba el aliento y mal gesto después—. Olvídelo, señora.

—Y dale con señora...

El cabo Riker echó a andar; ellos fueron tras él y, por increíble que pareciera, Paris no volvió a abrir la boca el resto del camino.

Ray Thomas estaba en su despacho cuando al fin llegaron; compartía con su hijo su rostro enigmático y los ojos azules. Por desgracia, Ray no era tan transparente como él, aunque lo suplía con mucho carisma; al verlos se incorporó y le dedicó un abrazo a Nathan que éste permitió con cierta tensión.

—Hola, hijo —Unas palmadas fraternales de propina y entonces se giró hacia Paris—. Hola, Paris, te veo algo acalorada.

—No es nada —farfulló ella entre dientes, incapaz de repetir lo que el cabo Riker había dicho.

—Espero que hayáis tenido buen viaje. Sentaos, por favor. —Abrió la puerta y asomó la cabeza—. Soldado, trae café. —Cerró y regresó a su mesa con una sonrisa—. ¿Qué tal el vuelo?

—Sin problema —respondió Nathan.

—La verdad, Ray, podías haber elegido otra compañía con más clase —añadió Paris sin dejar de observar con gesto de desaprobación aquel gélido cuarto.

A Nathan no le pasó desapercibida la familiaridad con la que Paris trataba a su padre.

—No seas snob, todo estaba bien —insistió—. Al menos hasta que hemos llegado aquí, claro.

—Mira, ahí estoy de acuerdo —afirmó ella rotunda—. Esos dos neandertales que enviaste a recogernos por poco hacen que acabemos de cabeza en la cárcel. Nos paró la policía.

Ray alzó la mirada desde su posición recorriendo sus caras.

—¿Ha sucedido algo?

—No —explicó Paris—. Nos iban a multar, pero resulta que tu hijo conocía a la jefa de policía, así que digamos aquello de salvados por la campana. ¿Era muy amiga tuya? —preguntó mirándolo.

—¿Por qué no te metes en tus asuntos? —Nathan trató de minimizar las ganas de estrangularla.

—Calma—los cortó Ray—. Paris, ¿qué te parece si vas instalándote y así tengo un rato para charlar con mi hijo?

—Será un placer —Ella se levantó hastiada.

—El cabo Riker te acompañará a tu cuarto, ¡Connor! —vociferó.

—¿Sí, señor? —La cabeza de Connor emergió por la puerta.

—Enséñale a la doctora donde está su cuarto. Luego estaré contigo, Paris.

Ésta se despidió con la cabeza como si los dos fuesen un par de insectos sin importancia; al pasar junto al cabo Riker lo miró como si deseara matarlo y él le devolvió una sonrisa cándida.

Ray se acomodó en la silla y esperó hasta que la puerta se cerró con un crujido y los tacones de la doctora Hill retumbaron de forma progresiva hasta desaparecer.

—Esta Paris —suspiró—.Siempre ha sido difícil.

—¿Y por qué está aquí?

—Es la mejor en su campo. Sus aptitudes nada tienen que ver con su personalidad.

—¿Y para qué nos necesitas?

—Quieres ir al grano muy rápido, hijo mío —sonrió Ray—. Por desgracia no puedo comentarte nada hasta mañana, que haré la presentación. Es un tema complicado y necesita su tiempo para ser explicado.

—Vaya, qué misterioso. Qué sorpresa viniendo de ti —«Atención, intento de controlar la ironía nulo».

—Tómatelo como un trabajo de campo rutinario, Nathan.

Nathan aceptó con un asentimiento de cabeza. Como si tuviera otra opción, conocía perfectamente el carácter de su padre y si decía que la exposición sería mañana, así iba a ser. Alzó de nuevo la vista y encontró a Ray estudiándolo con gesto satisfecho.

—Emma Jefferson —murmuró—. Sí, fue una sorpresa cuando le dieron el puesto de jefa. Ya sabes que esto es un pueblo pequeño.

—Con mentes igual de pequeñas.

Fueron brevemente interrumpidos por el café, que llegaba de manos del soldado.

—Gracias, te puedes retirar —El soldado obedeció—. No es necesario que seas sarcástico. No era un ataque personal contra ella. Me gustaba cuando era tu novia, siempre tuve claro que podía tumbarte de un puñetazo… pero me gusta menos como jefa.

—Entiendo, debe resultar raro tener en el cargo a alguien honesto, ¿no? —Nathan trataba de controlar su lengua, pero descubrió que no podía—. ¿Cómo os apañáis tú y todos los politicuchos de aquí?

—Es tan sencillo como ser cuidadoso con la información que se distribuye.

A Nathan le pareció detectar una leve ironía en su tono.

—¿Te ronda algo por la cabeza?

—En absoluto. Simplemente era una chica muy impulsiva, algo que no estoy seguro que sea una buena cualidad en una jefa de policía, ¿cómo la trata la vida?

—Tiene muy buen aspecto, pero si preguntas a nivel personal podré contártelo mañana. He quedado con ella para cenar y ponernos al día —Lo miró—. ¿Crees que podría tener un coche?

Ray le estudió con atención.

—¿Sería mucho pedir que no hablaras de ningún tema que se trate aquí con ella? ¿O es justo lo que piensas hacer, dado que te lo acabo de pedir yo?

