Anxious

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—¡No había tiempo! —exclamó Hunter, deseando que ella cerrara el pico—. ¿Acaso no estabas en el mismo sitio que yo? ¿No eres consciente de lo rápido que se contagia ese virus? Hablamos de minutos, Sand, minutos. O actuamos deprisa o para dentro de un par de horas tenemos una epidemia —terminó, recordando las palabras que había escuchado a Nathan.

Alexis no volvió a decir nada más. Hunter sabía que la había decepcionado, él mismo era consciente de que podía haber hecho las cosas mejor, pero… ¿quién había imaginado que aquel virus…?

Solo había una persona, y ese era el coronel Thomas.

 

7.     Un poco de información

Eran más de las doce de la noche y tanto Nathan como Paris estaban ya agotados, pero ninguno quería dejar de trabajar. Los dos sabían la importancia que tenía el tema, y aunque nadie se había dignado a pasar para informarles, seguían elucubrando y estudiando las carpetas que habían dejado allí los anteriores científicos.

—Ufffff —suspiró Paris, trasteando entre dos folios—. Ahora empiezo a comprender… adivina parte de qué sustancia han utilizado —Él aguardó— Metiendioxipirovalerona. O MDPV, cómo se la conoce más comúnmente.

—¿La droga caníbal? —Nathan fue a sentarse junto a ella— ¿Paranoia, psicosis, pérdida de sentido del cuerpo, agresividad y sensación de que todos a tu alrededor quieren atacarte?

—Eso es —Ella le pasó los datos— Esto es un cóctel explosivo, solo podemos dar las gracias de que no empezaran la fase experimental.

—No lo digas antes de tiempo, no hasta que sepamos qué pasa con esa chica que entró al laboratorio y en teoría pudo infectarse. —Nathan se levantó, ya harto, y se aproximó hasta la puerta donde un cabo permanecía custodiando—. ¡Eh! —Pegó un golpe que por poco hizo que se cayera de la silla—. Dile a mi padre que quiero hablar con él.

—El coronel Thomas ha dado la orden de que no se le moleste hasta…

—Si no baja aquí ahora mismo nos cruzaremos de brazos y no haremos nada más. Díselo.

El soldado pareció dudar, pero lo pensó mejor y decidió que por si acaso informaría al coronel, no fuera que los científicos cumplieran su promesa de no seguir trabajando y luego cargara él con la culpa. El coronel no reaccionó muy bien, pero cortó la comunicación y no habían pasado diez minutos cuando asomaba por la puerta.

Le hizo un ademán brusco para que abriera y entró primero en el laboratorio, y después en la salita privada donde mantenía a su amiga estirada y a su hijo.

—¿Qué es lo qué quieres? —espetó—. Estoy ocupado.

—Queremos saber qué está pasando, hace tres horas que te fuiste de aquí —le dijo Nathan—. No puedes retenernos, lo sabes, ¿verdad?

—He enviado a Hunter con unos cuantos hombres para conseguir a la paciente cero, pero todavía no han regresado a la base.

—¿Ya es la paciente cero? —preguntó Paris, sarcástica—. Veo que nos estamos perdiendo muchas cosas metidos aquí abajo. —Se levantó—Esto no es necesario, Ray. Ambos vinimos por voluntad propia y estamos dispuestos a ayudar, pero lo de que nos encierres no lo veo.

Él frunció el ceño ante sus palabras, pero se distrajo cuando Nathan le cogió del brazo.

—Si nos ocultas información no seremos de mucha ayuda —le dijo—. Vale, habéis creado un virus muy peligroso, fue un error pero ya está hecho. No vamos a seguir hablando de repartir culpas por algo que no tiene remedio… lo que importa es evitar por todos los medios que se expanda, y para eso tienes que colaborar con nosotros. Decir toda la verdad, sobre lo que se ha hecho aquí y sobre lo que sea que esté pasando ahí fuera.

La primera reacción del coronel Thomas fue echarse hacia atrás y abandonar la sala; estaba acostumbrado a dar las órdenes y no a recibirlas, y menos de su hijo. Pero en cuanto digirió sus palabras se dio cuenta no solo de que tenía razón, sino de que tampoco tenía muchas opciones. Si deseaba que lo ayudaran tenía que hacerlo así y aunque sabía de sobra que Nathan ya lo había juzgado aunque dijera que no, decidió fingir que lo creía.

—Venid conmigo —repuso, sorprendiéndolos a los dos.

Descendieron un nivel más, mientras seguían al coronel Thomas. Este les condujo por un pasillo que se les hizo eterno hasta que llegaron a una habitación que aparecía cerrada; como era obvio, el coronel tenía la llave y les cedió el paso. Era un cuarto polvoriento, lleno de estanterías, cajas, papeles y cosas al parecer olvidadas o sin uso; al fondo, un enorme arcón frigorífico.

El coronel les hizo una señal para que se acercaran y después lo abrió; allí, encajonado de cualquier forma, había un cuerpo.

Nathan y Paris pegaron un respingo y retrocedieron al mismo tiempo.

—¡Joder! —exclamó ella—. ¿Eso es un cadáver?

—Éste era el soldado Beaver —explicó el coronel cerrando el arcón  de nuevo y evitándoles la desagradable visión del cuerpo muerto lleno de motas de hielo—. Ayudaba al equipo de científicos en cosas de poca importancia, como trasladar materiales y demás… un día estaba manipulando unas muestras del primer suero del virus y sufrió un accidente, se le derramó por encima.

—¿Y se infectó? —preguntó Nathan.

—No lo sabemos. Fue abatido al momento.

