Anxious

Anxious


Anxious

Página 30 de 33

Hunter fue consciente de que nadie se atrevía a intervenir, y tuvo claro que aquel conflicto tendría que resolverlo él solo con Emma. Tanto Nathan como Rachel tenían cara de no querer decantarse por ninguna postura concreta, y supo que harían lo que al final decidieran ellos. Porque se fiaban de sus mandos. Eso lo inquietó un poco, porque, ¿y si estaba equivocado y los conducía a una muerte peor?

—O, si vamos a morir, que sea peleando —sugirió.

—¿Por qué? —Emma se levantó de su silla para enfrentarse a él—. ¿Por qué tenemos que morir peleando? ¿Es que no has peleado ya bastante? Porque te aseguro que yo sí.

—¡Basta! —los interrumpió un gruñido de Faraday que dejó a todos sorprendidos. Al ver que tenía la atención, carraspeó—. ¿Queréis solucionar esto vosotros, o queréis votar? Decidid y obrad en consecuencia. Tengo guardia dentro de quince minutos.

Hunter y Emma intercambiaron una mirada; ambos sabían que podían hacer una votación, pero eso no sería beneficioso para nadie. Nunca lo era cuando había un perdedor, y tampoco era justo obligar a los demás a decantarse por uno u otro. Eran un equipo y, como tal, debían llegar a un acuerdo para no poner al resto en situaciones comprometidas.

—No habrá votación —dijo con voz firme—. Volved a lo vuestro, Emma y yo nos pondremos de acuerdo.

Todos parecieron aliviados de que no los hiciera escoger y se levantaron; Rachel le frotó el brazo a Hunter al pasar para darle ánimos, pero eso no lo consoló porque cuando pasó junto a la rubia hizo exactamente lo mismo.

—Suerte —le dijo Nathan acercándose a él. Le dio en el hombro—. No la cabrees mucho, que luego me toca a mí hacer que se le pase.

—Bah —gruñó Hunter—. Tú has nacido para esas cosas.

—Ella no quiere volver a tener gente a su cargo, eso lo tienes que comprender —replicó su amigo, antes de salir de la sala.

Así que, pese a su intento de que todos participaran, volvió a encontrarse de nuevo a solas con Emma y teniendo que llegar a un entendimiento. Ella suspiró, pasándose las manos por el pelo, y después carraspeó.

—No creas que te llevo la contraria porque sí. No es eso.

—Ya te dije antes que te entendía, Em. Ojalá fuera posible que pudiéramos quedarnos aquí, como hasta ahora —murmuró él—. Pero no quiero rendirme sin luchar primero, y si hay una posibilidad, aunque sea… una entre un millón, quiero intentarlo. —Se levantó de su silla para ocupar otra a su lado—. Aquí hay más personas aparte de nosotros y ellos también merecen tener la oportunidad de poder vivir… ¿tienes miedo?

—Sí, claro que sí. Solo de pensar en ponerme en marcha otra vez me da escalofríos. —Lo miró—. Tú no puedes prometerme que no morirá nadie.

—No. Solo intentar que no suceda —concedió él—. Sin embargo, creo que si andamos con cuidado no será tan difícil. Ya tenemos experiencia.

—Sí, con la muerte —Ella sonrió sin ganas.

—Somos un equipo. Si continuamos discutiendo, si no nos decidimos, incluso si tú dices «no» y yo digo «sí», esto se romperá. Las cosas funcionan cuando todos permanecemos unidos.

Emma escuchó sus palabras y luego abrió los ojos de par en par, antes de darle una palmada en el brazo.

—¡Me estás dando una arenga militar! —exclamó, intentando parecer indignada pero sin conseguirlo del todo.

—Podemos hacerlo. Sé que podemos llevarlos hasta allí, y luego Nathan hará que lo escuchen. Por fin toda esa jerga científica que usa podrá ser útil —hizo un intento de bromeo Hunter.

La chica continuaba negando con la cabeza, pero Hunter detectó en su mirada cierta resignación que le aseguraba que se había salido con la suya. Observó como ella se levantaba, iba hasta uno de los armarios y sacaba una botella de tequila; luego lo depositó encima de la mesa, entre los dos, junto a dos vasitos.

—Toma. —Le tendió uno a Hunter tras llenarlo—. ¿Cuántos aguantabas en el instituto?

—No más de seis. Nunca fui un gran bebedor —confesó Hunter—. ¿Y tú?