—Vamos, papá...

—No soy tonto, hijo. Conozco perfectamente la opinión que tienes sobre mí y sé que siempre has pensado que mi forma de vida no te beneficiaba —Ray apoyó las manos en la mesa apartando el café de sí—. Pero lo que aquí hacemos es un tema delicado.

—¿Y qué es exactamente lo que hacemos aquí? —Nathan lo miró esperando una respuesta, pero la cara de su padre de nuevo volvió a ser enigmática y supo que no diría nada—. Ah, claro. Mañana. —Se incorporó—. ¿Y lo del coche?

—Te conseguiré uno —afirmó Ray—. Pero Nathan —advirtió—, el ejército y la policía es mejor no mezclarlos. Trata de no olvidarlo.

Y dando un par de golpes en la puerta hizo que el cabo Riker se asomara, dispuesto a acompañar a Nathan a su habitación como poco antes había hecho con la doctora Hill.

 

 

2.     Un poco de diversión

Tuesday Latch estaba sentada en el sofá, haciendo zapping con el mando en una mano mientras con la otra sujetaba una copa de la que iba bebiendo a pequeños sorbos.

—¿No estás nerviosa? —preguntó a gritos para hacerse oír por encima del ruido del televisor.

Emma salió de la cocina con dos margaritas.

—No hace falta que grites, te oigo a la perfección, ¿dónde se ha metido June?

—En el baño esnifando coca. —Se echó a reír—. ¡Era una broma! Coño, Jefferson, me acojonas cuando te metes tan a fondo en tu papel de poli.

—La cara la he puesto por si se había ido sin ofrecerme...

—¿Qué?

—Has picado. —Se sentó a su lado y le tendió la copa—. A ver, enséñame la ropa que has traído.

En ese momento entró June al salón, meneándose al ritmo de la música que sonaba. Tenía un cierto parecido con Emma que básicamente consistía en que ambas eran altas, espigadas y rubias; llegados a ese punto, los parecidos se terminaban. June era cinco años más joven, su rubio era de un tono mucho más tostado y sus ojos, al contrario que su hermana, eran color miel.

—¿Es ese mi margarita? —Se apoderó de la otra copa nada más llegar—. Gracias —Se sentó mirando a su hermana—. ¿Qué te vas a poner?

—Ni idea. Tuesday ha traído algo de ropa, espero que no muy indecente.

—Esa la guardo para mí —Sonrió ella agitando su esplendorosa melena cobriza y sacudiendo su escote de proporciones generosas—. Con una guarrilla del pueblo es suficiente, gracias. Me ha costado lo mío conseguir el título para que ahora venga alguien y me lo quite. —Les sacó la lengua, se acabó de un trago la copa y volcó la bolsa sobre el sofá—Veamos si encontramos algo que sea del agrado de nuestra sheriff—lo pronunció como «cheriff» soltando una carcajada acentuada por el alcohol.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó June regocijada agarrando un top de lentejuelas—. ¡No sabía que actuabas en «Chicago»!

—Muy ingeniosa. —Tuesday no pareció ofenderse—. Espera a ver el vestido que te he traído. Estaba por aquí.

—No pienso ponerme un vestido —aclaró Emma—. Es una cena amistosa.

—Con un ex —puntualizó June.

—Por eso mismo no pienso ir en plan vampiresa, ¿no tienes algo negro?

—Cariño, soy la reina del negro. Mira este. —Sacó una camiseta negra con un escote moderado—. ¿Qué dices?

—Me vale. ¿Pensáis quedaros aquí?

—¡Claro! Queremos verlo —dijo Tuesday. Al ver la expresión de Emma suspiró—. Tranquila, espiaremos por la ventana. No tenemos nada mejor que hacer.

—¿Tuesday Latch, un viernes sin cita? Es patético. —Emma abandonó el sofá—. Podéis quedaros a dormir si os apetece.

Las dos chicas se miraron, entrechocando sus copas. Emma desapareció escaleras arriba y se metió en su cuarto mientras el volumen de la música volvía a subir en el salón. Se miró en el espejo, dudando entre si era correcto arreglarse como si fuera una cita de verdad u optar por un aspecto más casual, como si fuera una cena amistosa con un ex novio. Que precisamente era lo que era, aunque el ex novio en cuestión siguiera pareciéndole guapo a rabiar y la idea de intentar seducirlo le rondara por la cabeza.

No, mejor casual. No tenía el menor sentido complicarse con un ex que seguramente solo estaba de paso por Little Falls, por muy buenos recuerdos que tuviera de él. Unos vaqueros y cualquier camisa sería suficiente, y nada de soltarse la melena, la coleta sobria no fallaba.

Miró la ropa que había escogido y se la puso; luego volvió a contemplar su imagen en el espejo. Pensándolo bien, marcar un poco sus curvas no podía hacer daño a nadie, ¿verdad?

Se puso la camiseta que le había traído la mejor amiga de June y se miró desde todos los ángulos posibles. Le satisfacía comprobar que el ejercicio daba sus resultados y que gracias a ello toda la comida basura que ingería no se notaba en su cuerpo, que era pura fibra. Mucho mejor con ese escote, aunque ahora sí que tenía un aspecto sexy y ya no podía llevar una coleta desarreglada ni la cara lavada.

Se arreglaría un poco. Al fin y al cabo era una cita, aunque fuera amistosa con un ex.

