Anxious

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Anxious

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Siguiendo su costumbre, al día siguiente se despertó con las primeras luces del alba. Durante la noche había helado, por lo que lo primero que hizo fue hervir un poco de agua en el fuego para mezclarla con café instantáneo y entrar un poco en calor. Se lo tomó junto con un puñado de galletas, e hizo inventario de las provisiones que le quedaban. Había evitado acercarse a Rochester, era una población demasiado grande y si, como temía, estaban todos infectados, no lo tenía nada fácil para buscar comida. Sin embargo, Eyota solo tenía unos dos mil habitantes y estaba formada en su mayoría por barrios residenciales, así que se acercaría a las afueras y buscaría casa por casa. Esperaba encontrar también alguna armería o tienda de deportes. Aún tenía su arma y unos cuantos cargadores, pero quería una ballesta. De joven había aprendido a utilizarlas, tenía muy buena puntería y en aquellas circunstancias, era la mejor arma que se le ocurría. Las de fuego hacían demasiado ruido y además, tarde o temprano, se quedaría sin munición.

Además, Eyota estaba en dirección contraria al campamento que había investigado el día anterior, así que disminuían las probabilidades de encontrarse con ninguno de ellos.

Con esa idea en mente, preparó su mochila con agua y comida para el día. Comprobó su arma, los cargadores y se guardó el cuchillo en la pierna. Enrolló el saco de dormir y lo escondió bajo unas ramas y piedras junto con el resto de provisiones. No le gustaba dejar tantas cosas atrás, pero para una incursión de ese tipo necesitaba ir ligero de carga para tener toda la libertad de movimientos posible y correr velozmente si se daba el caso.

Sacó el mapa de la zona para ver qué camino era el más rápido, y cuando lo estaba guardando oyó un sonido que no le gustó nada.

Gruñidos, acompañados de respiraciones agitadas.

Se asomó sin hacer ruido, y entonces los vio. Tres de ellos, saliendo de entre los árboles mirando con ansiedad a su alrededor. Eran dos mujeres y un hombre, con las ropas desgarradas y manchados de sangre. Una de las mujeres tenía la cara destrozada, le faltaban trozos de las mejillas, por lo que se veían sus dientes y mandíbula a través de los huecos; a la otra le faltaba un ojo, y el hombre solo tenía un brazo. Se movían en zigzag sin parar, agitándose de vez en cuando como si los recorriera una corriente eléctrica.

Hunter ni siquiera se sintió asqueado o extrañado por su aspecto. Había visto peores, incluso sin piernas, y aun así se movían y atacaban, ajenos al dolor.

Durante unos segundos se planteó si acabar con ellos, pero decidió que no valía la pena correr el riesgo. Esperaría a que se alejaran, y luego se marcharía hacia Eyota tal y como había planeado.

Sin embargo, todos sus planes se fueron al traste unos minutos después. Cuando ya se estaban internando de nuevo en el bosque, se oyó una voz infantil cantando, acercándose.

Hunter se inclinó hacia fuera, sin poder creer su mala suerte. La misma niña del día anterior se había acercado de nuevo a recoger flores. El cachorro iba con ella, pero se quedó parado a mitad de camino, ladrando y mirando hacia la zona donde estaban las tres figuras.

Hunter chistó, intentando que mirara hacia arriba y lo viera, a ver si escalaba, pero no parecía oírlo.

La niña miró al perro, pero en lugar de echar a correr, se quedó paralizada en el sitio. Las dos mujeres y el hombre salieron de nuevo del bosque, atraídos por los ladridos del animal. Por el momento, no parecían haber visto a la niña, pero Hunter sabía que no tardarían en hacerlo. Miró al cielo maldiciendo su mala suerte de nuevo, e hizo exactamente lo contrario a lo que quería hacer: implicarse.

Se quitó la mochila dejándola caer al suelo sin miramientos, y se descolgó por las rocas por el camino más rápido. Cayó de un salto delante de la niña, que al verlo lanzó el grito más agudo que Hunter jamás hubiera oído.

—Pero será posible… —gruñó, llevándose un dedo a los labios—. Calla, niña. ¿No gritas por esos y por mí sí?

La niña se calló, pero fue solo para coger aire y seguir gritando. Hunter se planteó taparle la boca con la mano, pero los contagiados ya se dirigían hacia ellos. El cachorro mordía una de las piernas del hombre, pero éste ni se inmutaba, con su mirada inyectada en sangre fija en ella.

Hunter se interpuso entre ellos y la niña, y sacó su cuchillo para pasar directamente al ataque, sin dejar que se acercaran más. Corrió y saltó sobre un tronco del suelo, cogiendo impulso para caer sobre una de las chicas y clavar el cuchillo en la cabeza. Lo arrancó de su cráneo mientras caía al suelo, y al girarse aprovechó la inercia para degollar a la otra, cortando hasta la tráquea. No era suficiente para pararla, así que la cogió del pelo para inclinarla hacia atrás y usar el lado serrado del cuchillo para terminar de cortar la cabeza. El hombre ya se le estaba echando encima, pero Hunter le clavó el cuchillo a través de una oreja, atravesándole el cerebro, y el contagiado cayó al suelo inerte. Hunter se aseguró de que no se movían, aplastándoles la cabeza con su bota por si acaso, y limpió el cuchillo en la ropa de una de las chicas. Se lo guardó en la funda, mirando a la niña, que seguía emitiendo aquel grito agudo como si la vida le fuera en ello.

Se acercó a ella en dos zancadas, y se agachó para taparle la boca.

—¿Quieres dejar de gritar? —pidió—. Ya están muertos.