—No quieras saberlo. —Llenó otro vasito para ella—. Es lo que tiene haber ido a la academia de policía y pasar ese tiempo entre tíos, me aleccionaron bien. —Alzó el suyo—. Salud.

—Y tanto que te aleccionaron bien, ni sal, ni limón… — Hunter chocó su vaso antes de beberse el líquido con una mueca—. Por Dios. —Tragó con dificultad—. Estoy viejo para esta mierda.

—No seas protestón. —Emma empujó otro hacia su lado.

Hunter se tragó el segundo, conteniendo otra mueca. Se daba cuenta de lo lejos que habían quedado ya los tiempos en que podía beberse seis tequilas, y también, de cómo había cambiado desde entonces… y pensaba en los infectados y el desastre. Cómo había cambiado él.

Emma se tragó su tequila, depositó el vaso sobre la mesa y se levantó.

—Sabes que no volveremos, ¿verdad? Espero que no te equivoques —repuso, antes de abrir la puerta y salir por ella.

Hunter estaba satisfecho, pero esa sensación disminuyó cuando durante la cena notó que la rubia no se encontraba en el comedor. Sabía que lo había forzado y que ella no quería ir, pero confiaba en que se diera cuenta de que era lo que debían hacer; no se resignaba a morir allí sin intentarlo al menos, así era como le habían enseñado y así debía ser.

—¿Llegasteis a un acuerdo? —preguntó Rachel al verlo pensativo.

—Ajá. Vendrá con nosotros —comunicó él—. La verdad es que no lo confirmó de boca, pero entendí que sí— suspiró.

—¿Cuánto cabreo? —quiso saber Nathan—. Del uno al diez, por favor. Necesito saber lo que me espera.

—No me pareció enfadada, de hecho nos tomamos dos chupitos de tequila…

—Ah, muy bien —Rachel usó un poco de sarcasmo—. ¿No se os ocurre nada mejor que poneros a beber? —Él se encogió de hombros—. Ya os vale. En fin, voy a buscarla y me la traigo.

Hunter la detuvo sujetando su brazo, y cuando ella lo miró, negó. Erik se aproximó en aquel momento, así que dejaron el tema cuando apoyó las palmas en la mesa y sonrió.

—Bueno —dijo—, ¿entonces ya habéis tomado una decisión? ¿Nos marchamos o nos quedamos? —preguntó, con tono de voz bajo para que no lo oyeran.

Hubo un intercambio de miradas significativas en la mesa, así que Hunter se incorporó y de un gesto le pidió que lo siguiera. Erik obedeció, con la sorpresa reflejada en su rostro. Una vez fuera del comedor y del bullicio, Hunter carraspeó.

—Nos iremos en un par de días. Lo que tardemos en prepararnos.

Erik no era tonto y captó a la perfección que lo excluía. Se sintió profundamente dolido por ello y no logró esconderlo.

—Pensaba… que era buen soldado, teniente, y ahora resulta que me va a dejar fuera de la ecuación —tartamudeó, sabiendo que como soldado no debería protestar pero sin ser capaz de evitarlo. Siempre había tratado de ser leal y ahora pensaba que quizás el asunto de Rachel podía tener algo que ver, pero seguía sin ser justo.

Vio que Hunter lo miraba a su vez, mudo de sorpresa.

—¿Qué? Oh, no, no —se apresuró a aclarar— ¡No tiene nada que ver con eso! Quiero que te quedes aquí, Erik, llevando todo el peso. Mira —explicó—, es un viaje complicado y Emma tiene razón en que tenemos muchos boletos para no regresar. Incluso aunque consiguiéramos convencerlos sobre el antivirus, no sabemos cómo está aquella zona… desconocemos si nos dejarán volver a marchar, o lo que sea, ¿me explico?

—Sí, pero…

—Necesito alguien de confianza aquí, llevando a la gente. Y tú eres esa persona… desde que nos conocimos has demostrado ser equilibrado, justo y buen tío.

—Gracias.

—Tú único fallo fue fijarte en mi chica —bromeó Hunter, dándole en el brazo.

—Es que no sabía que lo era, teniente— se disculpó Erik a toda prisa.

—Solo era una broma. Pero el resto no. —Lo miró— ¿Te encargarás de ser yo mientras estemos ausentes? De que todo siga igual de bien que cuando lo organizamos… y me refiero a todo, los turnos de lavandería, las vigilancias, la paz en las comidas, los toques de queda. Puedes elegir a un par de personas de confianza si las necesitas, pero consigue que esto siga funcionando.