Cuando bajó, tanto June como Tuesday la contemplaron minuciosamente, constatando que aquello tenía pinta de ser algo más que una charla entre viejos amigos, pero ambas decidieron no hacer comentarios al respecto, escogiendo la seguridad de los cumplidos físicos.

—Espectacular —dijo June.

—Guapa sin parecer demasiado emperifollada —añadió Tuesday.

—Los vaqueros restan glamour pero el maquillaje y el pelo son muy chic.

—El escote te queda de maravilla.

—Gracias por la puntuación, chicas —las interrumpió Emma.

—Aún son las siete y media —observó Tuesday consultando el reloj.

—Y yo conozco a Nathan. —Se oyó el ruido de un coche que se aproximaba y cómo frenaba—. Llega pronto a todas partes. Hasta mañana, sed buenas.

Las dos se miraron antes de saltar del sofá y acercarse corriendo hacia la ventana, arreglándoselas para echar un vistazo sin que él se diera cuenta. Tuesday empezó a hacer ruiditos de aprobación y June, que tenía unos diez años cuando su hermana salía con él, la acompañó.

—¡Que mono! — exclamó—. ¿Era así de adolescente?

—Ajá —dijo Emma cogiendo su cazadora—. Cerrad con llave si salís.

Ellas asintieron a la vez y Emma se fue, dejándolas en la ventana. Tuesday volvió a asomar la cabeza e hizo un ruidito lascivo.

—No se ven muchos pelirrojos guapos —comentó—. Pero los que lo son están para darles un meneo.

—¿Por qué tenemos que quedarnos en casa? —refunfuñó June—. ¿No puedes llamar a uno de tus ligues y pedirle que traiga a algún amigo?

Su amiga se mordió el labio pensativa.

—Vale, tengo un ligue —dijo—. Pero es soldado y esos no se andan con tonterías, ¿sabes?

—Bah, llámalos. Saldremos a tomar unas copas, ¿qué tiene eso de malo?

—Pásame el teléfono. —Cogió el auricular que June le tendía, marcó y esperó unos segundos—. ¿Connor? Sí, soy Tuesday, ¿tienes guardia hoy? ¿No? Genial, ¿hacemos algo? Ja, ja, qué gracioso. —Notó que June se estaba riendo mientras meneaba la cabeza—. Escucha, capullo, tengo una amiga conmigo, así que tráete a alguien y que sea guapo. —Sonrió—. Oye, pero no tenemos coche, ¿cómo vamos a ir a buscaros? —June empezó a hacerle gestos—. Espera, Connor. —La miró—. ¿Qué?

—Emma no se ha llevado su coche —dijo June—. Y si no me equivoco, las llaves estarán en el cajón. —Se levantó a mirar y regresó con ellas—. ¡Bingo!

—¿No se cabreará si lo cogemos?

—No se lo digamos por si acaso —pareció que Tuesday iba a decir algo cuando añadió—: Regresaremos antes de que vuelva.

—Pero si solo ha salido a cenar.

—Sí, ya, ¿te crees que va a volver temprano? No seas ingenua. Le dejaré una nota de todos modos.

—Vale. —Tuesday recuperó el auricular—. En una hora estamos allí, pequeño, así que prepara todos los juguetes. —Se echó a reír al escuchar su respuesta—. Genial. Hasta ahora. —Colgó y miró a su amiga—. ¿Lista para la juerga?

—Yo siempre lo estoy.

—Perfecto. Yo me encargo del maquillaje y tú de llamar a Phil para conseguir alguna droga.

—A la orden —afirmó June.

 

Nathan aparcó el coche delante de la casa de Emma. Aunque era cierto que habían quedado en que ella iría a buscarlo prefería hacerlo él y ya que su padre había tenido el detalle de conseguir un coche... además de la dirección de la chica, detalle inquietante pero útil. Y sí, siempre llegaba pronto a todas partes, odiaba a la gente que hacía esperar a los demás y al parecer Emma recordaba ese pequeño detalle de su personalidad, porque la vio salir de casa y aproximarse al coche.

—Hola —saludó—. ¿No era yo la que tenía que ir a recogerte?

—Así tengo la falsa sensación de que controlo algo. —La miró sin timidez alguna mientras entraba dentro—. Estás impresionante. ¿Maquillaje?

Emma le dio un codazo leve, sonriendo mientras se ponía el cinturón y fue ese su turno de observarlo a él.

—Sin el traje no pareces ni mayor de edad —contraatacó.

—Te replicaría, pero estás en lo cierto. ¿Dónde vamos?

—Tú conduce donde yo te diga.

—Veo que hay cosas que nunca cambian—sonrió Nathan girando el volante.

Siguió las indicaciones de Emma y en algún momento, la chica recibió una llamada de su hermana y la atendió; al colgar miró a Nathan de reojo.

—¿Era tu hermana pequeña?

—Ajá. Llama para decirme que se va por ahí de fiesta y que se quedará a dormir en casa de su amiga.

—¿De fiesta?¡Pero si la recuerdo con solo diez años! —bromeó Nathan deteniendo el coche. Miró al local—. ¿Aquí? ¿Estás segura de que no quieres ir a un sitio más elegante?

