Anxious

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Anxious

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Hunter apartó la vista de Rachel, concentrándose en el exterior. Tenía que dejar de pensar en esas cosas, no perder el tiempo imaginándose que se metía en el saco con ella… movió la cabeza mosqueado. Solo habían pasado una noche juntos, se repitió. No debería seguir pensando en ello.

Así que cuando terminó su guardia, se llevó su saco lo más lejos posible de la médico. Aun así, apenas logró conciliar el sueño.

 

Se quedaron en el edificio un día y una noche más, esperando por si llegaba algún otro superviviente, pero no fue así, y decidieron seguir hacia el sur. Delante de Cassidy confirmaron su decisión de continuar hacia Saint Louis como habían previsto, aunque en realidad tenían pensado desviarse e ir hacia Kansas city.

Salieron del edificio, quedándose Hunter el último con Cassidy. Cuando estaban a punto de atravesar la puerta, él la retuvo.

—Espera un segundo.

—¿Qué pasa?

—Nada. —Hizo un gesto hacia el grupo, que ya desaparecía por una curva del camino—. Que me he pensado tu oferta mejor.

—¿En serio? —Le sonrió seductoramente—. ¿Esta noche, entonces?

—No, mejor ahora.

—Pero… —Miró hacia el camino—. ¿Y ellos?

—Tranquila, les diré que nos hemos olvidado algo. —La empujó ligeramente hacia el edificio de nuevo—. Vete subiendo, espérame en la habitación donde hemos dormido. Voy a hablar con ellos y subo, ¿de acuerdo?

—Vale. —Le tiró un beso—. Estaré lista para ti.

—Estoy seguro.

Se metió en el edificio.

Hunter no esperaba que ella tuviera la menor idea de cómo seguir un rastro, pero por si acaso borró todas las huellas del grupo y cuando les alcanzó, se desviaron de la carretera principal que llevaba a Saint Louis.

Cassidy esperó a Hunter, desnuda y sola en el edificio. Tras media hora se vistió, preguntándose qué había ocurrido. Cuando salió al exterior y no vio a nadie, se dio cuenta de lo que había ocurrido, y gritó de rabia.

Pero no había nadie cerca para escucharla. O por lo menos, nadie humano.

 

Ser un grupo más reducido tenía desventajas, sobre todo a la hora de organizarse para las guardias, pero como aspecto positivo, avanzaban mucho más rápido.

Tres días después, habían atravesado el río Illinois. Comenzaban a caer copos de nieve, así que acamparon en Sand Ridge State park, a ochenta kilómetros de Springfield. Siguiendo su costumbre, colocaron sus tiendas en el centro junto al edificio principal de información y revisaron los coches y las auto caravanas que encontraron. La mayoría estaban deterioradas y con los cristales rotos, además de no contener prácticamente nada de utilidad, por lo que supusieron que ya había pasado algún grupo por allí antes que ellos.

Repartieron las raciones diarias, pero cuando le tocó el turno a J.J., Hunter le entregó solamente una lata.

—Ya estamos —protestó él—. Hunter…

—Te dije que iba en serio. Y lo siento, pero aunque quisiera, no podría darte un abrelatas. No tenemos ninguno.

—¿Qué? —Miró a Rachel, que afirmó con la cabeza sintiendo pena por él—. ¿Y cómo la voy a abrir? ¿A mordiscos?

—Puedes intentarlo, pero no tenemos dentistas a mano.

J.J. tuvo ganas de tirársela a la cabeza, pero en su lugar se alejó refunfuñando. Estuvo un rato con la lata dando vueltas, probando de todas las formas que se le ocurrían.

Después de tirarla unas cuantas veces al suelo y contra unas rocas, se dio cuenta de que Hunter lo observaba divertido, así que se alejó aún más de él.

Pasó junto a Erik, que vigilaba un camino subido en el techo de una auto caravana.

—¡Eh, J.J.! ¿Dónde vas?

—¡A por un poco de privacidad!

—¿Qué?

—¡Que quiero estar solo, joder!

Erik parpadeó, sorprendido ante su tono, pero al ver la lata en su mano comprendió.

—Vale, pero no te alejes mucho.