—¿No se os ocurrió ponerlo en cuarentena? —replicó su hijo—. Nos habría sido de mucha ayuda, la verdad, poder observar los efectos. Incluso a veces no todos se contagian, ¿sabes? Existe la gente inmune y no hay necesidad de matarlos por adelantado.

—Yo no me encontraba presente —se defendió el coronel—. Estaba todo el equipo médico y el cabo de guardia… se asustó y lo eliminó pensando en un bien mayor.

—Sí, claro. Al estilo del ejército —murmuró Nathan—. ¿Por qué no nos hablaste de él cuando llegamos aquí? Podíamos haber examinado el cuerpo, ver qué revelaban sus análisis…

—Lo mantuvimos en secreto y, la verdad, no creo que tenga nada que ver con el caso actual.

—Eso no lo sabes —interrumpió Paris—. Podríamos tener ya datos sobre el efecto del virus en el cuerpo humano y nos serviría para esa chica que crees que está infectada. Nathan tiene razón, si pretendes que seamos útiles no puedes seguir ocultando información.

—¡Os lo estoy contando ahora! —se enfureció el coronel Thomas—. ¡Ya está bien de tanto juicio moral y tanta condena! Sé muy bien que lo que se hacía aquí no es para recibir una medalla, pero no quiero vuestros sermones, sino vuestro talento en el trabajo.

Ellos dos cruzaron una mirada por enésima vez.

—Si consigues a la chica la examinaremos —terció Nathan—; necesitaremos equipo, para poder estar cerca de ella sin exponernos al virus. Pero no sé si podremos conseguir el antídoto.

—¿Por qué no?

—No estamos en el lugar adecuado con los recursos que necesitamos —contestó Paris.

—Ni trabajamos bien bajo presión y encerrados en una sala —siguió Nathan—. No vas a tratarnos como si fuéramos soldados bajo tu mando, de los que obedecen sin rechistar. Quiero poder salir y entrar si me apetece.

El coronel Thomas se acarició la barbilla.

—De acuerdo, de acuerdo. No hay problema —repuso—; respecto al equipo, tengo la zona donde se creó el virus acondicionada y con todo lo que podáis querer. Hasta muestras de cualquier cosa que se os ocurra.

Paris asintió, distraída, lanzando miradas esquivas al arcón donde estaba el cuerpo.

—Y quiero hablar con Emma —añadió Nathan.

—No, imposible —soltó el coronel al momento—. Nada de policía, Nathan, vamos a resolver esto sin involucrarlos.

—Tu deber es avisarla. No solo porque sea la jefa de policía del pueblo, sino porque tienes que advertir de lo que está sucediendo y de que podría haber un brote por ahí… sé que es un asunto militar, pero esto afecta a todos los habitantes del pueblo. No deben correr peligros innecesarios, aunque aislemos el virus podrían haber estado expuestos si han tenido contacto con la paciente cero.

Tras unos segundos de silencio que parecieron eternos, el coronel pareció aceptar a regañadientes.

—Bueno. Yo la llamaré y la pondré al tanto. Pero no pienso explicarle la magnitud del tema hasta que no tengamos aquí a Tuesday Latch y sepamos a qué nos enfrentamos.

—Deja que la llame yo —pidió Nathan, y al ver la cara de su padre se dio cuenta de que el tono de su voz le había traicionado—. Quiero ver si está bien.

—Eres un estúpido —le dijo su padre sin miramientos—. Te tiraste meses, o años, no me acuerdo ya, para olvidarte de ella y ahora vuelves a caer como un quinceañero.

—Eso no es asunto tuyo y no hablemos de estupidez, porque si comparamos lo mío con lo tuyo creo que saldrías ganando.

—¡Callaos los dos! —Paris parecía irritada—. Por favor, no es momento para discusiones. Ray, joder, deja que llame a la chica, y así podremos ponernos a trabajar de una vez.

 

Hunter entró agitado, con una Alexis que se esforzaba al máximo en seguirlo. La preparación física del teniente la superaban muy pocos y aunque ella estaba entre los primeros, aún le quedaba camino para poder acercarse. Alexis siempre había admirado mucho a su teniente, le parecía un ejemplo a seguir: disciplinado, justo, serio, siempre tomando las decisiones acertadas… hasta esa noche. En el transcurso de lo sucedido, Hunter había descendido del pedestal en el que lo tenía colocado; no solo estaba claro que no sabía lo que tenía entre manos, sino que tampoco había sabido dominar la situación y los torpes intentos de excusa que había escuchado en el hummer no ayudaban a mejorar el cuadro. No es que lo culpara de todo ni mucho menos, pero de repente había dejado ver al dios en el que lo había convertido y ahora era otro hombre. Un hombre capacitado, pero que también cometía errores. Las muertes innecesarias que acababa de contemplar se le habían quedado grabadas en la mente.

Apretó el paso hasta alcanzarlo, preguntándose si tendría que permanecer a su lado en aquellos momentos. Él no le había dicho que se retirara, así que dudaba entre qué hacer mientras bajaban al nivel del laboratorio; justo en la entrada, un soldado de guardia les permitió el paso.

—El coronel os espera —informó.

En efecto, el coronel Thomas estaba ante la puerta, cuadrado. Nada más observar la cara de Hunter supo que había complicaciones.

—Coronel —jadeó éste cuando llegó a su altura.

—¿Qué ha sucedido? ¿Y la paciente cero, y el resto de los equipos? —Thomas alzó la voz, ya empezando a ponerse nervioso.

—¿Hablamos dentro? —preguntó Hunter, señalando con la cabeza el interior de la salita donde imaginaba que permanecía su amigo con la doctora Hill.

—No. Cuéntamelo a mí —ordenó él—. La información que les voy a dar a ellos debe pasar por un filtro antes, así que habla.