Ella se echó a reír de una forma horriblemente familiar. Fue como recibir un latigazo de nostalgia ácida en toda la cara, esa risa asociada a una etapa de su vida que había sido muy buena... y dura de perder. Había dolido en su momento y había sido superado, pero ahora estaba saliendo todo de nuevo y la sensación era...

—Vamos. —Emma le dio en el hombro para que bajara.

Nathan obedeció y segundos después estaban en el restaurante; ocuparon una mesa discreta aunque hubo miradas curiosas. Al fin y al cabo, Little Falls no era grande y la jefa de policía era conocida por motivos obvios.

—Tienes club de fans —murmuró él cogiendo la carta—. ¿Qué hay comestible aquí?

—Casi todo excepto la ternera. Y sobre lo del club de fans... por aquí la gente es bastante cotilla, yo soy tristemente famosa y tú... eres un extraño.

—Igual que en el instituto, ¡qué casualidad!

—¿Dónde has dejado las gafitas que llevabas puestas esta mañana? —le preguntó Emma en tono jovial.

—Ah, eso. —Nathan se quedó callado unos segundos que parecieron interminables mientras un camarero les llenaba las copas de vino—. Me operé de miopía, pero aún me hacen falta para leer. Cuando trabajo prefiero llevarlas, es una gilipollez pero me toman más en serio con ellas puestas. Y las mujeres me dejan en paz.

A Emma le faltó poco para atragantarse con el sorbo que le había dado a su copa.

—Cierto —dijo cuando se recuperó—. Los tíos con gafas son eliminados rápido de la lista de posibles ligues. —Y se echó a reír.

Iba a añadir algo cuando oyeron un carraspeo que provenía del camarero, que aguardaba a una distancia prudencial para tomarles nota. Emma lo conocía de sobra, así que no sabía a qué venía mostrarse tan ceremonial, aunque supuso que era por la presencia de Nathan.

—Vamos a pedir —dijo haciéndole un gesto.

—Sí, no sea que…—Nathan fijó la vista en la placa que lucía el chico—. Daniel se impaciente.

Pidieron unas ensaladas para empezar y el joven se retiró.

—Un momento —dijo Nathan de pronto—. Ensalada. Espera, ¿significa eso que has dejado la comida basura?

—No, solo cuando salgo. Tengo que aparentar normalidad si quiero mantener mi puesto de jefa. —Le sacó la lengua y después se quedó mirándolo—. ¿Qué haces en Little Falls?

—Trabajo de campo.

—¿Qué?

—Aunque no te lo creas, mi padre no me lo ha explicado aún. Me ha dicho que me lo tome como un trabajo de campo, así que eso hago. Mientras no me haya hecho venir para recoger muestras de agua contaminada...

—¿Te dedicas a eso?

—No. —Nathan sonrió—. Soy virólogo. Trabajo en investigación.

—Eso te pega mucho y parece un buen trabajo.

—Al principio me pinchaba a menudo—Nathan sacudió la cabeza—Supongo que es lo que tenemos los científicos locos, que acumulamos heridas de guerra. Mira mis manos.

Se las tendió y aquel simple gesto amistoso le provocó a Emma el mismo efecto que si la hubieran abofeteado de repente. Ella conocía demasiado bien aquellas manos y todo lo que habían hecho en el pasado, solo que no esperaba que le asaltaran aquel tipo de recuerdos en mitad de un restaurante. Notó que un leve rubor acudía a sus mejillas y rezó por que el ambiente íntimo del local no lo hiciera evidente.

—¿Qué pasa? —preguntó él desconcertado al ver su cambio de expresión.

—Nada. Cuéntame, ¿qué tal está tu padre?

Lo oyó suspirar, alegrándose de que el momento incómodo se hubiera desvanecido.

—Ya sabes —murmuró—. La nuestra es una relación intermitente. Nos vemos cuando su agenda se lo permite... pero estoy acostumbrado, nunca seremos como esas familias típicas.

—Esas familias solo salen en películas antiguas. Ahora lo que se lleva son las disfuncionales. —Emma se arrepentía de haber sacado aquel tema que a todas luces entristecía a Nathan—. Eso es lo que «Los Simpson» hicieron por Estados Unidos.

—Y parte de Europa.

—Oye, no crees realmente que el agua esté contaminada, ¿verdad?

—No, no. Me imagino que en ese caso tú ya estarías informada. —Nathan se bebió su copa de un trago—. Será cualquier excentricidad de mi padre.

En ese momento llegó la comida, así que dejaron ese tema. La charla superficial duró pocos minutos y en seguida se pusieron a hablar de todos los recuerdos que tenían en común. Eran muchos, así que poco a poco la velada se fue volviendo agridulce. Cada cinco minutos, Emma tenía que repetirse así misma que no era inteligente volver a sentirse atraída por alguien que solo estaba de paso y que en cuanto terminara el último capricho de su padre regresaría a su ciudad. Pero era muy difícil... él era divertido y buena persona, guapo... y ni siquiera habían acabado mal en el pasado, simplemente un padre militar había sido trasladado de base y había parecido absurdo tratar de mantener una relación a distancia cuando ninguno de los dos había cumplido aún los veinte. Eso no significaba que su historia no hubiera sido seria ni mucho menos, lo había sido. Y sincera, no como alguna que otra que había mantenido después.

