Anxious

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Había unas cuantas baldas caídas, pero la caja registradora estaba intacta, así que no habían sido saqueadores. La puerta que comunicaba con el resto del edificio estaba entreabierta, y se agachó para mirar a través de ella.

Un hombre estaba al otro lado del pasillo. Iba lleno de sangre, y arañaba insistentemente la pared, como si quisiera atravesarla. Pero entre ellos había otras dos puertas, abiertas, así que no podía arriesgarse a ir a por él sin saber lo que había dentro. Se oían más gruñidos, por lo que cerró con cuidado la puerta de la tienda y regresó a la ventana.

Les explicó lo que había visto, y ordenó que recorrieran el perímetro del edificio e investigaran por todas las ventanas que pudieran.

Esperó vigilando la puerta hasta que volvieron. Entre todos, habían visto diez en total, pero probablemente habría más en la segunda planta.

Volvió a asomarse. El hombre seguía igual, pero de pronto una figura corrió de una habitación a otra. Decidió arriesgarse. Si no habían entrado saqueadores, estaba seguro de que habría armas.

Regresó a la ventana para ayudarlos a subir. Archie tropezó al entrar, y cayó al interior golpeándose con una mesa.

Hunter le miró como si fuera a matarlo, haciendo gestos para que todos se quedaran inmóviles.

Lo obedecieron, mirando hacia la puerta, pero pasaron un par de minutos y no sucedió nada. Hunter les hizo gestos para que lo cubrieran, y salió al pasillo protegido por ellos. Se encargó del hombre de un tiro en la cabeza. Inmediatamente, empezaron a oír pasos de gente corriendo por las habitaciones contiguas y por el piso superior.

Hunter los repartió por el pasillo, para que pudieran cubrir las escaleras y las puertas cercanas. En menos de cinco segundos, el pasillo se inundó de rabiosos corriendo hacia ellos. Todos se mantuvieron en sus posiciones, empezando a disparar hacia ellos siguiendo las órdenes de Hunter, que a pesar del peligro del momento, se alegró de haberlos escogido. Por lo menos, no habían salido corriendo y estaban más o menos calmados.

En cuanto acabaron con los del pasillo, Hunter envió a cuatro de sus hombres a la segunda, quedándose solo con Jason para cubrirlo. Avanzó con él a su espalda, pasando por encima de los cadáveres y aplastando con su bota un par de cabezas de los que aún se movían por el camino. Todos llevaban camisetas o gorras del club, debían haber sido miembros de la asociación. En otras circunstancias, Hunter podría haber sentido algún tipo de conexión con ellos. Al fin y al cabo, eran veteranos o personas que habían pertenecido en algún momento al ejército, pero ya no los veía así. Igual que le ocurría con los niños, para él todos eran iguales: rabiosos que había que eliminar.

Al final de una habitación, había unas puertas dobles cerradas y bloqueadas con unos muebles. Se oían golpes insistentes al otro lado, acompañados de gruñidos y respiraciones agitadas. Hunter retrocedió. Supuso que sería el salón de actos y estaría lleno de ellos, así que no merecía la pena el riesgo.

Siguieron revisando habitaciones, y en la última encontraron por fin lo que estaban buscando: la sala de armas. Había armarios y cristaleras por todas partes. Estaban abiertos y faltaban algunas armas, pero tenían de sobra donde escoger. Revisaron rápidamente todas, cogiendo semiautomáticas y todos los cargadores que había.

Colgada en la pared, como si estuviera esperándolo, había una ballesta. Hunter la examinó, comprobando la mira telescópica, y encontró flechas en un cajón. Colocó una y probó el mecanismo, satisfecho al ver cómo la flecha atravesaba el respaldo de una silla como si fuera de mantequilla.

Recogió la flecha, guardó todas en su mochila y se cargó la ballesta a la espalda. Regresaron al pasillo a esperar al resto. Tras varios minutos los disparos cesaron, y los vieron bajar corriendo por la escalera. Archie iba demasiado rápido, y rodó los últimos escalones. Cuando intentó levantarse, hizo un gesto de dolor al apoyar el pie.

—Joder. —Hunter se acercó—. ¿Puedes moverlo? ¿Está roto?

—Creo que no. —Se levantó apoyándose en la escalera—. Puedo andar.

