Anxious

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—Joel… —Emma iba a decirle cualquier burrada cuando su móvil empezó a vibrar. Miró la pantalla y descolgó—. ¿June?

—Hola —saludó su hermana—. Ya veo que no piensas venir a casa, ¿se sabe algo de Tuesday? ¿Al fin localizaron a Connor?

—No a las dos cosas, pero sigo esperando que me avisen.

—¿Puedo pasarme por allí? Aquí me siento impotente. E intranquila —pidió June—. Solo estaré un rato, prometido.

—Como quieras, pero por Dios, ten cuidado. Solo me faltaba que desaparecieras tú también —refunfuñó Emma antes de colgar. Se volvió hacia Joel—. Si dentro de un rato no me ha llamado, le mandaré una orden formal, dile a Dolce que la vaya redactando.

—¿Seguro que puedes hacer eso?

Emma se encogió de hombros, le daba igual. Estaba harta ya de soldaditos que pensaban que podían pasarse a la policía por el forro cuando les apetecía; a sus ojos, el coronel Thomas estaba ocultando información y eso era lo que importaba.

—Tú díselo. ¿Quién tiene guardia de noche hoy?

—Creo que Olivia, pero me entero. De todas maneras ya sabes que hasta las nueve estaremos aquí por si acaso, incluso yo puedo quedarme contigo hasta que decidas que has esperado suficiente.

—Entonces, si no te importa podrías ir a buscar algo de comida —sugirió ella—. Así compensarás ese desagradable comentario que has hecho antes.

—De acuerdo, expiaré mi falta trayéndote montones de calorías. —Joel sonrió—. Vuelvo enseguida con la información y la cena.

Emma se quedó sola tras salir Joel y observó pensativa su móvil. Le extrañaba que Nathan no la hubiera llamado en todo el día; lo conocía bien y él era de los que respetaba los rituales de cortesía sin excepción. Si Nathan decía que iba a llamar, lo hacía. Igual que si lo decía un militar, ambos cumplían su palabra.

Bueno, pues quizá no había tenido tiempo. O ganas, o la suma de las dos cosas… pero de cualquier forma, eso no era lo que debía preocuparle en aquellos momentos. Su intuición le estaba gritando desde algún lugar de su cabeza y Emma siempre, siempre le hacía caso. La había sacado de ciertos apuros más de una vez y, en ese momento, en ella predominaba el desasosiego, la sensación de estar perdiéndose algo importante. Se levantó de su silla y se puso a pasear como un león enjaulado… ¿y si cogía el coche e iba a Camp Ripley? Pillaría por sorpresa a Thomas y si ocultaba algo, no tendría tiempo de preparar ninguna excusa… pero no podía. Estaba buscando a Tuesday Latch y ni siquiera debería estar haciendo eso, ya que aún no habían transcurrido las cuarenta y ocho horas oficiales. No le quedaba más remedio que sentarse y esperar que aquel capullo uniformado se dignara a telefonear.

Joel regresó un rato después, con Olivia y una bolsa de comida que puso en la mesa.

—Podéis marcharos a casa —ofreció la recién llegada, al ver sus caras—. Lleváis aquí todo el día. Prometo que si llama alguien o me entero de cualquier cosa que tenga que ver con Latch te aviso, Em.

Emma estuvo tentada de aceptar. Estaba cansada y era probable que a esas alturas no viera las cosas con perspectiva… puede que necesitara dormir y así dejaría de tener aquellas ideas. Se planteó decir que sí, pero en aquel momento tocaron en la puerta y entró June.

—Ya estoy aquí —saludó—. No vas a adivinar lo que he encontrado, Em.

Y se hizo a un lado para dejar paso a dos jóvenes vestidos de soldado.

—¿Quiénes son? —quiso saber Olivia con curiosidad.

—Os presento a David Strike —June señaló al más alto y serio de los dos—. Y Connor Riker. Son soldados de Camp Ripley.

Emma se puso en pie tan deprisa que por poco le tiró la comida encima a Joel; este se apartó a la velocidad del rayo soltando una maldición.

—¡Mierda, Em, casi me pones perdido! —exclamó.

—¿Tú eres Connor Riker? —Fue directa a la puerta y cerró—. ¿Sabes que llevo intentando contactar contigo desde esta mañana? En teoría, vuestro coronel iba a avisarme cuando te localizara.

