Anxious

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—¿El coronel Thomas? —inquirió Emma, acercándose a ellos mientras sujetaba a Olivia.

—Tal vez —dijo Clive de forma vaga—. No lo sé, estoy aquí con vosotros y no en Camp Ripley. Pero tiene toda la pinta, así que se habrá cargado todas las comunicaciones en Little Falls.

—¿No tenemos electricidad? —Oyeron farfullar a Olivia—. Pero… ¿ y cómo seguiremos el viaje si no podemos ir en coche?

—Estamos cerca —dijo Scalia—. Podemos llegar andando.

—¿Y esas cosas? —insistió Olivia, quien no parecía en absoluto convencida de aquella propuesta.

—Vamos armados —repuso Clive—. Nos defenderemos.

La vieron negar con la cabeza, como si no quisiera creer que aquello estuviera sucediendo. Emma trató de calmarla, pero solo lo consiguió a duras penas y tomó nota: la siguiente vez que encontraran una farmacia cogería algún tranquilizante leve. Olivia parecía haber olvidado por completo que era policía y se comportaba más bien como una civil aterrorizada, pero cada persona reaccionaba de un modo distinto y tampoco podía culparla por estar asustada, la situación no era para menos.

Todos la miraban, esperando que tomara una decisión. Ir caminando por la calle los convertía en un blanco fácil, pero tenían que llegar a la base y saber qué diantres había sucedido. Y así tal vez podría localizar a Nathan, que esperaba que se encontrara bien.

—Iremos —comunicó—, pero no por la carretera, llamaríamos demasiado la atención y por ahora no nos interesa. —Señaló hacia donde la carretera finalizaba y comenzaba el bosque—. Por ahí.

No hubo protesta alguna ante su orden. Todos comprobaron que tenían las armas cargadas y listas, y se internaron en la negrura del bosque, totalmente alertas.

—¿Crees que el coronel Thomas dará la cara? —pensó Joel en voz alta.

—No va a tener otro remedio que hacerlo, esta vez la ha liado muy gorda. —Emma miró por encima de su hombro a ambos militares—. ¿Vosotros teníais conocimiento sobre este tema, nunca habéis visto algo sospechoso en la base?

Ellos se encogieron de hombros.

—Es normal ver cosas raras —comentó Clive, siempre más propenso a hablar que Scalia—. Gente que aparece en un coche blindado y que es trasladado a la zona inferior sin que nadie sepa quién es ni el motivo de su estancia… o esos dos militares que trabajaban de forma unilateral y no pertenecían a la base… o como cuando llegaron los científicos.

—¿Te refieres al pelirrojo y a la señora antipática? —preguntó Joel.

—Sí, exacto. En teoría venían a una exposición, pero el coronel los metió en la zona de laboratorios y ya no salieron más. Nadie los vio tras eso. Luego nos mandaron a esta misión, la comandada por Hunter.

—¿Vuestras órdenes eran llevaros a Tuesday Latch y ya? —quiso saber Emma.

La simple mención a Hunter hacía que le subiera la temperatura, solo que de mala forma.

—Las mismas.

—¿Y vuestros trajes? —ese fue Joel. Recibió varias miradas de interrogación—. Sí, ya sabes, una infectada, un posible contagio… cuando suceden esas cosas os ponen esos trajes de astronauta, ¿me equivoco?

Clive no tenía respuesta.

—En cualquier caso, nuestra misión era traer a esa joven —explicó—. Costara lo que costara —añadió, mirando a Emma.

—Sí, ya me di cuenta —dijo ella con una mueca.

No tuvo necesidad de mirarlos para sentir su vergüenza; ya no tenía solución, pero no les pasaría nada por sentirse así durante un tiempo. El resto del camino apenas hablaron, todos concentrados en conservar el mayor número de fuerzas posible.

Fueron conscientes de que se acercaban cuando escucharon ruidos diversos: gritos y sonidos de gente que corría y huía. Se quedaron amparados en la oscuridad del bosque, observando cómo la base militar parecía sumida en el caos: se veía humo, las sirenas sonaban y pronto se dieron cuenta que la gente que corría eran infectados.

—¡Atrás! —siseó Joel mientras retrocedían para no ser vistos—. Joder, está infestado, Em. —La agarró del brazo con cuidado de no alzar la voz—. No podemos atravesar eso.

El resto observaba atónito como la cantidad de infectados había aumentado desde el ataque a la comisaría, hasta el punto de resultar alarmante. No quedaba duda de que se había propagado y empezaba a parecer incontrolable.

