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Antifa. El manual antifascista

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Sea como sea, unos datos que atribuyen una superioridad tan apabullante a los métodos no violentos deben, sin duda, tomarse muy en serio, si nuestro objetivo es tener éxito y no solo conseguir puntos retóricos. Pero, como dice el activista-académico Ben Case en ROAR Magazine, los términos de este debate están seriamente viciados. Por ejemplo, el conjunto de datos empleados en Por qué funciona la resistencia civil define los movimientos «violentos» en función de enfrentamientos bélicos. No tiene en cuenta «variables para ningún tipo de acción violenta que esté por debajo del umbral de la guerra». El «efecto de la facción radical» que se menciona en el conjunto de datos se refiere a insurgencias armadas. «No tiene nada que ver con el efecto de manifestantes que rompen escaparates o se enfrentan a la policía». En ese libro y en otras obras posteriores de Chenoweth, algunos movimientos se clasifican sin más como «no violentos». Como la primera intifada palestina o las manifestaciones de la plaza Tahrir, en Egipto. Se basa para ello en el «protagonismo de la resistencia no violenta». A pesar del hecho de que implicaron enfrentamientos muy intensos con las autoridades y con matones progubernamentales. Choques mucho más duros que romper unos cuantos escaparates de sucursales bancarias en una calle desierta de Washington D. C.

La conclusión de estas investigaciones es que los movimientos «principalmente no violentos» funcionan bien más a menudo que los «principalmente violentos». Entonces, un bloque negro puntual en lo que, por otro lado, es un océano de acción no violenta no debería impedir a Chenoweth reconocer que el antifascismo o el movimiento de resistencia contra Trump, más en general, entran dentro de esa categoría de éxito que alaba. Después de todo, también se formaron unos cuantos bloques negros durante el movimiento en Egipto, al cual se refiere positivamente como «una revolución principalmente no violenta (que) triunfó».[405]

Chenoweth incluso dice que la violencia antifascista fue contraproducente en la Alemania de entreguerras. Defiende que el resultado de los enfrentamientos callejeros entre comunistas y nazis fue una «izquierda fragmentada». Según ella, «los grupos fascistas se aprovecharon del caos para obtener el poder mediante las urnas».

No obstante, como ya se ha dicho, la izquierda del periodo de entreguerras estaba muy fragmentada ya desde el final de la Primera Guerra Mundial. Los partidos sufrieron escisiones. Anarquistas, comunistas y socialistas estaban enfrentados entre sí mucho antes de que el fascismo apareciese en escena. La izquierda no se rompió por pelearse con los nazis. Ya estaba desgarrada antes.

Tampoco fueron los enfrentamientos callejeros los que llevaron a los fascistas a ganar las elecciones. En los choques en Alemania antes de 1930 murieron cientos de nazis y de milicianos comunistas, socialistas y republicanos. Varios miles más fueron heridos. Si estas luchas fueron el factor determinante en la victoria electoral de los nazis, ¿por qué el NSDAP no obtuvo sino el 2,6 % del voto en mayo de 1928? Por el contrario, en septiembre de 1930 obtuvieron el 18,3 % de los sufragios. Hasta entonces no empezaron a tener algo de empuje en las urnas. Lo que cambió entre ambos resultados no fue el nivel de la violencia callejera. Fue la Gran Depresión. Por otro lado, si la violencia era contraproducente para la izquierda, ¿cómo es que el KPD también aumentó sus apoyos electorales en ese mismo periodo? Además, parece ser que durante el periodo de entreguerras todos los partidos políticos y facciones de Alemania tenían sus propios grupos paramilitares o asociaciones de veteranos. No se puede decir en retrospectiva que, para enfrentarse a los nazis, el KPD debería haber copiado el manual de MoveOn.org, una ONG progresista que recoge firmas y hace peticiones. Eso es ignorar la concreción histórica de sus programas y la naturaleza contextual de la opinión pública. Si la violencia resulta inherentemente tan repelente, ¿por qué el 37,3 % de los electores alemanes votaron a los nazis en julio de 1932?[406] ¿Por qué el papel destacado de los partidos comunistas europeos en la resistencia armada les garantizó su mayor éxito registrado, en las elecciones inmediatamente posteriores a la guerra?