Lo peor era que notaba que la química fluía en ambas direcciones, no solo por su parte. Nathan estaba igual de receptivo que ella, lo que no ayudaba a aclarar sus ideas... tenía que serenarse de alguna manera y pensó en ello mientras conducían de vuelta a su casa.

No debía implicarse de nuevo con Nathan bajo aquellas circunstancias, por mucho que le apeteciera, así que lo correcto sería bajar del automóvil y dar las gracias por la cena diciéndole que ya se verían algún día antes de que se marchara.

Sí, eso era lo correcto, lo que tenía que hacer. Después lo iba a agradecer, seguro. Por la mañana, cuando todo estuviera más claro y no nublado por el efecto de la nostalgia y el vino, pensaría que de buena se había librado.

Oyó que el coche se detenía y comprobó que estaban delante de su casa, así que lo miró dispuesta a decir lo que había pensado durante el camino.

—¿Quieres entrar a tomar un café?

Un momento. Eso no era lo que...  daba igual. De todos modos decidió salir del coche sin esperar respuesta y rezando porque él tuviera el sentido común que le faltaba a ella. Sin embargo, Nathan la siguió solo arqueando levemente la ceja derecha, sin decir nada.

Emma dio las luces al entrar y solo por precaución llamó a su hermana en voz alta. No recibió respuesta, así que se deshizo del abrigo mientras Nathan se acercaba a mirar las fotos que había colocadas encima del aparador del salón.

—¿Esta es June? —Sonrió—. Se parece a tu padre, ¿no?

—Ajá.

—¿Dónde está él?

—Vive en Minneapolis —respondió ella—. Ya sabes que esto nunca le gustó demasiado.

No preguntó por su madre, sabía que había muerto siendo Emma una niña.

—¿Y este es el policía que estaba contigo esta mañana?

Señaló con la cabeza una foto donde salía ella con Joel; él la rodeaba con los brazos y se los veía relajados y sonrientes.

—Es Joel —respondió acercándose.

—O sea que este es Joel —repitió Nathan burlón—. No será, ¿tu novio Joel?

—Mi amigo Joel —corrigió Emma—. Nos conocimos en la academia de policía, aunque él iba adelantado. Luego nos destinaron a la misma comisaría, así que nos hicimos muy amigos. Nos llevamos bien.

—Parecía buen tipo. ¿Y el café? —Se giró hacia ella con una sonrisa—. Me has ofrecido un café, ¿no?

Emma captó su tono socarrón.

—Oh, pero eso ha sido solo para hacerte entrar —replicó ingenua.

—Siempre fuiste muy lanzada.

—Admítelo, Nathan, de no ser por mí tú jamás hubieras perdido la virginidad.

«Bromas hechas con familiaridad y sin malicia», se dijo Nathan. Era como sentir el primer temblor de un terremoto bajo los pies; sabías qué iba a suceder a continuación y te daba cierto miedo… pero estabas dispuesto a abrazarlo. Conocía bien a Emma, ya hacía rato que sus movimientos se habían vuelto seductores y él estaba como en sus años de instituto, intimidado por su seguridad.

No sabía qué hacer, si lo que le apetecía o lo correcto.

—Tímido como siempre, ¿eh? —La voz de Emma lo sacó de sus pensamientos y la vio a su lado.

Cómo lo miraba, joder. Así no había quién pensara con el cerebro.

—¿Cómo te las apañas para hacer exposiciones y cosas así? —preguntó ella.

—Tranquilizantes —bromeó para tratar de quitar tensión al momento.

—Vaya, eso es muy profesional —Emma le sonrió.

—Sí. Pero bueno, otras veces decido que ponerme a dar datos científicos cargado de Lexatin no da la imagen de seriedad que pretendo mostrar, así que me pongo la máscara. Ya sabes, esa que usamos la gente tímida cuando queremos dar al mundo la imagen de que controlamos la situación.

—¿Como la que llevas ahora?

Nathan tragó saliva al ver que ella no apartaba sus ojos de los suyos, a la vez que jugueteaba con el escote de su camiseta. ¿Por qué tenía que ponerlo nervioso? Se portaba igual que cuando tenían diecisiete años, lo recordaba como si fuera ayer y su reacción era la misma. No quería parecer un chiquillo que de pronto no sabía cómo ocultar su erección solo porque su ex novia estaba coqueteando de forma descarada, ¿es que no era consciente ella de lo absurdo que era liarse? Si estaba allí por unos días. Luego se volvería a su casa, ¿y entonces qué? ¿Volver a pasar por lo mismo? No era una persona a la que le resultara fácil pasar página, y mucho menos salir con chicas.

Decidido, tenía que marcharse. Aquello sería un suicidio emocional y no entendía por qué Emma no lo veía igual de claro y se aproximaba despacio. Si cruzaba la zona de seguridad no sabía qué podía pasar, pero de pronto ahí estaba la rubia; no es que hubiera pasado la zona, es que directamente la había saltado.

—Esto no es buena idea —murmuró.

—Claro que no lo es. Pero por otro lado, ¿qué posibilidad había de que volviéramos a encontrarnos?

Ahora que la tenía tan cerca y le resultaba difícil no mirar sus labios como un niño hambriento, sus palabras resultaban persuasivas. Vale, sí, era curioso e improbable que volvieran a coincidir, pero, ¿era lo más sensato celebrarlo revolcándose? ¿Acaso no había en esa casa nadie con sentido común?