J.J. hizo un gesto con la mano que no le quedó muy claro a Erik, cogió una manta que pilló por el camino y se metió entre unos árboles. Se sentó sobre la manta sobre la nieve, apoyando la espalda en un árbol; cogió una piedra del suelo y se puso a golpear la lata como si le fuera la vida en ello. La lata empezó a abollarse, lo que lo animó a seguir, y al cabo de un rato consiguió reventarla.

Se comió el embutido que contenía como si fuera caviar ruso, y al terminar sonrió satisfecho. Hunter tenía razón, si se lo tomaba en serio, podía lograrlo. Apoyó la cabeza en los brazos y cerró los ojos, imaginándose la cara que pondría al verlo regresar con la lata abierta.

De pronto, oyó un ruido. Abrió los ojos, asustado, pero lo que tenía ante él no era un rabioso.

Era una chica rubia y delgada, de rostro dulce… Y que lo estaba apuntando con un arma.

 

 

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1.      Little Falls

Little Falls, Minnesota. 12 de septiembre.

 

Un disparo, dos disparos, tres disparos.

De pronto, el aire se llenó de proyectiles, incluso una bala le rozó la mejilla dejando un rastro de pólvora. Estaba gritando a Hunter que sus soldados caídos se levantaban del suelo con intenciones hostiles, y al momento la ráfaga de tiros ahogó su voz.

Su primera reacción fue echar mano de su revólver, pero se encontró con que tenía las muñecas atadas a la espalda; soltó un juramento mientras su cabeza pensaba a toda velocidad. Entonces sintió un fuerte empujón y faltó un milímetro para acabar con la cara estampada en el asfalto mientras notaba el peso de un cuerpo sobre ella.

—¡Joder! —exclamó tratando de moverse.

—¡Para, Em!

Era la voz de Joel y ella obedeció sin rechistar; notó cómo él apretaba el gatillo cuatro veces seguidas y tuvo la tentación de cerrar los ojos. Cerrar los ojos y esperar que la pesadilla finalizara, porque aquello no podía ser real… Estaba viendo cómo dos soldados se abalanzaban sobre Dolce y Dios santo, nunca le había caído bien aquella mujer, pero lo que le estaban haciendo era lo más horrible que había visto nunca.

Por fin sus pulmones dejaron de ser comprimidos y alguien la puso en pie con brusquedad sin parar de sacudirla.

—¡Emma! —Joel no se detenía—. ¿Estás bien? ¡Tú, ven!

Como si se tratara de una película, Emma notó que el tiempo se ralentizaba ante sus ojos: Joel zarandeaba al sargento Clive gritando en su cara mientras hacía gestos bruscos con los brazos. Oía gritos, gruñidos, golpes, tiros… Morrigan había caído al suelo y le faltaba… ¿el pelo? Dios santo. Los gruñidos no se escuchaban lejanos y por el rabillo del ojo se dio cuenta que ya eran más numerosos que momentos antes.

Hunter y Alexis retrocedían hacia el hummer, sin dejar de disparar.

—Se van, ¡la madre que los parió! —Escuchó gritar a Joel, que no dejaba de disparar—. ¡Vamos, imbécil, busca la forma de soltar esas bridas!

¿Se lo decía a ella? Emma enfocó hacia su amigo, pero él hablaba al sargento Clive, que con los nervios casi tiró al suelo la navaja que trataba de sacar. Un militar del equipo retrocedió disparando hacia su posición, por lo visto le había resultado imposible llegar hasta Hunter. Los cubrió mientras el sargento Clive trataba de soltarla, algo difícil con aquel temblor de manos.

—¡Espabila, idiota!

Un segundo después Emma se vio libre de las bridas, pero no de Joel, que la agarró por los hombros y la sacudió por segunda vez gritando su nombre. Lo miró, tratando de prestar atención, pero se sentía como si lo estuviera viendo todo desde la distancia, igual que un enfermo con la fiebre alta escuchaba su voz lejana… hasta que él la abofeteó sin contemplaciones.

Emma salió de su estado de shock al momento y se frotó el lado derecho de la cara con el ceño fruncido.

—¿Pero qué coño haces, Crane? —La rubia sacó su arma y miró a su alrededor—. ¿Dónde está June? ¿Alguien ha visto a June?

