Anxious

Anxious


Anxious

Página 12 de 33

Perdió la noción del tiempo, concentrado en el ataque. Por el otro extremo eran más, y de pronto vio cómo lograban llegar hasta los bancos, abalanzándose sobre los que estaban disparando desde allí.

—¡Erik, el flanco derecho! —gritó—. ¡Que no pasen!

El soldado apuntó hacia allí. Hunter cambió el arma a la posición de disparo semiautomático, disparando directamente a los miembros del campamento que ya habían sido mordidos y se revolvían contra sus hasta entonces compañeros. Hubo un momento que pensó que no podrían con todos ellos, pero al cabo de media hora el flujo de rabiosos comenzó a disminuir hasta desaparecer por completo.

Tras el estruendo conjunto de las armas, ladridos de los perros y gruñidos de los rabiosos, cuando todo cesó, el silencio cayó ominoso sobre ellos.

—¡Que nadie se mueva! —ordenó Hunter—. ¡Puede que queden más, todos quietos hasta que estemos seguros!

—¿Y en qué momento se te ha puesto al mando? —gritó Arthur, dejando su arma—. No eres quién para darnos órdenes, teniente de pacotilla.

—Arthur tiene razón —gritó otro hombre, saltando de un banco hacia el exterior y apuntando a Hunter con una pistola—. ¿Quién eres tú?

No bien había terminado de decirlo, cuando aparecieron tres rabiosos más. Hunter disparó sucesivamente acabando con todos, pero mientras tanto salió otro del bosque y se lanzó directo sobre el hombre, arrancándole la garganta de un mordisco.

Hunter no se lo pensó dos veces, y les disparó también a los dos en la cabeza. Todos se quedaron quietos en sus puestos, apuntando con sus armas de nuevo hacia los árboles. Arthur recuperó su arma rápidamente, colocándose detrás de un par de hombres.

Se quedaron quietos en sus posiciones, atentos a cualquier ruido o movimiento y esperando las órdenes de Hunter. Él dejó pasar unos minuto. Cuando vio que no aparecían más ni se oía nada bajó su arma, mirando a su alrededor.

El panorama era dantesco. Frente a ellos se acumulaban decenas de cuerpos, la mayoría irreconocibles por los disparos que habían reventado sus cabezas, esparciendo sus cerebros por todas partes. El aire se había impregnado del olor de la sangre, y Hunter decidió que lo mejor era librarse de ellos cuanto antes.

—Erik, haz un recuento de bajas —ordenó—. Amontonad todos los cadáveres en aquel claro, los quemaremos pero lejos de los árboles, no quiero causar un incendio. Tú. —Señaló a uno de los que más puntería había tenido—. Coge a cinco personas y quedaos aquí vigilando con los perros. Los demás, revisad cargadores y devolved todo. Rachel, encárgate del inventario de armas y munición.

Varios la miraron a ella, esperando su confirmación. Hunter se dio cuenta de que acababa de actuar como si él estuviera al mando, pasando por encima de la autoridad de Rachel. Ella se había tensado visiblemente, pero se controló para no gritarle allí mismo.

—Haced lo que ha dicho —ordenó—. Teniente, venga conmigo y me ayuda con el inventario de armas.

Él había pensado quedarse a vigilar, pero después de lo que había hecho no podía negarse delante de los demás sin socavar aún más el liderazgo de Rachel, así que la siguió a la cabaña sin decir nada.

Entre los dos revisaron cada arma que la gente iba entregando, así como los cargadores y balas que quedaban. Rachel tenía una lista del inventario inicial, la cual fue tachando y modificando adecuadamente.

Siguiendo su costumbre, los últimos en llegar fueron Arthur y Phil, que parecían bastante reticentes a devolver las armas.

—Esto no ha terminado —dijo Arthur—. Hay que hacer otra reunión.

—Os convocaré más tarde, gracias —contestó ella.

Los dos se marcharon protestando. Rachel los ignoró, cerrando la puerta tras ellos, y se enfrentó a Hunter con los brazos cruzados y expresión furibunda. Al menos, él tuvo la decencia de parecer un poco arrepentido.

—Ya sé lo que me vas a decir, y lo siento. Hablé sin pensar.

—¿Seguro? ¿No ha sido una forma poco sutil de pasar por encima de mí en cuanto has tenido la oportunidad?