Emma empezó a desatar los botones de su camisa con lentitud y Nathan decidió dejarse llevar; la agarró de la cintura para apretarla contra sí y la besó notando cómo le correspondía sin la menor vacilación.

Madre, se le había olvidado su forma de besar, y cómo le mordisqueaba el lóbulo… no habían pasado ni cinco minutos y su camisa ya estaba en el suelo, y Emma en ropa interior demostrando que ni los años ni la gravedad habían hecho mella en su cuerpo. Sus bocas se buscaron de nuevo mientras la chica lo empujaba hacia las escaleras del dormitorio, dejando un rastro de ropa a su paso. Apenas había tenido tiempo de pensar en nada y ya estaban en el piso de arriba, encima de la cama, ella emitiendo esos jadeos roncos que lo habían vuelto loco de adolescente y él, olvidándose de cualquier vestigio de sensatez que pudiera tener.

 

Tuesday detuvo el coche y quitó las llaves, logrando así que el motor se callara. June miró por la ventanilla y solo vio oscuridad, una oscuridad aterciopelada que las envolvía de manera inquietante. El bosque por la noche siempre le producía un miedo irracional, quizás alimentado por los cuentos que su padre le había contado cuando era pequeña. Su padre nunca había sido un padre como el de las demás niñas… les había enseñado muchas cosas a ella y a Emma, cosas de las que otras niñas jamás oían hablar, como la importancia de tener buena puntería, o la de saber deshacer nudos imposibles, de llevar siempre algún cuchillo, o mechero… porque, como les decía siempre, los monstruos existían. Y no estaban bajo la cama.

—Qué miedo —musitó con un escalofrío—. ¿Dónde estamos?

—Estamos donde Connor me dijo que viniéramos —replicó su amiga—. Iré a echar un vistazo.

—¡Pero si no se ve nada! —exclamó June con voz chillona y tratando de cogerla del brazo para evitar que bajara del automóvil.

—No tardo. Ve haciendo un par de rayas.

Le sonrió antes de dejarla sola; cuando bajó, un montón de ruidos típicos de bosque la recibieron. Empezó a sisear el nombre de Connor mientras intentaba ver algo a través de la niebla que flotaba a su alrededor. Soltó una maldición cuando uno de sus tacones se hundió en la tierra y se agachó para liberarlo; justo en ese momento oyó un crujido y se incorporó a toda prisa.

—¿Connor? Mierda. —Tiró del tacón a la vez que alguien la agarraba por la cintura pegándole un susto de muerte y haciendo que se pusiera a chillar.

—Joder. —Escuchó la voz de Connor—. Por poco me dejas sordo, encanto.

—¡Casi me matas del susto, imbécil! —le gritó ella—¡Nunca te acerques a una chica por detrás en medio de la noche! ¿Me oyes?

—Pues eso no me lo decías el sábado pasado… —Connor trató de bromear porque ella se había quedado pálida—. ¿Problemas con el tacón? —Se agachó y lo sacó de un tirón—. Listo. —La levantó por el aire y se la cargó al hombro—.Vamos al coche, ardillita.

Ella se echó a reír desde arriba; había otro chico tras Connor y los siguió rezagado hacia donde el automóvil esperaba. Tuesday fue depositada en el suelo nada más llegar.

—¿Por qué hemos quedado aquí? Estamos en medio de ninguna parte… ¡eh, June! —Dio un par de golpes a la ventanilla—. Mira lo que he encontrado.

June bajó al escucharla y se aproximó al grupo.

—Este es Connor. —Señaló al susodicho y después lo miró, esperando que él presentara a su amigo—. ¿Qué? ¿Tenemos que adivinar quién es tu amigo o qué?

—Anda, Dave, ven aquí. Te prometo que no muerden.

June casi se quedó sin respiración al ver al chico emerger de la oscuridad para ir con ellos; tiró el cigarrillo y lo aplastó bien contra el suelo antes de ofrecer la mano. Era alto y estaba en buena forma, como un gran porcentaje de los militares de la base. Su rostro era algo aniñado, pero ir rapado le beneficiaba, endurecía unos rasgos que de otro modo hubieran resultado demasiado suaves. No le sonaba de nada aunque los militares de Camp Ripley se dejaban ver a menudo por el pueblo, quizás fuera nuevo.

—David Strike —presentó Connor—. Compartimos cuarto, ha llegado hace poco con un traslado; esta es Tuesday, mi bomboncito —explicó volviendo a apresar a la joven por la cintura—. ¿Y ella?

—June, mi amiga.

—Hola —se apresuró a decir esta, tratando de no parecer una pueblerina impresionada por un uniforme militar.

David las saludó con la cabeza; parecía ser chico de pocas palabras.

—Subid al coche —ordenó Tuesday, abriendo la puerta del conductor—. Y decidiremos dónde vamos.

Connor ocupó el sitio de copiloto al momento, así que David y June subieron detrás, mirándose. Connor alzó una ceja hacia su amigo como diciéndole «¿ves?» y éste afirmó.