Chenoweth y Stephan reconocen que «es posible que la resistencia no violenta no se pueda usar de forma eficaz una vez que ha empezado el genocidio con toda su fuerza». Aun así, defienden que no se puede sacar esta conclusión. Porque esta opción «no se contempló nunca como una estrategia generalizada para resistir a los nazis». Si no se puede considerar la eficacia de las estrategias que no se pusieron en práctica, ¿cómo se puede llegar a la conclusión de que una campaña no violenta hubiese sido mejor que la lucha armada en Alemania durante las décadas de 1920 y 1930? Mientras tanto, Chenoweth y Stephan consideran que la «resistencia violenta» a los nazis fue «un fracaso vergonzoso». Afirman que algunos ejemplos de «resistencia colectiva no violenta» en Dinamarca y Alemania tuvieron solo «éxito ocasionalmente».[407] Como judío que soy, habiendo perdido antepasados en el Holocausto, encuentro insultante esta idea, decir que el levantamiento del gueto de Varsovia y otros ejemplos de resistencia armada contra los nazis fueron un «fracaso vergonzoso». Estos hechos llenaron de orgullo a todo un pueblo en el momento en que se enfrentaba al exterminio. Los valientes combatientes que participaron en ellos reivindicaron su humanidad, si bien solo duraron un corto periodo de tiempo. Si eso no constituye un éxito transhistórico, entonces no sé qué puede serlo. Además, la afirmación es patentemente falsa. Por ejemplo, los partisanos yugoslavos y albaneses vencieron, de hecho.

Chenoweth argumenta que los nazis «mostraron una preferencia explícita por enfrentarse a […] guerrillas, en vez de a métodos de desobediencia civil». Eso puede contener un atisbo de veracidad en Europa Occidental. Allí consideraban que franceses, holandeses y belgas que no fuesen judíos eran seres humanos.[408] Sin embargo, incluso el estudio más rudimentario de la aplicación de la «solución final» y de la importante despoblación de Europa del Este para crear el lebensraum, el espacio vital, demostrará que apelar a la decencia pública de los nazis no habría interrumpido el funcionamiento de su maquinaria de matar. Chenoweth y Stephan tienen razón al señalar que los métodos no violentos pueden derribar dictaduras. Pero en esos casos, la no violencia necesita apoyarse en una opinión pública, doméstica o internacional. Así, puede hacer que el régimen sea insostenible. ¿En qué parte del mundo se hallaba esa población, a principios de la década de 1940, cuya indignación potencial hubiese podido hacer cambiar a Hitler de opinión?

En el centro de este debate está la cuestión de cómo evaluar y promover el éxito de una lucha social. O debería estarlo. Para Chenoweth y otros académicos los criterios están claros. Las tácticas y las estrategias con éxito son aquellas que consiguen ganar más «espectadores y potenciales participantes»[409] para la causa, al mismo tiempo que reducen el número de simpatizantes por la opción contraria. El historiador Daniel Tilles ha utilizado este cálculo cuantitativo. Ha llegado a la conclusión de que la batalla de Cable Street tuvo un «impacto positivo» para la Unión Británica de Fascistas, porque el número de miembros de la BUF aumentó inmediatamente después del enfrentamiento. Razona que para la comunidad judía «solo sirvió para empeorar la situación aún más». Varios cientos de jóvenes fascistas se vengaron organizando el pogromo de Mile End, en el que atacaron a los judíos y saquearon sus tiendas. Estos enfrentamientos elevaron el antisemitismo retórico de la BUF, lo que les ayudó a mejorar en las elecciones de 1937.[410] Del mismo modo, la muerte en 1925 de cuatro miembros de la Juventudes Patrióticas, de extrema derecha, a manos de comunistas, propició un aumento inmediato de afiliaciones a la organización.[411] Para los académicos, la conclusión es evidente. Si una táctica o estrategia antifascista contribuye a que los fascistas consigan nuevos miembros, entonces ha fracasado.

