Anxious

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—Yo lo haré —ofreció mientras Emma permanecía muda—. ¿Te acuerdas aquella noche que salimos y pillamos tal borrachera que nos echaron hasta del último bar? Oh, Dios, fue muy divertido. Ah, el dolor de cabeza del día siguiente no lo fue tanto, pero…

Emma se sentó mientras su amiga le pasaba el cepillo con cuidado por el pelo.

—Tu habías bebido tanto tequila que casi estabas en coma —siguió y se echó a reír—. Yo creí que te habías desmayado y te metí…

—… en la ducha, sí. —Emma sonrió—. Me acuerdo.

—¿Recuerdas que me empeñé en desenredarte el pelo?

—Qué va. Estaba casi en coma.

—Pues ahí estaba yo, obsesionada con que no se hicieran nudos en esa cabellera —Olivia sonreía mientras hablaba—. Si no hubiera estado borracha yo también hubiera hecho un buen trabajo, seguro. Pero me dormí ahí apoyada contra la bañera y se te quedó el cepillo dentro… —empezó a soltar risitas—, madre mía. Fue una buena noche.

—Lo fue. No tanto cuando me desperté y al final tuve que cortarme un trozo de la melena. —Emma se puso en pie girándose sin dejar de sonreír.

—Pero nos divertimos. Tú siempre eras la divertida del grupo, la lanzada… como ahora.

—Igualito, eliminando lo de divertida.

—Gracias por cuidar de mí, Em —le dijo Olivia con cariño—. Eres una amiga genial. —Y le dio un beso en la mejilla—. Descansa, ha sido un día muy difícil.

La soltó y salió del lavabo, dejando a la rubia anonadada. Tuvo miedo de que Olivia se estuviera trastornando, pero tampoco sabía bien cómo manejar la situación… Al fin y al cabo, lo que estaban viviendo traumatizaría a cualquiera. Olivia había sido una buena policía, pero lo cierto era que nunca había estado en situaciones de estrés y ahora se daba cuenta de que no estaba preparada en absoluto para sobrellevarlas. Terminó de secarse y vestirse antes de regresar a su saco y hacer un gesto de despedida a Scalia, que apoyado en la ventana escrutaba la oscuridad.

Emma se metió en su saco con una mezcla de alivio e intranquilidad, pero el agotamiento de lo sucedido durante los últimos días hizo que cayera rendida de inmediato. Las dos últimas noches no había dormido apenas, pero esa noche logró descansar, tanto que Joel tuvo que zarandearla de manera suave al amanecer.

—Em —susurró en voz baja—, despierta.

La joven se incorporó, frotándose los ojos somnolienta y tratando de identificar la expresión que había en el rostro de su amigo. No lograba reconocerla… tristeza y dolor a partes iguales, eso la espabiló.

—¿Qué?

Él movió la cabeza en dirección a Olivia, que permanecía en su saco con los ojos cerrados de forma plácida, inmóvil. Tan inmóvil que…

—¿Le pasa algo?

—Sí. Le pasa que no respira —Joel mantenía su tono discreto para no molestar al resto, durante la noche Scalia había sido reemplazado por Clive, pero este se encontraba en la entrada vigilando la calle y no los escuchaba.

—Dios mío…

—Para. —La detuvo al ver que trataba de salir del saco y deslizó en su mano un bote de valium—. Me levanté al lavabo y como no veía nada la pisé. Me sorprendió que no hiciera el menor movimiento o ruido, así que la moví un poco… y no respiraba. Se ve que cuando nos quedamos dormidos se tomó esto. —Y señaló el valium.

Emma miró el bote y a Olivia varias veces, como si estuviera escuchando una broma, una historia que no tenía nada que ver con ella. ¿Cómo no se había dado cuenta la noche anterior que su amiga no estaba bien? Bueno, se había dado cuenta, claro, pero nunca creyó que…

Cogió aire tragándose las lágrimas y se incorporó.

—Voy a lavarme la cara —murmuró—, luego decidiremos qué hacemos con ella.

Y Joel asintió.

 

3.     Roseville

Tras lo sucedido en Saint Cloud, habían decidido que para enterrar el cuerpo de Olivia tendrían que transportarlo hasta el bosque, tarea imposible, de modo que se limitaron a cubrirla con una de las mantas y dejarla tendida en el sofá. Los dos militares parecían sumamente incómodos llevando a cabo aquellas tareas, y es que no dejaba de resultar turbador estar casi amortajando a alguien con quien habías compartido la cena la noche anterior.