El sargento Clive y el otro militar que no conocían iban retrocediendo conforme los soldados contagiados ganaban posiciones, aproximándose cada vez más. Los hacían ir hacia atrás y no tenían ninguna opción aparte de meterse en comisaría; Emma empezó a llamar a su hermana, esperando escuchar su voz desde algún rincón, pero aunque había muchos gritos ninguno pertenecía a June.

—¡Atrás, atrás! —gritaba el desconocido—. ¡Sargento, los tenemos encima!

Emma empezó a disparar derribando a uno. Escuchó gritar a Malone y lo buscó con la mirada; dos de aquellos hombres lo habían atrapado cuando trataba de ayudar a Morrigan y ahora uno la había emprendido a dentelladas con su brazo mientras el otro mordía su cuello. Emma le pegó un tiro en la cabeza al del brazo sin pensar, pero llegó tarde… la sangre del cuello de Malone saltó por los aires como una manguera mal ajustada, y quedó tendido desangrándose. Ella sacó el arma que llevaba oculta en la bota izquierda para disparar por ambos lados. Deberían avanzar, pero era imposible, había demasiados y Hunter, que montado en el hummer podía haber tratado de acercarse para ayudarlos, salió pitando en dirección contraria.

—Hijo de puta… —Oyó maldecir a Joel.

La rubia continuó recorriendo la escena con mirada crítica, el detective Chase acababa de ser atrapado por la espalda; fue derribado al suelo en la misma postura y una vez allí, un contagiado lo dobló con tal violencia que partió su columna. Después se lanzó a morderlo repetidas veces, al parecer animado por los chillidos de dolor del hombre. Al cabo de cinco segundos, aquellos lamentos se hicieron insoportables para ella, de manera que la rubia apuntó a su detective y disparó un tiro entre ceja y ceja. Chase se derrumbó y al momento el contagiado lo dejó caer, incorporándose para buscar otra víctima.

—¡Salgamos de aquí! —gritaba el sargento Clive, con una voz ya próxima al pánico.

Joel tiró de su brazo para que fuera tras ellos; Emma miró la calzada, sembrada de los cuerpos de sus compañeros, algunos amigos… La rabia e impotencia llegaron de la mano, pero no podía quedarse quieta. Ellos, fueran lo que fueran, se movían deprisa y con una violencia sin precedentes, como por desgracia había podido comprobar. Siguió a Joel y a los demás al interior de la comisaría, donde al momento el sargento Clive y el militar desconocido bloquearon la puerta colocando un mueble delante. Miró las ventanas de forma crítica, pero por suerte todas ellas tenían rejas.

—Deberíamos registrarlo por si acaso —sugirió a Joel y él asintió—. Vamos.

En la sala de relax escucharon un sollozo y allí estaba Olivia, sentada en el suelo abrazándose las piernas y con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Al verlos lloró con más fuerza, negando con la cabeza.

—Lo siento, lo siento —decía una y otra vez—. Lo siento, Em, vi lo que le hicieron a Dolce… no puedo. No puedo.

No la culpaba. Ella tendría pesadillas durante una buena temporada, con toda la sangre que había visto; se aproximó despacio y se dejó caer al lado, apretando su mano.

—Tranquila, aquí no pueden entrar.

Joel se acercó a ellas con algo entre las manos y miró a Olivia.

—Oye —le dijo, haciendo un gesto para que prestara atención—, ¿por qué no traes todas las armas y munición que tengamos? Por favor.

La joven tardó un poco en captar lo que decían, pero al final asintió y fue a hacer lo que le habían pedido, aún con aspecto desorientado.

—¿Tú estás bien? —preguntó Joel, sujetando sus hombros.

—¡Joel! No te pases —le advirtió Emma—. Ya me has dado una bofetada antes, a la siguiente te prometo que te la devuelvo.

—Sí, ya estás bien —suspiró aliviado y le hizo girar la cara para ver su mejilla—. Una bala te ha rozado la cara, Em. Joder, tienes más vidas que un gato.

—Creo que eso debo agradecértelo a ti, ¿no? Si no me hubieras tirado al suelo, con las manos atadas ya estaría criando malvas.

El sargento Clive entró en la sala de relax con cara de agotamiento; era evidente que aquello lo había pillado por sorpresa y que en el ejército no lo habían preparado para algo así.

—¿Alguien más está herido? —Joel alzó la voz—. ¿Clive, señor militar que no conocemos? —se dirigió al hombre desconocido de aspecto desaliñado.