—No. De todas formas, admite que con todo lo que ha pasado tampoco había mucho tiempo para pensar. Podía haberlo dicho de otra manera, incluirte en las órdenes, pero ya te avisé de que estoy acostumbrado a darlas solo.

—Hunter, no quiero que me ayudes a librarme de Arthur y de los que son como él para tener que estar peleándome después contigo.

—Lo sé, no era lo que pretendía yo tampoco.

—Tenemos que buscar la forma de que todos vean que compartimos la autoridad, como habíamos acordado. Si no eres capaz, dímelo ahora.

—Ya me he disculpado y te puedo asegurar que no es algo que acostumbre a hacer.

Ella sacudió la cabeza, intentando tranquilizarse.

—Perdona, tienes razón. En realidad no me ha molestado que dieras las órdenes, está claro que sabes lo que haces. Ha sido solo…

—¿Mi última orden?

—Sí. Tal y como lo has dicho… No sé, a lo mejor ha sido solo cosa mía, pero ha sido como si no me incluyeras, sino que mandabas sobre mí.

—Puede, pero no creo que tu autoridad esté en peligro. Te miraron a ti antes de hacer nada.

Rachel se dio cuenta de había reaccionado demasiado a la defensiva con él. En cuanto hicieran otra reunión, sabía que podrían aclarar el tema con el resto. Además, ya no dudaba que votarían por que se quedara, después de cómo había actuado en el ataque.

Pero eso también podía actuar en su contra, estaba segura de que si Hunter se lo proponía, podía convencer a los demás para que lo siguieran. Aunque la gente negara ser machista, siempre era más fácil para un hombre, sobre todo un militar como él.

Le había ocurrido exactamente lo mismo en el hospital, había tenido que trabajar el doble o el triple que sus compañeros para hacerse valer, y le había costado mucho llegar a donde estaba.

Llamaron a la puerta, y Erik entró sin esperar a que contestaran.

—Rachel, teniente Cooper. Ya hemos hecho el recuento.

Ellos se miraron. Se había dirigido a los dos, lo cual tranquilizó a Rachel. Si Erik aún la tenía en cuenta, no había sido tan grave.

—¿Cuántos? —preguntó ella.

—Hemos perdido a seis. —Empezó a enumerar con los dedos—. Alan, William, Linda, Sean, Mary y… ¿Matthew? ¿Matt?

—Sí, Matt.

—Los perros están tranquilos, no parece que haya más de ellos cerca. Hemos amontonado los cadáveres, y Jake y su mujer están con los niños, evitando que se acerquen. No es lo que se dice un espectáculo muy agradable.

—Es mejor que los quememos por la mañana. —intervino Hunter—. Si lo hacemos ahora, estarán toda la noche y la hoguera se verá a kilómetros. Por no hablar del olor.

—De acuerdo. Erik, convoca otra reunión para dentro de media hora, por favor.

—Sin problema.

Saludó a Hunter como siempre hacía y se marchó. Rachel se dejó caer en una silla, cansada. No era la primera vez que perdían gente, pero nunca se acostumbraría a ello.

—¿Estás bien? —preguntó Hunter.

—Sí, es solo que… Seis. —Movió la cabeza—. Seis más.

—No es un porcentaje muy alto, teniendo en cuenta las circunstancias.

—Eso no me consuela. Supongo que tú estás más acostumbrado a estas cosas, pero yo aún no. Yo los conocía, Hunter.

—Lo entiendo. —Se encogió de hombros—. Pero si nos paramos a pensar en cada uno de los que se han quedado por el camino, no avanzaríamos, así que no hay que dar más vueltas.

Rachel iba a replicar, pero se quedó callada ante su expresión, totalmente hermética. Se preguntó a cuánta gente habría perdido, para llegar al punto de no sentir nada al ver morir a alguien.

 

4.     En movimiento

La reunión de la noche fue mejor de lo que habían esperado. Tal y como Rachel había supuesto, Hunter se había ganado la admiración de la mayoría de la gente que lo había visto en acción y la votación fue rápida. Exceptuando a Arthur y a Phil, todos estuvieron a favor de que Hunter se quedara y se encargara de la seguridad.