Una vez finalizado todo, abandonaron la comisaría de policía para regresar a la zona de bosque. Seguir por ella era mucho más seguro, ya tenían comprobado que la mayor cantidad de mordedores se concentraban en los núcleos urbanos. Aunque eso no implicaba que no los hubiera por las zonas por las que caminaban, muchas veces los escuchaban y otras habían tenido que esquivar varios grupos, pero se les daba mejor controlarlos así.

Retomaron el viaje hacia Coon Rapids, que estaba a un par de días de Saint Cloud. Llegaron a las afueras, donde había algunos centros comerciales, aún con la esperanza de encontrar vida normal. Pero no fue así.

Los centros comerciales presentaban el mismo aspecto desolador que ya habían encontrado en Saint Cloud. Solo tenían utilidad como autoservicio, aunque de cualquier modo los recorrieron por si acaso alguien había decidido ocultarse allí; lo mismo hicieron en el enorme concesionario de Toyota. Había muchos vehículos, pero al ser todos de exposición ninguno tenía gasolina y, en cualquier caso, tampoco hubieran funcionado.

En las carreteras que cruzaban el pueblo casi todos los coches se habían estrellado entre ellos o contra los árboles, o simplemente estaban abandonados donde se habían quedado parados.

No quisieron perder más tiempo allí y continuaron dirección Minneapolis. Se desviaron en Mound View y tomaron camino a Shoreview. En todos aquellos lugares se detuvieron a inspeccionar, razón por la cual el viaje se ralentizaba en exceso. Sin embargo, no tenían prisa. Ahora que estaba claro que todos los sitios se encontraban en idénticas circunstancias y que por el momento no habían encontrado supervivientes, los problemas por llegar pronto habían dejado de ser importantes.

Shoreview era un lugar residencial en su mayor parte, excepto la gasolinera y una pequeña tienda; nada de interés y apenas mordedores. Usaron una casa vacía para dormir tras asegurar bien las puertas y usar el baño, que aún tenía agua corriente. Tras aquello, siguieron su viaje pasando por Arden Hills.

Esos días hubo mucho silencio mientras caminaban, ninguno tenía ganas de charla. Joel trató de entablar conversación con Emma un par de veces, pero al final desistió cuando se dio cuenta de que ella no estaba receptiva. Supuso que necesitaba darse un descanso mental, reorganizar sus ideas. Cada pueblo que cruzaban arrasado era un punto de esperanza menos y eso iba minando la moral de todos.

—¿Sabes? —Joel alcanzó a Emma mientras sujetaba el mapa—. Estamos dando un rodeo demasiado largo. Si fuéramos por Saint Paul iríamos más directos hacia Atlanta.

—Lo sé. Pero quiero entrar en Minneapolis.

—Quieres ver si tu padre está vivo, ¿verdad? Em… sabes que…

—No lo digas —lo interrumpió la rubia—. Sé que es así, pero no lo digas.

Joel obedeció, volviendo a mirar los mapas para ver qué ruta era la que menos vueltas les hacía dar. Esa noche decidieron parar en Roseville, escogiendo una casa cualquiera de las que había en la alameda principal.

—¿Dónde crees que van los mordedores? —preguntó Emma a Joel cuando este se encontraba en la cocina buscando platos en el armario mientras sujetaba una vela—. Quiero decir… ¿dónde van? En las ciudades es normal que se junten por zonas, pero, ¿y en los pueblos como éste?

Joel levantó una ceja sin responder.

—¿Sabes lo que yo creo? —siguió ella—. Que vegetan, o algo así. Cuando estuvimos en el hospital de Saint Cloud no vimos ninguno. Y de pronto, aparecieron de la nada. No es que vinieran galopando por la calle, es como si hubieran estado allí, atontados, y se hubieran espabilado al oírnos.

—Eso no explica que estos pueblos pequeños estén vacíos.

—No creo que estén vacíos, pienso que estarán todos reunidos en el mismo lugar. Parece que tienen esa tendencia. —Emma abrió un armario al azar—. Mira, platos.

Le tendió uno, pero antes de retirar su brazo sintió como Joel la agarraba.

—¿Qué pasa?

—¿Estás bien? —Vio cómo la joven hacía el gesto de zafarse, pero la retuvo—. No me rechaces, Em, somos amigos hace mucho tiempo. Eres una persona muy fuerte, pero hasta tú necesitas aflojar la carga de vez en cuando.