La niña miró los cuerpos para asegurarse, y luego a él de nuevo.

—Es que me das miedo —dijo.

—¿Yo? —Los señaló con el dedo—. ¿Y ellos no? Porque si hubieras gritado un poco antes, a lo mejor habría venido alguien a rescatarte, ¿no?

—¡Apártate de ella si no quieres que te vuele la cabeza de un tiro! —ordenó una voz masculina.

Hunter se incorporó lentamente, levantando los brazos y poniéndolos detrás de la cabeza. Al darse la vuelta vio que se trataba del chico con uniforme de soldado, que lo apuntaba con una pistola.

La niña corrió hacia él, escondiéndose detrás de sus piernas, y el cachorro la imitó.

—Hannah, ¿estás bien? —preguntó el chico.

—Sí, pero ese señor me da miedo, me ha asustado.

—Pero vamos a ver —interrumpió Hunter—, ¿quieres mirar ahí, soldado? –Señaló a los cuerpos—. A esos deberías haber estado apuntando hace cinco minutos, no a mí.

El chico miró los cadáveres, y luego a él, pero se quedó indeciso, sin saber si dejar de apuntarlo o no. Hunter se preguntó qué aspecto tendría, para causar esa reacción en la niña y en el soldado. Se acercó un par de pasos, y el chico bajó un poco el arma, mirando su uniforme. Reconoció los galones, pero el anagrama de la calavera de toro roja le era desconocida.

—¿Señor? —Preguntó.

—Teniente coronel Hunter Cooper. —Extendió la mano—.

El chico se la estrechó, pareciendo aliviado, y Hunter aprovechó para cogérsela con fuerza. Tiró del brazo hacia él, girándoselo a la espalda e inmovilizandolo. Le quitó el arma antes de que se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, y lo empujó alejándolo de él para apuntar.

—Nombre y rango —exigió.

—Erik Lothbrook —contestó él, levantando las manos—. Soldado raso. Señor, yo…

Hunter sacó de dentro de su camisa las placas militares de identificación que llevaba colgadas al cuello, mostrándoselas e indicándole con la pistola que se acercara para poder leerlas. Erik obedeció sin bajar las manos.

—Muéstrame las tuyas —ordenó Hunter.

Erik las sacó también. Hunter apoyó el cañón de la pistola en su sien, y las leyó rápidamente.

—Número de identificación —pidió.

—467854, señor.

—Tipo de sangre.

—A positivo, señor.

Hunter le había estado mirando a los ojos mientras contestaba. Podía haber robado el uniforme y las placas, pero le pareció que no mentía. Bajó el arma, dándole la vuelta para entregársela por la culata. Erik la cogió, mirándolo sin saber qué esperar.

—Nunca te fíes de quien te encuentres estos días, soldado Lothbrook. Cualquiera puede tener un uniforme y un arma.

—Sí, señor —Hunter se giró para alejarse, pero Erik lo cogió de un brazo para que no lo hiciera—. ¿Teniente?

Hunter miró su brazo, y luego a él. Erik apartó la mano rápidamente, y retrocedió un paso.

—Teniente —repitió, tragando saliva—. Tenemos un campamento cerca de aquí.

—Lo sé.

—Ah. —Parpadeó, sorprendido—. Bueno, yo… Si quiere venir será bienvenido. Tenemos armas, provisiones… Cualquier ayuda nos vendrá bien.

—Estoy bien solo, gracias.

De pronto notó un peso en la pierna, y miró hacia abajo. La niña se le había agarrado como un mono, rodeándolo con brazos y piernas.

—¿Pero se puede saber qué haces?

—Tienes que venir con nosotros —dijo ella—. Cuando le cuente a mi mamá que me ha salvado un señor raro, no me va a creer. Tiene que verte.

—Lo primero, no soy raro —respondió él, intentando quitársela sin hacerle daño—. Lo segundo, me gustaría recuperar mi pierna para poder irme, así que suéltame.

—No.

—Perdona, ¿qué has dicho?

—Que no. —Negó con la cabeza con determinación—.Ene-O. No. —Sonrió orgullosa—. Lo he deletreado bien, ¿verdad? Me ha enseñado mi mamá.

Hunter miró a Erik en busca de ayuda, pero éste se limitó a encogerse de hombros. Intentó soltarse de nuevo, pero Hannah parecía una lapa, así que suspiró resignado.

—Está bien —se rindió—. ¿Puedo al menos recoger mis cosas?

—Vale, pero no hagas trampas. No pienso moverme de aquí.

Se soltó mirándolo con desconfianza, y ella y Erik se quedaron al pie de la atalaya para esperarlo.

Hunter recogió sus pertenencias en unos minutos, y echó tierra en los agujeros del fuego para apagarlo. No estaba convencido de estar tomando la mejor decisión, pero quizá consiguiera algunas provisiones con su ayuda y se podría marchar en unos días.

Cuando se estaban acercando a las barricadas, la mujer rubia que se había llevado a Hannah el día anterior corrió hacia ellos para abrazarla.

—Dios mío, Hannah. —La besó en la cara—. ¿Cuántas veces te he dicho que no debes alejarte? —Se incorporó con ella en brazos—. Gracias, Erik

—No me las des a mí, ha sido él. —Señaló con la cabeza a Hunter.

—Sí, mami —corroboró Hannah—. El señor raro me ha salvado.

«Y dale con lo de raro», pensó Hunter.

Antes de que pudiera decir nada, la mujer lo estaba abrazando con lágrimas en los ojos.

—Muchísimas gracias, señor, gracias —decía—. No sé cómo agradecérselo.

Hunter la apartó suave pero firmemente.

