Antifa

Antifa


02. ¡Nunca más! El desarrollo del antifascismo moderno (1945-2003)

Página 6 de 23

02. ¡Nunca más! El desarrollo del antifascismo moderno (1945-2003)

02

¡Nunca más!

El desarrollo del antifascismo moderno

(1945-2003)

La imagen de la política británica Mavis Tate aparece, parpadeando, en la pantalla. «Yo, como parlamentaria, visité el campo de concentración de Buchenwald junto con otras nueve personas —empieza—. Hay quien cree que los informes acerca de lo que ocurrió allí son exagerados». La cámara se desplaza hacia un montón de cadáveres esqueléticos en la parte de atrás de un camión. «Ningún relato puede ser exagerado —aclara Tate—. Vimos y sabemos». Un hombre intenta sacar con una pala unos esqueletos calcinados de unos hornos industriales. «La realidad era indescriptiblemente peor que las fotografías». Después de despotricar contra la «bestialidad» alemana, Tate concluye con una lúgubre advertencia: «No dejemos que nadie diga que estas cosas no fueron reales»[127].

Cuando terminó la proyección en este pequeño cine del noroeste de Londres, en 1945, Morris Beckman y su primo, Harry Rose, salieron en fila al vestíbulo. Noticieros cinematográficos como este mostraban al mundo una pequeña parte del terror nazi, pero no fue hasta la década de 1970 que el Holocausto «empezó a percibirse, tanto por los académicos como por el público en general como un suceso histórico de la mayor importancia»[128]. No obstante, para judíos como Beckman y Rose el horror no podía ser más palpable. Sabían lo que los noticieros cinematográficos del final de la guerra no decían: que la mayoría de los despojos retorcidos que aparecían en la pantalla eran de miembros de familias judías, de hijas adorables, de padres encantadoramente excéntricos o de abuelas de armas tomar, que sonreían burlonamente cada vez que contaban cómo habían sobrevivido a los pogromos de su juventud. Beckman y Rose no necesitaban que Mavis Tate se lo dijera, lo sabían de sobra. Se ponían «enfermos al ver esos cadáveres, como esqueletos cubiertos con cuero»[129].

Ambos habían luchado en la guerra. Beckman, como operador de radio en la marina mercante y Rose en una unidad que operaba tras las líneas japonesas, en Birmania. Como excombatientes judíos, les era imposible no tomarse el nazismo como algo personal. Por ello, no pudieron quedarse más estupefactos ante lo que se encontraron cuando caminaban de vuelta a casa desde el cine: un expresidiario 18B (en Gran Bretaña, este código identificaba a los detenidos durante la guerra por simpatizar con los nazis) en una tribuna que gritaba: «¡No se han quemado bastantes judíos en Belsen!». «¡No puedo creerlo!», exclamó Rose. Todavía vestido con su uniforme y sus medallas, se quejó ante un policía que había cerca, pero este «solo se encogió de hombros y se alejó». «Bueno, ¡pues voy a zurrar a ese hijo de puta!», dijo Rose. Temeroso de un arresto, Beckman le retuvo. «¿Es que nadie va a hacer nada?», suplicó Rose, desesperada[130].

Se pensó que la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial suponía el fin definitivo del fascismo en la historia. Pero, como acababan de descubrir Beckman y Rose, el asunto no era tan sencillo. Poco después de la destrucción física de los regímenes de Hitler, Mussolini y sus aliados, una oleada de amnesia histórica sobredimensionó la escala de la resistencia frente a estos. Al mismo tiempo, echó tierra sobre la naturaleza del colaboracionismo, verdaderamente muy extendido. La «desnazificación» que se empezó llevaba implícito el castigo a los colaboradores, así como el fomento de la democracia en Europa, ya fuese el modelo liberal y capitalista occidental o el «popular», en el bloque soviético. En todo caso, en las zonas ocupadas por los aliados en el oeste del continente solo se realizó un tímido proceso de juicios contra individuos determinados, en base a unos cuestionarios. Además, se le dio carpetazo en 1946, cuando todavía había más de dos millones de casos abiertos[131]. Muchos antiguos nazis y fascistas siguieron en sus cargos, al alejarse la prioridad del bloque occidental de un breve «momento de unidad antifascista» hacia la hostilidad de la Guerra Fría, al llegar 1947[132].

Antes de que se cerrase esta ventana, los partidos comunistas de Europa alcanzaron el punto álgido de su influencia. En buena parte, esto se debió a la legitimidad patriótica de nuevo cuño que les otorgaron su participación destacada en la resistencia y la victoria del Ejército Rojo. Siguiendo con la tendencia de abandonar la idea de revolución global, iniciada en la década de 1930, Stalin desmontó la Komintern en 1943. Al mismo tiempo, los partidos comunistas colaboraron con los aliados en la eliminación de los comités antifascistas que habían surgido en Francia, Italia y Alemania. En su lugar, propusieron programas relativamente moderados de modernización industrial, reforma social y democratización[133]. Por otro lado, la desnazificación fue mucho más completa en el este de Europa, aunque se hizo en base a un análisis del nazismo excesivamente centrado en la clase. Básicamente, esto permitió que los «inocentes» campesinos y obreros se librasen, mientras que se echó toda la culpa a las élites[134].

