Anxious

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Anxious

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—Como ya preveo que harás otro intento, ¿qué tal si dejo ya esa muestra para centrifugar y voy a buscar un par de cafés? —Nathan asintió, regresando a lo suyo—. Bien.

Cogió la muestra, la metió en la centrifugadora poniéndola en marcha y se dio la vuelta para salir a buscar esos cafés que los mantendrían en pie un par de horas más; sin embargo, a medio camino la máquina dejó de hacer ruido, así que volvió sobre sus pasos.

—Maldita máquina… —masculló, dándole un golpe y esperando que arrancara—. Nathan, se ha parado, creo que no funciona.

—Déjala, luego la miramos —murmuró él, distraído.

—Pero es que no tendría por qué —insistió Rachel, golpeándola otra vez—. Quizás si abro y cierro…

—No, no la abras, no sea que…

Oyó un chasquido y se giró justo en el momento en que Rachel abría la puerta y la muestra del virus salía volando directa hacia su rostro; le salpicó la cara, el cuello y parte de la ropa en cuestión de segundos.

Rachel se quedó petrificada, sin poder creer lo que acababa de suceder. Cómo había podido ser tan estúpida de abrir aquella puerta sin más, sin ninguna precaución… Se miró, con los ojos abiertos como platos, asustada, y al alzar la vista, se encontró con que Nathan también la estaba mirando.

Acababa de infectarse, en menos de cinco minutos se lanzaría a por él y a por cualquier persona que se cruzara en su camino, tal vez Emma o Hunter… no podía permitir eso y miró a su alrededor. Enfocó la cámara de muestras de alto riesgo y se encaminó allí decidida mientras Nathan la observaba, entendiendo. El chico fue hasta la puerta, alzó el protector y pulsó el botón de alarma mientras veía como Rachel se encerraba en la cámara. Luego se aproximó hasta el cristal y ella, que ya comenzaba a temblar del frío, solo logró articular un «lo siento».

Hunter y Emma se encontraban juntos en la planta superior cuando la alarma empezó a sonar; él le estaba comentando los avances de J.J. en el huerto cuando aquel ruido interrumpió la conversación; ambos se miraron al tiempo mientras el teléfono de Hunter comenzaba a sonar y él descolgaba.

—¿Qué pasa? —quiso saber ella al ver que escuchaba con atención.

—Es en el laboratorio, ¡vamos!

Echó a correr y ella lo siguió, recordando sus propias reglas. En el laboratorio solo trabajaban dos personas, Nathan y Rachel, no podía ser… pero la alarma llevaba un mensaje claro: había un rabioso en el edificio. Se concentró en seguir al militar rezando porque fuera una falsa alarma, un error…

Hunter llegó, empujó la puerta y entró al laboratorio, jadeando. Vio a su amigo, que parecía estar bien a excepción de su cara pálida.

—¿Y Rachel? —preguntó y él señaló hacia delante.

Hunter se acercó a toda prisa hacia el cristal y apoyó las manos encima.

—¿Qué hace ahí dentro? —gritó—. ¡Abre la puerta, se va a morir de frío! —Ella lo miraba desde el interior con una cara que no sabía descifrar… pero sí interpretaba sus lágrimas, de manera que se giró buscando a Nathan—. ¡Tú sabes el código, abre esta puta puerta!

Emma acababa de llegar también, y solo necesitó unos segundos para entender qué sucedía. Miró a Rachel, negando con la cabeza.

—¡Abre esto! —Hunter dio tres zancadas hacia él, fuera de sí.

—No puedo —dijo Nathan sin alterarse—. Se ha contagiado.

—Joder —empezó a decir Emma—. No puede ser, mierda… ¿no hay nada que…?

El militar había regresado hacia la cámara y miraba impotente a Rachel. Ella le devolvió la mirada, tratando de forzar una sonrisa cuando en realidad sabía que eso era una despedida… ya podía notar como la ansiedad recorría su cuerpo de la cabeza a los pies, en breves segundos dejaría de ser humana.

—No, no, no… —Hunter seguía mirando fijamente el cristal, esperando que ella no se transformara en nada, que continuara siendo la chica que conocía y quería—. Abrid esta puerta, por favor.

De pronto se apartó cuando Rachel se plantó delante. Sus ojos ya no lo detectaban, sino que estaban perdidos; se mantuvo quieta por unos instantes y luego se lanzó contra el cristal, sacando los dientes. Hunter retrocedió de nuevo. Al ver que no alcanzaba su objetivo, la mujer que había sido Rachel golpeó el cristal con la cabeza, una, dos, tres veces. Luego se echó hacia atrás y comenzó a dar vueltas, gruñendo, mientras la sangre resbalaba por su cara.

