Anxious

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Hunter se liberó de su brazo y salió, haciendo un gesto al soldado para que cerrara mientras sus ojos se cruzaban con los de su amigo a través del cristal. Nathan supo que desde ese mismo momento de nuevo volvían a estar confinados allí. Su antiguo amigo se alejaba a grandes zancadas mientras sacaba su radio, que zumbaba.

—¿Teniente Cooper? —la voz de Alexis le llegaba a ratos, víctima de interferencias—. ¡Teniente Cooper, esto es… peor de lo que pensábamos! ¡No tenemos hombres para… la zona de montaña es demasiado…! ¿Teniente? ¿Teniente?

—¡Sand, no te recibo bien! —vociferó Hunter.

—¡Esto es imposible de controlar! ¡Acabamos de perder…no puedo controlarlos, teniente! —la voz de la joven sonaba angustiada y como ruido de fondo oía una ráfaga continua de disparos.

—¡Regresa de forma inmediata a la base, Alexis! ¿Me oyes? ¡Retiraos ya! —Echó a correr, totalmente ofuscado, hasta alcanzar al coronel—. ¡Coronel Thomas! Sand no puede controlarlo, la zona de montaña es tan extensa que no tenemos suficientes hombres para evitar que…

Él le indicó con un gesto que se callara.

—Coronel… —continuó Hunter, sin dejar de jadear.

—Estoy pensando.

—¿No me ha oído? Lo único que he escuchado han sido gritos y disparos. Esto no lo vamos a poder arreglar solos, ni siquiera sé si la comandante Sand va a lograr regresar a la base… ¿me escucha?

—No seas estúpido, ¡no son más que un grupo de soldados contagiados! ¿Me estás diciendo que una base entera no va a poder contra ellos?

—A estas alturas podrían haber infectado a muchas más personas. Ha llegado el momento de pedir ayuda a Atlanta, coronel. Su hijo tenía razón.

—Espere a que regrese la comandante Sand para saber qué ha sucedido realmente —repuso el coronel Thomas, como si no hubiese escuchado nada—. Voy a cortar las comunicaciones y la electricidad del pueblo. No puedo permitir que nada de esto salga en las redes o televisión, al menos no antes de que lo controle.

—Pero, ¿qué demonios…?

No se lo podía creer. Thomas aún creía que era un pequeño incidente aislado que se arreglaría solo y estaba dejando claro que era imposible razonar con él. Si su idea era cortar las comunicaciones y la electricidad… se estaba refiriendo a enviar un pulso electromagnético, algo muy peligroso que debía hacerse con sumo cuidado o en lugar de dejar aislado a Little Falls, lo haría con todas partes. En la base tenían un dron con una bomba PEM, pero era sólo experimental, y en las simulaciones habían llegado a obtener resultados alarmantes: hasta un máximo de dos mil kilómetros de radio desde el punto de origen. Lo cual quería decir que todo EEUU y Canadá podrían quedar arrasados, todos los circuitos eléctricos de cualquier aparato se freirían por culpa de la subida de tensión.

Salió corriendo hacia el hangar, rezando porque Sand hubiera tenido la suerte de escapar y lograra regresar a la base. Empezaba a dolerle la cabeza, no sabía qué hacer, pero no podía dejar que el coronel continuara tomando decisiones de forma unilateral desoyendo cualquier consejo razonable. Estaba tan obsesionado con que su «pequeño proyecto» no saliera a la luz pública que en el intento iba a destruir no solo aquello, sino el resto. Hunter conocía el riesgo de pandemia si aquello se expandía a otros pueblos cercanos. Significaría el fin de todo.

 

Cuando la alarma inundó la base por segunda vez, el soldado de guardia Flemming se incorporó en su silla, inquieto. Cierto era que ya había sonado antes, pero estaba siendo una noche insólita entre tantos paseos del coronel Thomas, soldados corriendo de un lado para otro y tener que custodiar a aquellos dos pobres científicos que llevaban encerrados en el laboratorio ni sabía ya cuántas horas. Y parecía que la acción no terminaba, de lejos escuchó pasos corriendo y ante sus ojos se materializó el teniente coronel Cooper, acompañado de la comandante Sand. Ambos tenían aspecto sudoroso y alarmado, lo que le hizo ponerse en pie.

—¡Tiene que venir con nosotros, soldado Flemming! —exclamó Hunter, moviendo los brazos a toda velocidad—. ¡Es una emergencia!