Hunter le hizo un relato de lo sucedido sin omitir nada. El coronel Thomas lo escuchaba con rostro tenso, y no dejaba de frotarse las manos, primer signo de pérdida de control que Alexis recordaba. Asintió para ratificar la versión de su teniente cuando el coronel la miró y quedó a la espera de que Hunter acabara de hablar. El coronel fue asimilando los hechos y de pronto pegó un golpe a la puerta.

—¡Mierda! —gritó, dejando a los dos quietos en el sitio, pues no era habitual verlo así—. ¿Cuántos dices que cayeron y se levantaron?

—No lo sé. Todo sucedió muy deprisa —repuso Hunter, comenzando a recuperar el ritmo de su respiración—. Solo… eché a correr, coronel.

—No deberíamos ser optimistas —interrumpió Alexis a pesar de que nadie le había dado permiso para hablar. El coronel Thomas se giró hacia ella—. Cuatro soldados fueron atacados en menos de cinco minutos y cayeron… creo que las posibilidades de que quede alguno vivo son escasas. En cuanto a la policía, conté al menos cuatro bajas, incluida la secretaria. En medio del caos no pude ver bien, pero tampoco soy optimista.

—¿Y la jefa de policía? —preguntó el coronel Thomas.

Hunter miró al techo, pensando en que aquel tema le iba a pesar durante mucho, mucho tiempo; Alexis le lanzó una mirada a todas luces recriminatoria antes de dirigirse de nuevo al coronel.

—Yo no la vi morir —informó—, pero teniendo en cuenta que estaba atada cuando comenzaron los hechos, no creo que haya tenido suerte.

En aquel momento escucharon unos golpes que provenían del interior del laboratorio; se giraron para ver a Paris que les hacía gestos.

—Vamos a entrar —decidió el coronel Thomas—. Quiero que les contéis lo mismo que me has dicho a mí, sobre todo los efectos del virus. Haced hincapié en eso y ni una palabra de lo que ha sucedido con la policía, ¿comprendido?

Abrió, sin esperar respuesta. Alexis cogió a Hunter del brazo, interrogándole con la mirada, ¿se suponía que ahora debían mentir? Pero, ¿qué diantres estaba sucediendo? Él se encogió de hombros y meneó la cabeza, cómo excusándose, para acabar siguiendo a su coronel.

—¿Sabemos ya algo? —preguntó Paris al verlos.

Nathan estaba sentado dentro, con la chaqueta de su traje desabrochada. Llevaban demasiado tiempo ahí metidos y Hunter observó signos de cansancio en su amigo.

—¿Y la paciente cero? —preguntó el pelirrojo al verlo entrar con Alexis.

—Tuve que abatirla —soltó a bocajarro, lo que hizo que Nathan se pusiera recto al momento—Se volvió extremadamente agresiva en cuestión de minutos. Atacó a tres soldados de un modo… que no había visto nunca.

—Habla —exigió Paris—. Cuéntanos todo, ¿qué aspecto tenía cuando la encontrasteis?

—¿Dónde estaba, cómo disteis con ella? —quiso saber Nathan.

Hunter se quedó sin palabras. Adelante, a mentir. No le salía.

—Estaba caminando como ida por la carretera —Alexis acudió en su rescate—. Tenía la ropa rasgada y arañazos, y parecía estar en otro mundo. Lo que más recuerdo era que parecía tener un ataque de ansiedad, temblores, respiración agitada… —Paris tomaba  notas a toda velocidad.

—¿Qué sucedió?

—Detuvimos los vehículos —siguió Hunter tragando saliva—. Le pedimos que nos acompañara, pero no parecía comprender lo que decíamos. Cuatro soldados bajaron a por ella y entonces… —Se quedó recordando unos segundos y negó despacio—. De pronto los atacó. Se lio a dentelladas.

Paris dejó de escribir y miró a Nathan.

—¿Seguía con el ataque de ansiedad? — preguntó este, y Hunter negó—. De manera que cuando acabaron los temblores, empezó la agresividad… ¿tiempo?

—No lo recuerdo, minutos.

—Minutos, genial —repitió Nathan con sarcasmo—. Sigue.

—Mató a tres soldados sin que casi nos diéramos cuenta —continuó Hunter—. A uno le arrancó media garganta de un bocado, Nathan. No imaginas la violencia… a otro le aplastó la cabeza con la suya propia.

—Sí, es lo que tiene utilizar metiendioxipirovalerona —y al decirlo miró a su padre de forma intencionada.

—¿Qué es eso? —preguntó Alexis.

—La droga caníbal —explicó Paris—. Vuelve a la gente tremendamente violenta. Creen que van a ser atacados y por eso se defienden a mordiscos… y se ha usado como base para crear este virus, además en una cantidad importante. Eso explica los ataques.

—Entonces tuviste que matarla —comentó Nathan—. ¿No habéis traído el cuerpo?

—Imposible, salimos corriendo —explicó él.

—¿Por qué?

—Porque los soldados atacados se contagiaron —dijo, cerrando los ojos y sabiendo lo que venía a continuación—. Se levantaron y empezaron a morder  a… al resto de soldados.

—¿Qué? —saltaron Nathan y Paris al tiempo, alarmados.

El coronel Thomas trató de hacer un gesto de calma, pero no sirvió de nada.

—Calla —le dijo Nathan sin miramientos para regresar a Hunter—. ¿Cuánto tardaron en ponerse en pie después de ser mordidos o atacados?

—Un minuto o dos como mucho —admitió él.

—Pero los mataríais, ¿verdad? —Se acercó Paris—. No habrá quedado alguno vivo.