—Nos fuimos pronto —explicó David—. Queríamos rehacer el recorrido que hicieron ellos la noche anterior. Ya sabe, por si podíamos encontrarla… cabía la posibilidad de que se hubiera roto algo y estuviera en el bosque a la intemperie, o a saber. A veces hay animales salvajes.

—¿Y habéis encontrado algo? —preguntó Joel, dejando de sacudirse la ropa.

David movió la cabeza a ambos lados de forma negativa, lo que derrumbó la leve esperanza que acababa de crearse en el despacho.

—Bueno —Emma retiró una silla y empujó de forma amable pero firme a Connor para que se sentara en ella—. Cuéntame. —Se apoyó en su propia mesa de brazos cruzados—. Y no te dejes nada.

Connor tragó saliva, intimidado por la mirada directa de aquella mujer. Ni siquiera parecía mucho mayor que él, pero acojonaba un poco. Hizo un relato breve de lo sucedido, cómo habían ido a la base, entrado al laboratorio y después salido para marcharse.

—Entonces se marchó sola y no has vuelto a verla —Emma suspiró—. ¿Y eso es todo? ¿No hay nada más, algo que te llamara la atención, cualquier cosa?

—Bueno —se metió David de pronto—, solo que esta mañana en la base andaban interrogando a todos los soldados. Sabían que alguien entró en el laboratorio y querían averiguar quién era… parecían nerviosos.

—¿Os interrogaron? —preguntó Joel y David asintió—. ¿A qué hora?

—Alrededor de las once, tal vez. Luego fuimos a pedir un permiso a nuestro sargento para ver si recorriendo el bosque podíamos averiguar algo.

—Entonces, cuando llamé al coronel él ya había hablado contigo. —Emma le dio un toque a Connor en el brazo, haciendo que él pegara un respingo. Asintió de manera frenética—. Lo sabía, joder, sabía que no decía la verdad, y ahora…

Su voz se vio interrumpida por la puerta, que se abrió de golpe dando paso a un agitado Malone, el patrullero.

—¡Emma! —dijo jadeando—. Viene alguien.

—Pero, ¿qué demonios…?

—Creo que es Tuesday Latch.

Solo era una figura en la lejanía, constató Emma una vez estuvo en la calle. Todos los miembros de la comisaría habían salido fuera, incluida Dolce, que se mantenía de forma prudente por detrás del resto.

«Un blanco fácil», se dijo la jefa de policía, sin saber bien por qué había tenido ese pensamiento.

Joel permanecía a su lado, como un perro fiel: siempre lo hacía. Puede que ella fuera la jefa, pero eso le daba igual, él consideraba que era su deber protegerla. Olivia también estaba a su derecha y, por detrás, Morrigan, Malone y el detective Chase, todos tratando de reconocer en la figura que se aproximaba de manera torpe la cara de la desaparecida.

Aunque Emma había ordenado a su hermana pequeña que se quedara en el interior de la comisaría, esta no le hizo caso. Era su mejor amiga de quien hablaban, demonios, y quería comprobar si se encontraba bien; así que allí estaba, helada de frío y con dos soldados, uno a cada lado, como si fueran a llevarla en custodia.

A medida que aquel cuerpo se iba acercando, Emma reconoció a la perfección a Tuesday Latch a pesar de su aspecto. Porque estaba horrible: llevaba su top roto por varios sitios y los vaqueros llenos de arañazos y manchas de tierra. Su melena pelirroja parecía haber pasado por el centro de un huracán; el maquillaje de ojos estaba esparcido por su cara. Tenía heridas en los brazos, en el escote, en la parte del estómago que asomaba por encima de sus pantalones, en las mejillas... Le sangraba el labio y la nariz, aquel color rojo en fuerte contraste con la enfermiza palidez de su piel. Sin embargo, lo peor no era aquello… Cuando Emma al fin la vio de cerca, notó que aunque miraba hacia delante, no veía. Sus ojos estaban perdidos. Y temblaba, de pies a cabeza, con sacudidas incontrolables.

—¿Tuesday? —empezó a gritar June, al ver el estado de su amiga.

—Que no se acerque —ordenó Emma a Olivia, que se rezagó para ir junto a June—. ¿Tuesday? —la llamó con voz clara—. Ayúdame, Malone.

Este se adelantó para ponerse a su altura y fueron al encuentro de Tuesday, mientras Joel les seguía con una expresión difícil de definir.

—Dios mío… —Escuchó Emma murmurar a su joven patrullero, impresionado.

