Anxious

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—En un picnic —contestó él—. Fuera tenemos un par de zonas seguras con algo de iluminación, está la zona con árboles y el agua. No sé, conseguimos algo de comida y un rato de charla agradable…

—Buena idea, Erik. —Emma le dio una palmadita de ánimo, aunque por dentro estaba pensando «ni de coña, chaval».

Se quedó esperando, cruzada de brazos y disfrutando enormemente del apuro que estaba pasando Rachel en aquellos momentos. Al final, la joven médica terminó balbuceando una excusa poco elaborada.

—La verdad es que no sé cómo voy a andar de tiempo, porque con esto de tener que hacer de ayudante puede que no… ya sabes, es por…

—De acuerdo —aceptó Erik—. Si cambias de opinión dímelo. —Y le guiñó un ojo decidiéndose a abandonar el lugar, en una admirable muestra de deportividad.

Rachel lanzó una mirada furibunda a la rubia, aunque a ella no pareció afectarle en exceso. Dejó hasta que la agarrara del brazo y la arrastrara consigo mientras protestaba.

—¡Ya podías haberme ayudado! —le espetó en voz baja.

—Que dices, si te las has arreglado muy bien. «No sé cómo voy a andar de tiempo…» —repitió, imitando su voz con tono burlón y haciendo que ella frunciera el ceño—. Vaya excusa de mierda, eso no lo habría dicho ni yo y mira que llevo media vida poniendo excusas absurdas.

—¿Y por qué me habrá invitado a… lo que sea que me haya invitado?

—Como diría J.J., hay que procrear. —Emma se detuvo de golpe y la miró—. ¿Por qué le has dicho que no?

—Pues… no sé.

—Hum.

—¡No hagas eso, dedicarme un «hum» lleno de sarcasmo e ironía! —protestó Rachel, notando cómo empezaba a enrojecer, cosa que no quería.

—¿En serio has detectado todo eso en un simple «hum»? —La rubia meneó la cabeza—. Tenías que haberme hecho caso la primera vez que te dije que hablaras con él. Ahora pareces… enamorada y desesperada.

—No, eso no es verdad.

—Sí que lo es —dijo Emma, dándose la vuelta. Se iba a ir hacia el comedor cuando notó que Rachel tiraba de su brazo—. ¿Qué?

—Promete que vais a tener cuidado esta tarde.

—Todo el cuidado que podamos tener, siempre que no haya sorpresas inesperadas. —Al ver su cara, la policía se encogió de hombros—. Lo siento, doctora. Ya has oído a Hunter, toda coraza tiene grietas.

La dejó allí y Rachel se mantuvo cruzada de brazos, con los labios apretados. Hunter pasó a su lado en aquel momento acompañado de Nathan; seguía enfadada con él por ofrecerse tan alegremente a salir de caza, así que hizo un ruido escéptico y se marchó ella también, tratando de mantener la cabeza alta.

Nathan le dio alcance unos minutos después, divertido por la situación, pero se abstuvo de hacer ningún comentario.

Encontraron a J.J. en la azotea del edificio. Se suponía que estaba de guardia, pero había salido el sol y estaba tumbado cuan largo era, sin camiseta y con los brazos extendidos.

Nathan levantó una ceja al verlo.

—¿Es ese? —preguntó.

—Sí, esto… Intenta no flipar mucho. ¡J.J.!

El chico los miró, sin moverse del sitio.

—Hola, R. ¿Has visto qué buen día hace?

—Sí, precioso. Ven, quiero presentarte a alguien.

J.J. se levantó suspirando como si estuviera haciendo un gran esfuerzo, y se acercó a ellos. Nathan extendió la mano.

—Hola —saludó—. Soy Nathan Thomas.

—Ya me han hablado de ti. —Le guiñó un ojo—. El cariñito de Emma, ¿no?

—Vaya, las noticias vuelan.

—Sí. En fin, ahora entiendo que estuviera tan poco receptiva, aunque bueno, no estoy muy acostumbrado a que me rechacen, siendo quien soy y esas cosas.

—¿Perdona? ¿Intentaste ligar con Emma?

—Algo así. Pero tranquilo, no hubo nada.

—No, si estoy tranquilo. ¿Y quién dices que se supone que eres?