—¡Tuvimos que salir corriendo para salvar la vida! —exclamó Hunter furioso—. ¿Qué parte es la que no entendéis? ¡En cuestión de segundos todo el equipo estaba muerto y se levantaban para atacarnos a bocados! ¡No había tiempo!

—Da la alarma ahora mismo —exigió Nathan mirando a su padre—.Tienes que contactar con el CDC e informar de lo que acababa de ocurrir. Con equipo y medio de soldados contagiados por un virus que tarda menos de dos minutos en hacer efecto, en dos horas tendrás a toda la población de Little Falls como una manada de lobos hambrientos. Para la madrugada, todos los pueblos de alrededor estarán contagiados… si no quieres una epidemia a nivel mundial, te aconsejo que des la alarma ya.

—¡No tienes tiempo que perder! —Paris parecía muy alterada—. ¡Esto es serio, Ray!

—Voy ahora mismo —asintió el coronel Thomas—. Quedaos aquí mientras contacto con ellos, ¿de acuerdo? Aquí estáis seguros. Teniente Cooper, comandante Sand, vengan conmigo.

Los dos se dispusieron a seguirlo, pero Hunter notó cómo su amigo le agarraba del brazo.

—¿Quieres hacerme un favor? —le pidió—. Llama a Emma. Avísala, está preparada para cosas como esta… vive sola con su hermana, por lo menos que puedan resistir hasta que lleguen los del CDC. ¿Lo harás? Estoy preocupado.

—Nathan, yo…

—Lo haremos —interrumpió Alexis cogiendo por el brazo a Hunter para sacarlo de la habitación.

Una vez fuera, él se soltó.

—¿Por qué has hecho eso?

—Por ti —replicó ella—, y por tu amigo. No creo que saber que su novia ha sido despedaza por un grupo de soldados lo ayude mucho precisamente.

—¡No hables así! —Hunter se detuvo, cabreado.

—¿Estás furioso conmigo, o contigo mismo porque te sientes responsable de su muerte? —le contestó ella con serenidad.

—¡No os quedéis atrás! —Oyeron gritar al coronel Thomas.

—No tiene por qué saberlo —dijo Alexis finalmente con tono calmado—. Y ahora vamos.

Y dicho aquello, apretó el paso para alcanzar al coronel y Hunter no tuvo más remedio que hacer lo mismo, sin dejar de pensar en las palabras de la chica.

 

8.     Cuarentena

El coronel Thomas iba prácticamente corriendo por los pasillos, mientras notaba la sensación terrible de que el asunto se le había escapado de las manos. Acababa de morir un puñado nada despreciable de gente… sus soldados le daban igual, al fin y al cabo para eso estaban, pero lo de las muertes del cuerpo de policía era otro tema mucho más espinoso. Si llamaba al CDC en Atlanta iba a tener que dar muchas explicaciones y claro, acatar responsabilidades. Eso no le convencía nada. De hecho, se le estaba ocurriendo otra cosa, una medida desesperada y arriesgada, pero menos severa en cuanto a castigo.

Redujo su velocidad hasta que Hunter llegó hasta él y poco después, Alexis, a la que se dirigió.

—Moviliza a todos los soldados disponibles —ordenó sin dudar—. Little Falls está en cuarentena.

—Pero…—empezó Alexis—, ¿no tiene que llamar a Atlanta para eso primero?

—Creo que el asunto es lo bastante grave como para adelantar ese paso, ¿no? —replicó él impaciente—. ¿O acaso no has oído a mi hijo? O nos damos prisa o en un par de horas el pueblo estará lleno de… ansiosos.

Ella lo pensó durante un breve momento para después acabar afirmando.

—Haz sonar la alarma. Que todos se preparen ya y os ponéis en marcha, quiero el pueblo acordonado y vigilado por todas y cada una de sus carreteras —continuó el coronel—. Que nadie salga de aquí, ¿entendido? Pues ve.

Alexis no esperó a que se lo dijeran dos veces y se marchó a dar la alarma para despertar a los soldados que se encontraran dormidos a esas horas. Preparar una cuarentena llevaba tiempo y, al parecer, no tenían demasiado.

Hunter se quedó mirando a su coronel. Llevaban tantos años juntos que había llegado a conocerlo muy, muy bien; ya le parecía que había acatado las órdenes de Nathan demasiado deprisa y sin apenas réplicas.

—No va a telefonear al CDC, ¿verdad? —preguntó de forma cauta.

—Hunter… —El coronel pareció de pronto agotado—. Las cosas no son tan fáciles como parecen. Si los llamo voy a tener que dar muchas explicaciones. Y hacerme responsable de algunas muertes, porque esto ha sido una negligencia… además del tema del virus.

—Pero si fue un encargo del propio gobierno… —musitó, y según fue comprendiendo, el resto de la frase murió en sus labios—, entiendo.

Permanecieron en silencio hasta que Hunter se armó de valor para preguntar de nuevo:

—¿Qué vamos a hacer, coronel?

—Solo podemos decretar la cuarentena y esperar que funcione —repuso éste.

Y con aquella frase, echó de nuevo a caminar. Hunter miró hacia ambos lados del pasillo, dudando unos segundos; algo dentro de sí le decía que no podía permitir aquello, pero por otro lado, lo de desobedecer se le hacía muy difícil. Los soldados jamás cuestionaban lo que les mandaban sus superiores, romper aquello era una barrera complicada de cruzar.

Los soldados de Camp Ripley reaccionaron muy deprisa; se movilizaron al instante y desplegaron todo el equipamiento para bloquear cualquier punto de entrada y salida de Little Falls. Alexis se encargó de comandar la misión, ya que su rango iba inmediatamente detrás del de Hunter y este se había quedado en la base con el coronel. Por un lado se sentía intimidada por tener que actuar sin él, pero… después de la última misión casi se fiaba más de hacerlo ella sola.