Sí, vale, las tías estaban buenas. Pero no era idiota… no sabía Tuesday, pero se veía a la legua que la tal June no era de las que iban por ahí acostándose con cualquier capullo que le acabaran de presentar. O sea, que lo del «polvo con dos tías buenas» había sido una verdad a medias. Tampoco le importaba en exceso, siempre era mejor tomar unas copas y un poco de besuqueo que quedarse en el barracón mirando el techo. Tuesday iba vestida de forma provocativa y parecía descarada; en cambio, a June se la veía normal y su belleza era mucho más natural, sin tanto artificio. Pero era guapa, con aquellos grandes ojos y su melena ondulada de color miel.

—Tomad, chicos. —June les pasó la caja de un cd musical con un montoncito de cocaína encima, sonriendo—. Es de primera.

—La adoro —dijo Connor, sonriendo también.

Después de eso, del maletero del coche aparecieron bebidas, así que un rato más tarde Connor le pidió a Tuesday que se pasaran al asiento trasero y David no tuvo más remedio que ponerse delante. Intercambió una mirada con June sin saber qué decir y ella apartó la suya; también se sentía violenta. Pasados unos segundos, el chico se giró otra vez en su dirección.

—¿Salimos? —June se quedó pensativa—. Es que no me apetece oír a esos dos.

—Sí, buena idea. Demos una vuelta.

David cogió la botella y ambos salieron del coche al mismo tiempo. Ya fuera, June encendió la linterna que su hermana guardaba en la guantera por si acaso y sonrió, nerviosa, tratando de recordar todo lo que sabía sobre orientarse en un bosque.

—¿Tienes miedo? —preguntó él.

—¿Del bosque por la noche? Digamos que no es un sitio por el que me guste pasear a estas horas, no. Además olvidé la brújula.

Caminaron con precaución unos cuantos pasos, hasta que encontraron un banco desvencijado  en el que sentarse, y allí se acomodaron.

—¿Por qué has venido entonces? —quiso saber David.

—No sabía que éste era el plan, pensé que iríamos a algún sitio. Ya sabes, música, copas… pero bueno, supongo que esto es mejor que quedarse en casa, ¿no?

David sonrió al escucharla y afirmó.

—Así que soldado —siguió ella—. Debe ser muy duro aguantar toda esa presión… siempre he creído que los militares son personas con una gran capacidad de autocontrol.

David pareció sorprendido ante aquella reflexión; no era muy habitual que las chicas se pararan a tener aquel tipo de pensamiento. No conocía lo suficiente a June para saber que ella no era una chica muy normal.

—La verdad es que sí —respondió—. ¿Y tú qué haces?

—Trabajo en la clínica dental. —Lo miró y los dos se rieron a la vez—. Fascinante, ¿eh? ¿Sabías que los dentistas son la rama de medicina que más suicidios tiene?

—¿En serio?

—Sí. Pero yo solo soy higienista dental.

—Así que, básicamente torturas a la gente con limpiezas de boca.

—También succiono saliva. —Ella imitó el ruidito del aspirador de boca.

—Ah, bueno, entonces no está tan mal… —David alzó una ceja con una carcajada—. ¿Puedo preguntar por qué estudiaste algo así?

June sacudió la cabeza.

—Para llevar la contraria a mi hermana. Ella siempre se burlaba de mí diciendo que si encontraba un trabajo de verdad me rompería una uña. Me sentó mal, así que elegí lo más repugnante que se me ocurrió y a eso me dedico.

—Qué forma tan curiosa de escoger profesión, ¿impresionaste a tu hermana al menos?

—Ella es jefa del departamento de policía de Little Falls, así que no, no mucho —replicó June con una sonrisa.

—Jefa de policía, ¿eh? —El tono del joven fue burlón—. ¿Qué le parecería esto de la cocaína y el alcohol?

—Oh, solo lo hago de vez en cuando —se apresuró a explicar ella enrojeciendo.

Por suerte, gracias a la oscuridad no se veía nada y David le dedicó una sonrisa dulce que casi hizo que se derritiera. Vaya un tío interesante. Le gustaba que no tratara de hacerse el simpático, ni el gracioso, le impresionaba lo maduro que parecía. Estaba pensando en algo que decir que la hiciera quedar al nivel cuando oyeron la puerta del coche cerrarse y a Tuesday refunfuñando.

—¡En el coche! —iba farfullando—. No tengo quince años, guapo. No pienso echar un polvo cutre ahí metida.

—¿Y qué me dices de una mamada cutre? —Connor iba caminando tras ella.

—Más vale que me lleves a otro sitio, Connor, o esta noche no pillas. Hablo muy en serio.

—Pues no sé dónde. —Él sacó un cigarrillo.

—¿Qué tal vuestro cuarto? —propuso Tuesday. Ya habían llegado a la altura de donde June y David permanecían sentados y los dos chicos se miraron— ¿Qué? Algún sitio habrá donde meterse, es una base muy grande.

—Ni hablar, si alguien nos pilla se nos cae el pelo. —Ella se encogió de hombros, sin dejar de jugar con el tirante de su top para que así el chico pudiera apreciar parte de su escote—. ¡Vale! Está bien, iremos allí.

David alzó la mirada.

—¿Te has vuelto loco? —preguntó—. De eso nada.

—¿Por qué no? Iremos con cuidado. En la parte inferior nunca hay nadie a estas horas, solo el de guardia y con suerte estará cabeceando —dijo, con un tono de voz cercano a la súplica—. Y hay un trozo de valla medio roto por donde podemos entrar. Venga, no fastidies. No se enterará nadie.