—¿Qué hacemos? —Olivia apresó a Emma del brazo con ansiedad.

Emma no sabía qué responder; atravesar aquello para poder abordar la base le resultaba una completa locura… pero todas las respuestas estaban allí dentro. El coronel Thomas, casi seguro el responsable, y Nathan, al que quería sacar de allí si es que era verdad lo que había escuchado de boca del sargento Clive.

—Tenemos que llegar hasta dentro —decidió—. Aquí fuera tampoco estamos a salvo. Tened las armas preparadas y sed muy, muy rápidos. Procurad no separaros.

No esperó respuesta de ninguno, solo echó a andar hacia delante, sujetando sus dos revólveres y esperando que la siguieran; sin embargo, no llegó lejos. Cuando se acercaba el terrible momento de correr entre los infectados, Emma se detuvo al escuchar una explosión. El humo que habían avistado nada más llegar se había transformado en una espesa niebla que cada vez hacía más difícil la visión. El olor a quemado comenzó a llegar hasta ellos.

—¡La base está ardiendo! —exclamó Clive señalando hacia la parte derecha, donde se hallaba ubicado el hangar—. ¡Debemos alejarnos cuanto antes!

Retrocedió seguido de Scalia, mientras se escuchaban otras explosiones que parecían provenir del interior de la base. pronto, el fuego hizo acto de aparición, una enorme lengua naranja que asomaba del hangar. Al parecer se había originado allí, pero en esos momentos ya se había extendido por el edificio principal; las sirenas continuaban su anodino lamento, pero quizá no hubiera nadie para apagarlas.

Emma se había quedado sin habla, observando impotente cómo las llamas devoraban el lugar donde esperaba hallar respuestas.

—¡Vámonos! —urgió Joel tirando de su brazo. Al ver que ella se resistía a abandonar, se acercó tratando de que lo mirara—. Em, no puedes hacer nada… es demasiado tarde, cualquiera que estuviera allí dentro ya estará muerto. —Trató de suavizar su tono—. Vámonos.

La explosión se intensificó, convenciéndolos de que debían abandonar. Emma se dejó llevar por Joel y regresaron hasta el bosque, donde el resto aguardaban expectantes.

—¿Qué? —preguntó Olivia.

—Cambio de planes —dijo Emma—. No podemos abordar la base.

—¿Y qué hacemos?

Buena pregunta, se dijo la rubia. El problema era que no sabía qué demonios hacer. El plan de lograr información del coronel Thomas se había evaporado, y también cualquier posibilidad de huir de allí por algún medio alternativo que quizás tuviera el militar. Disponían de vehículos, pero estos ya no funcionaban. Tenían armas, pero no munición infinita, y había demasiados infectados corriendo por allí, con la boca abierta, haciendo rechinar sus mandíbulas, entrechocando los dientes en el gesto de morder…mordedores, eso eran. Solo buscaban algo donde clavar sus colmillos.

—Atlanta —dijo de pronto, sobresaltando a todos.

—¿Atlanta? —repitió Joel. Se tocó de nuevo la sien donde tenía la herida, pensativo, y después exhaló aire despacio—. ¿Al CDC?

—Sí. Es el sitio al que tenemos que ir, ellos sabrán qué hacer… y si esto aún no ha llegado allí, pues así lo sabrán de primera mano. —No los dejó reaccionar—. Pero antes debemos reponer las municiones, porque el viaje será a pie. Necesitamos mapas. Y mochilas, sacos de dormir, linternas, buen calzado, algo de comida… hay que ponerse en marcha, ya.

Tenía que dar por muerta a June, visto lo visto.

 

2.     Saint Cloud

Equiparse fue más difícil de lo que habían pensado en un principio. Para cuando terminaron, todos sin excepción llevaban una mochila con un peso respetable; sin embargo, Emma se había mantenido inflexible en ese aspecto. No importaba que aquello les ralentizara el paso o que tuvieran que detenerse más a menudo, lo principal era que si por algún motivo se separaban, tuvieran los medios para poder apañarse.

—Hay pueblos durante el camino —trató de protestar Olivia cuando le pusieron sobre los hombros la pesada carga—, y tiendas en todos ellos, ¿esto es necesario?

—La mayor parte del camino la haremos cruzando el bosque. Tenemos que evitar los sitios demasiado concurridos.