—¿Emergencia? No puedo dejar mi puesto de guardia, teniente Cooper, y usted lo sabe.

—Yo se lo explicaré —repuso Alexis y cuando él se giró para ver que tenía que decir, le pegó un puñetazo en la cara que lo derribó al suelo, dejándolo inconsciente. Se frotó la mano soltando un juramento—. ¡Joder!

Hunter se agachó, desenganchó las llaves del cinturón del soldado caído y abrió la puerta del laboratorio a toda prisa. Tanto Nathan como Paris advirtieron que algo grave pasaba solo con ver sus caras y fueron hacia ellos.

—No hay tiempo ya —explicó Hunter mirando a su amigo—. La cuarentena ha sido un fracaso, Alexis ha perdido más de la mitad de los hombres que teníamos, y los infectados… Little Falls es un caos, Nathan, y no sabemos qué hacer…

—Consígueme un teléfono —le apremió.

—No puedo. Tu padre ha usado inhibidores de frecuencia para que no pudierais contactar con nadie vía móvil. —Salió del laboratorio prácticamente arrastrándolo del brazo—. Y eso no es lo peor, Nathan, tiene intención de enviar un pulso electromagnético. Ha perdido la cordura, aún cree que puede aislarlo.

—Déjame salir —pidió el pelirrojo—. Intentaré llegar al CDC para ponerlos sobre aviso. Si voy en coche, llegaré  antes de veinticuatro horas.

—¿Tú solo, con lo que hay ahí fuera? No durarías ni un segundo, no tienes preparación para algo así —negó Hunter.

—Tampoco tenemos muchas más opciones —observó Nathan con lógica.

—Yo iré con él —se ofreció Alexis—. Puedo protegerlo, estoy preparada.

Hunter valoró la situación y no tuvo más remedio que aceptar que era una oportunidad.

—Está bien —decidió—. Esto es lo que haremos. —Los miró a los dos—. Sand, te vas con él y te aseguras de que salga de aquí sano y salvo, ¿entiendes? Es muy, muy importante que no le pase nada. Yo trataré de que Thomas entre en razón, si veo que sigue en sus trece cogeré a la doctora Hill y saldremos de aquí pitando, también dirección Atlanta. Teniendo en cuenta las dificultades que pueden surgir por el camino, si no logramos encontrarnos fuera del pueblo, pondremos una ciudad alejada en la que quedar.

—¿Cuál? —preguntó ella.

—¿Davenport? Dentro de tres días. Si llegamos y no estáis os esperamos, si llegáis y no estamos, nos esperáis. En la primera oportunidad que tengáis, el primer teléfono que veáis, llamad al CDC. Y cuando nos encontremos, seguiremos hasta Atlanta juntos, ¿entendido?

Alexis asintió al momento. Nathan no dijo nada, pues aquellos cálculos se le escapaban, solo limitándose a asentir con la cabeza. Lo importante era salir de ahí y hacer algo.

—Nos veremos pronto, amigo —repuso Hunter—. Tened cuidado— añadió, dirigiéndose a Alexis—. ¡Y suerte!

Nathan y Alexis se pusieron en marcha; fueron hacia el hangar y allí consiguieron un coche del que la joven tenía llave. Arrancaron y en seguida estaban fuera de la base; ella tomó dirección a la salida de Little Falls, pero Nathan le puso la mano en el brazo.

—Espera —pidió—, ¿no podemos pasar primero por la casa de Emma?

Alexis no tuvo valor de negarse. Ni de decir la verdad. Solo afirmó con la cabeza y aceleró el coche, tomando la dirección que él le indicaba.

 

Hunter apretó el paso por la base, con Paris corriendo a su lado. Llegó hasta la zona de control y pegó en la puerta, después de comprobar que el coronel Thomas se encontraba dentro hablando por radio y de hacer que Paris se ocultara tras la puerta.

—El soldado de guardia me acaba de informar que mi hijo se ha largado —repuso el coronel cuando asomó la cabeza—. Dice que la comandante Sand le ha atacado y al despertar la sala de laboratorio estaba vacía, ¡maldita sea! Lo necesitamos, a los dos. —Se pasó las manos por el pelo, pensando a toda prisa—. Tráemelo, Hunter.

—¿Coronel?

