Antifa

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Antifa. El manual antifascista

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En Gran Bretaña, el CPGB, que ya era pequeño de por sí, se había resentido mucho de la retórica agresiva de la «tercera etapa». Con la llegada de la estrategia de frente popular, pasó a defender con entusiasmo la democracia parlamentaria, a la que hasta hace poco había calificado de «opio contrarrevolucionario», y buscó un acercamiento con el Partido Laborista. Aunque este rechazó la invitación, el CPGB siguió cultivando una imagen de respetabilidad y dejó de participar en el activismo de oposición antifascista. En octubre de 1936, la BUF organizó un desfile a través del barrio judío del East End de Londres. Como respuesta, el Consejo del Pueblo Judío contra el Fascismo y el Antisemitismo (JPC), junto con sus aliados de la EMAF y del Consejo de Acción Judío, repartió una solicitud para prohibir el acto y reunió 77.000 firmas en dos días. Cuando el Gobierno se negó a impedirlo, con la excusa de la libertad de expresión, el JPC decidió movilizar a toda la comunidad para bloquear físicamente la ruta del desfile. El CPGB no quiso participar en este «enfrentamiento» y en su lugar convocó a sus miembros a una concentración en apoyo a la República española, a la misma hora, en Trafalgar Square. Incluso imprimió un folleto en el que se pedía «dignidad, orden y disciplina», en vez de una oposición activa.

Los afiliados de base, sobre todo los judíos, se subían por las paredes. Estaban decididos a «oponerse a Mosley con su presencia física, sin importar lo que dijese el Partido Comunista».[100] Tras recibir críticas de todos lados, los líderes del CPGB acordaron apoyar el bloqueo antifascista.[101]

El 4 de octubre de 1936, varios miles de seguidores de la BUF se reunieron para desfilar por el East End londinense, una zona de población mayoritariamente judía. Sin embargo, como recuerda un antifascista de la comunidad local: «Decidimos que no íbamos a permitir, bajo ninguna circunstancia, que ni los fascistas ni su propaganda, junto con sus insultos y sus ataques, viniesen a nuestro barrio, en el que vivía y trabajaba pacíficamente nuestra gente».[102]

Según la policía, 100.000 militantes inundaron las calles adyacentes para impedir el avance de los fascistas. Treinta minutos antes de la hora planeada para el inicio del desfile, los agentes cargaron con sus porras contra la multitud, para despejar el camino de la BUF. Cuando se retiraron los manifestantes, quedaron varias personas heridas en el suelo. Los demás empezaron a erigir barricadas. En Cable Street, los militantes volcaron un camión para bloquear la calle, mientras que otros cogían materiales de construcción de una obra cercana y los añadían a un montón de colchones y muebles. Un amplio espectro de antifascistas, desde «judíos ortodoxos con largas barbas», hasta «estibadores irlandeses, católicos y pendencieros», defendieron la barricada con los adoquines del suelo, levantados con picos de obra. Cuando los policías asaltaron el camión volcado, les respondieron con unas bombas diminutas, hechas con pequeñas cajas de pólvora. Los fascistas gritaban: «¡Judíos! ¡Judíos! ¡Nos vamos a librar de los judíos!» y los antifascistas les respondían con la frase en español: «¡No pasarán!».[103]

Mientras, seguían llegando asistentes al desfile. Algunos iban en coches con redes en las ventanillas en lugar de vidrios, para limitar los efectos destructivos de las piedras antifascistas. Finalmente, apareció Oswald Mosley, una hora tarde, en un coche abierto protegido por camisas negras en motos. Sus seguidores, entusiasmados, hacían el saludo romano, mientras los antifascistas les abucheaban y les llamaban «ratas». Fue llegando más y más policía, hasta un total de 6.000 agentes, pero cada vez les costaba más mantener el «orden». Piedras y otros proyectiles, como «botellas a medio llenar de limonada con gas», que explotaban cuando se sacudían y se lanzaban, volaban continuamente en dirección a la policía y a los miembros de la BUF reunidos. Cuando agentes montados a caballo cargaron contra los antifascistas, estos hicieron estallar una bolsa de pimienta frente a una de las monturas y tiraron canicas bajo sus patas. Desde las ventanas de las casas caían ladrillos y se vaciaban orinales. Una situación todavía más violenta se vivió cuando la multitud intentó liberar a uno de los militantes, que había sido detenido.

Así, antes de que el desfile fascista pudiese llegar siquiera a empezar, la policía tuvo que cancelarlo. Los camisas negras, enfurecidos, gritaban: «¡Queremos libertad de expresión!». En total, fueron detenidos 80 manifestantes y 73 agentes resultaron heridos.

Al día siguiente, la BUF criticó al Gobierno, por haberse «rendido ante el terror rojo». Según un antifascista judío, buena parte de esta comunidad había acabado «harta y avergonzada de seguir con la cabeza gacha». Y así, en la que se ha convertido en la legendaria batalla de Cable Street, Mosley no pasó.[104]

* * *

Los ínclitos voluntarios extranjeros de Mussolini, conocidos como Corpo Truppe Volontarie (CTV), se habían quedado tirados en la cuneta. Literalmente. Tras atacar con gran éxito usando la táctica schwerpunkt, parecida a la posterior guerra relámpago de los nazis, habían conseguido atravesar las líneas republicanas al norte de Madrid. Pero el CTV, que estaba muy mecanizado, había avanzado más rápido que sus líneas de suministro y ahora estaba en medio de una tormenta de hielo y nieve. Muertos de frío, con uniformes tropicales, desmoralizados por no tener comida ni bebida caliente,[105] los soldados empezaron a prestar oídos a los mensajes que les llegaban a través de los altavoces del otro lado de las líneas enemigas:

¡Italianos, hijos de nuestra tierra! Os han traído aquí engañados, con propaganda falsa y mentirosa, o bien espoleados por el hambre y el paro. Sin quererlo, os habéis vuelto los verdugos del pueblo español […]. Pasaos a nuestras filas. Las de los defensores del pueblo, de la civilización y del progreso. Os abrimos los brazos. Venid con nosotros, los voluntarios del Batallón Garibaldi.[106]

Tras años en el exilio, los antifascistas italianos del Batallón Garibaldi se enfrentaban, finalmente, a las legiones del Duce, en combate abierto a través de las llanuras y colinas de Castilla-La Mancha, en las afueras de Guadalajara.