Erik asimiló sus palabras despacio y terminó por asentir; había pasado de sentirse fatal por ser eliminado del grupo a sentirse orgulloso porque Hunter lo considerara digno de ocupar su lugar.

—Puede confiar en mí, teniente.

Hunter sonrió de aquella forma tan poco habitual en él. Iba a añadir algo cuando Faraday apareció por el pasillo, caminando hacia ellos; se detuvo a su lado, al parecer algo tenso por lo que reflejaba su cara.

—¿Habrá viaje? —quiso saber.

—Sí —respondió Hunter y lo miró con cierta simpatía, porque al final el gigantón había resultado ser de confianza—. Pero te quedas a cargo del fuerte, hombretón, ¿te parece? Podrías echar una mano a Erik con temas importantes.

Faraday negó rápido como el rayo.

—Ni hablar. Yo me voy con vosotros —anunció, sin dar opción. Al ver que Hunter se quedaba pasmado por la sorpresa, carraspeó—. Si el chico va, yo voy con él.

—Te refieres a Nathan, claro… —murmuró, aún sorprendido—. Pues sí que le has cogido cariño, ¿eh?

Faraday no parecía en absoluto incómodo, incluso se diría que aquello lo llenaba de orgullo por cómo hinchaba el pecho.

—No tienes por qué preocuparte por él, en serio. Cuando lo encontraste iba solo, pero ahora estaremos nosotros y…

—Si el chico va yo voy con él —puntualizó Faraday sin que su tono se inmutara ni por un segundo—. Y no hay más que hablar. —Lo miró—. Teniente.

Le hizo un saludo y siguió su recorrido mientras Hunter continuaba sin reaccionar, observando cómo Erik no conseguía esconder una sonrisa divertida; no podían evitar que fuera con ellos, claro, y tampoco era plan si el hombre quería acompañarlos.

—Es increíble —musitó Hunter.

—Como tener un guardaespaldas personal —bromeó Erik, antes de transmitirle ánimo con un apretón afectuoso en el brazo.

 

Un rato después, Nathan encontró a Emma en la azotea. Ya había anochecido, y estaba sentada con las piernas cruzadas y sus fotos en las manos. Lo miró, pero no hizo ademán de guardarlas; era la primera vez que las sacaba desde que las había recuperado en Minneapolis, hasta ese momento habían permanecido ocultas porque las relacionaba con la muerte de Joel.

—No has venido al comedor —dijo él, señalando lo evidente mientras se colocaba a su lado—. Hunter está inquieto pensando que estás enfadada con él.

—Qué dices, no… tengo más de doce años, gracias.

—Ya. —Señaló con la cabeza el montón de fotos—. ¿Por fin has decidido hacer público tu tesoro?

—¿Qué quieres decir?

—Hasta ahora nunca te había visto mirarlas delante de nadie. Bueno, en realidad no te había visto mirarlas, punto.

Ella se preguntó interiormente cómo Nathan conocía su existencia, ya que solía llevarlas encima y sabía que nadie las había tocado; pero vivían juntos, así que tampoco era tan raro.

—Es que duele —murmuró.

—Pero las tienes. No todo el mundo conserva esos recuerdos de su familia… creo que pocos de los supervivientes tuvieron tiempo de llevarse sus cosas. —Ella afirmó despacio— ¿Cuál es la peor?

No fue ninguna sorpresa para él cuando Emma le tendió una foto de June. Ahí estaba lo que más escocía, su hermana, y esa sensación que se le había quedado por no haber dedicado más días a buscarla en Little Falls. La había dado por muerta demasiado pronto, o se había centrado más en sus deberes como policía pensando en la población en su conjunto… fuera como fuera, eso estaba ahí y no desaparecería.

—A lo mejor tuvo suerte —comentó él, mientras observaba aquella foto de familia, ese hombre y sus dos hijas—. Os educó el mismo padre, ¿no?

—June es más tranquila que yo. O lo era.

—No es tan imposible que pueda seguir viva… mírame a mí, seguro que en las quinielas era la víctima número uno. —Sonrió de forma breve.

Emma se acercó a él y lo abrazó, apoyando la cabeza en su pecho. Nathan le acarició el pelo, esperando a que ella siguiera.