El factor que tal vez ha sido el más determinante en el aumento de las afiliaciones a grupos fascistas en el periodo de entreguerras, aparte de la Gran Depresión, fue el éxito electoral de los partidos progresistas. Por ejemplo, el desarrollo de la ultraderecha francesa se puede relacionar con precisión con los ascensos o descensos de la izquierda en las urnas. La primera oleada de fascismo surgió en 1924 ante la creación de la Alianza de Izquierdas. Descendió en 1927, cuando esta perdió el Gobierno. Aumentó de nuevo después de 1932, como respuesta a la Depresión y a la elección de una mayoría de centroizquierda. Finalmente, el fascismo alcanzó su máximo desarrollo como respuesta al triunfo del Frente Popular en la votación de 1936. Y al estallido de una oleada de huelgas y sentadas no violentas en las que participaron dos millones de trabajadores. En este contexto, los fascistas franceses atraían a «todos los que creían que este era el primer paso hacia el bolchevismo».[412]

En otras partes se pueden constatar ascensos y descensos similares. El triunfo del Frente Popular en España en 1936 galvanizó a la derecha. Hasta tal punto que empezó una guerra civil. Ciertamente, nadie diría que fenómenos así desaconsejan las aspiraciones electorales de la izquierda. Pero estos ejemplos demuestran que el fascismo medra con el miedo. Frente a los triunfos de la izquierda, tanto violentos como no violentos. Y frente a los progresos de la justicia social en general. El KKK ha prosperado siempre durante las etapas de avance social de las personas de raza negra. La elección de Obama en 2008 hizo aumentar las inscripciones a grupos racistas y llevó al ascenso de Donald Trump.

En todo caso, el éxito o el fracaso políticos no se pueden reducir a un cálculo numérico. La batalla de Cable Street ayudó a los fascistas a conseguir nuevos miembros. Desató su violencia. Y los líderes de la comunidad judía y la mayoría del público británico lo vieron como algo negativo. Pero eso no quiere decir que fuese un error estratégico. De hecho, este enfrentamiento supuso un impulso a las campañas del movimiento. Aportó «nuevas energías» a los judíos antifascistas. Dio lugar a la creación del Consejo del Pueblo Judío contra el Fascismo y el Antisemitismo y mejoró su coordinación con los militantes de izquierda.[413] También sirvió como un potente modelo de resistencia colectiva frente al fascismo. Y ha seguido siendo una fuente de motivación para muchos militantes hasta el día de hoy. Es cierto que a menudo la supervivencia de las minorías depende, al menos en parte, de su capacidad de ganarse el favor de la mayoría. Pero el desarrollo del poder y de la autonomía colectivos son requisitos previos para una lucha social, violenta o no. De hecho, Chenoweth critica la violencia de la etapa de la lucha por los derechos civiles, porque «alienaba a los blancos». Sin embargo, el Movimiento del Poder Negro entendió correctamente que no podían construir su programa político pensando en las personas de raza blanca. Su principal objetivo era la autonomía de las de raza negra. En ocasiones es necesario dar prioridad a la autodeterminación, antes que a ganar concursos de popularidad que están diseñados de antemano para que los pierdan los más débiles. Esta crítica de la violencia durante la época de la lucha por los derechos civiles también ignora que la perspectiva de una guerra y una revolución racial asustó a Estados Unidos blancos. Hasta el punto de que pasó a encontrar relativamente aceptables unas reformas que, de otro modo, hubiese considerado impensables.

A pesar del deseo de Chenoweth de evaluar las campañas en base al «logro completo de (sus) objetivos declarados», su crítica de la violencia revolucionaria de las décadas de 1960 y 1970 demuestra que, en realidad, tiende a analizar las organizaciones socialistas revolucionarias en función de objetivos establecidos por sus homólogas reformistas.