Era marzo de 1937 y la guerra civil española estaba en pleno apogeo. El Generalísimo Francisco Franco, que había llegado para dirigir el levantamiento militar de julio de 1936 contra la Segunda República española, estaba cada vez más ansioso por conquistar la capital del país y asegurar la legitimidad de su autoridad. Sin embargo, la defensa de Madrid demostró ser mucho más resistente de lo que él había pensado. «¡No pasarán!», gritó el pueblo. Para cambiar el curso de los acontecimientos, Franco recurrió a las tropas que Mussolini y Hitler habían enviado a España, en clara violación del acuerdo de neutralidad que Francia y el Reino Unido respetaban escrupulosamente.

Buscando la gloria en España, Mussolini había equipado un ejército de 35.000 hombres, con 250 tanques, 180 piezas de artillería y cuatro compañías motorizadas de ametralladoras. Se trataba del «ejército mejor armado y pertrechado que había entrado en batalla hasta el momento».[107]

Sin embargo, esta ventaja técnica se desvaneció cuando los vehículos quedaron atascados en el barro, en las afueras de Guadalajara, y el apoyo aéreo tuvo que quedarse en tierra, en aeródromos inundados. Del 12 al 17 de marzo, el CTV fue objeto de ataques intermitentes por parte de varias unidades, incluidas la XI Brigada Internacional (compuesta por el batallón francés Comuna de París y por los batallones alemanes Edgar André y Thäelman), la XII Brigada Internacional (compuesta por el batallón italiano Garibaldi y el franco-belga André Marty) y la milicia anarquista de Cipriano Mera, apoyadas por la fuerza aérea republicana.[108] El goteo de deserciones acabó por convertirse en un colapso total el 18 de marzo, cuando la República consiguió su primera victoria en la guerra. Ernest Hemingway, como corresponsal de guerra de The New York Times, dijo que era «imposible exagerar la importancia de esta batalla». Para el antifascismo internacional fue un soplo de aire fresco, después de década y media de derrotas continuas.[109]

La batalla de Guadalajara supuso un punto álgido de la unidad del antifascismo transnacional. No obstante, había graves conflictos ocultos bajo la superficie, que habían lastrado a la República española desde el principio. Esta se proclamó en 1931, un año después del final de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930), muy influenciado por Mussolini.[110] Como la República de Weimar, la española dedicó su breve existencia a defenderse de las amenazas desde la izquierda y la derecha. Por la izquierda, mantuvo su enfrentamiento más persistente con la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que lanzó, sin éxito, los levantamientos de los «tres ochos»: el 18 de enero de 1932, el 8 de enero de 1933 y el 8 de diciembre de 1933.[111]

Al mismo tiempo, por la derecha, una parte del ejército dio un golpe fallido en agosto de 1932. En 1934, una revuelta de mineros socialistas en Asturias, que se alzaron contra un nuevo Gobierno de derechas al que consideraban fascista, fue brutalmente reprimida. A partir de ese año, el saludo con el puño cerrado del antifascismo empezó a extenderse en España.[112] Después del viraje de la Komintern hacia la estrategia del frente popular en 1935, el minúsculo Partido Comunista Español (PCE), que apenas contaba con 1.000 miembros cuando se proclamó la República,[113] entró en una coalición con socialistas y republicanos de izquierda de cara a las elecciones de 1936.

Fue la victoria del Frente Popular en estas lo que precipitó la organización del levantamiento militar de ese verano. Aparte del Ejército, Franco contaba con el apoyo de monárquicos, grandes industriales y terratenientes, la Iglesia y la Falange, un pequeño partido fascista formado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, el hijo del anterior dictador. El número de sus miembros, uniformados con camisa azul, creció ininterrumpidamente en el curso de la guerra civil, de 5.000 antes de que estallase el conflicto a dos millones, varios años después.[114] No obstante, Franco mismo no era fascista. Se trataba más bien de un tradicionalista católico autoritario y, como tal, no estaba ligado a la Falange. Eso no impidió que al acabar la contienda la convirtiera en el partido oficial de Estado en la dictadura, de tintes fascistas. Por el contrario, José Antonio Primo de Rivera se encontraba en territorio republicano cuando empezó la guerra y fue ejecutado por el Gobierno republicano varios meses después.

Mientras que las guarniciones que apoyaban a Franco lograron imponerse con facilidad en algunas regiones, en Barcelona los trabajadores de la CNT, anarcosindicalista, de la UGT, socialista, y de otras organizaciones, tomaron las armas para aplastar el levantamiento militar y proclamaron la revolución social. A lo largo de las semanas y meses siguientes, los anarquistas y sus aliados socialistas colectivizaron la industria y la agricultura en buena parte de Aragón, Cataluña y Valencia. Solo en Barcelona este proceso incluyó unas 3.000 empresas.[115] George Orwell, que llegó a la ciudad en medio del entusiasmo revolucionario, describió la ocasión como «la primera vez que veía una ciudad en la cual la clase obrera estaba al mando».[116]

No obstante, el Partido Comunista estaba absolutamente en contra de la revolución que se estaba desarrollando en España. El fin del planteamiento de la «tercera etapa» y el viraje hacia la estrategia de «frente popular» suponían una renuncia a las ambiciones insurreccionales, en pro de fortalecer a la URSS en la escena internacional. A principios de la década de 1930 los soviéticos intentaron reforzar sus relaciones con las potencias occidentales, al mismo tiempo que la Komintern rebajaba el tono del discurso de sus partidos nacionales. Cuando Italia invadió Abisinia (Etiopía) en 1935, la URSS solo emitió una queja tibia y lanzó un boicot a los productos italianos de mucho menor calado que los que pusieron en marcha Francia o Gran Bretaña. Tras el final de la guerra en África, los soviéticos retiraron estas sanciones y retomaron unas relaciones económicas con el régimen fascista que se remontaban a un pacto comercial de 1924 con Mussolini. Del mismo modo, la URSS hizo cinco intentos en 1935 de mejorar sus relaciones con el nuevo Gobierno de Hitler, aunque los nazis no estaban interesados más que en intercambios comerciales.[117] Esto constituyó el preludio del pacto de no agresión de 1939.