—¡Pero es un problema de Little Falls! Cuando lleguemos a Saint Cloud…

—No lo sabemos —la cortó tajante y después se giró, viendo su mirada resentida, así que se acercó a ella suavizando el tono—. Olivia, ojalá tengas razón. Pero ya has visto lo que ha sucedido aquí en una sola noche…

—Todo irá bien, cuando lleguemos a Saint Cloud —dijo ella esperanzada—. Verás que sí.

—De acuerdo. Pero hasta que estemos allí, tomaremos todas las precauciones posibles —Emma decidió no añadir más—, ¿entendido? Y eso supone llevar un mínimo de instrumentos básicos, como cerillas, cuchillos, la cantimplora. Tened muy en cuenta la regla de tres.

—¿La regla de tres? —preguntó Joel.

Scalia dejó de juguetear con su mechero y alzó la mirada.

—Los humanos no sobreviven más de tres minutos sin aire, más de tres días sin agua y más de tres semanas sin comida —comentó.

—Eso mismo —corroboró Emma, y se volvió hacia el resto—. Coged ropa de abrigo. Estamos en septiembre y ya se nota el frío. Todos llevaremos cosas necesarias en nuestra mochila.

Cogieron todo lo que necesitaban de algunas tiendas del centro, siempre extremando las precauciones. De la noche al día, Little Falls parecía un lugar de esos abandonados que aparecían en los reportajes, como aquel viejo parque de atracciones de Nueva Orleans. El pueblo estaba desierto, con los coches abandonados de cualquier manera en la carretera o en los arcenes, las viviendas aparentemente vacías. Había cristales por el suelo, ventanas rotas y un gran silencio que se veía interrumpido de cuando en cuando por algún aullido que llegaba arrastrado por el viento.

—¿Qué pasa con nuestra gente? —quiso saber Joel, cuando estaban a punto de abandonar Little Falls—. ¿Y si queda alguien vivo? Ya sabes, recluidos en sus casas, aguardando que alguien acuda a rescatarlos.

Emma no respondió, ella también se lo preguntaba. Pero no podían perder tiempo en registrar todo el pueblo por si quedaba alguien oculto en su hogar, además de que no parecía muy probable. Todo Little Falls parecía haber sido arrasado. Con un gran vacío en el pecho, debían irse sin mirar atrás.

—Tendrán que apañárselas como puedan —se limitó a decir, antes de dejarlo atrás para comenzar a caminar.

Y de esa forma fue como comenzaron su viaje, atravesando el bosque. Emma tenía todo bien pensado al respecto: llegarían a Saint Cloud y pronto advertirían si lo sucedido había sido un caso aislado, o aquello había llegado a más sitios. Si había suerte y era el primer caso, avisarían a las autoridades pertinentes… pero si, como pensaba, el caso era el segundo, lo primero que harían sería aprovisionarse de nuevo. Seguir las reglas: conseguir munición, comida, ducharse si aún quedaba agua corriente en alguna casa, cambiar las prendas de ropa y regresar su camino por las zonas apartadas.

—¿Cómo haremos para dormir?—preguntó Olivia, una vez se pusieron en camino.

—Escogeremos un sitio adecuado para hacer un refugio —explicó la rubia—. Ahora aún no es tan importante, pero el mes que viene empezará a hacer mucho frío.

—¿Piensas que el mes que viene aún continuaremos caminando? —la voz de su amiga sonó burlona con un punto de histerismo.

—Es muy posible. Con las paradas para descansar, dormir y demás, estos viajes suelen ser largos.

Por el rabillo del ojo vio que Clive asentía.

—Yo tengo experiencia en refugios —comentó—. De niño mi padre me enviaba a un montón de campamentos y un año me tocó uno de supervivencia en los bosques.

—Estupendo, nos viene muy bien. Tú te encargarás de localizar el mejor sitio, pues.

—Tendremos que hacer guardias —añadió Scalia—, es la mejor forma de que el resto pueda descansar tranquilo. Pueden ser dos o tres turnos, dependiendo del aguante de cada uno.

Emma también asintió a aquello.

—Pues tú puedes ocuparte de organizarlos y vigilar que se lleven a cabo —le ofreció.

—Sin problema. ¿Alguien sabe cazar?—ninguno abrió la boca—. Bueno, iremos probando. No creo que nos quedemos sin comida enlatada, los supermercados y tiendas están llenos por ahora.

—Yo sé pescar —comentó Emma—. Si lo vemos necesario recurriremos a eso, ¿vale?