Aunque Gran Bretaña no fue ocupada nunca, combatientes como Beckman y Rose volvieron a un país con escasez de comida y combustible, en la bancarrota, asolado por la austeridad y repleto de macabros recordatorios de los bombardeos aéreos de los nazis[135]. El esfuerzo bélico había forjado un amplio consenso antifascista en la sociedad británica. Sin embargo, cuando los camisas negras de la década de 1930 salieron de la cárcel o de sus escondites, culparon a los judíos de la desastrosa situación de posguerra. A lo largo de los años siguientes, los miembros y simpatizantes de los 14 grupos fascistas (o cercanos) que había en Londres, junto con otros similares de otras partes, organizaron campañas de carteles con lemas como: «¡Los judíos se tienen que ir!» o «¡Guerra a los judíos!». Golpearon a algunas personas en los barrios de esta comunidad, intentaron incendiar sinagogas e incluso lanzaron cócteles molotov contra una reunión sindical[136]. Puede ser que estos ataques no pasaran de ser «actividades marginales»[137] en el conjunto de la situación política de Gran Bretaña, pero para los judíos que tenían miedo de salir de sus casas se trataba de un asunto muy serio.

Poco después de impedir que su primo golpease a un orador fascista, Morris Beckman y otros tres antiguos soldados judíos se toparon con una concentración de la Liga Británica de Hombres y Mujeres Excombatientes, próxima a la extrema derecha. Ese día, Jeffrey Hamm, que antes había pertenecido a la Unión Británica de Fascistas, estaba denunciando a los «extranjeros entre nosotros, que se aprovechan» mientras que «nuestros muchachos luchan lejos de casa». Esto colmó el vaso de los excombatientes judíos. Este grupo de cuatro personas, entre los que se encontraban un experto en yudo que había luchado con la Guardia de Gales, un antiguo piloto de la RAF, Beckman y otro veterano más, se dispersó entre los 60 asistentes a la concentración. El primero de ellos hizo como si fuese a comprar la publicación de la Liga, pero de repente golpeó las cabezas de dos de los organizadores, una contra otra. Los otros echaron abajo la tribuna y todo el mundo salió corriendo. Beckman explicó que «la pura malevolencia del orador» les había llevado a él y a sus compañeros a impedir físicamente, por primera vez, una concentración fascista de posguerra[138].

No sería la última. Esta acción directa dio lugar a la formación, en marzo de 1946, del Grupo 43. Se trataba de una organización antifascista militante, compuesta principalmente, aunque no solo, por excombatientes judíos británicos. Se dedicaron a impedir actos de la extrema derecha mediante la acción directa y a intentar que se aprobasen leyes contra la provocación racista. Posteriormente, muchos militantes han rechazado esta vía legislativa, debido a sus planteamientos políticos, revolucionarios y antiestatistas. Pero el Grupo 43 era declaradamente inclusivo. Daba la bienvenida a «cualquiera que quisiera luchar contra el fascismo y el antisemitismo». Aunque tomó su nombre del número inicial de sus integrantes, en menos de un mes había pasado a tener 300 miembros. Estaba dividido en unidades tipo «comando», que actuaban contra las convocatorias fascistas, y en un servicio de «inteligencia», que reunía y organizaba la información. Más tarde, hubo también un departamento de propaganda, un comité social y un equipo que editaba su publicación, On Guard[139].

Las unidades de comando del Grupo 43 usaban una serie de métodos para interrumpir las concentraciones de los fascistas. Por ejemplo, si uno de los militantes conseguía atravesar el cordón de seguridad del acto y echar abajo la tribuna del orador, la policía tenía la norma de no permitir que se montase de nuevo. Teniendo esto en cuenta, organizaron unidades de una docena de personas en formación de cuña que, a una hora acordada de antemano, empezaban a avanzar hacia la multitud desde lo lejos, para coger impulso. De este modo «conseguían atravesar filas de fascistas muy fuertes, que [les] superaban varias veces en número», hasta llegar a la tribuna. Si esta se encontraba demasiado bien defendida, los comandos se dispersaban entre los asistentes y empezaban discusiones y peleas por todas partes, hasta que los altercados obligaban a la policía a cancelar la reunión. Otro método era «saltarse el turno» y ocupar el lugar del encuentro mucho antes de que se empezase a montar la tribuna.

Para el verano de 1946, el Grupo 43 atacaba entre seis y diez actos fascistas por semana. Beckman estima que un tercio del total de estos fue interrumpido por su organización, otro tercio lo canceló la policía y el resto se celebraron sin problemas. Después de un tiempo, el Grupo 43 era tan popular que los vecinos se les unían a las acciones o incluso interrumpían por sí mismos los encuentros fascistas, con tácticas similares. Con la aparición de estos «judíos chungos de cojones del East End», como les llamaban los camisas negras, «la mentalidad de mantener la cabeza gacha y encerrarse pronto en casa desapareció por completo»[140].

Oswald Mosley, que había estado en la cárcel como líder de la Unión Británica de Fascistas, regresó formalmente en 1947 para dirigir a sus seguidores. En vista de que sus actos al aire libre eran interrumpidos por el Grupo 43 y por otros antifascistas comunistas, trotskistas, anarquistas y sindicalistas, empezó a realizar estos encuentros en espacios cerrados. Cuando los militantes fueron incapaces de entrar en la primera reunión de este tipo, para impedirla, arrojaron ladrillos y piedras contra los fascistas que vigilaban el edificio. Pero no lograron abrirse paso. No obstante, después de eso, el Grupo 43 consiguió falsificar entradas a los discursos de Mosley. Una vez dentro, sus integrantes empezaban acaloradas discusiones con las personas que tenían el mismo número de asiento, lo que conseguía interrumpir y, a menudo, cancelar el acto. De ese modo se pudieron impedir más de la mitad de las apariciones de Mosley en espacios cerrados. Cuando su nueva organización, el Movimiento por la Unión, recurrió a celebrar reuniones bajo nombres falsos, los infiltrados del Grupo 43 avisaban a los comandos, que las interrumpían una vez más[141]. Incluso uno de estos topos llegó a ser el guardaespaldas de mayor confianza de Mosley. En una ocasión, facilitó la entrada de una unidad de comandos a la mansión de este. Allí se hicieron con un montón de documentos que demostraban las estrechas relaciones que mantenía el líder fascista con varios parlamentarios[142].