—Seguro que trata de encontrar un teléfono o algo para avisar al CDC. No quiero que ande por ahí solo con esos infectados… lo quiero de vuelta, a salvo, y a la doctora Hill también. Aunque realmente podríamos apañarnos con uno de los dos, de manera que busca primero a mi hijo. De cualquier modo no llegará muy lejos.

Y regresó al interior de la sala de control, donde un joven soldado esperaba la orden para apretar el botón que enviaría el impulso electromagnético. Hunter echó a correr tras agarrar a Paris del brazo para que lo siguiera.

Por favor, que le diera tiempo a salir, antes de que se cortara todo. Si salían de la base, ya se apañarían como pudieran. Pero fuera, no atrapados en aquel lugar.

 

Alexis conducía el coche a toda velocidad por la carretera, quería llegar cuanto antes a la casa de Emma y salir pitando con la misma prisa. Se asomarían un minuto y, como era obvio, no habría nadie dentro, así que no les llevaría tiempo; después de eso, podrían ponerse en marcha hacia Atlanta.

—¡Por Dios! —murmuró Nathan, después de que pillaran un bache que casi lo hizo sentir que estaba subido en una montaña rusa en lugar de en un automóvil—. ¡Nos vamos a matar!

—No tenemos tiempo que perder…

Y de pronto, mientras ella superaba los límites de velocidad permitidos, todo Little Falls quedó a oscuras; todas las bombillas se iluminaron a la vez, alcanzando su máxima potencia antes de estallar. Se había generado un campo eléctrico que había inducido voltajes muy intensos y rápidos y, como consecuencia, había destruido todos los ordenadores y las comunicaciones. Todos los circuitos eléctricos de cualquier aparato o vehículo, quedaron inutilizados. Pero no solo del pueblo…

Sobrevino un silencio profundo mientras la electricidad llegaba a su fin.

Las luces del panel del coche parpadearon un segundo mientras todo el sistema eléctrico fallaba. Alexis perdió el control del coche, empezó a dar volantazos y finalmente, se estrelló contra un árbol sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Después de aquello, de nuevo sobrevino el silencio.

El silencio de un mundo que acababa de quedar a oscuras, y lleno de monstruos.

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1.      Encuentro

Chester Woods, Minnesota. 18 de noviembre.

 

Hunter se incorporó sobresaltado, con el cuchillo de caza en la mano y respirando agitado. Apartó el saco de dormir, que nunca cerraba para poder tener libertad de movimientos. Giró rápidamente, buscando el origen del sonido que le había despertado, pero estaba solo en la atalaya. Se pasó una mano por el pelo, intentando tranquilizarse. Llevaba semanas sin dormir más que unas pocas horas seguidas, y siempre inquieto, así que era normal que de vez en cuando imaginara cosas.

Miró la hora, viendo que aún eran las seis de la mañana. Su reloj se había estropeado con el pulso electromagnético, y le había quitado el que llevaba a un rabioso. Era automático, por lo que tenía que darle cuerda, pero al menos no tenía circuitos electrónicos de los que preocuparse.

Se agachó para echarse a dormir de nuevo, pero entonces le pareció ver algo moverse por el rabillo del ojo, bajo las rocas. Se tumbó con el cuerpo totalmente pegado a la tierra, y se arrastró sigilosamente hasta el borde para asomarse con extremo cuidado. Lo que vio lo sorprendió tanto que casi se cayó del susto.

Una niña recogía flores al pie de las rocas. Hunter no era muy bueno calculando las edades de los niños, pero no le pareció mayor de seis o siete años. Llevaba el pelo rubio recogido en dos coletas, que se balanceaban con los saltitos que daba al caminar. Iba acompañada de un cachorro de pastor alemán, y cantaba una canción infantil como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. La oyó hablarle al perro, pero desde su altura no pudo distinguir las palabras.

—¡Hannah! —llamó una voz de mujer.

La niña se giró en dirección a la voz, y Hunter siguió su mirada. Una mujer joven, rubia como ella, salió de entre los árboles, y fue hasta la niña. La cogió de la mano, hablándole en tono enfadado, y Hunter supuso que estaría riñéndole por alejarse. La niña le entregó las flores, lo que pareció apaciguarla un poco, y se marcharon por donde la mujer había venido, seguidas del cachorro que saltaba a su alrededor como si quisiera jugar con ellas.