Olivia puso cara de ser consciente de su total desconocimiento en cualquier tema de los que estaban hablando, pero nadie hizo ningún comentario al respecto, solo siguieron el camino.

Pese a que llevaba buen calzado y a que todos tenían una cierta forma física derivada de sus trabajos, Emma no creía que fuera bueno que se agotaran demasiado pronto. Era importante mantener la moral alta, y eso era más sencillo de lograr si todo el mundo comía, bebía y descansaba lo suficiente.

Muchas veces notaba que Olivia hablaba en términos de «cuando lleguemos a Saint Cloud», dando por hecho que allí terminaría el camino. No deseaba desalentarla, pero tampoco sabía bien cómo lograr que no fijara sus esperanzas en aquello… y aunque el resto no decía nada, se daba cuenta que todos pensaba como ella. El hecho de no haberse encontrado aún con ninguna persona era esclarecedor en unos bosques donde siempre había algún excursionista.

Lo único positivo era que por allí no había mordedores en masa. Sí que había avistado alguno, a veces los oían a lo lejos, pero hasta ese momento habían conseguido esquivarlos sin mayores problemas y tampoco iban en grupos, como mucho dos o tres dispersos. Pero eso no significaba que no estuvieran, solo que estaban teniendo suerte.

Alcanzaron Saint Cloud dos días después de partir de Little Falls. Podrían haber llegado antes, pero las continuas paradas para descansar y comer, y durante la noche para dormir, habían duplicado las horas de viaje a pie.

Saint Cloud era mucho más grande que Little Falls y allí vivían unos sesenta y cinco mil habitantes… o habían vivido. Porque cuando llegaron, estaba igual de arrasado que Little Falls, al menos en las afueras; Emma temía movilizarse hacia el centro por si allí se concentraban grupos peligrosos.

—Deben estar encerrados —sugirió Olivia—. Seguro que se metieron en algún lugar público, ¿y si nos acercamos a la policía a preguntar?

—Si vamos caminando por el centro de la ciudad nos exponemos demasiado —dijo Joel—. Tenemos que tener cuidado, no sabemos ni qué ha sucedido aquí, ni si hay mordedores.

Emma le daba la razón asintiendo con la cabeza. Nadie puso pegas pese a que no les apetecía en exceso investigar, sabiendo qué podían encontrarse. Según avanzaban hacia el corazón de la ciudad, fueron tropezando con coches abandonados en mitad de las calles, cruzados en las aceras, volcados…muchos habían chocado, seguramente durante el pulso electromagnético.

—Pues ya tenemos respuesta —musitó Clive—. No fue solo en Little Falls. Es probable que el coronel Thomas solo deseara aislar aquello, pero fue más allá.

Olivia miraba todo con los ojos dilatados. En su rostro se apreciaba el golpe que acababa de sufrir al comprobar que Saint Cloud había sufrido la misma suerte que Little Falls… dejaron atrás también algunos cuerpos cuyas cabezas aparecían destrozadas.

—Y la infección ha llegado también —dijo Emma y alzó la vista para encontrarse con un edificio inmenso—. Es el hospital. Ya que estamos vamos a entrar.

Por algún motivo, ninguno deseaba cruzar esas puertas. Tenían miedo de lo que podían encontrarse allí dentro… pero aún les asustaba más quedarse fuera esperando, así que se limitaron a seguir a Emma al interior.

Dentro, parecía haber pasado un huracán. No había prácticamente nada entero: los mostradores de la recepción se mantenían en su sitio, pero poco más… sillas rotas, camillas tiradas por el suelo, teléfonos que pendían de sus cables sin emitir sonido alguno…

En el primer piso tuvieron que forzar la puerta para entrar, solo para encontrarse con una habitación llena de muertos. Olivia salió a toda prisa con la cara ya de un tono verdoso, y Joel se fue con ella. Emma examinó el lugar meneando la cabeza.

—¿Qué hacía toda esta gente aquí? —preguntó para sí misma.

—Es posible que al estallar el caos trataran de protegerse cerrando la puerta —comentó Scalia—. A saber qué ocurriría… quizá alguno estaba infectado, aunque no lo parecen.

—No —observó ella—. No parecen haber sido mordidos, pero aun así a todos les dispararon.

—Puede que alguien creyera estar haciendo una buena acción. —Clive pasó por encima de los cuerpos con cuidado de no pisarlos—. Esto es un desastre, no hay nada que salvar. —Se volvió hacia la rubia—. ¿Qué buscas exactamente?