Estas acciones pasaron factura a los ultraderechistas británicos (que ya no se identificaban de forma pública con el término «fascista», dada su impopularidad). Como cuenta Morris Beckman: «Les considerábamos tan enemigos nuestros como a los que habíamos combatido durante la guerra […]. Éramos muy disciplinados. Teníamos que serlo. Nuestra tarea era mandar al hospital a tantos de ellos como pudiésemos»[143].

Así lo atestiguan las heridas que sufrió Jeffrey Hamm, mano derecha de Mosley. En la «batalla de Brighton» le rompieron la mandíbula. Posteriormente, un ladrillo que lanzó alguien le dejó inconsciente mientras daba un discurso en Londres. Y unos comandos del Grupo 43, antiguos soldados de élite y miembros de los Royal Marines, le atacaron en su casa, a pesar de que tenía a un exparacaidista de las SS como guardaespaldas[144].

Para 1949, la amenaza de la extrema derecha había disminuido. Incluso una serie de antiguos seguidores de Mosley se habían vuelto antifascistas declarados. En parte, esto se debía a que «la firme actitud de nuestros militantes les hizo ser tristemente conscientes de que cada vez que se dejasen ver iban a ser atacados sin contemplaciones». Para muchos de ellos, sencillamente, no valía la pena[145]. En 1950, el Grupo 43 se disolvió, con la convicción de que habían logrado su objetivo de erradicar esta vertiente del fascismo, al menos por el momento.

Sin embargo, mientras Mosley y sus camisas negras estaban de capa caída, se producía un desarrollo que iba a cambiar la faz de Europa para siempre y a sentar las bases para un resurgimiento del fascismo. Así, la inmigración que llegó a lo largo de las décadas siguientes desde las colonias europeas y desde otros países recientemente descolonizados en el sur global, para suplir la escasez de mano de obra tras la guerra, suponía un desafío muy serio a las nociones europeas de ciudadanía y nacionalidad.

Cuando los primeros grupos significativos de inmigrantes empezaron a llegar al Reino Unido desde el Caribe, los fascistas y otros supremacistas blancos iniciaron la campaña Keep Britain White! (¡Mantengamos Gran Bretaña blanca!), escribiendo las siglas KBW en las paredes de todo Londres. A finales de la década de 1950, pandillas de teddy boys sembraron el pánico entre las comunidades caribeñas. Ante la indiferencia o la complicidad de la policía, estas se vieron obligadas a organizar patrullas de autodefensa, que en ocasiones iban armadas con machetes y cócteles molotov. Al mismo tiempo, antiguos seguidores de Mosley formaron en 1954 la Liga de los Leales al Imperio. Su objetivo era hacer propaganda contra la descolonización en curso, representada por grupos domésticos como el Movimiento por la Libertad Colonial, creado ese mismo año[146]. De hecho, la oposición a estos procesos de independencia y a la inmigración fue la piedra angular del resurgir de la extrema derecha en la etapa de posguerra.

En 1959, Oswald Mosley regresó una vez más de su exilio político. En los años siguientes, su Movimiento por la Unión se fusionó con el recientemente formado Partido Nacional Británico (BNP). Este había surgido a partir de la reaccionaria Liga de los Leales al Imperio, para atacar al creciente movimiento contra el apartheid. Como respuesta a estos desarrollos y a la fundación, en 1962, del Movimiento Nacionalsocialista a partir del BNP, se creó el antifascista Movimiento de la Estrella Amarilla (YSM). Este surgió durante un acto de Mosley en Trafalgar Square, cuando manifestantes que se oponían a él repartieron estrellas amarillas entre los militantes para que se las pusieran, como ya se había hecho en Gran Bretaña en las décadas de 1930 y 1940, en solidaridad con los judíos alemanes. El YSM se dividió pronto, a cuenta del tema de la violencia. Una parte de la facción pacifista lo abandonó para formar el Comité Antifascista de Londres. Mientras, los elementos más militantes contribuyeron a la creación del Comité 1962, más comúnmente conocido como Grupo 62, junto con antiguos integrantes del Grupo 43. Al igual que su predecesor de más de una década antes, el Grupo 62 actuaba contra los vendedores de publicaciones fascistas e interrumpía por la fuerza los actos de Mosley en recintos cerrados. En una ocasión, incluso se vistieron con camisas negras para colarse en su cuartel general. Una vez dentro, se llevaron los archivos y destrozaron el sitio. Para 1963 el Movimiento por la Unión se vio forzado de nuevo a desaparecer de la vida pública, y aunque el Grupo 62 empezó a declinar, prosiguió su tarea a lo largo de la década siguiente[147].

No obstante, la reacción negativa y racista en Europa frente al aumento de la inmigración no se limitó solo a los fascistas. En 1968, el político del Partido Conservador Enoch Powell pronunció su infame discurso de los «ríos de sangre», sobre este tema. Pocos días después de los disturbios que provocó en Estados Unidos el asesinato de Martin Luther King Jr., Powell advirtió a los británicos de raza blanca de que no debían aceptar una inmigración numerosa, para no permitir que «el negro tuviese la mano ganadora sobre el blanco»[148]. Su arenga alimentó una oleada creciente de violencia contra los recién llegados, dirigida cada vez en mayor medida contra la floreciente comunidad del sur de Asia. Síntoma de ello fue la aparición del término paki-bashing («dar palizas a pakistaníes») a finales de la década de 1960[149].