Por ejemplo, en el primer capítulo de Por qué funciona la resistencia civil, defiende que el movimiento no violento para derribar a Marcos en Filipinas tuvo mucho más éxito que la insurgencia de las guerrillas maoístas. Esto podría ser cierto si los maoístas y los activistas no violentos tuviesen exactamente los mismos objetivos. Pero lo cierto es que los primeros habían diseñado su estrategia no solo para derribar al dictador, sino también para librar una guerra popular. Para expropiar a la clase dirigente y crear un Estado socialista.

En Estados Unidos se puede considerar igualmente que los socialistas revolucionarios y el Partido Demócrata son parte de la «resistencia contra Trump». Los primeros buscan una sociedad postcapitalista. Los segundos solo quieren hacerse con la siguiente presidencia. Unos objetivos tan diferentes imponen estrategias distintas. Es poco honesto evaluar a los Panteras Negras en base a su tasa de aprobación entre personas de raza blanca. Igual que lo sería considerar el éxito de Amnistía Internacional según su nivel de fervor insurreccional.

Si se examina con seriedad la «evidencia histórica», se ve que las simpatías sociales hacia la violencia y la no violencia varían en el tiempo y en el espacio. Al igual que sus definiciones. En Mayo del 68 en París, estudiantes y obreros se enfrentaron con la policía en las barricadas. Cuando los agentes demolieron estas de forma brutal, la mayoría de la opinión pública francesa se puso del lado de los estudiantes rebeldes.[414] En 2012 pude ver en Atenas a abuelas que aplaudían cuando jóvenes encapuchados tiraban cócteles molotov contra la policía.

No hay una sola cosa que funcione en todas las situaciones. No todos los estadounidenses entendían que una manifestación por los derechos civiles era pacífica cuando bloqueaba una carretera. Sobre todo si la policía la atacaba de forma violenta. Tampoco hoy en día se considera siempre que estas tácticas sean pacíficas. A finales de 2011 se realizó la famosa manifestación no violenta de Occupy Wall Street por el puente de Brooklyn. Una noticia sobre ella en ABC News dijo: «Las manifestaciones habían sido en su mayor parte pacíficas hasta ayer, cuando se produjeron 700 detenciones».[415] Del mismo modo, Chenoweth considera que los bloqueos de Black Lives Matter a los puntos de control de acceso a la toma de posesión presidencial de 2017 fueron no violentos. Pero muchos estadounidenses no estarían de acuerdo. En vez de participar en una táctica que desaprueban tantas personas, cabría preguntarse: ¿por qué no se elige una forma de protesta que sea todavía más aceptable socialmente? ¿Como sostener un cartel?

En resumen, no tiene sentido evaluar la recepción pública de la violencia y la no violencia en términos binarios. En vez de eso, es mejor considerar un espectro de simpatía dependiente del contexto. Este debe sopesarse luego con respecto a los objetivos concretos del movimiento.

Este espectro no es constante. Los movimientos sociales tienen la capacidad de modificar de muchas formas diferentes y relevantes la manera en que son percibidos. Antes de Occupy y Black Lives Matter se entendía habitualmente que cualquier manifestación que pasase por la calle era ilegítima y molesta. No obstante, ambos movimientos contribuyeron con sus acciones a cambiar las preferencias tácticas de partes importantes de la sociedad. Este proceso fue acelerado por los disturbios contra la brutalidad policial en Ferguson y Baltimore. Ambos estallidos hicieron que manifestarse por la calle se perciba como algo mucho más «pacífico» en comparación. Incluso cuando se interrumpe el tráfico. Es más, estos disturbios consiguieron poner la brutalidad policial y la opresión de las personas de raza negra en el candelero, de una forma que las tácticas «no violentas» no podrían haber conseguido por sí solas. Es verdad que muchos estadounidenses se sintieron horrorizados por el espectáculo de saqueos e incendios. Pero también lo es que, por una vez, se vieron obligados a reconocer el tamaño de la injusticia. Posteriormente, Black Lives Matter consiguió una base de apoyo popular muy amplia, a pesar de contar con esta «facción radical». Los disturbios de Ferguson no se pueden pasar por alto en este proceso.