—Un botiquín para emergencias —dijo ella—. Sin electricidad ni médicos, cualquier cosa sin importancia puede volverse muy seria. Y medicinas… penicilina, por ejemplo, por si acaso alguien sufre una infección, lo que sea. No soy ninguna experta en ese campo, pero no quiero problemas por no llevar alcohol, no sé si me explico.

—Claro —replicó él—, vamos a buscar en la tercera planta.

Joel se quedó con Olivia mientras ellos recorrían la planta superior. Más camillas volcadas, material quirúrgico por el suelo, cristales hechos mil pedazos, puertas cuyos pomos habían sido arrancados… incluso en una había un hacha clavada. Emma sintió un escalofrío al verlo; en realidad, todo el hospital se lo producía.

—Vamos a darnos prisa. Quiero salir de aquí lo antes posible.

Tuvieron suerte al encontrar un cuarto cerrado que no había sido atacado. Dentro había un montón de cosas que podían llevarse, así que Emma se dedicó a guardarlo todo en su mochila: antipiréticos, penicilina, alcohol, gasas, tiritas, catguts. Adrenalina, pastillas de polaramine por si había algún cuadro alérgico severo. Valium, para las pesadillas… cogió lo que creyó que podía ser necesario, pero ella sabía que siempre sucedían imprevistos para los que no estabas preparado. Pensó en June al ver aquellas medicinas… su hermana pequeña, higienista dental, ¿dónde estaría en aquellos momentos? ¿Tuvo siquiera unos minutos para poder ponerse a salvo?

Apartó aquellos pensamientos, tan inútiles como embarazosos. Era lo mismo que pensar en Nathan, no tenía sentido. Podía tener fe y prepararse para lo mejor, o esperar lo peor. Y visto el panorama, la fe era un lujo que no podía permitirse.

Estaba decidiendo si llevarse aquel hacha que había visto cuando escuchó gritos y tiros en la planta inferior. Perdieron un segundo en mirarse antes de salir corriendo hacia allá, temiendo lo peor; apenas habían llegado y ya escuchaban los gruñidos, un grupo reducido de mordedores intentaban llegar hasta Joel y Olivia, que permanecían atrincherados en un rincón, él disparando y ella cubriéndose la cara y lanzando gritos.

—¡Joel! —gritó Emma desde la entrada—. ¡Que se calle, va a alertar a cualquiera que haya por aquí cerca!

Joel no la oía, ocupado en disparar. Emma empezó a soltar juramentos, ¿de dónde diantres habían salido aquellos mordedores? Ni siquiera los habían notado al entrar, no habían escuchado un solo ruido. Scalia abrió fuego desde la puerta, reventando dos cabezas con un grito de satisfacción.

—¡Yuju! ¡Ahí tenéis, cabrones! —exclamó.

Clive lo imitó, aunque sin los aullidos entusiastas. Joel remató el último desde su sitio y una vez libres, arrastró a Olivia hacia el grupo.

—Larguémonos ya —dijo jadeando—. Seguro que el ruido los atrae y si son muchos no saldremos de aquí vivos.

Emma estaba de acuerdo, de forma que fueron a toda prisa hacia el piso inferior. Una vez en la puerta principal, Clive se asomó con precaución para comprobar si la calle estaba vacía y segura, y después empujó la puerta mientras el resto terminaba de recoger y ponerse las mochilas.

—Vía libre —anunció—. ¿Regresamos al bosque?

—¿No iremos a hablar con la policía? —preguntó Olivia, retorciendo sus manos—. O con las autoridades, con quien sea, ¡tiene que haber personas vivas que sepan que hacer!

—¡No queda nadie, joder! —le gritó Joel furioso—. ¿Quieres espabilar de una puta vez? ¡Abre los ojos y mira a tu alrededor! Tendremos que apañarnos por nuestra cuenta y más vale que reacciones, Olivia. Porque nadie va a venir a rescatarnos.

—¿Y el ejército? —Oyó un ruidito escéptico y miró a Emma con lágrimas en los ojos—. Emma…

La rubia terminó de colocarse la mochila y se acercó a ella.

—No hay ejército. Todo se ha ido al carajo —repuso. Y se giró a los demás—. Vámonos. Necesitamos armas y ya es muy tarde, o corremos o se nos hace de noche. Y no queremos que se nos haga de noche aquí, seguro.