El principal beneficiario de esta marea racista fue el recientemente formado Frente Nacional (NF). En 1967, fascistas y supremacistas blancos del BNP, de la Sociedad para la Conservación Racial y de otros grupos crearon esta nueva organización. Intentaban con ello dar una imagen renovada a sus planteamientos ultraderechistas y lograr un público más amplio. A principios de la década de 1970, el NF lanzó la campaña «Detengamos la invasión asiática», que culminó en 1974 con la manifestación «Mandémosles de vuelta». Una organización llamada Liberación (anteriormente, el Movimiento por la Libertad Colonial) convocó una contramanifestación, mientras que otro grupo de unas 1500 personas, entre comunistas, socialistas y otros antifascistas, intentaron cerrar el paso al NF. Cuando la policía cargó contra ellos, uno de los militantes, Kevin Gately, murió aplastado por la multitud[150].

La muerte de Gately «fue un revulsivo para el movimiento»[151]. «Comités antifascistas» locales y regionales se movilizaron contra los actos de la ultraderecha, a pesar de lo cual el Frente Nacional sumó 3000 nuevos miembros en 1976 y mejoró sus resultados en las encuestas[152]. A la vez que crecía el antifascismo, predominantemente blanco, las comunidades de otras razas se organizaban también contra el racismo. Por ejemplo, se creó el Movimiento Juvenil de Southall como respuesta al asesinato, en 1976, del adolescente Gurdip Singh Chaggar. Inspirada en el Movimiento por el Poder Negro, esta organización revolucionaria de autodefensa llevó a la creación del Movimiento Juvenil Asiático, con secciones locales por toda Inglaterra[153]. Otros grupos similares de esa época incluyen la Liga de la Juventud Negra Unida, el Grupo de Mujeres Negras de Brixton y Negros contra el Acoso Estatal[154].

Esta oposición creciente logró una importante victoria en 1977 en el barrio londinense de Lewisham, que era muy multirracial. Ese año, una alianza de grupos feministas, de gais y lesbianas, de anarquistas y de socialistas, junto con los vecinos de la zona, impidió que 6000 miembros del Frente Nacional llevaran a cabo una manifestación en el barrio «contra la inseguridad». La policía intentó despejar el camino para que se pudiese celebrar el acto fascista, pero un grupo de «afrocaribeños del sur de Londres» impidió que este avanzara. Al mismo tiempo, unos izquierdistas cargaron contra los organizadores para quitarles la pancarta del NF, en medio de «gritos feministas de guerra» y una lluvia constante de ladrillos desde una obra cercana. Cuando el NF se dio a la fuga, la policía atacó a los antifascistas con sus porras y arrestó a doscientos. Según uno de los principales organizadores, «Lewisham fue nuestra Cable Street (en referencia a la famosa batalla antifascista de 1936) […]. Habíamos parado al NF y acabado por completo con su capacidad de organizar manifestaciones en barrios negros»[155]. Estos acontecimientos llevaron al Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) a crear, más tarde ese mismo año, la Liga Antinazi (ANL). A lo largo de los cuatro años siguientes, la ANL llegó a ser un movimiento antifascista de masas, con cientos de miles de integrantes, que recurría a métodos electorales y de acción directa para eliminar la amenaza del Frente Nacional.

Es interesante tener en cuenta que todo esto sucedía en plena explosión de la música punk, a lo largo y ancho de Gran Bretaña. Este género evolucionó muy rápidamente, hasta dar lugar a una miríada de estilos y subgéneros. Por lo que respecta a este libro, el más importante de ellos fue el oi! y la escena skinhead en la que se basaba. Aunque hoy en día la mayoría de la gente asocia a los cabezas rapadas con el racismo, irónicamente este movimiento surgió cuando jóvenes obreros mods del Reino Unido entraron en contacto con la música y la cultura afrocaribeñas, a finales de la década de 1960. Originariamente, los skinheads británicos surgieron a partir del personaje del rude boy jamaicano, el fuera de la ley de clase obrera, popular y elegante, celebrado en el primer ska y rocksteady. En un principio, cuando apareció en Londres, en torno a 1969, se trataba de un espacio multirracial de intercambio cultural[156]. Entre mediados y finales de la década de 1970, skinheads de varias razas se fueron acercando a la música oi!, un subgénero del punk caracterizado por no tener la ostentación artística de grupos como los Sex Pistols. Es un estilo directo y «sin adornos», con canciones que suenan como himnos, masculinas y de clase obrera, un rock de bar representado por bandas como Angelic Upstarts, Sham 69 y Cock Sparrer[157]. No obstante, con el paso del tiempo, la escena punk británica, y el oi! en concreto, fue testigo del inesperado crecimiento de una presencia de cabezas rapadas violentos, blancos y racistas, alimentada por la recesión económica de mediados de la década y por un incremento del reclutamiento del Frente Nacional.

Además, en esos años hubo una oleada general de xenofobia antinmigratoria en la industria de la música, palpable en la frase de Rod Stewart de que «Enoch es nuestro hombre» o en la petición de Eric Clapton de «evitar que Gran Bretaña se convierta en una colonia negra». Para combatir este desarrollo y a los cabezas rapadas nazis, a menudo llamados boneheads, el Partido Socialista de los Trabajadores y sus aliados crearon Rock contra el Racismo (RAR[158]). Desde finales de 1976 hasta 1981, bandas de punk de la talla de The Clash, X-Ray Spec y Stiff Little Fingers compartieron escenario con músicos de reggae, como Aswad y Steel Pulse. Crearon así un foro pionero, en el que los jóvenes de raza blanca podían escuchar música jamaicana por primera vez. A menudo, los conciertos más pequeños de RAR se convirtieron en campos de batalla, en los que punks y skinheads antirracistas peleaban para echar a los cabezas rapadas del Frente Nacional. Pero sus festivales más importantes lograron convencer a toda una generación de que «NF= No Fun» [NF = No mola]. Por su parte, los rapados racistas intentaron responder con su propio «Rock contra el Comunismo», pero sin éxito[159].