David lanzó un suspiro y June se levantó.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer nosotros mientras tanto? —preguntó cruzándose de brazos.

—No hace falta que vengáis —se apresuró a decir Connor—. Estamos a unos quince minutos de la base, podéis ir a tomar algo o lo que queráis.

—¿Y cómo volverás luego? —June miró a Tuesday de manera intencionada—. ¿Andando? Al menos hay media hora hasta el centro.

—Ya la acompañaré yo —intervino Connor.

June meneó la cabeza, pensando para sí misma que Tuesday siempre terminaba por hacerle cosas como aquella. Fue hasta el coche y desde allí miró a David.

—¿Vienes o te vas con ellos?

—Te acompaño —decidió él—. No me apetece ir de sujetavelas. —Los miró—Tened cuidado.

—June, no te cabrees —dijo Tuesday al ver la cara de su amiga.

—Sí, ya. Que os divirtáis.

David subió al asiento del copiloto de manera ágil y observó divertido como la rubia arrancaba el coche con el ceño fruncido; en cuanto se alejaron carraspeó.

—Lo hace a menudo, ¿eh?

—¡No sé por qué se molesta en que vaya con ella si a la media hora me deja plantada por el maromo de turno! —exclamó—. ¡Y además le da lo mismo que me vaya con un desconocido! ¿Y si eres un psicópata?

—Hombre, gracias.

—Ya me has entendido. —June mantenía el ceño fruncido—. No iba por ti, de hecho, si lo pensara no te habría preguntado si querías venir. ¡Es algo que me saca de quicio de Tuesday!

—Porque claro, tú no eres como ella.

—Pues no. —Ella giró a la derecha—. No me interpretes mal, no es que desapruebe que se acueste con quien quiera, pero estoy harta de tener que buscarme la vida siempre cuando lo hace.

—Al menos tenemos el vodka. —David echó mano de la botella, que reposaba en el asiento trasero, donde la habían abandonado sus amigos.

—Y eso no es todo. —June se metió la mano en el bolsillo de su cazadora y sacó una bolsita diminuta del interior—. También tenemos la droga. Tuesday se pondrá como una fiera cuando se dé cuenta de que la ha olvidado.

Los dos empezaron a reírse al mismo tiempo.

—Bueno, ¿qué quieres hacer? —preguntó David.

—No puedo volver a mi casa aún. Mi hermana salía esta noche con su ex novio, así que si aparezco lo mismo molesto. —Él sonrió—. ¿Y si vamos al cine? Después podemos cenar o tomar una copa.

—Perfecto —asintió el chico.

 

3.     Paciente cero

Cuando llegaron a la base, Tuesday estaba de mal humor. Y cansada, porque la caminata había sido más larga de lo que Connor aventuró; además, demasiado tarde notó que tanto el alcohol como las drogas se habían quedado en el coche. Ya se habían colado por el hueco de la valla, y Connor la estaba llevando hacia un edificio.

—Si lo llego a saber no vengo —gruñó—. ¿Media hora a pata? No vales tanto.

—Deja de protestar —susurró él—. Que pueden oírnos. Sígueme.

—¿A dónde vamos? —preguntó la joven bajando la voz.

—A la zona del laboratorio, por las noches está vacía. Y poco vigilada, solo hay que saber evitar las cámaras de seguridad —sonrió Connor—, y da la casualidad de que yo sé.

Tuesday arqueó una ceja pero lo siguió; bajaron por unas escaleras esquivando sin dificultad a un soldado de guardia que dormitaba en su silla. Dos pisos más abajo, él le indicó por medio de señas que fuera detrás imitando sus movimientos y señalando el lugar exacto de las cámaras. Tuvieron que atravesar también una puerta con código, pero él lo conocía.

—¿Y cómo sabes el código? No creo que tú andes mucho por esta zona.

—Hay que tener colegas hasta en el infierno, ardillita. —Él le guiñó un ojo—. Todo funciona por favores... yo consigo tabaco, porno, drogas y demás y otras personas hacen cosas diferentes por mí. Me muevo bien por la base.

Empujó una puerta y después otra; el pasillo era largo y estaba lleno de habitaciones privadas con distintas equipaciones. Connor escogió una al azar y entraron.

Tuesday echó un vistazo curioso al aséptico lugar; la iluminación era blanca y potente;  las mesas, largas y llenas de material de trabajo bien ordenado.  Hacía frío en la estancia y ella se frotó los brazos con un suspiro.

—¿Seguro que no es peligroso estar aquí?

—No toques nada y ya está. —Se aproximó despacio—. Frío, ¿eh?

—¿Dónde crees que vas? —Lo rechazó alzando las manos.

—¿A qué hemos venido?

—Pero si no hay ni una manta —se quejó Tuesday agitando su melena pelirroja—. No creerás que voy a tirarme al suelo… ve a buscar algo que nos sirva.

—Oye, no lo entiendes, no se puede ir paseando por la base sin más, ¿vale? —Connor no logró esconder la irritación en su voz mientras se pasaba las manos por el pelo.

Tuesday se mantenía cruzada de brazos y con cara obstinada.

—Ve a por una manta —repitió.

—¡Maldita sea, está bien! —siseó él furioso—. No hagas ruido. Y no toques nada. No tardo.

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