—La próxima vez no estaré ahí para salvarla, así que a ver si la vigila mejor.

Ella afirmó, intimidada ante su tono.

—Sí, claro, sí, tiene razón. Lo siento.

Se alejó con la niña, y el cachorro las siguió correteando. Hunter se cruzó de brazos, mirando a su alrededor con el ceño fruncido.

Había varias personas vigilando, pero no debían ser muy buenos haciéndolo cuando una niña pequeña se había escapado tan fácilmente no una, sino dos veces por lo menos. Las tiendas estaban demasiado desperdigadas para su gusto, y aunque había gente haciendo diferentes cosas, también vio unos cuantos sentados o tumbados. Por no hablar de los perros, que correteaban por el campamento libremente. Hunter los señaló con el dedo.

—¿Cuántos tenéis de esos? —preguntó.

—¿Rottweilers?

—Perros.

—Unos diez.

—¿Diez? —Movió la cabeza, incrédulo—. ¿Cómo tenéis organizadas las guardias? ¿Y el reparto de tareas?

—Bueno, yo realmente no me encargo de eso.

—¿No los diriges tú?

—¿Yo? —Se rio—. ¡Qué va!

Hunter suspiró fastidiado. Qué pérdida de tiempo.

—Pero tenéis un líder, ¿no? ¿O vais en plan anarquía?

—No, no, claro, estamos organizados.

—Pues llévame con él, anda, no sé a qué estás esperando.

—Es que en realidad…

—Hola, Erik. —Saludó una voz femenina tras ellos—. ¿No vas a presentarnos?

Ambos se giraron hacia la voz. Era una chica joven, no muy alta, de pelo moreno recogido en una coleta y ojos color verde. Hunter la descartó en dos segundos, ignorándola.

Erik carraspeó, incómodo.

—Rachel, él es el teniente coronel Hunter Cooper. Señor, ella es Rachel Portman.

—Encantada de conocerte, Hunter —dijo ella, extendiendo la mano—. Tú debes ser el señor raro del que me ha hablado Hannah.

—Primero, no soy raro —replicó él, ignorando su mano—. Segundo, no es Hunter, sino teniente Cooper.

—Ya. —Ella se cruzó de brazos, retrocediendo un paso y mirándolo de arriba abajo—. Pues en ese caso, tengamos las cosas claras desde el principio. Primero, soy la doctora Portman, teniente. Segundo, yo llevo las cosas aquí, así que vaya rebajando el tono. Y tercero, dese una ducha y aféitese, y cuando tenga un aspecto más presentable, veré si tengo tiempo de hablar con usted para decidir si puede quedarse. Erik, encárgate de darle jabón y ropa limpia.

Con esas contundentes palabras, se alejó sin dar opción a réplica. Hunter había abierto la boca para hablar, pero la cerró pensando que se había quedado con cara de tonto.

—¿Eso iba en serio? —preguntó.

—Sí, totalmente —contestó Erik—. Le traeré todo, de momento tenemos de sobra, y luego hablaré con ella. Si no le hacemos caso, es capaz de ordenarme que lo eche, señor. Tiene mucho carácter.

Hunter le lanzó una mirada de «me gustaría verte intentarlo», pero no dijo nada y lo siguió hasta una tienda algo más grande que el resto, donde habían pintado con spray «Almacén». Esperó fuera mientras Erik entraba para salir unos minutos después con algunas prendas de ropa, jabón y una toalla. Todo estaba nuevo, sin usar.

—¿De dónde lo habéis sacado? —Preguntó.

—Una tienda en Elgin, es el último sitio por el que hemos pasado antes de llegar aquí. ¿Qué talla tiene de pie? —Hunter se lo dijo, y Erik buscó unas deportivas, que él cogió sin mucho entusiasmo—. ¿Necesita algo para afeitarse?

—No, me arreglaré con esto. Aunque un espejo no me vendría mal.

—Sí, claro.

Entró en otra tienda, más pequeña y sin marcar, y le entregó un espejo no muy grande. Justo se vería la cara, pero no necesitaba más, y tenía una cuerda para poder colgarlo.

—Esta es mi tienda —explicó Erik.

—Luego te lo devuelvo.

—Hemos delimitado aquella zona para el baño —Señaló hacia el lago—. Detrás de aquellas rocas, para dar un poco de intimidad.

—De acuerdo.

—¿Necesita algo más?

—No lo creo.

—Iré a hablar con Rachel y luego vengo a buscarlo.

Se llevó la mano a la frente poniéndose firme, y Hunter le devolvió el saludo por inercia, dándose cuenta del tiempo que había pasado desde la última vez que lo había hecho. Apartó rápidamente esos pensamientos de su mente, como siempre, y se fue a la zona del lago que le había indicado Erik.

Colgó el espejo de una rama de un árbol, y entonces se vio. No pudo evitar hacer una mueca, ni él mismo se habría reconocido. Ahora entendía por qué la niña se había asustado al verlo. Tenía el pelo totalmente despeinado, lleno de tierra y barro, ni siquiera se podía distinguir si era rubio o moreno. La barba le había crecido descuidada durante aquellos dos meses, y aunque había limpiado la ropa con agua, tenía manchas oscuras de sangre por todas partes. El jabón había sido su última preocupación en aquellas semanas, y no quiso pararse a pensar cómo debía oler…

Así que directamente se quitó toda la ropa que llevaba puesta, sacó la que tenía en la mochila y lo primero que hizo fue lavarla, frotándola contra una piedra para quitar bien las manchas. Dejó las botas para después, y se metió en el agua para frotarse con fuerza todo el cuerpo y el pelo, buceando para enjuagarse. El agua estaba bastante fría por la época del año en que estaban, pero no le importó. Durante un rato no pensó en nada de lo que ocurría a su alrededor, no miró a los lados cada segundo esperando ser atacado, y cuando salió del agua se encontraba con más energía que antes.

