Antifa

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Antifa. El manual antifascista

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En este ambiente de tensión, un número significativo de partidos de extrema derecha ha logrado salir de su relativa insignificancia y poner en cuestión el orden europeo. Para conseguirlo, han desechado sus orígenes o asociaciones declaradamente fascistas y cultivan una imagen más convencional. Al pasar del racismo biológico a la diferencia cultural, a la seguridad y a la escasez, han sabido explotar y fomentar los miedos de la población frente a la inmigración. También se aprovechan del descontento causado por las medidas de austeridad aplicadas por partidos socialistas y de izquierda, en ocasiones a regañadientes, otras impulsadas a iniciativa propia. Sus soluciones «euroescépticas» implican un rechazo a la «globalización» que encarna la Unión Europea y una vuelta a la soberanía tradicional y al chovinismo de la nación Estado.

Estos planteamientos se han podido ver sin tapujos por toda Europa. En 2016 en Gran Bretaña, el referéndum del brexit estuvo en buena parte alimentado por el ultraderechista Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP). El Frente Nacional francés, virulento opositor a la inmigración, obtuvo el 27 % de los votos a nivel nacional en las elecciones de diciembre de 2016. Marine Le Pen, que tomó las riendas del partido en 2011 de manos de su padre, Jean-Marie, consiguió el 33,9 % de apoyos en su fracasado intento de ser elegida presidenta de la República, en 2017. Norbert Hofer, del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) recibió el 49,7 % de los votos en las elecciones presidenciales de 2016 con su lema «Austria primero». Perdió por poco frente al candidato del Partido Verde. En los Países Bajos, el Partido por la Libertad (PVV) holandés, personificado por el rabiosamente antimusulmán Geert Wilders, parecía destinado a ganar las elecciones generales de 2017, tras una década de crecimiento. Al final solo consiguió 20 escaños, muchos menos que los 33 del candidato de centroderecha a la presidencia. En las elecciones húngaras de 2014 los ultraderechistas de Jobbik recibieron el 20 % del voto. Pasaron a ser el tercer partido en importancia en Hungría. Dos años más tarde, propusieron leyes contra las «desviaciones sexuales», que contemplaban sentencias de hasta ocho años en prisión. En Grecia en 2012, Amanecer Dorado, al que el comisionado para los derechos humanos del Consejo Europeo se había referido como «grupo neonazi y violento», se convirtió en la tercera fuerza política del país. Consiguió 18 escaños en el Parlamento. En Finlandia, el partido de extrema derecha Los Finlandeses pasó a ser el segundo en importancia dentro de la coalición gobernante. Otros partidos ultraderechistas crecieron de forma similar en Escandinavia. El Partido Popular Danés ganó el 21 % de los votos en 2015, lo que le convirtió en la segunda fuerza política en Dinamarca. Los Demócratas de Suecia pasaron a ser los terceros en ese país.[237]

En Alemania es la recientemente formada AfD la que defiende el euroescepticismo contrario a la inmigración. Fue fundada en 2013 por periodistas y economistas neoliberales para oponerse al rescate griego aprobado por la canciller Angela Merkel. Cuando esta abrió las puertas del país a más de un millón de demandantes de asilo en 2015, la organización se desplazó más a la derecha. Ese mismo año, hubo en Alemania más de 1.000 ataques contra albergues de refugiados. Esto era un reflejo del descontento de una parte de la población con la política inmigratoria del Gobierno. Este sentimiento de rechazo a los extranjeros aumentó todavía más en la Nochevieja de 2016. Entonces 80 mujeres denunciaron haber sido agredidas sexualmente por un millar de hombres «de aspecto árabe o norteafricano», según la policía.

La AfD aprovechó gustosamente el creciente frenesí antinmigratorio. Declaró que «el islam no tiene cabida en Alemania», un planteamiento con el que está de acuerdo el 60 % de los habitantes del país, según las encuestas. El partido alcanzó su mejor resultado a nivel nacional a finales de 2016, con el 16 % de los votos, pero su influencia se extiende mucho más allá de su electorado. La AfD desempeñó un papel importante a la hora de presionar a Merkel para que se disculpase por su política de apertura hacia los refugiados. También para negociar un acuerdo con Turquía con el que disminuir el número de sirios que llegan a Europa. El propio partido de Merkel busca agresivamente atraer al creciente electorado de la AfD. Para ello, ha propuesto la prohibición del burka en público y una nueva Ley de Integración, que controlaría dónde pueden vivir los demandantes de asilo y les obligaría a aprender la lengua, la cultura y la historia alemanas.[238]

Desde luego, esta historia se halla en la base de la cuestión migratoria. Durante generaciones, el nacionalismo alemán estuvo contaminado por su asociación con el régimen nazi. Este legado condiciona el argumento universalista de Merkel, según el cual el pasado destructivo del país le obliga a recibir a los refugiados. Para el líder de AfD, Björn Höcke, años de «vergüenza» nacional han dejado a los alemanes con «la mentalidad de una comunidad totalmente derrotada». Por el contrario, él defiende que hay que insistir en que «ningún otro pueblo ha dado tanto a la humanidad como Alemania».[239] El proyecto de recuperar la «grandeza» nacional germana empezó su retorcido ascenso en la década de 1990, tras la reunificación. Puede que su manifestación pública más evidente fuera la conmemoración anual del bombardeo aliado de Dresde, en el que murieron 25.000 personas en 1945. Estos actos se iniciaron en 1999 y ganaron empuje con el nuevo milenio. En ellos, neonazis de toda Europa se reunían en esta ciudad cada mes de febrero para lamentar lo que el NPD llamó el «Holocausto de las bombas».