Giró y se quedó bocarriba, mirando al cielo con el cuchillo aún entre las manos. Lo apoyó en su pecho, pensando qué hacer. Había visto grupos de gente otras veces, y nunca se había siquiera acercado. Prefería estar solo, no tener que depender de nadie ni que nadie dependiera de él, era mucho más fácil.

Pero, tal y como había estado pensando una y otra vez el día anterior, el invierno se acercaba, y las cosas se pondrían mucho más difíciles. Tenía que buscar la forma de continuar sobreviviendo, y quizá unirse a un grupo era la solución… Aunque fuera solo durante las semanas más duras.

Decidió acercarse a investigar, ver cuántos eran y de qué tipo de gente se trataba. Al fin y al cabo, tampoco tenía nada más que hacer y, aunque al final no le interesaran, era una novedad en su rutina.

Tras comer algo de la carne del día anterior, se vistió y se preparó para irse. Solo pensaba observarlos desde lejos, así que no cogió nada más que lo imprescindible: su cuchillo de caza del ejército, dentro de su funda reglamentaria que se ató a la pierna, y unos pequeños prismáticos que se guardó en uno de los múltiples bolsillos de sus pantalones.

Se asomó por el borde las rocas, escuchando atentamente y mirando a su alrededor para comprobar que no había peligro. Una vez seguro, bajó veloz y siguió la dirección en la que se habían ido la mujer y la niña. Se internó entre los árboles, buscando su rastro y encontrándolo sin ninguna dificultad.

Pocos minutos después, oyó las voces de varias personas. Se acercó con más cuidado aún si cabía, escondiéndose tras un árbol. Pudo ver a varias personas, pero había demasiadas ramas y árboles entre ellos. No quería acercarse más, así que echó un vistazo a los alrededores, hasta encontrar un árbol de ramas gruesas, que esperaba aguantara su peso.

Llegó hasta él ocultándose fácilmente, y subió por las ramas hasta media altura, encontrando una desde la que podía ver el campamento. El camuflaje de su uniforme y las hojas de los árboles impedían que se lo viera desde fuera.

Se tumbó a medias sobre la rama, buscando la postura más cómoda posible para poder estudiar el campamento con tranquilidad, y sacó los prismáticos.

Eran más de los que había imaginado, hacía mucho tiempo que no veía un grupo tan numeroso. Lo cual era, en principio, buena señal, porque eso quería decir que sabían defenderse. Habían instalado las tiendas de campaña cerca de la orilla del lago, junto al pequeño puerto donde aún había varias barcas. Unos cuantos de ellos las estaban examinando. Eso le pareció inteligente, ya que eran un buen medio para escapar si eran atacados, todavía no había visto ninguno de «ellos» que nadara.

Por otro lado, habían hecho una barricada con los bancos de la zona de picnic. En caso de ataque no serviría de nada más que para obstaculizarles un poco el camino, no detenerlos, pero era mejor que nada. Entre todas las personas, un hombre le llamó la atención. Enfocó los prismáticos en él, aumentado el ángulo para verlo mejor, y comprobó que llevaba uniforme militar. Parecía joven, y no tenía galones a la vista, así que tenía toda la pinta de ser un soldado raso. Podía haber robado el uniforme, no sería el primero ni el último en fingir ser un militar, pero su presencia podía explicar sus buenas defensas.

Siguió recorriendo las tiendas de campaña, contando a las personas. Había unas cuarenta, entre las cuales pudo contar hasta cinco niños y al menos tres personas ancianas. Además, varios perros correteaban libremente entre ellos, todos de gran tamaño.

Guardó los prismáticos suspirando. Parecía un grupo fuerte, pero no lo convencían. Demasiados niños y gente mayor. Solo ralentizarían la marcha, y Hunter necesitaba gente a su alrededor como él. Tampoco entendía que tuvieran tantos perros. Había distinguido un par de rottweilers, pero aunque estuvieran entrenados en defensa, no creía que sirvieran de mucho contra «ellos», ni que mereciera la pena malgastar comida en mantenerlos vivos.

Decidió que esperaría a otro grupo, así que con el mismo sigilo con el que había llegado, regresó a su escondite.

Pasó el día sobre la atalaya, observando el cielo por si cambiaba el tiempo, y atento a si alguien del campamento se acercaba.

No fue así, por lo que cuando oscureció se metió en su saco para dormirse esperando que no se quedaran mucho tiempo, no quería tener que estar esquivándolos por el bosque.