Emma se había quedado detrás, horrorizada. Hunter continuaba inmóvil, mirando el cristal.

—¿Qué ha pasado? —preguntó sin darse la vuelta.

—Abrió la centrifugadora cuando estaba en marcha. Le estaba diciendo que no lo hiciera, pero todo ocurrió muy deprisa… —dejó de hablar al ver que Hunter se llevaba la mano a la parte trasera de sus pantalones y sacaba su arma—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Tú qué crees? —respondió su amigo—. Es una infectada, hay que eliminarla.

—Espera un momento… —empezó Emma yendo hacia él.

—¿Que espere qué? —Él se giró a mirarla—. Son tus propias reglas. Ahora mismo todo el mundo está encerrado en sus habitaciones, acojonados, pensando que quizás el virus se extienda aquí y acabe con esta falsa ilusión de vida que tenemos… tus reglas, Em. La situación se controla pegándole un tiro.

—Pero… pero…

—Hunter, espera un momento —intervino Nathan aproximándose.

—No quiero hablar contigo —le dijo este lanzándole una mirada feroz—. Solo tenías que vigilarla, joder. ¡La dejé en tus manos y ahora voy a tener que matarla!

Rachel reanudó sus cabezazos contra el cristal.

—Ha sido un accidente —intervino Emma, tratando de interponerse entre el cristal y Hunter para distraerlo de aquella visión—. ¡No hagas eso, no puedes ponerte a pegar tiros aquí dentro así como así!

Intentaba tranquilizarlo, pero él no estaba por la labor hasta que finalmente notó como Nathan le ponía la mano en el hombro. Se dio la vuelta sin saber qué podía salir de su boca y lo miró a los ojos.

—¡Escúchame! —le gritó Nathan sin parecer intimidado por su mirada—. Casi lo tengo. ¿Lo entiendes? Casi lo tengo. Dame algo de tiempo y lo probaremos.

Hunter tragó saliva, sus ojos gravitaron de nuevo hacia el cristal y regresaron a Nathan.

—¿Posibilidades?

—No lo sé. Es una cura experimental, Hunter, no sé qué efectos puede tener… el 20%, quizá.

—El 20%... — murmuró él, derrotado, bajando el arma.

Apoyó la espalda en la pared y se dejó caer hasta quedar sentado en el suelo. No se lo podía creer… solo había tenido un mes con ella, y ya la había perdido. De haber sabido aquello, no habría desperdiciado ni un solo minuto.

Emma lo contempló en silencio y se acercó a Nathan.

—Me quedaré aquí hasta que lo consiga —dijo él bajando la voz—. ¿Qué vais a hacer con los demás, pensáis contarles esto?

—No lo sé. No quiero que cunda el pánico ni nada parecido… ¿crees que comprenderán que la tengamos encerrada aquí abajo? —Él se encogió de hombros—. Joder, no sé qué hacer, Nathan, no quiero volver a pasar por esto de nuevo…

Hunter se incorporó, cogiendo aire. Parecía haber recuperado el autocontrol; no tenía más remedio que tragarse el dolor y tratar de controlarse, no podía dejar sola a Emma en aquella situación. Y mirar ese cristal era demasiado duro.

—Diremos que ha sido una falsa alarma — repuso con voz clara—, nadie se extrañará de no ver a Rachel en un par de días, todos saben que estáis trabajando de forma intensiva —continuó, mirando al pelirrojo.

Emma se quedó pensando en sus palabras, para terminar por asentir. Hunter esperó entonces la respuesta de su amigo, que también asintió.

—Dos días —dijo Hunter, recurriendo a su parte práctica y militar—. Si en dos días no tienes la cura, habrá que eliminarla. De cualquier forma, si sigue golpeándose así la cabeza no habrá mucho que recuperar.

Dicho aquello, se encaminó hacia la puerta sin mirar atrás y desapareció pegando un portazo; Emma volvió a contemplar el cuarto aislado, donde aquella versión grotesca de la que había sido su amiga caminaba en círculos apretando los puños, haciendo entrechocar su mandíbula.

—No abras esa puerta —ordenó a Nathan—. ¿Vale? —Él afirmó—. No es solo por ti, es que si escapara del laboratorio sembraría el terror. No seas irresponsable.