El número de participantes en este acto fue aumentando cada año hasta llegar a los varios millares. Pero también lo hizo el de sus oponentes antifascistas. En 2004, estos hicieron una contramanifestación en Dresde con una pancarta en la que se podía leer: «Lágrimas nazis a porrillo — Contra todas las formas de revisionismo histórico».[240]

Fue en esta época cuando Dominic formó un colectivo antifascista, de entre siete y diez jóvenes punks, en la pequeña ciudad de 15.000 habitantes en la que vivía, en el oeste de Alemania. Como para «muchos otros jóvenes», esta militancia fue «el primer paso en un proceso de politización». El pequeño grupo de Dominic se dedicó a investigar a los cabezas rapadas de la localidad y a distribuir panfletos con su identidad, «para complicarles la vida». Todos los segundos fines de semana del mes, unos 100 nazis se manifestaban en su región. Este acto contaba con la oposición no solo de miles de autónomos, sino también de los alcaldes de la zona y de los partidos mayoritarios. Estos eran los que convocaban las contramanifestaciones. Dominic recuerda «lo fácil que era desacreditar a estos nazis irredentos». Los antifascistas podían contar con que «el conjunto de la sociedad estaba con nosotros a un nivel discursivo y, a veces, incluso físico». Eran «tiempos mejores comparados con los de ahora», dice con melancolía.[241]

El punto álgido de esta «etapa clásica» del antifascismo, como la llama Dominic, se alcanzó en 2010. Finalmente, los militantes pudieron impedir el desfile anual en Dresde, la convocatoria nazi más importante de Europa. Ese año, la alianza antifascista ¡No Pasarán! y la coalición Dresde sin Nazis reunieron a 12.000 personas. Formaron bloqueos enormes (incluida una cadena humana en el centro de la ciudad) y levantaron barricadas ardiendo. Hicieron así que el desplazamiento de los nazis al lugar del acto fuera totalmente imposible y obligaron a la policía a cancelarlo. Algunos comentaristas conservadores dijeron que este tipo de enfrentamientos era contraproducente: «Cuanto más fuerte se expresa la indignación contra los neonazis, más se les anima a continuar con sus provocaciones. Les facilita un escenario perfecto». Pero una vez que los militantes lograron impedir finalmente el desfile, tras una década intentándolo, la participación de nazis en la conmemoración de Dresde cayó en picado. De unos 6.000 ese año pasaron a 500 en 2011.[242] El «escenario» no era tan «perfecto», después de todo.

Mientras los antifascistas alemanes «celebraban que habían logrado pararles»,[243] como dice Dominic, el panorama de la extrema derecha se transformó a ojos vista a partir de 2013. Además del desarrollo de AfD, en 2014 en Dresde se creó Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, más conocida como PEGIDA por sus siglas en alemán. Este nuevo grupo organiza «paseos vespertinos» todos los lunes. En ellos se gritan consignas como: «¡Alí, vete a tu país!» y se ven pancartas contra «Fátima Merkel». En poco tiempo, estos «paseos» llegaron a reunir a 15.000 personas.[244]

En muchos aspectos, PEGIDA plantea a los antifascistas una serie de problemas mucho más serios que las rutinarias convocatorias nazis de la década anterior. El primero es logístico. Es más sencillo movilizarse contra una manifestación anual que frente a «paseos» semanales. Lo que es peor, el este de Alemania se inclina más hacia la derecha. La mayor parte de la oposición a los desfiles nazis no venía de los residentes locales, sino que se «exportaba a Dresde», como decía Dominic.

Además, en una zona en la que «la gente normal tolera al movimiento nazi mucho más» que en el oeste, PEGIDA ha conseguido dar a la islamofobia una apariencia respetable y convencional. Por ejemplo, ha recuperado el lema de las manifestaciones por la democracia de 1989, «Nosotros somos el pueblo», para reclamar el espíritu de estas.[245] Pero también usa otros. En referencia a las denuncias de acoso sexual en Colonia, uno de los líderes de PEGIDA suele llevar una camiseta en la que se puede leer: «Rapefugees not welcome!».[246] Esta organización pone el foco exclusivamente en las ramas más autoritarias del islam, opuestas a la democracia, a la homosexualidad o al feminismo y pasa por alto que la mayoría de las religiones tienen tendencias equiparables. Esto ha hecho que muchos izquierdistas y centristas europeos se hayan visto atraídos por organizaciones de extrema derecha, como AfD y PEGIDA.

Algunos observadores se han referido a PEGIDA como «nazis de corbata», para poner de relieve el fascismo que se oculta bajo su apariencia de respetabilidad. A menudo, su imagen convencional sirve para ocultar las actividades de grupos neonazis. Es el caso de los miembros violentos de Ultras contra Salafistas (HoGeSa), de la Liga de Defensa Alemana (así llamada en referencia a la Liga de Defensa Inglesa) o de pandillas de moteros de extrema derecha.[247] Tras la formación de esta organización en Dresde surgieron muchas otras parecidas por todo el país, con las siglas GIDA en su nombre. Por ejemplo, KAGIDA en Kassel y BAGIDA en Baviera. De todas las derivaciones de «GIDA» existentes, a la que mejor le ha ido es a la de Leipzig, LEGIDA, que sacó a la calle a varios miles de manifestantes. No obstante, intentos similares en el oeste del país no tuvieron tanto éxito. Parece que la capacidad de movilización de PEGIDA llegó a su máximo en enero de 2015. El modelo se ha extendido a varios países europeos, como Dinamarca, Noruega, Suecia, Países Bajos y el Reino Unido.[248]

Según cuenta Dominic, el ascenso de AfD y de PEGIDA «causó una crisis en el antifascismo tradicional, porque ya no se oponía a una pequeña minoría de radicales, sino a una gran parte de la sociedad que se expresa de forma racista […]. Las tácticas “militantes” no sirven para enfrentarse a manifestaciones de 15.000 personas en Dresde o a un partido que obtiene el 20 % del voto».

Parece ser que los retos de adaptar sus estrategias para hacer frente a un oponente más popular y convencional han llevado a los movimientos antifascista y antirracista, que antes se encontraban bastante distanciados, a unirse para actuar juntos en defensa de los refugiados. Por ejemplo, en vista de la respuesta xenófoba, activistas alemanes, inmigrantes recién llegados y refugiados han empezado a colaborar para conseguir viviendas y condiciones decentes de habitabilidad. No obstante, la policía ha impedido la mayoría de los intentos de okupar casas para alojar a los demandantes de asilo.