—¿Y qué quieres que te diga? No creo que estemos bien ninguno. Mira a tu alrededor, el panorama es penoso y eso siendo amable —le recriminó—. No hemos encontrado ni un solo superviviente, no hay electricidad y vamos por ahí como excursionistas dirección Atlanta, pero temo que al llegar allí no haya nada. Ni nadie.

—Olivia tiró la toalla demasiado rápido, no hagas tú lo mismo.

Liberó su brazo, esperando hasta que la vio afirmar despacio. No volvieron a hablar durante esa noche, limitándose a alimentar sus cuerpos para recuperar energía.

Por la mañana, Joel comentó que el camino a seguir pasaba por cruzar el parque Northeast, de modo que tomaron aquella dirección. Cometieron el error de ir relajados, pensando que al tratarse de algo similar a los caminos forestales estarían relativamente a salvo y no fue así. Clive y Scalia iban adelantados, charlando en actitud tranquila, cuando les salieron al paso un grupo de unos siete mordedores. De nuevo no los habían oído gruñir y el factor sorpresa los sacudió en plena cara: el más veloz se lanzó hacia Clive, quien viró con brusquedad para esquivarlo. Logró alejar su cuello de la amenazante boca del infectado, pero esta alcanzó su muñeca.

Scalia ya había retrocedido, levantando su arma para comenzar a disparar; unos metros atrás, Emma y Joel fueron hacia ellos apretando los gatillos de sus pistolas. Cinco cabezas reventaron en cuestión de segundos y Emma dejó que Joel se encargara de los restantes mientras corría hacia Clive, que estaba arrodillado sujetando su muñeca con los ojos abiertos como platos, sin acabar de creerse que un descuido de segundos fuera a significar su muerte.

La rubia llegó jadeando y se agachó a su lado; cogió el brazo para examinar su muñeca, quizá no había llegado a clavar los dientes, quizá…

—No, no — murmuró al ver la sangre brotar—, no, joder, Clive…

Alzó la mirada y se encontró con los ojos aterrados del chico. El sargento Clive, que no tenía ni veinticinco años, ya estaba muerto. Le gustaba el chico; era extremadamente funcional, amable, respetaba los silencios de los demás… resumiendo, buena persona.

El último tiro retumbó en la mañana mientras Joel y Scalia se quedaban observándolos, con el dolor reflejado en el rostro.

—¿Te ha mordido? —Joel repitió el gesto que había hecho Emma segundos antes—. Mierda.

Los ojos de Emma gravitaron sobre Scalia y el hacha que llevaba asomando por su mochila, la que habían rescatado de la puerta del hospital de Saint Cloud. El militar siguió su mirada, giró el cuello y al ver el arma comprendió.

—¿Qué estás pensando, Emma? No podemos hacerlo…

—Sí, sí podemos —dijo ella levantándose—. Tú debes tener algún conocimiento de este tipo, a los militares se os entrena para situaciones así.

—No,  no puedo, nunca he hecho nada por el estilo.

—¡Le queda un minuto! Un minuto y le estaremos volando la cabeza. —Emma sacó el hacha de la mochila y se la dio mientras Clive los observaba sin entender—. Hazlo. Es la única oportunidad que tiene.

—Emma… —Joel la siguió—. Joder, ¿esto va en serio, estás pensando en cortarle la mano?

—Hasta el codo.

—¿Qué? —vociferó Clive arrastrándose por el suelo para tratar de poner distancia entre ellos—. ¿Cortarme el brazo? ¡Estáis locos!

Scalia ya estaba a su lado tirando de su manga mientras Emma trataba de ajustar un torniquete improvisado con una de las vendas que había cogido del hospital. Clive forcejeaba, poniéndoselo difícil, y Joel permanecía petrificado sin saber qué hacer.

—¡Clive! —le gritó Scalia en plena cara—. Mira, tío, nunca he hecho esto, ni siquiera sé si va a funcionar y detendrá el contagio, pero ella tiene razón, es tu única oportunidad. Tienes menos de un minuto para decidirte, amigo… o brazo, o tiro en la cabeza.