Tuesday se paró en seco frente a ellos; aún parecía ida, pero parpadeó repetidas veces tratando de enfocar con la mirada. Emma se acercó para examinarla: aunque su ropa estaba arañada, no se la habían arrancado, así que descartó una agresión sexual. Las heridas del cuerpo y la cara no eran graves pese a su aspecto escandaloso y no conocía ningún torturador que solo se conformara con propinar arañazos a sus víctimas. Eran el tipo de contusiones que presentaban las personas que se perdían en el bosque durante días… a excepción de aquellos ojos y de los temblores y su ansiedad.

—Tuesday, ¿puedes oírme? —le dijo manteniendo su voz calmada—. Soy Emma Jefferson. ¿Me oyes? Mírame. Mírame, vamos. —Le hizo un par de gestos para atraer su atención, pero excepto algunos balanceos de cabeza que parecían intentos por localizar de dónde provenía su voz, Tuesday no reaccionó—. Estoy aquí, chiquilla. Inténtalo otra vez.

Los temblores se intensificaron y empezó a agitarse.

—Está bien. —Emma abandonó sus intentos cuando Malone tuvo que sujetarla con ayuda de Morrigan, cada uno por un lado—. Tranquila, tranquila. Ya estás a salvo. —Se giró—Dolce, llama a una ambulancia. Creo que debería ir al hospital.

Al girarse, observó la expresión horrorizada de June, y no era la única; David y Connor parecían igual de asustados que ella. A decir verdad, todos estaban impresionados, ya que no solían tener lugar hechos como aquellos en el pueblo.

¿Qué le había sucedido a Tuesday? Su respiración se agitaba, su pecho subía y bajaba de forma violenta con cada inspiración, la siguiente siempre más ansiosa que la anterior.

—Va a tener un ataque de ansiedad —advirtió al verla—. ¡Traed una bolsa de papel, rápido! Y algo para taparla, una manta, lo que sea.

Morrigan entró a toda prisa a la comisaría y regresó al momento con la bolsa de papel y una manta que tenían abandonada en la sala donde tomaban el café. Se la echó por encima a Tuesday mientras Joel y Emma trataban de tranquilizarla con la bolsa de papel, instándola a coger y soltar aire de forma controlada. Los dos se miraron con inquietud.

—¿Qué hacemos? —preguntó él—. Hay que abrir una investigación.

—Por el momento esperaremos la ambulancia —replicó Emma—. Yo misma iré con ella. Lo más seguro es que la pongan en observación y…

—Emma… —la voz de Dolce emergió, con un timbre de miedo en ella.

—No estoy convencida de que la hayan agredido —siguió la rubia concentrada, casi más para sí misma que para Joel—. Es… como si se lo hubiera hecho ella misma.

—¿Por qué demonios haría algo así? —espetó él—. No tiene sentido. Lleva la ropa rota, está herida y fíjate en qué estado. —Señaló a la pelirroja, que continuaba respirando.

Emma apartó la bolsa de su cara para comprobar si estaba algo mejor, pero la ansiedad no parecía disminuir.

—Emma —insistió Dolce.

Esta se giró al escucharla; Dolce miraba hacia la carretera y cuando siguió sus ojos pudo comprobar lo que señalaba: dos hummers del ejército se acercaban por la carretera principal a buen ritmo. Se quedó contemplándolos muy erguida, sin dejar de preguntarse qué podían estar haciendo allí. Por lo visto no iba a tardar en comprobarlo, pues a unos cinco metros de donde se encontraban, los hummers se detuvieron. Mala señal. Emma se puso en guardia al momento cuando descendieron de los vehículos… Conocía varias caras, otras no, la mayor parte los soldados. Pero sí conocía a quien los dirigía.

—Hunter —dijo, con sorpresa—. ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Hola —saludó él dando unos pasos hacia ella. De pronto alzó un brazo y señaló a su derecha—, ¿esa es Tuesday Latch?

—Ajá —la respuesta vino de Joel, que se había acercado a su jefa—. La acabamos de encontrar. Vamos a llevarla al hospital, no tenemos claro que le ha pas…

Emma le rozó el brazo para que dejara de dar explicaciones.

—¿Qué hacéis aquí? —volvió a preguntar—. Y no me respondas que maniobras, porque no cuela.

Alexis se había adelantado para estar cerca de Hunter, sin perderlo de vista. Igualmente, el sargento Clive, el teniente Wallace y el capitán Scalia se mantenían detrás y Emma pudo percibir la tensión que emanaba de todos ellos.

—Mira, Emma —empezó Hunter sin alzar la voz—, tenemos que llevarnos a la chica a la base. Son órdenes del coronel Thomas.