—Lo siento —se disculpó la rubia, al cabo de un rato.

—¿Qué sientes?

—Cómo me he portado contigo.

—Sí, tienes razón, estas noches han sido horribles… —Ella lo golpeó en un hombro—. Perdona, sigue.

—Sé que no he sido… como yo era. Todo lo que me ocurrió me ha afectado demasiado, pero también sé que no soy la única. Todos aquí han tenido su ración de sufrimiento en mayor o menor medida, pero estaba tan… No sé, que no me he parado a pensar en que todos merecemos seguir adelante, tener una oportunidad. No sé si veré a June de nuevo, pero no puedo estar todos los días pensando en ella, en si podría haberla salvado… Así que he decidido centrarme en el ahora, y el ahora dejará de significar algo si me quedo quieta viendo las cosas pasar. Por eso voy a Nueva York. Y por eso tengo que hacer… esto. —Y despacio, lanzó las fotos por el aire y se quedó contemplando cómo el viento las arrastraba lentamente.

Él se quedó pensativo unos segundos.

—Vaya —comentó—. Esos chupitos que te has tomado con Hunter sí que te han hecho efecto.

—Idiota.

Volvió a golpearlo en el hombro, para después mirarlo con una sonrisa que hacía tiempo que él no veía. Lo besó, llevando las manos a su camisa, y no bajaron de la azotea en un buen rato.

 

Dos días después, organizaron una reunión con todos los miembros de la comunidad para comunicarles la noticia. La mayoría se tomaron con horror que fueran a bombardearlos, de manera que aquel dato amortiguó el hecho de que un grupo de cierto peso abandonaba el lugar. Todos entendieron el motivo, pensando en silencio que ojalá lograran su objetivo, o quedarse sin la único médico sería el menor de sus problemas.

Erik los abrazó a todos, deseándoles suerte.

—Estoy seguro de que lo vais a lograr —dijo con voz animada y se apartó un poco para dejar paso a un J.J. con cara de preocupación—. Eh, sin empujar…

—¿Volveréis? —quiso saber el chico, esperanzado—. Me refiero a si no se bombardea, y nadie os detiene, ni os mata…

—No lo sé. —Hunter se encogió de hombros—. Pero te prometo que si vemos la posibilidad de reunirnos todos de nuevo, aunque sea en otro lugar, la aprovecharemos.

—¿Lo prometes? Mira que están creciendo cebolletas en el jardín —informó con orgullo—. Y tomates… era lo que querías, ¿no?

—Sí —dijo Hunter con una sonrisa afectuosa—, era lo que quería. —Y lo abrazó, por si acaso no volvía a verlo. Quizá lo había sacado de quicio más de una vez, pero había cambiado, y de cualquier forma, era una persona inofensiva y agradable—. Sigue así, J.J. Estoy orgulloso de ti.

—Gracias. —Tenía lágrimas en los ojos—. Has sido como un padre para mí, teniente. Te voy a echar de menos. Cada vez que vea una lata…

Hunter sonrió, estrechando el abrazo.

—Sabrás abrirla. Y pórtate bien, ¿de acuerdo?

—No veo cómo podría portarme mal aquí dentro —se quejó él, una vez libre del abrazo—. Seguro que Erik nos lleva como en una dictadura.

Erik le pegó en el brazo bromeando, pero J.J. se quejó igualmente, y se marchó frotándose la zona afectada tras despedirse de forma cariñosa de los demás, exceptuando a Faraday, que le daba miedo.

Llegó un momento en que tantos abrazos y despedidas se hicieron muy difíciles, y aquel fue el momento escogido para irse a dormir. Debían descansar, pues en pocos días se marcharían sin tener muy claro su destino.

 

7.     El demonio está aquí

Nueva York, 17 de abril.

 

Cuando llegaron a Jersey ya era de noche, así que buscaron un edificio vacío en el que poder refugiarse para descansar. Desde allí podían ver el skyline de Manhattan, pero ninguna luz se iluminó ni observaron movimiento, lo que les desanimó bastante.

Por la mañana siguieron el curso del río hacia el norte. A la altura del túnel Lincoln, descubrieron que este tenía la entrada totalmente bloqueado por rocas y bloques de cemento, como si el techo se hubiera desprendido. El río lo había inundado, y el agua llegaba hasta la carretera. Habían descartado cruzar por allí por peligroso, pero al ver aquello se preguntaron si no estarían bloqueadas todas las entradas y salidas de la isla. Si, como creían, había gente allí y ejército, sería lo más lógico para evitar ataques.