Clive miró a uno, a otro, y empezó a soltar maldiciones sin parar, pero extendió el brazo sobre el suelo mientras cerraba los ojos. Todos escucharon claramente cómo lo que salía de sus labios era una plegaria. Joel corrió hacia ellos para sujetarlo y evitar que se moviera. Tenían anestesia en la bolsa, pero no tiempo para aplicarla, ni para esperar a que hiciera efecto… ni siquiera podían pensar demasiado. Scalia tragó saliva, miró a Emma y cuando la vio mover la cabeza de forma afirmativa, bajó el hacha de forma veloz.

Usó la fuerza suficiente para seccionar el brazo por debajo del codo; Clive soltó un grito y perdió el conocimiento al momento. Apretaron el torniquete lo máximo posible para reducir la hemorragia, pero Scalia empezó a negar.

—Esto necesitaría una sutura, pero lo que tenemos no nos sirve —dijo—. Vamos a vendárselo a ver si para de sangrar. Debemos buscar un sitio donde quedarnos para que pueda descansar. Y hay que vigilar la herida. —Miró a su alrededor, preocupado—. Yo lo cargo, pero vámonos de aquí.

Cruzaron el parque y corrieron hasta la primera vivienda que encontraron. Joel se encargó de revisarla antes de entrar; como hasta ese momento, en el interior no quedaba nadie. Fue a ayudar a Scalia a cargar al herido y una vez a salvo lo depositaron en el sofá.

—Controla la hemorragia presionando la herida —ordenó Scalia a Emma, y ella obedeció.

El militar regresó segundos después con una manta que echó encima de Clive, que aún no había recuperado el conocimiento.

—¿Y ahora? —preguntó ella.

—¿Ahora? —repitió Scalia, sentándose a su lado—. Ahora le curamos la herida, le cambiamos el vendaje y rezamos para que uno, deje de sangrar, y dos, no se infecte. Porque no tenemos hospitales, ni médicos, ni ninguna ayuda más —bajó la voz mirándola a los ojos—. Te advierto que es complicado que salga... solo para que lo sepas.

—Tenemos la penicilina para la infección… — dijo ella con voz débil.

—¿Sí? ¿Y sabes cómo utilizarla? ¿Conoces las dosis, las horas? Porque yo no.

Ella enmudeció, volviendo su atención a Clive. Tenía el rostro pálido y cubierto por una fina capa de sudor; a pesar de todo, le colocó bien la manta sin dejar de presionar la herida. Scalia se fue a buscar algo que sirviera para hacer una cura y regresó con una palangana que parecía nueva. Entre los dos limpiaron la herida y comprobaron que al menos había dejado de sangrar. Durante el proceso, Clive recuperó el conocimiento y al momento empezó a gritar de dolor.

—Sshhhh, colega —pidió Scalia—. Calla, por favor. Sé que duele, pero no queremos atraer atención innecesaria sobre nosotros.

—Joel —llamó Emma—, busca los analgésicos y dale uno. —Miró a Clive—. Tranquilo, tranquilo. Te vas a poner bien.

Pero cuando sus ojos se cruzaron con los de Scalia supo que no, que aquello no sucedería.

El camino hacia Minneapolis quedó olvidado, y ese día todos permanecieron encerrados en la casa, preocupándose de controlar a Clive. En aquel hogar había una biblioteca bastante extensa, y tanto Emma como Joel buscaron en todos y cada uno de los estantes por si encontraban libros de medicina o algo que pudiera servir, pero no hubo suerte.

—Hay muchos de derecho —protestó Joel cuando llegó al final sin éxito, y después se aproximó hasta su amiga bajando la voz para que no lo escucharan—. ¿Qué vamos a hacer? Sin tratamiento no aguantará y lo sabes tan bien como yo.

Emma se encogió de hombros. Por primera vez desde hacía mucho, no sabía qué hacer ni cómo actuar; sabía mucho de tiros y puñetazos, pero nada de heridas y medicina. Si le administraban penicilina a su libre albedrío nadie sabía lo que podía pasar… también se estaban preocupando de mantener la herida y el vendaje limpios para evitar lo máximo posible una infección. Era consciente que las posibilidades eran escasas, pero debían intentarlo.

—No se contagió —murmuró y Joel se quedó pensativo—. Seguramente va a morir, pero no se transformó en uno de ellos.

—Dudo que eso lo consuele demasiado.