En un caso de aislamiento y cuarentena normal, lo lógico sería que hubiera estado la policía, además de personal del CDC, pero los soldados no hicieron observación alguna al respecto. Al igual que le sucedía a Alexis, nunca cuestionaban.

La joven empezó a manejar los equipos con destreza: revisar las calles para comprobar que todo el mundo se metiera en sus casas y ordenar el toque de queda mientras los soldados se colocaban en sitios estratégicos del pueblo. Sin embargo… Alexis sabía que era complicado controlar toda la zona montañosa. Más bien, imposible.

 

—Empiezo a estar harto de esto. —Nathan apartó los papeles de sí y se levantó—. Voy a dar una vuelta y ver si me entero de qué pasa, ¿te vienes?

Paris afirmó; también estaba agotada de leer datos y hacer elucubraciones. Y sinceramente, si el coronel no conseguía detener la propagación del virus, de poco serviría lo que estaban haciendo allí los dos.

El soldado de guardia les permitió abandonar el laboratorio, no sin antes lanzarles una mirada de recelo que ellos ignoraron. Paris necesitaba café, de forma que se acercaron a la máquina más próxima a sacar uno y allí, Nathan hizo un nuevo intento de usar su teléfono móvil.

—Mierda —masculló reprimiendo las ganas de tirarlo contra la pared—. No hay línea. Esto es…

—…angustioso —terminó ella—. Estar aquí encerrados sin saber nada. Lo único bueno que tiene es que en la base estamos seguros. Al menos en teoría.

—Tú lo has dicho. Además, si tuviéramos que quedarnos aquí de forma indefinida, tampoco podríamos aguantar demasiado… la comida se termina, acabaríamos como los que se estrellaron en los Andes.

—Eso ni en broma. —Paris lo siguió hacia las sillas que había al lado de la máquina—. ¿Crees que podremos controlar esto?

—Nosotros no, pero el CDC sí. Si trabajamos con ellos y se mueven rápido, es posible.

—Estoy asustada. Cuando la comandante Sand estaba relatando el ataque que sufrieron se me han puesto los pelos de punta —suspiró Paris bebiendo un sorbo de café—. Pero los análisis que le he hecho al cadáver… Están saliendo negativos, así que no estaba contagiado. ¿Crees que quizá esa chica era más propensa al virus?

Nathan asintió con expresión ausente y entonces pareció despertar.

—¿Qué plantas tenemos? —preguntó.

—¿Plantas?

—¿Tenemos algo de la familia de las solanáceas? —Abandonó su silla para regresar a la puerta del laboratorio, donde casi se echó encima del soldado que custodiaba—. ¡Tú, llama a mi padre y dile que tengo que verlo ya!

—Sí, señor —respondió él cogiendo la radio.

—Nathan, pero, ¿en qué estás pensando? —Paris le siguió al interior, sin entender nada.

—Escopolamina —iba diciendo él mientras revolvía los papeles de la mesa—. Puede que si usamos una parte de esa droga se contrarreste con éxito.

—Escopolamina —repitió Paris mientras lo valoraba—. Lo llaman la droga zombi, la que anula la voluntad de las personas. Usada para robos o violaciones… las víctimas obedecen todas las órdenes sin rechistar y después no recuerdan nada.

—Eso es —asintió Nathan pensativo.

Cuando apareció el coronel Thomas, acompañado de Hunter y con cara de estar ya harto de dar paseos hasta allí. Encontró a su hijo concentrado en revisar notas y a Paris apoyada en la mesa escuchándole disertar.

—¿Qué pasa?

—Quiero una lista de todas las familias de plantas que tengas aquí —pidió Nathan—. Supongo que tendrás esa información.

El coronel pareció desconcertado ante aquella petición, pero afirmó con la cabeza.

—Si, por supuesto, te la conseguiré.

—¿Ya has hablado con el CDC? —Vio cómo asentía—. ¿Y qué han dicho?

—Han decretado la cuarentena y están de camino para hacerla efectiva. —Le apretó el hombro de manera cariñosa para tranquilizarlo—. También avisé a la policía, están todos preparados y bien. En cuanto tenga lo que necesitas te lo hago llegar.

Nathan observó despacio cómo salía del laboratorio. Cuando Hunter pasó por su lado, lo sujetó por el brazo obligándole a detenerse; este estaba convencido de que no había conseguido eliminar su cara de póquer, aún anonadado de la pasmosa facilidad con que mentía Thomas.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—Que me digas la verdad —Nathan no alzó el tono, su padre ya había salido pero de ninguna manera quería que lo oyera—. Lo del apretón fraternal me ha puesto alerta, él nunca, jamás, se comporta de esta manera. Dime que está pasando.

—Nathan… ¡no puedo! Si tú padre se entera me mata.

—¿Es que aún no comprendes que esto no es ninguna broma?

—¿Y tú no comprendes que los asuntos militares son secretos y no puedo airearlos así como así?

—¿Ni siquiera si esto corre peligro de descontrolarse del todo?

Hunter se liberó de su brazo y salió, haciendo un gesto al soldado para que cerrara mientras sus ojos se cruzaban con los de su amigo a través del cristal. Nathan supo que desde ese mismo momento de nuevo volvían a estar confinados allí. Su antiguo amigo se alejaba a grandes zancadas mientras sacaba su radio, que zumbaba.