En el caso español esta actitud significaba que, mientras que anarquistas y trotskistas consideraban que la guerra y la revolución eran inseparables, el PCE «se erigió en el defensor de la propiedad de los pequeñoburgueses». Según argumentaban, no era el momento adecuado para estas transformaciones, ya que la agitación social solo podía entorpecer el esfuerzo bélico.[118] Conforme aumentaban estas tensiones, la palabra «antifascismo» acabó por verse asociada a una alianza, dominada cada vez más por los comunistas, de republicanos de clase media y elementos socialistas opuestos a las colectivizaciones. Por el contrario, José Peirats, de la CNT, defendía que «ser antifascista significa ser revolucionario».[119]

El prestigio que desarrolló el PCE se debía por completo al hecho de que la Unión Soviética tenía un papel muy importante en el conflicto. Sin embargo, cuando empezó la guerra en España, fueron la Komintern y la Internacional Comunista Obrera las que tuvieron que empujar a Stalin para que actuara.[120] Una vez que la URSS empezó a apoyar de forma activa a la República, la Komintern organizó las Brigadas Internacionales. A lo largo de la contienda, entre 32.000 y 35.000 antifascistas de 35 países participaron en ella, en batallones organizados en su mayor parte en función del origen nacional de sus integrantes. Entre estos estaban el polaco Batallón Dabrowski, el norteamericano Batallón Abraham Lincoln o el Batallón Dimitrov, del centro de Europa. Otros 5.000 militantes lucharon en las milicias de la CNT y del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una organización comunista disidente.[121] George Orwell se unió a los combates en este último. Los soviéticos también vendieron equipo militar a la República y mandaron asesores. Así se forjó la imagen popular de Stalin como defensor de la República frente a Hitler y Mussolini.

No obstante, tras la caída de la URSS fue posible acceder a documentos de los Archivos Militares del Estado en Rusia que antes no estaban al alcance de los investigadores. Esto llevó a los historiadores Ronald Radosh, Mary Habeck y Grigory Sevostianov a cuestionar esta narrativa heroica en su libro España traicionada.

Los nuevos documentos revelan que «Stalin estafó, a todos los efectos, a la República por valor de varios cientos de millones de dólares en la venta de armas […] mediante un ejercicio secreto de ingeniería financiera». Es más, «buena parte del material suministrado estaba anticuado y era inservible». Según estos historiadores, dado que solo había otro país, México, que daba apoyo material a la República, Stalin pudo emplear la «ayuda como un auténtico chantaje». De este modo logró, en esencia, «hacerse cargo de la economía española, del Gobierno y del Ejército y de su funcionamiento».[122]

Mientras tanto, en la URSS se desarrollaba la «Gran Purga». A lo largo de varios años, todo líder soviético que pudiese, de algún modo concebible, desafiar el poder de Stalin fue obligado a confesar que pertenecía a la «central terrorista trotskista-zinovievista» o a cualquier otra trama. Al mismo tiempo, «millones de personas eran arrestadas y cientos de miles asesinadas después de juicios a puerta cerrada o, directamente, sin juicio alguno».[123]

La purga se extendió incluso a España, donde la Unidad de Inteligencia Militar (GRU) soviética y su policía secreta (NKVD) llevaron a cabo asesinatos y secuestros de destacados revolucionarios opuestos a Stalin, a los cuales se encerraba en ocasiones en cárceles clandestinas.[124] Los síntomas más evidentes de este conflicto interno en la izquierda fueron los acontecimientos de las Jornadas de Mayo de 1937. Estos se iniciaron a raíz de la ocupación por la policía catalana, con apoyo comunista, del edificio de la Telefónica en Barcelona, hasta ese momento bajo control anarquista. Siguieron cuatro días de enfrentamientos callejeros, ya que la CNT, anarcosindicalista, y el POUM, trotskista, intentaban defender lo conseguido en la revolución, frente a los ataques de la policía y de unidades de comunistas armados. En última instancia, los dirigentes de la CNT negociaron un cese de hostilidades para evitar que estallase otra guerra civil dentro de la guerra civil. Pero estos sucesos marcaron el fin de la unidad antifascista de toda la izquierda que había existido en los primeros meses después del alzamiento. Tras luchar del lado del POUM en las Jornadas de Mayo, Orwell se marchó de forma clandestina de España. No para evitar a los franquistas, sino para que no le atrapasen los comunistas, que habían declarado que él y sus compañeros de partido eran «trotsko-fascistas».[125]

Todo esto demuestra que el antifascismo español era un conjunto de retazos desiguales, una unión provisional llena de conflictos sectarios. En última instancia, la armonía del Frente Popular era ilusoria y se rompió a causa de las interpretaciones opuestas que había de la revolución y de la lucha contra el fascismo. Franco se aprovechó de esta falta de unidad, aunque es poco probable que nada hubiese podido evitar una victoria nacionalista, excepto un apoyo sin ambages por parte de Francia o de Gran Bretaña. Aun así, mientras Franco y sus aliados fascistas se mantuvieron en el poder, hasta su muerte en 1975, la llama de la resistencia antifascista no se apagó en España.

* * *

La Segunda Guerra Mundial estalló después de la invasión nazi de Polonia, en septiembre de 1939 (aunque los combates en la zona del Pacífico empezaron antes). A lo largo del lustro siguiente, los nazis y sus aliados exterminaron aproximadamente a 200.000 gitanos, unas 200.000 personas «discapacitadas» y miles de homosexuales, izquierdistas y otros disidentes. Además, la «solución final» de Hitler supuso el asesinato de seis millones de judíos en las cámaras de gas, mediante pelotones de fusilamiento, por hambre y falta de cuidados médicos en destartalados campos de concentración y guetos, con palizas, obligándoles a trabajar hasta desfallecer o mediante suicidios por pura desesperación. Fueron exterminados aproximadamente dos de cada tres judíos en el continente, incluidos algunos de mis familiares.

Esto es, por lo tanto, lo que está en juego con este asunto. Cuando se habla de fascismo, la conversación no debe alejarse demasiado de las personas que recogían los cabellos, los dientes de oro o los zapatos de los exterminados. Cuando se habla de antifascismo no hay que olvidar que, para muchos, la supervivencia era la encarnación material de este movimiento.