El auge de la política populista de extrema derecha se ha alimentado también del rechazo al «régimen de género» y a sus límites al patriarcado tradicional. Este aspecto del resurgir de la ultraderecha ha espoleado el desarrollo de grupos de antifascismo feminista, tales como el queerfeministische Fantifa Frankfurt, que siguen en la estela de la década de 1990. En mayo de 2016 se celebró un congreso de esta corriente en Hamburgo, «abierto a todos los géneros». En su declaración de objetivos se podía leer: «Dado que el antifascismo actual es excluyente y resulta poco atractivo para las mujeres, debe darse un replanteamiento de este vigoroso movimiento».[249]

A pesar de una serie de intentos para adaptar el antifascismo a la amenaza del populismo de extrema derecha, Dominic se lamenta de que el movimiento «todavía no ha encontrado una respuesta». En última instancia, él propone una estrategia doble. Esta implica «una parte política, que incorpore una gran cantidad de temas, junto con un ala militante, que se enfrente a problemas concretos sobre el terreno […]. Ambos deben estar estructuralmente separados, pero no tienen por qué ser mutuamente excluyentes».[250]

Una dinámica similar se ha dado en Dinamarca a lo largo de las últimas dos décadas. Si los antifascistas alemanes se movilizaban cada año en contra del desfile de Dresde, sus homólogos daneses lo hacían para oponerse a la manifestación anual que conmemoraba el suicidio de Rudolf Hess en 1987. Cinco años después de su muerte, 2.000 nazis desfilaron en su honor en Alemania. A partir de 1995 la represión del Estado hizo que esto fuese más difícil y el acto se trasladó a Roskilde, en Dinamarca. En este país se enfrentaron al movimiento antifascista. Este surgió por primera vez como respuesta ante un atentado neonazi en 1992. Un joven antirracista, Henrik Christensen, fue asesinado con una carta bomba enviada al local de los Socialistas Internacionales. El crimen indignó a la izquierda danesa y llevó a varios grupos a crear la Red Antirracista. Por otra parte, Acción Antifascista se desarrolló a partir del movimiento de okupaciones autónomas de Copenhague. En este destacó la Brigada de Okupación (BZ), que fue muy importante en la década de 1980.[251]

A finales de los años noventa, una gran coalición de sindicatos, partidos de izquierda y antifascistas militantes bloqueaba la ruta anunciada del desfile por Rudolf Hess, conforme este partía del cuartel general de los nazis, en una pequeña población en las afueras de Roskilde. No había muchos cabezas rapadas autóctonos en esa época, pero grupos suecos y alemanes, vinculados con los ingleses Combat 18 y Blood and Honour, actuaban a menudo desde Dinamarca. Ole, un antifascista danés, explica que los militantes desarrollaron una estrategia doble para impedir la conmemoración. En primer lugar, partidos y sindicatos convocaban a 1.000 personas desde primera hora de la mañana para montar un enorme campamento en medio de la carretera, con escenarios para oradores y conciertos. Después, pequeños grupos de antifascistas bloqueaban las estaciones de tren. Así los nazis no podían salir de la ciudad e irse a celebrar su conmemoración a otra parte. Un año, estos se limitaron a dar la vuelta a la esquina de su cuartel general. Se sacaron la foto con sus pancartas para subirla a las redes sociales y volvieron a meterse en su local.

Para impedir incluso ese éxito mínimo y que no pudiesen hacerse fotos, al año siguiente los militantes daneses llegaron a primera hora de la mañana frente al cuartel general de los nazis. Estaban coordinados con los antifascistas alemanes. Estos tomaron posiciones junto al puerto de salida de los ferris, para avisar si había refuerzos que fuesen a cruzar el Báltico desde Alemania. Ole se ríe al recordar cómo la frustración de verse encerrados en su propio cuartel general llevó a los nazis a discutir y pelearse entre ellos, lo que acabó por dar lugar a una escisión.[252] Al conseguir impedir el desfile en honor de Hess, los antifascistas dividieron la ultraderecha danesa. Sacaron a la mayoría de los boneheads de las calles y les forzaron a recluirse en Internet por los años venideros.[253] No obstante, la coalición entre la izquierda convencional y el antifascismo militante también se resintió. Los socialdemócratas renegaron de este movimiento en público, en un intento de acercarse a los moderados.[254]

A lo largo de la última década algunos grupos fascistas intentaron conseguir cierta presencia pública en Dinamarca. Es posible que el método más eficaz para impedirlo haya sido sacar a la luz sus actividades y las identidades de sus integrantes. En inglés esto se llama doxxing (o doxing). Consiste en difundir la información privada de alguien para intimidarle o influir en la opinión pública. También para avergonzarle, conseguir que le despidan u obtener cualquier otro resultado negativo para la persona. Investigar y destapar las identidades de los fascistas ha sido un método habitual del movimiento posterior a la guerra desde hace mucho tiempo. Pero su ámbito se extendió con la llegada de Internet y las redes sociales. Hoy en día ocupa un papel central en el arsenal de fascistas y antifascistas por igual.

Rasmus Preston es un militante y director de cine danés con bastante experiencia de primera mano en ambos lados de la trinchera informativa. En 2012, rompió con la ortodoxia del movimiento e hizo pública su participación en Proyecto Antifascista, de Copenhague. Echando la vista atrás, admite que la «decisión fue más grave de lo que pensaba en ese momento». El resultado fue el tipo de acoso que hace que la mayor parte de los militantes oculte su identidad. En los meses siguientes, los nazis hicieron públicos sus datos. Le dieron varias palizas. Le llegaban amenazas de muerte de forma habitual. Aun así: «No lo lamento —explica—. Es importante no tener miedo y dejar claro que la cara visible del antifascismo no es un encapuchado, sino una causa política con personas de carne y hueso que tienen sentimientos y que son humanas en todos los sentidos». Por otro lado, Preston es uno de los integrantes más activos del grupo de investigación antifascista Redox. En 2006 se estrenaron torpedeando al Frente Danés. Sacaron a la luz unas fotos de las esvásticas que tiene tatuadas su líder y consiguieron que sus integrantes fuesen despedidos de sus puestos de trabajo. Preston explica que «hacer pública la información privada es una herramienta muy importante para sembrar la discordia en el seno de los movimientos de extrema derecha». Da lugar a una «preocupación mental» constante.[255]