—Soy el capitán Scalia —aclaró él—. No estoy herido. De estarlo ya sería un cadáver.

—¿Tratan de entrar? —Emma se puso en pie rauda y veloz, pero él la tranquilizó negando con la cabeza—. ¿Seguro?

—Si, seguro. Parece que prefieren la acción.

—No podemos quedarnos aquí metidos —repuso la rubia—. Si esto se propaga, y ocurrirá, pronto podríamos tenerlos a todos aquí golpeando la puerta. Tenemos que armarnos y ponernos en marcha.

—¿A dónde? —Olivia se detuvo en el umbral de la puerta, con el manojo de llaves de la armería que poseían entre las manos.

—Debemos asegurarnos que evacuan el pueblo… No sé si el hecho de que los militares estuvieran aquí significa que ya sabían algo, ni si han tomado medidas, pero nuestro deber es comprobarlo. Y si lo están haciendo hay que ayudar.

—¿Estás loca? —casi gritó Joel después de lanzar sendas miradas furiosas a los dos militares presentes en la sala—. ¡Nos han abandonado como a perros! ¿No lo ves, Jefferson?

El sargento Clive negaba con la cabeza, mientras que Scalia permanecía cruzado de brazos sin parecer ofendido por la acusación. Cierto era que ninguno tenía ni idea de a qué se referían, pero de cualquier modo lo que él decía no podía ser verdad.

—Créeme, cuando esto acabe aclararemos el tema. Pero ahora lo que importa es la gente, Joel, tenemos que ponerlos a salvo. Es nuestro trabajo.

Tras unos segundos de silencio, Joel acabó por asentir con un gruñido.

—Como quieras. —Otra mirada desdeñosa hacia Clive y Scalia, dejando claro que no les daría agua ni aunque estuvieran perdidos en mitad del desierto—. ¿Qué hay de la base, debemos ir a ver?

—Sé que el coronel tiene algo que ver en esto. Si no es un virus o algo así que se les ha escapado es otra cosa, pero está detrás. Vamos a intentar hablar con él. —Emma se levantó decidida, muy consciente de que si se acomodaban allí esperando ayuda cada vez les costaría más animarse a salir—. Quiero a todos armados. Encárgate —ordenó a Joel—. Ahora vengo.

Abandonó de forma momentánea el cuarto para abrir la puerta más alejada; en el calabozo, Scott Hauser se había levantado y estaba apoyado contra los barrotes con cara de angustia. Al verla pareció aliviado y soltó un suspiro.

—Joder —repuso—, ¿qué demonios está pasando? He oído disparos, y gritos. Se me ha puesto la piel de gallina.

—Y no es para menos. —Emma abrió la puerta y se apartó para que saliera—. Vamos. —Scott dio tres pasos, vacilante y se detuvo para observarla—. Scott, estamos en una situación complicada y tienes dos opciones, puedes venir con nosotros o marcharte por tu cuenta. Pero no te recomiendo esto último, la verdad.

—Cuéntame qué ha sucedido —pidió el joven, empezando a asustarse.

—Sígueme y te lo explico.

Scott salió de la celda, sin estar demasiado convencido, pero sabiendo que no podía quedarse allí solo. Emma hizo un resumen rápido de algo que parecía sacado de una película de terror, costaba creerse aquello… pero por otro lado, los gritos y tiros continuos habían sido muy reales. Y las caras de las personas que estaban esperando en el cuarto contiguo, también.

—Muy bien. —Emma se aproximó al centro de la habitación, donde Joel ya había traído todas las armas que poseían con ayuda de Clive y las tenía expuestas encima de la mesa—. ¿Tenemos munición de sobra? Al menos para salir de aquí, después podemos pasar por cualquier tienda de armas y aprovisionarnos.

—Sin problema —replicó él, empezando a entregar pistolas y balas a todos los presentes hasta que se quedó contemplando a Scott—. ¿A él también?

—Sí. Dale una —ordenó ella—. Decida irse por su cuenta o no, que vaya lo mejor protegido que pueda. —Y lo miró de reojo.

—¡Ni de coña pienso irme solo! —protestó el joven—. No estoy loco, ¿sabéis? Trae esa pistola.