—¿Teniente Cooper? —la voz de Alexis le llegaba a ratos, víctima de interferencias—. ¡Teniente Cooper, esto es… peor de lo que pensábamos! ¡No tenemos hombres para… la zona de montaña es demasiado…! ¿Teniente? ¿Teniente?

—¡Sand, no te recibo bien! —vociferó Hunter.

—¡Esto es imposible de controlar! ¡Acabamos de perder…no puedo controlarlos, teniente! —la voz de la joven sonaba angustiada y como ruido de fondo oía una ráfaga continua de disparos.

—¡Regresa de forma inmediata a la base, Alexis! ¿Me oyes? ¡Retiraos ya! —Echó a correr, totalmente ofuscado, hasta alcanzar al coronel—. ¡Coronel Thomas! Sand no puede controlarlo, la zona de montaña es tan extensa que no tenemos suficientes hombres para evitar que…

Él le indicó con un gesto que se callara.

—Coronel… —continuó Hunter, sin dejar de jadear.

—Estoy pensando.

—¿No me ha oído? Lo único que he escuchado han sido gritos y disparos. Esto no lo vamos a poder arreglar solos, ni siquiera sé si la comandante Sand va a lograr regresar a la base… ¿me escucha?

—No seas estúpido, ¡no son más que un grupo de soldados contagiados! ¿Me estás diciendo que una base entera no va a poder contra ellos?

—A estas alturas podrían haber infectado a muchas más personas. Ha llegado el momento de pedir ayuda a Atlanta, coronel. Su hijo tenía razón.

—Espere a que regrese la comandante Sand para saber qué ha sucedido realmente —repuso el coronel Thomas, como si no hubiese escuchado nada—. Voy a cortar las comunicaciones y la electricidad del pueblo. No puedo permitir que nada de esto salga en las redes o televisión, al menos no antes de que lo controle.

—Pero, ¿qué demonios…?

No se lo podía creer. Thomas aún creía que era un pequeño incidente aislado que se arreglaría solo y estaba dejando claro que era imposible razonar con él. Si su idea era cortar las comunicaciones y la electricidad… se estaba refiriendo a enviar un pulso electromagnético, algo muy peligroso que debía hacerse con sumo cuidado o en lugar de dejar aislado a Little Falls, lo haría con todas partes. En la base tenían un dron con una bomba PEM, pero era sólo experimental, y en las simulaciones habían llegado a obtener resultados alarmantes: hasta un máximo de dos mil kilómetros de radio desde el punto de origen. Lo cual quería decir que todo EEUU y Canadá podrían quedar arrasados, todos los circuitos eléctricos de cualquier aparato se freirían por culpa de la subida de tensión.

Salió corriendo hacia el hangar, rezando porque Sand hubiera tenido la suerte de escapar y lograra regresar a la base. Empezaba a dolerle la cabeza, no sabía qué hacer, pero no podía dejar que el coronel continuara tomando decisiones de forma unilateral desoyendo cualquier consejo razonable. Estaba tan obsesionado con que su «pequeño proyecto» no saliera a la luz pública que en el intento iba a destruir no solo aquello, sino el resto. Hunter conocía el riesgo de pandemia si aquello se expandía a otros pueblos cercanos. Significaría el fin de todo.

 

Cuando la alarma inundó la base por segunda vez, el soldado de guardia Flemming se incorporó en su silla, inquieto. Cierto era que ya había sonado antes, pero estaba siendo una noche insólita entre tantos paseos del coronel Thomas, soldados corriendo de un lado para otro y tener que custodiar a aquellos dos pobres científicos que llevaban encerrados en el laboratorio ni sabía ya cuántas horas. Y parecía que la acción no terminaba, de lejos escuchó pasos corriendo y ante sus ojos se materializó el teniente coronel Cooper, acompañado de la comandante Sand. Ambos tenían aspecto sudoroso y alarmado, lo que le hizo ponerse en pie.

—¡Tiene que venir con nosotros, soldado Flemming! —exclamó Hunter, moviendo los brazos a toda velocidad—. ¡Es una emergencia!

—¿Emergencia? No puedo dejar mi puesto de guardia, teniente Cooper, y usted lo sabe.

—Yo se lo explicaré —repuso Alexis y cuando él se giró para ver que tenía que decir, le pegó un puñetazo en la cara que lo derribó al suelo, dejándolo inconsciente. Se frotó la mano soltando un juramento—. ¡Joder!

Hunter se agachó, desenganchó las llaves del cinturón del soldado caído y abrió la puerta del laboratorio a toda prisa. Tanto Nathan como Paris advirtieron que algo grave pasaba solo con ver sus caras y fueron hacia ellos.

—No hay tiempo ya —explicó Hunter mirando a su amigo—. La cuarentena ha sido un fracaso, Alexis ha perdido más de la mitad de los hombres que teníamos, y los infectados… Little Falls es un caos, Nathan, y no sabemos qué hacer…

—Consígueme un teléfono —le apremió.

—No puedo. Tu padre ha usado inhibidores de frecuencia para que no pudierais contactar con nadie vía móvil. —Salió del laboratorio prácticamente arrastrándolo del brazo—. Y eso no es lo peor, Nathan, tiene intención de enviar un pulso electromagnético. Ha perdido la cordura, aún cree que puede aislarlo.

—Déjame salir —pidió el pelirrojo—. Intentaré llegar al CDC para ponerlos sobre aviso. Si voy en coche, llegaré  antes de veinticuatro horas.

—¿Tú solo, con lo que hay ahí fuera? No durarías ni un segundo, no tienes preparación para algo así —negó Hunter.

—Tampoco tenemos muchas más opciones —observó Nathan con lógica.

—Yo iré con él —se ofreció Alexis—. Puedo protegerlo, estoy preparada.