Este libro tendría que ser mucho más largo para poder hacer justicia al antifascismo durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante, y como mínimo, podemos conjurar momentáneamente los fantasmas de las células aisladas de la resistencia, de los grupos de partisanos, de las redes clandestinas, de los trabajadores que fabricaban armas defectuosas, de los estudiantes que escribían los panfletos de la Rosa Blanca, de las familias que escondieron judíos en sus áticos y bodegas, de los adolescentes de los Piratas del Edelweiss, que declararon una «guerra sin cuartel a las Juventudes Hitlerianas»,[126] de los huelguistas holandeses de 1941…

Por último, encendamos una vela por todas las víctimas del Holocausto, incluidas las que cayeron en levantamientos y en acciones de resistencia armada en los campos de concentración y guetos de Bialystok, Varsovia, Cracovia, Bedzin, Czestochowa, Sosnowiec, Sobibor, Treblinka y Auschwitz.

[22] Robert Soucy, French fascism: the first wave, 1924-1933 [El fascismo francés: la primera oleada, 1924-1933], New Haven: Yale University Press, 1986, pp. 39-55.

[23] Soucy, French fascism: the first wave, pp. 55 y 56. Extraído de Le Figaro, 24 de abril de 1925.

[24] Soucy, French fascism: the first wave, pp. 55 y 56.

[25] Ibid., p. 56.

[26] L’Humanité, 24 de abril de 1925.

[27] Soucy, French fascism: the first wave, pp. 1-5; Martin P. Johnson, The Dreyfus affair: honour and politics in the Belle Époque [El caso Dreyfus: honor y política en la Belle Époque], Nueva York: St. Martin’s Press, 1999, pp. 88-94.

[28] Jean-Marc Izrine, Les libertaires dans l’affaire Dreyfus [Los libertarios en el caso Dreyfus], París: Alternative libertaire, 2012, pp. 72, 76 y 105.

[29] Ernst Nolte, Three faces of fascism: Action Française, Italian fascism, national socialism [Tres caras del fascismo: Action Française, el Fascismo italiano y el nacionalsocialismo], Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1965, pp. 25 y 26.

[30] Robert O. Paxton, «The five stages of fascism» [Las cinco etapas del fascismo], Journal of Modern History 70, n.º 1, 1998, p. 12.

[31] Ibid.

[32] Steven Hahn, A nation under our feet: black political struggles in the rural South from slavery to the great migration [Un país a nuestros pies: luchas políticas de las personas de raza negra en el sur rural, desde la esclavitud a la gran migración], Cambridge: The Belknap Press of Harvard University Press, 2003, pp. 267-287.

[33] Philip Dray, At the hands of persons unknown: the lynching of black America [A manos de personas desconocidas: el linchamiento de la América negra], Nueva York: Random House, 2002, pp. 59 y 70.

[34] E. J. Hobsbawm, The age of capital 1848–1875, Nueva York: Mentor, 1975, pp. 15 y 16 [trad. cast.: La era del capital, 1848-1875, Barcelona: Editorial Crítica, 2012].

[35] Charles Asher Small (ed.), Global antisemitism: a crisis of modernity [Antisemitismo global: una crisis de la modernidad] Leiden: Martinus Nijhoff, 2013, p. 5; Geoff Eley, From unification to nazism: reinterpretting the German past [De la unificación al nazismo: una reinterpretación del pasado de Alemania], Boston: Allen & Unwin, 1986, pp. 232-249.

[36] Alexander de Grand, Italian fascism: its origins & developments [El fascismo italiano: su origen y desarrollo], 2.ª edición, Lincoln: University of Nebraska Press, 1989, p. 13.

[37] Vladímir Lenin, «The tasks of the proletariat in the present revolution, april theses» [La tarea del proletariado en la revolución actual, Tesis de abril], en Robert C. Tucker (ed.), The Lenin anthology [Antología de Lenin], Nueva York: W. W. Norton, 1975, p. 296.

[38] Milorad M. Drachkovitch y Branko Lazitch, «The Third International» [La Tercera Internacional] en Milorad M. Drachkovitch (ed.), The revolutionary internationals, 1864-1943 [Las internacionales revolucionarias, 1864-1943], Stanford: Stanford University Press, 1966, p. 165.

[39] François Guinchard, L’Association internationale des travailleurs avant la guerre civile d’Espagne (1922–1936): du syndicalisme révolutionnaire à l’anarchosyndicalisme [La Asociación Internacional de los Trabajadores antes de la guerra civil española (1922-1936): del sindicalismo revolucionario al anarcosindicalismo], Editions du Temps Perdu, 2012, pp. 140 y 141; Gabriel Kuhn, All power to the councils!: a documentary history of the German revolution of 1918-1919 [¡Todo el poder a los consejos! Una historia documental de la revolución alemana de 1918-1919], Oakland: PM Press, 2012.

[40] Anthony L. Cardoza, Agrarian elites and Italian fascism: the province of Bologna, 1901-1926 [Élites agrarias y fascismo italiano: la provincia de Bolonia, 1901-1926], Princeton: Princeton University Press, 1982, p. 348.

[41] Uso las mayúsculas en la palabra «Fascista» solo cuando me refiero al movimiento de Mussolini.

[42] Alexander de Grand, Italian fascism: its origins & Development, 2.ª edición, p. 28.

[43] De Grand, Italian fascism, p. 22.

[44] Soucy, French fascism: the first wave, p. 159.

[45] De Grand, Italian fascism, pp. 30 y 31.

[46] Stanislao G. Pugliese (ed.), Fascism, anti-fascism, and the resistance in Italy 1919 to the present [Fascismo, antifascismo y la resistencia en Italia: de 1919 al presente], Lanham: Rowman & Littlefield, 2004, pp. 55-59; Rivista Anarchica, Red years, black years: anarchist resistance to fascism in Italy [Años rojos, años negros: resistencia anarquista al fascismo], Londres: ASP, 1989, pp. 15-17.