No obstante, Preston explica que ni la revelación de información ni las estrategias tradicionales del movimiento han sido suficientes para detener la nueva oleada de grupos populistas de extrema derecha en Dinamarca. La pequeña sucursal de PEGIDA en el país, rebautizada como Por la Libertad, organiza manifestaciones contra la inmigración. En ocasiones, las tácticas militantes han conseguido impedir que los convocantes siguieran adelante con sus planes. En diciembre de 2016, en un intento de bloquear una marcha de Por la Libertad, los antifascistas de Copenhague erigieron barricadas en llamas. Como fondo tenían una pancarta en inglés en la que se podía leer: «Make racists afraid again!» [¡Que los racistas vuelvan a tener miedo!], un claro homenaje al movimiento de oposición a Trump, que usa este mismo lema.[256]

Es el crecimiento de otro grupo, el Partido Popular Danés (DPP), el que supone una amenaza más seria para los antifascistas. Fundado en 1995, el DPP creció de forma constante en la década de 2000. En 2014 ganó las elecciones al Parlamento Europeo y al año siguiente obtuvo el 21 % de votos. Así se convirtió en el segundo partido en importancia de Dinamarca. Buena parte de su éxito se debe a que ha incorporado estratégicamente posiciones contrarias a la inmigración, a los musulmanes y a la UE, con la tradicional defensa danesa del Estado de bienestar. Según Preston: «Esto le ha permitido forzar los límites de lo que es un mensaje admisible y del tipo de políticas que se pueden proponer».

Más recientemente, el DPP ha rebajado su oposición a la UE y a la inmigración para apoyar el Gobierno en minoría de Lars Lokke Rasmussen. Al hacerlo ha dejado un espacio político abierto a su derecha. Este ha sido ocupado por Nueva Derecha, fundada en 2015. Este partido de reciente formación ha unido la xenofobia populista con una propuesta económica neoliberal. También ha criticado al DPP por no ser lo bastante duro con la inmigración. Sobre todo después de que Dinamarca recibiera más de 20.000 solicitudes de asilo en 2015. La intención de voto de Nueva Derecha en las encuestas no pasa de estar entre el 2,6 % y el 4,5 %. Pero la mayoría de sus votantes proceden del DPP, lo que ha devuelto a esta formación a su ultraderechismo inicial. En febrero de 2017 el DPP dijo que los inmigrantes musulmanes deberían celebrar la Navidad e ir a misa, «si quieren ser daneses». Su afirmación de que «los inmigrantes y sus descendientes» no pueden ser daneses, aunque hayan nacido en el país o sean ya ciudadanos, fue aprobada en el Parlamento por un estrecho margen.

En resumen, la marea de xenofobia ha llegado a ser tan alta en Dinamarca que incluso los socialdemócratas se han escorado a la derecha. Así, han dicho que el Gobierno debería pagar a los inmigrantes para que se «fuesen a su país».[257]

Preston, el veterano antifascista, explica este reto y su opinión de cuál puede ser el camino que seguir:

En el pasado, frente a grupos violentos de nazis recalcitrantes, la estrategia antifascista era evidente. Había que asegurarse de que no pudiesen desfilar, bloquearles, prepararse para enfrentarse a ellos, físicamente si era necesario, impedir que se pudiesen organizar. Ahora es más difícil. Con los movimientos populistas es complicado justificar siempre estrategias militantes, ya que la opinión pública está cambiando. En estos casos, la violencia que defienden los ultraderechistas no es obvia ni evidente (está escondida en sus propuestas y afecta sobre todo a las personas que no son de raza blanca, personas que están fuera de la «comunidad/tribu nacional» y que están ocultas para nosotros). Este es el punto en el que la estrategia antifascista clásica encuentra su límite. Debemos construir movimientos populares socialistas libertarios, que puedan proponer soluciones a los mismos temas que la extrema derecha está cuestionando.[258]

Mientras tanto, en Suecia, el equivalente a los desfiles de Dresde y Roskilde era el acto anual en Salem en memoria de Daniel Wreström. Este neonazi sueco murió, supuestamente, durante una pelea con un joven inmigrante en 2000. A partir del año siguiente, correligionarios suyos de toda Suecia y de Europa (incluso algunos estadounidenses) se reunían en la pequeña ciudad de Salem, en las afueras de Estocolmo. Desfilaban en silencio con antorchas en homenaje a Wreström y para promover la supremacía blanca.

En la década anterior Suecia se había ganado la reputación de albergar uno de los movimientos neonazis más violentos del continente, a pesar de su pequeño tamaño. Se reunía sobre todo en torno a la escena del rock racista. Desde 1989 hasta 1991, sus integrantes realizaron más de un centenar de ataques contra campos de refugiados. En los dos años siguientes, John Ausonius, conocido como el «hombre del láser», se embarcó en una campaña de tiroteos contra personas que no eran de raza blanca. Antes de su captura hirió a diez de ellas y asesinó a otra. En 1995, los neonazis asesinaron a dos muchachos y a un jugador homosexual de hockey sobre hielo. Atracaron una serie de bancos y atentaron con bombas contra un local sindical y contra el coche de un periodista. La violencia llegó a su punto álgido en 1999 con los asesinatos del sindicalista Björn Söderberg y de dos agentes de policía.[259]

Todos estos ataques neonazis provocaron una dura respuesta de condena en la sociedad. Las manifestaciones convocadas contra el terror racista reunieron a miles de personas. Los principales periódicos publicaron los nombres y las fotografías de los líderes nazis en el país. Con ello se suprimió la ultraderecha a todos los efectos. En este contexto, la muerte de Wreström en 2000 fue una oportunidad para el Frente Nacionalsocialista, el Movimiento Sueco de Resistencia (SMR) y otros, de volver a presentarse como agredidos, en vez de ser vistos como agresores. Para 2003, el desfile de Salem reunía ya a 2.000 neonazis y simpatizantes. Pasó así a ser el acto de este tipo más grande de la historia de Escandinavia.