Se puso unos boxers, y se miró críticamente en el espejo. Tendría que cortarse el pelo, le había crecido demasiado para su gusto, pero de eso se preocuparía más tarde. Lo primero era librarse de aquella barba.

 

Tras hablar con Erik, Rachel se había calmado bastante. Normalmente no era tan brusca, pero había estado discutiendo con uno de los miembros del grupo sobre qué hacer a continuación, y lo último que necesitaba era otro gallito en el corral creando fisuras en el campamento. Decidió que iría a hablar con el nuevo y darle una oportunidad, un militar de su rango era un activo importante. Erik apenas tenía experiencia, y ella necesitaba ayuda, aunque no le gustara admitirlo.

Cogió aire para infundirse valor, preparándose por si le esperaba un enfrentamiento, y se dirigió hacia la orilla del lago. Por el camino, pasó junto a una pareja que estaba sentada en el suelo. Él tenía el pelo negro, cortado de forma desenfadada. Tenía los ojos grandes y muy azules, y rostro aniñado que le hacía parecer más joven de lo que realmente era. Ella hacía poco que había cumplido la mayoría de edad. Tenía el pelo teñido de morado, aunque ya se le empezaban a ver las raíces rubias. Estaba masajeándole los hombros mientras él le indicaba por dónde apretar más.

—¿No tenéis nada que hacer? —preguntó Rachel, sabiendo la respuesta de antemano.

—No me estreses, R —contestó él.

—Sí, no le estreses —repitió ella—. Está muy cansado.

—Oye, R, ¿quién ese? —preguntó el chico, señalando con la cabeza hacia el lago. Se podía ver a Hunter, con su cuchillo de caza en la mano pasándoselo por la cara—. ¿Qué es, más duro que las piedras? ¿No tiene cuchillas para afeitarse como una persona normal?

Rachel iba a contestar, pero se lo pensó mejor y se alejó, hablar con ellos era una pérdida de tiempo total y absoluta. Según se iba acercando, comenzó a tener una mejor visión de Hunter. Efectivamente, estaba usando su cuchillo para afeitarse, solo se había echado jabón para ablandar la barba. Cuando llegó a su lado, ya estaba secándose la cara con una toalla. Se la echó al hombro, y ella se quedó parada a un par de metros, sin poder creer que fuera la misma persona que había conocido un par de horas antes.

Erik había acertado con la talla de ropa que le había entregado, porque los pantalones vaqueros que se había puesto le quedaban perfectos. Aún no se había puesto nada más, así que pudo comprobar que estaba más que en forma y dedujo que seguramente seguiría entrenando con disciplina militar para poder sobrevivir.

Al verla, Hunter se puso una camiseta y se quedó mirándola, esperando a que terminara de acercarse. Rachel tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para mantenerse impasible. Con algunos mechones de pelo rubio cayéndole sobre la frente, aún húmedos, y sin barba que ocultara su rostro, Hunter era mucho más atractivo de lo que había esperado. Tampoco se había esperado mucho, pensó, pero es que aquellos ojos azules volverían loca a cualquiera…

—¿Viene a por el segundo asalto, doctora Portman? —preguntó él, colgándose las placas identificativas del cuello.

Aquella frase la hizo descender de forma brusca, así que adoptó su mejor expresión seria, y se paró frente a él, elevando la vista para hablar.

—No, no creo que lo adecuado sea discutir —contestó—. ¿Qué tal si empezamos de cero y hablamos un rato?

—De acuerdo. —Él pareció sorprendido, y se pasó una mano por el pelo—. No tendrá unas tijeras, ¿verdad? Quería cortarme el pelo también.

—Lo haré yo mientras hablamos.

De nuevo, Hunter se sorprendió por la oferta, pero no protestó, así que Rachel fue a coger unas tijeras y regresó al lago. Le señaló una roca, donde Hunter se sentó obediente.

Rachel le puso una toalla sobre los hombros, y le pasó la mano por el pelo para desenredarlo. Hunter se puso tenso, aquel gesto inocente le había hecho estremecerse, y supuso que era por el tiempo que había pasado desde que había tenido contacto con cualquier otro ser humano.

—¿Cómo de corto? —preguntó ella.

—Muy corto.

—De acuerdo. —Empezó a coger mechones y cortar hábilmente—. Así que es teniente coronel. ¿Dónde estaba destinado?

—Preferiría no hablar de ese tema.

—Vale, pero entenderá que necesito saber algo sobre usted antes de decidir si puede quedarse con nosotros o no.

—A lo mejor el que decide si quiere quedarse o no soy yo. —Ella le pegó un tirón en el pelo—. Eh, cuidado.

—Perdón —el tono indicaba que no lo sentía en absoluto—. Si la conversación va a seguir así, no vamos a llegar a ninguna parte. Somos un grupo bastante bien avenido, no estamos cerrados a nadie, pero hemos tenido un par de experiencias con extraños… Que digamos no han acabado muy bien.

—Ya. Yo he estado solo bastante tiempo, así que tampoco es que me hagáis excesiva falta.

Eso le valió otro tirón, pero no protestó.

—En ese caso, ¿por qué ha venido? ¿Se ha dado cuenta de que el invierno se acerca, y que será más difícil sobrevivir solo?