—¿Cómo? —Miró a Rachel—. No me lo puedo creer. ¿Otro como el teniente? ¿Es que nadie escucha música en este país? Soy Jared Jacobs, J.J. Cantante, he vendido millones de discos, y…

—Sí, lo entendemos todos —interrumpió Rachel—. Pero veníamos a verte por otra cosa. Ven con nosotros al laboratorio, es importante.

—Se supone que estoy de guardia.

—Sí, ya te he visto muy atento. No te preocupes, avisaré para que te sustituyan.

J.J. los siguió más por curiosidad que por otra cosa. De camino Rachel encontró a Faraday, a quien le pidió que cubriera el puesto de J.J.

Llegaron al laboratorio, y se sentaron alrededor de una mesa. J.J. los miró expectante.

—Verás, J.J. —empezó Rachel—. Te han mordido dos veces.

—Sí, eso no es ninguna novedad.

—¿Y no te has preguntado por qué no te has vuelto como ellos?

—No. —Se encogió de hombros—. ¿Suerte?

—No, chaval —dijo Nathan—. Eso no existe. Eres inmune, o eso pensamos. Así que quiero tomarte muestras y ver por qué.

—¿Muestras? —Apartó la silla hacia atrás—. ¿Me vas a quitar un trozo de algo o qué?

—No, no, tranquilo. —Contuvo una sonrisa—. Sangre, sudor, saliva…

—Ah, vale, qué susto. —Extendió el brazo—. Qué guay. Así que soy inmune. Eso me hace muy importante, ¿no?

Rachel cogió una jeringuilla. Le puso una goma en el brazo y palpó buscando una vena, clavándole la aguja antes de que se diera cuenta.

—Sí —le dijo—. Pero que no se te suba a la cabeza.

—¿A mí? Si soy un tío super normal.

Rachel reprimió una sonrisa, viendo la cara de Nathan. Le sacó tres tubitos de sangre, para después pasarle un bastoncillo por la boca y un papel secante por la frente.

Nathan iba guardando todo poniéndole etiquetas con la fecha y la hora. Cuando terminaron, Rachel le dio un bote a J.J.

—Bueno, pues ya solo queda una muestra —dijo.

—¿De qué?

Ellos se miraron. Rachel suspiró.

—J.J., necesitamos… Todo.

—Que no te entiendo, R.

—Tienes que llenar el bote —explicó Nathan—. Bueno, lleno lleno tampoco. —Señaló su entrepierna—. De lo que llevas ahí dentro.

J.J. comprendió entonces, y los miró como si estuvieran locos. Pero ellos se habían puesto serios así que cogió el bote.

—Vale. Lo intentaré, pero… ¿os vais a quedar ahí mirando?

—No, por Dios —dijo Rachel—. Vete a tu cuarto o donde quieras, y nos lo traes luego.

—Ah, vale, menos mal. Vengo en un rato.

Se marchó con el bote. Nathan miró a Rachel.

—¿Siempre es así? —preguntó.

—Ha espabilado. No quieras saber cómo era antes.

Nathan se frotó la frente, sin atreverse a imaginarlo, y miró las muestras empaquetadas que tenía colocadas sobre la mesa.

—Hallada cura gracias a la super estrella Jared Jacobs —murmuró—. Increíble.

—Lo sé —sonrió ella—. Cuando lo encontramos, no sabía ni abrir una lata. Se pasaba todo el día tirado en el suelo con su fan número uno, a la que perdimos en el ataque al campamento. —Al recordar aquel aciago día dejó de sonreír.

—¿Y ya sabe abrir latas?

—Ajá. —De nuevo Rachel recuperó la sonrisa—. Hunter hizo que aprendiera.

—Método espartano, seguro. «Toma, tu comida, búscate la vida».

—¡Exacto! —Ella se echó a reír—. Cuando llegamos aquí, la gente no dudó en absoluto de que Hunter y Emma eran los que tomaban las decisiones.

—Igual que en el instituto —sonrió Nathan.

—¿Ya eran así en esa época?

—Sí. Son líderes natos.

—Es increíble. Yo llevaba mi grupo y lo hice durante mucho tiempo, pero… cuando apareció él, fue como si todo encajara. Sabía qué hacer y decir en todo momento.

—No significa que tú no lo hicieras bien, solo… que Hunter es Hunter.