La votación para decidir hacia dónde dirigirse fue más complicada. Tal y como ella había dicho, estaban divididos entre ir hacia Washington o hacia el sur. Como parte del camino era el mismo, al final acordaron ir todos juntos hasta Saint Louis, y volver a discutirlo allí. En lo que estaban todos de acuerdo era en alejarse de Minnesota, o morirían de frío. Con esa idea, acordaron salir al día siguiente.

Rachel recogió los planos suspirando cuando se quedaron solos.

—No ha ido mal —comentó Hunter—. Para ser mi primera reunión sin interrupciones, quiero decir.

—No, pero me sigue preocupando Arthur. Sé que seguirá intentando convencer a todos de ir a Washington.

—No te vuelvas loca pensando en eso. Si al final se van con él, será su problema. No puedes hacer de niñera toda la vida, la gente tiene que aprender a cuidarse sola. Y eso me recuerda nuestra estrella invitada, así que voy a ver si lo espabilo un poco. Nos vemos mañana.

La dejó sola y se fue directamente a buscar a J.J. y Margorie. Había alguna persona más sin nada asignado, pero ellos dos eran los que, suponía, más problemas le iban a dar, así que quería encargarse cuanto antes.

A pesar de lo ocurrido aquella tarde los encontró en su lugar habitual, tranquilamente sentados como si nada hubiera pasado.

—Quiero hablar contigo, señor cantante famoso. Dile a tu fan que se relaje y ven.

Se alejó sin esperar a ver si lo seguía. J.J. se lo pensó unos segundos, mientras Margorie protestaba por el tono autoritario de Hunter, pero precisamente fue la forma en la que se lo había dicho lo que lo hizo obedecer. Hasta entonces, nadie le había hablado así.

Tranquilizó a Margorie como pudo, convenciéndola para que se quedara esperándolo allí sentada, y alcanzó a Hunter.

Este le tiró un objeto, que J.J. cazó al vuelo instintivamente. Lo miró y frunció el ceño.

—¿Una lata de sardinas? ¿Para qué es esto?

—Será tu desayuno de mañana. Si consigues abrirla, claro.

—¿Qué?

—Todavía no tengo muy claro para qué sirves, pero en este grupo se van a acabar las tonterías. El que no tenga una utilidad, o no colabore de alguna forma, será expulsado.

—No puedes hablar en serio. Rachel no lo permitirá.

—Pregúntaselo.

Estaba tan serio, que J.J. lo creyó. Tragó saliva mirando la lata.

—¿Y por qué me das esto?

—Me han dicho que no eres capaz ni de abrir una lata. Así que demuéstrame que se equivocan.

Se marchó, dejándolo preocupado. J.J. se guardó la lata en un bolsillo, y regresó junto a Margorie. Estaba acostumbrado a que hicieran todo por él. Había sido una estrella infantil, y siempre había estado rodeado de gente que se había preocupado de hacer su vida más fácil, así que ni siquiera él sabía si era capaz de hacer otra cosa que no fuera cantar y bailar.

Pero por mucho que intentara cerrar los ojos a la realidad, esta le estaba alcanzando. Desde el primer momento había esperado que todo pasara pronto, que aparecería el ejército y los salvaría a todos. Margorie también se lo repetía continuamente, pero J.J. ya empezaba a creer que no sería así.

Tenía que hacer algo, ese militar nuevo no parecía estar bromeando. E incluso por sí mismo, necesitaba demostrar que no era tan inútil como todos pensaban. Convencido de que lograría hacerlo, se quedó dormido.

 

Todos en el campamento se levantaron en cuanto amaneció. Se repartió el desayuno pronto, y empezaron a recoger las tiendas.

Hunter recorrió el campamento revisando que no se dejaban nada, y fue a la cabaña a ayudar a Rachel. Ella casi había terminado, ayudada por Nancy. Esta tenía el pelo castaño corto y ojos oscuros, y era joven, tanto que parecía recién salida del instituto. Rachel los presentó, y Hunter siguió con sus comprobaciones.

J.J. consiguió un abrelatas, pero cuando lo tuvo en su mano se dio cuenta de que no sabía cómo utilizarlo. Tras una hora dando vueltas con él, Margorie tuvo que explicarle dónde poner las ruedas dentadas y cómo girarlo. Aquello lo desanimó un poco, pero fue con la lata abierta a enseñársela a Hunter, que estaba ocupado revisando su mochila.