—Intenta no quedarte atrás.

Hunter miró el reloj. Ya había pasado más de una hora, no tenían tiempo de ir hasta el supermercado y volver al campamento. Sin embargo, recordaba que en la calle de al lado había un par de restaurantes, así que echarían un vistazo por si acaso. Se repartieron el peso de las armas y los cargadores, entregándole a Archie menos que al resto.

Salieron al exterior, y a lo lejos pudieron ver varios rabiosos corriendo en dirección a ellos. Probablemente, el ruido de los disparos les había atraído hacia allí. Tuvo que desechar su idea de las cafeterías, y ordenó la retirada.

Corrieron hacia la carretera, ocultándose entre las casas para intentar evitar que los vieran, y en cuanto salieron del pueblo se metieron en una zanja. Archie se quedó rezagado, pero consiguió alcanzarlos cojeando y cayó en la zanja resoplando.

Apuntaron con sus armas hacia Eyota, y esperaron por si aparecían los rabiosos.

 

Rachel miró el reloj, sin poder ocultar su nerviosismo. Quedaban pocos minutos para que pasaran las dos horas marcadas por Hunter, y las únicas señales que habían tenido de ellos había sido el sonido de disparos.

Se rehízo la coleta por quinta vez, y revisó por décima el mapa de carreteras.

—¿Preocupada por tu soldadito?

Rachel se sobresaltó. No había oído a Rick acercarse.

—Vendrán enseguida, estoy segura.

—¿Y si no lo hacen? —Se acercó más a ella, haciéndola retroceder—. Ya casi es la hora, ¿no?

—Rick…

Lo empujó, pero él ni se inmutó, y la acorraló contra un árbol.

—Quizá esta noche me pase por tu tienda, ¿qué te parece?

—Rick, déjame en paz. Yo…

—Rachel, necesito que vengas conmigo.

Los dos se giraron hacia Erik, que se había acercado y los miraba con su arma colgada del cuello y el dedo en el gatillo. Rick lo miró de arriba abajo, como si fuera un mosquito insignificante.

—No me digas que te ha dejado a ti de niñera.

—Lo que yo haga o deje de hacer no te importa. Ahora, deja de molestarla.

—Muy bien. —Se apartó—. Me iré. Por ahora, al menos.

Fingió que le disparaba con los dedos, y se marchó. Rachel cogió aire, cansada de aquella situación y agradecida por la intervención casual de Erik.

—¿Qué tienes que enseñarme?

—Bueno, yo… —Enrojeció—. En realidad…

—Espera. —Frunció el ceño—. ¿No has venido a buscarme por casualidad?

—No te enfades conmigo. Él me lo pidió, y…

—¿Él? ¿Quién? ¿Y qué te pidió?

—El teniente Cooper. Me dijo que te echara un ojo por si Arthur o sus colegas te molestaban, y… no le digas que me has pillado, ¿vale? ¿Estás enfadada?

Rachel estaba tan asombrada que lo último que sentía era enfado. Hunter podía ir de duro y solitario, pero al dar esa orden a Erik le estaba demostrando que se preocupaba por ella. No era tan insensible como pretendía hacerle creer.

—No diré nada, no te preocupes. Y gracias por intervenir.

—No ha sido nada. —Miró su reloj con expresión preocupada—. ¿Qué hacemos, Rachel? Ya han pasado dos horas.

—Démosles unos minutos más…

Uno de los perros ladró. Corrieron hacia él, pero movía el rabo feliz mirando hacia los árboles. Hunter y el resto llegaron al campamento. Tenían aspecto cansado, pero estaban todos, y eso era lo más importante.

Dejaron las mochilas en el suelo. Hunter dio órdenes a dos chicas que había cerca para que inventariaran el contenido, mientras ellos descansaban.

Archie se dejó caer al suelo con gesto de dolor, y se quitó la bota. Su tobillo se había hinchado, así que Rachel se lo examinó rápidamente. Parecía un esguince, por lo que se lo vendó.

Después cogió una ración de comida y agua, y se acercó a Hunter intentando comportarse como si no hubiera estado preocupada por él en lo más mínimo.

Hunter se quitó el arma automática y la ballesta, y se sentó apoyando la espalda en un árbol. Cogió las raciones suspirando cansado.