[47] Pugliese, Fascism, anti-fascism, pp. 55-59; Larry Ceplair, Under the shadow of war: fascism, anti-fascism, and marxists, 1918-1939 [Bajo la sombra de la guerra: el fascismo, el antifascismo y los marxistas, 1918-1939], Nueva York: Columbia University Press, 1987, pp. 23-24; Donald Howard Bell, «Working-class culture and fascism in an Italian industrial town, 1918-22» [Cultura de la clase obrera y fascismo en una ciudad industrial italiana, 1918-1922], Social History 9, n.º 1, 1984, p. 21.

[48] Ceplair, Under the shadow of war, p. 25.

[49] Simonetta Falasca-Zamponi, Fascist spectacle: the aesthetics of power in Mussolini’s Italy [El espectáculo del Fascismo: la estética del poder en la Italia de Mussolini], Berkeley: University of California Press, 1997, p. 2.

[50] De Grand, Italian fascism, pp. 34-37.

[51] Falasca-Zamponi, Fascist spectacle, p. 1.

[52] Ceplair, Under the shadow of war, p. 26; Aldo Agosti, Palmiro Togliatti: a biography [Palmiro Togliatti: una biografía], Londres: I. B. Tauris, 2008, p. 23.

[53] Ceplair, Under the shadow of war, pp. 26 y 27.

[54] Martin Clark, Mussolini, Londres: Routledge, 2016, capítulo 4 [trad. cast.: Mussolini, Madrid: Biblioteca Nueva, 2008].

[55] De Grand, Italian fascism, p. 55.

[56] Clark, Mussolini, capítulo 4.

[57] Rivista Anarchica, Red years, black years, pp. 7 y 8.

[58] Detlev Peukert, The Weimar Republic: the crisis of classical modernity [La República de Weimar: la crisis de la modernidad clásica], Nueva York: Hill & Wang, 1989, p. 276.

[59] Eric Weitz, Weimar Germany: promise and tragedy, Princeton: Princeton University Press, 2009, p. 91 [trad. cast.: La Alemania de Weimar, Madrid: Turner, 2009].

[60] Richard J. Evans, The coming of the Third Reich, Nueva York: Penguin, 2003, p. 73 [trad. cast.: La llegada del Tercer Reich, Barcelona: Ediciones Península, 2013].

[61] Peter M. Merkl, Political violence under the swastika: 581 early nazis [Violencia política bajo la esvástica: los 581 primeros nazis], Princeton: Princeton University Press, 1975, p. 140; Benjamin Ziemann, Contested commemorations: republican war veterans and Weimar political culture [Conmemoraciones disputadas: los excombatientes de guerra republicanos y la cultura política en Weimar], Cambridge: Cambridge University Press, 2013, p. 15.

[62] Weitz, Weimar Germany, p. 98.

[63] Sherwin Simmons, «“Hand to the friend, fist to the foe”: the struggle of signs in the Weimar Republic» [«La mano al amigo, el puño al enemigo»: la lucha de símbolos en la República de Weimar], Journal of Design History 13, n.º 4, 2000, pp. 324 y 325.

[64] Weitz, Weimar Germany, p. 98.

[65] Thomas Friedrich, Hitler’s Berlin: abused city [El Berlín de Hitler: una ciudad maltratada], New Haven: Yale University Press, 2012, p. 101.

[66] Friedrich, Hitler’s Berlin, pp. 100 y 101; Daniel Siemens, The making of a nazi hero: the murder and myth of Horst Wessel [La fabricación de un héroe nazi: la muerte y el mito de Horst Wessel], Londres: I. B. Tauris, 2013, p. 67.

[67] Eve Rosenhaft, Beating the fascists? The German communists and political violence 1929-1933 [¿Derrotar a los fascistas? Los comunistas alemanes y la violencia política, 1929-1933], Londres: Cambridge University Press, 1983, p. 7.

[68] Kevin McDermott y Jeremy Agnew, The Komintern: a history of international communism from Lenin to Stalin [La Komintern: una historia del comunismo internacional, de Lenin a Stalin], Nueva York: St. Martin’s Press, 1997, p. 31.

[69] Rosenhaft, Beating the fascists?, p. 31.

[70] Ceplair, Under the shadow of war, p. 49.

[71] Ibid., p. 52.

[72] Rosenhaft, Beating the fascists?, p. 34.

[73] Joachim E. Fest, The face of the Third Reich: portraits of the nazi leadership [La cara del Tercer Reich: semblanzas de los líderes nazis], Nueva York: Da Capo, 1999, p. 32.

[74] Rosenhaft, Beating the fascists?, p. 64.

[75] Ibid., p. 74.

[76] Ibid., p. 127.

[77] Ibid., pp. 111-127.

[78] Helge Döhring y Gabriel Kuhn, «Schwarze Scharen: anarchosyndicalist militias in Germany, 1929-1933» [Schwarze Scharen: milicias anarcosindicalistas en Alemania, 1929-1933], en Scott Crow (ed.), Setting sights: histories and reflections on community armed self-defense [Apuntando: historias y reflexiones sobre la autodefensa armada comunitaria], próxima publicación, PM Press.

[79] Rosenhaft, Beating the fascists?, pp. 6-8.

[80] Donna Harsch, German social democracy and the rise of nazism [La socialdemocracia alemana y el ascenso del nazismo], Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1993, p. 172.

[81] Fest, The face of the Third Reich, pp. 34 y 35.

[82] Harsch, German social democracy, pp. 177 y 178; Gottfried Korff y Larry Peterson, «From brotherly handshake to militant clenched fist: on political metaphors for the worker’s hand» [Del apretón de manos fraterno al puño cerrado del militante: sobre metáforas políticas de la mano del obrero], International Labor and Working-Class History 42, 1992, p. 77.

[83] Marcus Kreuzer, «Electoral institutions, political organization, and party development: French and German socialists and mass politics» [Instituciones electorales, organización política y desarrollo del partido: los socialistas franceses y alemanes y la política de masas], Comparative Politics 30, n.º 3, 1998, p. 283.

[84] Harsch, German social democracy, pp. 174-202.

[85] Rosenhaft, Beating the fascists?, pp. 81, 96-98; Soucy, French fascism: the first wave, p. 52.

[86] Ceplair, Under the shadow of war, p. 63.

[87] Harsch, German social democracy, p. 179.

[88] Ceplair, Under the shadow of war, p. 67.

[89] Rosenhaft, Beating the fascists?, p. 81.