—¿Lo has hecho tú solito o te han tenido que enseñar? —preguntó este, desconfiado.

—Eso da igual, el tema era abrirlo, ¿no?

—No exactamente. Pero por hoy te lo doy por válido, hay muchas cosas que hacer. Vete con Margorie a ayudar a Rachel, anda. La próxima vez no será tan fácil.

J.J. obedeció sin protestar, aunque interiormente no estaba nada contento. Por un lado, no había sido capaz de abrir una lata. Y por el otro, a saber qué más le mandaría hacer…

En un par de horas, el campamento estaba recogido y todo el mundo listo. Incendiaron el montón de cadáveres, y se marcharon sin mirar atrás.

Hunter colocó a varias personas con armas delante y detrás del grupo, y un par de ellas a cada lado, para poner tener todos los flancos vigilados.

Era mucho más seguro evitar las carreteras principales, así que se dirigieron a un camino secundario en dirección a Eyota. No había pasado ninguno de ellos aún por allí, y Hunter quería revisar el pueblo por si había suministros que les hicieran falta.

Después seguirían hasta Forestville, otro lugar parecido a Chester Woods. Los bosques eran las zonas más seguras, así que intentarían hacer el camino hasta St Louis a través de los parques nacionales que había en el trayecto, evitando las ciudades más grandes. Hunter había calculado que tardarían un par de días en llegar, pero cuando empezaron a andar, tuvo que rehacer sus cálculos. Iban demasiado despacio para su gusto.

Rachel se dio cuenta de que Hunter estaba molesto por algo, parecía mucho más serio de lo normal, así que se puso a su altura para caminar junto a él.

—¿Qué te preocupa?

Él la miró con el ceño fruncido. ¿Tan transparente se había vuelto?

—No me mires así, no creo que nadie diferencie entre tu cara seria y las demás, porque solo tienes una… —Sonrió ella, ante su expresión—. Vale, vale, perdona. Estaba bromeando. ¿Nunca sonríes?

—¿Querías preguntarme algo?

—Está bien, señor «vayamos al grano». Como te decía, soy muy observadora, y aunque tienes tu cara de militar de siempre, me da que algo que pasa. Estás muy… No sé cómo explicarlo. ¿Cerrado?

—Estoy viendo que no me vas a dejar en paz hasta que hable contigo, ¿verdad?

—Verdad. No sé cuánto tiempo has estado solo, pero la gente suele hacer eso: hablar. Puedes confiar en mí.

Para Hunter no se trataba de un tema de confianza, nada de lo que ella había hecho hasta entonces le había dado motivos para desconfiar de Rachel. Se había acostumbrado a estar solo, y después de lo que había ocurrido en Little Falls… No quería volver a sentir algo parecido, no podía permitirse que alguien llegara a importarle para que luego muriera.

Aquel pensamiento ensombreció aún más su expresión, y lo apartó rápidamente. Rachel no llegaría a significar nada para él, solo era un medio para lograr un objetivo: sobrevivir al invierno.

—Creo que vamos muy despacio.

—No podemos ir más deprisa. Hay gente mayor, y los niños…

—¿Y no crees que eso es un problema? Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.

—¿No sois los militares los que decís que nunca se deja atrás a un compañero?

Hunter se tensó visiblemente. Ese sí que era un tema que no quería recordar.

—Esto no es lo mismo.

—Para mí, sí. Así que ni se te ocurra pensar ni proponer que dejemos a nadie por el camino.

—No, ya me imagino que eso sería demasiado radical. Algo se me ocurrirá, si tuviéramos caballos… Déjame el mapa.

—¿Cuál de ellos?

—El de Minnesota. Y el de Iowa.

Rachel buscó en su mochila, y se los entregó. Él los desplegó, mirándolos con detenimiento, pero se los devolvió con un gesto de frustración. Ella los guardó de nuevo.

—¿Qué buscabas?

—Granjas. Pero no están marcadas, lo que daría ahora mismo por una imagen de satélite decente…

—Bueno, yo me conformaría con una furgoneta. Y puestos a pedir, un baño de agua caliente. Pero supongo que cada uno tiene sus prioridades.

Hannah corrió hacia ellos, dando saltitos como siempre y con su cachorro pegado a los talones.