Hubo un murmullo de sorpresa general y Emma se puso ante Tuesday de manera instintiva, haciendo que quedara tras ella y Joel y protegida por Morrigan y Malone.

—¿De qué hablas? Es una civil. No te la vas a llevar a ninguna parte —le dijo—. Ya puedes coger tus cacharros y tus soldaditos y volver a tu base.

—Escúchame —Hunter usó su tono de voz razonable, el que se utilizaba con los tontos—, no lo entiendes.

—Pues explícamelo. —Emma se cruzó de brazos.

—No puedo —se negó Hunter.

—Entonces no te la llevarás. No ha cometido ningún delito y sigue siendo una civil, así que no tenéis derecho… Sería algo así como secuestro, ¿no, Joel?

—Algo así —apoyó él, igual de ceñudo que la jefa de policía.

Hunter miró de reojo hacia atrás, donde sus hombres aguardaban sin moverse ni un centímetro; incluso Alexis permanecía como una estatua, esperando que él diese la orden.

—Lo siento —dijo con voz opaca—, pero no necesito tu permiso.

—Te recuerdo que vosotros no os metéis en nuestra jurisdicción y nosotros no lo hacemos en la vuestra, ¿o es que se te ha olvidado? Ella no está metida en temas militares.

—Fuera de la base con personal militar…

—Quiero saber qué coño está pasando, Hunter, y por qué de repente os interesa tanto Tuesday Latch.

—Es alto secreto —confirmó él.

—¡No me hables como militar! Me conoces de sobra, fuimos juntos al instituto, joder. Todos vivimos aquí y creo que si está pasando algo grave deberíamos saberlo.

Sí, en efecto, Hunter estaba de acuerdo con ella y la comprendía. Solo que no podía decir ni media palabra del tema porque en eso el coronel Thomas tenía toda la razón del mundo: si mencionaba la palabra «virus» se desataría una histeria colectiva. Y no convenía atraer atenciones innecesarias.

No podía tranquilizarla aunque quisiera; en su lugar, hizo un gesto con su mano izquierda hacia atrás.

—Perdona, Emma —repuso, y al momento todos sus soldados alzaron las armas para apuntarlos.

Ella reaccionó igual de rápida sacando la suya, y a su espalda escuchó el ruido de un montón de pistolas que salían de sus fundas al momento. Durante unos segundos, ambos grupos se apuntaron mutuamente, desafiándose con la mirada, con aquel silencio flotando en el ambiente, solo interrumpido por unas angustiosas aspiraciones de aire que provenían de Tuesday.

—¡Eh, eh, eh! —vociferó Hunter dirigiéndose a su personal—. ¡Todo el mundo tranquilo y que nadie dispare! ¿Habéis entendido?

—Diles que bajen las armas—dijo Emma sin apartar sus ojos ni su arma de él—. ¡No podéis hacer esto y lo sabes!

Hunter acortó la distancia que los separaba; lanzó una mirada breve al grupo de policías. Todos sin excepción apuntaban a sus hombres, quitando a June, que se había hecho a un lado y observaba la escena llena de horror mientras dos de sus soldados permanecían a su lado sin saber qué hacer y preguntándose qué diantres sucedía allí. Luego posó sus ojos en Emma.

—No me obligues a hacerlo —susurró—. Hemos venido a por ella y nos la vamos a llevar. No quiero que nadie sufra ningún daño.

No quería, pero lo haría y ella entendió el mensaje. El sargento Clive, el chico al que le había perdonado tantas multas, con quien había jugado varias veces al billar, ahora la tenía en su punto de mira y era célebre por su excelente puntería.

Despacio, Emma bajó su pistola y alzó las manos.

—Bajad las armas —ordenó a su equipo, tratando de tragarse la furia.

—Hazte a un lado —ordenó Hunter—. ¡Sargento Clive!

El aludido salió corriendo mientras también dejaba de apuntar y llegó hasta su altura.

—Átale las manos —ordenó.

—¿Estás de broma? —preguntó Emma—. ¿En serio, Hunter?

—No quiero que me causes más problemas —había un tono de advertencia en la voz de Hunter—. ¡Eh, Wallace, moveos, que los soldados cojan a la chica! Cuanto antes nos marchemos de aquí mejor, no debemos llamar más la atención.

Clive ajustó las bridas especiales que usaba el ejército y después comprobó que quedaban bien sujetas.