Hunter no contestó, aunque con esa pregunta le estaba demostrando que tenía visión de futuro. Si era ella quien llevaba el grupo, tenía que ser inteligente, así que decidió ponerla a prueba para ver si había sido todo fruto de la casualidad o si realmente valía para liderar y organizar.

—Ya que se supone que es la jefa, ¿podría contestarme algunas preguntas?

—Depende. —Le movió el pelo, comprobando el corte—. Dispare.

—Erik me ha dicho que hay como diez perros. ¿Por qué? ¿Tanta comida tienen que les sobra?

—Bueno… Realmente son más útiles que algunas de las personas que tenemos, ellos por los menos nos avisan cuando se acerca algún rabioso.

—¿Los avisan? ¿Qué quiere decir?

—No sé. —Se encogió de hombros—. Parece que los huelen, o algo. Se ponen muy nerviosos cuando hay alguno cerca, y ladran enseguida. Y esa… gente o lo que sea, no les hace mucho caso, así que…

—Entiendo. —Eso era nuevo para él, pero si era cierto, como defensa serían muy útiles—. ¿Ha dicho rabioso? ¿Es así como los llaman?

—No sé quién empezó a llamarlos así, pero es lo que parecen. Como si tuvieran la rabia o algo así. ¿Usted cómo los llama?

—Al principio contagiados… Pero realmente tampoco pienso en ellos de ninguna manera.

—Ya, todos hemos visto también lo rápido que… Pueden contagiar lo que sea que tengan.

—En fin, da igual. ¿Organiza usted las guardias?

—Con ayuda de Erik, es el único con algo de formación militar por aquí—.Suspiró—.Pero es muy joven, solo tiene veintitrés años, y a veces… Veo que todo esto es demasiado para él.

—¿Y cómo ha llegado a dirigirlos usted? No parece mucho mayor que él.

—Gracias por la parte que me toca. —Se puso frente a él, para hacerle cortes en el pelo por delante—. Pero le llevo diez años, así que… Yo dirigía un hospital, supongo que estoy acostumbrada a mandar, y la gente necesitaba seguir a alguien. No me quedó otro remedio. —Le quitó la toalla y la sacudió, retrocediendo para mirarlo críticamente—. Ya está. Si le parece, pase el día y la noche con nosotros, y hablamos de nuevo por la mañana. Al final, todo se resume en tener confianza mutua. Usted no puede demostrarme que realmente es quien dice ser, ni yo tampoco. Así que o confiamos, y se queda acatando nuestras reglas, o no confiamos y hago que lo echen o se marcha usted. Es simple. —Le devolvió la toalla con una sonrisa encantadora, que le marcaba hoyuelos en las mejillas—. Espero que le guste el corte.

Con esas palabras, se dio la vuelta para marcharse. Hunter cogió el espejo rápidamente, mosqueado, y frunció el ceño al verse. No se lo había cortado como él había esperado, sino que se lo había dejado por arriba algo más largo, dándole un aspecto más joven y para nada militar.

—¡Esto no es lo que yo quería! —Gritó, hacia ella.

Rachel agitó la mano en el aire, en señal de despedida.

—No se puede tener todo lo que se quiere, teniente.

Hunter no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria ni lo retaran de esa forma, así que por una vez en su vida, se quedó sin saber qué contestar.

 

 

2.     El grupo

Mientras esperaba que se secara su ropa, Hunter decidió dar una vuelta por el campamento para hacerse una idea mejor de cómo estaban organizados. Enseguida se dio cuenta de que había varios hombres observando sus movimientos, pero no le extrañó. Si él estuviera en el lugar de Rachel, su primera orden hubiera sido vigilar de cerca al desconocido, así que no le dio importancia.

El campamento estaba montando diferenciando la zona de tiendas personales de las comunes, todas ellas marcadas con spray de color por fuera para saber qué contenían. Lo habían montado todo alrededor de una cabaña de información del parque, marcada como «Centro». Dentro se encontraba Rachel reunida con varias personas.

La distribución le pareció adecuada, no encontró pegas al respecto, pero sí en cuanto a la gente. Una cosa era que hubiera turnos para que la gente descansara, pero hubo varias personas que le pareció que no tenían nada que hacer.

Buscó directamente a Erik, para ver qué información podía sacar, utilizando como excusa sus botas. Lo encontró en la zona de picnic, ocupado revisando cómo se repartían las raciones de comida del día. Al verlo lo saludó, y Hunter lo imitó.

—Descanse, soldado. —Erik obedeció—. No quiero molestarte mientras trabajas.

—No hay problema, ya he acabado aquí. —Miró la hora—. No tengo guardia hasta dentro de un rato. ¿Qué necesita?

—Un cepillo, para mis botas. Quiero limpiarlas también. —Señaló su muñeca—. ¿De dónde lo has sacado?

—Tuvimos suerte, casi todos tenemos. Al poco de ponernos en camino, pasamos por una joyería que habían desvalijado. Estos relojes son tan viejos que probablemente los ladrones pensaron que no servían para nada. Pero son los únicos que funcionaban, después de… Lo que fuera que pasó.

—Entiendo. —No quería seguir hablando de ese tema, así que volvió al inicial—. ¿El cepillo?

—Sí, claro, sígame. —De nuevo lo llevó hasta su tienda, y le entregó un cepillo de cerdas duras. — ¿Qué tal con Rachel? ¿Dejará que se quede con nosotros?

Hunter reprimió una sonrisa, tras los comentarios de Rachel había estado esperando algún tipo de pregunta así. Erik parecía deseoso de quitarse responsabilidad de encima.

—¿Qué tal si me acompañas y hablamos un rato? —le preguntó.

—Claro, señor.