Hunter valoró la situación y no tuvo más remedio que aceptar que era una oportunidad.

—Está bien —decidió—. Esto es lo que haremos. —Los miró a los dos—. Sand, te vas con él y te aseguras de que salga de aquí sano y salvo, ¿entiendes? Es muy, muy importante que no le pase nada. Yo trataré de que Thomas entre en razón, si veo que sigue en sus trece cogeré a la doctora Hill y saldremos de aquí pitando, también dirección Atlanta. Teniendo en cuenta las dificultades que pueden surgir por el camino, si no logramos encontrarnos fuera del pueblo, pondremos una ciudad alejada en la que quedar.

—¿Cuál? —preguntó ella.

—¿Davenport? Dentro de tres días. Si llegamos y no estáis os esperamos, si llegáis y no estamos, nos esperáis. En la primera oportunidad que tengáis, el primer teléfono que veáis, llamad al CDC. Y cuando nos encontremos, seguiremos hasta Atlanta juntos, ¿entendido?

Alexis asintió al momento. Nathan no dijo nada, pues aquellos cálculos se le escapaban, solo limitándose a asentir con la cabeza. Lo importante era salir de ahí y hacer algo.

—Nos veremos pronto, amigo —repuso Hunter—. Tened cuidado— añadió, dirigiéndose a Alexis—. ¡Y suerte!

Nathan y Alexis se pusieron en marcha; fueron hacia el hangar y allí consiguieron un coche del que la joven tenía llave. Arrancaron y en seguida estaban fuera de la base; ella tomó dirección a la salida de Little Falls, pero Nathan le puso la mano en el brazo.

—Espera —pidió—, ¿no podemos pasar primero por la casa de Emma?

Alexis no tuvo valor de negarse. Ni de decir la verdad. Solo afirmó con la cabeza y aceleró el coche, tomando la dirección que él le indicaba.

 

Hunter apretó el paso por la base, con Paris corriendo a su lado. Llegó hasta la zona de control y pegó en la puerta, después de comprobar que el coronel Thomas se encontraba dentro hablando por radio y de hacer que Paris se ocultara tras la puerta.

—El soldado de guardia me acaba de informar que mi hijo se ha largado —repuso el coronel cuando asomó la cabeza—. Dice que la comandante Sand le ha atacado y al despertar la sala de laboratorio estaba vacía, ¡maldita sea! Lo necesitamos, a los dos. —Se pasó las manos por el pelo, pensando a toda prisa—. Tráemelo, Hunter.

—¿Coronel?

—Seguro que trata de encontrar un teléfono o algo para avisar al CDC. No quiero que ande por ahí solo con esos infectados… lo quiero de vuelta, a salvo, y a la doctora Hill también. Aunque realmente podríamos apañarnos con uno de los dos, de manera que busca primero a mi hijo. De cualquier modo no llegará muy lejos.

Y regresó al interior de la sala de control, donde un joven soldado esperaba la orden para apretar el botón que enviaría el impulso electromagnético. Hunter echó a correr tras agarrar a Paris del brazo para que lo siguiera.

Por favor, que le diera tiempo a salir, antes de que se cortara todo. Si salían de la base, ya se apañarían como pudieran. Pero fuera, no atrapados en aquel lugar.

 

Alexis conducía el coche a toda velocidad por la carretera, quería llegar cuanto antes a la casa de Emma y salir pitando con la misma prisa. Se asomarían un minuto y, como era obvio, no habría nadie dentro, así que no les llevaría tiempo; después de eso, podrían ponerse en marcha hacia Atlanta.

—¡Por Dios! —murmuró Nathan, después de que pillaran un bache que casi lo hizo sentir que estaba subido en una montaña rusa en lugar de en un automóvil—. ¡Nos vamos a matar!

—No tenemos tiempo que perder…

Y de pronto, mientras ella superaba los límites de velocidad permitidos, todo Little Falls quedó a oscuras; todas las bombillas se iluminaron a la vez, alcanzando su máxima potencia antes de estallar. Se había generado un campo eléctrico que había inducido voltajes muy intensos y rápidos y, como consecuencia, había destruido todos los ordenadores y las comunicaciones. Todos los circuitos eléctricos de cualquier aparato o vehículo, quedaron inutilizados. Pero no solo del pueblo…

Sobrevino un silencio profundo mientras la electricidad llegaba a su fin.

Las luces del panel del coche parpadearon un segundo mientras todo el sistema eléctrico fallaba. Alexis perdió el control del coche, empezó a dar volantazos y finalmente, se estrelló contra un árbol sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Después de aquello, de nuevo sobrevino el silencio.

El silencio de un mundo que acababa de quedar a oscuras, y lleno de monstruos.

SEGUNDA PARTE: DESENCUENTROS

 

1.      Encuentro

Chester Woods, Minnesota. 18 de noviembre.

 

Hunter se incorporó sobresaltado, con el cuchillo de caza en la mano y respirando agitado. Apartó el saco de dormir, que nunca cerraba para poder tener libertad de movimientos. Giró rápidamente, buscando el origen del sonido que le había despertado, pero estaba solo en la atalaya. Se pasó una mano por el pelo, intentando tranquilizarse. Llevaba semanas sin dormir más que unas pocas horas seguidas, y siempre inquieto, así que era normal que de vez en cuando imaginara cosas.

Miró la hora, viendo que aún eran las seis de la mañana. Su reloj se había estropeado con el pulso electromagnético, y le había quitado el que llevaba a un rabioso. Era automático, por lo que tenía que darle cuerda, pero al menos no tenía circuitos electrónicos de los que preocuparse.