 

Siguiendo su costumbre, al día siguiente se despertó con las primeras luces del alba. Durante la noche había helado, por lo que lo primero que hizo fue hervir un poco de agua en el fuego para mezclarla con café instantáneo y entrar un poco en calor. Se lo tomó junto con un puñado de galletas, e hizo inventario de las provisiones que le quedaban. Había evitado acercarse a Rochester, era una población demasiado grande y si, como temía, estaban todos infectados, no lo tenía nada fácil para buscar comida. Sin embargo, Eyota solo tenía unos dos mil habitantes y estaba formada en su mayoría por barrios residenciales, así que se acercaría a las afueras y buscaría casa por casa. Esperaba encontrar también alguna armería o tienda de deportes. Aún tenía su arma y unos cuantos cargadores, pero quería una ballesta. De joven había aprendido a utilizarlas, tenía muy buena puntería y en aquellas circunstancias, era la mejor arma que se le ocurría. Las de fuego hacían demasiado ruido y además, tarde o temprano, se quedaría sin munición.

Además, Eyota estaba en dirección contraria al campamento que había investigado el día anterior, así que disminuían las probabilidades de encontrarse con ninguno de ellos.

Con esa idea en mente, preparó su mochila con agua y comida para el día. Comprobó su arma, los cargadores y se guardó el cuchillo en la pierna. Enrolló el saco de dormir y lo escondió bajo unas ramas y piedras junto con el resto de provisiones. No le gustaba dejar tantas cosas atrás, pero para una incursión de ese tipo necesitaba ir ligero de carga para tener toda la libertad de movimientos posible y correr velozmente si se daba el caso.

Sacó el mapa de la zona para ver qué camino era el más rápido, y cuando lo estaba guardando oyó un sonido que no le gustó nada.

Gruñidos, acompañados de respiraciones agitadas.

Se asomó sin hacer ruido, y entonces los vio. Tres de ellos, saliendo de entre los árboles mirando con ansiedad a su alrededor. Eran dos mujeres y un hombre, con las ropas desgarradas y manchados de sangre. Una de las mujeres tenía la cara destrozada, le faltaban trozos de las mejillas, por lo que se veían sus dientes y mandíbula a través de los huecos; a la otra le faltaba un ojo, y el hombre solo tenía un brazo. Se movían en zigzag sin parar, agitándose de vez en cuando como si los recorriera una corriente eléctrica.

Hunter ni siquiera se sintió asqueado o extrañado por su aspecto. Había visto peores, incluso sin piernas, y aun así se movían y atacaban, ajenos al dolor.

Durante unos segundos se planteó si acabar con ellos, pero decidió que no valía la pena correr el riesgo. Esperaría a que se alejaran, y luego se marcharía hacia Eyota tal y como había planeado.

Sin embargo, todos sus planes se fueron al traste unos minutos después. Cuando ya se estaban internando de nuevo en el bosque, se oyó una voz infantil cantando, acercándose.

Hunter se inclinó hacia fuera, sin poder creer su mala suerte. La misma niña del día anterior se había acercado de nuevo a recoger flores. El cachorro iba con ella, pero se quedó parado a mitad de camino, ladrando y mirando hacia la zona donde estaban las tres figuras.

Hunter chistó, intentando que mirara hacia arriba y lo viera, a ver si escalaba, pero no parecía oírlo.

La niña miró al perro, pero en lugar de echar a correr, se quedó paralizada en el sitio. Las dos mujeres y el hombre salieron de nuevo del bosque, atraídos por los ladridos del animal. Por el momento, no parecían haber visto a la niña, pero Hunter sabía que no tardarían en hacerlo. Miró al cielo maldiciendo su mala suerte de nuevo, e hizo exactamente lo contrario a lo que quería hacer: implicarse.

Se quitó la mochila dejándola caer al suelo sin miramientos, y se descolgó por las rocas por el camino más rápido. Cayó de un salto delante de la niña, que al verlo lanzó el grito más agudo que Hunter jamás hubiera oído.

—Pero será posible… —gruñó, llevándose un dedo a los labios—. Calla, niña. ¿No gritas por esos y por mí sí?

La niña se calló, pero fue solo para coger aire y seguir gritando. Hunter se planteó taparle la boca con la mano, pero los contagiados ya se dirigían hacia ellos. El cachorro mordía una de las piernas del hombre, pero éste ni se inmutaba, con su mirada inyectada en sangre fija en ella.