—Lo siento —se disculpó aturullado mientras Emma lo fulminaba con la mirada—. ¿Te… te aprietan?

—¡Los demás, echaos hacia atrás! —iba gritando Alexis mientras el resto de soldados avanzaban—. ¡Que ninguno haga el menor movimiento y no habrá problemas! ¿Entendido? Esto acabará en unos minutos.

Wallace acababa de acercarse hacia June y los estaba haciendo moverse hacia un lado para que no interfirieran; el capitán Scalia  hizo retroceder a Joel y este le enseñó los dientes como si fuera un perro rabioso, algo que no pareció molestar demasiado a Scalia.

Sin embargo, los problemas sobre jurisdicción pronto dejaron de ser la principal preocupación.

Ninguno de los dos soldados que habían sujetado a Tuesday por los brazos se dio cuenta. Clive comprobaba que las bridas estuvieran fijas, Alexis continuaba organizando el equipo y Scalia provocaba a Joel Crane con aquella sonrisita burlona. Wallace estaba con la hermana de Emma, recomendándole que se alejara para no sufrir ningún daño.

Pero Hunter lo vio todo: tenía a Tuesday a unos metros, pero justo enfrente. Sintió un escalofrío recorrer toda su columna al verla echar la cabeza hacia atrás; cuando recuperó su posición, su cara había cambiado. De pronto ya no parecía ida, solo…

Quedó paralizado de forma momentánea con lo que estaba viendo. Aquellos ojos inyectados en sangre y esos aullidos que salían de su garganta… ¿eran aullidos, gruñidos?

La chica se giró al soldado de la derecha y de un mordisco le arrancó un trozo de garganta; la sangre le salpicó toda la cara mientras escupía el pedazo de carne. A continuación, con los brazos ya libres, se arrojó sobre el de la izquierda derribándolo en el suelo y cayendo sobre él; el chico empezó a gritar para sacársela de encima, pero casi al momento sus piernas empezaron a sacudirse compulsivamente.

—¡Dios mío! —Oyó gritar, y eso lo devolvió a la realidad.

Los policías tenían las caras desencajadas mientras Tuesday se ponía despacio en pie; en el suelo, el cuerpo del hombre seguía agitándose. Otro soldado alzó el arma al verla, pero la chica le pegó un puñetazo en la cara sujetando la pistola con las manos y después usó su propia cabeza como arma, golpeándolo una y otra vez hasta que lo redujo a una masa sanguinolenta.

—¡Basta, quieta! —Escuchó gritar a Alexis—. ¡Detente!

Dolce gritaba a pleno pulmón. Tuesday abandonó al soldado y se irguió, mirando a su alrededor; apretó los puños y de pronto, un tiro le reventó la cabeza. Su cuerpo cayó al suelo de forma pesada y allí se mantuvo, inerte. Hunter bajó el arma, notando que la sugerencia del coronel de que  llevaran a la chica viva ya no iba a ser posible, pero… por Dios, que les había arrancado trozos de la cara a sus soldados, tres que ahora estaban muertos y…

—¡Hunter! —era la voz de Emma, entre los gritos que reinaban en medio de la calle—. ¡Hunter, se están levantando! ¡Haz algo!

Él se sentía confuso, aún mirando la chica muerta tirada en la carretera… pero entonces reaccionó, sin poder creer lo que veían sus ojos. Los soldados atacados se levantaron de un salto y se abalanzaron sobre ellos de forma literal.

En aquel momento, Hunter Cooper perdió el control del grupo. Lo único que escuchaba eran gritos, gritos y disparos llenando el aire y rompiendo el silencio nocturno; soldados que caían y se levantaban un minuto después, descontrolados, con los mismos ojos rabiosos que había visto en Tuesday antes de que la matara.

—¡A los hummers, todos a cubierto! —empezó a gritar.

Ni siquiera sabía si lo oían o no, pero no se detuvo a comprobarlo. Los soldados que se levantaban parecían multiplicarse y escuchó también gritos de mujer… aturdido, cesó de correr y buscó el origen de aquellos chillidos. Dos soldados cuyas figuras eran poco menos que guiñapos sangrantes habían derribado a Dolce y le estaban destrozando la cara a dentelladas mientras ella se desgañitaba pidiendo socorro. Imposible ayudarla, estaba demasiado lejos… En otro lado, Morrigan había caído de bruces y antes de poder levantarse, uno de los soldados contagiados la sujetó por el pelo y tiró hacia atrás con tanta fuerza que casi le arrancó el cuero cabelludo. Malone estaba disparando en un vano intento de liberarla, pero pronto le cayó encima alguien que Hunter ya no fue capaz de reconocer. Con los gritos de agonía de aquel joven patrullero en su cabeza retrocedió hacia su hummer. Alexis corría en la misma dirección, sin dejar de disparar a otro soldado contagiado que la perseguía.