Clive se pasaba las horas semiinconsciente y tenía fiebre, así que de cuando en cuando lo oían musitar frases sin sentido. Si en algún momento se espabilaba, se quejaba del dolor y entonces aparecía Scalia, o ella, y examinaban su herida y que todo estuviera bien. Los hacía sentir como si controlaran algo, cuando en realidad todos tenían claro que no era así. Lo único que podían hacer era darle analgésicos para mitigar aquel dolor e insistir en que bebiera agua para no deshidratarse.

Durmieron allí, aunque les costó. Emma no paraba de dar vueltas a los acontecimientos, y cada vez que echaba hacia atrás en la memoria, se decía que podía haber hecho las cosas mejor. Joel la oía moverse en la cama, inquieta, y no lo dejaba dormir, de manera que terminó por levantarse, dar dos pasos y acostarse a su lado.

—¿Qué haces? Lárgate.

—No seas imbécil —dijo él, sin prestar atención a sus protestas—. Como si fuera la primera vez. —Y con toda la confianza del mundo se acomodó con ella rodeándola con los brazos—. Esto te vendrá bien, así que calla de una puta vez y duérmete.

Escuchó cómo resoplaba exasperada, pero eso no hizo que cambiara de opinión. Emma se relajó al cabo de unos segundos y notó como empezaba a adormilarse; poco antes de abrazar el sueño de Morfeo, aún tuvo un momento para pensar qué haría si alguna vez le faltaba Joel.

 

Durante unos cuantos días, se vieron obligados a permanecer en aquella casa. El sargento Clive no solo no mejoraba, sino que cada día permanecía menos tiempo consciente y más febril: la herida no presentaba el mejor aspecto del mundo, a pesar de que se ocupaban de limpiarla. El problema estaba claro: necesitaba un hospital y un médico. Alguien que pudiera ocuparse de aquella lesión y suministrar las cantidades correctas de penicilina para detener la sepsis.

—Si sigue así, en breve empezaremos a hablar de gangrena —informó Scalia con cuidado de que no se lo escuchara, a pesar de que era muy difícil que Clive pudiera percatarse—. Ahora mismo en un hospital estarían desbridando esa herida. Emma, no podemos hacer nada por él, solo estar a su lado y esperar a que muera.

—¿Qué?

—O podemos lanzarnos a lo loco y ponerle penicilina sin más. —Y puso cara expectante.

—No me dejes la decisión solo a mí, Reth, somos tres.

—Tú estás al mando desde el comienzo. —Alzó las palmas, indicando con ese gesto que se lavaba las manos sobre el tema.

—Joder, una cosa es llevar el grupo y otra decidir sobre las vidas de las demás —protestó ella haciendo un gesto de impotencia mientras miraba a Clive sobre el sofá—. Joel, échame una mano, anda, ¿qué hacemos?

Joel se mantenía apoyado sobre la mesa del comedor, de brazos cruzados.

—No lo sé —terminó por decir—. Si de mí dependiera, te diría que lo dejáramos morir en paz. Puede que hubiera sido mejor la bala en la cabeza, ¿no crees? Ahora está sufriendo.

—Se merecía que lo intentáramos.

Scalia los dejó discutiendo el tema para ir junto a su compañero y examinar su brazo una vez más; la herida seguía igual, aunque a su alrededor todo había enrojecido y eso no era buena señal, y el dolor del que se quejaba el sargento tampoco. Además, su rostro cada vez tenía peor aspecto y estaba demasiado macilento, no quería comer y solo aceptaba agua como mucho.

Por suerte, la casa que habían ocupado estaba llena de comida. Tuvieron que descartar la mitad de los productos perecederos, ya que estaban estropeados, pero abajo había un pequeño sótano y cuando bajaron encontraron muchísimas latas y bebidas, además de otras cosas útiles como ropa bien precintada, cerillas, botas, y algunas armas. Lo más probable era que el cabeza de familia hubiera sido aficionado a la caza; Emma subió lo que necesitaban con ayuda de Joel, agradeciendo no tener que salir a buscar un supermercado. En realidad le hubiera gustado escapar un rato de la visión del sargento Clive enfermo, pero era arriesgado, los grupos de mordedores aparecían de golpe sin verlos llegar y quería conservar su vida.

—¿Dónde estará la familia que vivía aquí ahora? —comentó Joel, dejando en el suelo una caja llena de fotos que había encontrado mientras buscaba munición.

En las paredes también había muchas: un matrimonio, tres niños pequeños, ninguno mayor de doce años, ¿qué les habría sucedido? ¿Se les habrían metido en casa mientras dormían tranquilamente? Emma había observado varias veces aquellas caras felices y sonrosadas que le devolvían la mirada desde sus marcos color marfil.