Rachel musitó un «sí» bajito más para sí misma y guardó silencio unos segundos, mientras Nathan le daba tiempo esperando a que preguntara lo que quería preguntar. Durante su adolescencia, esa escena se había desarrollado muchas veces.

—¿Cómo era de joven? —se atrevió a decir al fin.

—¿Hunter? Lo tenía todo. Hay muchos jugadores populares en el mundo, y mucha buena gente, pero por norma general no suelen ser los mismos. Pues así era él, una suma.

—¿No se metía con los flojos?

—No. Hunter hablaba con todo el mundo por igual, era como… muy recto. Creo que la muerte de sus padres solo fue un revulsivo, en realidad siempre ha tenido una mentalidad muy…

—¿Militar? —Lo vio afirmar— ¿Y con las chicas?

Nathan se encogió de hombros.

—Podía ligar con cualquiera, pero no era mucho de eso… tuvo un par de novias serias, no recuerdo más. Y eso que todas se volvían locas por él, pero esta información tengo la sensación de que ya la conoces de primera mano.

Rachel pegó un pequeño bote en su silla y notó que enrojecía. Joder, ¿tanto se le notaba?

—Yo… —empezó a decir, pero unos golpes en la puerta la interrumpieron—, ¿sí?

—Os traigo mi valioso esperma. —Escucharon decir.

Ambos se miraron, Rachel sonriendo y Nathan sacudiendo la cabeza.

—No termino de entender cómo ha sobrevivido este elemento —comentó el pelirrojo.

—Bueno. A pesar de que tú crees lo contrario, la suerte existe —sonrió Rachel, levantándose para abrir la puerta—. Adelante—invitó—, veamos qué nos depara ese valioso esperma

 

No era la primera vez que salían en busca de materiales. Alternaban rutas, había un hospital relativamente cerca y un centro comercial aún más cerca, así que lo normal era que, dependiendo de lo que necesitaran, tomaran una dirección u otra.

Pero ese día necesitaban un infectado, y para eso, debían acercarse a zonas más concurridas.

—Hagamos una cosa —dijo Hunter, una vez estaban fuera y la valla del CDC había sido cerrada por la persona de guardia—. Primero cargaremos con medicinas y comida, y luego tratamos de llevarnos a uno de esos bichos. Si empezamos por él lo mismo tenemos que salir corriendo y no me gusta volver con las manos vacías.

Emma y Erik asintieron, mostrando su conformidad. El lugar escogido fue Brookhaven, que estaba a una hora y media del CDC; allí encontrarían lo que necesitaban, pues había un centro comercial que esperaban tuviera de todo.

Durante el camino, Emma se percató de que Hunter iba muy callado y de que esquivaba hablar con Erik, algo que no había hecho hasta ese momento. Como conocía de sobra el motivo de su mal humor prefirió no decir nada, limitándose solo a charlar con Erik y dejando que Hunter descargara su cabreo caminando a tal ritmo que casi parecía querer matarlos. Cuando llegaron al centro comercial, los dividió.

—Tú, la comida. —Señaló a Eric—. Y artículos de higiene personal. —Él asintió—. Em, medicinas. Yo veré qué encuentro de ropa y nos reunimos aquí en media hora como mucho.

Erik ni cuestionó las órdenes de Hunter, marchando hacia la zona de supermercado sujetando su mochila. Emma tampoco dijo nada, pero le lanzó una mirada que él ignoró de forma deliberada. Hunter observó cómo la rubia se alejaba sin quitar su gesto hosco; sabía que era irracional portarse así y que parecía un crío pequeño, pero estaba rabioso y lo único que le apetecía era pegar a Erik. No podía hacerlo, así que decidió consumir sus esfuerzos yendo a la sección de ropa: empezó a coger ropa interior, jerseys, sin buscar en exceso ni preocuparse de tallas. Si continuaban saqueando así todos los lugares cercanos, cada vez tendrían que ir más lejos hasta que la misión de buscar comida o medicinas se convertiría en una aventura de días. Pero ya pelearían ese problema cuando llegara, por ahora esperaba que Nathan consiguiera la cura pronto. Los infectados quizá se curaran, la vida podría volver a parecerse a antaño y Rachel dejaría de pasar todo su tiempo con su amiguito.