Lo siguió hasta la orilla del lago, donde se sentaron en unas rocas. Hunter comenzó a cepillar sus botas, preguntándole por su vida antes de todo aquello. Quería ganarse su confianza, si le preguntaba directamente sobre el campamento Erik podía ponerse a la defensiva.

Tras un rato de conversación, Erik fue a buscar un par de raciones de comida, y para entonces Hunter ya tenía casi toda la información que necesitaba.

En general, parecía que se las estaban arreglando bien y el sistema que habían establecido funcionaba, pero había algunas voces discordantes. Gracias a Erik sabía sus nombres, así que los buscaría para conocer su opinión.

Por otro lado, también había unos cuantos que no colaboraban demasiado… Pero eso, si se quedaba, tenía fácil solución. Él se encargaría de ponerlos firmes.

Erik se tuvo que marchar a ayudar a Rachel, así que Hunter fue a comprobar si su ropa se había secado. No se sentía cómodo con los vaqueros y las deportivas, prefería llevar su uniforme y además, sabía que con ropa militar infundía más respeto.

Se vistió de nuevo con su ropa militar, recogió el resto y lo guardó todo en la tienda de Erik, quien se la había ofrecido para pasar la noche, ya que él tenía guardia nocturna. No había dado ni dos pasos, cuando un hombre se interpuso en su camino. Era de complexión más bien rechoncha, algo mayor que él aunque más bajo, y totalmente calvo. Le dedicó una sonrisa tan falsa que Hunter se puso de inmediato en guardia.

—¿Qué tal? —dijo el hombre, saludándolo militarmente—. Soy Arthur Payne. Eres nuevo, ¿no?

«Pregunta absurda», pensó Hunter. «Ni que fueran cientos en el campamento».

No le devolvió el saludo, limitándose a asentir con la cabeza. A Arthur no pareció importarle, con su sonrisa aún puesta en la cara. Era uno de los nombres de la lista que Hunter había obtenido de Erik.

—¿Esos galones de qué son? —siguió preguntando Arthur—. ¿Capitán?

—Teniente coronel.

—¡Mejor aún! Es estupendo. Te quedarás con nosotros, ¿verdad?

—Aún no lo sé.

—Ah, no, pero tienes que quedarte, necesitamos a alguien como tú. —Le palmeó un hombro de forma amigable, sin darse cuenta de que Hunter se apartaba ligeramente—. Verás, sé que ya has conocido a esa doctorucha, no me digas que te dejarías mandar por una niñata como ella.

—No parece que lo esté haciendo tan mal.

—Hombre, no me malinterpretes, seguro que tiene muchas cualidades. —Le guiñó un ojo—. Pero yo era alcalde de Cannon Falls, lo haría mejor seguro.

—¿Sí? ¿Y cómo lo hizo en Cannon Falls? ¿Salvó a mucha gente?

Aquello lo pilló totalmente desprevenido, tal y como Hunter había esperado. No le había gustado nada el tono de superioridad con el que estaba hablando, así que decidió que no le dedicaría más tiempo, ya tenía claro por qué daba problemas. Nunca le habían gustado los políticos, y Arthur Payne era solo otro ejemplo más.

Lo dejó con la palabra en la boca, y se metió entre las tiendas, observando a la gente y esperando al siguiente. Visto lo visto, no tendría que buscar, ellos irían a él.

En efecto, no habían pasado ni quince minutos cuando otro hombre se le acercó. Este era más o menos de su edad, iba impecablemente peinado y vestido, y andaba despreocupado con las manos en los bolsillos, como si estuviera de paseo en lugar de en un campamento intentando sobrevivir.

«El guapito del barrio», pensó Hunter.

—Hola, soy Phil Dempsey —saludó, sonriente como Arthur—. Ya me han hablado de ti. Hunter, ¿no?

—Teniente coronel Hunter Cooper.

—Eso he dicho, ¿no? —Sacudió la cabeza—. Bueno, es igual. Ya me ha dicho Arthur que ha hablado un poco contigo.

—Podría decirse así.

—Ya. Es que mira, este sitio está muy bien y todo lo que tú quieras, pero necesita un cambio de dirección, y tú nos vendrías muy bien.

—Me gusta ir por libre.

—No, claro, claro, te dejaríamos hacer lo que quisieras, faltaría más. Solo necesitaríamos que alguien como tú nos apoyara, alguien que imponga.

—¿Apoyaros a qué?

—A quitar a Rachel de la ecuación. En serio, ¿tú la has visto? —Señaló con la cabeza la tienda de enfermería, donde ella se encontraba con varias personas—. No es más que una tía, y ni siquiera de las más buenas de por aquí. No sirve nada más que para un polvo rápido. Aunque le gusta hacerse la dura, no te creas. Llevo detrás de ella desde que la conozco, pero nada. A este paso voy a tener que drogarla o algo para poder tirármela.

Se rio como si fuera el chiste más gracioso del mundo, sin darse cuenta de que se estaba librando de un puñetazo en la cara por los pelos. Hunter apretó los puños, haciendo acopio del poco autocontrol que le quedaba y que se le estaba agotando por momentos.

—Esta conversación se ha terminado —sentenció.

Y se marchó, dejándolo con la misma cara de pasmo que a Arthur. Ya le había quedado claro lo que estaba pasando allí. Rachel probablemente no era perfecta, pero si aquellos dos eran la voz cantante de los que estaban en su contra, nunca se pondría de su parte. Él se guiaba por hechos objetivos, y si Rachel había conseguido lidiar con ellos hasta entonces, tenía más mérito aún del que le había dado en un principio. Tener a dos machistas babosos detrás que pensaban que solo servía para una cosa debería haber acabado con su paciencia. Y, sin embargo, aún permitía que estuvieran en el grupo. Si por él fuera, los dejaría en medio del bosque a la menor oportunidad.