Pero no estuvieron libres de oposición. Los neonazis se enfrentaron en Salem al movimiento antifascista sueco y a sus aliados, domésticos e internacionales. Acción Antifascista (AFA) de Suecia se formó en 1993, después de varios años de organización y creación de redes entre militantes, principalmente anarquistas y autónomos. Mantuvo contacto con sus homólogas de Alemania, el Reino Unido y Dinamarca. Según Dolores C., una veterana antifascista del sindicato anarcosindicalista SAC (Organización Central de Trabajadores de Suecia), a finales de la década de 1990 la rama sueca de AFA contaba con muchas mujeres como participantes destacadas. La red en su conjunto puso mucho énfasis en el feminismo.[260]

A lo largo de la década siguiente, Dolores y sus compañeros invirtieron una cantidad de tiempo y esfuerzo «inimaginable» en organizar la respuesta al desfile de Salem. En 2002 y 2003 los antifascistas intentaron impedir el acto bloqueando físicamente la estación de tren, para que los nazis no pudiesen salir de ella. La policía les atacó violentamente y les obligó a retirarse. Pero consiguieron retrasar el inicio del desfile. La intervención policial obligó a los militantes a «ensayar» nuevas estrategias. En 2004 varios grupos de antifascistas se vistieron «normalmente» y se mezclaron con los viajeros durante la hora punta en la estación de tren de Estocolmo. Luego bloquearon los accesos a los trenes con destino a Salem, de modo que estos no podían parar de forma segura en la estación. Al mismo tiempo, otro grupo de militantes, enmascarados y encapuchados, bloquearon los accesos al andén con una gran pancarta. La acción obligó a los nazis a cambiar de trayecto. Al año siguiente, emplearon la misma estrategia, pero en muchas estaciones. El número de asistentes al acto de Salem descendió. Por otro lado, sindicalistas antifascistas que trabajaban como conductores de los trenes o taquilleros de las estaciones presentaron una «queja por motivos de seguridad» ante sus jefes. En ella decían que no podían trabajar ese día porque transportar neonazis era un riesgo para la salud. Otras tácticas incluyeron subirse al mismo tren que los nazis y tirar del freno de seguridad. O acercarse a la mujer que iba a dar el discurso en el desfile al día siguiente, sin que lo notara, y cortarle su larga melena rubia.

Como dice Dolores, los militantes antifascistas suecos «se dieron cuenta de que lo mejor es tener varias tácticas diferentes». En 2006 la policía a caballo cargó contra un bloque muy numeroso de manifestantes. Decidieron que agruparse en un contingente grande solo hacía que fuese más fácil controlarlos. Por eso, al año siguiente, los antifascistas se dispersaron en grupos más pequeños para obligar a la policía a dividirse y ganar así tiempo suficiente para causar destrozos y obligar a cancelar el desfile. Algunos encendieron hogueras. Otros tiraron cohetes. Los terceros formaron un coro militante. El caos y los enfrentamientos que provocaban los antifascistas todos los años hicieron que la asistencia al desfile nazi disminuyera gradualmente. Se suspendió después de 2011. Se puede atribuir a estos militantes el éxito a la hora de impedir que la ultraderecha consiguiera un apoyo más amplio, al ahuyentar a todos los participantes, excepto a los más comprometidos.[261]

Puede que se hubiese conseguido impedir el desfile de Salem, pero los neonazis seguían representando una grave amenaza. El 15 de diciembre de 2013, unos 30 miembros del SMR atacaron una manifestación antirracista en un barrio de Estocolmo. Aunque la policía reconoció luego que habían recibido aviso del ataque por adelantado, solo mandaron a seis agentes al acto. Así, mientras los neonazis avanzaban, encapuchados, los policías se fueron a por sus cascos. Dejaron a su suerte a los participantes en la concentración, personas de edad avanzada y familias. Los pocos militantes antifascistas que había se adelantaron para defenderlos. Uno de ellos, Joel Bjurströmer Almgren, se dio cuenta de que muchos de los miembros del SMR estaban armados con cuchillos. Sabía que este grupo era responsable de varios apuñalamientos el año anterior, uno de ellos fatal. Decidió que no iba a permitir que sucediese lo mismo con sus compañeros ni con los «manifestantes desprotegidos». «Saqué mi navaja y me lancé al caos». Convencido de que «no había alternativa» para defender a la gente, apuñaló a uno de los nazis. Está cumpliendo cinco años y medio de condena por «intento de homicidio, riña tumultuaria y posesión ilegal de un arma».[262]

Meses después, miembros del neonazi Partido de los Suecos atacaron a cuatro feministas que volvían a sus casas, después de participar en la manifestación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en Malmö. El ataque les causó heridas de tanta consideración que los cuatro tuvieron que ser hospitalizados. Showan, un sueco de ascendencia iraní de 25 años y fundador de la rama sueca de Hinchas de Fútbol contra la Homofobia, fue puesto en un coma inducido. Afortunadamente, se recuperó.[263]

En torno a esa fecha, el colectivo semiclandestino Frente Revolucionario saltó a la luz pública por echar abajo con hachas las puertas de las casas de conocidos nazis. Les daban una paliza y colgaban los vídeos en Internet. En Dinamarca fascistas y antifascistas parecen respetar por igual la regla no escrita que prohíbe ir a las casas de los contrarios. Pero en Suecia no existen estos límites. Según dice Dolores C., algunas personas en el movimiento tenían reparos con la decisión de subir los vídeos a Internet o de conceder una entrevista a Vice News. Otros no se sentían cómodos con el hecho de que muchos integrantes del colectivo procediesen del mundo de los ultras de fútbol. Les parecía que esto llevaba a «un movimiento que no tenía interés (más que en los enfrentamientos físicos)». Según el análisis de Dolores: «Hay que actuar contra los nazis, pero esta no puede ser tu única ocupación […] ser antifascista es una necesidad, pero no es nuestra identidad».