Despacio, todos los presentes se ocuparon de guardarse balas suficientes; las manos de Olivia temblaban y no cesaba de murmurar cosas inconexas para sí misma, tanto que Emma se dio cuenta de que era inestable y que habría que vigilar su comportamiento por si acaso. Al menos, Joel parecía controlar la situación, y los dos militares aguantaban el tipo también; Emma los dejó terminar de armarse antes de lanzar una mirada serena hacia ellos.

—Vosotros dos —dijo con voz clara—, escuchadme. —Ambos alzaron sus ojos a la vez, mientras esperaban sus palabras—. Podéis coger las armas y salir de aquí para ir por vuestra cuenta; nadie os lo va a impedir. Pero si os quedáis, debéis saber que ahora mando yo. No volveremos a ceder ante militares después de lo sucedido, ¿os queda claro?

El sargento Scalia tenía una mueca escéptica en la cara. Clive no decía nada; parecía ligeramente avergonzado y clavó los ojos en la mesa.

—Si lo que queréis es acompañarnos a la base y después quedaros allí, también podéis hacerlo. Pero durante el camino estaréis sujetos a mis órdenes. —Y la joven esperó.

Por sus caras vio pasar la ristra de emociones habitual cuando le hablaba a alguien de aquella manera: primero el escepticismo, como el de Scalia. Después venía el cabreo porque alguien tan joven, y además mujer, fuera a dar las órdenes siendo ellos los machos alfa por excelencia. Pero después de lo sucedido, Emma tenía claras dos cosas: una, no volvería a claudicar ante nadie, ni siquiera ante coronel Thomas; y dos, si aquello que había infectado a Tuesday y los soldados se estaba propagando, en poco tiempo las jerarquías habrían dejado de importar. Lo único que quedaría sería la ley del más fuerte.

—Si venís con nosotros —añadió—,nos protegeremos unos a otros. Aquí nadie abandona a nadie, ¿de acuerdo?

Y aunque no lo mencionó, todos tuvieron clara la imagen del hummer del teniente coronel Cooper largándose a toda prisa sin mirar atrás.

—¿Y bien? —Joel interrumpió el tenso silencio.

—Yo voy con vosotros —dijo el sargento Clive y asintió cuando miró a la jefa de policía.

Scalia tardó un poco más en responder, pero acabó por asentir de mala gana. No es que le gustara obedecer a una tía que para su gusto hubiera estado mejor en posición horizontal, pero admitía que después de la estampida de Cooper se sentía más seguro entre la policía.

—Muy bien —Emma asintió al verlos y se volvió hacia los suyos—. Pues en marcha.

Joel no parecía muy conforme con el hecho de que Emma decidiera salir en primer lugar, pero con los años había aprendido a no cuestionar su autoridad de manera directa. Se le daba mejor manipularla con detalles o provocaciones, pero dado que no había tiempo literal para eso, no tuvo más remedio que aceptarlo. Además, ella se había adueñado del mando, así que tampoco procedía que la vetara solo porque le preocupaba su seguridad. Lo único que podía hacer era protegerla lo mejor posible, algo que por otra parte llevaba tiempo haciendo… y conocía de primera mano lo capacitada que estaba para cuidarse sola.

Las órdenes eran claras: coger el furgón policial aparcado al otro lado de la carretera y salir pitando. Era fundamental no perder el tiempo, cada minuto que pasaba jugaba en su contra y había muchísimas más posibilidades de contagio.

La salida fue tensa, todos pendientes esperando un posible ataque, pero la calle había quedado vacía de un modo que resultaba inquietante. Únicamente descansaban sobre el pavimento unos pocos cuerpos de los que habían conseguido abatir.

Segundos después estaban dentro del furgón policial y Joel se puso al volante; intercambió una mirada con Emma, sentada a su lado, mientras los demás se colocaban en la parte trasera.

—Qué raro. —Oyeron murmurar a Olivia—. Es tan raro no ver los cuerpos de…

Lo que verbalizó era, en realidad, lo que todos estaban pensando; los que no estaban allí, estaban por ahí sueltos y contagiados. Quién sabía dónde podían encontrarse, tal vez atacando la casa más próxima o… a saber. Ninguno quería pensar en ello, así que Joel arrancó mientras Emma miraba por el retrovisor cómo su comisaría se alejaba de forma veloz. Se alejaba de June, y no sabía si debía pararse a buscarla, o seguir por un bien mayor.