—Rachel, ¿tienes caramelos? —Extendió la mano con la palma hacia arriba—. Hola, señor raro.

—¿No habíamos quedado en que ya no era raro? —replicó él.

—Es que no me acuerdo cómo te llamas.

—Hunter.

—¿En serio? Pues parece un nombre de mascota. Un niño que conocía tenía un pez que se llamaba así. Uno de esos naranjas, ¿los has visto alguna vez? ¿Y por qué te pusieron así?

—Toma, cariño —interrumpió Rachel, entregándole un caramelo. No estaba segura de que a Hunter no le molestara que le hiciera preguntas—. ¿Por qué no vas a ver si tu madre te está buscando?

—Gracias, Rachel. —Se lo metió en la boca—. No me busca, me ve desde aquí. Oye, Hunter. ¿Te duele la cabeza?

—No. —Parpadeó sorprendido—. ¿Por qué?

—¿Y la espalda?

—No especialmente.

—¿Y el cuello?

—Que no. ¿Qué quieres, ser médico o qué?

—No. —Levantó los brazos—. Si no te duele nada, me puedes llevar a hombros, ¿no?

Hunter miró a Rachel en busca de ayuda, pero ella a duras penas podía contener la risa y se encogió de hombros.

—Creo que no te vas a librar de esta, lo siento.

Se alejó para hablar con una pareja que iba detrás de ellos. Hannah puso su mejor cara de dar pena. Hunter murmuró fastidiado, pero la cogió y se la puso sobre los hombros. Ella rio divertida, y empezó a parlotear sobre un cuento que le había leído su madre la noche anterior. Hunter de vez en cuando asentía a lo que le estaba contando, pensando en cómo librarse de ella.

Sin embargo, dos horas después aún seguía con Hannah encima. Habían llegado al borde de la carretera, y estaban a solo un kilómetro de Eyota.

—Ahora tienes que bajarte, Hannah.

—Vale.

La dejó en el suelo, pero cuando iba a incorporarse ella lo abrazó del cuello.

—Muchas gracias, señor Hunter.

Le dio un beso en la mejilla, y corrió hacia su madre bailando. Hunter se quedó mirándola unos segundos, preguntándose cómo era posible que pareciera tan feliz con todo lo que estaba ocurriendo.

Rachel se acercó a él, sonriéndole compasiva.

—¿Ha sido muy duro?

—No, no pesaba mucho.

—Lo decía porque sé cuánto habla, parece que le has caído bien. Debe ser tu amabilidad innata.

—No intentes provocarme, sé lo que estás haciendo.

—¿El qué? —Levantó las cejas inocentemente—. ¿Sacarte una sonrisa? ¿Tan malo sería?

—¿Qué tal si nos concentramos en el plan del día? ¿Te quedas tú aquí al cargo mientras yo hago una incursión en Eyota con algunos hombres?

—Claro —decidió no seguir tomándole el pelo, al menos por el momento—. ¿Repartimos las raciones del día y comemos mientras os esperamos? ¿Cuántos vas a llevarte?

—No demasiados, cuantos menos mejor, tendremos más movilidad. Dejaré aquí a Erik contigo, ¿de acuerdo?

—Perfecto. Iré organizando a la gente.

Se separaron, organizando entre los dos las tareas del grupo. Hunter escogió a cinco hombres. Había hablado con alguno, y sabía por Erik quiénes se defendían mejor. Además, durante el ataque al campamento había podido comprobar quiénes eran buenos tiradores, y ellos lo parecían. Tenía claro que no podía tratarles como a sus soldados, pero no le quedaba más remedio que arreglarse con la gente que había e intentar sacar lo mejor de ellos. Sabía que nunca podrían tener una disciplina ni formación militar completa, pero esperaba poder instruirles poco a poco y aumentar así las probabilidades de supervivencia del grupo.

Dio instrucciones a Erik sobre cómo repartir al resto en la vigilancia durante su ausencia.

—Estaremos de vuelta en dos horas. Si no es así, marchaos.

—De acuerdo.

—Y otra cosa. —Lo apartó un poco de los demás para que no los oyeran—. Vigila especialmente a Arthur y su pandilla. No te separes de Rachel.

—¿Cree que aprovecharán que no está para montar alguna de las suyas?

—No lo sé, pero no me fío.