Sea como sea, en los últimos años el movimiento antifascista sueco se ha visto sometido a una intensa represión por parte del Gobierno. El Frente Revolucionario ha dejado de existir y la sección de AFA en el país parece estar relativamente inactiva.[264]

Al mismo tiempo que se desplegaban todas estas dinámicas, Suecia experimentaba su propio ascenso de las ideas populistas de la extrema derecha «respetable». En este caso, en su encarnación en el partido Demócratas de Suecia (SD). Fundado en 1988, SD era una organización explícitamente neonazi. En 1996 decidieron seguir los pasos del Frente Nacional francés y rebajar su virulento racismo. Incluso cambiaron su emblema. De un brazo sujetando una antorcha, con una estética fascista, pasaron a una «frágil florecilla blanca», como la han descrito algunos historiadores. Subidos a la creciente ola de la xenofobia europea, entraron en el Parlamento en 2010 con el 5,7 % de los votos. En 2014, su programa euroescéptico y contrario a la inmigración les aseguró el 13 % de apoyos. Pasaron a ser el tercer partido en importancia en la cámara sueca. Una encuesta realizada a principios de 2017 ha puesto en evidencia que son el partido más popular de Suecia. Esto se debe en parte al malestar por la llegada de 150.000 inmigrantes al país el año anterior.[265]

Los comentarios del preso antifascista Joel Bjurströmer Almgren, aunque no menciona a los Demócratas de Suecia concretamente, apuntan a la necesidad de renovar el movimiento en el país. No se arrepiente de sus actos y declara que volvería a hacer lo mismo de ser necesario otra vez. Pero dice:

Creo que el antifascismo en Suecia se encuentra en un callejón sin salida. Creo que debemos desarrollar métodos nuevos. Nos quedamos atascados en algún momento entre 2005 y 2010. Vimos que la violencia podía ser eficaz y nos encerramos en esa rutina […]. [Los fascistas] pasaron a otros ámbitos, pero nosotros seguimos empeñados en hacer lo mismo. Las tácticas violentas no funcionan en todos los casos. La fuerza sigue siendo una opción, pero solo debería usarse cuando sea necesaria. Teníamos que reestructurarnos e inventar nuevas maneras de enfrentarnos a ellos. Pero no lo hicimos, así que ahora da la impresión de que nos estamos quedando atrás. Nos llevan la delantera y nosotros vamos a la zaga.[266]

El ascenso meteórico del líder populista Geert Wilders, contrario a los musulmanes, plantea retos muy similares en los Países Bajos. Su popularidad se debe a su oposición sin tapujos al islam, envuelta en una retórica feminista y a favor del colectivo LGTBQ. Esta convive con sus propuestas de acabar con todas las mezquitas en Holanda y prohibir el Corán. En 2010 ya se había distanciado de su anterior neoliberalismo, para desarrollar un «chovinismo del Estado de bienestar». Según este, las prestaciones se otorgarían en base al dominio del idioma holandés y se retirarían por completo en el caso de mujeres que vistan burka.

No obstante, lo que realmente hizo de Wilders un caso especial, desde el punto de vista de la estrategia antifascista, fue su rechazo inicial a verse asociado con la derecha semifascista europea. Además está el hecho, completamente ajeno a la ortodoxia política tradicional, de que Wilders es el único miembro oficial de su propia formación, el Partido por la Libertad. Esta estrategia le ha permitido evitar los escándalos que podrían haber surgido entre su militancia. Es más, durante años el PVV se ha negado a realizar el tipo de manifestaciones o actos de presencia popular en la calle que son un rasgo típico de la extrema derecha. El antifascista holandés Job Polak explica: «Nosotros, como movimiento, todavía no hemos descubierto» la mejor manera de enfrentarnos a este tipo de propuestas. Al carecer de presencia en las calles «es muy difícil» hacerle frente.

En los últimos años, el PVV se ha embarcado gradualmente en una forma de política populista más pública, al convocar manifestaciones contra la austeridad. Además. Wilders declaró en 2008 a The Guardian: «Mis aliados no son Le Pen ni Haider». Pero ahora hace guiños al cada vez más popular Frente Nacional francés de Le Pen, así como al FPÖ austriaco.[267] Aunque perdió las elecciones generales de 2017, es de esperar que el PVV siga sacando provecho de cualquier crisis que pueda hacer que la xenofobia y la islamofobia se disparen en Holanda.

El nuevo aliado de Wilders, el Frente Nacional francés, es el partido de extrema derecha más importante en Europa Occidental. Se podría decir que ha indicado el camino a los demás para el actual ascenso de la derecha, junto con el FPÖ de Austria. Marine Le Pen tomó las riendas del partido de manos de su padre, Jean-Marie, en 2011. Enseguida intentó profundizar el proceso de dédiabolisation (descontaminación) del partido. Se distanció de las anteriores asociaciones del FN con el fascismo y el antisemitismo y, en su lugar, se centró en el islam. En 2015 tuvo un enfrentamiento público con su padre, cuando él ensalzó el régimen colaboracionista de Vichy, durante la Segunda Guerra Mundial, y se refirió a los campos de concentración nazis como un mero «detalle histórico». A pesar de ello, Marine Le Pen consiguió normalizar el FN en buena medida. El partido puede presumir de haber conseguido 11 alcaldías y más de 1.500 concejales apenas cinco años después de que ella tomara el mando. En 2015 obtuvo el 27 % de los votos a nivel nacional.

Mientras tanto, la islamofobia nacionalista del partido y su postura euroescéptica de oposición a la «antidemocrática» UE han desplazado el centro de gravedad de la política francesa. Al mismo tiempo, se ha disparado el temor popular ante el terrorismo. El anterior presidente, Nicolas Sarkozy, intentó volver a lanzar una candidatura en las elecciones de 2017. Para poder competir con el FN, superó en ciertos aspectos la postura contraria a la inmigración de Le Pen.[268]

Camille, de SCALP de Besançon, solo accedió a la entrevista si se hacía a través de un chat encriptado. Para ella, el ascenso del FN está alimentado en parte por una serie de atentados mortales y otras dinámicas. Este fenómeno llevó a un «gran cambio» en el antifascismo francés entre aproximadamente 2010 y 2014. Culturalmente, el desarrollo de una escena de hip-hop antifascista, impulsado por bandas como Sang Mêlé y Première Ligne, diversificó las filas del movimiento. También expandió sus horizontes culturales más allá de sus orígenes en el punk. Algunos colectivos de mayor antigüedad desaparecieron, como SCALP de Toulouse, Dijon y Besançon y la red No Pasarán, mientras que se crearon otros nuevos, como Acción Antifascista de París Suburbios en 2010.[269]

Uno de estos nuevos grupos antifascistas es Pavé Brûlant (Asfalto Ardiente), creado en 2015 en Burdeos. Desde su formación, Pavé Brûlant ha conseguido impedir múltiples intentos del nacionalista Bloque Identitario de organizar actos contra carnicerías halal. Pretenden así disfrazar su islamofobia de preocupación por los derechos de los animales. En varias entrevistas, los militantes del grupo cuentan cómo el ascenso del Frente Nacional ha servido para dar carta de naturaleza al racismo informal y para marginar la postura antirracista. Muchos comentaristas han llamado a esta dinámica la «lepenización de la mentalidad» y ha acabado por ser una seña característica de una nueva extrema derecha banal.