—¿A la base pues? —preguntó él mientras trataba de sintonizar la radio por si se escuchaba alguna noticia sobre los sucesos, y la rubia afirmó—. Muy bien. Pues cuanto antes lleguemos, mejor.

Y aceleró. A Emma no le importó porque Joel siempre había conducido muy bien, incluso bajo presión; escuchó como en la parte trasera se apresuraban a abrocharse los cinturones de seguridad y ella hizo lo propio, algo que, por otro lado, le salvó la vida. Estaban ya muy cerca, iban demasiado deprisa y entonces, sin más, el automóvil falló y Joel perdió el control; dio un volantazo para tratar de compensar, pero la velocidad jugó en su contra y terminaron por volcar tras dar dos vueltas.

Emma abrió los ojos unos minutos después, cuando el furgón quedó del todo quieto. No había perdido la conciencia en ningún momento, por suerte, y aunque estaba boca abajo y colgando solo sujeta por el cinturón, supo que no estaba herida.

—¿Joel? —Lo miró, pero él tenía los ojos cerrados y un buen golpe en la cabeza—. Mierda… ¿cómo estáis por ahí atrás?

Escuchó un par de gruñidos, indicativo de que al menos había alguno vivo. Aquello era un infierno, estaba desubicada y con dolor de cabeza…pero sabía lo que tenía que hacer: coger aire y tranquilizarse. Aquello era una de las primeras cosas que su padre le había enseñado, siendo muy niña: no actuar con precipitación. Pensar. Valorar la situación. Era consciente de que la mayor parte de las veces las lesiones no sucedían cuando el coche volcaba, sino a la hora de salir. Por norma general, se actuaba de forma precipitada bajo la falsa creencia de que el coche podía explotar, y mucha gente terminaba desplomándose sobre su propio cuello, produciendo lesiones y cortes de médula espinal. Excepto en alguna ocasión extraordinaria, los coches solo explotaban en las películas, así que puso en práctica lo que debía hacer: buscó un punto de apoyo en el salpicadero, acomodó los pies y se aseguró de que quedaba inmóvil antes de soltar el cinturón, protegiendo así su cuello. Una vez liberada, probó a abrir la puerta, pensando que sería demasiada mala suerte que estuviera atascada… pero oyó un satisfactorio clic, así que solo quedó escurrirse, con calma pero sin dormirse. Una vez fuera se incorporó, comprobó que no tenía nada roto y fue hacia el lado del conductor para ayudar a su amigo.

—Joder… —Lo escuchó gruñir con voz desorientada cuando abrió su puerta—. Coño, me va a estallar la cabeza.

—Calla, te has dado un buen golpe. Apóyate bien, anda —ordenó mientras soltaba su cinto a la vez que lo sujetaba para que no se desplomara y cayera hacia abajo—. Ayúdame un poco, Joel.

Notó como se esforzaba por hacer fuerza para salir y al de poco estaba sentado en la calzada, frotándose el lado derecho de la cara que sangraba de forma tímida pero insistente.

—Toma. —Le tendió una tela que él no identificó, aún tratando de enfocar—. Aprieta la herida. Voy a sacar a los demás.

Joel parpadeó varias veces, hasta que el aturdimiento provocado por la contusión se fue evaporando y se sintió con ánimos de incorporarse a echar una mano, todo ello sin dejar de hacer presión en la herida, que ya comenzaba a palpitar. El sargento Clive ya estaba fuera, de rodillas, ayudando a Emma a sacar a Scalia; tampoco se lo veía herido. Sin embargo, cuando lograron sacar a Scott, éste no había tenido tanta suerte: tenía el cuello roto.

—Mierda —suspiró la rubia, tras cerciorarse de su muerte.

No había nada que pudieran hacer por él ya, así que sacaron a Olivia y luego se tomaron unos minutos para recuperarse.

—¿Qué demonios ha sucedido? —quiso saber Emma mirando a Joel.

—No lo sé, solo he perdido el control de repente. —Se acarició la barbilla, interceptando entonces una mirada entre militares—. ¿Qué? Vosotros dos sabéis qué pasa, así que hablad.

Scalia asintió con lentitud, y Clive carraspeó.

—Habrán mandado un pulso electromagnético. Se usa cuando se quieren cortar las comunicaciones —comentó—, y tenemos un dron de pruebas en la base.

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