—Gracias.

—¿Qué tal ha ido? —Se sentó junto a él—. Aparte de lo de Archie, quiero decir.

—Bien. Bueno, podría haber ido mejor, pero al menos tenemos munición y más armas. No ha habido tiempo de más.

—No importa. Tenemos comida de sobra.

—Danos una hora para descansar, y continuaremos, ¿de acuerdo?

—No hay problema. Lo que necesitéis.

Hunter empezó a comer, mirándola de reojo. Notaba algo extraño, pero no sabía qué.

—¿Y qué tal por aquí?

—Sin novedad.

Su cara se iluminó con una sonrisa, y eso lo desarmó por completo. Cuando se le marcaban aquellos hoyuelos parecía más joven, y su rostro aún más dulce. Apartó la vista con el ceño fruncido, ¿qué le pasaba? ¿Desde cuándo le afectaba una sonrisa?

—¿Ha pasado algo? ¿Por qué sonríes tanto?

—¿Estoy sonriendo? —Se levantó, encogiéndose de hombros sin perder la sonrisa—. No me había dado cuenta. Lo siento, señor serio. A lo mejor se te contagia algo y te duele la cara al mover algún músculo desconocido. Te dejo, voy a avisar a Erik de que nos vamos en una hora.

Y se alejó dejándolo aún más confuso.

 

5.     Una parada en el camino

Llevaban ya varios días de viaje, y aún no habían alcanzado Forestville. Al alejarse de Eyota, el tiempo había empezado a empeorar. Llovía casi de continuo, y se encontraron un par de ríos inundados que les obligaron a dar rodeos para poder cruzarlos.

Avanzaban muy pocos kilómetros cada día, buscando lugares donde refugiarse del mal tiempo para intentar evitar que la gente acabara enfermando por el frío. La mayoría llevaba chubasqueros que habían conseguido en una gasolinera por la que habían pasado, pero aun así era difícil no mojarse.

Aunque a Hunter le pareció un poco frustrante al principio, enseguida lo vio como una oportunidad para poder entrenar más a la gente. Con esa idea en mente, organizaba grupos cada vez que tenía oportunidad para dar charlas o practicar sistemas básicos de defensa y ataque. Arthur y los que lo seguían se negaban a acudir, pero a Hunter le daba igual. Sabía que no podía contar con ellos para nada, así que no los tenía en cuenta.

 

Acamparon a pocos kilómetros de Forestville. Hunter calculaba que no estarían a más de un par de horas de distancia, pero ya estaba oscureciendo. Además, habían encontrado una granja escondida entre los árboles perfecta para pasar la noche. Había sido saqueada, pero aparte de un par de cadáveres en su porche, estaba vacía y se podía acceder fácilmente a su tejado.

Hunter colocó varios vigías en puntos estratégicos y organizó los turnos para la noche. Por el camino habían pasado por un restaurante de carretera, donde se habían aprovisionado de unas cuantas latas de comida. Cogió una y un abrelatas típico de camping, y se fue a buscar a J.J. Habían repartido a la gente por las habitaciones, y él estaba en el sofá del salón con Margorie a su lado, en un sillón.

Margorie, siguiendo su costumbre, se interpuso en su camino, abriendo los brazos en cruz para que no pasara.

—J.J. está muy cansado, no puedes molestarlo.

—No te preocupes, que no voy a mandarle hacer cien flexiones. —La cogió de la cintura, la levantó y la apartó a un lado—. ¿Cómo lo llevas, genio?

—Más o menos. —Hunter le lanzó la lata y el abrelatas, y él los miró—. ¿Y esto?

—Prueba número dos, a ver si lo abres.

—¿Con qué?

—¿Con el abrelatas que te he dado también?

—¿Esto es un abrelatas? —Le dio un par de vueltas en la mano—. ¿En serio? ¿De cuándo, de la segunda guerra mundial? ¡No tengo ni idea de cómo se usa!

—Seguro que encuentras la forma, porque no vas a comer hasta que lo abras. Y ya sabes lo que dicen.

—¿Qué?

—El hambre agudiza el ingenio.

Subió al cuarto que le había tocado por sorteo. Era una habitación infantil, toda pintada de rosa, con dos camas pequeñas y peluches por todas partes. Erik estaba dentro, mirando las paredes con la misma cara que se le había quedado a él.