Este desplazamiento político fue un elemento importante en la decisión del colectivo SCALP de París-Reflex de disolverse en enero de 2014, después de 25 años de militancia. Los integrantes del grupo explican «el gran giro estratégico del FN, y una de las principales dificultades del antifascismo hoy en día: la estrategia ya no pasa por que los miembros (del partido) ocupen la calle, sino por hacer que sus portavoces ocupen las pantallas de televisión».[270] En vista de estos retos, SCALP-Reflex hacía la siguiente valoración:

El antifascismo de calle (manifestaciones, concentraciones, etc.) se halla hoy en día en un impasse. O bien se enfrenta a grupos de extrema derecha que son políticamente insignificantes, pero físicamente peligrosos, o bien intenta oponerse a organizaciones que son políticamente significativas y entonces se encuentra no solo frente a partidos que están ausentes de las calles, sino que han llegado al punto de estar muy bien integrados en el juego político, apoyados por las fuerzas de la ley y percibidos como legítimos por la población […]. Uno de los efectos de la lepenización de la mentalidad es hacer que la acción antifascista se vuelva ilegítima a los ojos del poder y de la población.[271]

Para Camille, la única forma de responder al ascenso de los partidos de extrema derecha convencionales es «transformar el antifascismo en un movimiento específico y amplio de solidaridad, que pueda desarrollar el concepto y la práctica de la autodefensa contra la policía, el Estado y los racistas […]. El Frente Nacional se alimenta del miedo. Nuestro alimento es la solidaridad».[272]

* * *

30 de septiembre de 2012. Otra tensa tarde de incertidumbre para los inmigrantes en Atenas. En las últimas semanas, grupos de matones del ascendente partido fascista Amanecer Dorado habían tomado como costumbre demoler los puestos de los vendedores extranjeros en el mercado y darles una paliza, ya de paso. Unos días antes, entre 80 y 100 miembros de Amanecer Dorado, ataviados con sus habituales camisetas negras y pantalones de camuflaje, atacaron un centro de la comunidad tanzana y destrozaron las tiendas de la vecindad. Mientras, la policía miraba sin hacer nada. Más o menos a la misma hora, un vendedor de Ghana, llamado Issa Ahmed Agboluaje, era apuñalado y su amigo, apaleado. También fueron miembros de Amanecer Dorado los que dieron una paliza a un inmigrante egipcio, de nombre Abu Zeid Mubarak Abu Zeid, con bates de béisbol y barras de hierro. Le rompieron la mandíbula y la nariz. A menudo, la policía hacía la vista gorda o incluso participaba en la violencia contra los inmigrantes. Estos tenían pocos aliados.[273]

No obstante, entre sus apoyos había una asamblea de grupos anarquistas de Atenas. Hacía poco que habían empezado a organizar patrullas antifascistas en moto por los barrios de los inmigrantes. Cuando pasaban por la calle, estos les aplaudían entusiasmados. Yiorgos, un joven director de cine y uno de los organizadores de esta táctica, explica: «Intentamos usarlas de forma militante, para actuar contra los fascistas y como manifestación, para combinar ambos aspectos». Desde este punto de vista, las patrullas, muy visibles, eran «importantes, psicológicamente», para el movimiento antifascista.

Esa tensa tarde, a finales de septiembre de 2012, una patrulla de 80 motos con unos 150 antifascistas cruzó un barrio de inmigrantes a alta velocidad. Llevaban sólidos palos de banderas, rematados con insignias anarquistas, rojas y negras, y gritaban: «¡Aplasta el fascismo!». Se encontraron con un grupo de miembros de Amanecer Dorado. Empezó un enfrentamiento que acabó con muchos fascistas en el hospital. No obstante, nada más terminar, varios escuadrones de la Fuerza Delta, el cuerpo de élite de la policía de Atenas, arrinconaron a los militantes en un callejón estrecho. Aunque la mayoría de ellos lograron escapar, 15 fueron detenidos. Los inmigrantes del barrio y los anarquistas gritaron lemas antifascistas mientras se los llevaban. «Fue un momento muy emotivo», recuerda Yiorgos.[274]

Ninguno de los fascistas fue detenido.

Los 15 arrestados fueron torturados durante cinco días en la Dirección General de Policía de Ática. Otros 25, detenidos en una manifestación de solidaridad con los primeros al día siguiente, recibieron el mismo tratamiento. Durante este tiempo, los antifascistas recibieron fuertes palizas. Se les mantuvo desnudos. Se les escupió. Se dirigían punteros láser a sus ojos, para impedirles dormir. Fueron «usados como ceniceros». Y no se les dio nada de beber, hasta el punto de que «algunos estaban tan sedientos que bebieron el agua del inodoro».

La tortura de los antifascistas salió pronto a la luz. The Guardian publicó la información y se formó un pequeño escándalo que afectó al Gobierno griego.[275] A raíz de ello, se convocó ante el Parlamento una manifestación de unos 2.000 antifascistas. Otras similares se celebraron en Kavala, Creta y en otros lugares de Grecia. Sin embargo, Yiorgos se lamenta de que el Gobierno consiguió acabar con las patrullas en Atenas, a todos los efectos…, y con la asamblea que las organizaba. Se siguieron celebrando manifestaciones en moto, pero ya no formaban parte de una estrategia continuada de resistencia frente a Amanecer Dorado.[276]

Las características de este partido hacen que todo esto sea todavía más significativo. A diferencia del PVV holandés o del Frente Nacional francés de los últimos años, Amanecer Dorado es un partido fascista tradicional al pie de la letra. Como tal, tiene la intención de controlar las calles. Alimenta una ira populista violenta contra los «inmigrantes ilegales, los anarquistas y todos aquellos que han destruido Atenas varias veces», en palabras de Ilias Panagiotaros, un parlamentario del grupo. Un mes después del arresto de los 15 antifascistas, Panagiotaros mismo dirigió un ataque contra los espectadores de una obra de teatro en la aparecía el personaje de un Jesucristo gay.