La escena de los boneheads se extendió fuera de Gran Bretaña en muy poco tiempo. Para 1978, ya habían formado grupos en el barrio de Les Halles, en París.

A principios de la década de 1980 atacaban los conciertos de punk y empezaron con la chasse aux beurs («la caza del árabe»), que dio como resultado el asesinato de 23 personas en 1983[160]. Esta violencia racista se vio alimentada por el crecimiento del Frente Nacional (FN) de Jean-Marie Le Pen, que logró su primer triunfo electoral en las elecciones municipales de ese mismo año. El Frente Nacional surgió en 1972 a partir de Orden Nuevo, el principal grupo fascista en el país tras la guerra. Pretendía ser una organización paraguas con la que conseguir un barniz de respetabilidad, a imitación del Movimiento Social Italiano (MSI), otro partido fascista de la época. Incluso copiaron el emblema de este, una llama tricolor[161].

Décadas antes, la ultraderecha había encontrado terreno abonado en la Francia de entreguerras. Mientras que el Partido Nazi de Hitler tenía 850 000 miembros cuando llegó al poder en 1933, frente a una población de 60 millones de personas, la organización francesa Cruz de Fuego contaba con casi un millón de inscritos en 1937, frente a una población de 40 millones. Y eso que no era más que uno de los cuatro grupos principales existentes en el país dentro de esta corriente[162]. En la década de 1920, las organizaciones fascistas más importantes a nivel estatal se unieron para formar el primer Frente Nacional, un claro precedente del partido de 1972[163]. Aunque la ultraderecha quedó desacreditada después de la guerra, se mantuvo viva «como las ascuas bajo las cenizas»[164].

Le Pen fue elegido líder del Frente Nacional porque era un «moderado». Nunca fue miembro de Orden Nuevo y, por lo tanto, podía proyectar una imagen más convencional para el partido. No obstante, había pasado sus años de formación política en la década de 1950 al servicio del movimiento pequeñoburgués de Pierre Poujade contra los impuestos, a pesar de su corta duración. Posteriormente, se unió a los esfuerzos para mantener el control francés sobre Argelia, a principios de la década de 1960. Cuando este país conquistó su independencia en 1962, Le Pen pasó de concentrarse en proteger la «Argelia francesa» a impedir una «Francia argelina». Después de expulsar del Frente Nacional a los antiguos fascistas, a finales de la década de 1970, forjó la identidad del partido en torno a la idea de «racismo etnocultural». Tomó este concepto de la nouvelle droite (nueva derecha), la cual se oponía a la inmigración en aras de una «identidad nacional francesa»[165].

Durante los veinte años que transcurrieron entre la independencia de Argelia y el ascenso del FN, a principios de la década de 1980, el antifascismo dejó de ser una fuerza movilizadora para los progresistas franceses[166]. Jean-Louis Rançon, un miembro situacionista del Consejo de las Ocupaciones de la Sorbona en Mayo de 1968, explica que el legado de la guerra civil española era una pesada carga para la izquierda autoritaria, en lo que se refiere a esta cuestión. La actitud de la corriente libertaria respecto a colaborar con los estalinistas se resumía en la frase: «¡Nunca más con ellos!»[167]. Sin embargo, con el ascenso del FN y la aparición de los cabezas rapadas fascistas a principios de los años ochenta, una nueva generación se vio obligada a enfrentarse a los retos del antifascismo.

Inspirados por el ejemplo del Partido Pantera Negra en Estados Unidos, los jóvenes de raza negra de los suburbios marginales de París crearon en 1982 grupos de punks antifascistas para defenderse. Eran colectivos como Dragones Negros, con una sección exclusivamente para mujeres, llamada Miss Dragonas Negras, y una banda de rockabilly, los Panteras Negras[168]. La Marcha por la Igualdad y contra el Racismo de 1983 intentó aplicar los métodos del Movimiento por los Derechos Civiles estadounidense al antirracismo francés, y dio lugar a la formación de SOS Racismo un año más tarde. Creada en los márgenes del Partido Socialista y planteada como un movimiento de masas tipo ONG, SOS se oponía al FN, pero también servía para distraer la atención de los planteamientos, cada vez más neoliberales y contrarios a la inmigración, del Gobierno socialista[169].

En 1985, un grupo multirracial de punks franceses revolucionarios creó los Guerreros Rojos. Uno de sus integrantes explica: «Llegamos al punto en el que nos dijimos: “Es momento de acabar con el dominio [de los cabezas rapadas]. Es momento de que formemos una pandilla”. Una pandilla revolucionaria que no se achante, con el antifascismo radical como doctrina, para infundir miedo en el otro bando»[170]. Los Guerreros Rojos, todos ellos expertos en artes marciales, patrullaban sus barrios en busca de cabezas rapadas. Cuando encontraban a sus oponentes, se bajaban de los coches vestidos con cazadoras bomber dadas la vuelta (para marcar la diferencia con las bomber normales que llevaban los racistas) y «caían a plomo sobre esos tíos». Más tarde en esa misma década, la banda multirracial de música The Ducky Boys se refirió a estos luchadores antifascistas como «cazadores de cabezas rapadas».