—Emma…

—No ha sido culpa tuya —dijo la rubia al darse cuenta de su expresión—. No hagas caso a Hunter, no piensa lo que dice. Solo está… jodido y hay que entenderlo —Él asintió—. Sé que vas a encontrar la cura.

—Eso no es tan sencillo, y aunque lo consiga, voy totalmente a ciegas en este tema… ya me has oído, las probabilidades de que funcione no son muy altas.

—Tú haz lo que puedas. —Lo besó en los labios—. Voy con Hunter para apoyarlo en lo de la falsa alarma. Llámame si me necesitas. Y ten cuidado —insistió.

Se marchó a toda prisa y Nathan cerró tras ella, usando el cerrojo para que nadie pudiera entrar. Desde luego, Emma no era muy buena dando ánimos, pero eso no era nuevo, siempre había sido más práctica que habladora… se giró otra vez hacia la cámara de alto riesgo. Rachel estaba de pie, justo en frente suyo, inmóvil, y sintió un escalofrío.

La idea de tener que pasarse ahí metido horas con ella así le ponía los pelos de punta, era como si pudiera verlo; lo buscaba con aquellos ojos vacíos y cuando lo veía, enseñaba los dientes. Hizo un intento de ignorarla regresando a su mesa y preparándose para repetir las pruebas, pero cuando acababa de empezar, de nuevo oyó golpes: ella otra vez estaba a cabezazos contra el cristal.

«Joder», pensó él. ¿Cómo podía concentrarse, con aquellos golpes? Dejando a un lado el hecho de que si seguía así, se fracturaría todos los huesos de la cara. Ya había sangrado del labio y lo siguiente en romperse sería la nariz, a ese paso quedaría irreconocible.

Se incorporó y fue hasta un armario, que abrió; repasó rápidamente todo lo que allí tenían hasta encontrar algo que pudiera servir. Estaban muy bien surtidos y preparados para cualquier posible imprevisto, como pudo comprobar: había sedantes y una pistola para administrarlos, de las que se usaban con animales. Supuso que si contemplaban usarlas era con rabiosos, de manera que daba igual la forma de administración… cogió una, el sedante y lo cargó. Emma le había dicho que no abriera aquella puerta bajo ningún concepto, pero decidió que no iba a obedecer. Solo esperaba que saliera bien. Con el sedante en mano, recorrió el laboratorio con la mirada buscando algo con qué atarla; no había cuerdas y si pedía una seguro que sonaría raro, así que desechó la idea y siguió su barrido. Miró en todos los armarios hasta que encontró un montón de batas blancas. Pues tendría que servir.

Fue hasta la cámara, donde Rachel estaba en una esquina sin moverse. Genial, estaba acojonado, aquella cara daba miedo, pero había que hacerlo por un bien mayor: si lograban recuperarla, que pudiera reponerse sin estar destrozada. Tecleó la clave, abrió la puerta y entró dentro de la cámara, cerrando tras él. Sabía que se estaba arriesgando demasiado y que le caería un rapapolvo importante cuando los otros se enteraran, pero ya daba igual. Las circunstancias le habían demostrado que los accidentes ocurrían a pesar de tomar todas las precauciones posibles, de manera que nada garantizaba seguridad.

Rachel se giró rauda y veloz al notar su presencia, y Nathan disparó el sedante sin esperar; el dardo se clavó cerca del cuello. Rachel le pegó un manotazo, gruñendo, y se lanzó contra él sin dejar pasar ni un segundo. La detuvo sin saber bien cómo, haciendo uso de toda su fuerza, y ella se quedó a unos milímetros de su rostro, lanzando dentelladas como una lunática. Consideró alejarla de un golpe, pero desistió, ya que su idea era preservarla lo más intacta posible… a ver si después del riesgo iba a romperle él algo: no, gracias.

Rachel forcejeó, alterada por su cercanía; tenía una fuerza extraordinaria, bruta y sin control, y de no ser porque el sedante ya estaba haciendo efecto, Nathan dudaba que hubiera podido contenerla mucho más. Finalmente ella aflojó sus brazos, los dejó caer y se tambaleó hacia atrás. Él la sujetó antes de que se estrellara contra el suelo.

Una vez sedada, el resto fue fácil: metió una silla dentro de la cámara, la acomodó en ella y salió a destrozar un par de batas para conseguir tiras largas de tela. El material parecía bueno y no tendría por qué romperse, pero aun así utilizó dos en las manos y dos en los tobillos, aunque sin apretar mucho: sabía que no iba a soltarse. Los infectados, o mordedores, como los llamaba Emma, no pensaban. Actuaban por puro instinto y se lanzaban a morder. Pero por si acaso, la dejó bien sujeta: así ya no sería un peligro si tenía que entrar en la cámara para algo y de ese modo dejaría de estampar su cabeza contra la pared.