No tenían muchas más opciones, así que continuaron caminando hasta llegar al puente de George Washington. Respiraron aliviados al ver que no estaba derruido, aunque había alambre de espino y restos de cuerpos por todas partes. No eran recientes, lo que fuera que había ocurrido allí, era de semanas o meses atrás.

No podían atravesarlo con los caballos, así que les dejaron dentro de un pequeño parque que habían visto unos bloques atrás.

Pasaron el alambre llevándose unos cuantos cortes de recuerdo, ninguno grave, y a lo largo del kilómetro y medio que tenía de largo el puente, encontraron barricadas y más obstáculos, así como más cuerpos, algunos de ellos con uniforme militar.

Cuando llegaron al final, se encontraron con que estaba bloqueado por un muro construido con bloques de hormigón, y al mirar hacia arriba se encontraron con varios soldados apuntándoles con sus armas.

—¡Dejad vuestras armas en el suelo y levantad las manos! —ordenó uno de ellos.

—Será mejor que obedezcamos —dijo Hunter, quitándose su rifle y su ballesta—. ¡Tranquilos, no somos peligrosos!

—Eso lo decidiremos nosotros.

Los cinco dejaron todas sus armas en el suelo, y se quedaron con las manos levantadas mientras varios soldados bajaban por el muro y se acercaban a ellos. Les cachearon rápidamente, y recogieron sus armas.

—¡Limpios! —Gritó uno.

—¡Que suban!

Les llevaron hasta el muro, indicándoles las zonas donde apoyarse para poder subir. Una vez llegaron al otro lado, vieron que había varios hummers, coches de policía y un par de tanques, todos apuntando en dirección al muro.

Un hombre se acercó a ellos, saludándoles militarmente.

—Capitán Edward Garrows —dijo, mirando a Hunter de arriba abajo—. ¿Es usted teniente?

—Sí —confirmó él, llevándose la mano a la frente—, teniente coronel Hunter Cooper.

Se oyeron varias exclamaciones de sorpresa, y varios soldados murmuraron entre ellos. El capitán llevó la mano a su cartuchera.

—¿Ha dicho Hunter Cooper? —preguntó—. ¿De Camp Ripley, Little Falls?

—Sí, ¿qué…?

—Levante las manos. —Sacó su arma y lo apuntó—. ¡Ahora!

Hunter obedeció, poniéndolas detrás de la cabeza. Todos los soldados le apuntaban a él directamente.

—¿Pero se puede saber qué ocurre? —preguntó Rachel.

—Tranquila —dijo él—. Seguro que es algún malentendido.

—De eso nada, cabrón.

Con esas palabras, Edward se acercó para golpearle en la cara con la culata de su pistola. Hunter se tambaleó, pero antes de que pudiera recuperar el equilibrio el capitán le pegó un puñetazo en el estómago y lo empujó al suelo. Hunter no se defendió, con al menos quince armas apuntándolo no quería correr el riesgo, pero Emma le pegó un empujón a Edward.

—¿De qué vas? —gritó—. ¡Hemos tardado días en llegar! No sé quién creéis que es, pero…

—Sabemos perfectamente quién es. —Le puso unas bridas en las manos, apoyando una rodilla en su espalda para que no se moviera—. Señorita, aléjese si no quiere que la detengamos también.

—¿De qué se lo acusa? No pueden detenerlo así como así.

—Mire, puede que las circunstancias le hayan engañado, a usted y a sus amigos, pero este hombre es muy peligroso.

—¡Y una mierda! Yo era sheriff de Little Falls, sé muy bien quién…

El capitán hizo un gesto, y otro soldado se lanzó directo sobre ella, reteniéndola igual que habían hecho con Hunter.

Nathan y Rachel dieron un paso hacia ellos, pero Faraday se interpuso entre ellos. Si seguían así, acabarían todos detenidos. Desde el suelo, Hunter los miró negando con la cabeza.

Nathan cogió de la mano a Rachel, intentando tranquilizarse y a ella también. Varios soldados se acercaron, para coger a Hunter y Emma y levantarlos del suelo, sujetándolos por los brazos para que no se movieran.

Edward se dirigió a los otros tres, con el ceño fruncido.

—¿Y vosotros quiénes sois?