—¿Qué te parece si hacemos un cambio? —propuso Hunter—. Creo que a Hannah y a sus padres les ha tocado otra, no creo que sea rosa.

—Por mí perfecto.

Fueron a buscarlos. Hannah aplaudió entusiasmada al ver la habitación rosa, encantada con el cambio.

La casa aún tenía agua corriente, por lo que se habían formado colas en todos los baños. Hunter decidió esperar al final, y se fue a cenar mientras tanto.

Se sentó sobre la encimera de la cocina, mirando los columpios del jardín trasero de la casa, que se mecían Suavemente con el viento. De pronto se abrió la puerta trasera, y entró Phil riendo y abrochándose los pantalones. Al verlo intentó ponerse serio sin conseguirlo.

—Señor teniente.

—¿De dónde vienes? En la calle solo pueden estar los de guardia.

—Relájate, solo ha sido un momentillo. Aquí al lado hay un cuartito de leña muy interesante, tú ya me entiendes.

Le guiñó un ojo, cogió un trozo de queso de la encimera y se marchó silbando. No había pasado ni un minuto cuando entró una chica por la misma puerta. Hunter la había visto mariposeando por el campamento. Sabía quién era porque estaba en su lista de gente por asignar tareas, pero aún no había hablado con ella directamente.

Al verlo, la chica dejó de arreglarse la ropa y se pasó las manos por el pelo para peinárselo. Lo miró sonriendo seductoramente, y se puso delante de él inclinándose para que pudiera ver bien su escote.

—Hola, teniente.

—Cassidy.

—¿Sabes mi nombre? —Le apoyó las manos en los muslos—. Bueno, no me extraña. Supongo que ya te habrás interesado por mí.

—No por lo que tú piensas.

Se metió en la boca el último trozo de comida. Cogió sus manos, las apartó y se bajó de un salto de la mesa. Ella lo miraba confundida.

—¿Te marchas?

—Aquí no se me ha perdido nada.

—Pero yo creía… ¿No quieres salir un poco a la calle conmigo? —Fue a acariciarle un brazo, pero él se apartó—. Te aseguro que te lo pasarás muy bien.

—Lo dudo. Vete a dormir con quien sea que te toque esta noche, y no vuelvas a acercarte a mí si no es para algo de utilidad. Ya me encargaré de que tengas algo más importante en lo que ocupar tu tiempo.

Salió a comprobar que todas las personas asignadas de guardia estaban en sus puestos, y tras ver que todo parecía tranquilo, regresó al interior.

Ya había oscurecido totalmente, y todo el mundo se había ido a sus habitaciones o lugares designados para pasar la noche. Subió hacia su habitación, donde Erik ya dormía, y vio que la cola del baño principal ya había desaparecido. Cogió una toalla y se metió en la ducha. El agua estaba fría, pero nada que ver en comparación con la del lago. Se quedó un rato dejando que le cayera sobre la cabeza y la espalda. Le parecía que habían pasado años desde la última vez que había hecho algo así.

 

A Rachel le había tocado lo que parecía haber sido la habitación principal. La compartía con Nancy, y ésta ya dormía profundamente.

Rachel se puso una camiseta y quitó todas las fotos que había a la vista. Le ponía nerviosa pensar qué habría ocurrido con la gente que sonreía feliz en ellas, y sabía que no podría dormir de otra manera.

Cogió un cepillo de dientes y pasta, esperando que ya hubiera desaparecido la cola del baño. Había conseguido ducharse de las primeras, pero aún no había podido lavarse los dientes. Encendió una vela para poder ver por dónde iba y salió al pasillo sin hacer ruido para no molestar a su compañera. Apenas se oían sonidos en la casa, por lo que supuso que la mayoría de la gente ya estaría durmiendo.

La puerta del baño estaba cerrada. Al acercarse más, oyó cómo se cerraba el agua de la ducha, así que se quedó fuera a esperar.

Poco después, la puerta se abrió y salió Hunter. Llevaba solo una toalla alrededor de la cintura, y ropa en la mano. Rachel se quedó momentáneamente sin aliento. Apartó la vela de su cara rápidamente, al darse cuenta de que casi la había apagado al echar el aire.