Decidir la estrategia revolucionaria en base a la aceptación pública de las diferentes tácticas, evaluada cuantitativamente, siempre hará que prevalezcan los métodos más moderados. Porque son hegemónicos. Si se hubiese preguntado a los estadounidenses a principios de 2011 sobre el mejor modo de lanzar un movimiento por la justicia económica, casi ninguno de los entrevistados, yo incluido, habría aprobado la idea de organizar un campamento en un parque de Manhattan. Para que una propuesta política sea a la vez popular y revolucionaria, sus impulsores deben «salir al encuentro de la población», al mismo tiempo que establecen un paradigma político-estratégico-táctico que sirve para hacer que la lucha avance. Planear las propuestas políticas en base a las encuestas de opinión lleva inevitablemente a que se conviertan en un reflejo de la sociedad que se pretende transformar.

Hay quienes dicen que los movimientos de masas consiguen desarrollarse cuando reflejan lo que la mayoría de las personas ya opinan. Esas personas tenderán a concluir que el antifascismo militante es incapaz de construir una oposición a la extrema derecha con una base más amplia. Pero los participantes en el movimiento no piensan que la violencia sea la solución a todos los problemas políticos. Antes de considerar la relación que hay entre las tácticas «violentas» y la construcción de movimientos en el seno del antifascismo, tomemos una muestra de algunas tácticas no violentas muy imaginativas que han empleado los militantes.

* * *

En 2008, ARA de Texas Central estaba organizando una manifestación contra un acto del Movimiento Nacionalsocialista en Tyler (Texas). Maya, una integrante del grupo antirracista, propuso «hacer una performance, en vez de tener un enfrentamiento directo», durante los debates sobre estrategia. Algunos de los varones en el colectivo consideraron que la idea era «ridícula». Maya les convenció de construir una escultura con dos palos de 15 metros de largo decorados con espumillón negro y morado que había sobrado de una fiesta de Halloween y colgar de ellos unos muñecos de nazis en papel maché. El día de la manifestación, unos 35 antifascistas, junto con grupos de antirracistas de la comunidad, se colocaron detrás de la instalación. Corearon el habitual lema antifascista «Sigue a tu líder» (con el que se invita a los nazis a suicidarse, al igual que hizo Hitler). El ruido de los tambores y los cánticos de los antifascistas ahogaron el sistema de sonido de los nazis. De ese modo «no se pudo escuchar su mensaje». Maya recuerda esta ocasión con orgullo. Se consiguió «impedir el acto de un modo que las personas más moderadas pueden apoyar».[416]

La tradición de usar el ruido para que no se pueda oír a los oradores fascistas se remonta a los albores del movimiento. En 1925 un grupo de 200 comunistas franceses intentaron interrumpir un acto de las Juventudes Patrióticas cantando la Internacional.[417] En 1933, unos comunistas hicieron lo propio con un encuentro de la Unión Británica de Fascistas en Mánchester, entonando Bandera roja.[418]

Las canciones antifascistas también tuvieron un importante papel a la hora de impedir los actos fascistas en Dinamarca. En 1999 murió Gunnar Gram, un anciano que simpatizaba con los nazis. Dejó en herencia al Partido Nazi danés un enorme edificio de tres plantas en Aalborg. Enseguida, tomaron posesión de él. Descolgaron una esvástica de tres metros de largo de la fachada del inmueble. Esto resultaba ya de por sí muy inquietante para los vecinos. Además, era peligroso. A menudo el hogar nazi atraía a los racistas de la región, que se emborrachaban y buscaban pelea por las calles de la localidad. Ole, un antifascista danés, explica que el hogar se encontraba muy alejado de cualquier núcleo de la izquierda revolucionaria. Por eso «los militantes no podían enfrentarse a ellos del mismo modo». En vez de oponerse físicamente a los nazis, la población local organizó durante varios años vigilias nocturnas cantadas frente al edificio. Este tipo de acciones retoma la tradición danesa antifascista de la guerra. Los ocupantes nazis prohibieron todas las reuniones políticas. Para sortear esta medida se celebraban conciertos públicos de música coral. Las canciones pasaron a ser actos de resistencia contra la ocupación. También en la actualidad se demostró que estos actos podían alterar mucho a los nazis. Como a los de Aalborg. Intentaron oponerse poniendo música racista a todo volumen en su sistema de sonido. Pero los cantantes ahogaban el ruido. Mientras tanto, otros militantes pusieron carteles por la ciudad con fotos de los nazis. Hablaron con los comercios locales para que no les vendiesen nada. Ole cuenta que, con el paso del tiempo, las canciones constantes y el ostracismo «les desmoralizaron, hasta el punto de que ser nazi ya no era divertido». Edith Craig era medio hermana de Gunnar Gram. Tenía ochenta años y residía en Butte (Montana). Apresuró el final definitivo del hogar nazi cuando demandó con éxito a los ocupantes para hacerse con el edificio. Estos figuraban a la vez como testigos y beneficiarios del testamento, algo prohibido por la ley danesa. Los manifestantes de la localidad cantaron We shall overcome, el himno del movimiento por los derechos civiles, en honor a Craig, durante la celebración de este triunfo.[419]