[90] Frank McDonough, Opposition and resistance in nazi Germany [Oposición y resistencia en la Alemania nazi], Cambridge: Cambridge University Press, 2001, pp. 1-11.

[91] Daniel Tilles, British fascist antisemitism and Jewish responses, 1932-40 [Antisemitismo del fascismo británico y respuestas judías, 1932-1940], Londres: Bloomsbury, 2015, pp. 7 y 8.

[92] Keith Hodgson, Fighting fascism: the British left and the rise of fascism, 1919-36 [Enfrentarse al fascismo: la izquierda británica y el ascenso del fascismo, 1919-1936], Mánchester: Manchester University Press, 2010, p. 106.

[93] Tilles, British fascist antisemitism, p. 102.

[94] Ibid., pp. 102-110.

[95] Ibid., pp. 104-128.

[96] Hodgson, Fighting fascism, pp. 109 y 110, p. 143.

[97] Tilles, British fascist antisemitism, p. 127.

[98] Hodgson, Fighting fascism, pp. 136 y 137; Tilles, British fascist antisemitism, pp. 116 y 117; Copsey, Anti-fascism in Britain, p. 29-35.

[99] Ceplair, Under the shadow of war, pp. 91 y 92; Hodgson, Fighting fascism, pp. 13, 146.

[100] Ceplair, Under the shadow of war, p. 174.

[101] Tilles, British fascist antisemitism, pp. 147-149; Hodgson, Fighting fascism, p. 137; Copsey, Anti-fascism in Britain, pp. 54-56.

[102] Tilles, British fascist antisemitism, p. 95.

[103] Ibid., p. 149; The Western Daily Press & Bristol Mirror, 5 de octubre de 1936; The Daily Independent, 5 de octubre de 1936; Hann, Physical resistance, p. 83 y 84; Ceplair, Under the shadow of war, p. 174.

[104] Tilles, British fascist antisemitism, p. 149; The Western Daily Press & Bristol Mirror, 5 de octubre de 1936; The Daily Independent, 5 de octubre de 1936; Hann, Physical resistance, pp. 84-90.

[105] Antony Beevor, The battle for Spain: the Spanish Civil War 1936-1939, Nueva York: Penguin, 2006, p. 216 [trad. cast.: La guerra civil española, Barcelona: Editorial Crítica, 2015]; Michael Seidman, Republic of egos: a social history of the Spanish Civil War, Madison: University of Wisconsin Press, 2002, pp. 86 y 87 [trad. cast.: A ras de suelo, Madrid: Alianza Editorial, 2003].

[106] Jacques Delperrié de Bayac, Les Brigades Internationales, París: Fayard, 1968, pp. 255 y 256 [trad. cast.: Las Brigadas Internacionales, Asturias: Ediciones Júcar, 1982].

[107] Jackson, The Spanish Republic, p. 349.

[108] Delperrié de Bayac, Les Brigades Internationales, pp. 250-254.

[109] The New York Times, 29 de marzo de 1937.

[110] Shlomo Ben Ami, Fascism from above: the dictatorship of Primo de Rivera in Spain 1923-1930, Oxford: Clarendon, 1983 [trad. cast.: El cirujano de hierro, Barcelona: RBA Libros, 2012].

[111] Stanley G. Payne, The collapse of the Spanish Republic, 1933-1936, New Haven: Yale University Press, 2006, p. 22 [trad. cast.: El colapso de la República, Madrid: La Esfera de los Libros, 2006].

[112] Hugo García, «Was there an antifascist culture in Spain during the 1930s?» [¿Hubo una cultura antifascista en España en la década de 1930?], en Hugo García, Mercedes Yusta, Xavier Tabet y Cristina Clímaco (eds.), Rethinking antifascism: history, memory and politics, 1922 to the present [Repensar el antifascismo: historia, memoria y política, desde 1922 al presente], Nueva York: Berghahn, 2016, p. 101.

[113] Jackson, The Spanish Republic, p. 111.

[114] Ibid., p. 418.

[115] Chris Ealham, Anarchism and the city: revolution and counter-revolution in Barcelona, 1898–1937, Oakland: AK Press, 2010, p. 181 [trad. cast.: La lucha por Barcelona, Madrid: Alianza Editorial, 2005].

[116] George Orwell, Homage to Catalonia, San Diego: Harcourt Brace & Company, 1980, p. 4 [trad. cast.: Homenaje a Cataluña, Barcelona: Debolsillo, 2013].

[117] Ceplair, Under the shadow of war, pp. 105-121.

[118] Jackson, The Spanish Republic, p. 361.

[119] García, «Was there an antifascist culture?», en García et al., Rethinking antifascism, pp. 97 y 98.

[120] Ceplair, Under the shadow of war, p. 115.

[121] Beevor, The battle for Spain, p. 16.

[122] Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.), Spain betrayed: the Soviet Union in the Spanish Civil War, New Haven: Yale University Press, 2001, pp. xvii-xix [trad. cast.: España traicionada, Editorial Planeta, 2002].

[123] Adam B. Ulam, Stalin: the man and his era, Nueva York: Viking Press, 1973, pp. 408 y 409 [trad. cast.: Stalin, el hombre y su época (2 vols.), Barcelona: Noguer Ediciones, 1975].

[124] Radosh et al. (eds.), Spain betrayed, pp. xvii y xviii.

[125] Orwell, Homage to Catalonia, p. 178.

[126] McDonough, Opposition and resistance, pp. 15 y 16.

02

¡Nunca más!