Sin embargo, sucedió. Estaban en una de las comisarías de una calle poco céntrica cuando el atardecer se les echó encima; habían pasado demasiado tiempo explorando, tanto que ni siquiera habían comido y todos estaban agotados. Joel y Emma valoraron la posibilidad de pasar la noche allí, así que Clive y Scalia se cercioraron de que todo estaba cerrado a cal y canto. Al menos, la oscuridad los volvía invisibles y aunque sabían que no estaban solos, ni mucho menos a salvo, el hecho de no estar en una calle central ayudaba. Se escuchaban ruidos, pasos y gruñidos fuera, pero eso era todo.

En aquella comisaria tenían muchas cosas útiles. Emma encontró la armería y tenían munición, además de armas de sobra. La joven se metió hasta en el despacho del jefe de aquel distrito, y sentarse en su sillón le hizo sentir nostalgia del suyo, nostalgia mezclada con la amargura de saber que aquello no sucedería jamás. Curioseó en sus cajones, encontrando fotos de una mujer con una niña… más familias que se habían ido a la mierda. También tenía escondida una teaser; Emma la hizo girar en el aire, pensando que era una pena que no funcionara, sin duda podía haber sido muy útil. Luego encontró un bote de spray pimienta y se le puso una media sonrisa, porque aquello sí que podía usarlo en caso de peligro; se lo guardó en el bolsillo de sus vaqueros y luego jugueteó con una taza de café que decía «Lambert».

Debería estar haciendo algo. Era más fácil mantenerse ocupada, los pensamientos se quedaban a raya; estaba pensando en ello cuando oyó unos golpes en la puerta y Joel asomó la cabeza. Al verla entró y fue a sentarse sobre la esquina de la mesa, aquella manía que nunca había logrado erradicar en su amigo.

—¿Cómo vas, Jefferson? —preguntó—. No has comido nada en todo el día, ¿qué te parece si vienes ahí fuera y te sientas con nosotros?

—Sí, claro —dijo ella—. Solo curioseaba en sus cosas.

—Hay una ducha —comentó Joel.

Como no añadió nada a la frase, Emma alzó una ceja.

—¿Es eso una indirecta, o una invitación? —bromeó.

—Es una buena noticia. —Joel sonrió encogiéndose de hombros—. De aquí al siguiente pueblo hay poca distancia, pero si viajamos entre bosques nunca se sabe cuándo volveremos a tener el privilegio del agua y el jabón.

—Tienes razón. —Ella se levantó—. Anda, vamos. De verdad que estoy muerta de hambre.

Clive y Scalia ya habían pasado por la ducha recién descubierta cuando ambos hicieron acto de presencia en el cuarto que se usaba como salita de relax en aquella comisaría. Usaron un par de velas, lo justo para poder ver lo mínimo, y repartieron varias latas de comida, además de varios refrescos que encontraron en la pequeña nevera que había allí. No estaban fríos pero tampoco calientes, así que no los despreciaron.

Después de aquella improvisada cena, todos extendieron sus sacos de dormir; encontraron también varias mantas, seguramente las que usaban los policías que hacían turnos de guardia, y decidieron utilizarlas aunque no se las llevarían. Primero, porque era demasiado peso; y segundo, porque quizá en el futuro otros supervivientes del desastre podían parar allí y necesitarlas.

Por fin, después de ese día terrible y agotador, Emma logró relajarse bajo el agua. Estaba fría, pero se había bañado en sitios más helados que ese, y de todos modos seguía siendo una ducha en la cual eliminar el estrés y la tensión. Cuando salió, con cuidado de no apagar la vela para no matarse, encontró a Olivia sentada en la taza del váter con cara pensativa.

—Hey, hola —dijo la rubia en voz baja—. ¿Qué haces ahí? ¿Los demás ya duermen?

—Sí. Scalia está de guardia —informó la joven—. Te he traído un cepillo. Ya sabes, para desenredar el pelo. —Se lo tendió—. Debes tener cuidado con eso… tu pelo es rizado.

—Sí, claro. Gracias. —Lo cogió.

—Hay que desenredarlo.

—Olivia. —Se aproximó a ella preocupada—. ¿Estás bien?

—¿Qué? —Su amiga pareció despertar.

—Que si estás bien —insistió—. Durante un momento parecías ausente.

Olivia la observó como si no supiera de qué hablaba; luego le hizo un gesto para que se aproximara más y tendió la mano para recuperar el cepillo.

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