Los miembros de los Guerreros Rojos, en su mayoría anarquistas y situacionistas (una corriente marxista antiautoritaria de vanguardia), entraron en contacto con el colectivo antifascista y libertario SCALP (Section Carrément Anti-Le Pen; en castellano, Sección Firmemente Anti Le Pen), formado en Toulouse en 1984. La estética de SCALP recuperaba la imagen rebelde de Gerónimo y de la resistencia de los pueblos nativos norteamericanos, como cuando sus integrantes coreaban «¡Le Pen, eres un fascista! ¡Te vamos a arrancar el cuero cabelludo (scalp, en francés)!», mientras lanzaban cócteles molotov contra los policías antidisturbios que protegían un acto del FN, en junio de 1984. En 1986, estudiantes anarquistas crearon RÉFLEX y su publicación RÉFLEXes, que sigue informando sobre las actividades de la extrema derecha hasta la fecha. En la década de 1990, el grupo clandestino de lucha armada Francotiradores y Partisanos (FTP) adoptó el nombre de una unidad de la Resistencia durante la guerra e hizo saltar por los aires locales del FN y casas particulares de algunos de sus líderes[171]. Los esfuerzos por lograr una coordinación nacional de los «antifascistas revolucionarios» dieron lugar a la creación de la Réseau No Pasaran (Red No Pasarán) en 1992, en clara alusión a la defensa de Madrid durante la guerra civil española[172]. No obstante, aunque no cabe duda de que los militantes franceses de ideología anarquista de las décadas de 1980 y 1990 se inspiraron en el legado de la Revolución española, también estuvieron influidos por las novedosas estrategias e ideas políticas «autónomas», que salieron de Italia, Alemania Occidental, los Países Bajos y otras partes, en las décadas de 1970 y 1980.

El origen de los planteamientos de los anticapitalistas «autónomos», o autonomía, se puede remontar a la Italia posterior a la guerra. Marxistas disidentes, frustrados ante la moderación de los partidos comunista y socialista, empezaron a defender un enfoque renovado en la clase obrera. En su opinión, los partidos que decían representarla la habían dejado de lado en sus demandas políticas. Influidos por autores como Cornelius Castoriadis, Raya Dunayevskaya y C. L. R. James fueron dando forma a una versión de la teoría revolucionaria «construida desde abajo, en praxis y análisis social»[173]. En lugar de enormes partidos estalinistas, «la organización autónoma de la clase obrera» era, según Mario Tronti, «la base material de la revolución»[174].

A principios de la década de 1970, el desarrollo de esta corriente dio lugar a la creación de una serie de grupos, tales como Autonomía Obrera, formada en 1973. La autonomía constituyó el trasfondo ideológico de una oleada más amplia de resistencia, que incluyó un movimiento de consejos obreros y otras luchas (a menudo lideradas por mujeres), tales como huelgas de alquileres, okupaciones, organización de comunidades locales y la práctica generalizada de la autoriduzione (autorreducción). Según esta, quienes no llegaban a fin de mes reducían los precios de los productos de consumo de forma unilateral hasta niveles que se podían permitir. Una facción militante y contracultural se puso por nombre Indios Metropolitanos y adoptó la estética de los pueblos nativos norteamericanos, igual que hizo SCALP varios años después. A finales de la década, la idiosincrasia del movimiento autónomo recibió un fuerte impulso desde las nuevas corrientes del feminismo radical. Esto se hizo evidente en la primera manifestación para «recuperar la noche», en Roma en 1976, en la que decenas de miles de mujeres se vistieron de brujas y gritaron: «¡No más madres, no más hijas, vamos a destruir la familia!»[175].

La autonomía italiana se difundió a Alemania Occidental a finales de la década de 1970, donde se combinó con los emergentes movimientos feminista, alternativo, antinuclear y okupa para dar lugar a un nutrido entorno de casas okupadas y centros sociales[176]. Los autonomen, como eran conocidos estos militantes de todos los géneros, rechazaban las «rancias» tradiciones de la izquierda. En su lugar, intentaron «llevar a la práctica formas de vida alternativas en el aquí y el ahora». «Peleamos por nosotras mismas —explicaba en 1982 una publicación del movimiento—, no participamos en movilizaciones en representación de nadie. No luchamos por la ideología, ni por el proletariado, ni por “el pueblo”, sino por una vida autodeterminada»[177].

No obstante, en la práctica sí que intervinieron en movilizaciones populares. Por ejemplo, en Baviera ocuparon en numerosas ocasiones las obras de construcción de una planta nuclear, como parte de una enorme campaña que logró sus objetivos gracias a la participación de decenas de miles de personas[178]. Sin embargo y fundamentalmente, la actividad política de los autónomos alemanes se centró en desarrollar formas prefigurativas de autogestión no jerárquica, que luego habrían de forjar el mundo que se pretendía crear a través de la acción directa sin intermediarios. Esta forma de actuación se plasmó de varias formas, pero una de las más espectaculares fue la táctica del bloque negro. En ella, los participantes en el bloque se vestían de negro, se tapaban la cara con pasamontañas o máscaras de otro tipo y se cubrían la cabeza con cascos de motocicleta. La idea era formar una masa anónima y uniforme de revolucionarios, preparados para realizar acciones militantes. En ocasiones utilizaban palos de banderas, barras, proyectiles o cócteles molotov como armas. Aunque los autónomos italianos y otros grupos, como los temibles zengakuren japoneses, ya habían utilizado tácticas callejeras similares, a lo largo de las décadas siguientes el característico estilo de los bloques negros alemanes se difundió entre los movimientos autónomos y anarquistas del mundo. Esta táctica tuvo un papel destacado cuando los militantes en Alemania se vieron obligados a defenderse a sí mismos y a otros ante el resurgir nazi de mediados y finales de la década de 1980.

Para ponerse en contexto: después de la guerra, el Estado de Alemania Occidental se creó como una institución expresamente antifascista. Por lo menos en apariencia, reinaba el consenso entre todos los partidos en lo referente a los horrores del nazismo. Sin embargo, conforme una nueva generación ganó conciencia política en la década de 1960, muchos jóvenes revolucionarios se sintieron horrorizados ante lo limitado del proceso de desnazificación y el fracaso de la generación de sus padres a la hora de saldar cuentas por completo con el legado del régimen anterior.