«Un momento», se dijo deteniéndose con un par de calcetines en la mano y sintiéndose ridículo. Pero qué demonios le pasaba, con aquellos celos irracionales que no tenían ni pies ni cabeza… Tiró los calcetines al suelo, enrabietado, y continuó echando ropa en la bolsa. Una colcha, una almohada… no cabían más, iban poco a poco. Para el verano todo el mundo tendría su puñetera colcha.

Cuando pasó la media hora, fue al lugar acordado y allí estaba Erik, apoyado contra la pared.

—¿Ya? —preguntó Hunter.

—Ajá —comentó Erik—. Qué raro, una mujer tarde… —hizo el intento de bromear, pues notaba el ambiente tenso con Hunter pero no tenía claro el motivo—. ¿Cree…?

Su frase quedó cortada en seco al escuchar un grito. Los dos giraron en la misma dirección y no dudaron con preguntas absurdas; echaron a correr en dirección al drugstore, temiendo que la rubia se encontrara en algún apuro. Hunter entró apuntando con su arma, y Erik lo imitó; fueron abriéndose camino por entre las estanterías que había volcadas, apartando cosas de una patada.

—¿Emma? —la llamó Hunter, sin detenerse.

No recibió respuesta y casi estaban en el mostrador; afinó el oído, mandando a Erik callar de un solo gesto, y le pareció escuchar algo. Por señas indicó a su compañero que lo siguiera, así que entraron dentro, dejando la caja registradora atrás. En el suelo descansaba la mochila de Emma. Hunter recorrió la trastienda con la mirada, pero ahí no había luces y la visibilidad era muy mala.

—¡Emma! —volvió a gritar.

—Estoy aquí abajo, joder. —La oyó maldecir desde algún lugar ubicado en el suelo.

—¿Estás bien? —Hunter echó mano de la caja de cerillas.

—Estoy entera. —Escuchó decir—. Un par de arañazos más, nada importante. Cuidado con el suelo, está en mal estado.

Hunter encendió un par de cerillas para hacerse a la idea; la trastienda estaba bastante revuelta y había bastantes cosas dentro. El suelo era de madera y se veía envejecido; pudo ver perfectamente el agujero por donde se había caído Emma.

Se acercó, cuidándose mucho de donde pisaba; al menor crujido, cambiaba de lugar y de ese modo llegó hasta asomarse al agujero.

—Ya te veo —dijo, y se giró—. Erik, dame tu caja de cerillas, rápido. —Él obedeció—. Toma. —Y se las lanzó a la policía—. No te preocupes, deja que piense cómo te saco de ahí.

Escuchó el ruido de la caja de cerillas al caer y luego cómo ella encendía unas pocas para mirar a su alrededor.

—Hunter, veo unas escaleras —informó—. Tiene que haber una entrada por ahí. Mirad a ver si podéis abrir, yo voy a ver qué hay por aquí.

—¿Estás armada?

—Eso es una pregunta estúpida —dijo ella.

Hunter la dejó allí y regresó sobre sus pasos hasta que quedaron fuera de la trastienda.

—Buscamos una puerta que nos dé acceso a una especie de sótano —repuso.

Erik afirmó y los dos se pusieron a recorrer el drugstore, mirando por todos lados. Perdieron un buen rato hasta que finalmente, Hunter se dio cuenta de que había una puerta que apenas se percibía porque estaba empapelada del mismo tono que el resto de la pared.

«Una puerta camuflada», pensó, y le pegó una patada para abrirla; ante sus ojos se materializaron unas escaleras, así que sacó otro montoncito de cerillas y las prendió.

—¡La hemos encontrado! —gritó, según bajaba seguido de Eric.

—Cuidado por donde pisáis. —Le llegó la voz de Emma, desde algún lugar del sótano—. No os lo vais a creer.

Hunter se fue guiando por su voz hasta que la encontró; no había duda de que se había pegado un buen golpe, pero no parecía grave. Ella le tendió algo y descubrió que se trataba de una vela, así que la encendió, apagando de un soplido las cerillas; había más y también las encendió, mirando a su alrededor.

—¿Es esto un refugio? —preguntó.

—Eso parece —dijo ella—. Aquí hubo gente viviendo, aunque ya no están. No hay cuerpos… imagino que saldrían arriba para algo y ya no regresaron.

—Puede que se hartaran de este cuchitril —comentó Erik acercándose—. Menuda claustrofobia.

—Serían los dueños de la farmacia —dijo Emma señalando la pared—. Son fotos de una familia, ojalá que salieran para largarse y no para morir.