Hunter abrió la puerta y saltó al interior, metiendo la llave para ponerlo en marcha. Esperó a que Alexis hiciera lo mismo por el lado del copiloto y miró, buscando alguien más que hubiera aguantado el tipo. No veía ni al sargento Clive, ni a Wallace… ni a Scalia, debían haber salido corriendo a ocultarse en otro lado. Tampoco estaba a la vista Emma… joder, la había dejado con las manos atadas…

—¡Arranca, teniente! ¡Arranca! —Alexis le pegó un manotazo para sacarlo de su estupor y él pudo comprobar que aquella especie de infectados golpeaban el hummer de forma violenta, de manera que arrancó y salió pitando, aplastando a uno de ellos por el camino.

No pudo mirar atrás, todo había sucedido demasiado deprisa. Un minuto antes todos estaban vivos y tres segundos después, sus ojos habían presenciado un baño de sangre terrible.

Alexis jadeaba a su lado, tratando de recuperarse de lo que acababa de ocurrir.

—Joder —mascullaba—, joder, joder, joder… Teniente, ¿pero qué era eso?

—No lo sé. —Abrió la radio del coche— Atención, al habla el teniente coronel Cooper, ¿hay alguien a la escucha? —Escuchó zumbidos e interferencias—. ¿Hola? ¿Me oye alguien?

Le pasó la radio a Alexis para que siguiera insistiendo y entonces se fijó en que ella tenía lágrimas en los ojos. Dejó la radio en su sitio y prestó atención a la carretera, empezando a ser consciente de lo que acababa de ocurrir. Era un teniente estupendo, pero Alexis sabía más que él sobre sentimientos.

—No podíamos hacer nada —dijo en voz baja.

—Dios santo, todos esos soldados… y los civiles… ¿por qué no me informaste de que podía suceder esto, qué tipo de misión era en realidad?

—No lo sabía —se excusó, sabiendo que no resultaba creíble y pensando que todo lo sucedido lo tenía que haber visto venir.

—Hemos desarmado a la policía y los han masacrado ante nuestra cara, teniente… si me hubieras contado que el sujeto a llevar a la base era una persona infectada con… lo que fuera eso, podríamos haber enfocado la situación de otra manera.

—Alexis, no había…

—Solo debíamos hablar con la jefa de policía y habrían colaborado con nosotros, seguro. No tenía que haber muerto nadie —se enderezó frotándose de nuevo las mejillas—. Hemos dejado a nuestros chicos atrás, y no solo los soldados… el sargento Clive, el teniente Wallace…

—¡No había tiempo! —exclamó Hunter, deseando que ella cerrara el pico—. ¿Acaso no estabas en el mismo sitio que yo? ¿No eres consciente de lo rápido que se contagia ese virus? Hablamos de minutos, Sand, minutos. O actuamos deprisa o para dentro de un par de horas tenemos una epidemia —terminó, recordando las palabras que había escuchado a Nathan.

Alexis no volvió a decir nada más. Hunter sabía que la había decepcionado, él mismo era consciente de que podía haber hecho las cosas mejor, pero… ¿quién había imaginado que aquel virus…?

Solo había una persona, y ese era el coronel Thomas.

 

7.     Un poco de información

Eran más de las doce de la noche y tanto Nathan como Paris estaban ya agotados, pero ninguno quería dejar de trabajar. Los dos sabían la importancia que tenía el tema, y aunque nadie se había dignado a pasar para informarles, seguían elucubrando y estudiando las carpetas que habían dejado allí los anteriores científicos.

—Ufffff —suspiró Paris, trasteando entre dos folios—. Ahora empiezo a comprender… adivina parte de qué sustancia han utilizado —Él aguardó— Metiendioxipirovalerona. O MDPV, cómo se la conoce más comúnmente.

—¿La droga caníbal? —Nathan fue a sentarse junto a ella— ¿Paranoia, psicosis, pérdida de sentido del cuerpo, agresividad y sensación de que todos a tu alrededor quieren atacarte?

—Eso es —Ella le pasó los datos— Esto es un cóctel explosivo, solo podemos dar las gracias de que no empezaran la fase experimental.

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