Él frunció el ceño.

—¿Qué haces levantada todavía?

—Baja la voz, están todos dormidos. Voy a lavarme los dientes.

—Esta frase te va a sonar machista, pero no deberías pasearte por ahí con tan poca ropa.

—¿Perdona? —Movió la vela iluminándolo de arriba abajo—. ¿Y me lo dices tú?

—A mí no me está acechando un pervertido.

—¿Te refieres a Rick?

—No, me refiero al vecino de enfrente. Pues claro que me refiero a Rick. Es mejor que no andes sola por ahí.

—Gracias por preocuparte, pero hay como tres metros de aquí a mi habitación. Si se me acercara alguien, creo que me daría tiempo a verlo y gritar. Y tampoco creo que sea tan idiota de ir aquí a por mí, con todos alrededor. No hace falta que te pongas así, señor gruñón.

Pasó junto a él para entrar en el baño, y le cerró la puerta en la cara sin esperar a que dijera nada más. Hunter estuvo a punto de golpear la puerta, pero se lo pensó mejor. Tampoco era cuestión de montar una escena, y además se dio cuenta de que ella tenía razón. Las puertas de las habitaciones estaban abiertas, había gente en el salón y vigilantes fuera… No era el escenario ideal para atacar a una persona sin que los demás se enteraran.

Se fue a su habitación enfadado consigo mismo, al darse cuenta de que lo que le había molestado realmente era aquella camiseta demasiado corta.

 

Por la mañana Hunter despertó con las primeras luces del amanecer. Todavía le quedaba una hora hasta su guardia, pero se levantó y vistió procurando no hacer ruido para no despertar a Erik, que acababa de volver del último turno de guardia de la noche. Miró por la ventana, y cogió un chubasquero, ya que llovía con bastante fuerza.

Avanzó en silencio por el pasillo. Nancy salía justo en aquel momento de la habitación, caminando de puntillas. Le saludó susurrando.

—Buenos días. Voy a aprovechar antes de que se levanten los demás para darme una ducha.

—¿Rachel sigue dormida?

—Sí, creo que ayer se acostó tarde.

Se metió en el baño. Hunter se asomó a la habitación, distinguiendo en la penumbra la figura de Rachel dormida en la cama. Siempre la había visto con coleta, pero en aquel momento dormía con el pelo suelto extendido por la almohada.

Hunter apretó la manilla con fuerza, molesto. Aquella visión le estaba evocando imágenes que prefería evitar, así que cerró la puerta y se fue a desayunar, pensando que aquello tenía que acabar. No podía distraerse con ella de esa manera.

En la cocina, se encontró con J.J. Reprimió una sonrisa al ver su cara de agobio, y se sentó junto a él con un paquete de galletas.

—¿Qué, no se abre?

—No me fastidies, teniente, que no he cenado.

Margorie había intentado explicarle cómo se abría, pero J.J. se había negado a escucharla. Quería ser capaz de hacerlo él solo, y apenas había dormido dándole vueltas a la cabeza.

Hunter apoyó las piernas en otra silla, empezando a comer galletas y ganándose así una mirada de odio.

—J.J., es por tu bien. Si te quedaras solo, ¿qué pasaría? No puedes depender así de la gente.

—Eso no me quita el hambre. Y tú ahí comiendo no ayudas, pero me imagino que lo estás haciendo a propósito.

—Puede. —Se metió una galleta pequeña entera en la boca y sacó otra, dejándola en la mesa—. Piensa.

—¿Esto qué es? ¿Como a los perros? ¿Una galleta de premio si acierto?

—No te disperses, anda. Concéntrate un poco.

J.J. suspiró fastidiado, pero ya le había bastado con no cenar, no quería quedarse también sin el desayuno o la comida. Cogió el abrelatas y le dio varias vueltas por millonésima vez, sacando la parte puntiaguda. Estaba seguro de que esa era la clave, pero cada vez que lo acercaba a la lata, se le cerraba de nuevo.

Que Hunter lo mirara no hizo sino mosquearlo aún más. Lo abrió de nuevo con gestos bruscos, y lo clavó en la lata. Casi se cayó de la silla al ver que, esa vez, sí se había quedado fijo y había hecho un agujero. Miró a Hunter asombrado.