Se agachó para echarse a dormir de nuevo, pero entonces le pareció ver algo moverse por el rabillo del ojo, bajo las rocas. Se tumbó con el cuerpo totalmente pegado a la tierra, y se arrastró sigilosamente hasta el borde para asomarse con extremo cuidado. Lo que vio lo sorprendió tanto que casi se cayó del susto.

Una niña recogía flores al pie de las rocas. Hunter no era muy bueno calculando las edades de los niños, pero no le pareció mayor de seis o siete años. Llevaba el pelo rubio recogido en dos coletas, que se balanceaban con los saltitos que daba al caminar. Iba acompañada de un cachorro de pastor alemán, y cantaba una canción infantil como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. La oyó hablarle al perro, pero desde su altura no pudo distinguir las palabras.

—¡Hannah! —llamó una voz de mujer.

La niña se giró en dirección a la voz, y Hunter siguió su mirada. Una mujer joven, rubia como ella, salió de entre los árboles, y fue hasta la niña. La cogió de la mano, hablándole en tono enfadado, y Hunter supuso que estaría riñéndole por alejarse. La niña le entregó las flores, lo que pareció apaciguarla un poco, y se marcharon por donde la mujer había venido, seguidas del cachorro que saltaba a su alrededor como si quisiera jugar con ellas.

Giró y se quedó bocarriba, mirando al cielo con el cuchillo aún entre las manos. Lo apoyó en su pecho, pensando qué hacer. Había visto grupos de gente otras veces, y nunca se había siquiera acercado. Prefería estar solo, no tener que depender de nadie ni que nadie dependiera de él, era mucho más fácil.

Pero, tal y como había estado pensando una y otra vez el día anterior, el invierno se acercaba, y las cosas se pondrían mucho más difíciles. Tenía que buscar la forma de continuar sobreviviendo, y quizá unirse a un grupo era la solución… Aunque fuera solo durante las semanas más duras.

Decidió acercarse a investigar, ver cuántos eran y de qué tipo de gente se trataba. Al fin y al cabo, tampoco tenía nada más que hacer y, aunque al final no le interesaran, era una novedad en su rutina.

Tras comer algo de la carne del día anterior, se vistió y se preparó para irse. Solo pensaba observarlos desde lejos, así que no cogió nada más que lo imprescindible: su cuchillo de caza del ejército, dentro de su funda reglamentaria que se ató a la pierna, y unos pequeños prismáticos que se guardó en uno de los múltiples bolsillos de sus pantalones.

Se asomó por el borde las rocas, escuchando atentamente y mirando a su alrededor para comprobar que no había peligro. Una vez seguro, bajó veloz y siguió la dirección en la que se habían ido la mujer y la niña. Se internó entre los árboles, buscando su rastro y encontrándolo sin ninguna dificultad.

Pocos minutos después, oyó las voces de varias personas. Se acercó con más cuidado aún si cabía, escondiéndose tras un árbol. Pudo ver a varias personas, pero había demasiadas ramas y árboles entre ellos. No quería acercarse más, así que echó un vistazo a los alrededores, hasta encontrar un árbol de ramas gruesas, que esperaba aguantara su peso.

Llegó hasta él ocultándose fácilmente, y subió por las ramas hasta media altura, encontrando una desde la que podía ver el campamento. El camuflaje de su uniforme y las hojas de los árboles impedían que se lo viera desde fuera.

Se tumbó a medias sobre la rama, buscando la postura más cómoda posible para poder estudiar el campamento con tranquilidad, y sacó los prismáticos.

Eran más de los que había imaginado, hacía mucho tiempo que no veía un grupo tan numeroso. Lo cual era, en principio, buena señal, porque eso quería decir que sabían defenderse. Habían instalado las tiendas de campaña cerca de la orilla del lago, junto al pequeño puerto donde aún había varias barcas. Unos cuantos de ellos las estaban examinando. Eso le pareció inteligente, ya que eran un buen medio para escapar si eran atacados, todavía no había visto ninguno de «ellos» que nadara.

Por otro lado, habían hecho una barricada con los bancos de la zona de picnic. En caso de ataque no serviría de nada más que para obstaculizarles un poco el camino, no detenerlos, pero era mejor que nada. Entre todas las personas, un hombre le llamó la atención. Enfocó los prismáticos en él, aumentado el ángulo para verlo mejor, y comprobó que llevaba uniforme militar. Parecía joven, y no tenía galones a la vista, así que tenía toda la pinta de ser un soldado raso. Podía haber robado el uniforme, no sería el primero ni el último en fingir ser un militar, pero su presencia podía explicar sus buenas defensas.

Siguió recorriendo las tiendas de campaña, contando a las personas. Había unas cuarenta, entre las cuales pudo contar hasta cinco niños y al menos tres personas ancianas. Además, varios perros correteaban libremente entre ellos, todos de gran tamaño.

Guardó los prismáticos suspirando. Parecía un grupo fuerte, pero no lo convencían. Demasiados niños y gente mayor. Solo ralentizarían la marcha, y Hunter necesitaba gente a su alrededor como él. Tampoco entendía que tuvieran tantos perros. Había distinguido un par de rottweilers, pero aunque estuvieran entrenados en defensa, no creía que sirvieran de mucho contra «ellos», ni que mereciera la pena malgastar comida en mantenerlos vivos.

Decidió que esperaría a otro grupo, así que con el mismo sigilo con el que había llegado, regresó a su escondite.

Pasó el día sobre la atalaya, observando el cielo por si cambiaba el tiempo, y atento a si alguien del campamento se acercaba.

No fue así, por lo que cuando oscureció se metió en su saco para dormirse esperando que no se quedaran mucho tiempo, no quería tener que estar esquivándolos por el bosque.

 

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