Más tarde en esa misma década, el temor a que los fascistas se estuvieran haciendo con el gobierno de Alemania Occidental se vio agravado por el asesinato, a manos de la policía, del joven militante Benno Ohnesorg durante una gran manifestación contra la visita del sha de Persia en 1967. Más tarde esa misma noche, Gudrun Ensslin, una de las futuras fundadoras de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), declaró en una reunión: «Este Estado fascista tiene la intención de matarnos a todos […]. La violencia solo se puede responder con violencia. Esta es la generación de Auschwitz y no hay manera de hacerles entrar en razón»[179]. El hecho de que no se llevase a juicio al policía que disparó sobre Ohnesorg y la aprobación de las Leyes de Emergencia de 1968 no hicieron sino confirmar estos temores[180]. Hay quien ha dicho, no obstante, que la «invocación incesante» del espectro del fascismo por parte de la izquierda acabó por diluir su valor retórico[181].

El antifascismo no volvió a aparecer de forma significativa en Alemania Occidental hasta la década de 1980. Por ejemplo, en 1985 el militante Günter Sare fue asesinado por un cañón de agua de la policía durante una manifestación en Frankfurt contra el Partido Nacionaldemócrata (NPD), de extrema derecha. Esta muerte dio lugar a disturbios en varias ciudades. Al año siguiente, un grupo llamado Antifascistas Revolucionarios-Fuego y Llamas («Fuego y llamas» era un lema habitual de los autónomos alemanes) atacó con cócteles molotov un granero en el que se iba a celebrar la fiesta de cumpleaños de Adolf Hitler[182].

Este periodo fue testigo también del nacimiento de una importante publicación, Antifaschistisches Infoblatt, que apareció por primera vez en la primavera de 1987 en Berlín. A día de hoy sigue dando información de forma periódica, un poco al estilo de RÉFLEXes en Francia, Searchlight en el Reino Unido o Kafka en los Países Bajos. Los primeros números se publicaron en alemán y en turco, para incluir a esta importante comunidad de Berlín. Se incluyó el emblema de la organización comunista de principios de la década de 1930, Acción Antifascista. No obstante, si el diseño original mostraba dos banderas rojas, que representaban al comunismo y al socialismo (aunque en esa época el KPD seguía siendo hostil al SPD), el que aparecía en Infoblatt llevaba una enseña roja enfrente de la negra del anarquismo y de la autonomía. Además, a finales de los años ochenta las banderas iban de izquierda a derecha, como en la década de 1930, pero a principios de los años noventa se les dio la vuelta para que fuesen de derecha a izquierda. Así han quedado en todos los emblemas antifascistas desde entonces. Algunas veces se muestran dos banderas negras.

Tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, se produjo un estallido de violencia nazi en Alemania, Checoslovaquia y a lo largo de Europa del Este. Con el colapso del bloque soviético, los fascistas de la región intentaron aprovechar el sentimiento anticomunista. En Alemania, los cabezas rapadas explotaron la euforia nacionalista que se generó de cara a la reunificación. Junto con sus aliados de la extrema derecha declararon la guerra a inmigrantes, extranjeros, izquierdistas, homosexuales y otros. En 1991 atacaron un albergue de refugiados en Hoyerswerda, causando heridas a 32 de ellos. Al año siguiente, miles de personas aplaudieron cuando matones racistas arrojaron piedras y cócteles molotov contra un centro para inmigrantes en Rostock. Entre 1990 y 1994, los nazis asesinaron al menos a 80 personas. Solo en 1993 se investigaron 23 000 delitos cometidos por ultraderechistas. Los integrantes de raza negra del equipo nacional estadounidense de luge, una modalidad de descenso olímpico en trineo, fueron atacados por rapados nazis. Y ese mismo año se lanzaron cócteles molotov contra una exposición sobre la persecución a los judíos.

Esta violencia racista contó con un importante apoyo social. Al mismo tiempo, el partido neofascista Los Republicanos consiguió casi un millón de votos en 1990. El canciller cristianodemócrata, Helmut Kohl, hizo poco para rebajar la tensión cuando dijo que «Alemania no es país para la inmigración». Todo el sistema de justicia criminal facilitó el terror racista, ya que los cabezas rapadas recibían poco más que reprimendas. Por ejemplo, los miembros de un grupo que asesinó a un inmigrante africano fueron sentenciados a entre dos y cuatro años de prisión. De hecho, Amnistía Internacional publicó un informe en el que acusaba a la policía alemana de cometer ellos mismos graves abusos contra los inmigrantes[183].

Los autónomos resultaron ser la principal fuerza de oposición militante a esta violencia. A menudo combatieron contra los ultraderechistas y contra la policía codo a codo con jóvenes turcos. Así, el pujante movimiento antifascista que organizaron impidió una concentración nazi frente al Reichstag y una serie de celebraciones del centésimo cumpleaños de Hitler, el 20 de abril de 1989. En 1990, un bloque de 2500 militantes, detrás de pancartas en las que se podía leer: «Nunca más, Alemania» y «¡Calla, Alemania, ya basta!», se enfrentaron a 1000 nazis que conmemoraban el aniversario del suicidio de Rudolf Hess. Aproximadamente una semana después de la caída del Muro de Berlín, la antifascista Cornelia (Conny) Wessmann fue asesinada durante una manifestación en Gotinga, cuando la policía antidisturbios la persiguió hasta que la atropelló un coche. Como respuesta, sus compañeros de 30 ciudades desataron una oleada coordinada de acciones contra la propiedad, dirigidas a centros comerciales, bancos y oficinas del Gobierno, que en su opinión no eran más que extensiones del sistema capitalista responsable de su muerte[184].