—¿Y si nos vamos? —insistió Erik— No me gustan nada los sótanos. A ver si se va a cerrar la puerta sin querer y ya no podemos salir…

—Cállate. —Hunter lo fulminó con la mirada—. La hemos abierto de una patada. —Se dio cuenta de que el joven militar estaba sudando, así que supuso que era cierto que no le gustaban los espacios cerrados—. Pero sí, mejor nos vamos, se nos hace tarde.

—Espera —pidió Emma—. Hunter, no sabes lo que he encontrado. Tienes que ver esto. —Y tiró de su brazo para arrastrarle hacia uno de los rincones.

Debía ser el lugar que la familia refugiada había convertido en su «salón»: un pequeño sofá de tres plazas, con dos estanterías detrás y varios libros. También había esparcidos por el suelo cuadernos de colorear, lo que significaba que había habido niños allí… Hunter trató de alejar ese pensamiento, recordando a Hannah.

—Esta gente no era estúpida —dijo Emma y le dio unos golpecitos a un aparato que había sobre la mesita.

—¡Una radio transmisora! —exclamó Hunter aproximándose a mirarla—. ¿Crees que funcionará?

—Ni idea, pero creo que deberíamos llevárnosla y ya lo comprobaremos en el CDC, ¿no crees?

Hunter asintió y la movió para calibrar el peso.

—Uffff, pesa bastante. Esto nos ralentizará el regreso —observó.

—Qué va, he pensado en ello —le cortó ella—. Cogemos un carrito de esos que usaban nuestras abuelas para llevar la comida a casa. Así nadie se cansará demasiado y no tardaremos tanto… que aún tenemos que hacernos con un mordedor.

—Aún no hemos visto ninguno —dijo Erik, en la lejanía, y al mirarlo vieron que estaba en la puerta esperándolos.

Los dos intercambiaron una mirada, sonriendo.

 

Rachel consultó de nuevo la hora en su reloj. Seguía en el laboratorio, con un Nathan trabajando como si le hubieran dado cuerda, pues no parecía tener intención alguna de detenerse. Pero ella no se podía concentrar, preocupada porque ellos no habían vuelto; se revolvió, incómoda.

—¿Quieres parar? Me estás poniendo nervioso —dijo él sin apartar la vista de lo que estaba haciendo.

—Perdona —se disculpó—. Ya deberían haber vuelto. Normalmente cuando salen no tardan más de cuatro horas y casi es de noche… ¿y si han tenido problemas?¿O se han encontrado con un grupo numeroso de rabiosos?

—Vale. —Nathan dejó lo que estaba haciendo y se levantó—. Vamos a ver si Faraday sabe algo, ¿quieres?

Ella asintió. Cuando habían llegado, nadie sabía muy bien qué hacer con Faraday; su altura y errático comportamiento los tenía desconcertados. Pero en cuanto vieron que no era peligroso, decidieron dejarlo en el equipo de vigilancia, incluso en la garita de fuera: que ellos supieran que no era un peligro no significaba que no pudiera intimidar a posibles asaltantes. Y el trabajo se le daba más que bien, se fijaba en todo y era muy eficaz, ni siquiera cabeceaba en sus guardias nocturnas, algo que no podía decirse de otros.

Pero Faraday no sabía nada.

—Todavía no han llegado —explicó—, lo único que puedo hacer es avisaros cuando lo hagan. Pero mientras tanto, volved dentro mejor. Algunas veces por fuera aparece algún engendro del demonio y se alteran si ven humanos.

Ambos asintieron, pero Rachel seguía teniendo cara de inquietud. A su pesar, se giró para volver al interior acompañada del pelirrojo cuando escucharon la voz de Faraday.

—Eh, vosotros —dijo—, podéis dejar de preocuparos, ya los veo.

Rachel se aproximó, tensa, para corroborar las palabras de Faraday. Sí, acababan de pasar la primera verja y ya estaban a salvo mientras llegaban a la segunda; suspiró de alivio, tratando de controlarse para que no se le notara.