Lo que le llevó a la pareja que había visto aquella mañana tumbada. Los buscó con la mirada, y no se sorprendió al verlos en el mismo sitio. Él estaba tirado en el suelo, sin camiseta y con gafas oscuras, como si estuviera tomando el sol. Ella estaba sentada a su lado, cosiendo una prenda de ropa.

Hunter golpeó un pie del chico con su bota para llamar su atención, y ella se levantó inmediatamente, haciendo aspavientos con los brazos.

—¿Estás loco? —gritó—. ¿No ves que está durmiendo?

—¿Y tú qué eres? ¿Su guardaespaldas?

—¡No, soy su fan!

Aquel debía ser el día de quedarse sin palabras, porque Hunter había esperado cualquier respuesta menos esa. Tenía que haber oído mal.

—Perdona —dijo—. ¿Qué has dicho?

—Que soy su fan. —Lo señaló—. ¿Pero no ves quién es? ¿No lo conoces?

Hunter lo examinó de arriba abajo. Le recordaba a los típicos ídolos de adolescentes guapitos, pero no le sonaba de nada.

—¿Debería? —preguntó.

—¡Es Jared Jacobs! —Hunter ni se inmutó—. ¡J.J! —Ninguna reacción. Ella estiró la camiseta que llevaba puesta, para que Hunter viera la foto impresa en ella. Era el chico, con cara mística y una guitarra en los brazos—. ¡Es imposible que no lo conozcas!

—Tranquila, Margorie, tranquila —dijo el chico, levantándose y palmeándole la espalda cariñosamente para tranquilizarla—. Discúlpala, es que es la presidenta de mi club de fans y a veces se deja llevar por la emoción.

—No hace falta que lo jures.

Si no la hubiera oído hablar, habría pensado que estaba contagiada. La chica movía la cabeza incrédula, hablando para sí como si fuera imposible de creer que hubiera alguien en el mundo que no supiera quién era aquel tal Jared Jacobs.

—Seguro que has oído alguna canción mía, aunque ahora no te acuerdes —siguió el chico.

—Lo dudo mucho.

—Bah, no importa. Ya te cantaré algo y no te preocupes, no te cobraré.

—¿Pero esto es en serio? —Señaló a la chica—. ¿Es la presidenta de tu club de fans? ¿No es una forma de hablar?

—Claro. —Lo miró como si estuviera loco—. Todo esto nos pilló en medio de un meet & greet, así que… —Se rio, divertido—. ¡Es el meet & greet más largo de la historia!

Hunter estaba tan sorprendido que casi había olvidado por qué se había acercado a ellos. Le parecía todo tan surrealista, que estuvo a punto de pellizcarse por si estaba soñando. O teniendo una pesadilla, más bien. Se pasó una mano por la cara, intentando aclarar sus ideas.

—De acuerdo, dejemos eso por un momento —dijo—. Os he estado observando, y no os he visto hacer ninguna guardia ni nada, ¿no tenéis ninguna tarea asignada?

—¡¿Pero estás sordo!? —gritó Margorie—. ¡Es Jared Jacobs! ¡No puede trabajar!

Se lanzó hacia adelante como si fuera a pegarle, pero Jared la retuvo cogiéndola por los brazos.

—Shhhhh, tranquila, tranquila —dijo, en tono suave.

—¿Está bien? Parece que le va a dar un ataque.

—Es un poco impulsiva, pero tranquilo, no te hará daño. Rachel sabe que no estoy acostumbrado a hacer esfuerzos, así que prefiero no molestar.

—Ya. —Estaba alucinando, pero decidió dejarlos en paz por el momento. Parecía que la chica empezaba a hiperventilar, así que no quería ser responsable de que le ocurriera nada—. Bueno, os dejaré solos. —Levantó las manos en un gesto pacificador—. Tranquila, eh, Margorie. Ya me marcho.

Se alejó rápidamente, preguntándose cuántos locos más se encontraría en el campamento. Por suerte, no fue así. Conoció a unas cuantas personas más, pero ninguno con ínfulas de poder ni comportamientos extraños, así que cuando anocheció se dirigió hacia la tienda de aprovisionamiento para que le dieran su ración.

Rachel estaba sentada con un grupo de gente en unas mesas de picnic, y le hizo gestos para que se sentara con ellos. Hunter dudó unos segundos, pero acabó acercándose y sentándose junto a ella. En la misma mesa estaba Hannah con la mujer rubia y un chico.

La niña lo miró abriendo los ojos con asombro.

—¿Eres el hombre raro? —preguntó, incrédula—. ¡Pero si antes eras muy feo!

—Cariño, eso no se dice —intervino la mujer, enrojeciendo—. Discúlpela, por favor.

—No pasa nada.

—Esta mañana no nos han presentado. Soy Amy Roberts, la madre de Hannah. —Señaló al chico a su lado—. Y este es mi marido, Jake.

—Es un placer conocerlo, teniente —dijo él, incorporándose para extender su mano—. Muchísimas gracias por salvar a nuestra hija, Erik nos lo ha contado todo. Tendremos más cuidado, se lo prometo.

Hunter le estrechó la mano, aceptando con ese gesto su disculpa. Solo esperaba que cumpliera su promesa.

—¿Qué tal su día? —preguntó Rachel—. ¿Ha sido productivo, teniente?

—Bastante. Confuso, también.

Ella rio, moviendo la cabeza.