Comprobó que quedaba de buena postura, salió y cerró la cámara tecleando de nuevo la clave. Luego, soltó todo el aire que había retenido y regresó a su mesa, poniéndose unos guantes para limpiar los restos de cristal y muestras que habían salpicado la zona. Se aseguró de que todo quedaba desinfectado, y revisó la centrifugadora. No sabía por qué no funcionaba, nunca se le había dado bien la mecánica… Y tampoco podía pedir ayuda, así que la dejó a un lado y se fue a un almacén, donde unos días atrás habían encontrado otra más antigua. La enchufó cruzando los dedos, y respiró aliviado cuando vio que funcionaba. Probablemente solo la habrían retirado al recibir una nueva, así que se la llevó y colocó varias muestras a centrifugar. En ese tipo de experimentos se necesitaba mucha paciencia y tiempo, dos lujos que él no podía permitirse. Hunter le había dado dos días, demasiado poco, pero si era objetivo, no podían alargarlo mucho más. No solo la gente se extrañaría de no ver a Rachel en varios días, si había alguna emergencia médica Nancy la buscaría inmediatamente. Por no hablar de Rachel misma. ¿Cuánto tiempo podía tenerla sedada, sin que su organismo se resintiera? Y no sabían nada de los rabiosos, ¿se alimentaban de alguna forma? ¿Debía darle agua o comida? En el estómago del rabioso al que habían hecho la autopsia encontraron restos de carne, pero no sabían si era por necesidad o por el ansia que sufrían de atacar todo a su alcance. Andaban totalmente a ciegas. Si le daba comida, quizá su cuerpo reaccionara rechazándola; si no se la daba, podría deshidratarse y morir también. Así que no le quedaba otra opción que el antiviral. Y rezar porque funcionara.

 

Emma salió fuera, hacia la entrada, buscando a Hunter. Habían tenido que hacer una reunión exprés tras el salto de la alarma y explicar que había sido un error; la habían pulsado en el laboratorio sin querer. Fue ella quien llevó la voz cantante, porque Hunter no estaba en su mejor momento para ser diplomático: pidió disculpas por el susto y les dijo que no tenían motivos para preocuparse, que todo estaba bien. Interiormente pensó qué pasaría si no conseguían salvar a Rachel, cómo explicarían aquella mentira… No estaba bien engañar a la gente que vivía allí, tenían derecho a saber, pero sabía que no lo entenderían. Cuando la gente se asustaba, dejaba de ser razonable y no quería un motín, y mucho menos un linchamiento.

Así que mintió. Hunter se marchó minutos antes de que acabara, pero ella tuvo que quedarse para responder alguna que otra pregunta; por suerte, su cargo de policía aún funcionaba entre el personal, de manera que nadie dudó ni un segundo de sus palabras. Cuando al fin se dispersaron, fue cuando decidió salir a ver si Hunter se encontraba bien. Estaba preocupada por él, y se sentía inquieta pensando en Nathan metido en el laboratorio a solas con Rachel. Que ya no era Rachel, sino una mordedora.

Hunter estaba en la zona de la huerta, donde J.J. cultivaba; poco a poco, parecía que iba consiguiendo avances y de cuando en cuando, llevaba alguna hortaliza a la cocina. Nada como para tirar cohetes, pero motivo de alegría. En aquel momento no se encontraba allí, cosa que Hunter sabía, y por eso había escogido ese lugar.

La policía no habló, solo se dejó caer a su lado. No había nada que pudiera decir que aliviara su dolor. Lo sabía porque ella había pasado por ello, y las palabras de consuelo resbalaban sobre uno como agua caliente en una ducha.

—No quiero perderla —fue él quien habló, sin apartar la mirada del infinito—. ¿Crees que la cura surtirá efecto?

—No lo sé. Aunque sea positiva, no sabemos cuánto tiempo puede estar una persona infectada para que funcione… todo es nuevo, nunca se ha hecho. No conocemos siquiera bien el virus como para saber el resto.

Él afirmó, taciturno.

—Es la primera… —empezó y se frotó la frente—, en mucho tiempo. Ella es la primera persona que me importa en años.

—Lo sé. —Le frotó el brazo, tratando de transmitirle apoyo.