La estampa era, cuanto menos, extraña: Erik arrastraba un carrito de la compra, de los que hacía años que no veía en uso, y Hunter… Hunter sujetaba una cuerda robusta. Y atado al extremo, un mordedor que no coordinaba en absoluto sus movimientos: daba manotazos, gruñía, lanzaba mordiscos al aire y se tropezaba continuamente. Tenía sangre y un agujero de bala en una rodilla, lo que explicaba su torpe forma de andar. Emma iba tras él apuntándolo con un rifle, por si acaso había alguna sorpresa inesperada y el mordedor conseguía liberarse. Al ver aquello, tanto Rachel como Nathan se echaron hacia atrás.

—¡Joder! —exclamó el pelirrojo—. ¡Esa cosa está viva!

—No especificaste si lo querías vivo o muerto —le contestó Emma con una sonrisa.

—¿Qué te ha pasado? —esa fue Rachel—. Parece como si hubieras caído en un agujero.

—Me caí en uno —admitió ella y le dio una palmada a Hunter en el hombro—. Dile las buenas noticias.

Ella miró a uno y otro de manera alternativa, sin saber si cabrearse o alegrarse. La visión del rabioso seguía poniéndole los pelos de punta, y eso que había acabado con unos cuantos… No tanto Nathan, que había tenido más suerte en su viaje y no se había cruzado con demasiados, y que en ese momento parecía estar deseando largarse de allí.

—¿Y si vamos dentro y encerráis a ese bicho? —propuso el chico.

—Tenemos una radio —dijo Hunter.

Se hizo un silencio momentáneo.

—¿Funciona? —preguntó Rachel, con la boca seca.

Él se encogió de hombros, pero al menos la doctora ya no parecía tan furiosa como cuando se habían marchado por la mañana. Eso lo alivió, aunque no tuvo claro por qué, en realidad le daba lo mismo… ¿verdad?

—Ni idea —respondió Emma—. Habría que probarla. Mi padre tuvo una en cierta época, pero la verdad es que nunca aprendí a utilizarla.

—Genial —dijo Nathan—, conseguimos una radio, y qué os va a que nadie sabe ponerla en marcha.

Hunter pegó un tirón a la cuerda, haciendo que el mordedor cayera al suelo; luego puso una de sus botas sobre la espalda para que no se moviera, haciendo caso omiso de las caras de incomodidad del resto.

—¿Qué decías? —preguntó, mirando a su amigo.

—Calma —intervino Faraday, sereno—: Yo sé cómo funcionan.

 

 

4.     Ratas de laboratorio

Emma cogió su ración de comida y fue a sentarse junto a Hunter, que removía la suya con el ceño fruncido. Ella siguió la dirección de su mirada, dándose cuenta de que estaba observando a Nathan y Rachel. Ellos estaban en otra mesa, con varios papeles frente a ellos y hablando animadamente mientras comían.

—¿Por qué no comes con tu novio? —preguntó Hunter, en cuanto ella dejó la bandeja.

—Uy, qué susceptibles estamos. Ya he desayunado con él, y parece liado con Rachel. Estarán hablando de bacterias y virus y sus experimentos y me pierdo cuando se ponen así. ¿Y a ti qué mosca te ha picado?

—¿Y no te molesta?

—¿El qué?

—Eso. —Los señaló con el tenedor—. Que estén todo el día juntitos.

—Espera, espera. —Se acercó más a él, mirándolo a los ojos hasta que Hunter se apartó, incómodo—. ¡A ti lo que te pasa es que estás celoso!

—Primero, baja la voz. Segundo, no digas gilipolleces. ¿Por qué iba a estar celoso? Yo lo digo por ti.

—Sí, venga ya. Ahora va a resultar que te preocupa mi vida sentimental. Mira, ¿sabes lo que tienes que hacer? Coges, vas a hablar con ella y le dices lo que te pasa. O mejor, la pillas por banda y le pegas un meneo de los que hacen historia, y te dejas de tonterías.

—Tengo cosas que hacer.

Se levantó apartando la silla con gestos bruscos, ante la mirada divertida de Emma, y se fue a la mesa de J.J. Este le miró con aprensión, cuando Hunter tenía esa expresión parecía que iba a matar a alguien. Levantó las manos como si se rindiera.

—No sé qué he hecho, pero no lo volveré a hacer —dijo.

—No digas chorradas y ven conmigo.

—Más latas no, por favor… Con lo bien que estaba yo tan tranquilo…

—J.J., no tengo todo el día.

—Vale, vale. —Se levantó—. Pero recuerda que soy el inmune, ¡eh! Que soy muy importante, tienes que cuidarme, y…

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