Nathan titubeó, ya no estaba seguro de si decir su nombre o mentir.

—Doctora Rachel Portman —contestó ella, intentando mantener la calma.

—Faraday —se limitó a decir el grandullón.

—Yo soy virólogo —se decidió por fin él—. Nathan Thomas.

—¿Nathan Thomas? ¿Es el hijo del coronel Thomas?

El pelirrojo frunció el ceño, de nuevo sin saber qué respuesta era la buena. Afirmó lentamente con la cabeza, preguntándose si era lo correcto. Pero Edward sonrió, guardando su arma, así que había acertado.

—Su padre estará encantado de saber que está vivo. Pensaba que había muerto en Little Falls.

Él palideció.

—¿Mi padre? —repitió—. ¿Está aquí?

—Claro. Es el jefe del Estado Mayor, cuando todo esto pasó… Bueno, él consiguió llegar hasta aquí, y el anterior jefe estaba en el Air Force One con el presidente cuando se estrelló.

Los cinco se miraron. Hunter apretó los dientes para no decir nada, imaginándose lo que habría ocurrido. Lo iban a tener más difícil de lo que había pensado.

Nathan se recompuso tras unos segundos de estupor.

—¿Entonces entiendo que hay un gobierno?

—Sí, están el vicepresidente, que ahora es el presidente, y unos cuantos senadores y congresistas. Además de delegados de otros países.

—¿Qué tal si nos lleva con ellos y me lo va contando por el camino?

—Por supuesto.

Hizo un gesto, y se llevaron a Emma y Hunter en un hummer. Faraday, Rachel y Nathan subieron a otro con Edward, que comenzó a conducir por las calles desiertas de Nueva York.

Por el camino les explicó que iban hacia la ONU. El pulso electromagnético no había llegado hasta la isla de Manhattan, pero sí a las centrales eléctricas que alimentaban los edificios. Así que tras unos días, el sistema había empezado a fallar. El caos no tardó en aparecer, sobre todo cuando la gente empezó a darse cuenta de que el resto del país no tenía electricidad. Una vez confirmado que el presidente había muerto, se había creado un gobierno de emergencia. Movilizaron todos los portaaviones y buques de guerra para llevarlos a las costas Este y Oeste del país, para evacuar a todos los supervivientes que pudieron. Pero cuando empezaron a llegar rabiosos, o «el enemigo no identificado, ENI» como lo llamó él, se cerraron todas las fronteras y el espacio aéreo. Se habían instalado puestos del ejército en diferentes islas, y durante esos meses los gobiernos extranjeros habían estado debatiendo qué hacer. En lo único en que se habían puesto de acuerdo por el momento había sido en enviar tropas a la frontera con México, desde donde estaban evitando que los rabiosos se propagaran hacia el sur. Pero cada vez eran más, y la mayoría de países quería una intervención militar a gran escala.

Habían descartado el uso de bombas atómicas, para no dejar el país inhabitable, pero aunque su gobierno quería esperar a encontrar una cura, el resto opinaba que ya había pasado demasiado tiempo. En la última reunión un par de semanas antes, EEUU había hecho valer su veto de nuevo. Debido a eso, estaban preparando una revocación de los estatutos de la ONU, de forma que ningún país tuviera derecho a veto. En cuanto modificaran los estatutos, se haría una nueva votación. Y claramente, ganarían los votos a favor del ataque.

Cuando llegaron al recinto de la ONU, vieron que el muro exterior estaba totalmente rodeado de coches de policía, con agentes y soldados por todas partes. Pasaron un par de barreras con vigilantes, y les llevaron hasta el edificio principal.

Al bajarse, vieron que el otro hummer se paraba a su lado. De él sacaron a Hunter y Emma, aún esposados, pero no se resistían. Durante el viaje habían podido hablar entre ellos, y habían decidido que por el momento era lo mejor.

Sus miradas se cruzaron, pero no les dio tiempo a decirse nada. Nathan atrajo a Rachel hacia sí.

—Ya veremos cómo lo arreglamos —susurró—, pero mejor que por ahora piensen que no tenemos mucho que ver con ellos.

—Tu padre sabe que estuviste con Emma.

—Solo que fuimos a cenar. Le diremos que tú y yo estamos juntos, así quizá consigamos que no nos separen.

—¿Y Faraday?

—Eso es más complicado, a ver cómo los convencemos de que es inofensivo.

Ir a la siguiente página

Report Page