El lema militante «Sin tribunas para los fascistas» también se refiere a sus carteles, pintadas y a cualquier otro tipo de propaganda. El movimiento insiste mucho en controlar el espacio público en todos los sentidos. Por lo tanto, se dedica mucho esfuerzo a eliminar cualquier rastro público de fascismo. A principios de 2016 se creó un grupo en Eslovenia, Hermanas Antifascistas, como respuesta a los ataques neonazis contra espacios autónomos. El colectivo desarrolló un estilo propio divertido para tapar las pintadas nazis. Este se puede ver reflejado en su parodia de Cazafantasmas, en la que usan un «grafitómetro» para medir los niveles de «contaminación ultraderechista del muro».[420]

En Varsovia (Polonia), un colectivo ha organizado en los últimos años salidas periódicas para hacer pintadas antifascistas. Responden así a la creciente presencia de la extrema derecha. La primera vez que lo hicieron, lo planearon durante un mes. Se aseguraron de estar preparados para cualquier posible enfrentamiento con los fascistas, la policía o algún «vecino demasiado animoso». Hicieron un mapa con las cinco localizaciones más importantes que tenían que bombardear. Reunieron todo lo necesario, como botes de pintura, guantes, ropa «fácilmente desechable» y gas pimienta, para defenderse. Incluso practicaron para poder subir y bajar de los coches con rapidez. Cuando llegó la fecha indicada, las cosas fueron bastante bien en general. Solo se encontraron con unos nacionalistas que les tiraron botellas. Sabotearon las pintadas fascistas. En vez de poner: «Polonia para los polacos», se leía: «Abono para las patatas», que suena parecido en polaco y es igual de absurdo.

Stefan, un antifascista serbio, libró una campaña similar por su cuenta en 2012. Se topó con unos carteles del grupo fascista Acción Serbia pegados con cola en su barrio de Belgrado. Los arrancó de inmediato…, pero estaban puestos otra vez una hora después. Respondió cubriendo los carteles de pegatinas antifascistas…, pero las taparon con otras de Acción Serbia a favor del «cortejo tradicional antes del matrimonio» y otros lemas conservadores. Todos los días durante medio año, Stefan se enfrentó con este fascista anónimo por el control de su barrio. Cuando ya llevaban cuatro meses de lucha, pudo ver a lo lejos, cuando se bajaba del autobús, a alguien que ponía una pegatina al otro lado de la calle. Ambos se miraron a los ojos. Pero Stefan no podía estar seguro de que fuese su némesis. En cualquier caso, no se dio por vencido. Al final, la propaganda de Acción Serbia dejó de aparecer. Logró ser más persistente que ellos.[421]

Los antifascistas serbios de la ciudad de Nis, en el sur del país, realizaron un tipo diferente de acción pública en abril de 2013. A principios de ese año, los fascistas pintaron esvásticas sobre una estatua del famoso cantante romaní Saban Bajramovic. Como respuesta, los antifascistas organizaron una operación de limpieza del monumento. Dejaron en ella un cartel en el que se leía: «¡Viva Saban! ¡Muerte al fascismo!». La difusión de esta acción convirtió a este cantante romaní de música pop en un símbolo antifascista.[422]