El desarrollo del antifascismo moderno

(1945-2003)

La imagen de la política británica Mavis Tate aparece, parpadeando, en la pantalla. «Yo, como parlamentaria, visité el campo de concentración de Buchenwald junto con otras nueve personas —empieza—. Hay quien cree que los informes acerca de lo que ocurrió allí son exagerados». La cámara se desplaza hacia un montón de cadáveres esqueléticos en la parte de atrás de un camión. «Ningún relato puede ser exagerado —aclara Tate—. Vimos y sabemos». Un hombre intenta sacar con una pala unos esqueletos calcinados de unos hornos industriales. «La realidad era indescriptiblemente peor que las fotografías». Después de despotricar contra la «bestialidad» alemana, Tate concluye con una lúgubre advertencia: «No dejemos que nadie diga que estas cosas no fueron reales». [127]

Cuando terminó la proyección en este pequeño cine del noroeste de Londres, en 1945, Morris Beckman y su primo, Harry Rose, salieron en fila al vestíbulo. Noticieros cinematográficos como este mostraban al mundo una pequeña parte del terror nazi, pero no fue hasta la década de 1970 que el Holocausto «empezó a percibirse, tanto por los académicos como por el público en general como un suceso histórico de la mayor importancia».[128] No obstante, para judíos como Beckman y Rose el horror no podía ser más palpable. Sabían lo que los noticieros cinematográficos del final de la guerra no decían: que la mayoría de los despojos retorcidos que aparecían en la pantalla eran de miembros de familias judías, de hijas adorables, de padres encantadoramente excéntricos o de abuelas de armas tomar, que sonreían burlonamente cada vez que contaban cómo habían sobrevivido a los pogromos de su juventud. Beckman y Rose no necesitaban que Mavis Tate se lo dijera, lo sabían de sobra. Se ponían «enfermos al ver esos cadáveres, como esqueletos cubiertos con cuero».[129]

Ambos habían luchado en la guerra. Beckman, como operador de radio en la marina mercante y Rose en una unidad que operaba tras las líneas japonesas, en Birmania. Como excombatientes judíos, les era imposible no tomarse el nazismo como algo personal. Por ello, no pudieron quedarse más estupefactos ante lo que se encontraron cuando caminaban de vuelta a casa desde el cine: un expresidiario 18B (en Gran Bretaña, este código identificaba a los detenidos durante la guerra por simpatizar con los nazis) en una tribuna que gritaba: «¡No se han quemado bastantes judíos en Belsen!». «¡No puedo creerlo!», exclamó Rose. Todavía vestido con su uniforme y sus medallas, se quejó ante un policía que había cerca, pero este «solo se encogió de hombros y se alejó». «Bueno, ¡pues voy a zurrar a ese hijo de puta!», dijo Rose. Temeroso de un arresto, Beckman le retuvo. «¿Es que nadie va a hacer nada?», suplicó Rose, desesperada.[130]

Se pensó que la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial suponía el fin definitivo del fascismo en la historia. Pero, como acababan de descubrir Beckman y Rose, el asunto no era tan sencillo. Poco después de la destrucción física de los regímenes de Hitler, Mussolini y sus aliados, una oleada de amnesia histórica sobredimensionó la escala de la resistencia frente a estos. Al mismo tiempo, echó tierra sobre la naturaleza del colaboracionismo, verdaderamente muy extendido. La «desnazificación» que se empezó llevaba implícito el castigo a los colaboradores, así como el fomento de la democracia en Europa, ya fuese el modelo liberal y capitalista occidental o el «popular», en el bloque soviético. En todo caso, en las zonas ocupadas por los aliados en el oeste del continente solo se realizó un tímido proceso de juicios contra individuos determinados, en base a unos cuestionarios. Además, se le dio carpetazo en 1946, cuando todavía había más de dos millones de casos abiertos.[131] Muchos antiguos nazis y fascistas siguieron en sus cargos, al alejarse la prioridad del bloque occidental de un breve «momento de unidad antifascista» hacia la hostilidad de la Guerra Fría, al llegar 1947.[132]

Antes de que se cerrase esta ventana, los partidos comunistas de Europa alcanzaron el punto álgido de su influencia. En buena parte, esto se debió a la legitimidad patriótica de nuevo cuño que les otorgaron su participación destacada en la resistencia y la victoria del Ejército Rojo. Siguiendo con la tendencia de abandonar la idea de revolución global, iniciada en la década de 1930, Stalin desmontó la Komintern en 1943. Al mismo tiempo, los partidos comunistas colaboraron con los aliados en la eliminación de los comités antifascistas que habían surgido en Francia, Italia y Alemania. En su lugar, propusieron programas relativamente moderados de modernización industrial, reforma social y democratización.[133] Por otro lado, la desnazificación fue mucho más completa en el este de Europa, aunque se hizo en base a un análisis del nazismo excesivamente centrado en la clase. Básicamente, esto permitió que los «inocentes» campesinos y obreros se librasen, mientras que se echó toda la culpa a las élites.[134]

Aunque Gran Bretaña no fue ocupada nunca, combatientes como Beckman y Rose volvieron a un país con escasez de comida y combustible, en la bancarrota, asolado por la austeridad y repleto de macabros recordatorios de los bombardeos aéreos de los nazis.[135] El esfuerzo bélico había forjado un amplio consenso antifascista en la sociedad británica. Sin embargo, cuando los camisas negras de la década de 1930 salieron de la cárcel o de sus escondites, culparon a los judíos de la desastrosa situación de posguerra. A lo largo de los años siguientes, los miembros y simpatizantes de los 14 grupos fascistas (o cercanos) que había en Londres, junto con otros similares de otras partes, organizaron campañas de carteles con lemas como: «¡Los judíos se tienen que ir!» o «¡Guerra a los judíos!». Golpearon a algunas personas en los barrios de esta comunidad, intentaron incendiar sinagogas e incluso lanzaron cócteles molotov contra una reunión sindical.[136] Puede ser que estos ataques no pasaran de ser «actividades marginales»[137] en el conjunto de la situación política de Gran Bretaña, pero para los judíos que tenían miedo de salir de sus casas se trataba de un asunto muy serio.