— ¿Y sabes lo peor? Que ni siquiera se lo he dicho. Y la voy a perder sin que sepa que la quiero —continuó el militar—. Si sigue tirándose contra el cristal, acabará por romperse el cuello… o la cara. Está fuera de control y yo… no sé qué hacer, Em. —La miró—. ¿Cómo haces tú para llevar el dolor?

Emma se encogió de hombros. No muy bien, desde luego; de hecho, tenía claro que de no haberse tropezado con ellos, habría terminado siendo la loca de los bosques, o algo parecido… podía explicarle que a veces no podías con ello y te dejabas caer, como le había sucedido a ella tras la muerte de Joel. Otras te levantabas, y otras…

—Solo sigues adelante —dijo, dándose cuenta de que él tenía los ojos húmedos, y sintiéndose incómoda por no ser capaz de hacer que se sintiera mejor.

Hunter movió la cabeza, se frotó los ojos y luego se recompuso.

—Es muy tarde ya —comentó, todavía con la voz ronca—. ¿Vamos a buscar a Nathan para ir al comedor? Si no, seguro que ni se acuerda que tiene que comer.

—No creo que quiera dejarlo, pero podemos ir a ver qué tal va.

Se levantó y Hunter la imitó; sentirse ocupado ayudaba. Tenía que poner buena cara, no quería causar inquietud entre la gente, aunque el lado positivo era que todos estaban bastante acostumbrados a que siempre gruñera, así que nadie se extrañaría demasiado.

Bajaron al laboratorio, él muy inquieto porque no sabía qué iba a encontrarse; como estaba cerrado tuvieron que llamar y esperar que Nathan abriera.

—¿Y eso? —quiso saber Hunter, señalando la puerta.

—Por precaución —replicó el pelirrojo—. Si alguna vez no os abro es porque seguramente estaré en el suelo hecho picadillo.

—Eso no lo digas ni en broma. —Emma le lanzó una mirada de advertencia—. Hemos pensando que deberías venir al comedor con nosotros, no es bueno que estés aquí metido. Debe ser muy difícil con ella ahí todo el tiempo mirando… —Señaló el cristal, pero al no verla se volvió, desconcertada—. ¿Dónde está?

Al escucharla, Hunter se acercó a asomar la cabeza y se quedó contemplando la escena como si no pudiera creerlo.

—Ven a ver esto —Le pidió a Emma, que se acercó extrañada.

—No te cabrees, ¿vale? —Oyeron decir a Nathan, mientras trasteaba con sus notas en la mesa.

—¿Está atada?

—Sí. Pero es tela, los nudos no están apretados, aunque es suficiente. Me he dado cuenta que los infectados no coordinan ni relacionan, son puro instinto, quieren morder. No ha intentado soltarse en ningún momento, solo se mueve.

Emma y Hunter se miraron, aún sorprendidos.

—Pero… —empezó Hunter—. Parece tranquila.

—Está tranquila. He ajustado la dosis, si los sedamos en la proporción correcta y cuando toca, no dan problemas. —Nathan se aproximó a ellos para echar un vistazo—. No ataca, no se tira contra la pared, no estampa la cara contra el cristal, ni enseña los dientes. Únicamente se mueve un poco, pero nada más… así evitaremos que se haga polvo físicamente, y si el antiviral funcionara… bueno, se recuperaría sin problemas ni grandes daños.

Hunter asentía mientras lo oía hablar. Ni siquiera se le había ocurrido probar algo semejante, nunca había pensado en la idea de «domesticar a un rabioso».

—Pero —intervino Emma—, ¿cómo has conseguido sedarla? ¿Has entrado ahí dentro? —Él asintió con la cabeza—. ¡Te dije que no lo hicieras!

—Ya… pero no siempre hago lo que me dicen. —Al ver su cara, se apresuró a añadir—: Mira, Em, no hacía más que darse golpes. Hunter tenía razón, de haber seguido así no nos quedaría nada que recuperar. Tomé precauciones, cerré el laboratorio por si acaso fallaba.

—Y te has metido ahí tú solo… —Emma reprimió su cabreo—, pero, ¿no ha tratado de atacarte?

—Pues claro que sí, se me ha tirado encima como una loca. Pero disparé el sedante nada más entrar y son de efecto rápido, así que solo tuve que contenerla unos segundos… unos segundos muy jodidos, pero bueno, salió bien. —Miró a Hunter—. La mantendré así para que no se haga daño y también será más sencillo cuando probemos el antiviral. —Y esperó su aprobación.