Poco antes de la caída del Muro, a mediados de la década de 1980, estalló el problema soterrado que tenía la República Democrática Alemana con los neonazis. Irónicamente, la idiosincrasia antifascista del Estado llevó a que sus dirigentes se negasen a considerar los ataques de los cabezas rapadas contra extranjeros y punks como algo más que «vandalismo» carente de motivación política. Reconocer que había un problema con los nazis hubiese ido en detrimento de la legitimidad del Estado. Por lo tanto, el peso de la autodefensa y de la resistencia recayó sobre el movimiento punk, muy marginalizado. En 1988, militantes de Halle formaron un «comando de aniquilación de cabezas rapadas», compuesto por miembros armados y entrenados en artes marciales. A principios del año siguiente, punks de Berlín Este y otros disidentes consiguieron un ejemplar de Antifaschistisches Infoblatt. Esto les animó a crear Antifascismo Autónomo de Berlín (Este)[185].

En la RDA y en todo el bloque soviético, la música occidental estaba clasificada como propaganda. Por ejemplo, según la URSS, The Clash promovían oficialmente la «violencia», Canned Heat la «homosexualidad», Dona Summer el «erotismo» y Black Sabbath la «violencia y el oscurantismo religioso»[186]. Por lo tanto, la perspectiva de que unos punks militantes pudiesen poner en entredicho las credenciales antifascistas del Partido Socialista Unificado (SED), en el Gobierno en Alemania Oriental, dio pie a su acoso policial, vigilancia y represión. A pesar de ello, unos pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín (el cual se justificó inicialmente como una «barrera defensiva antifascista» cuando se construyó, en 1961), un grupo de unos 30 militantes se colaron en un acto del SED y desplegaron una pancarta en la que se leía: «¡Peligro! ¡Neonazis en la RDA!» y «¡Hay que cortar este peligro de raíz!»[187].

Tras la caída del Muro se pudo establecer una coordinación más amplia del movimiento en Alemania. Surgieron una serie de grupos a partir de esta oleada de organización, incluido Antifascismo Autónomo (M) o AA(M), formado en Gotinga a principios de 1990 (la M es la inicial de Mittwoch, «miércoles» en alemán, ya que este era el día en el que se reunía el colectivo). A diferencia de la mayoría de las agrupaciones antifascistas, que estaban más aisladas, AA(M) se caracterizó por buscar alianzas con la izquierda, dar entrevistas a los medios de comunicación y por organizar un proyecto de agitación y propaganda al que llamaron Arte y Lucha.

Los esfuerzos por conseguir una coordinación más amplia llevaron a una docena de grupos, incluido AA(M), a formar en 1992 una red horizontal denominada Acción Antifascista/Organización Nacional o AA/BO, que duró hasta su disolución en 2001[188]. Al mismo tiempo, los inmigrantes se organizaron en Antifa Gençlik (Gençlik significa «juventud» en turco) de 1988 a 1994. Por su parte, las mujeres militantes empezaron a crear grupos antifascistas feministas, denominados «fantifa», en respuesta al machismo prevalente entre sus homólogos varones y a los comportamientos patriarcales de estos. Ya hubo un intento de crear una organización de este tipo en 1985, pero no fue hasta finales de la década de 1980 y principios de la de 1990 cuando empezaron a surgir los primeros colectivos del antifascismo feminista. Veinticinco de ellos tomaron parte en más de una docena de encuentros nacionales en los años noventa. Manifestaciones de mujeres, bloques de mujeres en los actos más grandes y congresos de mujeres pasaron a ser elementos habituales en el movimiento[189].

Durante el mismo periodo, los antifascistas autónomos buscaron también establecer conexiones internacionales. Uno de los grupos más importantes a los que se dirigieron fue el británico Acción Antifascista (AFA). Este se formó en 1985 a partir de una alianza de grupos, entre los que se incluían el Grupo de Judíos Socialistas, organizaciones antirracistas locales, colectivos anarquistas, como Class War y el Movimiento Acción Directa (DAM), el equipo editorial de la publicación Searchlight y Acción Roja[190]. Esta última fue creada por los «brigadistas» de la Liga Antinazi (básicamente, sus tropas de choque) cuando fueron expulsados sin contemplaciones del Partido Socialista de los Trabajadores en 1981, al disolverse la ANL[191]. A lo largo de los años siguientes, Acción Roja, cuyo grito de batalla era: «¡Somos los ROJOS!», siguió enfrentándose a los cabezas rapadas fascistas en conciertos de punk y en las calles. Tras la formación de AFA, Acción Roja cobró un papel destacado en la organización de actos contra el sello discográfico nazi Blood and Honour (B&H). Este había sido creado en 1987 por Ian Stuart, el cantante de la banda racista más notoria de la época, Skrewdriver. B&H desarrolló una red de distribución internacional para vender discos y artículos de promoción de bandas nazis, como Brutal Attack y No Remorse, en cuyas camisetas se podían leer frases como: «¡Algún día el mundo se dará cuenta de que Adolf Hitler tenía razón!»[192].

Las leyes que protegían la libertad de expresión en Gran Bretaña y el prestigio internacional del punk racista del país atrajeron a Londres a cabezas rapadas de toda Europa. Para responder, AFA hizo presión sobre comercios y pubs locales que aceptaban hacer negocios con nazis, o que vendían sus productos, mediante peticiones y piquetes. Cuando eso no funcionaba, se empleaban métodos más persuasivos. En una ocasión, dos encapuchados demolieron la fachada de una tienda de B&H con martillos pilones y destruyeron con ácido los artículos nazis de promoción[193].

Ir a la siguiente página

Report Page