Otras tácticas del movimiento se centran en los esfuerzos organizativos de los fascistas a través de Internet. Un militante estadounidense habla sobre una campaña a largo plazo que su grupo ayudó a desarrollar a principios de la década de 2000. Tuvo un éxito enorme. Una extensa red de extrema derecha a nivel nacional se había extendido a base de intimidar y acosar a izquierdistas. Se infiltraron en ella y la destruyeron desde dentro. Los militantes empezaron por tomar medidas de seguridad muy rigurosas. Luego crearon una serie de perfiles falsos para sí mismos en los foros de Internet del grupo. Subieron fotografías manipuladas de acciones que se suponía que habían realizado las personas inexistentes detrás de los perfiles. Con el paso del tiempo, los infiltrados llegaron a crear colectivos falsos que la red reconoció como secciones propias en diversas localidades. Uno de los antifascistas incluso consiguió suficiente peso en la organización como para entrar a formar parte de su junta central. Accedió a todos los ficheros de información de la red, incluidos los que se referían a sus víctimas de izquierda. Una vez que habían infiltrado la formación por completo, los antifascistas desvelaron su plan. Esto dio lugar a unas sospechas y a unos enfrentamientos internos tales que la red desapareció poco después.

En Copenhague, a principios de la década de 1990, a los militantes se les ocurrió un plan muy sencillo. Acabó por tener mucho éxito. Llamaron a los padres de los fascistas adolescentes para decirles que sus hijos habían sido descubiertos. Los antifascistas daneses también crearon un «grupo de desintoxicación». Ayudaban a los nazis que querían dejar su escena. Ole, mi contacto con el antifascismo danés, me dijo que en los años noventa los militantes presionaban mucho a sus oponentes. A menudo estos les mandaban correos electrónicos con amenazas. En vez de ignorarlos, entablaban contacto con los nazis y empleaban una «táctica psicológica» para convencerles de abandonar sus grupos. Después de un cierto tiempo, un número importante de ellos empezaban a hablar de cómo se habían decepcionado con su escena. O de cómo habían tenido hijos y querían «dejarlo». Finalmente, los antifascistas proponían formas para que los nazis desilusionados pudiesen demostrar su sinceridad. Compartían información sobre su organización o sobre las acciones que tenían planeadas. Una vez que el grupo antifascista estaba satisfecho, informaba al resto de colectivos en el movimiento de que esa persona se había separado por completo de sus antiguas compañías fascistas.[423]

* * *

Los debates sobre la violencia en el contexto del antifascismo, o en cualquier otro, deben tomar en consideración el asunto de la masculinidad y del feminismo. Dag, un militante noruego, señala que «siempre que la violencia sea parte de la lucha política habrá problemas con el machismo». Menciona sus experiencias como militante en Oslo y en Trondheim. Allí los grupos del movimiento se aliaban a veces con hinchas de fútbol políticos para enfrentarse a los nazis, aunque él temía que estas alianzas llevaban implícito el riesgo de empeorar las dinámicas machistas.

Independientemente del país del que se trate, todas las personas a las que entrevisté eran unánimes al señalar el problema del sexismo. Sobre todo al hablar de los años ochenta y noventa. No obstante, también decían que no solía ser peor que en el resto de la izquierda. Por no hablar del conjunto de la sociedad. Paul Bowman, de AFA de Leeds, cuenta que estas dinámicas se agravaron en su grupo cuando pasó de estar compuesto principalmente por sindicalistas y estudiantes a incluir sobre todo a antiguos hinchas de fútbol. Acabó por convertirse en una especie de «club de tíos», con unas «pocas chicas de muestra». Lamentablemente, el «típico» funcionamiento de AFA, según Bowman, era que las mujeres salieran a buscar a los oponentes. «Mientras, los hombres bebían en el pub hasta que llegaba la hora de la pelea».[424]

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