Hunter se interpuso entre ellos y la niña, y sacó su cuchillo para pasar directamente al ataque, sin dejar que se acercaran más. Corrió y saltó sobre un tronco del suelo, cogiendo impulso para caer sobre una de las chicas y clavar el cuchillo en la cabeza. Lo arrancó de su cráneo mientras caía al suelo, y al girarse aprovechó la inercia para degollar a la otra, cortando hasta la tráquea. No era suficiente para pararla, así que la cogió del pelo para inclinarla hacia atrás y usar el lado serrado del cuchillo para terminar de cortar la cabeza. El hombre ya se le estaba echando encima, pero Hunter le clavó el cuchillo a través de una oreja, atravesándole el cerebro, y el contagiado cayó al suelo inerte. Hunter se aseguró de que no se movían, aplastándoles la cabeza con su bota por si acaso, y limpió el cuchillo en la ropa de una de las chicas. Se lo guardó en la funda, mirando a la niña, que seguía emitiendo aquel grito agudo como si la vida le fuera en ello.

Se acercó a ella en dos zancadas, y se agachó para taparle la boca.

—¿Quieres dejar de gritar? —pidió—. Ya están muertos.

La niña miró los cuerpos para asegurarse, y luego a él de nuevo.

—Es que me das miedo —dijo.

—¿Yo? —Los señaló con el dedo—. ¿Y ellos no? Porque si hubieras gritado un poco antes, a lo mejor habría venido alguien a rescatarte, ¿no?

—¡Apártate de ella si no quieres que te vuele la cabeza de un tiro! —ordenó una voz masculina.

Hunter se incorporó lentamente, levantando los brazos y poniéndolos detrás de la cabeza. Al darse la vuelta vio que se trataba del chico con uniforme de soldado, que lo apuntaba con una pistola.

La niña corrió hacia él, escondiéndose detrás de sus piernas, y el cachorro la imitó.

—Hannah, ¿estás bien? —preguntó el chico.

—Sí, pero ese señor me da miedo, me ha asustado.

—Pero vamos a ver —interrumpió Hunter—, ¿quieres mirar ahí, soldado? –Señaló a los cuerpos—. A esos deberías haber estado apuntando hace cinco minutos, no a mí.

El chico miró los cadáveres, y luego a él, pero se quedó indeciso, sin saber si dejar de apuntarlo o no. Hunter se preguntó qué aspecto tendría, para causar esa reacción en la niña y en el soldado. Se acercó un par de pasos, y el chico bajó un poco el arma, mirando su uniforme. Reconoció los galones, pero el anagrama de la calavera de toro roja le era desconocida.

—¿Señor? —Preguntó.

—Teniente coronel Hunter Cooper. —Extendió la mano—.

El chico se la estrechó, pareciendo aliviado, y Hunter aprovechó para cogérsela con fuerza. Tiró del brazo hacia él, girándoselo a la espalda e inmovilizandolo. Le quitó el arma antes de que se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, y lo empujó alejándolo de él para apuntar.

—Nombre y rango —exigió.

—Erik Lothbrook —contestó él, levantando las manos—. Soldado raso. Señor, yo…

Hunter sacó de dentro de su camisa las placas militares de identificación que llevaba colgadas al cuello, mostrándoselas e indicándole con la pistola que se acercara para poder leerlas. Erik obedeció sin bajar las manos.

—Muéstrame las tuyas —ordenó Hunter.

Erik las sacó también. Hunter apoyó el cañón de la pistola en su sien, y las leyó rápidamente.

—Número de identificación —pidió.

—467854, señor.

—Tipo de sangre.

—A positivo, señor.

Hunter le había estado mirando a los ojos mientras contestaba. Podía haber robado el uniforme y las placas, pero le pareció que no mentía. Bajó el arma, dándole la vuelta para entregársela por la culata. Erik la cogió, mirándolo sin saber qué esperar.

—Nunca te fíes de quien te encuentres estos días, soldado Lothbrook. Cualquiera puede tener un uniforme y un arma.

—Sí, señor —Hunter se giró para alejarse, pero Erik lo cogió de un brazo para que no lo hiciera—. ¿Teniente?

Hunter miró su brazo, y luego a él. Erik apartó la mano rápidamente, y retrocedió un paso.

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