El origen de Amanecer Dorado puede remontarse a la fundación de la publicación Chrysi Avgi en 1983, por Nikos Michaloliakos. Este ha sido el líder del partido desde el momento de su creación oficial, en 1985. Aunque Amanecer Dorado prefiere etiquetarse como «nacionalista», sus orígenes fascistas son evidentes: en los flirteos iniciales de Michaloliakos con el nacionalsocialismo; en sus relaciones en prisión con los antiguos líderes de la dictadura militar; en el pequeño detalle de que su emblema sea una greca, dibujada de modo que recuerda a una esvástica, y en que sus integrantes a menudo hacen el saludo romano y organizan desfiles con antorchas, en la mejor tradición nazi.

Durante décadas, Amanecer Dorado fue poco más que una formación política marginal. Todavía en 2009 consiguió solo el 0,29 % de los votos.[277] Pero en 2010 estalló la crisis de la deuda griega. Para evitar la bancarrota, el Gobierno aceptó un enorme plan de rescate que exigía la aplicación de duras medidas de austeridad e importantes subidas de impuestos. Con esta serie de rescates y recortes se consiguió evitar el colapso total de la economía del país. Pero no el de las condiciones de vida cotidianas de muchos de sus habitantes. La recesión llegó al 25 % en cinco años, un índice parecido al de Estados Unidos durante la Gran Depresión de 1929. Las cifras de desempleo eran increíbles: el 25 % del total de la población activa en 2015 y más del 50 % para los jóvenes en 2016. Por ejemplo, el presupuesto de sanidad para salud mental se redujo el 20 % entre 2010 y 2011 y hasta el 55 % al año siguiente.

No resulta sorprendente que la tasa de suicidios aumentase el 35 % durante esta etapa. Como decía el Movimiento 15M en España: «No son suicidios, son asesinatos».[278]

El ascenso de Amanecer Dorado empezó cuando se generalizó la crisis. Obtuvieron su primer representante en el Ayuntamiento de Atenas en 2010. Entraron en el Parlamento por primera vez en 2012, con 18 escaños y el 7 % de los votos. A nivel de calle, organizaron «grupos de ciudadanos» para acosar a los inmigrantes, fuesen parte de los supuestos 350.000 sin papeles o no. Estas patrullas urbanas llegaron a envalentonarse tanto que empezaron a atacar a gente al azar, solo porque pensaban que eran «extranjeros» y a plena luz del día. «Los perseguían por las calles, los sacaban a rastras de los autobuses, les daban palizas y les apuñalaban».

Una semana después de entrar en el Parlamento, un grupo de unos 50 integrantes de Amanecer Dorado, armados con palos y escudos, llegaron en moto a la plaza principal del barrio ateniense de Nikaia. El dueño pakistaní de una peluquería contó que los nazis le dijeron: «Tú eres el motivo de los problemas de Grecia. Tienes siete días para cerrar la tienda o te la quemamos, y a ti también».

La inseguridad de los inmigrantes se vio incrementada por el hecho de que un porcentaje muy alto de la policía eran votantes de Amanecer Dorado. De hecho, hay vídeos que demuestran que la cooperación entre ambas organizaciones es bastante habitual. Mientras, un Gobierno tras otro, incluido el de los socialistas de Syriza, aceptaron las medidas de austeridad impuestas por la «troika» financiera. Daban así la impresión de haber cedido la soberanía griega a la UE y al FMI. En este escenario, las propuestas ultranacionalistas y contrarias a la inmigración de Amanecer Dorado empezaron a ganar empuje. Para 2015 ya eran el partido más popular entre los jóvenes de 18 a 24 años.[279]

Este partido fascista tiene la presencia callejera más agresiva de toda Europa. Al empezar a crecer, se dio de bruces con el que se puede considerar el movimiento autónomo y anarquista más formidable del continente. El antifascismo militante griego se remonta a la resistencia contra la ocupación de fascistas italianos y nazis alemanes durante la guerra. Después, se prolongó frente a la dictadura militar de 1967-1974. A diferencia de la mayoría de los países del resto de Europa, una buena parte del movimiento no ha adoptado el modelo que reúne a toda la izquierda revolucionaria en las mismas organizaciones. En vez de eso, el antifascismo militante ha pasado a ser un aspecto más de un anarquismo muy amplio, involucrado en una extensa variedad de luchas sociales. Surgió en su forma actual en el país a partir de 1980. Recibió influencias de los autónomos italianos y alemanes, del pensamiento situacionista francés, de la música punk y del legado de resistencia a la dictadura militar.

Para buena parte del público, fue el levantamiento de 2008 el que atrajo la atención internacional sobre el movimiento. En diciembre de ese año, la policía asesinó a Alexis Grigoropoulos, un anarquista de 15 años de edad. Este hecho fue el detonante de un mes de estallido insurreccional sin precedentes en Grecia. Anarquistas, estudiantes, ultras de fútbol, inmigrantes romaníes y otros sectores de la sociedad que se sentían frustrados salieron a la calle. Atacaron tiendas de lujo. Asediaron comisarías y dependencias del Gobierno. Destrozaron e incendiaron bancos. Expropiaron comida de los supermercados y okuparon escuelas, universidades y estudios de radio y televisión. Ni siquiera el enorme árbol de Navidad que se pone todos los años en la céntrica plaza Syntagma de Atenas pudo escapar a las llamas. Muchos trabajadores hicieron huelgas salvajes y surgieron asambleas de estudiantes, trabajadores y en los barrios de todo el país. La policía apenas podía controlar la situación. Reclutó de modo informal a matones fascistas para que les ayudaran. Sin duda, un anuncio premonitorio de lo que se avecinaba. Cuando se despejó el humo de los incendios, los daños ascendían a unos 200 millones de euros. Se había politizado toda una generación de jóvenes griegos.[280]

Mural en homenaje al rapero antifascista asesinado, Pavlos Fyssas (Killah P), en Atenas. (Fotografía del autor).

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