Hunter se dio cuenta de que su amigo trataba de reparar el daño causado de la única manera que podía, incluso sabiendo que aquello le acarrearía alguna bronca con la rubia.

—Gracias —le dijo, apretando su brazo—. Lamento mis palabras de antes, estaba… muy mal. Aún lo estoy, pero ya veo con más claridad.

—Mi última prueba es casi perfecta —informó Nathan—. Voy a quedarme aquí a ver si lo cierro. Creo que es mejor no dejarme ver por el comedor, la gente podría preguntarse por qué no está Rachel con nosotros, ¿no?

Emma aún tenía el ceño fruncido, así que se encogió de hombros.

—Como quieras —gruñó—. Vámonos, Hunter.

Y se encaminó a la puerta resoplando y murmurando algo entre dientes que ninguno consiguió comprender. Hunter se encogió de hombros.

—Avísame si necesitas algo —dijo, y él afirmó.

Y se fue detrás de la rubia, tras lanzar una última mirada hacia la cámara de alto riesgo. No sabía el motivo, pero ver a Rachel tranquila y sin golpearse lo calmaba un poco; sabía que no significaba que se fuera a poner bien, pero era más llevadero que tener que verla como una chiflada caníbal. Alcanzó a Emma de tres zancadas para ir al comedor, rezando porque Nathan encontrara pronto la cura.

 

Habían pasado dos días. Las cuarenta y ocho horas más largas para ellos desde que todo aquello empezara.

Emma y Hunter bajaron al laboratorio, donde Nathan estaba tan absorto en sus experimentos que ni siquiera se había dado cuenta del tiempo que había pasado.

Al verlos entrar, miró automáticamente al reloj, tragando saliva. Ninguna de las pruebas realizadas le habían dado resultados totalmente satisfactorios, necesitaba más tiempo.

Se incorporó y se acercó a ellos, que miraban a Rachel. Esta continuaba atada, pero los efectos de la última dosis de calmante empezaban a desaparecer, y comenzaba a moverse en la silla intentando soltarse.

—¿Tienes algo? —preguntó Hunter, sin apartar la vista de la chica.

—Hunter, yo…

—Dímelo.

Nathan miró a Emma, desesperado, pero no podía mentir. Negó con la cabeza.

—No. Si me das unas horas más…

—No tenemos unas horas más —replicó Hunter, mirándolo furioso—. Nancy ha preguntado por Rachel ayer y hoy de nuevo, ¿cuánto tiempo crees que tardará en bajar a ver si es cierto que está trabajando tanto?

—Si se enteran de que la tenemos aquí así… cundirá la desconfianza, todo se vendrá abajo —continuó Emma—. Nathan, si tú no puedes hacer nada, solo nos queda… —Tragó saliva—. Solo nos queda acabar con ella.

Hunter sacó su arma, quitando el seguro y amartillándola. Señaló la puerta con expresión neutra.

—Ábrela.

Nathan titubeó, pero sabía que tenían razón, no podía hacer otra cosa. Tecleó la clave, apartándose para que Hunter pasara.

Él avanzó lentamente, apretando el arma tan fuerte que se le pusieron los nudillos blancos. La levantó despacio, mirando el rostro de la persona que más amaba en el mundo y que, a la vez, no era ella. Sus ojos verdes lo miraban sin ver, su boca en una mueca agresiva mientras se agitaba como si quisiera atacarlo.

Hunter cerró los ojos con fuerza, apelando a toda su fuerza de voluntad, pero cuando los abrió no pudo hacerlo. Toda su disciplina, todo su entrenamiento, en aquel momento no le sirvieron de nada. Y ese fue el momento en que Hunter Cooper, militar experimentado y curtido en mil batallas, se derrumbó. Cayó al suelo de rodillas, sollozando.

Emma corrió a su lado, cogiéndole el arma y rodeándole con un brazo.

—No puedo hacerlo, Emma, no puedo.

—Está bien, no te preocupes, lo haré yo.

Lo ayudó a incorporarse, empujándolo hacia la salida. Lo dejó sentado en las escaleras, y regresó al interior. Miró el arma, con el pulso temblándole como nunca antes.

Nathan la cogió del brazo, impidiendo que apuntara, y cerró la puerta del laboratorio.

—Ve con Hunter —dijo.

—Pero ella…

—Dame doce horas más. Tengo dos muestras que necesitan un tiempo para madurar. Si no funcionan tampoco, yo mismo la mataré.

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