—Sigue, no creo que por ese agujerito te salga nada.

Más animado, J.J. empezó a manipular las dos cosas. El abrelatas se le salió un par de veces, pero en cuanto consiguió abrir un poco más la lata, entendió cómo funcionaba y logró quitar toda la tapa. Estuvo a punto de saltar de la emoción.

—¿Lo ves? —dijo Hunter, arrimándole más la galleta—. Si sigues así, hasta puede que te deje un arma un día de estos.

Lo dejó solo en la cocina, llevándose el paquete con él para repartirlo con la gente de guardia.

J.J. se comió la galleta, sonriendo como un niño que hubiera abierto un regalo de Navidad. Después de todo, sí que sabía abrir una lata.

 

6.     Uno menos

West Lake County Park, Iowa. 10 de diciembre.

 

Tras pasar por Forestville, siguieron avanzando hacia el sur hasta llegar a las afueras de Davenport. Los días eran cada vez más cortos y fríos, pero al menos estaban teniendo más suerte y no llovía tanto.

En el camping se encontraron con algunos rabiosos, pero consiguieron eliminarlos sin muchas dificultades. Establecieron el campamento cerca de la orilla del lago, junto a una playa artificial, y con la cabaña de botes como centro. Distribuyeron las tiendas por las zonas de parking, y Hunter organizó el perímetro de seguridad. Los caminos de acceso tenían puertas de seguridad, lo que facilitaba mucho las cosas. Algunas estaban rotas o atascadas por el desuso, pero puso a gente a trabajar en ellas.

Otro grupo se dedicó a registrar los coches y caravanas abandonados en busca de ropa limpia y comida.

Cuando vio que todo el mundo estaba ocupado, se fue a buscar a Erik. Al principio había pensado no avisar a nadie, pero si desaparecía sin más iba a ser peor.

Le encontró revisando un coche, y le apartó del resto para que no le oyeran hablar.

—¿Ha pasado algo? —preguntó Erik, preocupado.

—Voy a irme unas horas.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tengo que ir a Davenport.

—¿Tú solo? Pero… Estará lleno de… ¿Para qué?

—Es personal.

—¿Personal? ¿Pero vas a volver?

—Sí, yo solo… tengo que comprobar una cosa.

Había pasado demasiado tiempo, pero tenía que ir. Quizá Nathan y Alexis habían logrado llegar y le habían dejado alguna nota, o quizá se habían refugiado en algún lugar cercano… Sea como fuere, no podía irse sin al menos intentarlo.

—¿Se lo has dicho a Rachel?

—No.

De hecho, llevaba varios días hablando con ella solo lo indispensable. Quería evitar involucrarse aún más emocionalmente, pero estaba logrando justo el efecto contrario: cada vez se sorprendía pensando en ella más a menudo.

—¿Y qué le digo cuando vea que no estás? Porque se va a dar cuenta.

—Que he ido a explorar.

—Esto no me gusta. —Negó con la cabeza—. ¿Por qué no dejas que te acompañe alguien?

—No quiero poner la vida de nadie en riesgo. Mira, quedan un par de horas para que anochezca, y pienso volver antes de que amanezca, ¿de acuerdo?

—No, pero sé que no voy a poder convencerte así que… cuanto antes te vayas, antes volverás.

—Exacto. Te veré por la mañana, entonces.

Se marchó a su tienda, dejando a Erik preocupado y poco convencido.

No quería llevar mucho peso para ir más rápido, así que preparó una mochila con agua, algo de comida y un spray de pintura. Se colgó la ballesta y unas cuantas flechas, guardó su cuchillo en el bolsillo del pantalón y cogió una pistola pequeña con un par de cargadores.

Tenía un par de horas al menos hasta el campo de béisbol, eso si no se perdía. Hacía muchos años que había estado en Davenport por última vez, no había vuelto desde que terminara el instituto. Esperaba que no hubieran construido demasiado, o no reconocería las calles.

Comprobó que la gente seguía ocupada en diferentes cosas y nadie le prestaba atención, y se escabulló del campamento sin que ninguno de los guardias se diera cuenta.

 

Antes de irse a dormir, Rachel se dio una vuelta por el campamento buscando a Hunter. No lo había visto desde que habían llegado, y quería confirmar con él que todo estaba organizado por su parte.

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