—No se preocupe, me mantendré cerca sin llamar mucho la atención… si Rachel me ve protegiéndola puede mosquearse. Ya sabe que lo de dama en apuros no va con ella.

—No, ya me he dado cuenta. Confío en ti, hazlo como consideres.

Rachel se acercó a ellos, y se separaron rápidamente, lo que le extrañó. Erik se despidió intentando aparentar normalidad.

—Bueno, yo me voy a lo mío. Luego le veo, teniente. Estaré por ahí, Rachel.

—Vale. —Esperó a que se alejara—. ¿Qué le pasa? Está un poco raro, ¿no?

—No, no le pasa nada. No te preocupes por él. ¿Todo organizado?

—Sí, ¿y tú?

—Sí. Me llevo a Jason, Miles, Tony, Rick y… El del pelo negro.

—Archie.

—Eso.

—¿Habéis comido ya?

—No, cuando volvamos.

—Bien, pues… Hasta luego entonces.

Hizo un gesto de despedida con la mano y empezó a alejarse.

—Un momento —dijo Hunter—. ¿No se te olvida una cosa?

—Creo que no.

—Empiezo a conocerte… ¿No me tendrías que decir lo de «ten cuidado»?

Ella lo miró, cruzándose de brazos y ladeando la cabeza con expresión divertida.

—Lo haría, pero yo también empiezo a conocerte a ti. Y sé que lo tendrás.

Le guiñó un ojo y se marchó. Hunter la siguió con la vista, distraído por un momento por aquel gesto. Sacudió la cabeza al sorprenderse mirando cómo se le ajustaban a sus curvas los vaqueros que llevaba, y se reunió con los cinco hombres.

Les dio instrucciones básicas en cuanto a gestos para poder comunicarse. Erik ya les había enseñado algunas cosas, así que Hunter esperaba que no tuvieran demasiados problemas.

Comprobaron sus armas y cargadores de repuesto, y se dirigieron hacia el pueblo con Hunter a la cabeza, avanzando paralelamente a la carretera y ocultándose entre los árboles.

Al llegar a las primeras casas, Hunter ordenó por gestos que se detuvieran y esperaran. Sacó sus prismáticos, estudiando el barrio residencial que había frente a ellos. Las casas parecían vacías, y vio un cartel de un veterinario. Lo señaló al resto, era un buen sitio por donde empezar.

Llegaron hasta la primera casa, y Hunter se asomó con cuidado hacia la calle. Estaba desierta. Había cristales rotos, y un par de coches accidentados, pero no se oía ni veía a nadie.

Avanzaron hasta la consulta veterinaria. La puerta estaba cerrada, pero Hunter la abrió de una patada y entraron. Dividió a los demás para registrarla rápidamente, y en menos de diez minutos ya habían vaciado los armarios de medicinas.

Uno de los hombres, Jason, le entregó a Hunter un papel.

—He encontrado esto, es un mapa de Eyota.

—Perfecto. —Lo desplegó rápidamente sobre una mesa—. Vale, aquí hay un supermercado. —Señaló al otro extremo del pueblo—. Iremos a través de este parque, será más seguro.

—¿Y los colegios? —preguntó otro, mirando sobre su hombro.

—No, nos llevaría demasiado tiempo —Señaló un edificio, con expresión satisfecha—. Pero esto sí es interesante.

—Un club de la American Legion.

—Exacto. Si alguien tiene armas en este país, son los veteranos de guerra. Está de camino al supermercado, iremos primero allí—.Miró el reloj—.Vamos, en marcha.

Echó otro vistazo al mapa para memorizarlo, y se lo devolvió a Jason por si se separaban. Comprobó de nuevo que la calle era segura, y fueron al edificio de la American Legion. Tenía algunas ventanas rotas, y varias motos aparcadas en la entrada. El símbolo de la asociación estaba intacto, así como las banderas americanas de su azotea.

La entrada principal tenía dos puertas dobles de madera, que estaban cerradas. Hunter señaló una ventana en un lateral, y corrieron todos hacia allí.

Se asomó, viendo la tienda de recuerdos. Estaba vacía, pero le pareció que se oían ruidos. Indicó a los demás que se mantuvieran en silencio y lo cubrieran. Quitó unos cuantos cristales del marco para no cortarse y se aupó para entrar a la tienda.

Ir a la siguiente página

Report Page