—Eso quiere decir que ha conocido a J.J. y a Margorie —La mesa se llenó de risas y miradas divertidas—. O mejor dicho… —Hizo un gesto con las manos como si estuviera enmarcando algo—. Su ilustrísima Jared Jacobs y su fan número uno.

—¿Siempre han sido así?

—Y peor. Ahora por lo menos hablan con el resto, al principio éramos demasiado poco importantes.

—Pero tendrían que colaborar con los demás.

—¿Cree que no lo he intentado? No puedo preocuparme por si ayudan o no, tengo demasiadas cosas que hacer… —Lo miró, entrecerrando los ojos—. Pero si se queda, me gustaría verlo intentarlo.

—¿Me está retando, doctora?

—Si lo estuviera haciendo, ¿lo aceptaría?

La mesa se quedó en silencio esperando la respuesta de Hunter. Él le sostuvo la mirada, distraído momentáneamente por el color verde claro de sus ojos, pero se recompuso rápidamente.

—Lo pensaré —contestó, regresando su atención a la comida.

Los demás comenzaron a hacer comentarios entre ellos, y él se quedó escuchándolos sin participar más, pensando en qué decisión tomar.

 

Tras unas horas dando vueltas intranquilo dentro de la tienda de Erik, Hunter dejó por imposible intentar dormir y salió al exterior. Después de tantas noches durmiendo prácticamente a la intemperie, el espacio se le antojaba demasiado pequeño y agobiante. Además, aunque sabía que había vigilancia, no podía evitar la costumbre de tener que ver todo a su alrededor para poder controlar si se acercaba algo o alguien. Y, para colmo, su mente no paraba de dar vueltas a todo lo sucedido el día anterior y no era capaz de tomar una decisión.

Recorrió la entrada, saludando a Erik al verlo, y comprobando que había el doble de guardias que durante el día, todos ellos despiertos. En eso, por lo menos, estaban bien cubiertos.

Paseó entre las tiendas donde dormía la gente, y ya se estaba alejando hacia el lago cuando vio tres figuras medio escondidas tras la tienda de aprovisionamiento. Pensó que quizá estuvieran intentando robar, así que se acercó con cuidado de que no le vieran.

Cuando llegó a su altura, los reconoció. Eran Arthur y Phil, acompañados de otro hombre. Le había visto el día anterior por el campamento, pero no había llegado a hablar con él. Era más alto y corpulento que ellos, pero estaba de espaldas y no pudo ver su cara.

Los oyó murmurar entre sí, pero no pudo distinguir lo que decían, solo el nombre de Rachel. Antes de que pudiera encontrar un lugar mejor desde el que escuchar, se marcharon.

Aquello no le gustó nada, ¿qué estarían tramando? No se fiaba de ninguno de los tres. Pero, si lo pensaba bien, tampoco era su problema. Podría serlo si se quedaba, y no necesitaba complicaciones. En su lista de pros y contras, esos tres eran claramente un punto negativo a tener en cuenta.

Estaba pensando en ello, cuando vio salir a Rachel de su tienda. Decidió seguirla sin que ella se diera cuenta, pero no había dado ni dos pasos cuando se dio cuenta de que alguien más estaba haciendo lo mismo. Frunció el ceño, reconociendo al hombre que había estado con Arthur y Phil. Se quedó a una distancia prudencial, pero sin perderlos de vista a ninguno de los dos.

Rachel se fue hasta la zona reservada para el baño. Se quitó la ropa, quedándose solo con la interior, y entonces el hombre salió de pronto de su escondite, sobresaltándola.

Ella cogió rápidamente una toalla, cubriéndose con ella y retrocediendo mientras el hombre se acercaba.

—¿Qué quieres, Rick?

—La pregunta no es qué quiero yo, sino qué quieres tú. —Se acercó más, obligándola a retroceder hasta la orilla del agua—. ¿Qué tal un poco de compañía?

—No te acerques más.

—¿No? ¿Y cómo vas a impedírmelo?

Ella lo empujó, lo que solo consiguió que él se riera. Hunter ya había visto suficiente, así que llegó hasta ellos en un par de segundos.

—Hola, doctora Portman —saludó, como si pasara por allí casualmente—. Qué madrugadora, ¿no?

Rachel no pudo ocultar su alivio al verlo. El hombre se dio la vuelta con expresión furibunda, pero Hunter no se inmutó. Era tan alto como él, y parecía más fuerte, pero eso no lo intimidaba en absoluto.

—¿Se te ha perdido algo, tío? —preguntó el hombre.

—A mí no, ¿y a ti?

Se acercó aún más a él, retándolo con la mirada.

—Rick ya se iba, ¿verdad? —intervino Rachel, temiendo que llegaran a las manos—. ¿Rick?

Él sonrió maliciosamente, retrocediendo.

—Sí, claro. —Le guiñó un ojo—. En otro momento, monada.

Se marchó silbando tranquilamente. Hunter miró a Rachel, que se había envuelto en la toalla e intentaba aparentar tranquilidad, pero él pudo ver cómo temblaban sus manos.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó.

—Nada. —Se encogió de hombros—. No se preocupe, teniente. No es problema suyo, es un poco… insistente, pero lo tengo todo controlado.

A Hunter no se lo pareció, pero no dijo nada. Supuso que ella no quería demostrar debilidad frente a él.

—La dejaré tranquila, entonces —dijo.

—Gracias.

La dejó sola, pero no se alejó demasiado, solo lo suficiente para que no lo viera y poder vigilar él que nadie más la molestara.

En ese momento, fue cuando tomó su decisión: se quedaría.

 

3.     Estableciéndose

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