Poco después de impedir que su primo golpease a un orador fascista, Morris Beckman y otros tres antiguos soldados judíos se toparon con una concentración de la Liga Británica de Hombres y Mujeres Excombatientes, próxima a la extrema derecha. Ese día, Jeffrey Hamm, que antes había pertenecido a la Unión Británica de Fascistas, estaba denunciando a los «extranjeros entre nosotros, que se aprovechan» mientras que «nuestros muchachos luchan lejos de casa». Esto colmó el vaso de los excombatientes judíos. Este grupo de cuatro personas, entre los que se encontraban un experto en yudo que había luchado con la Guardia de Gales, un antiguo piloto de la RAF, Beckman y otro veterano más, se dispersó entre los 60 asistentes a la concentración. El primero de ellos hizo como si fuese a comprar la publicación de la Liga, pero de repente golpeó las cabezas de dos de los organizadores, una contra otra. Los otros echaron abajo la tribuna y todo el mundo salió corriendo. Beckman explicó que «la pura malevolencia del orador» les había llevado a él y a sus compañeros a impedir físicamente, por primera vez, una concentración fascista de posguerra.[138]

No sería la última. Esta acción directa dio lugar a la formación, en marzo de 1946, del Grupo 43. Se trataba de una organización antifascista militante, compuesta principalmente, aunque no solo, por excombatientes judíos británicos. Se dedicaron a impedir actos de la extrema derecha mediante la acción directa y a intentar que se aprobasen leyes contra la provocación racista. Posteriormente, muchos militantes han rechazado esta vía legislativa, debido a sus planteamientos políticos, revolucionarios y antiestatistas. Pero el Grupo 43 era declaradamente inclusivo. Daba la bienvenida a «cualquiera que quisiera luchar contra el fascismo y el antisemitismo». Aunque tomó su nombre del número inicial de sus integrantes, en menos de un mes había pasado a tener 300 miembros. Estaba dividido en unidades tipo «comando», que actuaban contra las convocatorias fascistas, y en un servicio de «inteligencia», que reunía y organizaba la información. Más tarde, hubo también un departamento de propaganda, un comité social y un equipo que editaba su publicación, On Guard.[139]

Las unidades de comando del Grupo 43 usaban una serie de métodos para interrumpir las concentraciones de los fascistas. Por ejemplo, si uno de los militantes conseguía atravesar el cordón de seguridad del acto y echar abajo la tribuna del orador, la policía tenía la norma de no permitir que se montase de nuevo. Teniendo esto en cuenta, organizaron unidades de una docena de personas en formación de cuña que, a una hora acordada de antemano, empezaban a avanzar hacia la multitud desde lo lejos, para coger impulso. De este modo «conseguían atravesar filas de fascistas muy fuertes, que [les] superaban varias veces en número», hasta llegar a la tribuna. Si esta se encontraba demasiado bien defendida, los comandos se dispersaban entre los asistentes y empezaban discusiones y peleas por todas partes, hasta que los altercados obligaban a la policía a cancelar la reunión. Otro método era «saltarse el turno» y ocupar el lugar del encuentro mucho antes de que se empezase a montar la tribuna.

Para el verano de 1946, el Grupo 43 atacaba entre seis y diez actos fascistas por semana. Beckman estima que un tercio del total de estos fue interrumpido por su organización, otro tercio lo canceló la policía y el resto se celebraron sin problemas. Después de un tiempo, el Grupo 43 era tan popular que los vecinos se les unían a las acciones o incluso interrumpían por sí mismos los encuentros fascistas, con tácticas similares. Con la aparición de estos «judíos chungos de cojones del East End», como les llamaban los camisas negras, «la mentalidad de mantener la cabeza gacha y encerrarse pronto en casa desapareció por completo».[140]

Oswald Mosley, que había estado en la cárcel como líder de la Unión Británica de Fascistas, regresó formalmente en 1947 para dirigir a sus seguidores. En vista de que sus actos al aire libre eran interrumpidos por el Grupo 43 y por otros antifascistas comunistas, trotskistas, anarquistas y sindicalistas, empezó a realizar estos encuentros en espacios cerrados. Cuando los militantes fueron incapaces de entrar en la primera reunión de este tipo, para impedirla, arrojaron ladrillos y piedras contra los fascistas que vigilaban el edificio. Pero no lograron abrirse paso. No obstante, después de eso, el Grupo 43 consiguió falsificar entradas a los discursos de Mosley. Una vez dentro, sus integrantes empezaban acaloradas discusiones con las personas que tenían el mismo número de asiento, lo que conseguía interrumpir y, a menudo, cancelar el acto. De ese modo se pudieron impedir más de la mitad de las apariciones de Mosley en espacios cerrados. Cuando su nueva organización, el Movimiento por la Unión, recurrió a celebrar reuniones bajo nombres falsos, los infiltrados del Grupo 43 avisaban a los comandos, que las interrumpían una vez más.[141] Incluso uno de estos topos llegó a ser el guardaespaldas de mayor confianza de Mosley. En una ocasión, facilitó la entrada de una unidad de comandos a la mansión de este. Allí se hicieron con un montón de documentos que demostraban las estrechas relaciones que mantenía el líder fascista con varios parlamentarios.[142]

Estas acciones pasaron factura a los ultraderechistas británicos (que ya no se identificaban de forma pública con el término «fascista», dada su impopularidad). Como cuenta Morris Beckman: «Les considerábamos tan enemigos nuestros como a los que habíamos combatido durante la guerra […]. Éramos muy disciplinados. Teníamos que serlo. Nuestra tarea era mandar al hospital a tantos de ellos como pudiésemos».[143]

Así lo atestiguan las heridas que sufrió Jeffrey Hamm, mano derecha de Mosley. En la «batalla de Brighton» le rompieron la mandíbula. Posteriormente, un ladrillo que lanzó alguien le dejó inconsciente mientras daba un discurso en Londres. Y unos comandos del Grupo 43, antiguos soldados de élite y miembros de los Royal Marines, le atacaron en su casa, a pesar de que tenía a un exparacaidista de las SS como guardaespaldas.[144]

Para 1949, la amenaza de la extrema derecha había disminuido. Incluso una serie de antiguos seguidores de Mosley se habían vuelto antifascistas declarados. En parte, esto se debía a que «la firme actitud de nuestros militantes les hizo ser tristemente conscientes de que cada vez que se dejasen ver iban a ser atacados sin contemplaciones». Para muchos de ellos, sencillamente, no valía la pena.[145] En 1950, el Grupo 43 se disolvió, con la convicción de que habían logrado su objetivo de erradicar esta vertiente del fascismo, al menos por el momento.

Sin embargo, mientras Mosley y sus camisas negras estaban de capa caída, se producía un desarrollo que iba a cambiar la faz de Europa para siempre y a sentar las bases para un resurgimiento del fascismo. Así, la inmigración que llegó a lo largo de las décadas siguientes desde las colonias europeas y desde otros países recientemente descolonizados en el sur global, para suplir la escasez de mano de obra tras la guerra, suponía un desafío muy serio a las nociones europeas de ciudadanía y nacionalidad.

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