Nada volvería a ser igual. Aunque llegaran al CDC y allí quedara gente viva trabajando en una solución, esas personas que habían muerto ya no volverían.

 

Dos días después, cuando Scalia retiró el vendaje se encontró con que la herida de Clive estaba necrótica: bordes negros y emanaba un leve, pero evidente, olor desagradable. Se frotó la frente con gesto desesperado, tapándola de nuevo para evitar lo horrible de aquella visión; después se incorporó y fue a la cocina para reunirse con los otros.

—Hola —Saludó Emma al verlo—. ¿Quieres café solo frío?

—No, gracias —respondió él—. Clive tiene gangrena —informó sin andarse por las ramas y provocando que los dos se quedaran mudos—. Confirmado. No va a durar demasiado, en dos o tres días estará muerto.

—Bueno —repuso Joel—, ya nos estábamos mentalizando para eso, supongo, ¿tiene muchos dolores?

—Sí. Y no creo que pueda soportarlo más tiempo. —Scalia se cruzó de brazos en medio de la cocina, observándolos a ambos—. Tenéis que dejarme que haga… lo que tengo que hacer.

—Matarlo —observó la rubia.

—Mira. —El militar se aproximó a ella—. Sé que tenías buena intención cuando decidiste que le cortáramos el brazo, yo también la tenía y por eso lo hice. Había un uno por ciento de posibilidades de que saliera bien, los dos lo sabíamos.

Emma no lo interrumpió, en parte porque tenía razón y tampoco sabía bien qué decir.

—Pero ha llegado el momento de parar esto —siguió Scalia— .Llevamos días así y Clive cada vez está peor. Delira y tenemos que estar con analgésicos cada dos por tres porque cuando se espabila el dolor lo consume… y obviamente no se va a poner bien, sino que va a morir entre grandes dolores, de forma traumática…

—No sigas —lo paró ella alzando una mano—. ¿Qué propones?

—O bien le damos valium para que se duerma, o bien le disparo y acabamos con su sufrimiento.

Se miraron unos segundos en aquella cocina, sin saber qué decir. Emma no estaba preparada para tomar una decisión de aquel calibre, así que esperó por si Joel decidía algo; finalmente, Scalia se percató de que ninguno de ellos era capaz de pronunciar las palabras, así que afirmó despacio dos veces, sacó su arma y abandonó la cocina en dirección al salón.

Un interminable minuto después, el disparo retumbó en toda la casa.

 

4.     Minneapolis

Siguieron su camino en dirección a Minneapolis, esta vez ya sin Clive. A esas alturas, habían aprendido las claves para poder avanzar sin demasiados incidentes, aunque nunca estaban seguros al cien por cien; pero sí sabían lo suficiente para poder pasar desapercibidos. Sin embargo, desconocían lo que les esperaba en la ciudad. Una cosa era ir por caminos forestales o pueblos remotos, y otra muy distinta, acercarse tanto a la ciudad que limitaba con la capital del estado.

Entre Minneapolis y Saint Paul el número de habitantes rondaba los tres millones doscientas mil personas, un número muy preocupante si tomaban en cuenta que todos podían estar contagiados. Emma había estado pensando en cómo abordar la ciudad sin exponerse en exceso, pero no había encontrado ninguna solución milagrosa. Solo examinar los mapas y escoger la ruta más discreta. Entraron pasando cerca del parque de atracciones de Nickelodeon. Las puertas estaban abiertas, con restos de sangre en varias zonas, y las atracciones paradas. Desde el exterior se podía ver claramente la montaña rusa abandona, alta y vacía, como el esqueleto de un dinosaurio. Emma apenas si dirigió una mirada al parque. Recordaba vagamente haber ido con sus padres cuando June y ella habían sido pequeñas, pero no después de la muerte de su madre: él se había negado siempre, decía que era una pérdida de dinero. O quizá le traía recuerdos que no quería revivir.

Atravesaron Northeast park, para dirigirse a la zona central de la ciudad. Emma no solía visitar de forma habitual a su padre en la ciudad, pero recordaba bien la dirección de su domicilio. Tardaron más de lo esperado en llegar, y la joven calculaba que entre una cosa y otra, llevaban unas tres semanas viajando. En realidad el camino se había alargado bastante, pero también habían perdido mucho tiempo.

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